Kitabı oku: «Ideología y maldad», sayfa 4
C. Poder
El poder consiste, de un modo u otro, en la capacidad de imponer la propia voluntad y producir los efectos deseados (Rusell, 1938). Para ello existen medios y estilos muy variados (Hillman, 1995), muchos de los cuales no implican el uso de la violencia, si bien, como resulta obvio, las relaciones entre violencia y poder son muy estrechas. El poder, según como se emplee, puede habilitar al que desea ser violento para actuar según su voluntad, sin ningún tipo de impedimento y dominando al otro.
Arendt (1970) afirma que el poder nunca es propiedad de un sujeto aislado, sino que pertenece a un grupo; no es una cuestión individual sino colectiva y un solo hombre no puede ejercerlo sin rodearse de una cámara de acompañantes, aunque estos actúen en su nombre. Por el contrario, el empleo de la violencia puede efectuarse desde un grupo de poder o de otra índole, pero también puede verificarse de modo absolutamente individual y solitario. Para Arendt si el poder emplea la violencia está operando de un modo prepolítico, ya que la política, como tal, se basa en el dialogo y las libertades. Para esta autora poder y violencia, aunque van juntos muy a menudo, son opuestos «y donde uno domina falta el otro8».
Foucault (1982) señala que la violencia repercute sobre el cuerpo y las cosas, y en su acción fuerza, tuerce, rompe, destruye y no permite ninguna opción o elección; convierte a la víctima en una entidad pasiva y, en todo caso, si hay resistencia, tiende a ser vencida. El poder, en cambio, se relaciona con un «otro» —no cosa— el cual tiene, frente a la relación de poder, un amplio abanico de respuestas.
Abundando en las diferencias entre poder y violencia Han (2013) sostiene que el poder establece un continuum de relaciones jerárquicas, mientras que la violencia genera desgarros y rupturas. El poder es un medio de actuación que puede usarse de modo constructivo, mientras que la violencia es siempre destructiva. El poder se organiza, da lugar a normas, estructuras e instituciones y se inscribe en un orden simbólico. El poder no es primariamente destructivo o demoledor, sino más bien organizador. Bien es cierto que puede emplear la violencia para dichos fines, pero entonces, en palabras de este autor, el poder alcanzado es efímero9 y toma una forma no simbólica sino «diabólica».
D. Delito
Más sencillo resulta discernir entre «agresión» y/o «violencia» y «delito». Aunque muchas agresiones y actos violentos pueden revestir un carácter de vulneración de la ley, no siempre ha de ser necesariamente así. La violencia policial suele ser ordenada desde los dispositivos de control del Estado y no se considera delito en la mayoría de los casos. Es más, la ley suele proteger a algunos agentes —y dirigentes— que, a todas luces han cometido abusos. Se habla entonces de violencia legitimada, que no legítima.
Tampoco es delito la violencia que se da entre ciertos deportistas, cuyas acciones claramente hostiles y antideportivas no tienen ninguna sanción penal, cuando las mismas acciones sí serían legalmente punibles en caso de darse en otro contexto. De modo incomprensible en la actualidad, los deportistas profesionales —así como los militares y la Iglesia Católica— poseen su propia legalidad, como si las leyes y sanciones de la población general no fuesen válidas para ellos. Situación que permite y fomenta todo tipo de abusos, desmanes y encubrimientos10, amén de ser claramente antidemocrática.
Conclusión: lo que es o no delito varía según la ley en la que se inscribe y, en consecuencia, podríamos decir, forzando la argumentación, que el origen del delito es la ley. En la España franquista era delito ser homosexual y en la actual es delito la homofobia. En la España actual puede considerarse un delito de odio expresar críticas al monarca o la policía. En la Rusia de Putin rige una ley que despenaliza la violencia machista, siempre que el agresor no sea reincidente en un plazo de un año. Así, las agresiones que causen dolor físico, pero no lesiones, y dejen moratones, arañazos o heridas superficiales a la víctima no serán consideradas un delito criminal, sino falta administrativa.
Como puede observarse, las legalidades vigentes, aquí y allá, de poco nos servirán para reflexionar y estudiar el tema del mal, puesto que las mismas reflejan algo enteramente temporal y contingente.
