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Los moriscos y la ganadería
Cuando se recuerda las actividades de los moriscos, es difícil no pensar en el especialista del regadío o en el arriero que surca los caminos de la Península. En este campo, como en muchos otros concernientes a la minoría cripto-musulmana, se han impuesto muchos estereotipos. Lejos de mí la idea de que no correspondan a la realidad. Los mismos son perniciosos por su condición de «reductores». Tienden a acrecentar la creencia de que el morisco era totalmente extraño a sectores completos de la economía; entre ellos, la ganadería.
La bibliografía sobre los moriscos es muda a este respecto, o en todo caso niega la existencia de ganaderos o pastores en el seno del colectivo. Algunos ejemplos tomados, no obstante, de las mejores obras publicadas proporcionarán una elocuente ilustración. Tulio Halperín Donghi, en su libro clásico sobre los moriscos valencianos, dedica algunas páginas a la ganadería para insistir en la importancia de los rebaños trashumantes venidos de Castilla y de Aragón.[1] Hace incluso algunas alusiones al ganado local, pero no dice nada en cuanto a eventuales propietarios moriscos. Estudiando el área almeriense, Nicolás Cabrillana no duda en afirmar: «en conjunto, la distribución sectorial de la población morisca no era muy distinta de la que podía observarse en la cristiana: predominio absoluto del sector primario, prácticamente reducido a la agricultura pues el morisco no era pescador ni pastor». Pero añade una frase que expresa su perplejidad: «Ni siquiera parece que aprovechara el monte como leñador, carbonero o cazador aunque esta afirmación no debe tomarse al pie de la letra».[2] Por su parte, Mercedes García-Arenal constata que «es notable que ni en los censos ni en los procesos aparezca ningún morisco que se gane la vida como pastor ni por medio de ningún otro oficio relacionado con la ganadería que era tan rica en la región conquense».[3]
Balance, por tanto, nada, o casi nada. Los moriscos ignoran o están ausentes de la ganadería. Mas, ¿se puede estar satisfecho de un diagnóstico tan rápidamente establecido? Ciertamente, no se puede poner en duda la observación bien afianzada de Mercedes García-Arenal. Sin embargo, en la coyuntura, lo contrario es lo que sería sorprendente. ¿Cómo los moriscos desarraigados en tierras castellanas después de 1570, enfrentados a condiciones de vida precarias, habrían podido disponer del capital necesario para la propiedad de ganado? ¿Y cómo los moriscos antiguos, de fuerte tradición urbana en Castilla o en Andalucía occidental podrían dedicarse a la ganadería? Por el contrario, los casos aragonés, valenciano y granadino son más problemáticos. El hecho de que los moriscos, en gran mayoría, hayan pertenecido del Ebro al Genil, al área mediterránea, a menudo ha conducido a enfatizar las relaciones entre la población morisca y la puesta en valor de las tierras de regadío. Como consecuencia, por este camino, el ganado casi no cuenta. Pero eso significa olvidar que, en los terruños, las parcelas irrigadas no ocupan más que una pequeña parte del espacio. Sin embargo ¿las otras superficies estaban descuidadas? Es también una tentación creer en un lazo sistemático entre moriscos y regadío. En el País Valenciano, con algunas excepciones notables como la huerta de Gandía, los cristianos nuevos estaban confinados a las tierras de secano.
Hay una segunda razón que explica nuestras lagunas actuales. La causa está en la documentación. Las principales fuentes utilizadas por los investigadores, encuestas fiscales, catastros, diezmos, etc., privilegian siempre los cultivos. Es cuestión, en primer lugar, de granos, después de cultivos arbustivos y sólo en tercer lugar de productos de la ganadería. En fin, esos mismos textos insisten continuamente sobre la puesta en valor individual de las tierras, mientras que la ganadería se releva, en buena parte de los usos colectivos. Rafael Benítez señala bien el obstáculo: «las actividades agrarias se complementan con una importante dedicación ganadera. Una vez más tropezamos con la dificultad de unas fuentes incompletas. Si no es mucho lo que sabemos sobre las tierras de los cristianos viejos, sobre los ganados de los moriscos no nos ha llegado ninguna noticia».[4] ¿Y, sin embargo, no es lógico preguntarse por qué el campesino morisco no era más que agricultor?
