Kitabı oku: «Masonería e Ilustración», sayfa 5

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LESSING

Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) fue iniciado a petición propia en Hamburgo el 14 de octubre de 1771 en la logia Zu den drei Rosen, si bien ya no se le menciona a partir de 1780. Tuvo un gran influjo en la masonería alemana, a la que supo dar una ideología espiritualista centrada en especial en la tolerancia religiosa, moral y social. Sus propios trabajos sobre cuestiones religiosas y educativas son los que mantienen los lazos con lo que se podría llamar la ideología masónica.

Lessing, especialmente en sus Diálogos masones (Freimaurergespräche), viene a hacer una verdadera exaltación de la función que la masonería tiene en la formación del hombre. En Ernst und Falk o los Diálogos masones, Lessing utiliza la forma, muy en boga en su época, del diálogo. Ernst, francmasón, explica a Falk lo que es esta orden, sus fines, su razón de ser: comprensión, tolerancia, amor hacia el hombre. La masonería no es algo arbitrario, supérfluo, sino al contrario, una necesidad innata en el hombre y en la sociedad.

La masonería tiende a eliminar las barreras que dividen a los hombres en razas, clases, religiones... La masonería sabe cuándo el patriotismo cesa de ser virtud y la religión se degrada en fanatismo. De ahí que la masonería trabaje por una sociedad mejor. Para ser masón –dirá Lessing– no basta con pertenecer a una logia, sino que es preciso organizar la propia existencia «de forma que contribuya al perfeccionamiento de aquella obra de arte que es la humanidad entera “humana y social”». En síntesis –dirá Lessing–, el deber de la masonería consiste en eliminar todo lo que separe a los hombres.7

HERDER

Por su parte, Johan Gottfried Herder (1741-1803), iniciado en la logia A l’Epée en Riga ya en 1766, concibe la masonería como una comunidad que sería «el ojo y cerebro de la humanidad», y la describe como «una comunidad de hombres (...) que reflexionan sobre el bien de la humanidad (...) y obran en silencio». En sus Cartas para el progreso de la Humanidad (Briefe zur Beförderung der Humanität) habla, pensando en el Ernst y el Falk de Lessing, de una «federación invisible-visible de todos los hombres que piensan en todas las partes del mundo». Su Venerable sería o bien Fausto, o bien Gütenberg; sus tres luces: la filosofía, la poesía y la historia, un triángulo luminoso más allá de las naciones, de las religiones y de las razas.

En su revista Adastrea (1801-1803) dedica igualmente dos capítulos a la masonería, que, por encima de las diferencias sociales y de sectarismos, «llevaría a la época de oro que vive en el corazón de todos nosotros».

Herder atribuye a los masones un papel importante en la vía del progreso por cuanto se ocupa del prójimo a través de la difusión de la religión y del amor, y de la transmisión de una generación a otra de las conquistas de cada una.8

GOETHE

Johann Wolfang von Goethe (1749-1832) solicitó la entrada en la masonería el 13 de febrero de 1780, y poco después, el 23 de junio del mismo año fue iniciado en la Logia Amalia zu den drei Rosen de Weimar. Un par de años después el duque Karl August von Weimar entraba también en la masonería, a la que ya pertenecían varios miembros de la familia de los Brunswick. Goethe perteneció a la masonería durante cincuenta y dos años y durante ellos hubo un término masónico que Goethe apreciaba quizá demasiado, aunque en su justa medida. El término libre. Creerse libre –dijo un día– «porque no se admite nada por encima de sí, es un error; el hombre libre es el que honra lo que está por encima de él». Pero si el ser libre tiene su importancia, la tiene mucho más el caminar hacia el perfeccionamiento del hombre. Tarea, deber y arte difíciles los de la construcción de la humanidad. De ahí el valor simbólico que tienen estos versos de Goethe:

Wills du dass wir mit hinein

In das Haus dich bauen,

Lass es dir gefallen, Stein,

Dass wir dich behauen.

(Si quieres formar parte

De la casa que construimos

Es preciso, piedra, que aceptes

Que nosotros te tallemos).9

FICHTE

Respecto a Johan Gottlieb Fichte (1762-1814), aunque se ignora el lugar y la fecha de su iniciación masónica, se tiene la seguridad de su adhesión, el 6 de noviembre de 1794, a la logia Gunther zum stehenden Löwen en Rudolstadt.

