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Tercera parte


EL TÍMIDO CANÓNIGO


CAPÍTULO I

Vida de Copérnico


I. EL EMBAUCADOR

El 24 de mayo de 1543 moría de una hemorragia cerebral el canónigo Nicolás Koppernigk,1 de nombre latino Copernicus. Había alcanzado la edad de setenta años y solo había publicado una obra científica que él mismo no consideraba correcta: Sobre las revoluciones de las esferas celestes.2 Había postergado la publicación de su teoría unos treinta años. El primer ejemplar completo le llegó de la imprenta pocas horas antes de morir. Se lo llevaron a la cama para que pudiera leerlo; pero el espíritu del canónigo andaba errante y no pudo comentar el prefacio anónimo puesto al libro, en el cual se advertía a los lectores que no era menester considerar el contenido del libro como verdadero y ni siquiera como probable. De manera que la posteridad nunca supo con certeza si el canónigo Koppernigk había autorizado el prefacio y si realmente creía en su sistema o no.

El cuarto en que agonizaba el canónigo se hallaba en la torre noroeste de los muros fortificados que rodeaban la colina de la catedral de Frauenburg, Prusia Oriental, situada en los aledaños de la cristiandad civilizada. Había vivido treinta años en esa torre. Esta tenía tres pisos: desde el segundo, una puertita conducía hasta la plataforma de lo alto de la muralla. Era un lugar hosco, nada agradable; pero ofrecía al canónigo Nicolás la amplia vista del mar Báltico al norte y al oeste, el panorama de la fértil llanura al sur, y el espectáculo de las estrellas, durante la noche. Entre la ciudad y el mar se extendía un brazo de mar de cuatro o cinco kilómetros de ancho y unos ochenta kilómetros de largo: la famosa ensenada de la costa báltica conocida como Frishces Haff. Sin embargo, en el libro De las revoluciones, el canónigo insistía en llamarla el Vístula. En uno de sus apartados, observó con envidia que los astrónomos de Alejandría se veían “favorecidos por un cielo sereno, pues el Nilo, según lo que ellos decían, no exhala vapores como los del Vístula”.3


Ahora bien, el Vístula desemboca en el mar a la altura de Danzig, sesenta y ocho kilómetros al oeste de Frauenburg. Y el canónigo, que vivió en aquellos lugares casi toda su vida, sabía perfectamente bien que la vasta extensión de agua que se veía desde la torre no era el Vístula, sino el Frisches Haff, que en alemán significa “bahía fresca”. Era una confusión curiosa, por tratarse de un hombre dedicado a la precisión científica, encargado incidentalmente de diseñar un mapa geográfico de la región. Se repite el mismo error en otro pasaje del libro De las revoluciones. En el capítulo “Sobre los lugares longitudinales y anomalías de la Luna” el autor dice que “todas las anteriores observaciones se refieren al meridiano de Cracovia, puesto que la mayor parte de ellas se hicieron desde Frauenburg, situada en el estuario del Vístula, en el mismo meridiano”.4 Pero Frauenburg no está ni en el estuario del Vístula ni en el meridiano de Cracovia.

La posteridad tenía tanta fe en la precisión de las declaraciones del canónigo Koppernigk, a las cuales consideraba dignas de todo crédito, que una serie de estudiosos trasladó sin más ni más a Frauenburg el Vístula, y todavía en 1862 una enciclopedia alemana persistía en el mismo error.5 El más prominente de los biógrafos de Copérnico, Ludwig Prowe, menciona este enigma en una sola nota de pie de página.5a Prowe pensaba que el canónigo quería ayudar a los lectores de su libro a situar Frauenburg, desplazándola a la costa de un río bien conocido; y muchos que escribieron después de Prowe recogieron esta explicación, que empero es errónea. En efecto, en la casual observación sobre los vapores nocivos de que hablamos antes, el canónigo, cabalmente, no tenía ningún interés en dar indicios de ubicación; y en la segunda observación, cuya finalidad consiste en localizar su observatorio para otros astrónomos, cuestión que exige la más acabada exactitud, el desplazamiento de sesenta y cinco kilómetros podía inducir a grandes errores.