E. Crueldad
¿En qué consiste la crueldad? ¿Cómo diferenciarla de la violencia?
Montaigne (1580) vinculaba la crueldad con el deleite del espectador. Por su parte, Schopenhauer (1819), el gran filósofo del pesimismo crítico, apuntaba en el mismo sentido, y sugería que la crueldad es el sufrimiento ajeno vinculado con el deleite del que lo inflige. Ideas que han llevado a algunos autores a definir la crueldad como la «violencia por la violencia», siendo el sufrimiento del otro un fin en sí mismo, sin mayores consideraciones (Wieviorka, 2003).
Obviando, por el momento, las motivaciones de la crueldad, coincidimos con Mosterín cuando la define como:
[…] el maltrato doloroso e intencional de una persona o de un animal indefenso, alargando o incrementando su dolor sin necesidad alguna. Este aumento deliberado e innecesario del sufrimiento de la víctima es la esencia de la crueldad11.
Basándonos en este autor, proponemos definir la crueldad como:
[…] una violencia extrema, desmesurada, innecesaria12 y persistente, aplicada sobre un ser indefenso, que pretende el aumento y la prolongación de su sufrimiento.
De lo expuesto anteriormente se deriva que toda crueldad es violencia pero no toda violencia es cruel. Por ejemplo, si nos referimos a una muerte violenta, un asesinato, pongamos por caso, veremos que se puede matar con o sin crueldad13. En ocasiones, la muerte es el escape de la crueldad, ya que la misma clausura la agonía de la víctima.
Del mismo modo se puede ejercer la crueldad sin llegar a matar, aplicándola con una lógica que veremos en los capítulos de la segunda parte de este texto.
La crueldad es un asunto exclusivamente humano. No solo porque la hemos vinculado a la violencia, sino porque su existencia en el mundo animal es anecdótica. Los animales no pueden imaginar ni disfrutar con el padecer de sus víctimas. Si el gato, a veces, juega con el ratón antes de matarlo y devorarlo se debe a mecanismos relacionados con la depredación, no con el incremento intencional del sufrimiento del desdichado roedor.
Para terminar, se hará necesario insistir en una cuestión: la crueldad no es propia de patología mental alguna o exclusiva de seres que quisiéramos creer que son monstruos. La crueldad es una condición potencial de cualquier sujeto (Bezerin, 2010). Aunque esta parece ser una afirmación muy rotunda, creemos que la lectura de nuestro texto así lo demuestra, porque independientemente de los conflictos, las alteraciones psicológicas o la personalidad de cada cual, la crueldad se puede verificar, o no, en función de condiciones sociales y culturales determinadas, como veremos más adelante.
2. Las tipologías de la violencia
Las clasificaciones sobre los diferentes tipos de agresión y violencia son innumerables; demuestran que son conceptos tan estudiados como confusos. Muchas de estas categorizaciones mezclan variables presentes en la conducta agresiva y violenta, como las motivaciones, las consecuencias o los entornos en los que se producen, y, por ello, no es extraño que se den solapamientos entre las diversas ordenaciones.
Clasificaciones de la agresión existen muchas (Archer, 1988; Brain y Benton, 1981; Moyer, 1987) y basadas en criterios muy diversos, pero no podemos revisarlas aquí por cuestiones de espacio. Además abundan términos como agresión simbólica, mediática, institucional, patológica o gratuita. Por ejemplo, desde la antropología filosófica se distingue entre «agresión bárbara» y «civilizada» (Fernández, 2003). La etología (Lorenz, 1963) singulariza la «agresión intraespecífica» y la «interespecifica». Como psicoanalista, Fromm (1973) hizo célebre la distinción entre «agresión benigna» y «maligna». Por nuestra parte dejaremos de lado las diferentes tipologías de la agresión14 y nos concentraremos en las que hacen referencia a las de la violencia.
Sanmartín nos ofrece el catálogo más completo que hemos sido capaces de hallar, clasificando la violencia en función de diferentes variables. Aquí lo resumimos con ligeras modificaciones.
