Kitabı oku: «La neoinquisición», sayfa 11

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Todo este mecanismo de denuncia, explica el creador, ha encontrado una alta recepción entre las mujeres científicas en Twitter. «Muchas mujeres han visto el valor de etiquetar estos comportamientos comunes. Muchas respuestas de los hombres han sido extremadamente negativas porque se encuentran con @9ReplyGuys cuando las mujeres etiquetan su comportamiento como perteneciente a una de las nueve categorías de respuesta. Ellos dicen: ‘Pero yo no estaba haciendo mansplaining’. Sí, lo estabas».

No hay que ser un genio para saber que si los hombres son por definición sospechosos de conductas que violan la doctrina del pensamiento y conducta correcta de acuerdo a la ideología de igualdad de género, cada vez menos científicos se atreverán a opinar, dar feedback e incluso criticar el trabajo de sus colegas mujeres con el objetivo de mejorarlo, pues estas podrían utilizar alguna de las nueve categorías de delito verbal para presentarlo como victimario. Incluso comentarios despectivos pueden ser útiles cuando tienen un fondo sólido de crítica y es absurdo esperar que todos los hombres, especialmente en ciencias, únicamente exhiban un comportamiento emocionalmente agradable y solo hagan críticas afectivas y positivas. El mismo creador del detector de delitos verbales de género reconoce que en ciencias los hombres son entrenados para «resolver problemas» y que eso lleva a ser agresivo y a buscar imponerse. «Lo que no estamos capacitados para hacer es leer la sala y preguntar: ‘¿Estoy diciendo algo que la gente no sabe y necesita saber? ¿O estoy siendo condescendiente?». La ciencia se trata de lo primero, no de crear un ambiente feliz y seguro para las mujeres a quienes esta ideología, promovida por Nature, presenta como víctimas débiles e incapaces de navegar en ambientes más competitivos y hostiles. El mismo investigador no tiene problemas en reconocer que su proyecto se trata de ideología al definir su causa como «twittear por justicia social» con el objetivo de que los hombres «dejen de contestar y comiencen a escuchar a las mujeres».

Por si estos ejemplos no bastaran para ilustrar el punto al que el nuevo lysenkismo ha penetrado las ciencias, veamos el diagnóstico de un entomólogo de California State University, citado por Nature, sobre el gran desafío de las ciencias hoy en día. «No se puede hablar de equidad de género», explica, «a menos que también se trate de equidad interseccional: para mujeres transgénero, latinas, mujeres de comunidades indígenas, mujeres que son las primeras en sus familias en llegar a la universidad, etc.». Respecto a toda esta lista de víctimas creada por las políticas identitarias, el científico afirma que «los hombres deberían asumir más responsabilidad para catalizar el cambio de cultura porque los hombres son, principalmente, el problema»366.

Max Planck, Albert Einstein, Isaac Newton, Alexander Fleming y todos sus seguidores, hombres que desarrollaron casi la totalidad de la ciencia moderna, gracias a la cual la humanidad entera goza de la mejor calidad de vida de su historia, serían, según esta visión, un problema en la medida en que solo se concentran en la ciencia y no en la promoción y protección de supuestas víctimas. El investigador continúa insistiendo que los hombres deben preocuparse de microagresiones tales como interrumpir a una mujer, tratarlas de «señorita» en lugar de «doctora», casos que en su visión constituyen «acoso de género»367.

Más allá de que sea totalmente irrelevante la proporción de hombres y mujeres en cualquier área en que el objetivo sea otro que la diversidad, lo cierto es que esta ya existe. En efecto, cuando se analizan los porcentajes de hombres y mujeres con doctorados de once áreas incluyendo ciencias de la salud, educación, ingeniería, comportamiento humano, agricultura y biología, física, matemática y computación, entre otras disciplinas, incluyendo artes y humanidades, se ve que hay paridad en cuatro de ellas, mientras en otras cuatro las mujeres predominan sobre los hombres y solo en tres hay mayoría de hombres. En el recuento total de doctorados otorgados en 2016-2017 las mujeres constituyen el 53 por ciento y los hombres el 47 por ciento, lo que echa por tierra la idea de que la sociedad opresiva patriarcal hace imposible a las mujeres tener iguales oportunidades que los hombres368. En algunas áreas como administración pública y salud más del 70 por ciento de los doctorados son entregados a mujeres, cuestión que en ningún caso es considerada un problema para la preciada «igualdad de género».

