Kitabı oku: «La neoinquisición», sayfa 13

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En Fausto, Goethe advertiría sobre la misma tiranía que suele emanar de la opinión común impidiendo alcanzar la verdad. Ansioso de conocimiento real, Wagner, el ayudante de Fausto, exclama: «Pero ¡del mundo, del corazón y del alma humana! Todo el mundo quisiera aprender algo».

Fausto, sin embargo, le alerta sobre el peligro mortal que encierra decir la verdad desafiando los prejuicios de la época en que se vive:

Sí […], ¡eso que se llama aprender!

¿Quién puede darle al niño el nombre que merece?

Los pocos que de esas cosas algo han aprendido,

que fueron lo suficientemente locos como para no ocultar todo su corazón,

descubriéndole al populacho su visión y su sentir,

han sido crucificados y conducidos a la hoguera435.

Desafortunadamente, en el mundo actual, los ataques a la libertad de expresión, que John Stuart Mill considerara fundamental para el progreso humano y que Goethe viera como el portal al aprendizaje, no se limitan a casos de persecución en prensa, redes sociales y patios universitarios. Aunque no se deriva del todo de la ideología de la corrección política, esta sin duda ha contribuido a que cada vez más la cultura de intolerancia que infecta occidente se convierta en medidas legales, regulatorias y de presión que significan un retroceso en términos de libertad de expresión. Según una columna publicada en The Washington Post en 2012 por el profesor de derecho constitucional de George Washington University, Jonathan Turley, «la libertad de expresión está muriendo en el mundo occidental». Aunque una mayoría de las personas, agregó, «aún disfrutan de una considerable libertad de expresión, este derecho, que alguna vez fue casi absoluto, se ha vuelto menos definido y menos confiable para aquellos que comparten puntos de vista sociales, políticos o religiosos controversiales»436.

Citando una serie de casos, Turley comentó que la tendencia reciente de diversas autoridades, pero también de jueces, es a hacer interpretaciones cada vez más restrictivas de la libertad de expresión cuando resulta ofensiva a otros. Se trata, agregó Turley, de un desangramiento de este derecho por medio de miles de pequeños cortes bajo el argumento de que estos ayudarán a mantener la armonía social. Es así como tribunales han sancionado a personas por utilizar disfraces ofensivos en Halloween o por usar pronombres incorrectos, mientras diversas autoridades han aprobado normas para prohibir la publicidad que se considere ofensiva y otras que sancionan criminalmente a quienes ofendan creencias religiosas, particularmente al Islam. El concepto de «crímenes de odio» y, más específicamente, de «discurso de odio» es central en este contexto de declive de la libertad de expresión de manos de los estados. La Policía Metropolitana de Londres (MET, según sus siglas en inglés), una de las numerosas agencias encargadas en Inglaterra de perseguir a aquellos que se expresen de manera políticamente incorrecta, constituye un buen ejemplo de lo anterior. En su página web da la definición estándar de delitos de odio afirmando que «un delito de odio es cuando alguien comete un delito en su contra debido a su discapacidad, identidad de género, raza, orientación sexual, religión o cualquier otra diferencia percibida», aclarando que no tiene por qué incluir la «violencia física»437. La MET continúa señalando, en el lenguaje propio de las políticas identitarias, que «alguien que usa lenguaje ofensivo hacia usted o te acosa por ser quien eres, o por quien cree que eres, también comete un crimen. Lo mismo ocurre con alguien que publica mensajes abusivos u ofensivos sobre usted en línea». Ahora bien, como es imposible probar el odio, la lógica de delitos que se aplica es la del magistrado Danforth en los juicios de Salem. Dice la MET: «La evidencia del elemento de odio no es un requisito. No necesita percibir personalmente el incidente como relacionado con el odio. Sería suficiente si otra persona, un testigo o incluso un oficial de policía pensara que el incidente fue relacionado con el odio». En pocas palabras, cualquier cosa ofensiva que se diga a una persona —usualmente de minorías supuestamente victimizadas— puede ser entendida como «crimen de odio» solo porque alguien, sin importar cómo, determina que hubo odio. No es difícil imaginar los abusos a que estas leyes se prestan en una cultura en la que de antemano se ha establecido quién es la víctima y quién el victimario y que además premia a quien se victimiza. Es evidente que el odio será entendido usualmente como del blanco en contra del no blanco, del heterosexual en contra del homosexual, del cisgénero contra el transgénero, etc. En todo caso, nuevas categorías de crímenes de odio han venido a generar tal confusión que las víctimas típicas del delito han pasado a ser victimarios. Como bien observó un columnista de The Spectator: «La cultura de la identidad es opuesta. Hay un grupo de víctimas y un grupo de opresores (hombres frente a mujeres; blanco versus negro; heterosexual versus homosexual; cis versus transgénero), pero si todas son víctimas, no quedará nadie para el opresor»438. El punto es válido: ¿cómo se resolverán los ataques de mujeres feministas a hombres trans y viceversa si ambos son considerados grupos igualmente victimizados? ¿O de gays contra mujeres?