Tabla 1. Tipologías de la violencia | ||
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Criterio de clasificación | Tipología | Descripción |
Conducta | Activa | Acción directa. |
Pasiva | Por omisión de una acción. Negligencia | |
Tipo de daño | Físico | Acción u omisión que causa daño físico. |
Emocional | Idém que causa daño psicológico. | |
Sexual | Todo comportamiento en que una persona es utilizada para obtener estimulación o gratificación sexual. | |
Económico | Utilización ilegal o no autorizada de los recursos o propiedades de una persona. | |
Tipo de víctima | Mujeres | Acción u omisión dañina para las mujeres. |
Menores | Equivale al maltrato infantil. | |
Tercera edad | Acción u omisión (negligencia) dañina para mayores de 65 años. Puede ser institucional o doméstica. | |
Escenario | Hogar | Acción u omisión para los que viven en el mismo hogar, sean o no parientes |
Escuela | Violencia cruzada entre profesores y alumnos; padres y profesores y los propios alumnos. | |
Trabajo | Acoso sexual y acoso moral (mobbing). | |
Cultura | Acciones u omisiones que dañan a parte de una sociedad y se justifican por tradiciones culturales. | |
Calle | Abanico amplio de violencias que se dan fuera de marcos institucionales. Incluye la violencia callejera, la delincuencial,la de las peñas, los grupos ultras, hooligans, etc. | |
Pantallas | Violencia más o menos explícita en la ficción (películas, series, videojuegos) y no ficción (realitys). | |
Agresor | Juvenil | Acciones u omisiones (normalmente delictivas) cometidas por jóvenes (en bandas o no) |
Terrorista | Intento de coaccionar al mayor número de personas posible, mediante la destrucción y la muerte. | |
Psicópata | Violencia ejecutada por una persona con trastorno psicopático de la personalidad. | |
Organizado | Puede darse de dos modos: A: Violencia ejecutada según un plan de tipo empresarial: mafias diversas. B: Violencia derivada de otro tipo de organizaciones: grupos políticos, sectas, bandas juveniles, etc. |
No faltan otros autores con perspectivas complementarias a la presentada. Es muy conocida la clasificación de Krug y sus colaboradores (Krug et al., 2002) efectuada para la OMS. Estos autores proponen una clasificación que combina la dirección de la violencia —autoinflingida, interpersonal o colectiva— con el contexto en la que se produce —familiar, comunitaria— y las motivaciones —política, económica, etc.—. De esta combinación, un tanto confusa, surgen 26 tipos de violencia diferentes, que no podemos revisar aquí.
Sémelin (1983), por su parte, distingue tres categorías muy generales, que incluyen numerosas formas de la violencia:
1) la violencia de la sangre, diferente de la violencia estructural;
2) la violencia cotidiana, integrada en la forma de vida de una sociedad dada; y
3) la violencia espectáculo, que atrae al mismo tiempo que repugna.
Fromm (1964) basándose en las motivaciones inconscientes de la violencia, distinguía entre:
violencia lúdica; reactiva —que incluiría la derivada de la frustración y la vengativa—;
compensadora —que incluiría el sadismo— y
la violencia que el autor denomina sed de sangre arcaica.
Desde la filosofía y la sociología se mencionan categorías como la violencia simbólica (Bordieu y Passeron, 1970), la estructural y la cultural (Galtung, 1996), la sistémica (Zizek, 2008) o la violencia de la positividad (Han, 2013), a las que dedicaremos unas palabras en el capítulo 11.
Muy interesante nos resulta la clasificación propuesta por Hartogs y Artzt (1970), complementada por Grundy y Weisntein (1974). Estos autores distinguen los siguientes tipos de violencia:
1. Violencia organizada: pautada, deliberada, instrumental e impersonal. Se puede dividir en:
1.1. Política: dirigida a la defensa, cambio o restauración de un orden normativo.
1.2. Criminal: obtención de algún tipo de beneficio —no político—.
2. Violencia espontánea: explosión de violencia, colectiva o individual, no planificada, producto de ciertas condiciones internas o externas. Se distinguen tres tipos:
2.1. Reactiva: lucha directa contra la frustración.
2.2. Compensadora: busca satisfacción frente a las frustraciones del pasado.
2.3. Gratuita: desplaza la agresión de un objeto que no puede ser atacado —porque es demasiado poderoso o porque genera ambivalencia— a un objeto más débil o que genera sentimientos más claros.
