Kitabı oku: «La neoinquisición», sayfa 9
Las declaraciones de la directora artística y comercial del Royal Albert Hall, Lucy Noble, según la cual los jóvenes se estarían alejando del arte por culpa de «hombres compositores blancos» como Beethoven, Mozart y Bach, pues estos desplazarían a mujeres y compositores pertenecientes a minorías, refuerzan la misma mentalidad que amenaza con politizar a la música297. De hecho, la idea de que la música clásica es intrínsecamente machista y racista ya ha avanzado más de lo que se cree. El festival de música de Cheltenham, el festival de Aldeburgh y el festival de música contemporánea de Huddersfield anunciaron que lograrían paridad de género entre los compositores encargados y los artistas y oradores contratados para 2022. El conservatorio Trinity Laban en Londres anunció que música de mujeres de todas las épocas representará más del 50 por ciento de los programas de conciertos en su año académico 2018-2019, prometiendo incluir más partituras de compositoras históricamente ignoradas298. De este modo se imponen cuotas que al convertirse en obligaciones para quienes las asumen necesariamente privilegiarán a quienes puedan llenar la cuota aun cuando no tengan mejor calidad que otros que no cumplen con el criterio arbitrario de selección. Que The Guardian, como diario de izquierda, declame de manera grandilocuente que «atender la diversidad no perjudica sino que incrementa la calidad»299 no evitará que se sacrifique la calidad de la música por satisfacer un principio ideológico. Es simplemente absurdo suponer, como hace The Guardian, que frente a una cuota habrá proporciones idénticas de personas que llegarán igualmente calificadas y que no se asumirá absolutamente ningún costo en términos de calidad por priorizar el objetivo político e ideológico de cumplir con la cuota antes que con la obligación única de toda organización musical que debería ser la calidad, independiente de quienes la integren. La realidad es que el 77 por ciento de quienes persiguen un grado académico en música y composición en Estados Unidos son hombres y la cifra es similar en el Reino Unido300. Basta ese dato para entender que buscar una paridad 50/50 dejará necesariamente afuera a hombres más calificados para privilegiar mujeres. Pero, además, hay pocas dudas de que las mujeres, entre las que existen compositoras destacadas como Clara Schumann, Hildegard von Bingen y Fanny Mendelssohn, tienen la calidad suficiente como para no necesitar cuotas que las beneficien, y lo mismo puede decirse de compositoras más modernas, quienes, tal como ha ocurrido en otras áreas, encontrarán su espacio frente a las audiencias sin tener la sombra de sospecha que arroja la cuota.
Como en otras áreas, este asalto del tribalismo en contra de la música clásica encuentra respaldo en los infaltables apóstoles de la moral que habitan las mejores universidades de occidente. En 2018 Christina Scharff, profesora del Kings College London dedicada a la promoción de la causa feminista, publicó un libro completo en una de las editoriales académicas más prestigiosas del mundo, denunciando la estructura inherentemente patriarcal y racista de la música clásica en Inglaterra y Alemania. La introducción del libro señala ya que la autora se sitúa en la tradición de Michel Foucault, de los estudios de género, culturales y la sociología, es decir, todo el aparato victimista inspirado en las teorías de la opresión posmodernas, para explicar por qué existe falta de diversidad de género y étnica en la música clásica. El libro incorpora estadísticas detalladas de representación de mujeres y minorías étnicas y entrevista también a sesenta mujeres dedicadas a la música en Berlín y Londres, todos datos que la autora interpreta a la luz de las doctrinas citadas. Interesantemente, las mujeres entrevistadas, según la misma autora, afirmaron que las desigualdades de género en ese mundo no eran un tema relevante. Es decir, las mismas mujeres que Scharff entrevistó para confirmar su tesis descartaban que la baja representación de mujeres y su relación con los hombres fuera un problema, probablemente porque ellas mejor que nadie saben lo bien calificados que están los hombres que integran las orquestas. En la clásica lógica marxista del posmodernismo, la autora, sin embargo, sugirió que estas mujeres eran ciegas a la opresión que sufren, la cual solo puede ser develada por el manejo de sofisticadas teorías accesibles para unos pocos como ella. «Al emplear distintos marcos analíticos tales como la teoría de la individuación, el posfeminismo y el neoliberalismo demuestro por qué las relaciones de poder tienden a ser silenciadas» escribió Scharff, dando cuenta de que los datos son inútiles cuando de antemano se ha decidido encontrar lo que se está buscando301. Y cuando sus entrevistados desestimaban la idea de discriminación racial, Scharff los acusó de utilizar «retórica individualista» describiendo el fenómeno como la unspeakability (no hablar de algo) de las desigualdades injustas302. En un paper publicado en 2015 en preparación del libro, Scharff explicaría el engaño en el que caían los músicos:
Mientras que los músicos brindan una variedad de razones para la subrepresentación de determinados grupos, las desigualdades no son presentadas como una posible explicación. Esto se debe a una cultura más amplia donde el éxito y el fracaso tienden a atribuirse solo a los individuos y donde parece haber poca discusión abierta sobre las fuerzas sociales más amplias que dan forma a las vidas laborales y carreras de los artistas […] el éxito se atribuye usualmente a la aplicación personal, al talento y al mérito, y no es relacionado con el privilegio y el estatus303.
