Kitabı oku: «Causa para Matar », sayfa 13
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Avery tomó la Ruta 20 hasta el condado de Waltham. Conducía lentamente.
Cada unos pocos kilómetros, debía parar en un semáforo.
Jessica Givens nunca contestó su teléfono. Luego de la cuarta llamada, Avery se dio cuenta de que debía ser su número del trabajo. Dejó un mensaje y llamó a la operadora.
"Hola," dijo, "necesito el numero de una Jessica Givens en Waltham."
"Tenemos diez Givens en Waltham," dijo la operadora. "¿Sabe dónde vive?"
"No."
Una máquina contestadora respondió en la oficina del decano.
Avery condujo por la Calle Sur directamente hacia Brandeis. Le llevó un rato decidir dónde estacionar.
Brandeis era uno de los mejores institutos financieros del estado. El campus central era una serie de caminos serpenteantes en una gran colina que era increíblemente difícil de navegar y caminar. Una gran cantidad de edificios antiguos adornaban la propiedad y eran ocasionalmente interrumpidos por un castillo de piedra, o una moderna estructura de vidrio con excéntrica arquitectura. Luego de estacionar, caminó hasta caminos tranquilos y le preguntó a todos los que pasaban donde podía encontrar el departamento de registros. Eventualmente, fue dirigida a un pequeño edificio que estaba casi completamente vacío. Una sola persona trabajaba en un mostrador adentro.
"Estamos cerrados," dijo.
Avery mostró su placa.
"Mi nombre es Avery Black. Estoy buscando a Jessica Givens. Tengo entendido que es una consejera de orientación que trabaja en algún lugar del campus."
Una muy cálida y amigable sonrisa le saludó.
"Hola," dijo él. "Eres Avery Black. Eres cazadora de asesinos seriales, ¿verdad? Genial."
"Un asesino serial no tiene nada de genial."
"No, no," se corrigió. "Por supuesto que no. No quise decir el asesino serial. Quise decir tú. Has estado por todas las noticias. Sé quién eres. Te están crucificando en los periódicos."
"Me sorprende que aún me estés hablando."
"Sí," dijo sonriendo, "eres sexy."
Las palabras parecían habérsele escapado, y cuando se dio cuenta que lo había dicho en voz alta, quedó en blanco, se sonrojó e intentó corregirse.
"Lo siento. Eso fue completamente poco profesional. Yo—”
"Está bien." Coqueteó con su sonrisa más ganadora. "De verdad."
"¿En serio?"
"Sí." Asintió y se inclinó más cerca. "De verdad. ¿Puedes ayudarme?"
"Claro, claro. Tienes suerte de que todavía esté aquí. Ya tendría que haberme ido. Veamos," pensó mirando su computadora. "¿Qué necesitas?"
"El número de teléfono celular y la dirección de la casa de Jessica Givens."
Espió por arriba de su pantalla. Un mechón de su cabello ondulado y negro le cubría un ojo. Era joven, probablemente en sus veinte.
"Sabes, no se supone que pueda dar información personal."
Avery se inclinó más cerca.
"¿Cómo te llamas?" susurró.
"Buck."
"Buck," dijo con sus labios, y luego bajó la voz y miró hacia ambos lados como si estuvieran siendo observados en secreto,
"Estoy cerca de atrapar a este asesino, Buck. Jessica Givens tiene información que puede ayudar."
De pronto, él pareció preocupado.
"¿Él atacó a alguien aquí? Pensé que sólo era en Harvard y MIT."
"Digamos que nadie está a salvo, Buck. Cada universitaria es un blanco. Pero Jessica Givens," enfatizó señalando hacia la puerta, "ella sabe algo. Algo importante. Un dato que podría resolver todo este caso. No puedo confiar en nadie más. Estoy por mi cuenta aquí. ¿Puedes ayudarme? Es sólo entre nosotros. Nadie más tiene por qué saberlo."
"Mierda," susurró él. "Claro," dijo. "Claro, si es tan importante, de acuerdo," festejó, determinado, y le dio lo que necesitaba.