3. Violencia patológica: Cometida por individuos en base a una patología física o mental.
Reseñaremos, para finalizar esta apartado, la diferencia entre la «violencia expresiva» y la «violencia instrumental» (Beck, 1999). La violencia expresiva tiene como fin causar un daño a los demás y suele responder a condiciones que precipitan respuestas emocionales como la ira, la humillación o el enfado debido a amenazas, discusiones, insultos, agresiones físicas o fracasos personales y otros. Tiene, por tanto, su origen en un malestar emocional y se caracteriza por la falta de control del impulso agresivo. La vida colectiva está repleta de este tipo de violencia como lo demuestran los casos de los crímenes pasionales, la violencia en el seno de la familia, los asaltos, los choques entre bandas rivales y toda una gran variedad de conflictos. Incluiría la violencia espontánea y la patológica, vistas en la clasificación anterior. En el siguiente capítulo repasaremos algunas de las emociones que suelen relacionarse con este tipo de violencia.
Por otra parte, los actos de violencia instrumental son aquellos en los que dañar a otros es el medio para obtener el resultado deseado. Los actos instrumentales pueden ser oportunistas o planificados, pero en todo caso requieren el concurso del raciocinio. Este tipo de violencia suele ser más fría y más calculada que la anterior, pero como veremos más adelante, puede ser también letal y muy cruel. Incluiría la violencia organizada ya comentada. Volveremos sobre este punto en los capítulos siguientes, puesto que este texto está consagrado, fundamentalmente, a las causas instrumentales de la violencia y la maldad.
3. La agresión en la infancia
El lector atento habrá advertido que hasta este momento no hemos citado uno de los fenómenos más evidentes de la conducta humana: la agresividad que se puede observar en la infancia, incluso desde la más temprana edad. Es fácil contemplar cómo, incluso entre niños que aún no deambulan, pueden darse conductas claramente hostiles dirigidas a sus progenitores, cuidadores, hermanos, otros niños o hacia sí mismos.
¿Cómo entender y conceptualizar estas acciones? No nos parece correcto citarlas como apoyo a una disposición innata a la violencia, ni mucho menos a la maldad. Más adecuado nos parece asumir que el ser humano, como tantos otros animales, nace con una capacidad innata, heredada, para ejercer la agresión y que esta se dispara en función del contexto y la situación que el individuo experimenta, tal y como argumentábamos unas líneas más arriba, al introducir el tema de las emociones.
Sucede que cualquier bebé, dada su fragilidad y estado de dependencia extremas, puede sentirse amenazado o en peligro15 con suma facilidad. Una molestia cualquiera, el hambre, el sueño, el dolor o la ausencia del cuidador principal pueden disparar en el lactante, además del llanto, otras reacciones que podríamos calificar de defensivas, destinadas a garantizar su supervivencia. Ni los mejores tratos evitarán que, en determinados momentos, un bebé pueda experimentar semejantes situaciones y reacciones. Los cuidadores, con sus tareas de mentalización, ayudarán al niño a manejar y contener estas emociones tan inevitables como imprescindibles.
Más adelante, a medida que el menor va creciendo, será dado observar cómo puede reaccionar de forma agresiva ante muchas situaciones que le frustran, enfadan, molestan, suscitan su deseo o le contarían. Patadas, empujones, mordiscos, arañazos, lanzamientos de objetos y agresiones diversas, formarán parte invariable, en mayor o menor medida, de todo niño entre uno y tres años de edad. Ya sea en forma de rabietas, ataques o acciones defensivas. En los casos más extremos algunos de estos niños, normalmente atacantes, serán calificados de «pegones», en comparación con otros no tan agresivos.
