Kitabı oku: «Estereotipos interculturales germano-españoles», sayfa 5
Si por el contrario buscamos muestras potenciales de un contacto más estrecho y personal por parte de Segesser con los españoles, que ciertamente hubo de producirse, ya que aprendió bastante rápidamente la lengua, nos veremos decepcionados. Probablemente porque la perspectiva que domina sus cartas tiene que ver con sus preparativos para el viaje, con sus ejercicios religiosos y su estado emocional, y porque a través de las cartas lo que quiere es mantener, tanto como sea posible, el contacto estrecho con su familia, de manera que el mundo español queda muchas veces relegado a un segundo plano, a pesar de haber permanecido tanto tiempo en Sevilla.
OTROS MISIONEROS ALEMANES EN ESPAÑA: JOSEPH OCH E IGNACIO PFEFFERKORN
El padre Joseph Och (1725-1773), de ascendencia noble y originario de Würzburg, inició su gran viaje hacia el Nuevo Mundo en 1754, para desempeñar allí, en la misma zona que Segesser, su tarea como misionero. En un primer momento estaba previsto que fuera a Paraguay, pero debido a graves informes sobre el supuesto Rey de los Jesuitas, Nicolás, a sus superiores les pareció mejor desviarlo a México, donde asistió desde finales de año al padre Kaspar Stiger, que también procedía de Suiza y era muy amigo de Segesser. No obstante, Och empezó a padecer muy pronto considerables problemas de salud que lo convirtieron finalmente en un lisiado, hasta el punto de tener que renunciar formalmente en 1764 a su misión en Baseraca. Regresó a Europa después de la expulsión de los Jesuitas y más tarde redactó un amplio informe sobre Sonora que en 1809 fue publicado en Halle por el erudito Christoph Gottlieb von Murr (Hausberger, 261-265; Classen, 2000; Och, 1809).
Och se expresa de manera mucho más detallada que Segesser sobre sus experiencias durante el viaje hacia y por España y nos proporciona incluso descripciones de ciudades bastante exactas, como por ejemplo, de Cartagena y su puerto, que considera como uno de los más bonitos del mundo (8). Además, tenemos noticia de aspectos más insignificantes o más importantes que tienen que ver con sus contactos personales, sin que por ello tengamos que entrar en todos los detalles, pero que se refieren especialmente a Cádiz y al Puerto de Santa María. Al igual que Segesser y otros misioneros, Och y sus camaradas se aburrían durante la larga espera hasta que les fuera permitido navegar hasta América:
No teníamos otra cosa que hacer que aprender la lengua española, porque los españoles no son grandes amantes del latín, y aún menos soportaban cuando hablábamos en alemán entre nosotros. La lengua alemana la consideran una lengua de herejes y por eso nos decían siempre: ¡Hablen ustedes en cristiano! (12-13).
En un diccionario descubrió incluso la definición de Germanía como una lengua de bellacos o gitanos (13), pero igualmente se calumniaba abiertamente en España a los bohemios y a los checos, que en un diccionario francés eran definidos igual que los artistas (13), lo que según Och podía suponer un malentendido. En oposición a esto elogia el autor la belleza de la lengua española, que se asemejaba mucho al latín y era fácil de aprender (13). Con gran admiración describe Och la costa y la zona poblada de vegetación a sus orillas, de la que le llaman especialmente la atención los naranjos (14-15).
Tanto Cádiz como Sevilla constituyen puntos importantes en la descripción del viaje de Och, concentrándose especialmente en la arquitectura, los precios de los alquileres, la producción de azulejos y la reputación de ambas ciudades para el resto de los españoles. De la misma manera que se ve obligado a elogiar Cádiz y Sevilla, reniega también de las miserables condiciones del viaje, ya que apenas se encuentran posadas u hospederías donde poder alojarse o descansar (17). El autor se muestra enojado por las míseras condiciones y por los precios excesivos y concluye: «De esta manera se le quitan a uno las ganas de viajar a España» (19).
Och nos ofrece también un enfático relato del gran terremoto de 1755 y del posterior tsunami, como diríamos hoy en día. Detalla cuidadosamente precios, mercancías y otros aspectos económicos que están relacionados con el comercio entre España y el Nuevo Mundo. Observa especialmente el considerable margen de ganancia que los comerciantes consiguen con el vino: «Ahí se ve claramente qué útil y lucrativo es para España el comercio en la India, qué sumas de dinero tan asombrosas son conseguidas allí y por qué los españoles, celosamente, quieren excluir a otras naciones de este comercio» (28).
