Kitabı oku: «La neoinquisición», sayfa 10

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No pasaron dos días y la prensa de izquierda atacó la iniciativa, consciente de que esta permitía un genuino espacio de libre expresión al alejar a sus autores del asesinato de imagen al que activistas en los medios y redes sociales recurren para silenciar voces que no se ajustan a su ideología. Así fue como The Guardian publicó un artículo de una de sus columnistas afirmando que la llamada «libertad de expresión» era un pretexto para que quienes emitían opiniones quedaran libre de las consecuencias de lo que decían, añadiendo que llamar a alguien un intelectual «controvertido» era legitimar a personas que en realidad son fanáticas y prejuiciosas332. El artículo desacreditó el esfuerzo como «elitista, mimado, incapaz de participar en el ajetreo y el bullicio del mercado de ideas». Adicionalmente defendía las reacciones masivas y violentas en redes sociales, diciendo que no se podía esperar que estas masas enviaran cartas al editor y que condenar su ira era tratar de convertir en víctima a quien había sido perseguido para «santificarlo»333.

La respuesta de Singer, McMahan y Francesca Minerva, otra precursora de la iniciativa que se desempeña en la Universidad de Ghent, no se hizo esperar. Luego de explicar que la columnista de The Guardian había tergiversado absolutamente la intención del journal sin tomarse la molestia de hacer preguntas a sus fundadores antes de escribir su ataque, los intelectuales aclararon que la revista cumpliría los más altos estándares académicos, pero que eso no significaba que debían ajustarse a doctrinas a priori. «Invitaremos objeciones a las ideas, pero buscaremos proteger a sus autores», explicaron, añadiendo que «la mejor manera de responder a las ideas a las que uno se opone es refutarlas, no reprimirlas a través de la coacción o la intimidación»334.

Si bien los fundadores del Journal of Controversial Ideas afirman que se trata de un espacio para proteger a los autores de los ataques de izquierda y derecha, no cabe duda de que los ataques de la izquierda han sido más devastadores y recurrentes y que los casos de carreras académicas arruinadas producto de la movilización de profesores y periodistas de derecha amparados en las turbas de redes sociales han sido más bien escasos. La razón para ello es que la mayoría de los académicos y periodistas son de izquierda más o menos radical, siendo los de derecha liberal o conservadores una minoría marginal. Según estudios de la Heterodox Academy, fundada por Jonathan Haidt precisamente para fomentar la diversidad intelectual en el mundo académico, desde la década de 1990 hasta ahora los profesores en las universidades norteamericanas se han movido dramáticamente hacia la izquierda. Las cifras muestran que, desde entonces, los profesores considerados conservadores han caído de un poco más de 20 por ciento a cerca de 10 por ciento. Los moderados en tanto se han reducido de un 40 por ciento a menos de un 30 por ciento, mientras los de izquierda progresista y radical se han incrementado de un poco más de 40 por ciento a más de 60 por ciento335. Este cambio significa que la academia es mucho más de izquierda que la población americana en general, donde menos de un 30 por ciento se identifica con esa corriente, lo que hace que la brecha entre ambos grupos se haya triplicado en las últimas tres décadas. El autor del estudio, Sam Abrams, profesor de política de Sarah Lawrence College, afirmó que los estudiantes están siendo adoctrinados. «¿Cuando los profesores de ciencias sociales ya no pueden tener discusiones abiertas entre ellos sobre temas políticos porque la disidencia de la postura progresista se trata como una traición?, ¿qué tipo de extremismo político e intolerancia vamos a reproducir entre nuestros estudiantes?», se preguntó336.

