Kitabı oku: «Electra», sayfa 7

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ESCENA IX

Pantoja; Don Urbano, el Marqués por la casa, presurosos. Tras ellos Balbina y Patros.

Don Urbano. ¿Qué ocurre?

Marqués. Oímos gritar a Electra.

Balbina. Y salió corriendo por el jardín.

Patros. Por aquí. (Alarmadas las dos, corren y se internan en el jardín.)

Marqués (mirando por entre la espesura). Allá va…

Corre… continúa gritando… ¡Oh, niña de mi alma! (Corre al jardín.)

Don Urbano. ¿Qué es esto?

Pantoja. Ya os lo explicaré… Aguarde usted. Dispongamos ahora…

Don Urbano. ¿Qué?

Pantoja (tratando de ordenar sus ideas). Deje usted que lo piense… Será preciso traerla a casa… Vaya usted…

Don Urbano (mirando hacia el jardín). Llega Máximo…

Pantoja (contrariado). ¡Oh, qué inoportunamente!

Don Urbano. Los niños corren hacia él… Parece que le informan… Electra se dirige a la gruta. Máximo va hacia la niña… Electra huye de él… Hablan el Marqués y mi sobrino acaloradamente.

Pantoja. Vaya usted… Cuide de que Máximo no intervenga…

Don Urbano. Voy. (Se interna en el jardín.)

Pantoja. Temo alguna contrariedad. Si yo pudiera… (Queriendo ir y sin atreverse.)

Balbina (volviendo presurosa del jardín). ¡Pobre niña…! Clamando por su madre… Se ha sentado en la boca de la gruta, rodeada de los niños… y no hay quien la mueva de allí…

Pantoja. ¿Y Máximo?

Balbina. Lleno de confusión, como todos nosotros, que no entendemos… Voy a dar parte100 a la señora…

Pantoja. No, no. ¿Han venido la Superiora y las Hermanas?

Balbina. Ahí están.

Pantoja. No diga usted nada a la señora. Entre en la casa y espere mis órdenes.

Balbina. Bien, señor.

Pantoja (indeciso y como asustado). Por primera vez en mi vida no acierto a tomar una resolución. Iré allá. (Al fondo del jardín.) No… ¿Esperaré? Tampoco. (Resolviéndose.) Voy. (A los pocos pasos le detiene Máximo, que muy agitado y colérico viene del jardín.)

ESCENA X

Pantoja, Máximo.

Máximo (con ardiente palabra en toda la escena). Alto… Me dice el Marqués que de aquí, después de una larga conversación con usted, salió Electra en ese terrible desvarío.

Pantoja (turbado). Aquí… cierto… hablamos… La niña…

Máximo. Mordida fue por el monstruo.

Pantoja. Tal vez… Pero el monstruo no soy yo. Es un monstruo terrible, que se alimenta de los hechos humanos. Se llama la Historia. (Queriendo marcharse.) Adiós.

Máximo (le coge fuertemente por un brazo). ¡Quieto!… Va usted a repetir, ahora mismo, ahora mismo, lo que ha dicho a Electra ese monstruo de la Historia, para ponerla en tan gran turbación…

Pantoja (sin saber qué decir). Yo… ante todo, conviene asentar previamente que…

Máximo. No quiero preámbulos… La verdad, concreta, exacta, precisa… Usted ha ofendido a Electra, usted ha trastornado su entendimiento… ¿Con qué palabras, con qué ideas? Necesito saberlo pronto, pronto. Se trata de la mujer que es todo para mí en el mundo.

Pantoja. Para mí es más: es los cielos y la tierra.

Máximo. Sepa yo al instante la maquinación que ha tramado usted contra esa pobre huérfana, contra mí, contra los dos, unidos ya eternamente por la efusión de nuestras almas; sepa yo qué veneno arrojó usted en el oído de la que puedo y debo llamar ya mi mujer. (Pantoja hace signos dubitativos.) ¿Qué dice? ¿Que no será mi mujer…? ¡Y se burla!

