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LECCIÓN 3
La oferta es demanda y la demanda es oferta
En la lección anterior quedó claro que el ingreso solo puede provenir del trabajo propio o del ajeno. Y si proviene de este último, únicamente se puede obtener por la fuerza o de manera voluntaria, como podría ser el caso de una donación. Sin embargo, existe otra forma en que podemos hacernos de los recursos de otros: el intercambio.
En una tribu, el cazador de liebre puede intercambiar parte de su carne con el pescador de trucha. Este intercambio voluntario es lo que llamamos mercado. A diferencia de la donación, donde se espera simplemente un regalo del otro y se apela a la caridad, el mercado como intercambio supone que ambas partes produjeron algo, es decir, ambas trabajaron y luego, voluntariamente lo intercambiaron. Ahora bien, la única razón por la cual quien cazó la liebre estaría dispuesto a intercambiar parte de su carne por la trucha, es porque valora la trucha tanto o más, que la carne de liebre que está dispuesto a ceder. Si el cazador de liebre prefiriera quedarse con toda su carne, porque detesta el pescado, no la intercambiaría de forma voluntaria. Al intercambiar la carne de liebre por la trucha, el cazador está «comprando» la trucha y al mismo tiempo «vendiendo» su liebre. Por eso, en toda transacción de mercado ambas partes son compradoras y vendedoras al mismo tiempo. De ahí se explica también que la demanda de un producto, creado por otra persona, implica la existencia de una oferta de otro producto, generado por quien demanda. En estricto rigor, demanda y oferta son dos caras de una misma moneda: todo oferente es a la vez un demandante y todo demandante es a la vez un oferente. Si alguien ofrece algo que nadie quiere, no podrá venderlo y en consecuencia no recibirá recursos para poder demandar lo que otro produzca. Por ejemplo: un reconocido pintor podrá vender sus obras en miles de dólares, lo que le permitirá demandar muchas otras cosas, mientras que otro pintor, totalmente desconocido, podría no vender ni un solo cuadro y por tanto no recibiría recursos para demandar otras cosas.
La idea de que la demanda se apoya en la oferta, es contraria a lo que sostienen algunas escuelas de economía que suponen que la demanda puede existir sin oferta previa. Basta que el Estado gaste dinero, afirman, para que se produzca riqueza en tiempos de crisis. El problema, recordemos, es que el Estado no puede gastar recursos que no provengan de impuestos cobrados previamente.
Si volvemos al ejemplo de la tribu y aplicamos esta lógica, el jefe de la tribu tendría que incrementar la producción de ciertos recursos (que no se producen) a través de subsidios. Podría entonces confiscar la trucha o la liebre para dársela, por ejemplo, al productor de ropa de cuero y estimular su confección. Esto significaría simplemente que redirige recursos de un sector de la economía a otro. Como consecuencia, en el mejor de los casos, se creará más ropa, pero será a costa de que haya menos trucha y menos liebre disponible para ofrecer a los demás. El cazador y el pescador tendrán, como efecto de esta redistribución, menos capacidad de demandar otros productos de terceros, porque les quedará menos para ofrecer ya que parte de su producción les será confiscada. Si ellos solían adquirir armas, dándole al fabricante trucha o liebre a cambio de ellas, ya no podrán hacerlo; y el fabricante de armas «venderá» menos arcos y flechas porque habrá menos demanda, pues los kilos de trucha o liebre con los que le solían pagar fueron destinados, por el jefe de la tribu, a aumentar la producción de ropas de cuero.