Si bien los datos anteriores se refieren a Estados Unidos, la verdad es que la tendencia se está dando en todo occidente, con los hombres siendo relegados en cuanto a cantidad de títulos universitarios. En Inglaterra, por ejemplo, es un 36 por ciento más probable que las mujeres postulen a universidades que los hombres. Un informe del Higher Education Policy Institute advirtió que los hombres se desempeñan peor que las mujeres en la educación «primaria, secundaria y superior […] y la situación está empeorando» al punto de que «la brecha entre ricos y pobres se verá eclipsada por la brecha entre hombres y mujeres dentro de una década»369. Los autores del informe dicen que si la brecha fuera al revés, es decir, si las mujeres mostraran un desempeño tan malo en relación a los hombres de seguro habría «llamadas de pánico para una investigación sobre lo que está causando una desigualdad de género tan dramática» y «demandas de mejores programas de divulgación, campañas publicitarias y discriminación positiva para que las mujeres ingresen a la educación superior»370.

Esta tendencia, dice el informe, se verifica en general en los países de la OCDE donde, en promedio, un 54 por ciento de quienes entran a educación terciaria son mujeres. En el caso de Estados Unidos la proporción de mujeres en educación superior fue de 56 por ciento en 2017. La caída en el número de hombres que asisten a universidades ha sido tan sostenida que muchas instituciones están comenzando a preocuparse del asunto para intentar revertirlo. En un artículo que señala que los hombres son «la nueva minoría» en las universidades, The Atlantic observó que si bien la controversia sobre asuntos de género se había enfocado en cosas como baños para transgéneros, un tema «mucho más grande detrás de la escena en las universidades es cómo atraer a más hombres»371.

Cabe insistir, antes de finalizar el capítulo, que la ideología de la corrección política tiene efectos nocivos sobre la libertad académica y la calidad científica. Un artículo publicado por la European Molecular Biology advertía ya en 2005 que la presión ideológica de los pares académicos y el pensamiento del mainstream ahogaba la libre expresión y la innovación372. Según el artículo, la cultura de la corrección política incrementaba el conformismo, el plagio y el riesgo de que quienes decidan fondos de investigaciones y evalúan las publicaciones académicas elijan a aquellos conocidos que siguen la ortodoxia aceptada, conspirando así precisamente en contra de lo que la ciencia se supone que debe conseguir. Como consecuencia, agregaba el autor, diversos científicos han propuesto eliminar el peer review, esto es, el control que realizan otros académicos del área de una investigación antes de ser publicada, debido a la tendencia a censurarla si amenaza el consenso establecido.

En la misma línea, la National Association of Scholars publicó en 2008 un artículo de Noretta Koertge, filósofa de las ciencias y profesora emérita de Indiana University, que advertía que «las aulas de ciencias de hoy se están convirtiendo en sitios para el adoctrinamiento en la narrativa de ‘diversidad’ prevaleciente», agregando que «cuando interviene la ideología, el resultado es una mala ciencia, una ciencia que es epistémica y moralmente corrupta» y que incluso puede llevar a que «la tradición de la investigación científica simplemente se desvanezca»373. La retórica diversocrática que se enseña en cursos de identidad impregnados de posmodernismo y su obsesión con relaciones de poder, agrega Koertge, busca explotar la idea victimista de la opresión en las ciencias. Por eso, esta visión describe la esfera científica de manera terrible mientras promueve una mayor representación de distintos grupos con el fin de «cambiarla desde dentro» para ajustarla a sus estándares ideológicos. Incluso los alumnos de escuelas, agrega Koertge, se encuentran expuestos a una creciente perspectiva políticamente correcta de las ciencias en sus textos de estudio. Luego de una larga digresión sobre cómo se ha manifestado la corrección política en las ciencias, Koertge se pregunta: «¿Qué se debe hacer para minimizar la intrusión de las políticas de identidad en la educación científica?». Como respuesta sugiere combatir toda forma de acción afirmativa y fortalecer la educación para todos. Lo segundo es jamás olvidar que el objetivo de atraer más estudiantes a las ciencias es «producir científicos de alta calidad, técnicamente competentes e innovadores» y que por tanto «nunca» se debe «sacrificar la calidad por la cantidad solo para satisfacer criterios demográficos». Koertge sugiere que la idea de que hay un problema si no hay igualdad de participación de todos los géneros y razas en todas las áreas científicas es «extraña». Finalmente señala que «debemos hacer una causa común y aprender de los valientes científicos y académicos de otros países que luchan contra los intentos, en sus naciones, de hacer que la ciencia sea políticamente correcta». Solo así, concluye, preservaremos la integridad de las ciencias de quienes pretenden cooptar «el aula de ciencias para avanzar sus agendas políticas»374.