Otros estudios anteriores han confirmado el sesgo ideológico de las universidades. En 2016 el profesor de economía de George Mason Daniel Klein, junto al profesor de negocios Mitchell Langbert y el economista Anthony Quian publicaron un trabajo estudiando los registros históricos de votación de académicos de las áreas de economía, derecho, historia, periodismo y psicología en las cuarenta universidades mejor ranqueadas del país de acuerdo a la lista del U.S. News and World Report. El resultado luego de analizar a 7.243 profesores fue que la proporción total de demócratas frente a republicanos es de 11,5:1337. En otras palabras, los republicanos no alcanzan a constituir el 9 por ciento del universo estudiado. Específicamente, las proporciones por disciplina en las cuarenta instituciones fueron: economía 4,5:1; historia 33,5:1; periodismo-comunicaciones 20,0:1; derecho 8,6:1, y psicología 17,4:1. Un dato interesante del estudio es que las universidades más elitistas mostraban niveles de diversidad intelectual más bajos. Así, por ejemplo, en Caltech la proporción de republicanos frente a demócratas era de 13:0; Brown 60:1; Thufts 32:1; Boston University 40:1; John Hopkins 35:1; Columbia y Princeton de 30:1, y MIT 19:1. Enseguida figuran Yale y NYU 16:1; UC Berkeley 14:1; Duke y Stanford 11:1, y Harvard 10:1. Universidades menos prestigiosas como Yeshiva, Wake Forest, Ohio State, Penn Satate y Case Western marcaban proporciones inferiores a 9:1, llegando hasta Pepperdine con 1,2:1.

Estos datos no son irrelevantes porque, como los mismos autores demuestran, los académicos demócratas en general presentan menor diversidad de opiniones entre ellos que los republicanos, adoptando una línea doctrinaria más dura normalmente inclinada a un mayor intervencionismo estatal. En palabras de los autores, «los demócratas, a menudo sin ser muy conscientes de ello, están más profundamente imbuidos en las inclinaciones y mentalidades que delatan el estatismo que los republicanos, que muestran más diversidad y permiten un mayor espacio para el liberal clásico»338.

El ambiente ideológicamente cerrado de las universidades hace que sea hostil con quienes presentan puntos de vista que no sean de izquierda y que quienes ya están dentro tiendan a contratar a académicos que confirman su sesgo valórico e intelectual. Adicionalmente, esto produce que potenciales académicos conservadores abandonen la idea de perseguir una carrera universitaria debido a las menores opciones de éxito y al clima adverso con el que se encuentran. Según los autores, este problema se ha agudizado con el tiempo, pues si en la década de 1970 la proporción profesores en ciencias sociales y humanidades demócratas/republicanos era de 3,5:1 hoy es de 10:1339. En la carrera de historia, por ejemplo, la proporción en 1968 era de 2,7:1 mientras en 2016 era de 33,5:1, lo que constituye un cambio radical en la composición ideológica del profesorado y, por tanto, del contenido de la investigación y el tipo de formación que reciben los estudiantes.

Pero si los profesores han caído en cámaras de eco, en las cuales casi todo su entorno piensa parecido, en el caso del personal administrativo universitario no es muy diferente. Según estudios del mismo Sam Abrams, la creciente y cada vez más poderosa burocracia de las universidades es incluso más de izquierda que los académicos. En números totales solo un 5 por ciento del personal administrativo de novecientas instituciones de todo el país se identificó como conservador, estableciendo una proporción de 1:12 con aquellos que se identifican con la izquierda, dentro de los cuales un 40 por ciento se define como izquierda radical340. Según Abrams, esto tiene efectos perversos sobre el alumnado, cuya experiencia educativa se encuentra fuertemente influenciada por los administrativos de la universidad. Abrams insistió en que «el monocultivo político e ideológico que silencia muchos puntos de vista políticos e ideológicos debe terminar» porque «pone en peligro la libertad de expresión real, la expresión abierta y el intercambio de una multiplicidad de ideas» que son «exactamente los atributos de la educación superior» que se deben proteger341.