Como vemos, lo único que ocurrió con la redistribución es que se redujo la capacidad de demanda de parte del pescador y el cazador para aumentar, en igual cantidad, la demanda por parte de los productores de cuero que son quienes reciben las truchas y las liebres que les han quitado a los anteriores. No hay entonces un incremento neto de demanda porque no hay un incremento neto de la oferta. En otras palabras, no existe un aumento de la riqueza total de la comunidad porque, finalmente, la ropa de cuero que se produce adicionalmente, se crea a expensas de los arcos y las flechas que se dejan de producir. Pero, además, como la demanda está siendo controlada por el jefe de la tribu y, por tanto, no tiene lugar en el mercado, es posible que el líder esté simplemente tratando de beneficiar a un pariente que confecciona ropa, y que tiene poco trabajo porque los demás no necesitan sus productos. O simplemente el jefe esté equivocado al pensar que la ropa de cuero es tan necesaria, pues al no tener conocimiento de cada necesidad en la tribu, no sabe la cantidad real que debe producirse. Si la ropa de cuero fuera tan necesaria habría, sin duda, una mayor demanda de ella por parte de quienes producen otras cosas y no sería necesario estimular artificialmente su producción. Por eso los subsidios estatales son, en general distorsivos y solo le sirven a los beneficiados y no a la sociedad en general. Asimismo, las transferencias tampoco son perfectas en el sentido de poder mantener un efecto neutro sobre la cantidad total de riqueza creada, porque el pescador y el cazador tendrán menos incentivos para producir, ya que parte de su trabajo les será confiscado. Esto llevará a que baje la producción total de riqueza en la sociedad, al disminuir la oferta y por tanto la demanda de otros bienes. Pero además, si el jefe de la tribu contratara a ayudantes para que confiscaran la carne y la redistribuyeran, entonces todos ellos deberían dejar de producir lo que originalmente producían y vivirían ahora de lo que otros producen. Tendrían que consumir parte de lo confiscado, con lo cual se agregará más gente que no produce nada y vive del trabajo de otro, empobreciendo aún más a la sociedad.
Todo lo anterior se vuelve más complejo cuando se introduce el dinero en la ecuación, pero el principio económico fundamental sigue siendo el mismo: imprimir dinero crea demanda en el sentido de que los billetes permiten a su portador exigir algo a cambio, pero esa demanda no es real ya que el portador de ese dinero no ha producido él mismo ningún bien para ofrecer a cambio de lo que demanda. Por eso los países que imprimen dinero para aumentar la demanda, lo único que consiguen es inflación, es decir, que los precios aumenten, pues hay más billetes persiguiendo una misma cantidad de bienes. La sociedad no es más rica con este proceso sino más pobre, pues la inflación transfiere demanda al entregar dinero a quien no ha producido y además genera muchas distorsiones en el ciclo económico al alterar los precios relativos, que no son otra cosa que las relaciones de cambio de unos bienes y servicios producidos con otros.
Un buen economista callejero entiende que el alza de precios después de un incremento de la masa monetaria es inevitable, pues habrá más dinero persiguiendo una misma cantidad de bienes. Esa es la lógica del ajuste de precios: a mayor cantidad de unidades monetarias −dinero− que persiguen la misma cantidad de bienes producidos en una economía, mayor nivel de precios; y viceversa, a menor cantidad de unidades monetarias que persiguen los bienes producidos en una economía, menor nivel de precios. En otras palabras, mayor poder de compra de cada unidad monetaria. En cuanto el dinero no es más que un medio de intercambio, entonces podemos afirmar que, en general, una determinada cantidad de unidades que circulen en la economía cumple la función de cualquier otra. Dicho en forma más simple, si en una sociedad todas las personas que tienen dinero de pronto ven incrementada la cantidad que poseen en diez veces, su poder adquisitivo real será exactamente el mismo, pues todos tendrán diez veces más dinero; y por tanto conservan intacto el poder de reclamo que ese dinero les otorga sobre los bienes producidos. La única diferencia será que el valor de cada unidad será menor. Del mismo modo, si en una sociedad todas las personas que poseen dinero ven disminuida la cantidad que poseen a un diez por ciento, habrá un décimo del dinero persiguiendo la misma cantidad de bienes, con lo cual los precios en general bajarán y por tanto el poder adquisitivo