Otro de los caprichos del canónigo Koppernigk fue el de llamar a Frauenburg, Gynópolis. Nadie, antes que él ni después que él, helenizó de esa manera el nombre alemán de la pequeña ciudad, y esto acaso podría darnos la clave del fraude, aparentemente sin sentido, de llamar Vístula al Haff y de colocar ambas cosas en el meridiano de Cracovia. Frauenburg, y con ella toda la provincia de Ermland, estaba metida como una cuña entre las tierras del rey polaco y las de la Orden de los Caballeros Teutónicos. En vida del canónigo, y antes también, sirvió frecuentemente de campo de batalla. Los caballeros, incendiarios, saqueadores, que daban muerte a los campesinos, y los vapores del Haff constituyeron graves obstáculos para la obra del canónigo. Se lamenta de los unos y de los otros. Refugiado en su torre, sentía nostalgia por la vida civilizada de su juventud, que había pasado en las amables orillas del Vístula y en Cracovia, la brillante capital polaca. Además, el Vístula tenía una pequeña rama lateral semiseca, que desembocaba en el Haff, a unas veinte millas de Frauenburg; de manera que, extendiéndola un poco más, uno casi podía abrigar la ilusión de estar viviendo, no en Frauenburg, a orillas del Frisches Haff, sino en Gynópolis, sobre el Vístula, y también, más o menos, en el meridiano de la capital polaca.6

Esta explicación es tan sólo una conjetura que, empero, verdadera o falsa, está de acuerdo con un curioso rasgo del carácter del canónigo Koppernigk: su inclinación a engañar a sus contemporáneos. Medio siglo de amargas experiencias, trágicas y sórdidas, lo habían convertido en un anciano malhumorado y fatigado, entregado al disimulo y al secreto. Solo rara vez manifestaba sus sentimientos, y ello de manera tortuosa. Cuando, dos años antes de su muerte, se dejó por fin persuadir por su viejo amigo, el obispo Giese, y el fogoso joven Rético, para que publicara el libro De las revoluciones, demostró el mismo modo de ser marrullero y embaucador. ¿Creía realmente que, desde la ventanita de su torre, situada sobre la famosa ensenada, veía las aguas del distante Vístula, o era que, sencillamente, deseaba creerlo? ¿Creía realmente que los cuarenta y ocho epiciclos de su sistema se hallaban físicamente presentes en el cielo, o los consideraba tan solo como un artificio más conveniente que el de Ptolomeo, para salvar los fenómenos? Parece que se debatió entre ambas posiciones. Y acaso lo que quebró su espíritu fue esta duda sobre el verdadero valor de su teoría.

En el cuarto que comunicaba con la plataforma del muro se hallaban los instrumentos que el canónigo empleaba para observar el cielo. Eran muy sencillos y, en su mayor parte, hechos por él mismo, según las instrucciones consignadas por Ptolomeo en el Almagesto, mil trescientos años antes. En verdad, eran más toscos y menos dignos de confianza que los instrumentos de los antiguos griegos y árabes; uno era el triquetrum o “ballesta”, de más o menos unos cuatro metros de alto. Estaba hecho con tres palos de pino; uno de ellos en posición vertical; el segundo, con dos miras como las de un fusil, aparecía en lo alto del primero, de suerte que podía apuntarse con él a la Luna o a un astro. Y el tercero era una especie de cruceta marcada con tinta, como una vara de medir, en la cual podía leerse el ángulo de la estrella respecto del horizonte. El otro instrumento principal era un reloj de sol, vertical, cuya base señalaba el norte y el sur, el cual le indicaba la altura del Sol a mediodía. Había también un “báculo de Jacob” o baculus astronomicus, que consistía, sencillamente, en un largo bastón con un travesaño móvil más corto. Desde luego, carecía de lentes y espejos, pues la astronomía no había descubierto aún los usos que podían darse a los cristales.

Ello no obstante, el canónigo podría haber dispuesto de instrumentos mejores y aun más precisos: cuadrantes, astrolabios y grandes esferas armilares, de resplandeciente cobre y bronce, tales como las que instaló el gran Regiomontano en su observatorio de Nürenberg. El canónico Koppernigk siempre gozó de buenas rentas y pudo muy bien permitirse el gasto que suponía el encargar tales instrumentos a los talleres de Nürenberg. El “báculo” y la “ballesta” que usaba eran toscos; en una ocasión manifestó al joven Rético que si pudiera reducir los errores de observación a diez minutos de arco se sentiría tan feliz como Pitágoras cuando descubrió su famoso teorema.7 Pero un error de diez minutos de arco equivale a un tercio del ancho aparente de la Luna llena en el cielo. Los astrónomos alejandrinos fueron más exactos. Si había hecho de los astros el principal interés de su vida, ¿por qué diablos el próspero canónigo no encargó jamás que le construyeran los instrumentos que lo habrían hecho más feliz que Pitágoras?