Todo este análisis no significa que no haya personas que odian a otras, sino que vale la pena cuestionar por qué la gravedad de un ataque por odio tiene que ser mayor al de un ataque por otros motivos y tomar conciencia de que en materia de expresión, el uso de categorías híper subjetivas como el «discurso de odio» abre un espacio ilimitado para la censura. Es probablemente por eso que la Corte Suprema de Estados Unidos considera el discurso de odio como cubierto por la primera enmienda de la constitución de ese país. Como observó hace más de tres décadas el destacado jurista Geoffrey Stone, comentando el criterio de la corte sobre estas materias, «así como el gobierno no puede restringir de manera constitucional la defensa del comunismo, la agitación contra una guerra en curso, la quema de la bandera estadounidense o la expresión de ideas que ofenden profundamente a otros, tampoco puede restringir el discurso que insulta o degrada a grupos raciales, religiosos, étnicos o de género en particular». El punto, agregó el comentarista, «no es que tal expresión sea inofensiva. Es, más bien, que hay mejores maneras de abordar el daño que dando al gobierno el poder de decidir qué ideas y opiniones pueden expresar o no los ciudadanos de una nación libre y autónoma»439. Esta protección, por cierto, no aplica cuando ese discurso implica una incitación cierta, plausible e inmediata a la violencia física en contra de un grupo o persona440.

La Corte Suprema de Estados Unidos es sin duda uno de los últimos bastiones de protección de la libertad de expresión en occidente, y sus fallos han permitido expresiones que resulten ofensivas en redes sociales así como la inscripción de marcas que ciertos grupos denuncian. Como ha dicho el profesor de Harvard Noah Feldman, analizando fallos recientes, «la corte ha dado un golpe a la corrección política» al negar a la Oficina de Patentes y Marcas el derecho a no inscribir marcas que resulten ofensivas y al afirmar, en otro fallo, que internet es un foro público en el que caben casi todas las expresiones»441. Lo más sorprendente de los fallos recientes, dice Feldman, «es lo que significan para la regulación del discurso ofensivo en las redes sociales», a saber, que «el gobierno no se va a involucrar». Esto, como advierte el mismo Feldman, es muy distinto de lo que se ve en Europa, donde los gobiernos están restringiendo y regulando cada vez más la expresión en distintos foros, especialmente internet. No son pocos los casos que han acaparado la atención pública en Inglaterra, por ejemplo, que ha tomado un camino cada vez más represivo en esta materia. Dos ejemplos emblemáticos fueron el de una joven de diecinueve años que en 2018 fue arrestada por postear letras de rap en su Instagram que incluían la palabra «nigger» y otro en el que un inglés fue arrestado bajo el cargo de «crimen de odio» por enseñar a su perro el saludo nazi y subirlo como una humorada en YouTube. En 2018 la policía de South Yorkshire, promoviendo el lema «el odio hiere» instó al público, no solo a reportar expresiones eventualmente criminales, sino también aquellas que no lo fueran, entrando así derechamente a un sistema de denuncia inspirado en la misma psicología orwelliana que animó los regímenes totalitarios del pasado reciente442. La persecución ha llegado a tal punto que, según The Times, en 2017 la policía inglesa arrestaba a nueve personas diariamente por cosas que habían dicho online. Solo en 2016 arrestó a tres mil trescientas personas, lo que implicó un incremento de 50 por ciento respecto de los años anteriores. De acuerdo a The Times, los arrestos fueron con toda seguridad mucho más numerosos, pues buena parte de las fuerzas encargadas de ellos se negaron a entregar la información. Estos se hicieron invocando una ley de 2003 según la cual está prohibido intencionalmente «causar molestia, inconveniencia o ansiedad innecesaria a otro» con expresiones online443.