A raíz de su traslado a Berlín, entró en el otoño de 1799 en el Royal Ark zur Freundschaft. El 14 de octubre de 1799 dio una conferencia muy célebre sobre los verdaderos y justos fines de la francmasonería. El mes de noviembre del mismo año y en abril del siguiente pronunció otras conferencias que después fueron recopiladas bajo el título de Filosofía de la francmasonería. Cartas a Constant.

Las concepciones masónicas de Fichte son paralelas a las de Lessing y Goethe, pero se separan en cuanto que él se apoya consciente y fuertemente en el pueblo alemán. Lessing y Goethe se sentían más ciudadanos del mundo.

Fichte, sin embargo, no abandona en modo alguno la idea evolucionista de la humanidad. Según él, el hecho de amar a su patria no excluye su pertenencia a una orden que no hace distinciones entre las naciones. Por esta razón, Fichte ve uno de los fines de la masonería en la eliminación de una instrucción especializada a favor de una educación humana general. En esta dirección debe trabajar la masonería, ya que constituye en cierto sentido un fin en sí misma, al igual que la Iglesia. Si esta última aspira a la religión, la masonería tiene por fin formar y educar al hombre.

Ningún ser es más útil a la comunidad que aquel que ve por encima del lugar que ocupa en su seno. Así, pues, la masonería es la que levanta a todos los hombres por encima de su estado. De esta manera, ella forma los miembros más útiles y más amables de la sociedad; a saber, sabios no engreídos, comerciantes hábiles, jueces buenos, guerreros humanos, buenos padres de familia que saben ser sabios educadores de sus hijos... La influencia de la masonería, de esta forma, es benéfica en cualquier oficio o estado que sea. Al desarrollar el individuo, desarrolla la humanidad. Toda la humanidad debe finalmente formar una sola comunidad puramente moral en un estado único y justo en el que el ser dotado de razón debe reinar sobre la naturaleza.10

De esta forma –al igual que Lessing–, intentó conciliar el amor a la patria y al cosmopolitismo haciendo que el individuo superara los límites del propio ambiente y de la propia clase acercándose lo más posible al tipo ideal del hombre. La sociedad, en cuanto libre reunión de personas distintas por muchos aspectos, permite que cada uno sea partícipe de cuanto los otros tienen de mejor: el intelectual aporta la lucidez de los conceptos, el hombre de negocios la habilidad práctica, el artista y el religioso las dotes que los hacen tales, de modo que se actúa en un mutuo perfeccionamiento y en una continua acción educativa –directa e indirecta– en beneficio no ya de un grupo restringido, sino de toda la colectividad.

FEDERICO II Y VOLTAIRE

Como contrapartida, los testimonios de un pensamiento masónico de Federico II de Prusia y de Voltaire son más bien escasos. Federico II (1712-1786) fue iniciado en la masonería en Brunswick el año 1738, cuando todavía era copríncipe, dos años antes de subir al trono. Parece ser que a partir de 1744 no tomó ya parte activa en la masonería, aunque aceptó el título de protector de la masonería prusiana.11 Precisamente es en la Carta Patente, por la que autoriza y protege la masonería en sus Estados –fechada en Berlín el 16 de julio de 1774–, donde señala que el fin de la institución de esta orden es el bienestar y la utilidad de la sociedad humana, tanto en general como en particular.12

Por su parte, Voltaire (1694-1778) no fue iniciado en la masonería hasta 1778, exactamente siete semanas antes de su muerte, cuando contaba 84 años de edad. Su propia iniciación masónica en la logia Les neuf Soeurs, de París, así como el elogio fúnebre que se le hace en la misma logia unos meses más tarde, son considerados por algunos autores como los grandes acontecimientos masónicos del año 1778.13 No obstante, estos hechos, que conocemos hoy con todo detalle, frecuentemente han sido desvirtuados, como en el caso de Paul Hazard en su obra La Pensée européenne, quien escribe, a propósito de la iniciación de Voltaire, lo siguiente: «Así entró en la masonería el hombre del que la logia se extrañaba de que habiendo trabajado tanto tiempo con ella no le hubiera todavía pertenecido».14

Ciertamente es curioso constatar cómo un maestro tan avezado como Paul Hazard pudiera lanzar tal afirmación. Pues el hecho de que Voltaire fuera recibido en la masonería, al igual que lo fue en la Academia francesa o en la Comedia unas semanas antes de su muerte, plantea el problema de saber si la iniciativa de la logia Les neuf Soeurs respondía a un mero homenaje de respeto y admiración pública y oficial de la obra de Voltaire –ya en el declinar de su vida, cuando se decidió a abandonar su refugio de Ferney y acercarse a París– o más bien, como insinúa Paul Hazard, existía una comunidad de pensamiento entre la masonería y el filósofo. Dicho de otra manera, ¿qué relaciones existían entre Voltaire y la francmasonería? ¿Conocía Voltaire el movimiento masónico de su tiempo? ¿Qué pensaba Voltaire de los masones?