"Gracias," dijo ella. "Espero que te des cuenta de que tal vez acabas de ayudarme a atrapar a este asesino."
"¿En serio?"
"En serio," susurró ella en su mejor voz seductora.
Se llevó un dedo a los labios.
"Recuerda, nuestro secreto."
"Definitivamente," dijo Buck. "Sólo entre nosotros."
Avery se alejó en silencio y se deslizó por la puerta. En el segundo que el sol le dio en la cara, marcó el número que le había dado.
"¿Hola?" respondió alguien.
"¿Hablo con Jessica Givens?"
"Sí. ¿Quién es?"
"Hola, Jessica. Mi nombre es Avery Black. Soy una de las investigadoras del caso Molly Green. Tengo entendido que ya habló con Talbot Diggins."
"¿Cómo consiguió este número?"
"¿Es usted la consejera con quien habló el Detective Diggins sobre Molly Green?"
"Sí, soy yo. Pero este es un número privado. Estoy con mi familia ahora."
"Molly Green está muerta, Sra. Givens. Estamos intentando encontrar al asesino. Esto sólo tomará un segundo. Usted dijo que la víctima estaba estresada por el proceso de su entrevista laboral, ¿es esto correcto?"
"Correcto."
"¿Cómo se solucionó ese problema?"
"Recibió una oferta de una firma de contadores hace como un mes."
Firma de contadores, pensó Avery.
Cindy Jenkins fue contratada por una firma de contadores.
"¿Recuerdas el nombre?"
"Por supuesto," dijo Jessica, "es una de las firmas más grandes de Boston. Me sorprendió que la hubiesen contratado. Su desempeño académico no era como el de algunos de los otros estudiantes que aplicaron para la misma compañía. Fue Devante. Devante Contaduría en la zona financiera de Boston."
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Justo después de atardecer en el Campus Universitario Bentley en Waltham, el asesinó aparcó su auto en un estacionamiento al norte del Camino College y caminó al sur, cruzando el pavimento.
Un sentimiento de inquietud se revolvía en su estómago.
Él estaba a la caza de su cuarta víctima, y sin embargo era una actividad inesperada.
Meses antes de comenzar a planificar su primer asesinato humano, la voz del Todopoderoso, quien lo había guiado en cada una de las fases de la operación, le aseguró que tres era el número de chicas que necesitaba: tres chicas para abrir las puertas del cielo.
El cambio radical había surgido mientras dejaba a Molly Green.
En cuanto el asesino hubo conducido al lugar predeterminado para su ubicación en Belmont, un lugar que estaba seguro que le complacería al Todopoderoso, una voz enojada había gritado en su mente: Más. Tenía que ser un error, estaba seguro. El Todopoderoso sólo necesitaba tres. Más, había repetido la voz, una y otra vez. Preocupado, sudando, e inseguro de sí mismo, el asesino sabía que la ubicación de Molly Green debía ser cambiada para dar cuenta del cambio. En pánico, y él nunca entraba en pánico, había explorado Belmont y tuvo la suerte de encontrar el parque de niños con el mural que al menos recordase al futuro y complaciese a su dios.
Él, por el contrario, no estaba complacido.
Una nueva chica significaba no sólo una, sino un suministro casi sin fin.
Él tenía otros intereses, otros deseos. Animales, por ejemplo. Su pasión por recolectar animales de las calles. Él amaba a los gatos, un murciélago herido incluso había llegado a su hogar una vez, criatura a la cual había amado y cuidado, antes de que la inmortalidad le fuese dada.
La botánica era otro de sus pasatiempos. No había tenido tiempo en los meses anteriores para aumentar sus mezclas y probarlas en animales vivos. Todo había sido por el Todopoderoso, un dios que se había convertido en una presencia en aumento en su vida.
Más chicas... pensó.
Más...