de todos permanecerá intacto. El popular juego de mesa llamado Monopoly puede servir para ilustrar lo anterior. Si repentinamente, todos los jugadores multiplicaran por diez veces el dinero que poseen, no habría ninguna diferencia en su posición dentro del juego, pues el número de propiedades que podrán comprar permanecerá igual (porque son limitadas). La diferencia será que los precios subirán en términos nominales. Así, el hecho de que haya aumentado diez veces la cantidad de dinero en poder de los jugadores, no significa absolutamente ninguna mejora en su situación real como agentes del mercado. Muy distinto sería si solo algunos incrementan la cantidad de dinero en su poder, pues tendrían una ventaja por sobre los demás, que no tuvieron incremento. Si un jugador, por ejemplo, trajera escondidos billetes de otro juego idéntico y los agregara a los suyos, sin que los demás se den cuenta, entonces este jugador verá incrementado su poder de compra a expensas del resto que será más pobre. En otras palabras, este incremento artificial de la masa monetaria, que llegó a través del jugador tramposo, lo beneficiará solo a él. El efecto será que habrá menos propiedades disponibles para que los otros puedan comprar. Lo que ha habido es una expropiación −robo− de la riqueza real o poder adquisitivo de los demás jugadores. Así funciona la mecánica de la inflación creada por los gobiernos a través de los bancos centrales. Si el gobierno aumentara, al doble, el dinero de todos los habitantes de un país, creándolo a través del banco central, las personas reaccionarán muy felices al principio y con el nuevo dinero comprarán los productos disponibles en el mercado. Pero ante la avalancha de nuevas compras, lo que ocurrirá será que la demanda por bienes y servicios aumentará y generará un alza de los precios. La sociedad no estará en absoluto mejor que antes, pues la cantidad de bienes −materias primas, manufacturas, comestibles− será exactamente la misma y los precios aumentarán al doble. Así las cosas, nadie estará mejor, pues de nada sirve tener el doble del dinero si los precios suben también al doble. Sin embargo, la realidad es algo más compleja, pues resulta que sí habrán algunos estarán mejor que otros debido a la inflación. Y esos serán lo que tuvieron la oportunidad de gastar el dinero antes que los demás. Este grupo de personas podrá comprar bienes y servicios a los precios prevalecientes antes de la inflación y por tanto el poder adquisitivo de su dinero será mucho mayor que el de los demás. El grupo de personas que compre después y vaya al almacén con su nuevo dinero, se encontrará con que los precios han subido y que el nuevo dinero no les permite comprar muchos más bienes que antes. Y así continúa el proceso hasta que los últimos en comprar, es decir, los últimos en poner en circulación el dinero recibido, lo harán cuando los precios hayan alcanzado su máximo nivel. Como resultado su dinero les alcanzará para muy poco. De este modo, los que gastaron antes se beneficiaron a expensas de los que gastaron después porque obtuvieron dinero, es decir, papeles que les permiten reclamar parte de lo que otros han producido sin haber contribuido ellos mismos con más producción, esto es, sin haber incrementado lo que ellos ofrecen para tener el derecho a demandar de otros lo que estos han producido. Los políticos recurren a la inflación precisamente para poder financiar el gasto estatal comprando cosas en el mercado antes que el resto. Así evitan la impopular medida de subir impuestos que son una confiscación abierta de la propiedad de los ciudadanos. La inflación, en cambio, es un impuesto encubierto porque confisca parte del ingreso y producción de las personas transfiriéndolo a los primeros en recibir ese dinero sin declararlo abiertamente.
Para resumir lo dicho hasta ahora: en el mercado, es decir, en las relaciones de intercambio voluntarias todos los participantes se benefician. El que entrega la carne de liebre recibe la trucha que valora más y el que entrega la trucha recibe la carne que también valora más. Ambas partes compran y venden al mismo tiempo porque ambas producen y ofrecen simultáneamente a la otra. Esto es lo que se llama juego de suma positiva (el famoso win win, o ganar ganar), pues en esta interacción todos terminan mejor. El robo, en cambio es un juego de suma cero: uno queda peor y el otro mejor. El mercado, a través de intercambios voluntarios, es por definición un juego de suma positiva, que mejora a todas las partes involucradas siempre que se respete la propiedad sobre lo que se ha producido.
