Kitabı oku: «La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en la Valencia ilustrada», sayfa 5
SABIOS, CIENTÍFICOS Y TÉCNICOS EN LA ILUSTRACIÓN VALENCIANA
José Luis Peset
Instituto de Historia-CSIC
El inicio del mandato de la nueva Corona de los Borbón supuso un cambio importante en la relación del poder con el saber. La herencia de la casa de Austria era rica pero ya se encontraba agostada. De forma tradicional el rey solucionaba sus necesidades de ciencia y técnica a través de tres instituciones, aparentemente muy alejadas. La Universidad era la forma más habitual de conseguir ayudas, sobre todo en el terreno de algunas ciencias como las matemáticas o la física, también, y de forma especial, la medicina. Era una institución creada en la Edad Media por la Corona y el Papado para conseguir, sobre todo, juristas, médicos y teólogos. Otra institución notable era la Iglesia, que disponía de bibliotecas, aulas, tiempo y dinero para dedicarse al saber. Desde luego, eran la teología y el saber canónico los estudios más valorados por ella, pero como mostró López Piñero para el Siglo de Oro, eran muchos los clérigos cultivadores de la ciencia (López Piñero, 1979). Hubo matemáticos, arquitectos, físicos, naturalistas..., incluso, aunque la Iglesia veía con malos ojos el ejercicio médico para sus miembros, aparecen en la Ilustración muy notables personajes interesados en este saber. En fin, el Ejército era notable tesoro de sabios y, sobre todo, de técnicos. Matemáticas, física, astronomía, química, arquitectura, ingeniería, cirugía..., eran actividades de primera importancia. Será junto a la Universidad la institución que más progrese en esta colaboración con la ciencia, pues los ejércitos y la marina necesitaban cada vez más del saber. Sin embargo, las durísimas batallas contra Nelson y Napoleón ponen un triste final a todo este esfuerzo.
Este sencillo esquema me permitirá en esta exposición ir reencontrando a una serie de personajes que han sido mis compañeros. Han sido valencianos –alguno de adopción– que he encontrado a lo largo de mis lecturas, que me han acompañado y enseñado el camino del alejamiento, que es el de la vida. Serán –y no es casualidad– un universitario, un militar y un clérigo, o si se quiere un médico, un físico y un naturalista. Son representantes de esas tres instituciones a las que me he referido, pero también de las principales disciplinas científicas que se cultivaron a lo largo del Setecientos. También lo son de la muy brillante Ilustración valenciana (López Piñero y Navarro, 1995; Navarro, 1985).
LAS AULAS MÉDICAS
Hijo de Aragón, la ilustre personalidad de Andrés Piquer se formó en su tierra, en Valencia y en Madrid, pero quizá es aquí, entre nosotros, donde es recordado con más devoción. Su efigie se ve en los edificios universitarios y sus libros han sido motivo de estudio desde su tiempo hasta hoy. Se ha convertido, de alguna manera, en el patrón de los médicos valencianos, junto a Arnau de Vilanova y Lluís Alcanyís. Estudió Medicina en la Universitat de València y fue profesor de anatomía en sus aulas. Al mediar el siglo es llamado junto a Gaspar Casal como médico de cámara del rey, es decir, como protomédico. Empieza entonces una carrera de honores, en especial a través del Protomedicato y de la Academia Médica Matritense.
En este médico encontramos, como es muy propio del siglo XVIII, tanto al clasicista como al novator. Un buen ejemplo es su libro Medicina vetus et nova, en donde aúna la tradición antigua con la modernidad, y muestra al estudiante que tan necesario es aprender en los viejos folios como en los modernos manuales. Amigo y buen discípulo de Gregorio Mayans, supo conocer con él las maravillas del clasicismo, interesándose en el estudio de los autores antiguos. Se ocupa de la edición de textos hipocráticos, intentando volver a los idiomas puros, que él conocía con dificultad, siempre incluyendo las observaciones y mejoras de los modernos. Pero también propicia en otros libros la lengua castellana como vehículo de la ciencia. El citado está redactado en latín, mientras que la Física o la Lógica lo están en castellano, así como el Tratado de calenturas.