Independientemente de esta mezquindad, que fue acentuándose a medida que pasaban los años, existía una razón más profunda: el canónigo Koppernigk no sentía particular afición por observar los cielos; prefería apoyarse en las observaciones de los caldeos, griegos y árabes, preferencia que lo condujo a ciertos resultados embarazosos. El libro De las revoluciones contiene, en total, solo veintisiete observaciones realizadas por el propio canónigo. ¡Y son observaciones que realizó en treinta y dos años de trabajo! La primera corresponde a la época en que era estudiante en Bolonia, cuando tenía veinticuatro años de edad. La última contenida en el libro, que se refiere a un eclipse de Venus, fue una observación que el canónigo realizó no menos de catorce años antes de enviar a la imprenta el manuscrito. Y aunque durante esos catorce años continuó haciendo observaciones ocasionales, no se molestó en incluirlas en el texto. Se limitaba a anotarlas en el margen del libro que estaba leyendo en ese momento, mezcladas con otras notas marginales tales como fórmulas o recetas contra el dolor de muelas y los cálculos renales o para el teñido del cabello y con la receta de una “píldora imperial”, que “puede tomarse en cualquier momento y tiene efecto curativo sobre cualquier enfermedad”.8

En total, el canónigo Koppernigk anotó entre sesenta y setenta observaciones en toda su vida. Se consideraba un filósofo y matemático de los cielos, que dejaba el trabajo de la observación a los demás, y se apoyaba en los registros de los antiguos. Hasta la posición que suponía a su estrella básica, la Spica, que él usaba como punto de referencia, era errónea en unos cuarenta minutos de arco, es decir, más que el ancho de la Luna.

Como consecuencia de todo esto, la obra que realizó en toda su vida el canónigo Koppernigk parecía inaprovechable para cualquier finalidad útil. Desde el punto de vista de los marinos y de los observadores de los astros, las tablas planetarias de Copérnico representaban solo una ligera mejora respecto de las anteriores tablas alfonsinas, y pronto fue preciso abandonarlas. En lo atañedero a la teoría del universo, el sistema copernicano, lleno de incongruencias, anomalías y construcciones arbitrarias, era igualmente insatisfactorio, sobre todo para el propio autor.

En los lúcidos intervalos de que disfrutaba entre largos períodos de sopor, el agonizante canónigo debió de sentir la penosa impresión de que había fracasado. Antes de volver a hundirse en las tinieblas tranquilizadoras, probablemente vio, como suelen ver los hombres agonizantes, ciertas escenas de su helado pasado, entibiadas por el misericordioso brillo del recuerdo: los viñedos de Thorn, la dorada pompa de los jardines del Vaticano en el año del Jubileo de 1500; Ferrara, hechizada por su linda y joven duquesa, Lucrecia Borgia; la preciosa carta que recibió del muy reverendo cardenal Schoenberg, la milagrosa llegada del joven Rético; pero si el recuerdo podía prestar algún color engañoso y cierto colorido al pasado del canónigo Koppernigk, su consoladora gracia no se extiende a la posteridad. Copérnico es tal vez la figura más incolora de todas aquellas que, por propio mérito o por obra de las circunstancias, forjaran el destino de la humanidad. En el cielo luminoso del Renacimiento Copérnico aparece como uno de esos astros oscuros, cuya existencia se revela solo a través de su vigorosa irradiación.

II. EL TÍO LUCAS

Nicolás Koppernigk nació en 1473, en medio de la transformación del Viejo Mundo, sufrida por la invención de los tipos de imprenta móviles de Coster de Haarlem y el descubrimiento de Colón de un Nuevo Mundo, más allá de los mares. La vida de Copérnico coincidió con la de Erasmo de Rotterdam, quien “puso el huevo de la Reforma”, y con la de Lutero, que lo incubó; con la de Enrique VIII, que se separó de Roma, y con la de Carlos V que llevó a su punto culminante el Sacro Imperio Romano; con la de los Borgia y Savonarola, con la de Miguel Ángel y Leonardo, con la de Holbein y Durero, con la de Maquiavelo y Paracelso, con la de Ariosto y Rabelais.