Esta falta de diversidad intelectual producto de la hegemonía de la izquierda no solo tiene efectos perversos en la formación de los estudiantes, sino que causa un daño cualitativo considerable en las ciencias sociales, humanidades y la psicología. Así lo demuestra un profundo estudio realizado por Jonathan Haidt, los profesores de psicología José Duarte, Jarret Crawford, Lee Jussim, Philip Tetlock y la socióloga Charlotta Stern en psicología publicado en la revista Behavioral and Brain Sciences de la Universidad de Cambridge. Los autores constatan que en psicología «políticamente, casi todos están a la izquierda». En el paper, titulado «Political Diversity Will Improve Social Psychological Science», Haidt y sus coautores hacen cuatro afirmaciones sobre la realidad de la psicología que sin duda resultan aplicables a otras áreas. La primera es que la psicología académica exhibió diversidad política considerable en el pasado, pero que «ha perdido casi toda en los últimos cincuenta años»342. La segunda es que la ausencia de diversidad política socava «la validez de la ciencia psicológica social» a través de mecanismos como el sesgo de las preguntas a partir de la incorporación de valores de izquierda en ellas y en los métodos de investigación, y además produce el alejamiento de los investigadores de temas de investigación importantes pero «políticamente desagradables»343. En otras palabras, según los autores, producto de la hegemonía ideológica producida, la ciencia se ha puesto al servicio de la ideología. Como consecuencia, sostienen los autores en su tercera afirmación, una mayor diversidad política «mejoraría la ciencia de la psicológica social al reducir el impacto de sesgos tales como el «sesgo de confirmación» —que consiste en considerar solo aquella evidencia que corrobora una tesis afirmada con anterioridad—, empoderando al mismo tiempo a «minorías disidentes» para que puedan mejorar la calidad del pensamiento de la mayoría. Por último, Haidt y sus coautores señalan, coincidiendo con la tesis de Klein, Langbert y Quain, que la subrepresentación de gente que no es de izquierda en la psicología social se debe probablemente a «una combinación de autoselección, clima hostil y discriminación»344.

El daño que el clima crecientemente intolerante y totalitario genera a las ciencias viene también dado por uno de los dogmas más fervientemente promovidos por «los apóstoles de la nueva fe», a saber, la diversidad, cuyos efectos en la música han sido comentados. Según los que algunos llaman «diversócratas», dada la existencia de una sociedad opresiva liderada por hombres blancos heterosexuales, debe incrementarse a través de privilegios artificiales la representación de latinos, personas negras, homosexuales y mujeres, entre otros. Esta doctrina, como ha observado Heather Mac Donald en un excelente recuento sobre la materia, ha llevado a una creciente presión por bajar estándares de exigencia y desplazar a personas más calificadas para cumplir con cuotas de representatividad, todo en desmedro del progreso científico. La National Science Foundation, una agencia del gobierno federal americano que se dedica a la promoción de las ciencias, desarrolló, bajo el gobierno de Obama, todo un plan para hacer ingeniería social de acuerdo a los requerimientos ideológicos de moda. En lugar de contratar a los mejores expertos para llevar a cabo su misión, NSF se comprometió a promover la diversidad de la fuerza laboral, la que definió como «una colección de atributos individuales que, en conjunto […] de características como el origen nacional, el idioma, la raza, el color, la discapacidad, el origen étnico, el género, la religión de edad, la orientación sexual, la identidad de género, el estatus socioeconómico, el estatus de veterano, los antecedentes educativos y las estructuras familiares»345. Desde mucho antes, sin embargo, NSF se ha dedicado a fomentar la ideología victimista financiando programas para entrenamiento sobre «sesgo implícito» —la idea de que todos los que no califican como víctimas son racistas sin saberlo— y microagresiones346. Cientos de millones de dólares de los contribuyentes son destinados a la promoción de la ideología identitaria, incluyendo programas para el «descubrimiento» de contribuciones científicas y matemáticas en minorías como los navajos, uno de los pueblos originarios de Norteamérica, el estudio de «interseccionalidad» en las ciencias —la idea de que personas que concurren en diversas categorías de víctima son oprimidas— y al apoyo económico a académicos que hacen estudios sobre temas relacionados.