El retorno del ejército rojo

«El peligro actual para la libertad de pensamiento y la expresión no son los tanques del Ejército Rojo que corren a través del Fulda Gap en Alemania; es el ejército rojo de mediocridades que libra una guerra dentro de la academia y los medios de comunicación»375. La frase es del historiador británico Niall Ferguson en una columna del Sunday Times refiriéndose a la destrucción de imagen del destacado filósofo Roger Scruton, orquestada de manera maliciosa por la revista de izquierda New Statesman. El asesinato de imagen siguió paso a paso el guión de persecución paranoica, tergiversación de los hechos y contagio ya habitual en buena parte de la prensa occidental dominada por activistas. Luego de ser nombrado por el gobierno conservador en el cargo honorario de una comisión llamada «Building better, building beautiful», cuyo fin es el de mejorar la estética de la arquitectura en Inglaterra, Scruton, probablemente el filósofo conservador más destacado del mundo, fue contactado por George Eaton, uno de los editores de New Statesman. Creyendo que se trataba de una conversación sobre sus libros, Scruton accedió a dar la entrevista en su departamento en Londres. Antes de que esta se publicara, Eaton anunció en Twitter que Scruton había hecho «una serie de comentarios escandalosos», procediendo a abrir el menú predilecto de los apóstoles de la neoinquisición: racismo, antisemitismo, homofobia e islamofobia, entre otros. Luego de la publicación de la entrevista, miembros del Partido Conservador, incluyendo al ex ministro George Osborne, condenaron a Scruton exigiendo que fuera despedido. Otros intelectuales se sumaron a la campaña de destrucción de imagen hasta que finalmente James Brokenshire, el ministro que lo había nombrado, anunció su despido. Tras la decisión, Eaton subió una foto a Instagram tomando de una botella de champaña y expresando: «La sensación cuando logras que un racista de derecha y homofóbico sea echado como asesor de un gobierno conservador». La noticia del despido de Scruton, quien no recibía dinero por el cargo, se convirtió en discusión nacional y en una campaña masiva por destruir su imagen. Nadie, como es usual cuando la turba se desata, se preocupó de averiguar lo que realmente había dicho Scruton, quien demandó la entrega de las grabaciones con su entrevista. Ante la negativa de Eaton de entregarlas, un colega con mayor conciencia hackeó el sistema y luego de conseguir la grabación la envió a Scruton. Al hacerse pública, quedó en evidencia que todo era un montaje y que el filósofo jamás había hecho comentarios ni racistas, ni homofóbicos, ni antisemita, ni de ningún tipo del que se le atribuían. Es más, Scruton había específicamente dicho que la homosexualidad no era una perversión y respecto a los judíos criticó a Viktor Orban en Hungría por no observar los hechos cuando se refería a George Soros. Los demás comentarios iban en líneas similares, pero el daño de las manipulaciones de Eaton, quien se vio obligado a disculparse por su comportamiento en redes sociales, ya estaba hecho, y a pesar de que algunos conservadores también se disculparon, nada fue igual, pues, como comentó un observador del caso, las mentiras fueron más poderosas que la verdad376.