La inflación, es decir, la creación de dinero que entra en circulación no enriquece a la sociedad porque la cantidad de riqueza producida no ha aumentado. En otras palabras, no hay más oferta real de bienes y servicios y por lo tanto no hay una mayor demanda real por ellos, pues ya vimos que para demandar algo que otro produjo se debe ofrecer algo que uno mismo ha producido. Lo que hay es un aumento artificial de la demanda debido a la creación de dinero que no está respaldada en la producción. Ello conduce a un alza general de precios que beneficia solo a aquellos que reciben primero el dinero y pueden gastarlo antes de que estos precios suban. Así, la inflación es un robo o confiscación encubierta que transfiere poder adquisitivo de unos a otros que no enriquece a la sociedad y que incluso la empobrece debido a muchos otros de sus nocivos efectos.
LECCIÓN 4
El que intercambia lucra
Esta lección se refiere al concepto de lucro usualmente desprestigiado en la discusión pública. Volviendo al ejemplo del intercambio de la trucha por la liebre, podríamos preguntarnos dónde está el lucro −la ganancia− en ese intercambio. El lucro es un concepto subjetivo porque se refiere a una valoración subjetiva. En este caso quien recibió el pescado, lucró porque obtuvo algo que valoraba más como es la trucha. Y viceversa: quien recibió la carne lucró porque la valoraba más que la trucha. Como advierte todo buen economista callejero, en una relación de intercambio siempre se benefician ambas partes y por tanto siempre lucran ambas partes. Ahora bien, nótese que en esta economía de trueque no significa que cualquier cantidad y calidad de liebre se intercambie por cualquier cantidad y calidad de trucha. Un economista callejero observará que el pescador no intercambiará una trucha de dos kilos por diez gramos de liebre. Tendrá que haber una negociación previa, en la cual el pescador entrega la trucha de dos kilos por, digamos, un kilo de liebre. Además, la carne de ambas debe estar en buen estado. La razón de cambio 2:1 entre trucha y liebre podría darse, por ejemplo, porque es más abundante la carne de trucha o menos demandada que la de liebre con lo cual el valor −precio− de la liebre sería más alto. Para ser exactos el precio de un kilo de liebre en este trueque, es equivalente a dos kilos de trucha. Aquí surge otro concepto que debemos incorporar −y que desarrollaremos en detalle más adelante− y es que toda relación de intercambio implica, por definición, un precio porque este expresa la valoración subjetiva que ambas partes tienen sobre lo que intercambian. El precio además nunca es fijo y va cambiando. Si un año hay abundancia de liebres y escasez de truchas entonces el precio de la trucha subirá en relación al de la liebre, pudiendo quedar, por ejemplo, uno a uno. Igualmente, si una enfermedad afecta a las libres haciendo su carne más amarga el precio de la liebre bajará, aunque todo lo demás permanezca constante. Incluso podría llegar a cero, lo que obligaría al cazador a dedicarse a otra actividad, por ejemplo, a cazar aves.