Así, en lugar de combatir la creciente criminalidad y terrorismo en Inglaterra, las autoridades destinan cuantiosos recursos para perseguir comentarios online considerados ofensivos. Con toda razón una de las oficiales de policía de mayor rango en MET llamó a las autoridades a no extender las categorías de crimen de odio online, señalando que ello distraía a la policía de ocuparse del crimen violento444.

En Alemania, donde desde hace décadas existen leyes penalizando determinadas expresiones, la extensión de la categoría de discurso de odio ha llevado a que en 2017 se aprobara una ley en que se obliga a las plataformas de redes sociales a remover contenido considerado ilegal en 24 horas luego de que sea denunciado bajo penas que pueden alcanzar los 5 millones de euros en caso de no hacerlo445. Como resultado, desde mediados de 2018 a mediados de 2019 se censuraron 58 mil videos de YouTube, 29 mil tweets y 362 posteos en Facebook, todos en cumplimiento de la ley446. Si se consideran todos los demás contenidos eliminados por iniciativa propia de Facebook, estos llegan a 160 mil solo en el primer trimestre de 2019447. Ahora bien, dado que son las mismas plataformas las que de acuerdo a la ley deben determinar si el contenido es ilegal o no, el resultado de esta normativa ha sido que solo Facebook cuenta con mil doscientas personas en Alemania dedicadas exclusivamente a editar contenido subido por sus usuarios448. Esto conlleva el riesgo de que se censure contenido perfectamente legal, caso en el cual la persona cuyo contenido fue eliminado puede recurrir a un tribunal.

Pero el fenómeno de creciente criminalización de diversas formas de expresión consideradas ofensivas no es exclusivo de Alemania e Inglaterra, sino de todo occidente, cuyas máximas autoridades políticas promueven la agenda de censura bajo razones teóricamente humanitarias. En 2019, hablando a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el Secretario General del mismo organismo, António Guterres, declaró que «el discurso del odio es una amenaza para los valores democráticos, la estabilidad social y la paz», añadiendo que «se apoya en el discurso público que estigmatiza a las mujeres, minorías, migrantes, refugiados y cualquier otro llamado ‘otro’»449. Según Guterres, ese odio se estaba convirtiendo en «la corriente dominante, tanto en las democracias liberales como en los estados autoritarios». Como consecuencia, agregó, se había «reunido a un equipo de la ONU para ampliar nuestra respuesta al discurso del odio, definir una estrategia para todo el sistema y presentar un plan de acción global por vía rápida»450.

Cabe recordar que cuando la misma ONU en 1940 debatió la incorporación del derecho de libertad de expresión dentro del catálogo de derechos humanos se propuso incorporar al mismo tiempo una provisión que exigía la prohibición legal de toda forma de promoción de odio nacional, racial o religioso. Esta provisión fue propuesta por los países del bloque soviético, los que, a través de ella, buscaban justificar la persecución de los intelectuales y prensa disidente favorable a la democracia liberal y el capitalismo. Entendiendo que las leyes contra discurso de odio eran una forma de consolidar el totalitarismo, las democracias occidentales se opusieron férreamente a la exigencia propuesta por el bloque comunista451.