Pantoja. No he dicho nada.

Máximo (estallando en ira, con gran violencia le acomete). Pues por ese silencio, por esa burla, máscara de un egoísmo tan grande que no cabe en el mundo; por esa virtud verdadera o falsa, no lo sé, que en la sombra y sin ruido lanza el rayo que nos aniquila (le agarra por el cuello, le arroja sobre el banco); por esa dulzura que envenena, por esa suavidad que estrangula, confúndate Dios, hombre grande o rastrero, águila, serpiente o lo que seas.

Pantoja (recobrando el aliento). ¡Qué brutalidad!… ¡Infame, loco!…

Máximo. Sí, lo soy. Usted a todos nos enloquece. (Reponiéndose de su ira.) ¿Quién sino usted ha tenido el poder diabólico de desvirtuar mi carácter, arrastrándome a estas cóleras terribles? Sin darme cuenta de ello, he atropellado a un ser débil y mezquino, incapaz de responder a la fuerza con la fuerza.

Pantoja(incorporándose). Con la fuerza respondo. (Volviendo a su ser normal, se expresa con una calma sentenciosa.) Tú eres la fuerza física, yo soy la fuerza espiritual. (Máximo le mira atónito y confuso.) Puedo yo más que tú, infinitamente más. ¿Lo dudas?

Máximo. ¿Que puede más?

Pantoja. La ira te sofoca, el orgullo te ciega. Yo, maltratado y escarnecido, recobro fácilmente la serenidad; tú no: tú tiemblas, Máximo; tú, que eres la fuerza, tiemblas.

Máximo. Es la ira que aún está vibrando… No la provoque usted.

Pantoja (cada vez más dueño de sí). Ni la provoco, ni la temo… porque tú me maltratas y yo te perdono.

Máximo. ¡Que me perdona!…¡a mí! Se empeña usted en que yo sea homicida, y lo conseguirá.

Pantoja (con serena y fría gravedad, sin jactancia). Enfurécete, grita, golpea… Aquí me tienes inconmovible… No hay fuerza humana que me quebrante, no hay poder que me aparte de mis caminos. Injúriame, hiéreme, mátame: no me defiendo. El martirio no me arredra. Podrá la barbarie destruir mi pobre cuerpo, que nada vale; pero lo que hay aquí (en su mente), ¿quién lo destruye? Mi voluntad, de Dios abajo, nadie la mueve. Y si acaso mi voluntad quedase aniquilada por la muerte, la idea que sustento siempre quedará viva, triunfante…

Máximo. No veo, no puedo ver ideas grandes en quien no tiene grandeza, en quien no tiene piedad, ni ternura, ni compasión.

Pantoja. Mis fines son muy altos. Hacia ellos voy… por los caminos posibles.

Máximo (aterrado). ¡Por los caminos posibles! Hacia Dios no se va más que por uno: el del bien. (Con exaltación.) ¡Oh, Dios! Tú no puedes permitir que a tu Reino se llegue por callejuelas obscuras, ni que a tu gloria se suba pisando los corazones que te aman… ¡No, Dios, no permitirás eso, no, no! Antes que ver tal absurdo, veamos toda la Naturaleza en espantosa ruina, desquiciada y rota toda la máquina del Universo.

Pantoja. Sacrílego, ofendes a Dios con tus palabras.

Máximo. Más le ofende usted con sus hechos.

Pantoja. Basta. No he de disputar contigo… Nada más tengo que decirte.

Máximo. ¿Nada más? ¡Si falta todo!101 (Le coge vigorosamente por un brazo.) Ahora va usted conmigo en busca de Electra, y en presencia de ella, o esclarece usted mis dudas y me saca de esta ansiedad horrible, o perece usted y perezco yo, y perecemos todos… Lo juro por la memoria de mi madre.

Pantoja (después de mirarle fijamente). Vamos. (Al dar los primeros pasos sale Evarista de la casa.)