La reflexión hipocrática fue muy importante para Piquer, pero también para la medicina ilustrada y posterior. ¿Por qué? ¿Por qué se resucita un autor de siglos atrás en el momento en que la revolución científica se está introduciendo en nuestras fronteras? El corpus hipocrático muestra una serena actitud ante el enfermar: el valor del justo medio así lo recomienda. También la hace obligatoria el que se trate de un conjunto escrito por diversos autores en un largo plazo. Por esto se puede emplear en cualquier momento de crisis médica, así en contra de Galeno en el mundo moderno. Se reacciona contra los excesos de teoría libresca –que la Universidad propiciaba– y también contra la agresividad de la medicina heredada. Permitía, por tanto, el mirar y observar. Así, al enfermo o al medio, a su salud y a su enfermedad. Se prescribe la observación y la clínica, se tiene en cuenta el medio ambiente, y, en resumen, se respeta éste y al paciente.
Pero también en los escritos hipocráticos hay una apertura a la ciencia, entonces a la ciencia que nace en el mundo griego y que culmina en Aristóteles. Hay un interés por comprender lo que es el cuerpo humano, su salud y su enfermedad. Se adoptan los elementos de Empédocles –dotados de cualidades–, que se combinan para formar humores y partes. Por tanto, no es extraño encontrar a un Piquer interesado en la ciencia moderna, en lo que coincidía con el erudito de Oliva. Se le puede considerar como un novator que se apasiona por el saber nuevo a través de la anatomía y de la física mecanicista, como muestra en los primeros años de su Tratado de calenturas, aunando observación y mecanismo. También de la lógica moderna, aunque con el tiempo seguirá los consejos de Mayans de respetar al maestro Aristóteles. Será un cartesiano, sin llegar a entrar en la difícil física newtoniana, como evidencia Jorge Juan. En fin, a través de la idea de organización, llegará a plantear un modelo moderno del movimiento del cuerpo, tal vez incluso del alma, lo que preocuparía una vez más a don Gregorio. Su llegada a Madrid lo mueve a entrar en un sano eclecticismo, que venía ya impuesto por sus dudas entre antiguos y modernos, entre clásicos y novatores, entre las principales escuelas médicas. Era también una posición adecuada para el ilustre médico de la Corona, que podía así aunar sistemas y realidades. Y para el prestigioso médico, que apoyaba en la observación y el razonamiento su práctica diaria, abrumando con complejas citas «viejas y nuevas» a enfermos y colegas.
También tenemos a Piquer participando en varias instituciones, en primer lugar en la Universidad; en la de Valencia enseñó por unos años. Mejoró la enseñanza y se preocupó, sobre todo, por la redacción de libros de texto. Ésta era notable novedad, pues hasta el siglo XVIII en las aulas se enseñaba por los antiguos tratados de los clásicos, en especial Hipócrates y Galeno, excepto Avicena, que pronto fue desbancado, y se completaban con modernos, que en buena medida eran sus comentadores. Glosar el clásico, reafirmar su autoridad, corrigiendo algunos yerros, introduciendo algunas novedades, era el papel del profesor universitario, del sabio clínico. Con el tiempo, se fueron introduciendo textos más modernos; así, Vicente Peset señaló cómo las Constituciones de la Universidad valenciana en 1733 se interesaban por autores más nuevos, si bien sospecho que se trataba de los libros de Segarra. Piquer, al ingresar en la Universidad y en el círculo mayansiano, se dio cuenta de la necesidad de redactar libros de texto, tal como Seguer había hecho para medicina y Mayans para lengua. Sus Institutiones medicae y su Praxis medica para los alumnos de Valencia fueron libros muy conocidos y usados con diversa fortuna en varias universidades (Peset, 1975; Mestre, 1999). Al final de su vida, al llegar los planes de reforma de las universidades, preparará un notable informe desde su privilegiada posición de poder. Su labor en las aulas valencianas será continuada por Félix Miquel en la Cátedra de Clínica Médica.
También tuvo una notable actividad en Madrid, al entrar a formar parte del Protomedicato, pues esta institución era muy poderosa en el terreno médico. Lo era de forma tradicional, pues los médicos del monarca –como en otras cortes europeas– tenían un poder innegable sobre la formación, profesión y ejercicio de los médicos y cirujanos. El Protomedicato examinaba desde la Edad Media a quienes querían ejercer la medicina. Tras los cuatro años de medicina y el grado de bachiller, con dos años de práctica con médico o institución adecuados, eran examinados para poder ejercer en Castilla. Luego se fue extendiendo esta institución tanto en la Península como en los territorios del Imperio.