Toda la atención de los padres jesuitas está puesta, naturalmente, en los esfuerzos para ser embarcados tan pronto como sea posible y ponerse en marcha rumbo a México. Pero los impedimentos burocráticos por parte de los funcionarios españoles despiertan al satírico que Och lleva dentro, que se burla de todo ese minucioso procedimiento que se lleva a cabo en el puerto a la hora de registrar los cuerpos: «Ningún carnicero inspecciona un ternero como nosotros fuimos mirados y remirados por estos señores» (29). Al mismo tiempo informa Och de violentos ataques por parte del pueblo a todo el grupo de jesuitas, cuyo desalojo del barco fue confundido con una supuesta huida de todo el clero, lo que a su vez fue visto como una confirmación de una terrible profecía:
Los de fe más débil, la gente llana acostumbrada a antiguos cuentos, cuando vieron tantos jesuitas salir de una vez, imaginaron que éramos los padres del Colegio y que queríamos ponernos a salvo del peligro y poner pies en polvorosa, y dejarlos a ellos ante tanta necesidad en la estacada (28, recte 30).
Cuando por fin se deshizo el malentendido, todo el pueblo rompió alegremente a reír: «Estaban exultantes, nos deseaban mucha suerte en el viaje y nos dejaron zarpar» (31).
Lo que todo este retraso significó realmente para los padres jesuitas fue que casi perdieron la oportunidad de partir, ya que el nivel del agua del mar era en ese momento el adecuado y, de haberse demorado más la salida, este podría haber bajado, y ello habría hecho difícil, o incluso imposible, el zarpar. Además, surgieron una serie de complicaciones con el capitán, con la tripulación del barco y con un numeroso grupo de viajeros negros. Todo ello lo describe Och muy vivamente y arroja una luz significativa sobre las condiciones de viaje desde España a América. Condiciones, sin embargo, que no son de nuestro interés en este trabajo.
Ignacio Pfefferkorn (1725-1795), nacido en Mannheim (Hausberger, 267-269), aporta asimismo información detallada sobre las relaciones entre los misioneros y los españoles, aunque se limita a aquellos con los que ya había coincidido en México y de los cuales la mayoría ya no podían ser considerados españoles de pura raza, sino descendientes de matrimonios mixtos. Pero incluso en este nuevo contexto parece haber habido tensiones, como así lo apuntan las apreciaciones de Pfefferkorn, que los critica sin excepción como personas poco fiables, incrédulas y entregadas al vicio:
Entre ellos... se encuentran no pocos, los cuales, ¡desgraciadamente!, no tienen temor de Dios, viven apenas sin religión alguna, y a través de su ejemplo impío pervierten a los indios débiles, recién convertidos al cristianismo, y los empujan a menudo a hacer sus mismas maldades (Descripción del paisaje de Sonora, II, p. 420).
De manera global critica el autor la pereza generalizada de los españoles, entre los que incluye a los de la península Ibérica: «No se le puede exigir a ningún español que haga un viaje a pie, por corto que éste sea. Tan sólo una media hora de viaje ya sería razón para la queja» (II, p. 430).
En el tercer volumen, que lamentablemente no ha aparecido publicado, habría hecho Pfefferkorn numerosas indicaciones sobre su viaje de vuelta a Alemania, aunque él mismo señala que tuvo que comedirse en gran medida; por una parte, porque no iba a permanecer tanto tiempo en España como para poder tener esas pretensiones y, por otra, porque otro autor (Büsching) ya había cumplido con esta tarea de forma satisfactoria (II, 8* [sin numeración de página en la impresión]). De hecho, Pfefferkorn tuvo que pasar ocho años en una prisión española antes de recobrar su libertad, lo que naturalmente tuvo que modificar su perspectiva sobre España.
Por último, merece ser citado de nuevo Joseph Och por su extraordinario comentario sobre el genocidio de los pueblos indígenas, que recuerda poderosamente las afirmaciones del famoso Bartolomé de las Casas (1484-1566). En el tercer párrafo, que está dedicado a las «capacidades de los indígenas», comenta amargamente: «La primera crueldad de los españoles fue de tal índole, que miles, incluso millones de almas fueron víctimas de su inhumana mezquindad» (189). Y poco antes afirma clara y llanamente: «Para vergüenza eterna de la humanidad era necesario explicar que esta gente eran nuestros hermanos y verdaderos seres humanos» (ibíd.).