Más adelante Scharff afirmó que esta incapacidad de hablar de las desigualdades derivada de la cultura neoliberal hace que sean «más difíciles de detectar combatir y desafiar» contribuyendo así a su perpetuación304. En otras palabras, aunque no se ven y los afectados no las reconocen, sabemos que existen.
El nuevo lysenkismo
En la década de 1940, en la Unión Soviética, el célebre genetista Trofim Denisovich Lysenko asumió como director de la Academia de Ciencias Soviética, puesto desde el cual, por más de dos décadas, inició una completa purga del conocimiento científico aplicado hasta el momento para ajustarlo a la ideología marxista. La genética mendeliana, pensaba Lysenko, era una expresión burguesa que debía ser superada para dar paso a la verdadera genética que era la revolucionaria y que los científicos de la época debían adoptar so pena de ser enviados a prisión o de ser ejecutados. Entre otras medidas, Lysenko prohibió los abonos, impuso la utilización del trigo de los faraones y proscribió las hibridaciones, todo lo cual llevó a un retroceso colosal en investigación científica y a la hambruna de cientos de miles de personas luego de que la producción agrícola, cuya economía había ya sido arruinada por la colectivización, cayera a la mitad305.
Aunque ejemplos como el de Lysenko disten mucho de la realidad actual, la mentalidad que busca someter la ciencia a la ideología en occidente se encuentra más viva de lo que se suele creer. Ya hace casi dos décadas, el neurocientífico de Harvard Steven Pinker advirtió que la ideología estaba impidiendo la aplicación de políticas basadas en evidencia científica. En su obra The Blank Slate, Pinker fue particularmente severo con aquellos ideólogos de raigambre marxista según los cuales la naturaleza humana no existe, atribuyendo las distintas diferencias que se aprecian entre grupos a la idea de que serían «construcciones sociales». Según Pinker, hablar de la naturaleza humana, es decir, de la idea de que venimos con un cableo cerebral y genes que definen largamente lo que somos, y por tanto nuestras diferencias individuales y grupales con otros, se ha convertido en un «tabú» y la discusión en «una herejía que debe ser erradicada»306. Esta negación de la naturaleza humana por razones ideológicas, sugiere Pinker, habría infectado toda la vida académica yendo en contra del sentido común más elemental. Como consecuencia, señala, se han generalizado ideas absurdas, la más común es aquella según la cual no hay diferencias innatas entre hombres y mujeres que nos hacen diverger en nuestras conductas y elecciones. Además, agregó Pinker, los intelectuales dicen en público una cosa y en privado lo que realmente creen, presionados por la corrección política, todo lo cual ha llevado a que se desacredite el discurso intelectual frente a la ciudadanía.