Con estas simples primeras lecciones, un buen economista callejero puede advertir algo que es esencial. Cuando se dice que es inmoral que ciertos «derechos sociales» como, por ejemplo, la educación o la salud, estén sujetos a lucro o ganancia, se termina cayendo en lo que podríamos llamar «la trampa del lucro unilateral». En efecto, pues los estudiantes que quieren ir a la universidad sin pagarla, entrarían en una relación donde esperan que se produzca algo que a ellos los va a beneficiar pero sin dar nada a cambio, apoyándose en la falsa creencia de que ellos no lucran por recibir educación. Pero la verdad, como hemos explicado, es que la educación sí es un bien económico, porque implica recursos, es escasa y es demandada. Ello significa que alguien debe trabajar para que exista, ya que obviamente las salas de clases, los computadores, los servicios varios de las instalaciones universitarias, los profesores y los libros, no se generan espontáneamente como el aire que respiramos. En tanto bienes y servicios valiosos y escasos, se deben obtener o por la fuerza, o se deben recibir como un regalo, o se ha de pagar por ellos. Esto último, significa producir algo para intercambiarlo −ofrecerlo− a cambio del servicio de educación de manera que quienes producen lo necesario para impartir educación, reciban a su vez algo a cambio de lo que ofrecen. Ahora bien, si compramos educación −salud, vivienda o cualquier otra cosa− estamos lucrando porque valoramos lo que recibimos más de lo que entregamos. Exigir educación «gratis» implica reclamar lucro unilateral porque se obtiene un beneficio (algo valorado), pero sin dar nada a cambio. De ahí que la gratuidad solo pueda ocurrir mediante la confiscación que el Estado hace a través de impuestos, lo que, como vimos, conlleva quitarle por la fuerza parte del trabajo a algunos (que no se benefician directamente), para dárselo a otros que sí se benefician al recibir educación. Nótese que acá solo estamos estableciendo la realidad económica del proceso y no se han emitido juicios de valor, sobre si está bien o mal hacerlo desde el punto de vista moral.
Lo que debe quedar claro, es que cada vez que se le pide algo «gratis» al Estado, se está exigiendo lucro unilateral, mediante la confiscación de la propiedad ajena, es decir, de los frutos del trabajo de otros, ya que, como hemos dicho, no existen las cosas gratis. Puede haber buenas razones para ofrecer educación gratis a quien no pueda pagarla, pero no se puede pretender que no existe lucro unilateral cuando el Estado transfiere forzosamente recursos económicos que, de otro modo, solo podríamos obtener, produciendo algo para intercambiarlo. Así, el argumento de que el lucro solo se produce por parte de quienes cobran por la educación es totalmente falso. Lo cierto es que cuando alguien exige que algo sea «gratis» en el fondo está pidiendo que el lucro sea solo para quien recibe ese algo, sin dar nada a cambio, ya que lo paga un otro que ha visto parte de su producción confiscada mediante impuestos. Hay que agregar además, que la mera existencia de un bien económico como la educación supone lucro, pues nada de lo que ella implica, existiría si no se produjera para ser intercambiado. Que el Estado transfiera demanda a los estudiantes, empobreciendo a quienes les extrae impuestos, no cambia en nada esta realidad. En el mercado, los profesores hacen clases a cambio de salarios, las editoriales cobran por los libros y así sucesivamente. Todo lo que ofrecen los proveedores de la educación lo hacen para beneficiarse, es decir, lucrar. Ahora bien, como en el caso del cazador de liebre −al que se le quita para subsidiar la producción del cuero−, el hecho de que la universidad sea gratis producto de decisiones políticas, genera que la demanda por ella sea artificial debido a que quienes reciben directamente el bien no son quienes lo pagan y por tanto no necesariamente demandan lo que demandarían si pagaran por ello. De ahí la inflación de carreras, investigaciones y profesores sin mayor utilidad y que representan recursos potencialmente malgastados que se ahorrarían en un mercado sin subsidios. Así, por ejemplo, ciertas carreras más rentables como derecho serían preferidas por sobre otras, como antropología, debido a la rentabilidad que le permitiría obtener a quien pagó por ellas.
Todo lo anterior no significa que en el mercado no se produzcan distorsiones o engaños. El punto es que, cuando la gente paga por algo, más temprano que tarde se descubre si existe un engaño y la empresa que hace algo así se ve afectada o quiebra. Cuando hay una demanda asegurada por la transferencia coactiva del Estado, en cambio, el engaño no se descubre del mismo modo y la destrucción de recursos se perpetúa en el tiempo por el beneficio que reciben los grupos de interés que viven de esas transferencias forzosas. Ello explica que ciertos programas estatales de gasto que resultan mal evaluados no se cancelen o que empresas estatales que producen pérdidas subsistan por décadas.