ESCENA XI

Los mismos, Evarista; tras ella la Superiora y dos Hermanas de La Penitencia; después Patros.

Evarista. ¿Qué ocurre, Máximo…? He sentido tu voz, airada.

Máximo. Este hombre… Venga usted, venga usted, tía. (Aparecen la Superiora y las Hermanas. Se alarma Máximo al verlas.) ¡Oh!… ¡Esas mujeres!… (Llega Patros del jardín presurosa.)

Patros (apenada, lloriqueando). Señora, la señorita ha perdido la razón… Corre, huye, vuela, llamando a su madre… a los que queremos consolarla, ni nos oye ni nos ve.

Evarista (avanzando hacia el jardín). ¡Niña de mi alma!

Máximo (mirando al fondo). Ya viene. (Suelta a Pantoja y corre al jardín.)

Patros. El señor y el señor Marqués han logrado reducirla, y a casa la traen… (Aparece Electra, conducida por Don Urbano y el Marqués; junto a ellos Máximo. Al ver a los que están en escena, hace alguna resistencia. Suave y cariñosamente la obligan a aproximarse. Trae el pelo y seno adornado con florecillas.)

ESCENA XII

Electra, Máximo, Evarista, Pantoja, Don Urbano, el Marqués, Patros, la Superiora y Hermanas.

Evarista. Hija mía, ¿qué delirio es ese?

Máximo (acudiendo a ella cariñoso). Alma mía, ven, escúchame. Mi cariño será tu razón.

Electra (se aparta de Máximo con movimiento pudoroso. Su desvarío es sosegado, sin gritos ni carcajadas. Lo expresa con acentos de dolor resignado y melancólico). No te acerques. Yo no soy tuya, no, no.

Máximo. ¿Por qué huyes de mí? ¿A dónde vas sin mí…?

Pantoja (que ha pasado a la derecha junto a Evarista). A la verdad, a la eterna paz.

Electra. Busco a mi madre. ¿Sabéis dónde está mi madre?… La vi en el corro de los niños… fue después hacia la mimosa que hay a la entrada de la gruta… Yo tras ella sin alcanzarla… Me miraba y huía… (Óyese lejano el canto de niños en el corro.)

Marqués. ¿Ves a Máximo? Será tu esposo…

Máximo (con vivo afán). Nadie se opone; no hay razón ni fuerza que lo impidan, Electra, vida mía.

Electra (imponiendo silencio). Ya no hay esposos ni esposas…¡oh, qué triste está mi alma!… Ya no hay más que padres y hermanos, muchos hermanos…

¡Qué grande es el mundo, y qué solo está, qué vacío! Por sobre él pasan unas nubes negras… las ilusiones que fueron mías, y ahora son… de nadie… no son ilusiones de nadie… ¡Qué soledad! Todo se apaga, todo llora… el mundo se acaba… se acaba. (Con arrebato de miedo.) Quiero huir, quiero esconderme. No quiero padres, no quiero hermanos… Quiero ir con mi madre. ¿Dónde está su sepulcro? Allí, juntas las dos, juntas mi madre y yo, yo le contaré mis penas, y ella me dirá las verdades… las verdades.

Pantoja (aparte a Evarista). Es la ocasión. Aprovechémosla.

Evarista. Hija mía, te llevaremos a la paz, al descanso.

Máximo. No es esa la paz. El descanso y la razón están aquí. Electra es mía… (Evarista hace por llevársela.) Yo la reclamo.

Electra. Máximo, adiós. No te pertenezco: pertenezco a mi dolor… Mi madre me llama a su lado. (Ansiosa, expresando una atención intensísima.) Oigo su voz…

Máximo. ¡Su voz!

Electra. Silencio… Me llama, me llama. (Con alegría, delirando.)

Evarista. ¡Hija, vuelve en ti!