Nació en Thorn, sobre el Vístula, que había sido antes un puesto de avanzada de los caballeros teutónicos contra los paganos prusianos; luego la ciudad pasó a ser miembro de la Liga Hanseática y se convirtió en el centro comercial entre el este y el oeste. En la época que nació Nicolás Koppernigk la ciudad ya estaba en decadencia, pues Danzig, más cerca del estuario del río, le había arrebatado su importancia comercial. Sin embargo, Nicolás podía observar aún las flotas de barcos mercantes que se hacían al mar por las anchas y barrosas aguas, cargados con madera y carbón de las minas húngaras, con brea y alquitrán, miel y cera de Galitzia. O los veía remontando la corriente, cargados con tejidos de Flandes y sedas de Francia, arenque, sal y especias, siempre en convoyes, para defenderse de piratas y bandidos.

Pero es improbable que el joven Nicolás pasara mucho tiempo observando la vida de los muelles del río, pues había nacido dentro de los muros donde, protegidas por el foso y el puente levadizo, las casas patricias de estrechos tejados se hallaban amontonadas entre la iglesia y el monasterio, la plaza y la escuela. Solo el pueblo bajo vivía fuera de los muros fortificados, entre los desembarcaderos y depósitos, en medio del alboroto y el hedor de los artesanos suburbanos: los fabricantes de ruedas y carruajes, los herreros, los plateros, y los fabricantes de cañones de fusiles, los refinadores de sal y de salitre, los destiladores de aguardiente y los cerveceros.

Tal vez Andreas, el hermano mayor, que era una especie de pícaro, encontrara gusto en vagar por los suburbios, con la esperanza de convertirse algún día en pirata. Pero Nicolás, durante toda su vida, sintió recelo para aventurarse, en cualquier sentido, fuera de los muros. Debió de tener conciencia temprana de que él era hijo de un magistrado y patricio de Thorn, acaudalado: uno de esos mercaderes prósperos cuyos barcos, solo una o dos generaciones antes, habían surcado los mares hasta Brujas y los puertos escandinavos. Ahora, con la ciudad en decadencia, esas familias se habían hecho tanto más importantes, cerradas y ultrapatricias. El padre de Nicolás Koppernigk había llegado a Thorn desde Cracovia, en los últimos años de la década de 1450, en la condición de comerciante de cobre, negocio a que se había entregado la familia desde antiguo y del cual había derivado el nombre de Koppernigk. Por lo menos, esto es lo que se supone, pues todo cuanto se relaciona con los antepasados del canónigo Koppernigk aparece envuelto en la misma media luz, sigilosa e incierta en que él se movió durante toda su vida en este mundo. Hacia esa misma época no vivió ninguna personalidad histórica de la que se conozca menos por vía documental, epistolar o anecdótica.

Acerca del padre sabemos, por lo menos, de dónde procedía, y que era dueño de un viñedo en los suburbios; además, sabernos que murió en 1484, cuando Nicolás tenía diez años. Sobre la madre, que de soltera se llamaba Bárbara Watzenrode, no sabernos nada, salvo el nombre: ni la fecha de su nacimiento, ni la del matrimonio, ni la de la muerte pudieron encontrarse en ningún registro. Y esto es tanto más notable cuanto que Frau Bárbara procedía de una familia distinguida: su hermano Lucas Watzenrode llegó a ser obispo y gobernador de Ermland. Poseemos datos detallados de la vida del tío Lucas y hasta de la tía Cristina Watzenrode. Solo Bárbara, la madre, aparece borrada, eclipsada, por así decirlo, en la persistente sombra que proyectaba el hijo.

De la infancia y adolescencia de Nicolás, hasta la edad de dieciocho años, solo se conoce un hecho, pero que fue decisivo en la vida de Copérnico: al morir el padre, Nicolás, su hermano y dos hermanas quedaron a cargo del tío Lucas, el futuro obispo. Ignorarnos si la madre vivía aún en esa época; en todo caso se desvanece del cuadro (sin haber estado demasiado presente en él); y a partir de entonces Lucas Watzenrode desempeña el papel de padre, empleador, protector y mecenas de Nicolás Koppernigk. Fue esta una relación intensa e íntima que duró hasta el fin de la vida del obispo, y que Laurencio Corvino, amanuense municipal y poetastro de Thorn, comparó con el afecto entre Eneas y su fiel Acates.