El caso Scruton es uno más dentro de cientos de ejemplos, muchos mencionados ya en este libro, en que periodistas distorsionan la verdad con el objetivo de avanzar su agenda ideológica. Y es que si la academia se encuentra dominada por el pensamiento de izquierda que pocos académicos se atreven a desafiar, la prensa no lo hace mucho mejor. Un estudio publicado en el Quarterly Journal of Economics el año 2005 repasando la prensa estadounidense concluyó que existía «un fuerte sesgo de izquierda», agregando que «todos los medios de comunicación», excepto el Informe especial de Fox News y el Washington Times estaban «a la izquierda del miembro promedio del Congreso». Algunos, incluidos The New York Times y CBS Evening News, estaban «más cerca del demócrata promedio en el Congreso que del centro»377. Para determinar el sesgo, los autores Tim Groseclose, de UCLA, y Jeffrey Milyo, de la Universidad de Missouri, midieron la cantidad de veces y forma en que los periodistas citaban centros de estudio y grupos dedicados a políticas públicas, comparándolo con las veces que los miembros del Congreso citaban los mismos grupos, los que tienen siempre un sello ideológico identificable. Los autores del estudio concluyeron que es muy difícil que las noticias se reporten con objetividad dado que «los periodistas pueden tener sistemáticamente el gusto de inclinar sus historias hacia la izquierda»378.

Los hallazgos de la investigación de Milyo y Groseclose coinciden con otros estudios según los cuales tan solo un 7 por ciento de los periodistas se identificaba como republicanos en 2014, menos de la mitad que en 2002 (18 por ciento) y casi un cuarto que en 1971 (25,7 por ciento). El mismo año 2014, un 28,1 por ciento se identificó como demócrata, un 50,2 por ciento independiente y el resto en otras categorías379. Si bien según este estudio los independientes han crecido a expensas de ambos partidos, la inclinación ideológica de esos independientes suele ser hacia la izquierda. Esto se ha reflejado en estudios de Pew Research Center publicados en 2004 según los cuales por cada periodista conservador en la prensa nacional había cinco de izquierda380. Más aún, como ha mostrado Groseclose en su libro, profundizando el trabajo realizado con Milyo, The Turn Left. How Liberal Media Bias Distorts the American Mind, a la hora de votar, aunque no se identifiquen con el partido, los periodistas de medios nacionales consistentemente muestran apoyar en más de un 85 por ciento a candidatos demócratas e incluso, cuando se considera evidencia no basada en encuestas, la cifra llega a 95 por ciento, lo que significa que son más de izquierda de lo que declaran en ellas381. Según Groseclose, debido a un fenómeno de autoselección, la gente de izquierda tiene mucho mayor inclinación a seguir la carrera de periodismo, lo que a su vez, como en la academia, hace menos atractivo para personas de derecha dedicarse a ello382.

En esta misma línea, un artículo publicado en el medio digital estadounidense Politico explicando las razones por las cuales casi todos los periodistas fracasaron en predecir la victoria de Trump señaló que la razón principal es la burbuja ideológica en que estos viven debido a su creciente concentración demográfica en áreas predominantemente demócratas. Estas serían, además, zonas caras, lo cual les hace perder la conexión con el Estados Unidos real al aislarse no solo en una burbuja ideológica, sino también económica383. El artículo explica que casi el 90 por ciento de los periodistas dedicados a publicaciones en Internet en 2015 trabajaban en un condado donde ganó Clinton y el 75 por ciento en uno en que ganó por más de 30 puntos porcentuales, lo que significa que están inmersos en un mundo donde es raro encontrar opiniones divergentes384. Ante toda esta evidencia, la conclusión del artículo en Politico fue que Clinton era la «candidata de los medios nacionales». Groseclose, por su parte, señala que el 93 por ciento de los periodistas en Washington, que son los que cubren temas políticos e informan de ellos al público general, votan por demócratas385.