Electra. ¿Oís?… Voy, madre mía. (Corre hacia las Hermanas.) Vamos. (A Máximo que quiere seguirla.) Yo sola… Me llama a mí sola. A ti no… A mí sola. ¿No oís la voz que dice ¡Eleeeectra!…? Voy a ti, madre querida. (Las Hermanas, Evarista y Pantoja la rodean.)

Máximo. Iniquidad! Para poder robármela le han quitado la razón. (Quiere desprenderse de los brazos del Marqués y Don Urbano.)

Marqués. No la pierdas tú también. (Conteniéndole.)

Don Urbano. Calma.

Marqués. Déjala ahora… Ya la recobraremos.

Máximo. ¡Ah! (Como asfixiándose.) Devolvedme a la verdad, devolvedme a la ciencia. Este mundo incierto, mentiroso, no es para mí.

ACTO QUINTO

Telón corto. Sala locutorio en San José de la Penitencia. Puertas laterales, al fondo un ventanal, de donde se ve el patio.

—–

ESCENA PRIMERA

Evarista, Sor Dorotea.

Evarista (entrando con la monja). ¿Don Salvador…?

Dorotea. Ha llegado hace un rato: en el despacho con la Superiora y la Hermana Contadora.

Evarista. Allí le encontrará Urbano. Mientras ellos hablan allá, cuénteme usted, Hermana Dorotea, lo que hace, piensa y dice la niña. Ha sido muy feliz la elección de usted, tan dulce y simpática, para acompañarla de continuo y ser su amiga, su confidente en esta soledad.

Dorotea. Electra me distingue con su afecto, y no contribuyo poco, la verdad, a sosegar su alma turbada.

Evarista (señalando a la sien). ¿Y cómo está de…?

Dorotea. Muy bien, señora. Su juicio ha recobrado la claridad, y ya estaría reparada totalmente de aquel trastorno si no conservara la idea fija de querer ver a su madre, de hablarle, y esperar de ella la solución de su ignorancia y de sus dudas. Todo el tiempo que le dejan libre sus obligaciones religiosas, y algo más que ella se toma, lo pasa embebecida en el patio donde tenemos nuestro camposanto,102 y en la huerta cercana. Allí, como en nuestro dormitorio, la idea de su madre absorbe su espíritu.

Evarista. Dígame otra cosa: ¿Se acuerda de Máximo? ¿Piensa en él?

Dorotea. Sí, señora; pero en el rezo y en la meditación, su pensamiento cultiva la idea de quererle como hermano, y al fin, según hoy me ha dicho, espera conseguirlo.

Evarista. ¡Su pensamiento! Falta que el corazón responda a esa idea. Bien podría resultar todo conforme a su buen propósito, si la desgracia ocurrida anteayer no torciera los acontecimientos…

Dorotea. ¡Desgracia!

Evarista. Ha muerto nuestro grande amigo, Don Leonardo Cuesta, el agente de Bolsa.

Dorotea. No sabía…

Evarista. ¡Qué lástima de hombre!103 Hace días se sentía mal… presagiaba su fin. Salió el lunes muy temprano, y en la calle perdió el conocimiento. Lleváronle a su casa, y falleció a las tres de la tarde.

Dorotea. ¡Pobre señor!

Evarista. En su testamento, Leonardo instituye a Electra heredera de la mitad de su fortuna…

Dorotea. ¡Ah!

Evarista. Pero con la expresa condición de que la niña ha de abandonar la vida religiosa. ¿Sabe usted si está enterado de estas cosas Don Salvador?

Dorotea. Supongo que sí, porque él todo lo sabe, y lo que no sabe lo adivina.

Evarista. Así es.

Dorotea (viendo llegar a Don Urbano). El señor Don Urbano.

ESCENA II

Las mismas; Don Urbano.

Evarista. ¿Le has visto?

Don Urbano. Sí. Allí le dejo trabajando en el despacho, con un tino, con una fijeza de atención que pasman. ¡Qué cabeza!