La otra institución en la que colaboró fue la Academia Médica de Madrid, en la que ingresa por su calidad de protomédico. Había colaborado en Valencia en algunos proyectos mayansianos en este sentido, pero ahora se integra en una academia ya consolidada. Se había creado ésta tras la sevillana, siendo las dos elogiadas por Feijoo como lugar en que entraba una nueva ciencia, apoyada en la observación y la experiencia, así como en el diálogo. La andaluza procede del reinado de Carlos II, y será confirmada por Felipe V. Reunían estas instituciones las profesiones sanitarias, preocupándose por el saber moderno, científico y médico. La forma de trabajo era la elaboración y presentación de estudios, que eran cuestionados por el censor, luego discutidos y publicados, algunos en forma de revista médica. Los protomédicos son aceptados en la madrileña, ocupando puestos directivos, y en las revisiones de estatutos aumenta el poder de estos médicos reales.
Las academias proceden de tertulias, también las médicas. En ellas se discutía, se hablaba de forma directa entre personajes que eran considerados iguales. El aprendizaje y el ocio eran ocupaciones adecuadas, así como también se disfrutaba de un cierto nivel social. Al llegar la dinastía Borbón, se copian las que Colbert creara en París para el Rey Sol. Pero no aparece ninguna de ciencias, a pesar del interés de Jorge Juan, tampoco ninguna médica de parecido ámbito. Pero sí se van aceptando las de Sevilla, Madrid o Barcelona. Luego, en el siglo XIX, las habrá médicas en las provincias, hasta que queda la de Madrid como nacional. De todas formas, reciben el título de reales, lo que les da importancia, apoyo y mayor influencia. A través de los médicos reales, la madrileña va aumentando sus ámbitos de influencia.
Un papel muy importante fue el de censura de publicaciones, tanto propias como ajenas. Desde luego, en estas academias aparece la figura del censor, que debía velar por la calidad y pureza de las publicaciones. Las memorias de los académicos eran controladas en su valor científico, redacción y lenguaje moderado y, desde luego, en su respeto al altar y al trono. Además, la academia tuvo papel importante en la censura de obras médicas, aspecto en el que Piquer colaboró de forma activa. Era algo usual para los médicos reales, como también sucedía en Francia (Birn, 2007).
Por otra parte, las academias cumplían una importante misión en el terreno de la sanidad, bien en forma de boticas, alimentación, enfermedades crónicas o epidemias. Ya Piquer había colaborado con el Ayuntamiento valenciano en el estudio del problema de los arroces que se relacionaban con las fiebres tercianas, es decir, el paludismo. Los estudios médicos llevaban a la limitación de los campos de arroz en las cercanías de Valencia (Peset y Peset, 1972). También se había preocupado de las medidas que se debían tomar, como la destrucción por el fuego de los enseres de los enfermos considerados contagiosos, según las leyes prescribían. Eran muchos los informes que se hacían sobre aspectos médicos por estas academias. También en relación con el ejercicio, si bien estaban surgiendo los colegios profesionales, que sustituirán a los gremios y a los protomédicos.
AMÉRICA Y LOS MARES
Otro personaje de primera importancia en la Ilustración valenciana es Jorge Juan, el marino que introdujo la física moderna en España. Representa, por tanto, esa segunda forma de ser científico a la que me refería, mediante el ejército. Desde finales del siglo anterior, la escuela de ingenieros militares de Bruselas, que luego se continúa en Barcelona, impartía una notable formación técnica del ejército. Pronto las distintas ramas de éste instaurarán escuelas en la Península para la formación profesional de sus miembros, así la artillería, los ingenieros, los cirujanos o la marina. La forma de entrar en la ciencia moderna de este cuerpo del ejército es de enorme interés para comprender el futuro de nuestra Ilustración. Me refiero a la participación de dos jóvenes guardiamarinas –Jorge Juan y Antonio de Ulloa– en la expedición enviada a Perú por la Academia de Ciencias de París, comandada por La Condamine. En realidad, se trataba de una doble expedición, una enviada a la América española y otra comandada por Maupertuis y dirigida a Laponia. La misión era medir un grado de meridiano para averiguar la forma del planeta Tierra (Lafuente y Mazuecos, 1987).