Faucher y Ricker consideran que es, sin duda, importante subrayar, «aunque solo sea para desacreditar ciertas tesis sostenidas por algunos escritores católicos a propósito de la admisión de Voltaire en la masonería, que el Hermano que propuso la iniciación de este escritor, que con tanta frecuencia había fustigado a la Iglesia, fue un sacerdote, el abate Cordier de Saint-Firmin». Es posible que este hecho, así como la presencia de otros doce sacerdotes entre los miembros de la logia que inició a Voltaire, no resulte demasiado elocuente a más de uno.15 Por otro lado, pensar que el verdadero carácter del deísmo o teísmo volteriano fuera inspirado en la ideología masónica tal vez sea igualmente un error. Pues como hace notar René Pomeau, las logias que admitirán a protestantes, incluso a algunos israelitas, profesaban una tolerancia fundada en la religión natural; pero estas ideas no eran en el siglo XVIII propiamente masónicas. Y el que Voltaire las defendiera no prueba que él fuese masón. De la misma forma que tampoco lo prueba el hecho de que utilice la fórmula del «Gran Arquitecto del Universo».16 Aquí se trata de una cuestión de hecho: ¿fue Voltaire masón antes de la iniciación oficial de 1778?

Las Mémoires secrets o Journal d’un Observateur del 21 de marzo de 1778 lo afirman o, al menos, lo sobreentienden. Pero ¿son dignas de crédito? Wagnière, que era masón, niega esta filiación, también por esas mismas fechas, en sus Memorias escritas.17 Posteriormente no han faltado autores que lo han puesto en duda, como Denys Roman, Pierre Chevallier, A. Germain o el propio Daniel Liou, quien en su Diccionario Universal de la Franc-Masonería ni siquiera incluye a Voltaire en su sección biográfica.

En cualquier caso, es seguro que Voltaire no se preocupó de servir a la causa masónica. En la inmensa correspondencia publicada por Théodore Bestermann (más de 20.000 cartas) o en los tres volúmenes que contienen la correspondencia intercambiada entre Federico II de Prusia y Voltaire, se busca en vano un pasaje en el que Voltaire se manifieste como apóstol de la masonería.18

De todas formas, dejando la cuestión de lo paradójico que supone el que de las dos figuras máximas para cierta historiografía como prototipos del masón del siglo XVIII –Voltaire y Federico II– no se hayan conservado demasiados testimonios19 que nos acerquen a una descripción ideológica del masón en cuanto hombre, sí es cierto que, a veces, ciertas actitudes vitales pueden compensar dicha falta de testimonios.


LA ENCICLOPEDIA

Con relación a la Enciclopedia y su pretendida paternidad masónica, el erudito trabajo del prof. R. Schackleton es decisivo, pues después de haber estudiado la cuestión de una posible paternidad masónica de la Enciclopedia concluyó de forma negativa. El número total de los colaboradores de la Enciclopedia es de doscientos setenta y dos. Hasta el presente solo hay constancia de que fueran masones diecisiete. De estos diecisiete se pueden hacer dos grupos: el primero contiene los nombres más ilustres, el segundo el de los colaboradores secundarios.20

En el primer grupo se encuentran el grabador Cochin, responsable del frontispicio de la Enciclopedia, cuya inspiración masónica es evidente; el marqués de Marnesia, admitido en la logia neuf Soeurs en 1782-1783, diecisiete años después de la publicación de su artículo «Ladrón»; Voltaire, autor del artículo «Gusto» al que Diderot añadió un complemento bastante insulso encontrado entre los papeles del difunto Montesquieu, lo que no autoriza a contar a este último entre los cooperadores de la obra; Paris de Meyzieu (miembro de la logia Coustos-Villeroy en 1737); Peronnet, fundador de la Escuela de Ingenieros de Caminos (Ponts et Chaussés), Venerable de Honor de la logia Uranie en 1787-1788, veinticinco años después de haber publicado un solo artículo; el conde de Tressan, masón desde el invierno de 1737; y finalmente el hermano de Jean-Baptiste Willermoz, el doctor Pierre-Jacques Willermoz.