Evarista. ¿Tiene noticia de la última voluntad del pobre Cuesta?

Don Urbano. Sí.

Evarista (a Don Urbano). ¿Encontraste a nuestro buen amigo muy contrariado?

Don Urbano. Si lo está, no se le conoce. Es tal su entereza, que ni en los casos más aflictivos deja salir al rostro las emociones de su alma grande…

Evarista (con entusiasmo, interrumpiéndole). Sí que domina las humanas flaquezas, y como un águila sube y sube más arriba de donde estallan las tempestades.

Don Urbano. Preguntado por mí acerca de sus esperanzas de retener a Electra, ha respondido sencillamente, con más serenidad que jactancia: «Confío en Dios.»

Evarista. ¡Qué grandeza de alma! ¿Y sabía que el Marqués y Máximo son los testamentarios…?

Don Urbano. Sabía más. Recibió al mediodía una carta de ellos anunciándole que esta tarde vendrán, acompañados de un notario, a requerir a la niña para que declare si acepta o rechaza la herencia.

Evarista. ¿Y ante esa conminación…?

Don Urbano. Nada: tan tranquilo el hombre, repitiendo la fórmula que le pinta de un solo trazo: «Confío en Dios.»

ESCENA III

Los mismos; Máximo, el Marqués, por la izquierda.

Marqués. Aquí aguardaremos.

Máximo (viendo a Evarista). ¡Ay, quién está aquí! Tía… (La saluda con afecto.)

Evarista (respondiendo al saludo del Marqués). Marqués… ¿Con que104 al fin hay esperanzas de ganar la batalla?

Marqués. No lo sé… Luchamos con una fiera de muchísimo sentido.

Evarista. ¿Y tú, Máximo, crees…?

Máximo. Que el monstruo sabe mucho, y es maestro consumado en estas lides. Pero… confío en Dios.

Evarista. ¿Tú también…?

Máximo. Naturalmente: en Dios confía quien adora la verdad. Por la verdad combatimos. ¿Cómo hemos de suponer que Dios nos abandone? No puede ser, tía.

Don Urbano. Al pasar por estos patios, ¿has visto a Electra?

Máximo. No.

Dorotea (asomada el ventanal). Ahora pasa. Viene del cementerio.

Máximo (corriendo al ventanal con Don Urbano). ¡Ah, qué triste, qué hermosa! La blancura de su hábito le da el aspecto de una aparición. (Llamándola.) ¡Electra!

Don Urbano. Silencio.

Máximo. No puedo contenerme. (Vuelve a mirar.) ¿Pero vive…? ¿Es ella en su realidad primorosa, o una imagen mística digna de los altares?… Ahora vuelve… Eleva sus miradas al cielo… Si la viera desvanecerse en los aires como una sombra, no me sorprendería… Baja los ojos… detiene el paso… ¿Qué pensará? (Sigue contemplando a Electra.)

Marqués (que ha permanecido en el proscenio con Evarista). Sí, señora: falso de toda falsedad.

Evarista. Mire usted lo que dice…

Marqués. O el venerable Don Salvador se equivoca, o ha dicho a sabiendas lo contrario de la verdad, movido de razones y fines a que no alcanzan nuestras limitadas inteligencias.

Evarista. Imposible, Marqués. ¡Un hombre tan justo, de tan pura conciencia, de ideas tan altas, faltar a la verdad…!

Marqués. ¿Y quién nos asegura, señora mía, que en el arcano de esas conciencias exaltadas no hay una ley moral cuyas sutilezas están muy lejos de nuestro alcance? Absurdos hay en la vida del espíritu como en la naturaleza, donde vemos mil fenómenos cuyas causas no son las que lo parecen.

Evarista. ¡Oh, no puede ser, y no y no! Casos hay en que la mentira allana los caminos del bien. ¿Pero hemos llegado a un caso de éstos? No, no.