Tiene, igual que el cristiano viejo, múltiples razones para interesarse por la ganadería. La producción de carne o la de lana no le eran extrañas. Volveremos sobre este punto importante. Pero una simple lectura de inventarios de bienes muestra que unos moriscos emplean animales de labor como esos dos «bueyes de arado» que posee Diego el Filaurixi, habitante de El Alquián, o esas dos «mulas de labranza» de siete y tres años, propiedad de Hernando Bellán, habitante de Salobra, aldea próxima, como El Alquián, a Almería.[5] Que hacen queso, como el mismo Hernando Bellán, propietario también de 158 cabras y en cuya casa se le encuentra «cuarenta quesos de cabra de a libra cada uno», o como Diego Mercadillo, de Níjar, en cuyo domicilio se le inventaría media arroba de queso.[6] Y si la prohibición existente sobre el consumo de carne de cerdo era a priori un freno para la ganadería, el ritual de la muerte de los animales constituía, con el propósito de ocultar mejor las prácticas prohibidas, una incitación al mantenimiento de animales. La celebración de las grandes fiestas del año, el sacrificio del cordero durante el id al-Kibir en particular, era otra. Los habitantes de Carlet, aldea de la Ribera de Valencia, declaran ante inquisidor en 1574. Juan Montroy, 35 años, «ha criado cabritos y carnero a la mano para hacer aldeheas», mientras que Pere Xeric, 20 años, «guardaba algún ganado». Y he aquí la prueba por defecto de la generalidad del fenómeno.[7] Luis Ferrer «no ha criado el carnero», porque es pobre.[8] Por supuesto, los moriscos poseían aves de corral, lo que subraya el cronista Bermúdez de Pedraza cuando menciona la existencia, en el mercado, de pollos y gallinas moriscos, más pequeños sin duda, y por tanto más baratos que la volatería castellana.[9]
Nada más normal, pues, que la posesión por Hernando el Meyca, habitante de Dalías, de una «vaca prieta, un buey bermejo, un asno pardo, quince cabezas de ganado, que son tres ovejas e un carnero primal, y onze cabras, dos cabritos más una vaca e un novillo prieto».[10] El ganado de Beatriz, esposa de Andrés Aladri, de Jubar, aldea de la Alpujarra, como Dalías, es apenas menos heteróclito, «veinte cabezas de cabras, una vaca prieta con un becerro, una mula castaña oscura».[11] Y qué decir de Andrés de Sierra, habitante de Ugíjar. En 1562, son inventariados «una mula castaña, una burra con su borrico, dos bueyes de labor, 50 cabezas de ganado ovejuno y cabruno». Y también, «dos zonares que son capotes de pastores», que son un indicio cierto del lugar de la ganadería en la economía doméstica de este alpujarreño.[12]
Podríamos multiplicar los ejemplos hasta la saciedad. La mayor parte de los moriscos del reino de Granada poseen algunas cabezas o, incluso, decenas de cabezas de ganado. En cada localidad existe un rebaño comunal que utiliza los recursos locales. Beatriz de Tordesillas, de Notáez, tiene «un buey prieto de edad de 4 ó 5 años que anda con la boyada del concejo de los vecinos del dicho lugar de Notáez en la sierra de Trevélez».[13] En Torvizcón, Francisco Elezni tiene una «mula prieta y diez cabezas de cabras que andan con el ganado del pueblo»,[14] en Casarabonela, villa próxima a Málaga, existe, según el libro de apeo y repartimiento de 1572 «dos dehesas boyales cerradas buenas dentro del término, la una que llaman la martina y la otra del río de turón que tiene cada una más de una legua cuadrada con muchas aguas y pilares dentro y esbasto y erbaxe y es de los vecinos de Casarabonela para sus ganados...».[15] En Gérgal, unos testigos declaran que antes de su expulsión «los moriscos vecinos de la villa de Gérgal tenían en el término della una dehesa para sus ganados ansí de invierno como de verano en la parte que llaman de Xicares que es desde las dichas huertas postreras de la dicha villa de Gérgal hacia la sierra hasta la cumbre della y por otra parte confinaba y partia con el camino que iba de la dicha villa de Gérgal a la ciudad de Baza yendo por la sierra y por otra parte confinaba y partía con el camino que iba de la dicha villa de Gérgal a la dicha villa de Bacares y que esta dehesa era solamente de los moriscos vecinos de la dicha villa de Gérgal».[16]
Los pequeños arroyos hacen los grandes ríos. Si bien estamos lejos de dar la menor evaluación global del ganado que poseían los moriscos granadinos, podemos afirmar sin temor que era considerable y que el campesino morisco no presentaba en este campo ninguna originalidad en comparación con su homólogo cristiano viejo. Uno y otro asociaban, poco o mucho, cultivos y ganadería. Y la situación en Andalucía oriental es, con toda probabilidad, análoga a la del reino de Valencia. Carmen Barceló ha demostrado que, en conjunto, los mudéjares valencianos poseían, en el siglo XV, un ganado proporcionalmente tan numeroso como el de los cristianos viejos.[17] Representan alrededor de un tercio de los animales. ¿Y cómo imaginar que podía ser de otra forma en el siglo XVI?