Su recompensa por la trinidad era supuestamente la inmortalidad en la forma humana, y un lugar en el cielo con los otros seres celestiales. Pero ahora, no se sentía inmortal, de hecho, se sentía afiebrado y extremadamente sensible. Este nuevo juego, este nuevo plan, iba en contra de sus más íntimos deseos, y comenzaba a tener pensamientos crueles con respecto al Todopoderoso.
En lo alto del cielo, el rostro de su dios frunció el entrecejo, y un eco ensordecedor pareció hacer temblar la tierra misma: ¡Más!
Sí, lo sé, gritó mentalmente el asesino al cielo. ¡Más! ¿No ves que estoy aquí? He estado observándola. Yo sé dónde está ella. El plan está listo. La ubicación está lista. ¡Todo está bajo control! le aseguró al Todopoderoso. Sólo que no se sentía bajo control.
A diferencia de las otras muertes, donde él había sido imperioso, donde había sentido la protección del Todopoderoso, al punto de si hubiese matado a alguien en público, a plena luz del día, ni una sola persona se habría dado cuenta, ahora parecía que todos los ojos estaban en él.
Fuera del estacionamiento había un extenso césped.
Una pantalla de cine había sido erigida.
Era Noche de Sábado de Películas en Bentley, y el clásico del cine en exhibición era la obra maestra en blanco y negro Casablanca.
Cientos de individuos y parejas y grupos de estudiantes estaban desparramados en el césped para mirar la película. Algunos de ellos estaban sobre mantas, otros en sillas. Los más atrevidos habían traído vino y cerveza al evento.
Él llevaba consigo una manta y gafas de sol.
¿Su blanco? Una estudiante de último año llamada Wanda Voles. Una misión de reconocimiento la noche anterior le había informado sobre su destino esta noche. Aparentemente peleada con su novio, había decidido venir a mirar la película y estar sola. Sus amigos le habían rogado no pasar su preciada noche de sábado en un evento tan patético, pero Wanda había sido categórica. "Casablanca es tipo, mi película favorita," le dijo a quienes estaban con ella.
Él eligió esta noche por varias razones. Una de las principales razones era que en el fondo, esperaba que ella no apareciese. El pensamiento había sido blasfemo pero innegable. "¡No quiero hacerlo! ¡No quiero hacerlo!", lloró. El Todopoderoso se negó a escuchar. El dolor había destrozado su cuerpo en ese momento.
Ahora, se movía por los bordes de la multitud. Cada tanto, levantaba la vista y veía a Humphrey Bogart e Ingrid Bergman abrazarse o pelear.
Wanda se sentó en el borde más al oeste del césped, sola pero rodeada por otros estudiantes.
Él eligió un lugar a unos veinte metros detrás de ella. Él sabía que el dormitorio de Wanda estaba a unos diez minutos de caminata hacia el este, a través del estacionamiento y cruzando una cantidad de angostos y serpenteantes caminos donde podían estar solos.
Sobre su manta, el asesino fingió ver la película.
No lo hagas, gritaba su mente. ¡No lo hagas!
Tengo que hacerlo, rugió en respuesta.
El dolor en su estómago, como una mano que de repente se cerraba en forma de puño, lo hizo doblarse hacia adelante. El Todopoderoso llenó su mente. ¡Más! gritó el dios. ¡Más! ¡Más! ¡MÁS!
Lo sé, suplicó él. Lo siento.
No podía hallar ningún disfrute en la película. Cada escena culminante sólo le recordaba la desesperada urgencia de su propia situación, y la gente en todas partes, y la culpa. Estaba mal, todo mal, y no podía decirlo en voz alta; no podía ni siquiera pensarlo.
Cuando los créditos aparecieron, Wanda Voles juntó su manta y sus objetos personales y se dirigió a su casa. Muchos estudiantes permanecieron en el césped. Hubo muchos besos y risas. Numerosos pequeños éxodos tenían lugar en los bordes. Algunas personas se movían junto a Wanda.