A MODO DE RESUMEN
Si hacemos balance, nos encontramos con una cantidad importante de observaciones dignas de atención que nos ofrecen información sobre las relaciones entre los Jesuitas de habla alemana y la población española, sobre todo en Cádiz, Sevilla y El Puerto de Santa María. A los misioneros alemanes les costó adaptarse al nuevo mundo de la península Ibérica; más de una vez y de forma mordaz se burlaban de las circunstancias de la sociedad española, de la moda femenina, de la forma de presentarse en público de los hombres y de la manera, no muy sugestiva, de preparar la comida. Por otra parte, desde la perspectiva española, ellos son vistos con cierta desconfianza porque procedían de la Alemania marcada por el protestantismo y la lengua alemana era considerada como la expresión del luteranismo. Los misioneros fueron capaces de establecer unas muy buenas relaciones con los altos cargos administrativos eclesiásticos y, como miembros de los Jesuitas que eran, se sentían integrados en la organización global, que se ocupaba de ellos también en España. No obstante, los jesuitas alemanes permanecían marginados, tenían muchas dificultades para dominar el español y obviamente no pudieron establecer buenos contactos personales con la sociedad española. Estaban algo aislados y eran elementos extraños, sobre todo porque se quedaban poco tiempo en España, incluso aunque a veces estos períodos de espera se alargaran durante muchos meses. Pero parece ser que la mayor parte del tiempo lo pasaban como grupo en las casas de la orden y que no entablaron muchas relaciones con la población de la ciudad. Desde un punto de vista intercultural, estas opiniones resultan ser del todo reveladoras en relación con los jesuitas de habla alemana en España, hacen las veces de un espejo que nos acerca el mundo de Sevilla o Cádiz y al mismo tiempo nos ofrecen información importante de cómo percibieron los viajeros alemanes, entre ellos también los misioneros, la cultura española.
(Versión española de María José Gómez Perales)
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1. En línea <http://www.gened.arizona.edu/aclassen/transcription_of_letters.htm> (consulta el 30-04-2010).
HETEROESTEREOTIPOS Y REALIDAD: LOS ESPAÑOLES ANTE LA MIRADA ALEMANA EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX
Margit Raders
Universidad Complutense de Madrid
Dentro del marco de la Xenología o investigación de lo extraño (Fremdheitsforschung) de orientación interdisciplinar e intercultural en que se inscribe este volumen, me propongo describir la imagen de los españoles1 –en la mayoría de los casos distorsionada, estereotipada y abundante en clichés, tópicos y lugares comunes– tal y como aparece plasmada en enciclopedias, manuales y otras obras de carácter geográfico e histórico, así como en libros de viaje de los siglos XVIII y XIX. Para ello presentaré textos de este lapso de tiempo de particular relevancia como hitos en el desarrollo de la cambiante imagen del país, y sobre todo de sus habitantes, entre la «leyenda negra» y la «rosa». La paradigmática cita de Ramond: «Nous ne voyons bien que ce que nous sommes préparés à voir», que a Wilhelm von Lüdemann sirvió de lema para la portada de su libro Züge durch die Hochgebirge und Thäler der Pyrenäen im Jahre 1822 (1826) y de la que, ligeramente modificada, se ha apropiado, ya en el siglo XX, Susan Sontag como aforismo de aparente creación propia –«Sólo se puede ver lo se está preparado para ver»–, me servirá también a mí de leitmotiv en esta comunicación de hermenéutica intercultural.
Como punto de partida es preciso que nos preguntemos qué noción de los españoles predominaba al principio del siglo XVIII en el mundo cultural alemán, o, en otros términos, con qué conocimientos sobre ellos contaban las capas cultas en Alemania, es decir, el público lector. Es bastante probable que este tuviera conocimiento de la «Völkertafel» o del «Leopold-Stich» de Augsburgo, dos retablos que fueron creados entre 1719 y 1725 y que llevaban el mismo título: Breve descripción de los pueblos asentados en Europa y sus características. En ellos se bosquejaban imágenes nacionales que establecían las «características» de los distintos grupos étnicos desde la perspectiva de usos y hábitos sociales comunes (actitudes ante las celebraciones litúrgicas, trajes regionales, enfermedades endémicas, etc.). Característica es aquí la gradación valorativa que se establece, descendente en dirección oriental, y la «puntuación» obtenida por los españoles, francamente positiva frente a otras naciones; así, se pone de relieve su carácter «viril» o «varonil» por oposición a pueblos como el griego o el turco, que son estigmatizados de «blandengues» (weich) y «debiluchos» (schwächlich) como las mujeres (Stanzel, 1997, citado por Basteck, 2001: 20-21). Es fácil de imaginar, además, que los alemanes desconocedores de la obra se mostrarían de acuerdo con caracterizaciones nacionales en circulación como la de los cuatro humores renacentistas –que hacía coléricos a los habitantes del noreste europeo, flemáticos a los escandinavos y los propios alemanes, melancólicos a los españoles y sanguíneos a los italianos–, la de las edades –los pueblos «decadentes» del sur serían la contraparte de los «jóvenes» del norte– o la de los influjos del clima –aquí los pueblos del sur europeo, pretendidamente sensuales, estarían en ventaja frente a la pesadez y parsimonia de los del norte–. Sin olvidar la tipificación de acuerdo con los vicios, que adscribía a los descendientes de los germanos los excesos de la mesa, en tanto que los herederos de la cultura clásica mediterránea serían más proclives a la voluptuosidad.