Como consecuencia del avance de esta lógica servil a la censura, desde los años 60 hasta hoy en día casi todos los países de Europa han aprobado leyes en contra del discurso de odio. De hecho, en 2008, la Unión Europea adoptó un acuerdo que obliga a todos los estados miembros a criminalizar formas de «discurso de odio452. De ahí que un paper analizando la legislación sobre discurso de odio en Europa y Estados Unidos haya concluido que «en general, se ha vuelto mucho más riesgoso expresar o actuar sobre pensamientos provocativos racistas en democracias contemporáneas multirraciales, multiétnicas y multirreligiosas»453. A primera vista esto puede parecer algo positivo, pero el mismo trabajo añade que si bien todavía existen amplios márgenes de libertad de expresión, hay razones para preocuparse por la evolución que se ha verificado, especialmente desde los años noventa en adelante, la cual, de proyectarse en las próximas décadas, producirá un severo daño dada la creciente demanda por censurar nuevas formas de expresión aplicando la misma lógica que ya se ha aceptado para justificarla en otros casos454. En palabras del experto en derechos humanos, el danés Jacob Mchangama, el respeto a la libertad de expresión es «el sello distintivo de las sociedades libres y el primer derecho a ser circunscrito por los estados no liberales», razón por la cual, dice, resulta «triste» ver en Europa el «énfasis creciente en la criminalización de las palabras que hieren, ofendan o lastimen», lo cual, recuerda, fue originalmente una creación de los estados totalitarios con los que Europa se enfrentó en la Guerra Fría455.

El problema, cuando se niega la libertad de ofender o decir cosas odiosas, es quién define y bajo qué criterios aquello que constituye discurso de odio. Es ahí donde se abren las puertas a la censura y arbitrariedad masiva y es justamente por eso que los países del bloque soviético apoyaban la idea de penalizar el discurso de odio —como hoy lo hacen en la misma instancia los países del bloque islámico— y la razón por la que, en países como Venezuela y Ruanda, se han aprobado legislaciones de este tipo456. Para la profesora de derecho constitucional de la Escuela de Leyes de la Universidad de Nueva York y ex presidenta de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, Nadine Strossen, el concepto de discurso de odio se está utilizando para censurar una gama cada vez más amplia de mensajes, incluidos muchos que son esenciales a la democracia457. Peor aún, según Strossen, incluso si se cree en que el gobierno debe censurar expresiones odiosas, la evidencia muestra que el resultado de las leyes que criminalizan el discurso de odio es contraproducente. Según múltiples estudios de académicos e instituciones como Human Rights Watch, el Parlamento Europeo y la misma ONU, muchos países que han aprobado leyes para castigar el discurso de odio no han mostrado una disminución en sus niveles de discriminación, sino todo lo contrario458. Parte de la explicación a ello se debe a la inefectividad de la legislación, pero más importante que eso es que el discurso de odio y las actitudes discriminadoras no desaparecen por ser sancionadas, sino que se sumergen, se tornan menos visibles y más extremas. Al no poder ventilarse públicamente, explica Strossen, no es posible saber quiénes las promueven y tampoco pueden ser refutadas de cara al público general. Un ejemplo de lo anterior lo constituyen las reglas que prohíben el discurso de odio en Facebook, las que han impedido a grupos que son objeto de ataques odiosos aclararlos y refutarlos en la misma plataforma459.