El National Institutes of Health, que financia programas de práctica posdoctoral en escuelas de medicina, ha seguido una lógica similar amenazando con retirar el apoyo a aquellas escuelas que no muestren suficiente representatividad de minorías, por lo que, al no haber demasiados practicantes hispanos o afroamericanos, los pocos que existen, aunque no sean calificados, son priorizados. Del mismo modo el NIH exige que la investigación médica tenga representatividad. Así, por ejemplo, los pacientes clínicos deben tener una proporción de género y étnica similar a la de su entorno, lo que complica a los investigadores, pues ciertas enfermedades son mucho más prevalentes en unos grupos que en otros y la composición demográfica no es idéntica en todas partes. El mismo control diversocrático se realiza a distintas facultades que deben contratar expertos en proporción a la diversidad que exhibe su población circundante. En otras palabras, si el 30 por ciento de ella es latina, entonces los investigadores y académicos de la facultad deben ser 30 por ciento latinos o cercano a eso, de lo contrario no se cumple con las exigencias establecidas por las agencias de acreditación347. Todo esto se ha visto reforzado por la creación de burocracias universitarias dedicadas a la realización del dogma diversocrático en los departamentos de ciencias.

Otro de los efectos que ha tenido priorizar la diversidad tribal por sobre criterios objetivos ha sido la disminución de exigencias para grupos de supuestas víctimas a la hora de acceder y cursar sus estudios. Un caso emblemático ha sido el de Bill de Blasio, el alcalde demócrata de la ciudad de Nueva York, quien propuso en 2018 que, como no había suficientes minorías representadas en las ocho escuelas públicas de excelencia que tiene la ciudad, se modificaran los criterios de admisión para aumentar la diversidad. Estas escuelas especializadas se han caracterizado por aplicar exigentes test de admisión que determinan quien entra y quien no, garantizando una alta selectividad basada en desempeño y no en capital económico o social. Con el plan de de Blasio se eliminaba completamente el test y se establecía una cuota de 20 por ciento garantizada para alumnos de minorías348. Este plan es parte de una tendencia general en Estados Unidos y otros países a reducir estándares tanto de admisión como de exigencia dentro de escuelas y universidades, con el fin de hacer «justicia social», algo ciertamente contraproducente e injusto para aquellos padres de bajos recursos que se esmeran porque sus hijos puedan entrar a las mejores escuelas y universidades. Especialmente afectados se ven los asiáticos estadounidenses, cuyos porcentajes en las escuelas han crecido meteóricamente desplazando a todos los demás grupos, al punto de que ocupan más de la mitad de los puestos en las ocho escuelas de élite, donde latinos y afroamericanos en conjunto alcanzan un bajo 9 por ciento a pesar de constituir el 68 por ciento de todos los estudiantes de la ciudad. Es por eso que fue precisamente la comunidad de padres asiático estadounidenses que demandó a la ciudad de Nueva York bajo el argumento de que el plan de de Blassio —cuyo Discovery Program saca a estudiantes de escuelas comunes para enviarlos a las escuelas de élite sin que hayan tomado el test oficial— constituye una discriminación inconstitucional en su contra al marginarlos de aquellas escuelas con altos porcentajes de estudiantes de origen asiático349.

Las universidades en Estados Unidos no son la excepción a esto, razón por la cual la misma comunidad asiática estadounidense demandó a Harvard por discriminar sistemáticamente en su contra para beneficiar a minorías tales como latinos y afroamericanos, históricamente favorecidos por las llamadas «acciones afirmativas». El caso se proyecta como uno que constituirá un punto de inflexión en las políticas de admisión universitaria en todo el país, hace tiempo discriminadoras con blancos y asiáticos en beneficio de los otros grupos. La tesis central de los demandantes es liberal clásica en su esencia; a saber, que a todos se apliquen las mismas reglas en lugar de otorgar privilegios especiales en función de la raza350.