Una importante discusión en geodesia planteaba la forma de este planeta: si era achatada por los polos o por el ecuador. Se discurría sobre dos tradiciones científicas, la inglesa, en la senda de Newton –que llevaba la razón–, y la francesa, que seguían los cartesianos. La Academia francesa decide que la mejor manera de dilucidar este problema es enviar esas dos expediciones. Para el Perú era necesario el permiso de la Corona española, siempre recelosa de la entrada de rivales en su imperio. Pero el dominio de la dinastía Borbón en España hacía posible conseguirlo. Se logra, pero la condición es que dos marinos de acá acompañen a los franceses. Van otros sabios, como Jussieu, pues también interesaba la historia natural. Esta imposición muestra muy bien los recelos de la Corona hispana ante imperios que rivalizan en el dominio trasatlántico. Pero las consecuencias fueron muy importantes, tanto para Francia como para España. París se convenció de que la Tierra era un planeta achatado por los polos y los expedicionarios realizaron importantes trabajos en astronomía, historia natural, antigüedades, medicina, economía, etcétera.
Los avispados españoles, un valenciano y un andaluz, fueron capaces no sólo de aprender y colaborar, sino también de aportar mucho saber a la expedición. Se convirtieron en sabios y científicos, pues los marinos se comportaban como una academia: se aprendía e investigaba. Todo ello no se consiguió sin problemas, tanto científicos, por las prioridades y calidades de las observaciones, como políticos, por ejemplo las discusiones sobre unas pirámides que se erigieron en el ecuador. Los españoles aprendieron muy bien astronomía, aparte de redactar unas apasionantes noticias secretas que mostraban bien que las expediciones tenían desde el principio un doble papel científico y político, encaminado a estudiar el mejor control administrativo y económico del Imperio. Se quería mejorar tanto la administración y la defensa como la vida y la sociedad. Algunas de las discusiones versan sobre el trato dado a los nativos o acerca de los metales preciosos y los útiles.
Los trabajos de los españoles fueron excelentes, lo que dio como resultado la publicación de las Observaciones astronómicas y de la Relación histórica del viage a la América meridional. Son dos libros que se consiguen con la protección de Ensenada, siendo combatidos por Torres Villarroel y apoyados por Burriel y por Sarmiento. Se convierte el estudio en materia de Estado y sus protagonistas en «asesores» de la Corona, en una «academia» que aconsejó al rey en asuntos de toda índole, desde los más elevados puestos de mando, en la marina, la política y la administración. Los guardiamarinas siguieron una carrera militar, participando en acciones bélicas y nuevas travesías, pero también fueron capaces de aconsejar sobre el gobierno del Imperio e incluso, en el caso de Ulloa, de tener posibilidad de ejercerlo. Viajaron por Francia e Inglaterra, buscando tanto la mejora social como la económica, las novedades militares como las científicas. Mantuvieron excelentes relaciones con sabios extranjeros, así como con las academias de ciencias, en las que Juan ingresó, siendo traducido a las principales lenguas, como había ocurrido con los tratados de náutica renacentistas. Introdujeron entre sus compatriotas nuevos saberes y compraron buenos instrumentos para instituciones de enseñanza. Jorge Juan fue un personaje esencial para la mejora de las escuelas de guardiamarinas, por ejemplo en Cádiz, donde apoyó la introducción de la ciencia moderna, los nuevos libros y los instrumentos necesarios. La presencia de un observatorio astronómico fue siempre básica en la formación de los marinos. También la exigencia en el estudio de la ciencia, como se da en la formulación del «curso mayor» de estudios (Lafuente y Sellés, 1988; Sellés, 2000).