Disponemos, por otra parte, de la visión de España reflejada en los relatos de viajes por el país, esa terra incognita, que fueron publicados al comienzo de la época que nos ocupa, o incluso antes. Y aquí hay que citar las publicaciones, de larga tradición, de los llamados «escritos polémicos» de filiación evangélica o reformada que someten a una crítica acerba los excesos fanáticos de la variante española del catolicismo (y a sus representantes por excelencia, los jesuitas); especialmente Die neuesten Reisen nach (...) Spanien..., del año 1711,2 o la actitud condenatoria que se transparenta en la Relation du Voyage d’Espagne (1691) de Madame d’Aulnoy –apareció una traducción alemana casi de inmediato–, que valora el país sobre el patrón del «espíritu francés» como lo hace también Des Königreichs Spanien Land-, Staatsund Städte-Beschreibung, worinnen (...) von dessen Innewohnern (...) gehandelt wird (1700), de interés esta última porque fue el precedente de una enciclopedia que representó en Alemania la primera empresa de introducir orden y racionalidad en la exposición de materias, lejos del desorden temático de los lexicones barrocos. Hablamos del Zedler, el Grosses vollständiges Universal Lexicon Aller Wissenschaften und Künste Welche bishero durch menschlichen Verstand und Witz erfunden und verbessert worden (1732-50); en el artículo dedicado a España (1743, vol. 38, columnas 1107-1164) asigna característicamente a sus habitantes «una naturaleza caliente y seca» –lo que no es del todo original, puesto que ya figura en el Itinerarium Hispaniae oder Reiß=Beschreibung durch die Königreich Hispanien und Portugal, que había visto la luz un siglo antes, en 1637–, pero también se recuerda que sus mujeres son coquetas y sus hombres orgullosos (col. 1120 y ss.), imitando la descripción de Madame d’Aulnoy de 1691.
Krebel, autor del libro de viajes Die vornehmsten Europäischen Reisen..., del año 1783, manifiesta ya en su mismo prefacio (p. 5) que ha hecho uso de otras fuentes de información de gran importancia para sus lectores y potenciales viajeros a España; me refiero a los manuales de geografía y de historia de la época. Veamos, pues, qué descripción proporciona de sus habitantes un manual de geografía de mucha circulación entonces, la Neueste Europäische Staatsund Reisegeographie… de Dietmann/Haymann, del año 1764 (pp. 368-370):3
La condición y las características de los españoles (...) de hoy son, comparadas con las que hemos citado arriba, p. 57, sobre los portugueses, sus vecinos, más o menos las mismas; si bien entre ambas poblaciones (...) se dan unos celos intensos y un cierto odio recíproco. El español también, como las demás naciones, tiene su lado bueno y su lado malo, y si bien lo encontramos serio, reflexivo y hasta discreto cuando alabamos su devoción y su fidelidad para con su rey y su señor, su naturaleza imperturbable, valerosa y generosa, o su reserva, también puede vérselo presa de una insoportable altanería, de unos celos furiosos y no infrecuentemente de una furibunda crueldad, a la que, además de a la venganza, el temperamento español es muy inclinado. Un español se inclina a los más extremados excesos en la impudicia y la lascivia, al igual que sus vecinos portugueses, a lo que le dan una buena oportunidad los muchos conventos. La arrogancia, cómicamente fatua, y el orgullo absurdo de los españoles los hacen tan perezosos que se avergüenzan del trabajo, y de esta forma se dedican al juego (al que son muy aficionados por ansia de ganar) o si no a las raterías, cuando menos a la mendicidad. Si es grande su perezoso afán de comodidades, no menos grande es también, por lo menos entre el pueblo, la superstición, y entre los distinguidos y avispados la hipocresía y el disimulo. En lo que toca a su estructura corporal y su aspecto exterior son en su mayor parte de estatura media, esbeltos y delgados, en su color como los portugueses, y en la expresión de su rostro más adustos y temibles que bellos o atractivos, y su aliento no resulta precisamente grato por causa del frecuente consumo que hacen de ajo, rábanos y otras substancias de olor intenso.