Además, desde el punto de vista ideológico el influjo de estos masones es más bien escaso, pues Tressan solo es autor de cuatro artículos militares; Paris de Meyzieu escribió, a su vez, el artículo sobre la «Escuela real militar», y el doctor lyonés es el autor del artículo «Fósforo». Finalmente, Voltaire –como acabamos de ver– fue hecho masón solo unas semanas antes de su muerte.

El segundo grupo cuenta con nombres menos conocidos. Allí están los hermanos Andry, Béguillet, Cadet de Gassicourt, Chabrol, el conde de Milly, Monneron, Pommerul y Turpin. El único que tiene más celebridad, sobre todo masónica, es el astrónomo Lalande, Venerable de la logia Les neuf Soeurs. Por otro lado, este segundo grupo, y es lo que le distingue del primero, contribuyó al Suplemento de la Enciclopedia publicado en cuatro volúmenes entre 1776 y 1777.

Así pues, entre la Enciclopedia de d’Alembert y la masonería no hay más lazo de unión que la presencia entre doscientos setenta y dos colaboradores de sólo ocho masones, de entre los cuales Voltaire, el más ilustre, colaboró mucho antes de ser masón. Sin embargo en el Suplemento la colaboración masónica es algo más notable. El editor del Suplemento fue el masón Robinet, establecido en Bouillon. Pero es preciso observar que la edición del Suplemento lanzada por Panckouke, también masón, se hizo sin que Diderot consintiera colaborar en ella.

En el mejor de los casos se puede decir que una fracción de la masonería se sintió en unidad de inspiración y de acción con el movimiento filosófico.21

Pero volviendo a la Enciclopedia, sea cierto o no que fuera sostenida por la francmasonería, como afirma Jacques Brengues al decir que es seguro que muchos suscriptores fueron masones y que su difusión tuvo lugar sobre todo en las logias y en salones literarios paramasónicos, es también cierto que la Enciclopedia tuvo sus más feroces enemigos entre ciertos masones: Palisot, el abate Desfontaines, Fréron, Lefranc de Pompignan y algunos otros.22

Tiene más interés saber si la Enciclopedia fue el soporte de la ideología masónica, o si tuvo un origen masónico no tanto práctico o personal cuanto ideológico. En este sentido y al margen de que la Enciclopedia en modo alguno fue iniciativa o ejecutada por masones y en un espíritu masónico, puesto que los maestros de la obra, Diderot y d’Alembert, no fueron ninguno de los dos masones nunca (y lo mismo se puede decir del editor André-François Le Breton)23 –aunque Daniel Mornet, en su obra Los Orígenes intelectuales de la Revolución francesa, haya escrito lo contrario–, no se puede negar, en efecto, la afinidad que existe entre el espíritu de la masonería especulativa, hija de los masones operativos, y las ideas de Diderot y sus colaboradores sobre la dignidad y la importancia de las artes manuales y de las técnicas, aparte de que no se puede ocultar el parentesco existente con el fin fijado por Ramsay en su Discurso a los masones.

RAMSAY

Discurso que constituye –ya en 1736– una llamada a los masones para que colaboren por su parte en un Diccionario universal de las artes liberales y de las ciencias útiles que, aunque proyectado en Inglaterra, evoca ciertamente la Enciclopedia francesa posterior. Al mismo tiempo Michel-André Ramsay (1686-1743) da una definición del papel internacional de la francmasonería, que será considerada como una de sus columnas.