Ejemplos de cómo la ideología identitaria y el aura posmodernista están corrompiendo las ciencias al punto de llevar a verdaderas purgas de científicos abundan. Un caso emblemático se produjo en 2015 con sir Tim Hunt, ganador del premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre división celular, esenciales para avanzar en el combate contra el cáncer. Hunt, de setenta y dos años en ese momento, perdió su puesto en la University College London (UCL) —entre otras instituciones— y su carrera fue totalmente arruinada luego de que en un almuerzo en el contexto de una conferencia científica en Corea del Sur afirmara que el problema de trabajar con mujeres en el laboratorio era que se producían relaciones amorosas con ellas y que luego, si se les criticaba, se largaban a llorar307. Bastó un tweet de una feminista profesora de periodismo llamada Connie St. Louis, presente en el lugar, para que las hordas de las redes sociales se movilizaran y, luego de convocar a sus aliados en la prensa, arruinaran a Hunt. Tras forzar su renuncia, UCL emitió un comunicado oficial alejándose del Nobel como si fuera un personaje tóxico, pero no sin antes confirmar su lealtad con la doctrina de los neoinquisidores: «UCL fue la primera universidad en Inglaterra en admitir a mujeres estudiantes en igualdad de condiciones que los hombres, y la universidad cree que este resultado —la renuncia de Hunt— es compatible con nuestro compromiso con la igualdad de género»308. Como bien analizó Freud, el que rompe un tabú se convierte él mismo en tabú.
Luego de aclarar, con tono de pánico, que Hunt solo tenía una posición honoraria y que «jamás había sido empleado de UCL en toda su carrera» ni había recibido un salario de la institución, UCL agregó que, al aceptar la renuncia al cargo honorífico, había enviado «una clara señal de que la igualdad y la diversidad son verdaderamente valoradas»309. St. Louis en tanto, publicó un artículo en el diario The Guardian diciendo que la historia de Hunt seguía «un patrón típico de opresión» sugiriendo que quienes lo defendían, entre ellos ocho premios Nobel y Richard Dawkins, lo hacían porque representaban los intereses del establishment. Solamente un profundo arrepentimiento y el reconocimiento público de que lo que decía era falso podría haberlo absuelto, sugirió St. Louis en el clásico tono de quienes hacían arder brujas310.
Así caía Hunt, perseguido por la neoinquisición, que no tolera un mínimo de herejía ni le interesa debatir los argumentos o conocer los hechos tras el crimen de pensamiento detectado y afirmado por la turba. La historia real de las palabras de Hunt, por supuesto, se conoció después y era muy distinta a la versión transmitida por la prensa y alimentada por legiones de feministas, quienes retrataron al Nobel como un monstruo sexista y machista de la peor calaña. Según consignaron testigos y grabaciones del episodio, el comentario fue realizado en tono de broma, la cual fue recibida a carcajadas por las mujeres que se encontraban en el lugar y no, según consignó la prensa, con estupor. Pero, además, Hunt no solo dijo que había un problema con tener hombres y mujeres trabajando juntos en laboratorios debido a las crisis personales que esto, en su experiencia, solía generar, sino que alabó a las mujeres científicas afirmando que debían seguir adelante con su trabajo porque era fundamental para el desarrollo. El comentario completo de Hunt fue el siguiente:
Es extraño que a un monstruo tan chovinista como yo se le haya pedido que hable con mujeres científicas. Déjenme contarles acerca de mis problemas con las chicas. Tres cosas suceden cuando están en el laboratorio: te enamoras de ellas, se enamoran de ti y cuando las criticas, lloran. ¿Quizás deberíamos hacer laboratorios separados para niños y niñas? Ahora en serio, estoy impresionado por el desarrollo económico de Corea. Y las mujeres científicas jugaron, sin duda, un papel importante en ello. La ciencia necesita mujeres y ustedes deben hacer ciencia a pesar de todos los obstáculos y de monstruos como yo311.
Cuando la historia real se conoció, The Guardian emitió un comunicado disculpándose por la cobertura sesgada que había dado al caso; el presidente de la Royal Society, Paul Nurse, defendió a Hunt en BBC culpando del episodio a las hordas de Twitter, y un duro editorial de The Times de Inglaterra habló de que Hunt había sido «traicionado» por UCL afirmando que «el rector y el consejo de la universidad han sido sordos a la razón, ciegos al sentido común y guiados por un pensamiento de grupo superficial, cuando se requería un compromiso profundo con el intelecto y la libre expresión»312. Según The Times, UCL se había dejado llevar por «una testigo sesgada de credenciales cuestionables que sacó treinta y nueve palabras de contexto» que se usaron para «destruir la reputación de un distinguido científico sin base alguna». UCL, terminó el editorial, debía pedir disculpas a Hunt «tragándose su orgullo» y ofrecerle de regreso su puesto en lugar de encerrarse en un búnker de pretendida superioridad moral313.