Después de una breve alusión a las virtudes que se aprecian en la colectividad
española –la seriedad, la fidelidad al rey, su naturaleza imperturbable, valerosa y desprendida–, el grueso del texto es dedicado a arremeter contra los «vicios nacionales» en un largo listado.
Basta la sencilla operación de leer en paralelo el texto de Dietmann/Haymann de 1764, tributario de la llamada leyenda negra, con la postura, más conciliadora, de Ehrmann en su Neueste Kunde von Portugal und Spanien..., del año 1808 (pp. 244-260), para percibir las modificaciones (en positivo) que en tan sólo cuatro décadas ha sufrido la imagen exterior de los españoles:
En conjunto es posible explicar los rasgos principales del carácter nacional español a partir de los orígenes y las vicisitudes del pueblo, del clima y la restante condición del país, y de las otras características que intervienen en ello, y reducirlos a los puntos principales que siguen, en los que están de acuerdo todos los informadores. Estos rasgos principales son, en efecto, orgullo, seriedad, discreción, amor por la verdad, sinceridad, moderación, probidad, pundonor, bondad de corazón, nobleza de espíritu, coraje y paciencia y constancia inquebrantables. Por el contrario se les reprocha, y no del todo sin motivo, pereza, lentitud, falta de limpieza, avaricia, codicia, exagerado orgullo nacional, arrogancia, fanfarronería, malicia, voluptuosidad y su condición celosa. Pero estos reproches sólo afectan a la parte grosera y sin instrucción del pueblo, ya que en los tiempos recientes el carácter nacional de los españoles ha mejorado y se ha elevado mucho (p. 248).
Así está constituido, tomado en su conjunto, el carácter nacional de los españoles4 (...). Tienen vicios que no pueden ocultarse, pero también buenas, grandes, nobles y sobresalientes cualidades, que, particularmente desde que las costumbres han adquirido un mayor refinamiento, sin duda hacen de ellos una respetable nación que, como todas, tiene sus vicios y sus defectos, pero en la que predomina lo bueno y lo hermoso, por lo menos entre los más cultos (...) Desde hace más de cincuenta años la cultura y las luces, así como el refinamiento de costumbres, han hecho en este país progresos no insignificantes, y si en este respecto los españoles todavía no son aquello que, considerando las múltiples bendiciones con que el país ha sido dotado por la naturaleza, podrían y deberían ser, ello es menos culpa suya, menos imputable a deficiencias de sus cualidades espirituales y de su carácter nacional que a la acción de otras circunstancias exteriores desfavorables, especialmente los vicios y la presión del gobierno y la tiranía espiritual del clero (pp. 259-260).
Por último, Loning, desde la primera página de Das Spanische Volk in seinen Ständen, Sitten und Gebräuchen... (1844), vuelve sobre los elogios, erigiéndose en defensor de los españoles al afirmar que España, este país criticado tan injustamente por muchos y conocido bien por pocos, probablemente tiene más cosas dignas de recordar que los demás países europeos. (...) Considero mi deber hacer justicia al pueblo español frente a aquellos que lo critican duramente y conseguir para él el respeto de mi patria. El país de tantos héroes y virtudes se merece la justicia y el respeto que se le negó por puro desconocimiento de su situación.
Los documentos aportados hasta el momento describen el horizonte de expectativas de los viajeros alemanes desconocedores aún de España. Pasemos ahora revista a algunos libros de viaje (alemanes o de otro origen) publicados en Alemania en el marco temporal que nos interesa, el siglo XVIII y la primera mitad del XIX.