Se puso de pie tan solo segundos luego de que Wanda hubiese pasado y la siguió. Sólo otra estudiante común y corriente, se dijo a sí mismo. Mentiras, gritó su mente. ¡Detente! dijo. ¡Más! gritó el Todopoderoso. El decreto lo sacudió y reverberó a través de su ser. Para quienes estaban cerca, parecía estar teniendo un temblor epiléptico.
Cálmate, pensó.
Rastreó a Wanda a través del estacionamiento. Ella pasaba justo al lado del auto del asesino. Algunas filas de estudiantes iban en la misma dirección, sólo que iban más lejos.
Sola, pensó. Está sola. ¡Ahora!
Nada de la alegría, la soltura, ni el interés personal estaba allí. El poder del Todopoderoso lo había abandonado. Pero tenía que seguir adelante. Como siempre, el Todopoderoso observaba y esperaba.
Wanda estaba tres metros delante de él. Comenzó a tararear una canción.
Su trampa estaba preparada. Él la saludaría, fingiría que había venido a ver la película con su hija y luego se quejaría de la rueda de su auto. Ella se agacharía a ayudarlo a revisar el aire y ahí sería cuando la aguja sería colocada. Sin mucho alboroto. Sin testigos. Sólo una chica que desapareció en un estacionamiento.
Un metro y medio detrás de ella.
Preparó su aguja.
Un metro y ella estaba a punto de entrar en otra fila de autos.
Sesenta centímetros y él abrió la boca para hablar.
En frente de Wanda, un estudiante saltó desde detrás de un auto.
"¡Groar!", rugió con sus brazos en alto.
Wanda se sacudió hacia atrás asustada.
Él instantáneamente se dio vuelta y caminó en una dirección perpendicular. Detrás de él, podía escuchar al chico riendo. "¡Sí que te atrapé!" Wanda gritó, "¡Casi me matas del susto!" "Lo siento. Lo siento," se disculpó, "¡pero eso estuvo bueno! Te vi venir y tuve que hacerlo. ¿Qué vas a hacer? Es muy temprano para."
Su conversación se desvaneció en el fondo.
El alivio fluyó a través del asesino, un desesperado alivio de ser salvado de su crimen. No era correcto, se dijo a sí mismo. Yo sabía que no era correcto. Tengo que repensar. Tengo que volver a planificar. No te preocupes. No te preocupes, dijo aplacando a su dios. Esto va a estar bien. Lo prometo.
En lo alto, el Todopoderoso rugía en señal de desaprobación.
CAPÍTULO TREINTA
Una cualidad soñadora y surrealista había tomado control de Avery Black.
No había recuerdos de sus últimas palabras con Jessica Givens, o cuando había colgado o donde había puesto su teléfono.
Estaba parada en la oscuridad en el campus de Brandeis. Delante de ella había un verde campo con colinas suaves y una línea de árboles y las estrellas. Detrás de ella había edificios de ladrillos rojos iluminados por luces bajas.
Cálmate, se dijo a sí misma.
Ya has pasado por esto.
El recuerdo de su casi ataque a John Lang de Arte para la Vida estaba aún fresco en su memoria, junto con la reprimenda del capitán y el fin de semana largo que le habían dado para pensar en sus acciones.
Te sacaron del caso, ¿recuerdas?
Ya no, respondió ella.
Cindy Jenkins había sido contratada por Devante. Molly Green había sido contratada por Devante. ¿Qué había de Tabitha Mitchell?
De camino al auto, Avery marcó el número de Finley. El teléfono sonó muchas veces y luego el correo de voz contestó. Me está evitando, pensó. Hizo cinco llamadas más. El resultado fue el mismo. Cada vez, Avery dejó el mismo mensaje, sólo que con más urgencia:
"Finley. Tenemos una conexión. Jenkins y Green fueron ambas contratadas por la misma firma en Boston. Tienes que llamarme. ¿Tenía Tabitha Mitchell algún tipo de trabajo preparado para su último año? Llámame en cuanto recibas esto."
Avery se sentó en su BMW e ingresó en su computadora de tablero.
Devante era una empresa privada con sede en Boston.