Aunque Hunt fue defendido por autoridades, diversas mujeres científicas a quienes había promovido y algunos medios, su reputación fue permanentemente dañada por el resentimiento feminista y el activismo político de la prensa que lo persiguió, sentando un precedente nefasto para la discusión científica. A favor de Hunt, por cierto, jugó el hecho de que lo que dijo fue sacado de contexto. La pregunta es qué habría pasado si la broma hubiera sido tal cual como la retrató St. Louis. ¿Entonces sí habría sido justificado el hecho de destruir la carrera y reputación de uno de los más grandes científicos vivos de la humanidad?
No son solo comentarios o bromas las que pueden meter en problemas a los científicos —o a cualquiera—, sino los resultados mismos de sus investigaciones. Un caso orwelliano fue el que se dio con el profesor de matemáticas Theodore Hill, autor principal de un paper cuyas conclusiones políticamente incorrectas no solo llevaron a masivos ataques en su contra, sino a que el trabajo, que ya había sido publicado en un journal de matemáticas, fuera luego retirado por su contenido ofensivo.
El paper de Hill se refería a la teoría de la Greater Male Variability Hypothesis’ (GMVH), la que deriva de una observación ya hecha por Darwin, según la cual la distribución de una serie de características tiene una estructura distinta entre machos y hembras314. En el caso de los humanos, una de ellas, que Hill se propuso testear con modelos matemáticos, es la inteligencia. De acuerdo a la GMVH, si bien en promedio las inteligencias de hombres y mujeres son muy similares, la distribución dentro de los grupos se da de diferente forma. Mientras los hombres tienden a concentrarse en los extremos, las mujeres tienden a hacerlo en el medio. Esto significa que hay más hombres de muy baja inteligencia que mujeres de muy baja inteligencia, pero que también hay más hombres de altísima inteligencia que mujeres. Así se explicaría, dice Hill, por qué hay más hombres representados entre los premios Nobel, entre grandes compositores y campeones de ajedrez y también el hecho de que haya mayor cantidad de hombres criminales, suicidas y vagabundos315. Con la ayuda del profesor de matemáticas de Pennsylvania State University, Sergei Tabachnikov, Hill elaboró el paper planteando esas conclusiones, recibiendo diversos elogios de sus primeros lectores, incluida una connotada profesora emérita de matemáticas y editora del journal Mathematical Intelligencer, donde Hill y Tabachnikov esperaban publicarlo. Luego del proceso de peer review y edición, el paper fue aceptado, pero al leerlo en la web de Tabachnikov un grupo activista de su universidad llamado «Mujeres en matemáticas» le advirtió que si bien el paper podía ofrecer material interesante para un debate científico, su efecto podía ser que «mujeres jóvenes impresionables» se alejaran de las matemáticas producto de sus conclusiones. Ese sería el inicio de un escándalo de proporciones colosales en la facultad, cuyo jefe de departamento explicó a Tabachnikov que la libertad de expresión y académica a veces entraban en conflicto con otros valores de la universidad, refiriéndose a la igualdad de género. En otras palabras, lo que el jefe de departamento estaba diciendo era que la ciencia debía someterse a la ideología. No mucho tiempo transcurrió y los autores recibieron la noticia de que National Science Foundation (FSN) retiraría todo el financiamiento para la publicación del trabajo, algo sin precedentes en la historia de la organización. La razón de la medida fue una carta enviada por dos profesoras feministas de Pennsylvania State University, en la que expresaban su repudio y preocupación sobre el trabajo, sin refutar su contenido. El mismo día, la editora del Mathematical Intelligencer les comunicó que retiraría de publicación el paper por las reacciones que podía desatar, argumentando que sus conclusiones podrían ser utilizadas por la prensa de derecha. No había, dijo la editora, cuestiones científicas que objetar al trabajo explicando que las razones eran políticas, ya que el paper podía ser comparado con la remoción de estatuas de soldados confederados en Lexington y Kentucky. Pero la mayor responsable de la retractación de la publicación fue una profesora de matemáticas de la Universidad de Chicago llamada Amie Wilkinson, quien recurrió a su