Entre los moriscos granadinos, algunos no disponían más que de un asno o de una mula, otros, de algunas unidades incluso hasta una decena de cabras y de carneros. Para ellos, el ganado no era más que un modesto complemento de recursos o no tenía más que un papel subordinado. Otros, por el contrario, sacando gran partido de su rebaño, eran verdaderos ganaderos. Esto era evidente en el caso de los hermanos Mercadillo, de Níjar. Cuando sus bienes son secuestrados, tras su salida clandestina para el Norte de África, se les censan 207 ovinos y caprinos. El recuento es muy preciso entre ovejas, corderos, cabras, cabritos y un morueco.[18] Los Monaymas, habitantes de Pechina, y los Albacar, habitantes de Viator, tienen, con notoriedad pública, un numeroso ganado que pasta cada año en los herbajes de Velefique o de Bacares.[19] Y en la zona del Campo de Dalías en enero de 1569, a comienzos del levantamiento de la Alpujarra, unos pastores cristianos viejos recogieron más de 220 bovinos que pertenecían a unos moriscos.[20]
Implícitamente se ha hecho alusión a la trashumancia de los rebaños. Este movimiento interno en el reino de Granada ha pasado prácticamente desapercibido para los historiadores y, sin embargo, su importancia es considerable. Sabemos por una serie de menciones bastante vagas que su práctica es antigua, familiar a los campesinos musulmanes de la época medieval. Describiendo la sierra de Lújar, Antonio Malpica señala la existencia de la trashumancia a comienzos del siglo XVI y añade «como lógica consecuencia de una situación anterior».[21] La migración animal se apoya en una red de aljibes que permiten, por etapas, ganar los pastos costeros en la zona de Motril y de Castell de Ferro. Nada insólito porque más al este, en el Campo de Dalías, según un texto de 1525, «los moros tenían edificados en ellos en su tiempo veinte y tantos aljibes los cuales tenían muy bien reparados a costa de los ganados que se apasentaban».[22] En el oeste, en las proximidades de Málaga, los rebaños llegaban a una dehesa después de haber utilizado unas «cañadas y abrevaderos... a la linde y inmediacion del río de Guadalquivilejo».[23]
En el siglo XVI, la trashumancia es general en el reino de Granada. Se apoya en la excelente complementaridad de los pastos de invierno y de verano. Municipios y señores los alquilan a los ganaderos mediante contratos estacionales o pluriestacionales. En la primavera, los animales son conducidos en dirección de los pastos de altura de la Serranía de Ronda, de Sierra Nevada, de la sierra de los Filabres, de la sierra de Baza. En el otoño, tiene lugar la trashumancia inversa para beneficiarse de los herbajes de las tierras cálidas. A veces unos rebaños hacen un corto desplazamiento de apenas algunas decenas de kilómetros, de Pechina a Velefique o de Níjar a la sierra de Filabres, otros, al contrario, recorren alrededor de ciento cincuenta kilómetros en cada migración, de Granada al Campo de Dalías o del marquesado del Cenete a la tierra de Vera.
La parte correspondiente a los moriscos en estas transferencias es siempre notable. El geógrafo Gabriel Cano García ha demostrado que la inmensa mayoría de los animales que pastan cada año, entre 1530 y 1550, a partir del mes de mayo o junio en la sierra de Baza, pertenecen a cristianos nuevos instalados en tierras almerienses –o en la próxima cuenca del Almanzora, o en las cercanías de Almería e, incluso, en la Alpujarra oriental.[24] Parece que se trata, sobre todo, de caprinos. En la misma época, los rebaños de los moriscos están menos omnipresentes en los pastos de invierno de la región de Vera, pero su participación no es menos apreciable.[25]
Casi todo el ganado viene de la región de Guadix y de Baza. Sólo de la villa de Orce llegan, en 1530, las 500 ovejas de Diego Xarqui, las 400 de García Alcantari, otras 400 de Garbejani, las 300 ovejas y cabras de Diego García Xaham, las 300 de Luis Abenince. El año siguiente es acogido el rebaño de Juan el Xarqui –probablemente padre de Diego– compuesto de 1.000 ovejas y cabras. De Benamaurel, lugar muy próximo a Orce, son originarias las 600 ovejas y cabras de Miguel Aben Cofar, presentes en Vera en 1528, también las 600 de Alcoli en 1530, las al menos 600 de García Hoceymin en 1531. De Galera, localidad poco distante de las precedentes, provienen, a lo largo del año 1529, los 600 ovinos de Rodrigo Alhamar, los 440 ovinos y caprinos de Gonzalo Ubeytedala y, sobre todo, los 2.500 de Gabriel Alorca, quien tiene además un mayoral a su servicio.