Todo lo que pudo encontrar en línea era información general: el fundador de la compañía, el secretario del directorio, el presidente, y la estructura a nivel estatal.
Una rápida búsqueda reveló la enorme cantidad de trabajos que existían dentro de una firma de contadores: contadores de plantilla, contadores junior y senior, encargado de impuestos, auditor de impuestos, contadores públicos... La lista parecía interminable.
¿Quién contrata chicas universitarias? se preguntó. Tiene que ser alguna especie de jefe de recursos humanos que busca talentos en las universidades y encuentra potenciales candidatos. Esa persona posiblemente recibe hojas de vida y distribuye los prometedores a la gente a cargo de cualquier posición que resulte estar abierta dentro de la compañía.
¿Cómo podría encontrar a quienes reclutaban y veían las hojas de vida de esas dos chicas?
La respuesta era obvia, y complicada dada su actual posición disminuida dentro de la división de Homicidios. Tendrás que tener al Secretario o al Presidente, se dio cuenta. Sólo ellos pueden darte acceso a la gente indicada. Se rio. De acuerdo, ¿cómo hago eso?
Una orden, pensó.
Vas a necesitar una orden.
Las órdenes eran difíciles de conseguir. Se necesitaba causa probable. En este caso, Avery estaba segura que la conexión entre las chicas y la empresa que planeaba contratarlas era suficiente causa probable para una orden. Sin embargo, un juez también querría saber si había objetos relacionados al crimen que pudiesen ser encontrados en las oficinas de Devante. Eso podía ser un problema, pensó, a menos que el affidavit incluyera información de computadoras. Si el asesino tiene algo relacionado a este caso en su computadora, puedo usar eso para conseguir una orden.
Consúltalo con la almohada, pensó. No cometas un error. Espera que Finley llame. Pon todo en su lugar antes de ir al capitán.
Su mente le gritaba: Nunca en tu vida.
Puso el auto en cambio y salió.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
Avery se paseaba por el departamento de policía A1 a apenas pasadas de las diez de la noche. El recepcionista del primer piso estaba lidiando con un oficial y una prostituta. Por el resto de la oficina, oficiales vestidos de civil ingresaban a estudiantes universitarios borrachos y tomaban declaraciones. Una pelea comenzó en la parte de atrás y requirió de tres policías para someter a un tremendo hombre blanco.
Los trabajos de policía no eran como trabajos normales.
La mayoría de los oficiales no venía a las ocho o nueve y se iba a las cinco todos los días. De la misma forma, los fines de semana casi nunca era libres a menos que el empleado tuviese antigüedad o todo el departamento estuviese en un turno rotativo. En el A1, todos trabajaban en turnos, turnos de cinco días que podían ser de miércoles a domingo, y si alguien estaba en un caso, podían trabajar toda la noche, todas las noches, hasta bien entrada la mañana.
Avery reconoció algunos rostros familiares. Sin embargo, nadie parecía prestarle mucha atención. Los turnos nocturnos del fin de semana daban una cierta sensación, como la de estar en un cementerio luego de haber estado despierto cuarenta y ocho horas seguidas: todos estaban aturdidos y tenían un ritmo propio.
En el segundo piso, Connelly discutía con Thompson.
Thompson parecía dos hombres mezclados en uno, un gigante que amaba ir al gimnasio, y en combinación con su piel pálida y labios carnosos y cabello rubio claro, usualmente ponía a otros policías, y perpetradores, extremadamente incómodos.
"¿Por qué estoy todavía aquí?" Se quejó Thompson.
"¿Estás bromeando?" estalló Connelly. "Te di un trabajo y no lo hiciste. No me importa si estás aquí hasta las cuatro de la madrugada."
"¿¡Concesionarios de autos!?" rugió Thompson y se irguió en toda su estatura. "¿Cuántos malditos concesionarios de autos abren los sábados por la noche? Mi turno terminó hace horas. Aquí tienes una lista de Watertown y Belmont."
"Te pedí Walthan, también. Y te pedí números, y contactos directos en cada empresa. No veo nada aquí para Belmont," se quejó mientras echaba un vistazo a una lista.