Comencemos por la Sammlung der besten und neuesten Reisebeschreibungen..., de 1783, donde se incluyen los mejores relatos de viaje, entre ellos extractos de los viajes por España editados desde 1770. Muy ilustrado en su formación, el editor razona y matiza sobre la base de una «competencia intercultural» sorprendente en una obra del siglo XVIII (p. 74):
Las diferencias que se dan entre un viajero y otro en las cualidades, el carácter, incluso en la nación, hacen también muy diferentes sus juicios. Es difícil realizar un bosquejo del carácter de toda una nación de tal modo que se corresponda con la mayoría de los individuos que constituyen esa nación. Hasta ahora se ha descrito fundamentalmente a los españoles como perezosos y tendentes al ocio, como orgullosos y apegados a las costumbres antiguas, y, sin embargo, y aun cuando una gran parte de los españoles tuviera esa condición, pensar de cada español en esos términos sería incorrecto e injusto. Por otra parte, han sido descritos como codiciosos de fama, honrados, fieles, generosos, constantes y valerosos, y también estos juicios favorables admitirán un número suficiente de excepciones. Ambos puntos de vista valen tanto en su caso como en el de cualquier otro pueblo...
Un autor que nunca pisó territorio español, Johann Jacob Volkmann –para su compilación Neueste Reisen durch Spanien... (1785-1786) ha explotado informes de viajeros como Edward Clarke–, es de interés por la influencia que ejercieron sobre él las «Statistiken» británicas, y aunque es partidario del análisis diferenciado –en la línea de la Colección de las mejores y más recientes descripciones de viaje de 1783 que acabo de citar–, queda atrapado por el cliché en su pintura de las diferentes regiones (1785: 48):
Del español se dice en un proverbio que es completamente aquello que es. En general, es difícil caracterizar a toda una nación, en especial una que, por así decir, es la mezcla de otras distintas que habitaron el país en tiempos y que realmente todavía en el día de hoy poseen algo distinto en su carácter según las distintas regiones que habitaron. Así, por ejemplo, los catalanes son trabajadores y activos, los castellanos orgullosos y serios, los valencianos perezosos, pero astutos. Todos los funámbulos y los charlatanes de feria son de esa provincia, así como los sirvientes son casi todos de Asturias, y a éstos se atribuye una fidelidad extraordinaria, pero un entendimiento muy limitado. Los gallegos son los más trabajadores, y recorren todo el país para realizar todo tipo de labores duras en el campo o en otros ámbitos...
En el último tercio del siglo XVIII, en Alemania se sigue leyendo, por un lado, uno de los libros sobre España más leídos de la época, el Viaje de España..., de Antonio Ponz (pseudónimo: De la Puente), en su traducción alemana Reise durch Spanien... (1775-1776), cuyo autor se propone despertar el interés del público por la peculiaridad de su país. Por otro, los relatos de autores ingleses y franceses, muy leídos hasta donde sabemos. Como quiera que sea, el público lector de Alemania accede por esta vía a una rica gama de valoraciones sobre el país mediterráneo que van desde el rechazo más terminante hasta la idealización romántica.
Bourgoing, un viajero francés (1789-1790, 1800), en cambio, tiene un cuidado exquisito en reproducir en sus escritos meramente lo que ve, ajustándose a las realidades testadas con una precisión y una ausencia de prejuicios que admira: los usos populares, la estructura social y la económica, las manifestaciones culturales, la política, etc. No extraña en absoluto que sus trabajos hayan sido muy utilizados por quienes le siguieron, entre ellos alemanes como Fischer, objeto de otros estudios míos (Raders, 2005b y 2006).5 Así, por ejemplo, en el volumen segundo de su Neue Reise durch Spanien... (versión alemana de 1790) se ocupa premiosa y profundamente de un icono de la época, el «carácter de los españoles», no sin antes haber sentado, con sus palabras, «La dificultad de dibujar una imagen de una nación que se parezca a cada individuo de esta». Más adelante somete a cuidadoso análisis «El orgullo y la gravedad de los españoles» (cap. 4) y «Las causas de su estilo rimbombante» (cap. 5), para acabar con juiciosas consideraciones sobre «Las consecuencias positivas del orgullo español» (cap. 6). Pero Bourgoing no deja de percibir tampoco las distancias y los contrastes culturales en sentido lato entre el pueblo, más tradicionalista, y las clases rectoras de las ciudades. Sintetizando: es claro que la realidad española del momento se percibe ya de otra manera, singularmente por el empeño de Bourgoing de objetivar y dar cuenta de los cambios que ha ido sufriendo esa misma realidad, más allá de las ideas tenaz y acríticamente transmitidas y cristalizadas como prejuicios. Sobre la etiología de ello, y sobre el obstáculo que supuso para la formación de ideas realistas sobre la cultura española, Victor Aimé Huber ha hecho un clarividente análisis cuatro décadas más tarde en sus Skizzen aus Spanien (1828: XVII-XIX):
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