Los bovinos no son raros, puesto que se registra, en 1528 y en 1531, el centenar de vacas de la familia El Hadid, de Tahal, las 90 vacas de Francisco Fadal, de Huéscar, otras 100, propiedad de cuatro moriscos de la misma ciudad, 150 de Francisco Alférez, de Lújar, 150 de Gabriel de Barradas de Guadix. Anotemos también que este último y Benito el Habaqui, de Alcudia de Guadix, dueño de 300 cabras, tienen con seguridad lazos de parentesco con dos sobresalientes protagonistas del levantamiento morisco de 1568-1570. En los años 1550, la situación es, en todas partes, semejante. Numerosos moriscos de la región de Baza, que conocemos igualmente por los registros de la farda, el principal impuesto que pesa sobre ellos, practican la ganadería trashumante: las 700 cabras de Diego Abeharoz; las 105 vacas de Luis el Coyli, uno y otro de Benamaurel; las 800 ovejas de Pedro el Galayce, de Cúllar; las 200 cabras de Francisco el Corbalin el Hax; las 100 vacas de Gonzalo de Carmona, de Caniles; las 150 de Luis Purcheni y las 160 de Lorenzo Pérez Seroni, los dos de Baza, junto a muchos otros, emprenden, llegado el otoño, el camino de Vera. Gonzalo de Carmona, Luis Purcheni y Lorenzo Pérez Seroni tienen un mayoral.
Se plantea, pues, el problema de la salida de los productos de la ganadería más allá del autoconsumo. Estamos reducidos a conjeturas en cuanto al comercio del cuero. Los artesanos que se dedican al trabajo de esta materia prima son legión, por ejemplo en Granada, pero, ¿dónde y cómo se abastecen? Es una cuestión que sería preciso investigar. Para la lana, nuestras certezas son mayores. El reino de Granada es el escenario de un inmenso tráfico del producto bruto, exportado en dirección a Italia por los puertos de Cartagena y, especialmente, de Alicante. Está completamente controlado por los mercaderes genoveses y el lugar estratégico de este comercio es la pequeña ciudad de Huéscar, situada precisamente no lejos de Baza, en dirección norte. El archivo notarial de Huéscar guarda contratos de la compra de lana a los moriscos por los genoveses.[26]
Los datos así reunidos, que no son más que una pequeña parte de una documentación considerable, no engañan. La ganadería en el reino de Granada constituye, para los moriscos, un apreciable recurso doméstico y también una posibilidad de participación en la economía de mercado. En el interior del conjunto regional, está sin duda desigualmente desarrollada, pero nunca ausente. Existen algunas zonas geográficas, como el sector de Baza, que son focos de primer orden. La toma en cuenta de esta actividad en los estudios deberá conducir, particularmente en la región granadina y en el País Valenciano, a comprender mejor los complejos resortes de la economía morisca y a valorar mejor las especificidades inter-regionales.