Marqués. Para que usted acabe de formar juicio, óigame lo que voy a decirle. Virginia me asegura que de Josefina Perret, sin que en ello pueda haber mixtificación ni engaño… nació el hombre que ve usted ahí… Y lo prueba, lo demuestra como el problema más claro y sencillo. Además, yo he podido comprobar que Lázaro Yuste faltó de Madrid desde el 63 al 66.

Evarista. Con todo, Marqués, no cabe105 en mi cabeza…

Marqués (viendo aparecer a Pantoja por la derecha). Aquí está.

Máximo (volviendo al proscenio). Ya está aquí la fiera.

Dorotea. Con permiso de los señores, me retiro. (Se va por la izquierda. Pantoja permanece un instante en la puerta.)

ESCENA IV

Evarista, Máximo, Don Urbano, el Marqués, Pantoja.

Pantoja (avanzando despacio). Señores, perdónenme si les he hecho esperar.

Máximo. Enterado el señor de Pantoja del objeto que nos trae a La Penitencia,106 no necesitaremos repetirlo.

Marqués (benigno). No lo repetimos por no mortificar a usted, que ya dará por perdida la batalla.

Pantoja (sereno, sin jactancia). Yo no pierdo nunca.

Máximo. Es mucho decir.

Pantoja. Y aseguro que Electra, que sabe ya despreciar los bienes terrenos, no aceptará la herencia.

Máximo (conteniendo su ira). ¡Oh!…

Evarista. Ya lo ves: este hombre no se rinde.

Pantoja. No me rindo… nunca, nunca.

Máximo. Ya lo veo. (Sin poder contenerse.) Hay que matarle.

Pantoja. Venga esa muerte.

Marqués. No llegaremos a tanto.

Pantoja. Lleguen ustedes a donde quieran, siempre me encontrarán en mi puesto, inconmovible.

Marqués. Confiamos en la Ley.

Pantoja. Confío en Dios.

Máximo. La Ley es Dios… o debe serlo.

Pantoja. ¡Ah! señores de la Ley, yo les digo que Electra, adaptándose fácilmente a esta vida de pureza, encariñada ya con la oración, con la dulce paz religiosa, no desea, no, abandonar esta casa.

Máximo(impaciente). ¿Podremos verla?

Pantoja. Ahora precisamente no.

Máximo (queriendo protestar airadamente). ¡Oh!

Pantoja. Tenga usted calma.

Máximo. No puedo tenerla.

Evarista. Es la hora del coro. Quiere decir San Salvador que después del rezo…

Pantoja. Justo… Y para que se persuadan de que nada temo, pueden traer, a más del notario, al señor delegado del Gobierno. Mandaré abrir las puertas del edificio… permitiré a ustedes que hablen cuanto gusten con Electra, y si ella quiere salir, salga en buena hora…

Marqués. ¿Lo hará usted como lo dice?

Pantoja. ¿Cómo no, si confío en Dios? (Se miran en silencio Pantoja y Máximo.)

Máximo. Yo también.

Pantoja. Pues si confía, aquí le espero.

Marqués. Volveremos esta tarde. (Coge a Máximo por el brazo.)

Pantoja. Y nosotros a la iglesia. (Salen Don Urbano, Evarista y Pantoja.)

ESCENA V

El Marqués; Máximo, que recorre la escena muy agitado con inquietud impaciente y recelosa.

Marqués. ¿Qué dices a esto?

Máximo. Que ese hombre, de superior talento para fascinar a los débiles y burlar a los fuertes, nos volverá locos.107 Yo no soy para esto. En luchas de tal índole, voluntades contra voluntades, yo me siento arrastrado a la violencia.

Marqués. ¿Qué harías, pues?

Máximo. Llevármela de grado o por fuerza. Si no tengo poder bastante, buscarlo, adquirirlo, comprarlo; traer amigos, cómplices, un escuadrón, un ejército… (Con creciente calor y brío.) Renacen en mí los tiempos románticos y las ferocidades del feudalismo.