El caso histórico más dramático en este sentido lo ofrece, sin duda, la Alemania de la década del 20. Durante todo el período en que se fundó y desarrolló el partido nazi, existieron leyes que criminalizaban el discurso de odio muy similares a las que existen hoy en países como Canadá. El diario antisemita Der Stürmer, publicado por Julius Streicher, llegó a ser incluso confiscado y sus editores llevados a las cortes treinta y seis veces. En los quince años antes de que Hitler llegara al poder hubo más de doscientos procesos en contra de diversas personas, incluyendo líderes nazis, por emitir opiniones antisemitas, todo lo cual solo contribuyó a que consiguieran posicionarse aún más frente a su público460. Algo similar ocurrió cuando en 1977 un grupo de neonazis obtuvo el permiso para marchar en el barrio judío de Skokie, el que luego fue revocado generando una dura batalla legal que les dio enorme publicidad y que los nazis terminaron ganando en la Corte Suprema, la cual sostuvo que su derecho a marchar, aunque hubiera sido profundamente ofensivo, estaba cubierto bajo la libertad de expresión de la primera enmienda. Teniendo en consideración también lo ocurrido en ese caso, Strossen, ella misma hija de sobrevivientes del Holocausto, concluye que «lejos de reducir la violencia entre grupos, la hostilidad y las tensiones, las leyes de discurso de odio usualmente las alimentan» en parte porque muchas reacciones simplemente son viscerales y se deben a la desaprobación de lo que se escucha461. De todos modos, añade, a nivel psicológico, quienes sienten odio o desprecio por determinados grupos no pueden ser corregidos mediante sanciones penales, sino más bien permitiendo su expresión para luego enfrentarlas constructivamente. Esto es más evidente aun con expresiones que muchas veces no están animadas por el odio, sino que son producto de la mera ignorancia o insensibilidad y las cuales son perseguidas de la misma manera462. Y es que en el Zeitgeist actual, ni siquiera el humor escapa a la censura y persecución, pues cualquier broma puede ser tomada como ofensiva o motivada por el odio.

Prohibido reír

En su aclamada novela El nombre de la rosa, Umberto Eco relata la historia de un monasterio en la Edad Media en el que comienzan a ocurrir repentinas muertes a las que los monjes no encuentran explicación. Para resolver el misterio, un monje externo acude al lugar acompañado de un asistente. Eventualmente, el monje investigador, interpretado por Sean Connery en la película del mismo nombre, descubre que las muertes son causadas por el veneno añadido a las hojas de un libro particular de Aristóteles en el que el filósofo hablaba de las virtudes de la risa y de la comedia. El libro había sido envenenado por uno de los monjes, quien veía en la fuerza de la risa una directa amenaza para el temor a Dios, sobre el cual todo el orden de la cristiandad se encontraba fundado. «La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable», dice Jorge, el asesino, cuando ya ha sido descubierto, y agrega:

La risa distrae, por unos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios […] ¿Y qué seríamos nosotros, criaturas pecadoras, sin el miedo, tal vez el más propicio y afectuoso de los dones divinos? Durante siglos, los doctores y los padres han secretado perfumadas esencias de santo saber para redimir, a través del pensamiento dirigido hacia lo alto, la miseria y la tentación de todo lo bajo. Y este libro, que presenta como milagrosa medicina a la comedia, a la sátira y al mimo, afirmando que pueden producir la purificación de las pasiones a través de la representación del defecto, del vicio, de la debilidad, induciría a los falsos sabios a tratar de redimir (diabólica inversión) lo alto a través de la aceptación de lo bajo463.