Se sabe el papel que juega la miel en la alimentación de los habitantes de Andalucía en la época moderna. Tampoco es sorprendente ver a los moriscos dedicarse a la apicultura. Es incluso una de sus especialidades. Después de la emigración voluntaria de los habitantes de Cabrera, en el noreste del reino de Granada, en 1505, unos encuestadores tratan de evaluar los bienes de los fugitivos. No se encuentran menos de 88 colmenas.[27] Los libros de apeo y repartimiento de los años 1570 no olvidan esta actividad. He aquí algunos ejemplos para la región de Málaga. En Casarabonela, se atestigua que «su principal hazienda y grangería es labor del pan y cría de seda, es pueblo de muchas frutas, especial de cereza y dispuesto para colmenares que los ay buenos y para cría de todo genero de ganados, cabras, puercos, carneros y ganado vacuno...».[28] En Canillas de Aceituno, se registran 7 «colmenares de que usaban los moriscos», en Cómpeta 25 colmenares, en Daimalos 5 sitios de colmenas, en Guaro «seis sitios y medio de colmenares cercados», en Iznate, finalmente, el lugar «tiene buen puesto para colmenares e buena comarca para las colmenas».[29] La apicultura es también practicada por los moriscos valencianos a juzgar por la cartapuebla de Benimodo y Carlet, confirmada en 1520. Los mudéjares de estos lugares de la Ribera, ellos solos suministran dos arrobas y media de miel cada año a su señor.[30]
Regresemos a la zona oriental del reino de Granada. Los inventarios de bienes ya utilizados más arriba aportan la prueba de la extensión de la práctica. Diego de Benavides, habitante de Níjar, tiene en 1562, dos mulos, treinta y nueve cabras y también cuatro colmenas.[31] Pedro el Muni, habitante de la aldea vecina de Huebro, posee cinco.[32] Pero es un detalle común a estos dos ejemplos. Las colmenas no están sobre el lugar, sino, se nos dice, en la sierra de Serón, a un centenar de kilómetros del lugar de residencia de los interesados. Ahora bien, los inventarios han sido realizados en junio. Tenemos en ello una buena indicación de la participación de los apicultores en la trashumancia. En primavera, los propietarios de las colmenas de las zonas bajas las transportan a las zonas altas. La contrapartida existe como demuestran bien los libros de herbajes del municipio de Vera, que describen los contratos concernientes a los apicultores tanto como los otros. Al respecto, un ejemplo más. Sólo en el curso del año 1561, nueve contratos han sido firmados por moriscos deseosos de instalar sus colmenas en algún sitio de la jurisdicción de Vera. Juan Ortiz, habitante de un lugar de la sierra de Filabres, coloca cuatro, Alfevayri, del mismo origen, coloca diez. En total 62 colmenas pertenecientes a moriscos de esta sierra, con la excepción de un solo habitante de Caniles, localidad próxima a Baza. El coste de la invernada es de 8,5 maravedís por colmena. La complementaridad de los dos movimientos es total, incluso está reforzada por los lazos que unen a los apicultores de ambas zonas. En Vera, cuando es preciso, un morisco autóctono se convierte en garante de su correligionario autor de la transacción y, muy a menudo, afirma acoger las abejas en su propio colmenar. Eso es verdadero, en 1566, en el caso de Alonso Serrano, habitante de Antas, en beneficio de Alonso Hernández, habitante de Serón y propietario de veinte colmenas; o, en 1562, en el de Bernardino Fajardo, habitante de Zurgena, en beneficio de Diego Martínez, habitante de Chercos y propietario de ocho colmenas.[33]
Los moriscos en este dominio están en situación de monopolio. La prueba es aportada indirectamente después de su expulsión del reino de Granada en 1570. Mientras que siete, ocho, hasta diez contratos cada año, en Vera, se referían a apicultores, éstos desaparecen totalmente después de esa fecha. Pero es probable que los moriscos deportados no hayan abandonado esta actividad. ¿No es significativo que todavía hoy los campesinos de la región de Bizerta, donde la implantación de moriscos fue importante, trasladan durante el invierno sus colmenas a la proximidad del Mediterráneo, por ejemplo, en la zona de Puerto Farina.
Las ganancias obtenidas por la apicultura eran ciertamente modestas, mas se deduce de los numerosos casos observados que no existen apicultores en sentido estricto. Sin embargo, son raros los campesinos de la zona almeriense que no consagran a esta actividad una pequeña parte de su tiempo. Los moriscos que extraían partido de todos los recursos ofrecidos por el medio, obtenían de esta suerte un complemento muy apreciado. Pero, aún más, es preciso considerar otra ventaja que procuraba la trashumancia del ganado: la movilidad, con la excusa del desplazamiento de colmenas, de ovinos, de caprinos o de bovinos. Unos hombres se desplazan, estrechan lazos, arraigan la lengua, afirman su solidaridad, preparan su salida para el Norte de África. El arriero y el comerciante no están sólo para recorrer los caminos. A las múltiples y excelentes razones de criar el ganado añaden la motivación política.
NOTA: Publicado en Revue d’Histoire maghrébine, 61-62 (1991), pp. 155-162.
[1] Tulio Halperin Donghi, Un conflicto nacional. Moriscos y cristianos viejos en Valencia, Valencia, 1980, pp. 23-26.