El obispo, veintiséis años mayor que Nicolás, tenía una personalidad vigorosa e irascible; era orgulloso y sombrío. Un autócrata lleno de magnificencia que no admitía ninguna contradicción, que no escuchaba nunca la opinión de los demás, que no se reía nunca y a quien nadie amaba; pero que también era un hombre justo y valiente, impermeable a las calumnias y recto, de acuerdo con su propio entendimiento. Su mérito histórico consiste en que luchó incansablemente contra los caballeros teutónicos, con lo cual preparó el camino para la ulterior disolución de la Orden, aquella anacrónica supervivencia de los cruzados que había ido degenerando en una horda rapaz de saqueadores. Uno de los últimos grandes maestres de la Orden llamaba al obispo “el demonio en forma humana”, y el cronista de la Orden consigna el hecho de que los caballeros rogaban todos los días por la muerte del obispo. Tuvieron que esperar hasta que el obispo cumpliera sesenta y cinco años; pero la muerte lo sorprendió con una súbita y sospechosa enfermedad, por lo cual se supuso que los caballeros lo habían hecho envenenar.

El único rasgo cariñoso de aquel duro príncipe prusiano de la iglesia fue su nepotismo, el amoroso cuidado que dispensó a sus numerosos sobrinos y sobrinas, y a su hijo bastardo. Procuró a Nicolás y a su hermano Andreas ricas prebendas de la canonjía de Frauenburg; por influencia del obispo, la mayor de las hermanas Koppernigk llegó a ser madre superiora del convento cisterciense de Kulm, en tanto que la menor se casó con un noble. Un cronista contemporáneo consigna el hecho de que “Felipe Teschner, por su origen un mal nacido –hijo este que dio a Lucas, el obispo, una piadosa virgen cuando él era aún magistrado de Thorn– fue elevado por el obispo al cargo de alcalde de Braunsberg”.9

Pero el favorito del obispo, su fidus Achates, fue el joven Nicolás. Era, evidentemente, un caso de atracción de opuestos. El obispo era majestuoso; el sobrino, modesto. El obispo era impetuoso e irritable; el sobrino, manso y sumiso. El tío era entusiasta, de salidas imposibles de prever; el sobrino, pedestre y obcecado. Tanto en sus relaciones privadas como a los ojos de su pequeño mundo provinciano, el obispo Lucas era el astro brillante y el canónigo Nicolás su pálido satélite.

III. EL ESTUDIANTE

En el invierno de 1491-2, cuando tenía dieciocho años, Nicolás Koppernigk acudió a la famosa Universidad de Cracovia. El único dato registrado de esos cuatro años de estudios en Cracovia es una indicación de los libros, según la cual “Nicolás, hijo de Nicolás de Thorn”, se matriculó y pagó todos los aranceles. El hermano Andreas también fue admitido, pero el registro consigna que pagó solo parte de los derechos arancelarios. Además, Andreas se matriculó después. En el registro hay otros quince nombres entre el de Nicolás y el de Andreas, que aparece a la vuelta de la página. Ninguno de los dos se graduó.

A los veintidós años, Nicolás volvió a Thorn, a requerimiento del obispo Lucas. Uno de los canónigos de su catedral de Frauenburg estaba agonizante y el obispo deseaba asegurar la prebenda a su sobrino favorito. Tenía buenas razones para apresurarse, pues los patricios de Thorn se hallaban gravemente preocupados por su futuro económico. Durante varios meses habían estado recibiendo inquietantes cartas de sus relaciones comerciales y de sus agentes de Lisboa, cartas en que se decía que un capitán genovés había inaugurado una nueva ruta marítima a la India, y en que se hablaba de los esfuerzos que realizaban los marinos portugueses por llegar a la misma meta rodeando el cabo meridional de África. Los rumores se convirtieron en certeza cuando la carta de relación que Colón dirigió, a su regreso de su primera travesía, al canciller Rafael Sánchez, se publicó en un cartel, primero en Roma, luego en Milán y, finalmente, en Ulm. Ya no podía abrigarse ninguna duda: las nuevas rutas comerciales que llevaban a Oriente constituían una grave amenaza para la prosperidad de Thorn y de toda la Liga Hanseática. Para un joven de buena familia y de vocación incierta lo más seguro era una bonita y cómoda prebenda. Verdad que Nicolás tenía solo veintidós años, pero, después de todo, Juan de Medicis, el futuro León X, fue ungido cardenal a los catorce años de edad.