En la versión de marzo de 1736, Ramsay dice en su Discurso que para entrar en la masonería es preciso tener tres cualidades: la filantropía, la discreción inviolable y el gusto por las bellas artes. Pero en el texto de 1737, además de las tres primeras cualidades citadas, el autor añade una cuarta: la humanidad, mientras que la filantropía es reemplazada por la moral pura. Para Ramsay, la masonería no es otra cosa que la resurrección de la religión noaquita, la del patriarca Noé, religión universal anterior a todo dogma, que permite sobreponerse a las diferencias y oposiciones de las confesiones, y cuya necesidad se impone después de las varias luchas teológicas en las que las iglesias cristianas se vieron inmersas a raíz de la Reforma. El texto de 1737, impreso en 1738, invitaba a los masones, con el proyecto del Diccionario, a una tarea intelectual y civilizadora que para Pierre Chevallier sobrepasaba sus intenciones y sus fuerzas.24

En una carta dirigida al marqués de Caumont (1 de abril de 1737) Ramsay describe al francmasón y la masonería, en aquel momento, de la manera siguiente:

Tenemos en nuestra sociedad tres clases de miembros: los novicios o aprendices, los compañeros o profesos, los maestros o adeptos. A los primeros se les enseñan las virtudes morales y filantrópicas; a los segundos las virtudes heroicas e intelectuales; a los últimos las virtudes sobrehumanas y divinas. Antiguamente se permanecía tres meses postulante, tres meses novicio, y tres meses compañero antes de ser admitido a nuestros grandes misterios (los de la Maestría), y por medio de ellos llegar al hombre nuevo para solo vivir la vida del puro espíritu. Pero tras la degradación de nuestra Orden, se han precipitado demasiado las recepciones y las iniciaciones, con gran dolor de todos los que conocen la grandeza de nuestra vocación.

SOLIDARIDAD, TOLERANCIA E IGUALDAD

A la luz de las Constituciones de Anderson y de los numerosos documentos conservados del siglo XVIII podemos preguntarnos cuál era la finalidad de la orden en aquella época, las características que la definían, el modelo de hombre resultante. Los textos masónicos reflejan bastante bien un cierto clima de virtuosa euforia. El abate Desfontaine describe al masón, en 1744, como «un hombre honesto que ejercita los preceptos de la humanidad hacia todos y con un deber particular hacia sus hermanos, a los cuales está unido por un secreto que no puede revelar».25 La sociabilidad y la virtud son, pues, según este autor, lo esencial de la actitud masónica. Se trata de un sistema de relaciones dobles. En una parte cabe situar la «humanidad», concebida como una solidaridad de principio entre todos los hombres, y en la otra una mezcla de predilección y complicidad con que se complace en rodearse de misterio a fin de encontrar uno de los estilos fundamentales de la vida feliz: una comunidad de personas escogidas en el interior de un mundo cerrado.26

Dentro de esta línea de solidaridad, existe un matiz nuevo para aquella época de intolerancia religiosa. La Tierce, en 1745, hace esta descripción de la masonería:

La Orden reúne bajo un mismo espíritu de paz y de fraternidad a todos sus miembros, sean del partido que sean, y cualquiera que sea la comunión en que hayan sido educados, de suerte que cada uno, permaneciendo fiel y celoso de su propia comunión, no por eso ama con menos ardor a sus Hermanos separados. Es cierto que tienen diferencias de explicación en los dogmas, y de servicio en el culto, pero, no obstante, cada uno se atribuye en su comunión la misma esperanza, la misma confianza en el sacrificio eterno de Dios que ha querido morir por ellos. Reunión tanto más admirable cuanto que parece imposible, si una experiencia siempre mantenida en la Orden, no probara que existe realmente, reunión de los corazones, tal como los hombres mejores y más piadosos han deseado también, a falta de la de los dogmas.27

Además de estas características de solidaridad y de tolerancia hay una nota, también clave en la masonería del siglo XVIII: la igualdad. Para el autor anónimo de los Secretos de los Liberi Muratori revelados al público (1786), los miembros de esta sociedad son todos hermanos que no se distinguen, ni por la dignidad y fortuna que poseen, ni por la lengua que hablan, ni por el hábito que llevan, ni por las opiniones que tienen. La igualdad es su primera ley. Según este sistema, el mundo entero es considerado como una república de la que cada nación es una familia, y cada hermano un hijo. Los individuos de esta sociedad, siendo todos hermanos, y hermanos que hacen profesión de ser razonables y virtuosos –añade el mismo autor–, «tienen el deber de amarse, de socorrerse recíprocamente, conducirse con probidad y honestidad con los otros hombres, y ser buenos y fieles ciudadanos del Estado».28

En este sentido, el artículo sexto de las Constituciones exigía ya en 1735 que los hermanos evitaran, sobre todo en la logia, todo lo que pudiera romper la armonía entre unos y otros, como las discusiones y «en especial las disputas sobre religión, las naciones y el gobierno».29

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