Se introducía una forma nueva de aprender, incluso de carrera profesional. El ejército medieval y moderno estaba mandado por la nobleza, pertenecer a sus linajes aseguraba un puesto a la cabeza de las tropas. Pero en el siglo XVIII se quieren otros caminos de acceso y promoción en el ejército, desde luego los méritos de guerra, pero también los profesionales y científicos. Esta formación sabia de los militares tenía este objeto y así se explica la insistencia de los marinos en formar buenos técnicos. Jorge Juan, en sus estancias en Cádiz –por desgracia, muchas veces interrumpidas por otras misiones–, colaboró en estos cambios. Fueron importantes las tertulias gaditanas, en las que artes, letras y ciencias se discutían. También la flamante Academia de Guardiamarinas, o el Colegio de Cirugía de Cádiz. Quizá entre sus propósitos estaba la fundación de una academia de ciencias semejante a la francesa. Podemos también relacionar este interés con la recomendación a la Academia de Bellas Artes madrileña de encomendar a Benito Bails la redacción de cursos de matemáticas, lo que permitió la formación de buenos profesionales. Los artistas necesitaban matemáticas, perspectiva y geometría, los arquitectos además física, mecánica y técnica. En fin, el libro fue aceptado por las universidades, lo que facilitó la entrada en las aulas de la moderna matemática. Sin embargo, era una carrera en la que se habían adelantado ya las academias militares, al introducir el cálculo infinitesimal, tal como mostró Cuesta Dutari.
Hacia el final de su vida, tiene Juan un extraño encargo: la dirección del Seminario de Nobles de Madrid, desde 1770, año en que regresa de la embajada en Marruecos, hasta su muerte. Era una tarea al parecer de poca importancia para tal personaje, pero muy reveladora de los mecanismos por los que la ciencia se introducía. El Seminario de Nobles deriva del interés de los jesuitas –con los que se educó y también relacionó, por ejemplo con Burriel– por formar a las elites. A principios del siglo XVII habían solicitado universidad en Madrid, con la oposición de las mayores castellanas. Argumentan que en las principales capitales europeas había centros de enseñanza superior, su propia tradición docente y la dificultad de los hijos de la nobleza para abandonar la Corte y el aprendizaje junto a la familia y el trono. Se les concede el Colegio Imperial y, más tarde, por mediación de Felipe V, los Seminarios de Nobles. Tras la expulsión, estas instituciones tuvieron distintos fines, como seminarios conciliares e institutos como el de San Isidro.
Vemos pues a un marino que se acerca a las otras dos formas de enseñanza, las aulas y la Iglesia. No es extraño, los jesuitas habían tenido un papel importante tanto en la Universidad, como en algunas escuelas para militares. Consagrados los jesuitas a la formación de nobles, tenían manga ancha y en el Imperial formaron a ilustres literatos de extracción social inferior. Por tanto, ahora hubo a su vez varios militares al frente del Seminario de Nobles. Se quiere sustituir a la Compañía, pero también mejorar la enseñanza de los aristócratas, con destino en la administración o los ejércitos, pues siempre ocupaban sus más altos puestos. Jorge Juan querrá introducir la ciencia, mejorar la enseñanza del dibujo, de artístico a técnico, e insistirá en los libros y las instalaciones, de ahí el observatorio astronómico. Pero no se consigue atraer a la nobleza, en buena parte por el aumento del gasto, supongo que también por el esfuerzo en el estudio. Se prefería la sangre heredada o vertida a los méritos en el estudio. Nos dice el marino que los estudiantes han pasado de 100 a 15 y los gastos de sesenta mil a doscientos mil reales. El destino es sobre todo el Ejército, pero también la Iglesia. En fin, para su último año había preparado Jorge Juan su discurso Estado de la astronomía en Europa, pero muere antes de pronunciarlo. Suponía la defensa de Copérnico ante una institución de los jesuitas, quienes lo negaron en público. Se añadirá a la segunda edición de las Observaciones astronómicas.