Desgraciadamente, el esperado deceso del canónigo Matías de Launau, chantre de la catedral de Frauenburg, ocurrió diez días antes de lo conveniente, el 21 de septiembre. Si hubiera muerto en octubre, el obispo Lucas habría podido hacer canónigo a Nicolás sin más trámite, pero en todos los meses impares del año, el privilegio de llenar las vacantes del capítulo de Ermland correspondía no al obispo, sino al papa. Había otros candidatos e intrigas complicadas por obtener la prebenda que Nicolás no consiguió, de lo cual se quejó en varias cartas que aún se conservaban en el siglo XVII, pero que luego se perdieron.

Con todo, dos años después se produjo una nueva vacante en el capítulo; esta vez convenientemente, en el mes de agosto. Y entonces Nicolás Copérnico fue nombrado canónigo de la catedral de Frauenburg. Partió inmediatamente para Italia con el fin de continuar allí sus estudios. Obtuvo su prebenda, pero nunca tomó órdenes sagradas ni estuvo en Frauenburg durante los siguientes quince años. Durante ese período, el nombre del nuevo canónigo solo aparece dos veces en los registros de la catedral: la primera vez en 1499, cuando se confirmó oficialmente su nombramiento; la segunda vez en 1501, cuando se extendió su primer permiso de ausencia por tres años, a otros tres años. Una canonjía en Ermland parecía ser, para decirlo en el lenguaje vulgar de nuestro siglo, un trabajito liviano.

Desde la edad de veintidós a la de treinta y dos años, el joven canónigo estudió en las universidades de Bolonia y Padua. Sumados a sus cuatro años de Cracovia, serían catorce los años que pasó en varias universidades. De acuerdo con el ideal renacentista del uomo universale, estudió un poco de todo: filosofía y derecho, matemáticas y medicina, astronomía y griego. Se graduó de doctor en derecho canónico, en Ferrara, en 1503, a los treinta años de edad. Fuera de pagar sus aranceles de inscripción y de graduarse no dejó ningún rastro ni de distinción ni de escándalo, en los registros de las diversas universidades donde cursó.

Mientras la mayor parte de los jóvenes de Thorn acudía a la universidad alemana de Leipzig para cursar sus estudios preliminares, Copérnico concurrió a la universidad polaca de Cracovia. Pero durante la fase siguiente –Bolonia–, se afilió a la natio –fraternidad de estudiantes– alemana y no a la natio polaca, cuya lista de nuevos miembros, ingresados en 1496, consigna el nombre de “Nicolaus Kopperlingk, de Thorn”. La natio Germanorum era la más poderosa de Bolonia, tanto por los frecuentes alborotos callejeros que promovía, cuanto por su alma mater. Su registro contiene los nombres de muchos eruditos alemanes, entre ellos el de Nicolás de Cusa. El tío Lucas también había estudiado primero en Cracovia y se había afiliado luego, en Bolonia, a la natio alemana. Y no podía censurarse al joven Nicolás que siguiera las huellas del tío. Además, el nacionalismo, con sus rígidas divisiones étnicas, era todavía una plaga del futuro. De manera que, aparte de la natio Germanorum, había nationes suavias, bávaras, etcétera, independientes. Sin embargo, durante los últimos cuatrocientos años se entabló una enconada controversia entre eruditos polacos y alemanes, quienes pretendían que Copérnico era hijo de sus respectivas naciones.10 Todo cuanto puede decirse sobre el particular es, en términos salomónicos, que los antepasados de Copérnico procedían de la progenie de las provincias fronterizas –proverbialmente una mezcla de pueblos germánicos y eslavos–; que vivió en un territorio disputado; que la lengua escrita que usaba con mayor frecuencia era la latina y que su lengua vernácula fue el alemán; que sus simpatías políticas se inclinaban por el rey de Polonia contra la Orden Teutónica y, por el capítulo alemán, contra el rey polaco; por último, que su fondo y herencia culturales no eran ni alemanes ni polacos, sino latinos y griegos.