El caso de las escuelas de medicina es sintomático en demostrar ese racismo institucionalizado. Para el año de admisión 2015-2016, por ejemplo, aquellos postulantes a escuelas de medicina en universidades estadounidenses con resultados promedio en los exámenes GPA y MCAT entre 3,40-3,59 y 27-29, la probabilidad de aceptación de postulantes de color fue 4 veces mayor que la de los asiáticos y 2,8 veces mayor que la de los blancos. En el caso de los hispanos ubicados en esos rangos la probabilidad de ser aceptado fue más del doble de los blancos y tres veces mayor a la de las personas de color. En cuanto al promedio de aceptación a similares puntajes, los de color exhibieron una tasa de 81,2 por ciento y los latinos de 59,5 por ciento, comparada con un 30,6 por ciento del resto. En el caso de postulantes con resultados GPA y MCAT bajo el promedio general, los afroamericanos mostraron una probabilidad 900 por ciento mayor de ser aceptados que los asiáticos y 700 por ciento mayor que los blancos. Y en el caso de postulantes con puntajes por sobre el promedio, la tasa de aceptación de estudiantes de color llega a 86,9 por ciento y de hispanos a 75,9 por ciento, mientras la de blancos alcanza 48,0 por ciento y la de asiáticos 40,3 por ciento351. Las universidades en Estados Unidos practican esta política sistemática de discriminación racial en casi todas sus carreras, y aun cuando en varios estados como California, Texas, Washington, Oklahoma y Florida, entre otros, la práctica de preferencias raciales se encuentre legalmente prohibida. Para soslayar esta prohibición legal y llevar a cabo su agenda de justicia social, sin embargo, las burocracias de las universidades han inventado el concepto de que los criterios de admisión son «holísticos». Esto significa que otras supuestas cualidades, como, por ejemplo, el liderazgo, son consideradas para determinar quién entra a la universidad. Desde luego esto es un fraude que le permite a la universidad llevar a cabo la discriminación racial que la ley no permite. De hecho, la probabilidad de ser aceptado en una universidad como una persona de color o latino es tanto más elevada que el promedio, que hay personas que han fingido serlo para ingresar a la universidad. En 2015 el New York Post publicó un artículo de un americano de origen indio llamado Vijay Chokal-Ingam que contaba la razón por la que se había hecho pasar por afroamericano para entrar a medicina352. Ya en los años 90, explicó el autor, la Association of American Medical Colleges (AAMC) estableció un programa para lograr cuotas de diversidad racial en las facultades de medicina. Tras estudiar los datos publicados por la misma AAMC, Chokal-Ingam concluyó que con sus mismas calificaciones tenía muchas más probabilidades de ser aceptado si se presentaba como afroamericano. Como consecuencia decidió raparse la cabeza, cambiar su nombre a Jojo y afirmar que su familia venía de Nigeria. El truco funcionó, entrevista de admisión incluida, y Chokal-Ingam, cuya familia era adinerada, se convirtió así en estudiante de medicina gracias a las acciones afirmativas basadas en discriminación racial. En su opinión, esta política no beneficia necesariamente a los más desaventajados, algo que la literatura ha demostrado largamente353. Además, agregó, disminuye la calidad de la educación médica al no aceptar realmente a los mejores y crea «resentimiento racial» de aquellos que son discriminados. Chokal-Ingam, que finalmente abandonara la carrera de medicina para estudiar negocios, concluyó que esta política racial «fomenta los estereotipos negativos sobre el profesionalismo y la competencia de los profesionales afroamericanos, nativos americanos e hispanos al hacer que parezca que necesitan un tratamiento especial»354.

Lo cierto es que los postulantes blancos y asiáticos con MCAT promedio de 31,8 y 32,8, respectivamente, son mejores que los latinos y afroamericanos, cuyos promedios son de 28 y 27,3355. Esto no significa que no existan individuos latinos y de color que no se encuentren entre los mejores de todos los grupos, simplemente habla de la ley de los grandes números, es decir, de por qué hay más blancos y asiáticos en esas carreras. Pero también da cuenta de cómo la calidad de la medicina se sacrifica por razones ideológicas. Sin duda, a un paciente normal no le interesa la etnia ni el género de su médico tratante, sino que sea el más calificado. Las acciones de preferencia racial no solo conspiran en contra de ese propósito, sino que consiguen restar credibilidad a todos los miembros de los grupos supuestamente beneficiados, incluidos los que legítimamente han llegado a la posición que ocupan.