Pero otros países también exhiben una mayoría abrumadora de periodistas que se identifican con la izquierda. Un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos mostró que en España al menos la mitad de ellos se identifica con la izquierda, el resto con el centro y ninguno con la derecha386. En el Reino Unido un estudio de la universidad de Oxford en conjunto con el Reuters Institute for the Study of Journalism arrojó que un 24 por ciento de los periodistas se identifica con el centro; un 23 por ciento con la derecha, y un mayoritario 53 por ciento con la izquierda387. Interesantemente este estudio señala que aquellos que se identifican con posiciones conservadoras en realidad son menos conservadores o de derecha de lo que creen, mientras que en quienes se perciben como cercanos a posiciones de izquierda normalmente la realidad es mucho más ajustada a la percepción subjetiva.

En Alemania el reconocido profesor de ciencias de la comunicación Hans Mathias Kepplinger elaboró un estudio sobre la prensa en el país que constató un fuerte sesgo hacia la izquierda y a la corrección política en la forma en que se trataban temas controversiales tales como la crisis migratoria. En una entrevista analizando los resultados de sus estudios, Kepplinger realizó una reflexión que sin duda resulta aplicable a la prensa occidental en general. No es que los periodistas sean «mentirosos que saben la verdad y, con intenciones maliciosas, difunden lo contrario», afirmó388. El problema es que «son creyentes que consideran erróneamente que su punto de vista profesional o departamental es la verdad sobre temas controvertidos», lo que los lleva a rayar en «la arrogancia intelectual». Una gran parte de los periodistas, agregó, «tendrían que ser más modestos y críticos para cumplir su papel como mediadores neutrales entre los eventos actuales y la población, más autocríticos y más críticos de colegas». No cabe, por lo tanto, ninguna duda, según Kepplinger, de que la preferencia ideológica de los periodistas influencia la manera en que estos reportan los hechos, muchas veces distorsionándolos para ajustarlos a sus visiones preconcebidas.

En cuanto a datos concretos de orientación ideológica, el 63 por ciento de los periodistas alemanes declara encontrarse a la izquierda de sus padres y solo un 8 por ciento a la derecha; un 46 por ciento dice ser más de izquierda que el público contra un 7 por ciento que cree ser más de derecha que él; y un 26 por ciento dice ser más de izquierda que sus amigos versus un 9 por ciento que declara ser más de derecha389. Esto refleja que los periodistas son un grupo más ideologizado hacia la izquierda que sus círculos de referencia y también que el público al que se dirigen. De hecho, según el estudio de Kepplinger, el 65 por ciento de los periodistas en 2005 votaban por partidos de izquierda como SPD, Die Grünen y Die Linke —mientras apenas un 15 por ciento lo hizo por la centroderecha CDU-CSU y el partido liberal FDP—. El público, en cambio, fue mucho más equilibrado votando un 45 por ciento por la centroderecha y un 42 por ciento por la centroizquierda390.

Al igual que la mayoría de los académicos que enseñan en las universidades, el grueso de los periodistas vive en una burbuja ideológica en la que no existe mayor diversidad intelectual ni mucho menos una representatividad proporcional de las sensibilidades ideológicas del público, lo que los lleva a desconectarse con él y a perder imparcialidad cuando se trata de informar. Todo ello, a su vez, vez contribuye a sesgar a una parte de la opinión pública y simultáneamente a generar desconfianza en otra parte de ella. No es raro, frente a esta realidad, que la prensa tienda a ser tan servil con la neoinquisición de inspiración ideológica de izquierda y que no dude, en muchos casos, en activar su ejército rojo para destruir la reputación de connotados intelectuales, políticos, artistas u otros que, incluso siendo de izquierda moderada, se aparten de la doctrina políticamente correcta. Esto no significa que no haya periodistas honestos y serios incluso de tendencia de izquierda que intentan hacer bien su trabajo. Pero dada la espiral de silencio que generan los movimientos morales revolucionarios, deben mantenerse callados o incurrir en complicidad si quieren sobrevivir, especialmente en un mundo en que el tribunal último lo conforman las turbas desenfrenadas de las redes sociales. Sin duda existe un sesgo en los medios de comunicación hacia la izquierda que la mayoría de las veces se hace evidente en cómo tratan a sus entrevistados dependiendo del sector del que estos provengan. Ejemplos de esto hay muchos, pero uno que es emblemático es el que ocurrió al profesor estrella de la Universidad de Toronto Jordan Peterson con la periodista de Channel 4 News, Cathy Newman391. La forma en que Newman intentó tergiversar las respuestas de Peterson para hacerlo quedar mal fue tan burda y extrema que la entrevista se viralizó por las redes alcanzando millones de reproducciones. La parte más sintomática de la interacción entre ambos, sin embargo, fue cuando Newmann, fiel a la ideología inquisitiva dominante, sugirió que la libertad de expresión no debería cubrir expresiones ofensivas. Ante ello, Peterson simplemente contestó que si una persona quería pensar debía arriesgarse a ser ofensiva. Ella misma, le dijo a Newmann, lo había desafiado de manera bastante incómoda durante la entrevista con el fin de descubrir la verdad sin preocuparse demasiado por ofenderlo, cuestión que Peterson celebró como parte de la libertad de expresión ante la mirada desconcertada de su entrevistadora, que se vio obligada a concederle el punto.