Avery se recostó en el escritorio de alguien y esperó a que terminaran.
Connelly levantó la vista.
"¿Qué demonios haces aquí? ¿No te dijo el capitán que te tomaras un descanso?"
"¿Podemos hablar?" preguntó ella.
"No," dijo él. "No tengo nada que decirte. Piérdete. No vuelvas hasta el lunes."
Le señaló a Thompson.
"Estás desperdiciando su tiempo."
"¡Te dije!" continuó Thompson. "Esto es una pérdida de mi maldito tiempo."
"¡Calla la maldita boca!" estalló Connelly señalándole al rostro. "Black, te juro por Dios. Si no sales de mi vista en cinco segundos, me aseguraré personalmente que te saquen de Homicidios y vuelvas a las patrullas por el resto de tu vida."
Avery bajó la cabeza.
"No voy a ninguna parte," dijo ella, en una tono calmado y uniforme. "Y tú tienes que escucharme. Tengo una pista. Una grande," enfatizó mirándolo directo a los ojos. "Tenemos que hablar de esto. Y tenemos que estar en el mismo equipo. ¿Quieres atrapar un asesino? ¿O quieres seguir furioso conmigo porque crees que me conoces, o porque fui asignada a tu equipo, o porque solía tener una vida mejor que la tuya?"
Empujó el escritorio.
"Perdón si he hecho algo que te ofendiera," dijo ella, "pero estoy aquí. Ahora mismo. Igual que tú. Nadando en la mierda. Y no he dejado de buscar a este asesino, y finalmente tengo una pista. Esto no puede esperar al lunes. Si me sacas de aquí, le diré al capitán, y luego al jefe, y luego a quien quiera escucharme."
Thompson señaló a Avery con profunda preocupación.
"Escúchela," suplicó.
"¡Calla la maldita boca, Thompson! Siéntate."
Dobló un dedo hacia Avery y señaló a la sala de conferencias.
"Tres minutos," dijo. "Tienes tres minutos."
Una vez que estuvieron solos, Avery explicó todo. "Sé que cometí algunos errores."
"¿¡Algunos!?"
"Errores estúpidos," agregó, "pero fue todo en el cumplimiento de mi deber. Cometí algunos otros errores hoy. Volví a ver a Howard Randall."
Connelly aulló y sacudió una mano.
"Él me dio una pista," continuó Avery, "o," añadió, "algo parecido a una pista. No pude descifrarlo hasta que fui a Brandeis."
Connelly se dio una palmada en la cabeza.
"¿Fuiste a la universidad de Molly Green? Se te dijo que te mantuvieses alejada de este caso."
"¡Haz el favor de callarte!" gritó ella. "¿Por una vez? ¿Por favor?"
Sorprendido, se cruzó de brazos y dio un paso atrás.
"Hablé con alguien en el departamento de consejeros. Me dijo que Molly tenía un trabajo esperándola en Contaduría Devante. Bueno, ¿adivina qué? Cindy Jenkins también tenía un trabajo con Devante. No sé nada sobre Tabitha todavía. Se suponía que Finley hablase con la madre. No he tenido noticias de él. Tabitha era alumna de primero, pero si fue contratada por ellos también, eso ya es demasiada coincidencia como para ignorarlo, ¿no lo crees?"
"Tu última conexión resultó ser una mierda."
"Pero al menos era una conexión, la única entre dos de estas chicas, hasta ahora. Si logramos conectar a la última chica con Devante, estaremos más cerca de lo que hemos estado hasta ahora."
"Finley está de descanso," murmuró él.
"¿Y?"
Connelly se alejó y reflexiono sobre la situación. Vestido con un traje gris y una camisa azul que parecía ser demasiado pequeña para su complexión muscular, estiró sus hombros y se frotó la incipiente barba rubia, aparentemente molesto pero intrigado.
"Espera aquí," dijo.
"¿Qué estás—”
"Dije que esperes!" dijo bruscamente y salió.