Como la medicina, la física y la ingeniería están siendo también sacrificadas en el altar de la corrección política. En Escocia, el Scottish Funding Council, alarmado entre otras cosas por el exceso de mujeres en enfermería y el de hombres en ingeniería, ha propuesto una meta fija de 75:25 por ciento de hombres y mujeres para todas las áreas de estudio hacia el 2030356. Este movimiento por la igualdad de género tiene alcance global. La ONU lanzó todo un programa llamado He For She en el cual se insta a los hombres a trabajar por la meta ideológica pretendida. La declaración de He For She afirma que «la gente en todas partes entiende y apoya la idea de la igualdad de género», añadiendo que se trata de un problema «de derechos humanos» y no solo de la mujer. Luego sostiene que «He For She es una invitación para que hombres y personas de todos los géneros se solidaricen con las mujeres para crear una fuerza audaz, visible y unida para la igualdad de género. Los hombres de He For She no están al margen»357.

Por su puesto esto tiene sentido en el contexto de países no occidentales donde por ley se discrimina a las mujeres y se les impide el acceso a oportunidades básicas, además de someterlas a tratos brutales. Pero equiparar, como hace la ONU, la lapidación pública o la mutilación genital que pueda sufrir una mujer en alguna comunidad en África o Asia con la falta de mujeres en física es un absurdo que desvirtúa por completo la real causa igualitaria y liberal que es la de tener el mismo trato ante la ley. Más adelante profundizaremos en este punto cuando veamos cómo las diferencias biológicas entre hombres y mujeres inciden en que tengamos preferencias de vida distintas y cómo ello da cuenta de las diferencias en participación en áreas científicas y humanistas. Por ahora basta notar que, siguiendo esta ideología, varias de las universidades líderes de occidente empeñadas en lograr mayor representación en ciencias computacionales, ingeniería, física, astronomía, entre otras disciplinas identificadas por He For She, han llegado a disminuir requisitos de entrada esenciales para la calidad científica. En algunos casos, por ejemplo, se han eliminado por completo las pruebas de matemáticas y física bajo el argumento de que muy pocas mujeres quieren tomar esos exámenes. Así, University College London se deshizo de requisitos específicos para entrar a estudiar en las facultades de ingeniería porque muy pocas mujeres querían tomar las pruebas de física, mientras Cambridge alteró su currículo haciendo más livianas las matemáticas para que más mujeres optaran por estudiar carreras en ciencias naturales. Esto consiguió que efectivamente la participación femenina se incrementara en un 39 por ciento entre 2010 y 2012358. Oxford, en tanto, extendió los tiempos de las pruebas de matemáticas para ayudar a las mujeres a que les fuera mejor, aunque sin conseguir el objetivo359.

En Estados Unidos, la American Astronomical Society (AAS) ha recomendado que los programas de doctorado en astronomía eliminen el examen GRE en física debido a que perjudicaría a minorías y mujeres que, sin la prueba, tendrían a la larga mejores posibilidades de éxito. En una carta tratando el tema, la presidenta de la organización, Meg Urry, afirmó que «es de vital importancia capacitar a los líderes que ayudarán a nuestra profesión a lograr una verdadera equidad e inclusión, y por lo tanto una comunidad astronómica lo más fuerte posible»360. Cualquiera hubiera pensado que el objetivo de una asociación de astrónomos es el avance de la astronomía en tanto ciencia, pero en los tiempos de corrección política actuales ni el estudio de los astros queda exento de la politización a que conduce la ideología identitaria. Que la AAS tenga un «Comité Sobre la Situación de las Minorías en la Astronomía», otro «Comité Sobre la Situación de la Mujer en la Astronomía» y un «Comité Para la Orientación Sexual y las Minorías de Género en la Astronomía», los que han propuesto la eliminación del GRE obligatorio, da cuenta de que preciosos recursos se están desviando a hacer política de acuerdo a agendas de poder de ciertos grupos en lugar de investigación científica, a la cual debería ser irrelevante por completo el grado de diversidad tribal que exhiben sus cuerpos operativos y académicos.