Mucho se escribió sobre la entrevista de Newmann a Peterson, pero la mejor reflexión fue probablemente la que hiciera la columnista Peggy Noonan en The Wall Street Journal en una columna titulada «Who’s Afraid of Jordan Peterson?»: «Cuando las personas —escribió Noonan—, especialmente las que están en una posición de autoridad, como las emisoras, se esfuerzan tanto por callar a un escritor, ese escritor debe tener algo que decir. Cuando los árbitros culturales intentan silenciar a un pensador, debes asumir que está diciendo algo valioso»392.

Tolerancia represiva

El caso de Peterson, un académico destacado, nos sitúa nuevamente en el contexto universitario que ya hemos abarcado. Seguido por millones de personas y calificado por The Wall Street Journal como «el intelectual más influyente de occidente», el profesor canadiense ha sido acusado de toda la lista de Totschlagargumente imaginable. ¿La razón? Peterson ha cuestionado de manera fundada la agenda victimista de la neoinquisición haciéndose famoso por su oposición a que se obligue legalmente a las personas a utilizar pronombres que ellos no quisiesen para referirse a gente transexual u otros. Cuando se estudian los videos y escritos de Peterson, sin embargo, no existe una sola prueba de que este haya formulado comentarios sexistas, racistas, homofóbicos, transfóbicos o cualquiera otro. Como escribió la académica experta en filosofía política Carol Horton, quien comenzó a estudiar a Peterson luego de oír la narrativa que la izquierda había construido sobre él, «la brecha entre la inteligencia obvia de Peterson y la mordaz denuncia que la izquierda hace de él como un idiota de extrema derecha es simplemente demasiado grande para que muchos de nosotros la ignoremos»393. Horton agregó que «el ataque de la izquierda a Peterson es tan implacable, tan superficial y con tanta frecuencia tan cruel que muchos de nosotros que trabajamos y/o vivimos en entornos sociales de izquierda nos da miedo hablar en contra de eso. No queremos alejar a nuestros amigos, dañar nuestra reputación profesional o atraer la atención de activistas que respiran fuego»394. Ese es el clima de terror que los entornos sin diversidad intelectual logran instalar y la forma en cómo se produce la espiral de silencio. Como observó la misma Horton, ese silencio solo contribuye a empobrecer el discurso político al eliminar voces que estén en la izquierda razonable o más a la derecha. Ello, agregó, forma parte de una tendencia mucho más general que se ha apoderado de la izquierda, la que hoy es incapaz de hablar de una serie de temas limitándose a promover «cruzadas ideológicas superficiales» con el fin de «demonizar a conservadores pensantes como Peterson»395.