[2] Nicolás Cabrillana Ciézar, Almería morisca, Granada, 1992, p. 111.
[3] Mercedes García-Arenal, «Los moriscos de la región de Cuenca según los censos establecidos por la Inquisición en 1589 y 1594», Hispania, XXXVII (1978), p. 183. Esta frase nos ha llevado con anterioridad a afirmar que el morisco no era ni pescador ni ganadero (A. Domínguez Ortiz y B. Vincent, Historia de los moriscos, vida y tragedia de una minoría, Madrid, 1978, p. 111).
[4] Rafael Benítez Sánchez-Blanco, Moriscos y Cristianos en el condado de Casares, Córdoba, p. 56.
[5] AA, legajo 196, pieza 24.
[6] Ibidem, legajo 64, p. 14, publicado por Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos del reino de Granada ( xvi). Lingüística y civilización, Madrid, 1972, p. 276.
[7] AHN, sección Inquisición, legajo 544, ff. 59 y 174.
[8] Ibidem, f. 83.
[9] Francisco Bermúdez de Pedraza, Historia eclesiástica de Granada, Granada, 1639, f. 184v. [Nota del traductor: Existe edición facsímil de 1989 en la colección Archivum de la Editorial de la Universidad de Granada].
[10] AA, legajo 196, p. 44.
[11] Ibidem, legajo 9, p. 18, publicado por J. Martínez Ruiz, op. cit., p. 285.
[12] Ibidem, legajo 64, p. 24, cf. J. Martínez Ruiz, op. cit., p. 273.
[13] Ibidem, legajo 64, p. 24, cf. J. Martínez Ruiz, op. cit., p. 255.
[14] Ibidem, legajo 34, p. 7, cf. J. Martínez Ruiz, op. cit., p. 293.
[15] ARChGr, planta 5, estante 2, pieza 52, f. 286.
[16] AGS, Cámara de Castilla, legajo 2180, s. f.
[17] Carmen Barceló Torres, Minorías islámicas en el País Valenciano, historia y dialecto, Valencia, 1984, pp. 77-80. Un hogar musulmán poseía, hacia 1510, 18 cabezas de ganado como media. No sucedía de otra forma en Aragón, como acaba de recordar Gregorio Colás Latorre, «los moriscos propietarios de rebaños no son raros» (cf. Gregorio Colás Latorre, «Los moriscos aragoneses y su expulsión», Destierros aragoneses, Zaragoza, 1988, p. 203).
[18] AA, legajo 64, p. 22, y J. Martínez Ruiz, op. cit., p. 247.
[19] AGS, Cámara de Castilla, legajo 2180, s. f.
[20] AMV, libro n.º 947 para los años 1528-1536, libro n.º 953 para los años 1549-1577.
[21] Antonio Malpica Cuello, «Medio natural y paisajes rurales en Sierra Lújar a fines de la Edad Media», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 5 (1991), p. 86.
[22] AMGr, Provisiones i, documento del 6 de agosto de 1525.
[23] AMM, Originales vii, f. 120.
[24] Gabriel Cano García, La comarca de Baza, Valencia, 1969, pp. 376 y ss.
[25] AMV, libro n.º 947 para los años 1528-1536, libro 953 para los años 1549-1577.
[26] Este archivo se encuentra en el Archivo de Protocolos de Granada. He abordado el problema de la producción y del comercio de la lana en «Les Génois en Andalousie orientale au xvie siècle», Rapporti Genova-Mediterranee-Atlantico nell’eta moderna, Génova, Rafael Belvederi, 1990, pp. 151-162
[27] AMV, legajo 432-40.
[28] ARChGr, planta 5, estante a-2, pieza 52, f. 297.
[29] Ibidem, planta 5, estante a-2, pieza 47 (Canillas de Aceituno), pieza 58 (Cómpeta), pieza 64 (Daimalos), pieza 83 (Guaro), planta 5, estante a-3, pieza 93 (Iznate).
[30] Miguel Gual Camarena, «Mudéjares valencianos, aportaciones para su estudio», Saitabi, VII (1949), pp. 34-35; Eugenio Ciscar Pallarés, Tierra y señorío en el País Valenciano, Valencia, 1977, pp. 91-93.
[31] AA, legajo 64, pieza 3, cf. J. Martínez Ruiz, op. cit., p. 230.
[32] Ibidem, legajo 64, pieza 22, cf. J. Martínez Ruiz, op. cit., p. 248.
[33] AMV, libro 953, ff. 158, 161, 163 y 164.