A través del vidrio, podía verlo darle instrucciones a un Thompson muy nervioso antes de irse a su propio escritorio y comenzar a hacer una llamada.
Avery estuvo sentada en la sala de conferencias por casi veinte minutos. Sin nada que hacer, la carga de su conocimiento finalmente liberada, se sentía más relajada y extrañamente reconfortada. Un intenso deseo de llamar a su hija la hizo buscar su teléfono.
¿Qué le dirías? se preguntó.
Dile que fuiste una idiota, y que todavía lo eres. Dile la verdad: que la amas y que arreglarás esto, sin importar lo que pase.
La puerta de la sala de conferencias se abrió.
"Tabitha Mitchell era alumna de primero," dijo Connelly. "Se iba a graduar antes de tiempo, la mejor de su clase. Y le habían ofrecido un empleo en contaduría Devante."
Avery se enderezó.
"Demonios."
La conexión estaba allí. Howard Randall tenía razón. Sus palabras resonaron: Él tiene que encontrarla, observarlas, conocerlas de algún sitio. Cuando revisó la lista con Randall, una de último año, la otra de primero, él había dicho no.
Él lo sabía, se dio cuenta.
Las náuseas que había sentido Avery al tener que visitar a Randall y pedirle ayuda ahora comenzaba a disiparse. La conexión había sido hecha, y si podía unir todas las piezas, había esperanzas: para ella, para su futuro, para dejar el pasado atrás.
"Las tres," dijo Connelly. "Todas ellas tenían empleos en Devante."
"¿Cómo lo descubriste?"
"Finley ha estado llamando a la casa de los Mitchell. Llamé al teléfono celular de la madre. Estaba durmiendo. Comenzó a llorar en el momento que le dije que se trataba de su hija. Pero tenía la información que necesitábamos. Lo que es retorcido es que, creo que los periódicos dijeron lo mismo ayer o antes de ayer."
Así es como lo supo él, se dio cuenta Avery. Randall lee los periódicos.
Ambos se miraron en silencio.
"¿Qué hacemos ahora?" preguntó ella.
"Tú dímelo."
Miró hacia otro lado y se mordió el labio inferior.
"Necesitamos un nombre. ¿Quién era el gerente de contrataciones que se reunía con todas esas chicas?"
"Quien quiera que sea," dijo Connelly, "debe saber que al menos dos de las chicas que contrató están muertas. Ha estado por todas las noticias."
"Si dos chicas a quienes tú contrataste fuesen halladas muertas en menos de una semana, ¿tú llamarías a alguien?"
"No si fuese culpable."
Connelly inmediatamente puso a la sala de conferencia en el altavoz y llamó al capitán. Agitado y somnoliento, un lejano O'Malley escuchaba a Avery y Connelly en el altavoz y se tomó su tiempo antes de responder.
"Espera hasta la mañana," dijo. "No hay nada que podamos hacer ahora. Llamaré al jefe y al alcance a primera hora el domingo. Mierda," murmuró. "Devante. Son enormes."
"Comenzaremos con el Presidente y bajaremos desde allí," dijo Avery. "Alguien debe tener una lista de nombres y títulos de empleos. Asumo que nuestro asesino trabaja en recursos humanos."
"Traten de dormir un poco esta noche," dijo el capitán, "ambos. Puede ser un gran día mañana. Los veré en la oficina a las ocho. Avery, si no puedes dormir, empieza con las órdenes: una para la empresa y una para un individuo sin nombre dentro de la empresa. También puedes llamar a Devante y ver si tienen personal para el fin de semana. Dudo que alguien atienda a esta hora, pero es abril Nunca se sabe."
La línea quedó muerta.
Incómodo en su postura, Connelly se negaba a mirarla.
"Esperemos que esto funcione," dijo y se fue.
Avery completó todo el papeleó que pudo para las dos órdenes. Llamó al menos a diez números registrados para la oficina de Boston de Devante. Nadie contestó.
Vete a casa, se dijo a sí misma.
Dormir era lo último en su mente.