En este clima de persecución y decadencia cultural, por cierto, el hecho de que Peterson sea un consagrado académico no hace diferencia para los soldados del ejército rojo. De ahí la escandalosa decisión de la Divinity School de la Universidad de Cambridge de cancelar la oferta que le había hecho para ser Visiting Fellow, transgrediendo expresamente las reglas de libertad de expresión establecidas para las universidades de Inglaterra y Gales por la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos. Según ellas, una vez que se ha formulado una invitación a alguien para que hable en una universidad, esta no puede retirarse396. Como en otras ocasiones, esta vez un grupo de estudiantes saboteó la visita de Peterson, a quien censuraron por considerar que no se ajustaba al ambiente «inclusivo» de la universidad. Las razones que expusieron en la revista de los estudiantes para atacar al profesor canadiense básicamente consistían en que este cuestionaba la idea patriarcal del feminismo, la «culpa blanca» y la culpabilidad de occidente, entre otras. Pero, además, la forma en que las autoridades de Cambridge decidieron tratar el asunto, cediendo a la turba estudiantil, es reveladora. Cambridge no envió una carta privada a Peterson, sino que lo comunicó por Twitter haciendo del asunto un tema inmediatamente público. Peor aún, hizo parecer como que la invitación había surgido luego de una petición de Peterson, lo cual era falso, pues esta había sido el resultado de una visita previa a la universidad en la que Peterson conversó con diversos académicos. Encima de todo ello, Cambridge ocultó sus motivaciones, pues afirmó que además de ir en contra de los principios de la universidad, Peterson no ofrecía una perspectiva valiosa para la comunidad universitaria. Pero resulta que en una visita anterior Peterson había hablado ante un auditórium repleto ante la Cambridge Union liderada por estudiantes, y su charla se convirtió en el segundo video más visto de la organización entre doscientos videos. «Me parece que el abarrotado auditorio de Cambridge Union, el cuestionamiento inteligente asociado con la conferencia y el número abrumador de visualizaciones acumuladas en el video publicado posteriormente indican que hay varios estudiantes de Cambridge muy interesados en lo que tengo que decir, y bien podría considerar mi visita como una valiosa contribución a la universidad», escribió Peterson en respuesta a la declaración de Cambridge397.

El escándalo, que alcanzó proporciones nacionales, no ha sido el único en involucrar a dicha universidad. En 2017 el profesor de Oxford Nigel Biggar fue agresivamente denunciado online por una académica de Cambridge debido a su proyecto de investigación sobre las implicancias éticas de los imperios, los que en opinión de Biggar eran capaces tanto del bien como del mal, y en consecuencia merecían una discusión ética sofisticada. De inmediato, Biggar fue acusado de supremacista blanco y racista de cuya boca solo salía «vómito», según las palabras de la académica del departamento de literatura inglesa de Cambridge. De nada sirvieron las quejas de Biggar con las autoridades universitarias, las mismas que habían creado reglas para la interacción online de su cuerpo docente y universitario y que habían sido flagrantemente violadas por los ataques de la académica. Según Biggar, cuando el caso de Peterson se toma en el contexto de lo que le ocurrió a él, la conclusión es que una nueva moral totalitaria se ha tomado la universidad:

La universidad efectivamente discrimina por motivos injustificables de raza, género y, sobre todo, de moral y política. Si usted no es blanco, es mujer y se despertó agresivamente, entonces se le otorgará el máximo beneficio de la duda, se le dará un pase sobre las normas oficiales de civilidad, se le permitirá escupir odio y desprecio en las redes sociales y se le permitirá (probablemente) malformar e intimidar a los estudiantes. Sin embargo, si usted es blanco, masculino, culturalmente conservador y tiene dudas expresas sobre las costumbres prevalecientes, no se le dará ningún beneficio en absoluto. Y si hace tanto como para parecer transgredir normas de inclusión mal concebidas, será excluido de manera sumaria y rudimentaria398.

Biggar terminó su análisis del caso Peterson afirmando que la realidad en Cambridge tiene serias implicancias para la libertad intelectual y de seguro obligará a muchos a intentar erradicar de su pasado cualquier expresión que pueda considerarse ofensiva a la nueva ideología o bien a autocensurarse al punto de vivir en el exilio interno. Por ello, invitó a la universidad a darse cuenta de que el problema es su falta de diversidad política y moral.

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