Hay que tener en cuenta diversas cuestiones en estas maniobras que estamos revisando, a saber:
1) Los lactantes no disponen del instrumento del lenguaje y los que son algo más mayores lo hacen de modo muy rudimentario. Ello implica que la vivencia emocional no puede ser matizada, elaborada o pensada de ningún modo. Actúan como un sismógrafo emocional, son pura emoción, por expresarlo de algún modo.
2) Las emociones que viven estos niños son de carácter muy intenso, al no estar, aún, del todo escaladas por la experiencia. Las emociones placenteras provocarán expresiones de gran satisfacción o bienestar —sonrisas, tranquilidad, interacciones positivas— y las displacenteras se mostrarán en forma de inquietud y malestar, con llanto, movimientos bruscos, miedo, rabia o ira.
3) La impulsividad propia de la infancia, dada la ausencia de reflexión, gobierna a todos los menores, en especial a los considerados desinhibidos (Kagan, 1994, 2010).
4) La influencia del aprendizaje y la interiorización de las normas, aunque arranca en etapas muy tempranas, no ha efectuado todavía su labor a pleno rendimiento. Es más, puede observarse, en no pocas ocasiones, que los menores se comportan con mayor agresividad en presencia de los adultos de forma experimental, estudiando en sus respuestas el aprendizaje de límites.
5) La imitación, una forma inicial de aprendizaje, suele tener un papel importante en la conducta de niños tan pequeños. En este punto cabe recordar que los mayores no damos siempre el mejor ejemplo. No solo por nuestra propia agresividad o violencia, sino porque en ocasiones respondemos con hostilidad, gritos o ira a las conductas agresivas de los pequeños. Es decir, queremos apagar el fuego con gasolina, si se nos permite la chanza.
Hechas estas consideraciones, creemos que, si bien pueden calificarse de agresivos muchos de los comportamientos hostiles de los menores, no se pueden consignar, en ningún caso, como actos de violencia ni como actos de maldad.
El adjetivo violento quedaría excluido por dos razones. Por una parte, como ha quedado establecido con anterioridad, la violencia es conscientemente intencional. Un menor de tres años aún no comprende con plena conciencia en qué consiste el daño que puede infligir a los demás. Puede causarlo, sin duda, pero es más que dudoso que tenga la intención de provocarlo. Por otra parte, llamar violenta a la conducta agresiva infantil no cuadraría con la idea de Sanmartín de violencia como «agresividad alterada, principalmente por la acción de factores socioculturales», ya que los mismos aún no han sido del todo asimilados ni comprendidos de manera cabal por un niño de estas edades.
Cabe aquí matizar, no obstante, que los factores afectivos altamente negativos suelen traducirse en malas experiencias para los menores criados en según qué condiciones. De situaciones de maltrato, negligencia, abuso y otros factores de riesgo pueden surgir con relativa facilidad16 niños agresivos y abiertamente hostiles (Talarn, Saínz y Rigat, 2013). Pero no son estas circunstancias, nos parece, a las que se refiere el autor cuando menciona los factores socioculturales.
Todorov (2000) considera, creemos que con acierto, que el germen de las categorías éticas del bien y del mal se gesta en experiencias afectivas de la primera infancia. Para el niño, el bien es lo que le resulta placentero, lo cual, de entrada, es verse rodeado de las personas a las que quiere y necesita. El mal, sería, entonces, aquello que le provoca dolor o frustración, es decir, la separación de los seres queridos. El filósofo búlgaro, como si de un teórico del apego se tratase, escribe:
No hay que subestimar este primer paso: sin el amor primario, sin la certidumbre inicial de estar rodeado de cuidados y caricias, el niño corre el peligro de crecer en un estado de atrofia ética, de nihilismo radical; y, una vez adulto, de llevar a cabo el mal sin tener la menor conciencia de ello17.
Quizás esta reflexión nos venga a la memoria cuando revisemos la biografía y la psicología de algunos personajes especialmente crueles o malvados.
En todo caso, dicho esto, consideramos que las conductas agresivas propias de los niños menores de tres años quedan encuadradas bajo el concepto de agresividad y de agresión, tal como los hemos explicitado antes y, por tanto, estarían más próximas, filo y ontogenéticamente, a la agresión de los animales que a la violencia o la maldad de los adultos humanos18.