En un mundo de purismo religioso, censurar la risa cuando esta puede poner en cuestión la fe y en consecuencia la autoridad misma de los sacerdotes y del orden que los eleva por sobre los demás es no solo una demanda religiosa, sino una necesidad política. Sin el temor que produce la herejía y el pecado que ellos definen, estos sacerdotes se vuelven superfluos y la doctrina que difunden, inútil. En otras palabras, la risa es políticamente incorrecta y por tanto debe ser perseguida, pues, como dice Jorge en la novela de Eco, la comedia, la sátira y el mimo pasan a competir con los sabios por la purificación de las bajas pasiones. Esta es exactamente la razón por la cual, en la sociedad hipermoralizada actual, los neoinquisidores se han lanzado en contra del humor para acallarlo y destruir a quienes hacen de temas tabú objeto de chistes o comedia. El columnista Andrew Doyle ha advertido que cada vez existen más episodios en que personas indignadas interrumpen a comediantes en medio de sus rutinas para acusarlos de racistas, machistas u otra herejía, por cualquier broma que involucre a mujeres o individuos de minorías supuestamente victimizadas. Según Doyle, «la búsqueda de ofensas se ha convertido en una especie de deporte amateur» producto de la influencia de las redes sociales y de un «escalamiento general en el comportamiento narcisista»464. Este último punto es esencial dentro de la cultura del victimismo, la que, como hemos visto, premia a aquellos individuos que se victimizan o reclaman representar víctimas incrementando así su estatus moral y la autopercepción de que son mejores que el resto. Pero Doyle advierte que este afán por sentirse ofendido no solo se está dando con las audiencias, sino también con la crítica especializada, ya que un creciente número de críticos está exigiendo a los comediantes convertirse en guardianes de la nueva moral. El resultado final de todo este fenómeno, observa Doyle, es el mismo que se ha observado en las artes y la literatura: la autocensura.

Doyle, por cierto, no es el único en advertir sobre la tendencia políticamente correcta que está acabando con el humor. El legendario comediante Mel Brooks ha dicho que la comedia es hoy casi imposible, porque «nos hemos convertido en estúpidos de la corrección política». Su colega Gilbert Gottfried coincide al afirmar que existe una «epidemia de las disculpas» y que si los más grandes comediantes de la historia, como Charles Chaplin, vivieran hoy, no podrían trabajar sin disculparse todo el tiempo. El actor afroamericano Chris Rock, por su parte, ha decidido no actuar más en campus universitarios por la obsesión que tienen de «no ofender a nadie». Todo este clima de censura fue resumido por Dennis Miller afirmando que «el problema principal de los escuadrones de la inquisición de hoy es que muchos de nuestros guardias ‘abiertos de mente’ se encuentran entre los ciudadanos de mente más cerrada»465.

Reacciones de este tipo llevaron a un artículo de Salon.com a concluir que «cada vez más comediantes se han manifestado en contra de la corrección política, argumentando que el aumento de la sensibilidad y la tendencia de la audiencia a sentirse ofendida reprime la libertad cómica»466. El mismo artículo cita al comediante John Cleese, quien señaló que había dejado de hacer bromas sobre mexicanos luego de ver reacciones negativas del público. Aludiendo a la forma en que las políticas identitarias han infectado también el mundo del humor, Cleese afirmó que se puede «hacer chistes sobre suecos y alemanes, franceses, ingleses, canadienses y estadounidenses. ¿Por qué no podemos hacer chistes sobre los mexicanos? ¿Es porque son tan débiles que no pueden cuidar de sí mismos? Es muy condescendiente eso». Cleese tiene razón en notar que existen categorías de personas de las que se puede reír u «ofender» y otras de las que no se pueden hacer comentarios que no sean positivos. Esa es la esencia de la cultura de las políticas identitarias analizada en capítulos anteriores, la cual, como nota el mismo Cleese concordando con Freud, en el fondo esconde un gran desprecio por los mismos grupos que busca supuestamente proteger. Y tal como ocurre en el caso de los delitos de odio, que no contribuyen a reducir la discriminación sino muchas veces a aumentarla, en el caso de la comedia la censura impide que los grupos puedan tomarse livianamente sus diferencias y acercarse entre sí a través de una cuestión tan humana y poderosa como es el humor. Pues no hay duda de que, contrario a lo que sugiere el monje asesino de Eco, la capacidad de reír que ofrece la comedia, los mimos y la sátira, entre otras formas de humor, domestica las pasiones más destructivas y bajas de los seres humanos. Con toda razón, el intelectual marxista Slavoj Žižek ha advertido que la corrección política, lejos de eliminar el racismo, lo perpetúa de manera oculta y que la prohibición de chistes racistas en nada ayuda a combatirlo. «La verdadera superación del racismo no es que se prohíban las bromas racistas», dice Žižek, sino que se establezca «un cambio de atmósfera tal que se puedan contar exactamente las mismas bromas sin parecer un racista», pues cuando hay «una verdadera relación de igualdad, respeto y demás, a veces bromas sucias, incluso bromas suavemente racistas hechas de una manera no racista, con esto quiero decir que te incluyes y te burlas de ti mismo, son increíbles»467. Žižek agrega que es fácil no ser racista de manera políticamente correcta y decir «oh, respeto tu comida y tus identidades nacionales», pero que ahí jamás se da el contacto real con otros, porque este no es posible sin «un pequeño intercambio de obscenidad». «La situación ideal posracista —dice Žižek— es, digamos, que soy indio y tú afroamericano. Nos estamos contando chistes sucios el uno al otro sobre nosotros mismos, pero de tal manera que simplemente nos reímos y cuanto más los contamos, más amigos somos. ¿Por qué? Porque de esta manera realmente resolvimos la tensión del racismo»468.