padre, un connotado experto en estadísticas para que exigiera al Intelligencer que retirara el paper. Tabachnikov y el colega que había hecho las simulaciones computacionales, en tanto, decidieron retirar sus nombres de la publicación, pues a esas alturas sus carreras ya estaban amenazadas. Hill por su parte, profesor ya retirado que no enfrentaba igual amenaza, siguió adelante, esta vez con el New York Journal of Mathematics (NYJM), una revista online que se mostró interesada en la publicación. Luego de revisarlo y publicarlo, la revista decidió repentinamente bajarlo de su plataforma debido a que uno de los miembros del directorio de NYJM era casado con Wilkinson. Siguiendo la línea de su esposa, el marido movilizó al directorio de modo que la mitad de este amenazó con renunciar si no se retiraba el paper, advirtiendo que destruirían la revista una vez que estuvieran fuera. Ante esa amenaza existencial, el editor decidió retirar el trabajo. Paralelamente, Wilkinson utilizaba las redes sociales para atacar al Intelligencer y al NYJM, incluyendo a los miembros del directorio. Como último recurso, Hill escribió al presidente de la Universidad de Chicago, Robert Zimmer, haciéndole ver la conducta antiética de Wilkinson y de otro profesor de esa universidad, quienes con su activismo habían restringido su libertad de expresión y la de sus coautores, lo cual transgredía el compromiso que la Universidad de Chicago había adquirido oficialmente con este principio. Zimmer, en lugar de ser consecuente con el juramento de su universidad, optó por defender a sus académicos.
El relato de Hill concluyó advirtiendo que no se podía permitir «que la búsqueda de una mayor equidad e igualdad interfiera con el estudio académico desapasionado», pues no importa «cuán desagradables puedan ser las implicaciones de un argumento lógico», lo que se debía hacer, dijo, era permitir que se sostuviera o cayera por sus méritos y no por su «conveniencia o utilidad política». Y en este caso, agregó Hill, todas las instituciones involucradas se habían «rendido a las demandas de la izquierda académica radical para reprimir una idea controvertida»316.
Un caso similar ocurrió con el paper «The Case for Colonialism», publicado en el Third World Quarterly y luego retirado tras una revuelta en contra de la prestigiosa editorial Taylor and Francis, responsable de la publicación. La declaración de la editorial justificando la decisión da cuenta del nivel de virulencia al que ha llegado la ideología de la corrección política. Si bien estaba demostrado, argumentó la editorial, que el ensayo se había sometido a una revisión doble y a ciegas por pares académicos, «el editor de la revista posteriormente recibió amenazas graves y creíbles de violencia personal»317. Como consecuencia, concluyó Taylor and Francis, se había decidido retirar el trabajo. Pero la crisis fue aun mayor de lo que sugería la nota de retiro. Enfrentados a un paper que aportaba evidencia sobre que el colonialismo había sido algo en general positivo y legítimo, los indignados ideólogos que predominan en la academia intentaron destruir el journal por completo. Quince miembros del directorio de un total de treinta y cuatro renunciaron y diez mil académicos firmaron una petición demandando el retiro de la publicación, señalando que el «ofensivo artículo» había traído la «condena generalizada de académicos de todo el mundo». Enseguida, y sin refutar uno solo de los argumentos del paper, los firmantes cuestionaban sus méritos académicos, sugiriendo que ninguna investigación que arrojara resultados distintos a los que ellos daban por ciertos podía ser considerada académicamente seria. Finalmente, los académicos aseguraban, negando lo evidente, que no era su intención restringir la libertad de expresión del autor, sino elevar los estándares e integridad de las publicaciones académicas318. Ante esta marea de intolerancia el autor, un profesor de ciencia política de Portland State University llamado Bruce Gilley, quien tenía una larga lista de publicaciones en revistas de prestigio, se vio forzado a apoyar el retiro de su publicación pidiendo disculpas por «el dolor y la ira» que había causado a tanta gente. Gilley, sin embargo, no eliminó la publicación de la web de su universidad, donde se encuentra disponible hasta la fecha en que se escriben estas líneas319.