Otra cuestión muy debatida era la de por qué Copérnico, habiendo completado sus estudios de derecho canónico en la mundialmente famosa Universidad de Padua, prefirió graduarse en la pequeña e insignificante universidad de Ferrara, donde nunca había estudiado. Quien resolvió el enigma –solo a fines del último siglo– fue un erudito italiano,11 quien puso en claro el hecho de que, alrededor del 1500, obtener un título en Ferrara era no solo más fácil, sino considerablemente más barato. Se esperaba que un flamante doctor de Bolonia o de Padua ofreciera pródigos banquetes para celebrar el acontecimiento; al escabullirse de entre sus profesores y amigos en la oscura Ferrara, el canónigo Nicolás, siguiendo el precedente que habían establecido algunos otros miembros de la natio Germanorum, consiguió evitar las cargas que suponían los convites.

El diploma de Copérnico revela otro detalle interesante: que el candidato no solo era canónigo de la catedral de Frauenburg, sino que, además, gozaba de una segunda prebenda in absentia como “escolástico de la Iglesia colegiada de la Santa Cruz de Breslau”. Los historiadores no pueden decir qué derechos y deberes, aparte del goce de una renta permanente, comportaba este imponente título. Es dudoso que el canónigo Koppernigk visitase alguna vez Breslau; solo cabe suponer que obtuvo este beneficio adicional mediante alguna relación comercial silesiana de su padre o por obra de los cariñosos cuidados del tío Lucas. El canónigo Nicolás mantuvo cuidadosamente en secreto esta circunstancia durante toda su vida, como era característico en él. Ni en los registros del capítulo de Frauenburg ni en ningún otro documento se menciona esta segunda función eclesiástica del canónigo Koppernigk, solo aparece en el diploma de promoción. Bien podría conjeturarse que en aquella ocasión especial el graduando en derecho canónico consideró conveniente revelar su ilustre título.

Entre la época de sus estudios en Bolonia y la de sus estudios en Padua, Copérnico pasó también un año en Roma, el del Jubileo de 1500. Allí, según su discípulo Rético, Copérnico “que tenía unos veintisiete años de edad, disertó sobre matemática ante un gran auditorio de estudiantes y una multitud de hombres importantes y expertos en tal rama del conocimiento”.12 Esta afirmación, fundada en las escasas observaciones sobre su vida que el canónigo hizo a Boswell Rético, fue recogida ansiosamente por los biógrafos ulteriores; pero ni en los registros de la Universidad ni en los de ningún colegio, seminario o escuela de Roma, se mencionan las disertaciones de Copérnico. Hoy se supone que pudo dar algunas charlas casuales, como lo hacían habitualmente los eruditos y humanistas que viajaban, al visitar un centro de estudios. Ni las conferencias ni sus diez años de estada en Italia despertaron eco alguno ni dejaron rastros en las innumerables cartas, diarios, crónicas o memorias de aquella época hiperdespierta, registradora y charlatana, en que Italia era como un escenario iluminado, por donde no podía pasar un erudito extranjero de cierta personalidad sin que se advirtiera y se registrara de alguna manera su presencia.

La única pista que tiene el biógrafo en esos diez años que Copérnico pasó en Italia es una carta donde se indica que en cierta ocasión los hermanos Koppernigk (pues Andreas se había unido a Nicolás para estudiar en Bolonia) se encontraron sin dinero y tuvieron que tomar en préstamo cien ducados. Se los prestó el representante de su capítulo en Roma, un tal Bernardo Sculteti, a quien se los reembolsó luego el tío Lucas. Es este el único episodio con algún destello de interés humano en la monótona juventud del canónigo Koppernigk, y resulta comprensible que sus ansiosos biógrafos hayan procurado exprimirlo hasta la última gota; pero la carta de Sculteti dirigida al obispo Lucas – carta que constituye la fuente del episodio–, se limita a informar sobre los simples hechos de la transacción financiera y agrega que Andreas amenazó con “ofrecer sus servicios a Roma”,13 a menos que pudiera pagar inmediatamente la deuda que los hermanos habían contraído, scholarium more, según la costumbre estudiantil. Al imputar a Andreas la amenaza de extorsión, y al no mencionar a Nicolás, el diplomático Sculteti (que llegó luego a ser capellán privado y chambelán de León X), evidentemente, pretendía echar toda la culpa del asunto al hermano mayor. De manera que cualquiera sea el interés que pueda tener el episodio, este se refiere primordialmente a Andreas, el calavera.

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