De este modo, volvemos al principio de la carrera de Jorge Juan, esa expedición que supuso la entrada de las matemáticas y la física modernas en España. Sarmiento se hará eco de la importancia de este evento, que consagró la mayoría de edad de nuestro saber. El militar de Novelda se ocupará de la construcción de barcos y de su mejora, siendo un gran experto en navegación. Esto lo llevará a realizar muy notables estudios en mecánica aplicada a la navegación, que supondrán tanto un importante impulso a las instituciones científicas españolas como una aportación notable a la ciencia europea. Entre sus libros, destaca el Examen marítimo. Otros valencianos –y otros españoles– seguirán las sendas abiertas, con los mismos intereses. Así, vemos a algunos ocupados o bien en la mejora de los manuales y libros de estudio, en las medidas de los arcos terrestres y en la cartografía y la topografía, o bien en la introducción del sistema métrico decimal. Debemos recordar a José Chaix y a Gabriel Císcar, este último sobrino de Mayans, autor de una importante propuesta para construir las nuevas medidas a partir de la tradición hispana, lo que suponía una preocupación por la lengua y la cultura propias que siempre fue habitual en estas generaciones de inteligentes militares.
JARDINES Y FLORES
La historia natural es una disciplina básica en el mundo moderno, que cuenta además con una muy importante tradición desde el clásico. Se puede decir que se actualizan las tradiciones heredadas, en especial a partir del Renacimiento. Hay tres líneas principales que se pueden encabezar con tres nombres de la Antigüedad. Una sería la médica, con Dioscórides como apóstol, en la que se acentúan los intereses en la curación del enfermar. Otra, la científica, con Plinio como representante, en la que es esencial la admiración de las obras de la naturaleza. Aúna la curiositas pagana con la contemplatio cristiana, siempre con tirantez entre ambas (Gadamer, 1993). Y, por último, estaría la agrícola, con Teofrasto al frente. En España serían sus representantes Andrés Laguna, Gonzalo Fernández de Oviedo y Gabriel Alonso de Herrera. Personajes de alto vuelo como Francisco Hernández o Cavanilles reúnen varias tendencias.
Hay varios motivos de este auge de la historia natural, en especial la botánica. En primer lugar, la influencia de los científicos europeos, en especial de los franceses y de Linneo. También se relaciona con un gusto estético, en cambio, el prerromanticismo de la Ilustración. Si bien se puede considerar herencia de los paisajes de Velázquez o de los bodegones de Zurbarán, ahora cambian esos códigos de expresión, aprisionando la historia natural –ahora convertida en saber– entre códigos científicos y artísticos, neoclásicos y románticos. Se sale a herborizar al campo, que puede ser la cercanía de las ciudades valencianas, pero también las lejanas tierras de América o de Australia. Se vive un nuevo interés por el paisaje, por la naturaleza bruta, la que nos sobrecoge al llegar a América, como sucedió con Mutis cuando acompañó como médico al virrey. Se puede considerar defensa de la naturaleza pero también defensa del Antiguo Régimen. Es la sensibilidad de Rousseau, es el anuncio del Romanticismo.
Pero también es una muestra del poder real: se representa al joven Carlos III con una rama en la mano a través del pincel de Jean Ranc, y Meléndez hará deliciosas naturalezas muertas para un infante. De la real mano se ponen en marcha el Jardín Botánico y el Gabinete de Historia Natural de Madrid. El primero procede de boticarios y médicos reales, el segundo de un coleccionista americano. Pero está por detrás el interés de poner bajo la real mirada las riquezas del Imperio, que dan valor al rey y son valorizadas por éste. Las expediciones científicas sirven a este deseo y sus magníficas colecciones de semillas, plantas, dibujos, minerales, animales, antigüedades..., son atesoradas por estas instituciones. Los especímenes peninsulares y foráneos son necesarios para la economía que se apoya desde el poder, la agricultura, el comercio, la manufactura, en especial textil, la minería, la medicina y la farmacia. Si se descubre la platina, un oro blanco, también se encuentra el oro verde.
La historia natural como ciencia reúne las tres tradiciones a las que me he referido: se buscan las plantas por su belleza y demostración del orden natural y divino, por su interés por su acción médica, como es el caso de la quina, y por su valor como alimento y riqueza, como sucederá con el cultivo creciente del maíz. Se desea conocer de forma científica las plantas, en general se intenta su descubrimiento, clasificación y descripción. Se quiere mostrar que el botánico afortunado ha sido el primer descubridor, al intentar encontrar nuevas especies y géneros; también hay preocupación por la fisiología de la planta, floración y fructificación, por el sistema sexual, siguiendo a Linneo, pero también por la relación con el medio, que es el camino hacia la geobotánica. Esta línea es la que siguieron los que se interesaron por la geografía humana en el pasado, los que escribieron la historia natural de Indias, o las topografías médicas, que toman a Hipócrates como modelo y se reinventan mediante Cisneros en México, o Casal en Asturias.