La explicación de los signatarios, como es obvio, no hace sentido y no solo porque no refutaron el contenido del artículo, sino porque la primera razón que daban para censurarlo es que era «ofensivo». Más aún, según los quince miembros del directorio que renunciaron, era Gilley quien había «violado la libertad de expresión» al publicar un artículo que «ofendía y hería»320. Quince connotados académicos afirmaban así que la libertad de expresión es incompatible con la posibilidad de ofender mientras otros exigían que a Gilley no se le publicara nunca más en ninguna revista académica sobre ningún tema, e incluso que la universidad de Princeton le revocara el título doctorado por ser un «supremacista blanco»321.
Como es evidente, la atmósfera intoxicada de dogmatismo que caracteriza a buena parte del mundo académico no queda circunscrita a las publicaciones. El famoso escándalo que llevó a renunciar al presidente de Harvard, Larry Summers, en el año 2006 muestra que ciertos temas son tabúes cualquiera sea el espacio en que se traten. En un pequeño seminario en enero de 2005, Summers dio una charla en la que intentó contestar a la pregunta sobre por qué había pocas mujeres en ciencias. En la línea de Hill, Summers, un connotado economista, cuestionó que la razón por la cual se dieran estas diferencias de representación tuviera que ver con discriminación, atribuyéndolas más bien a diferencias naturales entre ambos géneros y al mayor interés que exhiben hombres por carreras científicas. Las observaciones de Summers, basadas en diversas investigaciones científicas, desataron una tormenta a nivel mundial, llevando eventualmente a movilizaciones dentro de la misma universidad que forzaron su renuncia.
Una suerte similar corrió el joven ingeniero estrella de Google, James Damore, más de diez años después, quien sería despedido de la empresa luego de publicar un memo titulado «Google’s Ideological Echo Chamber», en el cual denunciaba el «sesgo ideológico de izquierda» de Google y explicaba por qué había pocas mujeres representadas en tecnología. El demoledor trabajo de Damore afirmaba que la gigante del internet había «equiparado el sesgo político con la libertad de ofensa y con la seguridad psicológica», avanzando como consecuencia hacia una cultura del silencio en que había ideas que simplemente no se podían discutir. En otras palabras, Google se había convertido en un espacio seguro del tipo que abunda en las universidades, incentivando la fragilidad psicológica de los estudiantes. Damore observó que la falta de discusión había «fomentado los elementos más extremos y autoritarios de la ideología» según la cual «todas las disparidades en la representación se deben a la opresión» y por tanto se debía «discriminar para corregir esa opresión». Según Damore, quien cuenta con un máster en biología de Harvard, ello era falso, pues las diferencias en representación entre hombres y mujeres se debían a la disímil «distribución de los rasgos entre hombres y mujeres» verificables en todas las culturas. Además, afirmaba en sintonía con la ética liberal, que «la discriminación para alcanzar una representación equitativa es injusta, divisiva y mala para los negocios». Damore formuló sus conclusiones en los siguientes términos:
Simplemente estoy afirmando que la distribución de preferencias y habilidades de hombres y mujeres difiere en parte debido a causas biológicas y que estas diferencias pueden explicar por qué no vemos una representación igualitaria de mujeres en tecnología y liderazgo. Muchas de estas diferencias son pequeñas y hay una importante superposición entre hombres y mujeres, por lo que no se puede decir nada sobre un individuo en concreto dadas estas distribuciones a nivel de la población322.
Fue esta idea, según la cual los hombres y mujeres no hemos evolucionado exactamente idénticos durante cientos de miles de años, lo que llevó a que se desatara una tormenta en los medios en todo Estados Unidos y a que Damore fuera despedido tras ser acusado de «avanzar estereotipos de género dañinos». El paper de Damore, sin embargo, era impecable científicamente, cuestión que a la empresa, entregada a la ideología de moda, le fue completamente irrelevante. En una discusión sobre el caso, Steven Pinker defendió el trabajo de Damore señalando que sus fuentes eran un buen reflejo de la literatura sobre la materia y que su informe por ningún motivo había sido escandaloso, sino inteligente323. En 2018, apoyado en diversos empleados, Damore lideró una acción de clase en contra de Google respaldada por cien páginas de antecedentes que daban cuenta de la discriminación sistemática realizada en contra de hombres blancos conservadores en la empresa, los cuales, según evidencia aportada, se encontraban en listas negras de ejecutivos de la compañía324.