Estos lineamientos, por cierto, han sido seguidos por universidades como Harvard y otras que ya no exigen el GRE en física para sus programas de astronomía. Y aunque cierta evidencia no concluyente apunta a que el examen no es un predictor de éxito en la carrera, no cabe duda de que la motivación de abandonarlo sea política y no científica, y que evidentemente no se haría si la representación de estudiantes hombres, blancos y asiáticos fuera la excepción. Desde luego, los promotores de esta visión argumentan que mientras más diversa la ciencia mejor será su calidad, como si la comprensión de protones, mitocondrias y cometas se volviera más accesible dependiendo del género, orientación sexual o etnia de quien los estudia. Eso es, sin embargo, lo que parece creer la prestigiosa revista Nature, en cuyo sitio web afirma lo siguiente:

La ciencia tiene un problema de diversidad. Muchos grupos están subrepresentados en la investigación, incluidas mujeres, minorías étnicas, personas con discapacidades y poblaciones socialmente desfavorecidas. La atención al problema está creciendo, y algunas instituciones y comunidades científicas están buscando activamente aumentar la diversidad. Pero aún queda mucho por hacer361.

Los mismos casos de esfuerzo por la diversidad que cita Nature dan cuenta de que la discusión nada tiene que ver con ciencias, sino con ideología. Así, por ejemplo, un científico computacional de la Universidad de Florida en Gainesville cuenta que su contribución a ayudar a las mujeres afroamericanas en ciencias consiste en protegerlas del «sesgo implícito» que los hombres tienen. «Cuando una colega habla, pero luego los colegas masculinos hablan sobre ella, cordialmente los interrumpo y digo: ‘Disculpe, no pude escuchar todo lo que ella tenía que decir’. Si esto sucede repetidamente, entonces debe abordarse como departamento»362. Interrumpir a una mujer mientras habla sería la prueba de machismo que, según Nature, contribuiría a que haya menos mujeres en ciencias, como si los hombres jamás se interrumpieran entre sí y como si no existieran conflictos gigantescos de ego entre científicos. Más sintomática aún es la idea de que otro hombre o la facultad entera deben salir a defender y proteger a la mujer por ser ella incapaz de imponerse por sus propios medios.

Otra de las formas de incrementar diversidad la sugiere un físico de Nueva Zelandia y consiste en no participar en lo que llama «manels», que son paneles compuestos solo de hombres y que son atacados por neoinquisidores de redes sociales que nada tienen que ver con el mundo científico. Según el investigador, esto debe ser celebrado tanto como el hecho de que muchos hombres se están resistiendo a dar conferencias solo con otros hombres. «Durante los últimos tres años, me he negado a participar en los manels. Cuando me invitan a hablar, pregunto si la conferencia tiene un código de conducta y si hay un equilibrio de género entre los oradores invitados», explica363. Lo que no dice este investigador es que otros científicos hombres probablemente se nieguen a aparecer solo con hombres por temor a las hordas de redes sociales y no por una convicción real sobre la diversidad. Y es que, como hemos dicho, nada de todo esto tiene esto que ver con la ciencia en sí misma, la que es completamente ciega al género del expositor. ¿Qué ocurre si los mejores expertos del mundo en un área específica son todos hombres o si simplemente no hay mujeres en una determinada área específica de las ciencias? Nada de eso importa, pues el mismo investigador cuenta que en los casos en que los organizadores han hecho esfuerzos por encontrar mujeres, si no las encuentran él declina participar.

Otro investigador de University of Michigan Medical School sugiere que se debe hacer uso de las redes sociales para atacar a aquellos científicos que comenten los trabajos de mujeres científicas ofreciendo consejos que puedan interpretarse como «mansplaining». «Mansplaining» es básicamente la idea de que cuando los hombres explican de cierta forma algo a las mujeres lo hacen porque las creen incapaces de entender. Como esto depende absolutamente de la interpretación subjetiva de la misma mujer, entonces todos los hombres que expliquen algo a una mujer son potenciales perpetradores de «mansplaining»364. Pero este investigador fue aún más allá de endosar esa delirante categoría creando, con la ayuda de una colega psicóloga, otros nueve tipos de crímenes conductuales que por definición solo pueden cometer hombres hacia sus colegas mujeres. Luego de crear la tabla con las ofensas, la subió a Twitter en la cuenta @9ReplyGuys de modo de que las mujeres científicas tuvieran un link que pudieran adjuntar a sus conversaciones en Twitter donde figurara la información con el tipo de mala conducta en el que, según ellas, sus colegas hombres incurrían al debatirles sus investigaciones365.

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