Cavanilles pertenece a la tradición de los clérigos ilustrados, si bien su formación es peculiar, ya que estudia Filosofía y Teología en la Universidad de Valencia y con los jesuitas, por lo que entra en el círculo de Vicente Blasco y Pérez Bayer..., y tiene relación con Juan Bautista Muñoz (González Bueno, 2002). Pasa por el seminario de San Fulgencio, un centro de renovación de la Ilustración eclesiástica, y redacta unos «Apuntes lógicos». Pronto, su camino se separará por entero de las aulas o los confesionarios, para convertirse en un elegante clérigo de tipo francés, interesado por la ciencia, la belleza y la sociedad. Entra como preceptor en más elevados aposentos, con la familia del duque del Infantado; también tiene relaciones con Santa Cruz o Aranda. Es cercano pues a la nobleza alta y a la nobleza renovadora, lo que le valdrá mucho en el futuro. De momento, estas relaciones lo llevan a París, la capital cultural europea.
Como preceptor y capellán de la familia Infantado vive en París entre 1777 y 1789, cuando las terribles convulsiones francesas lo alejan. Conoce a muy distinguidos sabios, por ejemplo a los científicos Sigaud de la Fond y Valmont de Bomare, o a André Thouin en el Jardin du Roi (Peset, 1997). Animado y pagado por Floridablanca contesta a Masson, asesorado por Juan Andrés. Estudia botánica, en relación con la Académie des Sciences, con Antoine-Laurent de Jussieu y Jean-Baptiste Lamarck. Conoce la nueva ciencia, en especial le serán de utilidad la historia natural, la física y la lógica. Estudia la Monadelphia linneana, y publica también gracias a Floridablanca hermosos y sabios volúmenes de descripción. Intenta entrar en las instituciones madrileñas, pero tiene la oposición de Gómez Ortega y su escuela. Poco a poco va consiguiendo permisos, hasta que llegará a dirigir el Jardín en 1801, al retirarse el boticario. Será director de expediciones, siguiendo el ansia centralizadora de Gómez Ortega. Asimismo, mantiene fuertes polémicas con sus contrarios en la literatura científica internacional.
Por los rigores de la Revolución vuelve a Madrid, trayendo muchos trajes, un notable herbario y útiles libros comprados durante su estancia francesa. Entra en la Academia de Medicina, y cuenta con el favor de Montijo, Urquijo y Aranda. Aunque persisten allí las polémicas, aporta notables trabajos, como los dedicados a los arroces valencianos, un peligro para el paludismo. También se interesa por las posibilidades terapéuticas de algunas plantas, por ejemplo contra la rabia. Gracias a Floridablanca publica sus Icones y consigue entrar a dibujar en el jardín. En 1791 se plantea la realización de una Historia natural de España. Jovellanos iría a Asturias, él a Valencia en 1791. Busca la felicidad como buen ilustrado, a veces en contra de los terratenientes, los intermediarios e incluso de la Iglesia, que está a favor de propietarios ilustrados. Se publican las Observaciones entre 1795 y 1797, y suponen un importante aporte a la tradición de historias naturales hispanas. Es notable su trabajo geográfico, así como su preocupación por la morfología geológica.
Es consultado sobre la enseñanza en el Jardín, del que en 1801 será su profesor único; aporta su biblioteca, equipo, organización...; mejora las estufas y los semilleros, las relaciones internacionales, propone un manual..., y, por tanto, reforma por completo la enseñanza. Sus estudiantes logran las cátedras e impulsa los jardines botánicos; así sucedió en Valencia a través del rector Blasco. Muere en 1804, por lo que se queda sin publicar su estudio de plantas del Hortus Regius Matritensis. Ampara a Mutis y a su escuela, pero como hábil clérigo también es generoso con los discípulos de Ortega, elogiando mucho las láminas de la expedición del Perú. Aunque reconoce la calidad de las extranjeras, las considera en exceso caras y lujosas. Piensa mejor en unas láminas claras y sencillas, como las de Ruiz y Pavón.
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