El humor es un gran instrumento para acercar a personas porque descomprime en risa lo que de otro modo se canaliza a través del odio y del desprecio. Esto explica por qué los fanatismos son intolerantes con cualquier tipo de bromas sobre sus creencias, lo cual queda fielmente reflejado con los puritanos de Salem. El caso de las caricaturas de Mahoma publicadas por el diario danés Jyllands-Posten en 2005, y que desató la furia de musulmanes en todo el mundo y causó la muerte de hasta doscientas personas, constituye otro ejemplo de que la seriedad, la violencia y la intolerancia son inseparables. Por supuesto, en nuestra atmósfera inquisitorial, Flemming Rose, el editor del diario responsable de la publicación, fue acusado de racista y fascista en Europa y fuera de ella, además de haber sido culpado por las muertes que la publicación políticamente incorrecta detonó. En su libro The Tyranny of Silence, Rose criticó directamente la idea de políticas identitarias que usaron quienes lo atacaron por las publicaciones. En una democracia, afirmó, nadie tiene el derecho exclusivo de decir determinadas historias, lo que significa que los musulmanes tienen el derecho a hacer chistes de los judíos, los ateos de los musulmanes, los blancos de los negros, etc.469.

El humor, el diálogo y la crítica constituyen precisamente el modo en que las diversas culturas pueden encontrar puentes de comunicación conviviendo sobre la base del principio de la libertad de expresión y del respeto mutuo que esta implica. Y ese respeto no consiste, como creen los neoinquisidores, en no decir nada que pueda resultar ofensivo para algún grupo, sino en tolerar y defender el derecho de otros a decir esas cosas que puedan resultar ofensivas. Por eso, lejos de ser un criminal, como muchos pretenden, Rose es un héroe de la libertad de expresión, valor que legiones de políticos e intelectuales, incluso en occidente, prefieren transar para no molestar o incomodar las sensibilidades de diversos grupos, especialmente de minorías supuestamente victimizadas. Con la publicación de las caricaturas de Mahoma, las que en un mundo con mayor sentido del humor no habrían pasado de ser anecdóticas, Rose expuso el abandono cultural y político al que se encuentra sometido uno de los principios fundantes del orden civilizado occidental, contribuyendo al mismo tiempo a revitalizarlo frente a la cobardía de quienes, por razones de corrección política, han cedido el terreno al tipo de clima de intolerancia y fanatismo que produjo la ola de muertos en 2005 y que ha animado las cacerías de herejes en todos los tiempos.

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492 s. 5 illüstrasyon
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9789569986550
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