El clima totalitario que denunciaba Damore no se limita a Google, sino a todo el Silicon Valley. Una de las figuras más emblemáticas del lugar, el multimillonario cofundador de Pay Pal, Pether Thiel, generó un shock en el mundo de la innovación tecnológica cuando anunció que decidía abandonar Silicon Valley. Entre las razones principales que Thiel dio para justificar su decisión fue que el Valley se había convertido en un «lugar totalitario, una especie de estado con partido único donde no está permitido tener opiniones disidentes». Silicon Valley, agregó, «pasó de ser un lugar predominantemente de izquierda a un estado de partido único» donde todos piensan exactamente lo mismo. Enseguida, Thiel sostuvo que el problema más grave en Estados Unidos era la corrección política que limitaba el debate y hacía imposible considerar todas las opciones en gran medida producto del adoctrinamiento que realiza el sistema educativo325.
Thiel, por cierto, no es el único que ha criticado el clima de opinión totalitario que impera en el centro de innovación tecnológica más poderoso del mundo. Sam Altman, fundador de Y Combinator, el acelerador de startup más importante de Silicon Valley, desató la furia de sus colegas cuando en su blog afirmó que había sentido más libertad de debatir ideas controversiales en China que en San Francisco, lo que según él era una muestra de lo mucho que se ha deteriorado el ambiente desde 2005, año en que llegó a Silicon Valley. Según Altman, cada año «parece más fácil hablar accidentalmente de herejías en San Francisco, lo que afecta negativamente la capacidad creativa del lugar, pues al restringir la expresión, se restringen «las ideas y, por lo tanto, la innovación»326. «Las sociedades más exitosas —agregó— han sido generalmente las más abiertas», ya que son «las ideas verdaderas e impopulares las que hacen que el mundo avance»327. En Silicon Valley, añadió Altman, estaba viendo que la gente más inteligente caía en un dogmatismo que se suponía reservado a personas sin educación. Ello, sostuvo, había llevado a que diversos innovadores y científicos especializados en tecnologías, que van desde el aumento de la inteligencia hasta la prolongación de la vida, hayan abandonado el lugar por la reacción ideológica «tóxica» con la que se han enfrentado. Confirmando la actualidad de las reflexiones de Freud y la vigencia de la obra de Miller, Altman describió un clima de persecución de «herejes» que hacía imposible la cultura de la innovación, debido a que la «corrección política» había dejado de proteger a víctimas reales para infundir miedo a dar cualquier opinión que no se conformara con la doctrina dominante328.
La persecución a la opinión disidente en las ciencias ha llegado a tal punto que un grupo de académicos connotados de universidades como Oxford y Princeton decidió crear un journal científico y sometido a peer review cuyos autores pudieran permanecer anónimos ante la posibilidad de ver arruinada su carrera por el resultado de sus investigaciones. El proyecto reunió a más cuarenta académicos para su comité editorial y fue llamado, sintomáticamente, Journal of Controversial Ideas. «Estoy a favor de la capacidad de poner nuevas ideas para discusión, y veo un ambiente en el que algunas personas pueden sentirse intimidadas al hacerlo», dijo el filósofo Peter Singer, uno de los promotores329. Otro de los precursores, el profesor de filosofía moral de Oxford Jeff McMahan, afirmó que la revista «permitirá publicar bajo un seudónimo a las personas cuyas ideas podrían ponerlos en problemas con la izquierda o con la derecha o con su propia administración universitaria»330. Según McMahan, una publicación de este tipo era «necesaria» debido al espíritu de los tiempos, refiriéndose, sin usar la expresión, a la nueva inquisición que se ha apoderado de la discusión pública y académica. «Creo que todos nosotros estaremos muy contentos si la necesidad de tal revista desaparece, y cuanto antes mejor, pero ahora mismo, en las condiciones actuales, se necesita algo como esto», declaró331.