Marqués. ¿Y eso piensa y dice un hombre de ciencia?

Máximo. Los extremos se tocan. (Exaltándose más.) A ese hombre, a ese monstruo… hay que matarlo.

Marqués. No tanto, hijo. Imitémosle, seamos como él astutos, insidiosos, perseverantes.

Máximo (con brío y elocuencia). Seamos como yo, sinceros, claros, valientes. Vayamos a cara descubierta108 contra el enemigo. Destruyámosle si podemos, o dejémonos destruir por él… pero de una vez, en una sola acción, en una sola embestida, en un solo golpe… O él o nosotros.

Marqués. No, amigo mío. Tenemos que ir con pulso. Es forzoso que respetemos el orden social en que vivimos.

Máximo. Y este orden social en que vivimos nos envolverá en una red de mentiras y de argucias, y en esa red pereceremos ahogados, sin defensa alguna… manos y cuello cogidos en las mallas de mil y mil leyes caprichosas, de mil y mil voluntades falaces, aleves, corrompidas.

Marqués. Cálmate. Preparemos el ánimo para lo que esta tarde nos espera. Preveamos los obstáculos para pensar con tiempo109 en la manera de vencerlos… ¿Qué sucederá cuando le digamos a Electra que tú y ella no nacisteis de la misma madre?

Máximo. ¿Qué ha de suceder? Que no nos creerá… que en su mente se ha petrificado el error y será imposible destruirlo. ¿Sabe usted lo que puede la sugestión continua, lo que puede el ambiente de esta casa sobre las ideas de los que en ella habitan?

Marqués. Emplearemos, pues, medios eficaces…

Máximo (con mayor violencia). Eficacísimos, si: pegar fuego a esta casa, pegar fuego a Madrid…

Marqués. No disparates… En el caso de que la niña no quiera salir, nos la llevaremos a la fuerza.

Máximo (muy vivamente hasta el fin). O la fuerza vencedora, o la desesperación vencida… Moriré yo, morirá ella, moriremos todos.

Marqués. Morir no: vivamos muy despiertos. Preparémonos para lo peor. Ya tengo las llaves para entrar por la calle nueva. La Hermana Dorotea nos pertenece… Chitón.

Máximo. ¡A la violencia!

Marqués. ¡Astucia, caciquismo!

Máximo. ¡Por el camino derecho!

Marqués. ¡Por el camino sesgado!110 (Cogiéndole del brazo.) Y vámonos, que nuestra presencia aquí puede infundir sospechas. (Llevándosele.)

Máximo. Vámonos, sí.

Marqués. Confía en mí.

Máximo. Confío en Dios.

MUTACIÓN

Patio en San José111 de la Penitencia. A la derecha un costado de la iglesia, con ventanales, por donde se trasluce la claridad interior. A la izquierda, portalón por donde se pasa a otro patio, que se supone comunica con la calle. Al fondo, entre la iglesia y las construcciones de la izquierda, un gran arco rebajado, tras el cual se ve en último término el cementerio de la Congregación.112 Noche obscura.

100.dar parte: see dar.
101.Si falta todo: see faltar.
102.camposanto: Campo Santo (sacred field) is the Italian name for a cemetery, but more especially for an enclosed place of interment. The most notable Campo Santo is that of Pisa, founded by Archbishop Ubaldo in the 12th century. The archbishop, being driven out of Palestine, brought back his vessels loaded with earth from Mount Calvary. This he deposited on the spot which was then called the "sacred field," and which gave its name as a generic term to the burying-grounds of Italy.
103.Qué…hombre: see lástima.
104.¿Con que: see que.
105.no cabe en: see caber.
106.La Penitencia: see footnote 8.
107.volverá locos: see volver.
108.a cara descubierta: see cara.
109.con tiempo: see tiempo.
110.por…sesgado: see camino.
111.San José, etc.: see footnote 8.
112.Congregación: see footnote 92.
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