Kitabı oku: «Causa para Matar », sayfa 6
"¿Qué?" se quejó Ramírez. "Más te vale que no le digas eso al capitán. No me hagas ir a mi casa y aplastar el trasero. No sabes lo que es mi vida en casa."
"¿Cómo es tu vida en casa?" se preguntó ella.
Ramírez era un enigma para ella: apuesto, en excelente forma, perfectamente vestido, y parecía que nada lo molestaba. El ataque de George había revelado otro aspecto: un poco descuidado, enojado, y sin ningún entrenamiento defensivo para manejar la velocidad y sorpresa de George. Al principio, a Avery le trajo recuerdos de todos los hombres con los que había tenido aventuras de una noche unos años atrás. Ellos, también, eran brillantes por fuera, pero una vez que les quitaba una o dos capas, eran un desastre. Esperaba que ese no fuera el caso de su nuevo compañero.
"Oh, demonios, ¿realmente quieres de devele el misterio?" dijo él. "Sí, claro. Estoy en una cama de hospital. Sé que aparento ser Superman, pero ¿honestamente? Soy sólo un tipo normal por dentro, Black. Me encanta este trabajo, pero no me gusta sudar, entonces rara vez voy al gimnasio y definitivamente no soy el tipo más letal de la policía. ¿Ves este increíble físico? Nací así."
"¿Tienes a alguien en casa?" preguntó Avery.
"Solía tener novia. Seis años. Me dejó hace un tiempo. Dijo que yo tenía demasiados problemas con el compromiso. ¡Vamos, Black! Seamos sinceros. ¿Por qué un hombre tan apuesto como yo se comprometería con una mujer, cuando hay millones en el mundo?"
Por muchas razones, pensó Avery.
Se acordó de Jack su ex-esposo. Aunque hacía mucho no hablaban, las ansias por casarse con él habían sido fuertes cuando era más joven. Él le ofrecía estabilidad, generosidad, amor, y apoyo. Sin importar cuán intensa o distante se volviese Avery, él siempre estaba allí, esperando y dispuesto a darle un abrazo.
"Supongo que la gente se compromete porque quieren sentirse seguros," dijo ella.
"Esa no es una buena razón para comprometerse," dijo él. "Tiene que ser por amor."
Avery nunca había comprendido realmente el concepto de amor hasta que nació su hija Rose. Cuando era una joven estudiante universitaria, creía que amaba a Jack. Los sentimientos estaban allí y lo extrañaba cuando no estaba cerca, pero si realmente hubiese estado enamorada, no lo habría dado por sentado tanto, ni lo habría dejado.
Tuvo a Rose cuando tenía apenas veinte años. Jack había querido empezar una familia pronto, pero cuando nació Rose, Avery se sintió atrapada, no más tiempo sola con Jack, no más tiempo para ella sola, no más vida, carrera. Había sido un desastre. Ella había sido un desastre, y se había notado, el fin su matrimonio, el fin de su maternidad. Pero a pesar de que Rose y ella aún no estaban distanciadas, lo sabía, ahora, lo sabía.
"¿Qué sabes del amor?" preguntó.
"Sé que significa que tengo que hacer a mi mujer sentirse bien." Sonrió con una mirada avergonzada y seductora.
"Eso no es amor," dijo Avery. "El amor es cuando estás dispuesto a abandonar algo que quieres por alguien más. Es cuando te importa más la otra persona que tus propios deseos, y actúas acorde. Eso es amor. No tiene nada que ver con sexo."
Ramírez alzó sus cejas en señal de respeto.
"Vaya," dijo. "Eso es profundo, Black."
Los recuerdos eran dolorosos para Avery. En lugar de eso, intentó concentrarse en la tarea en cuestión: un asesino suelto y un sospechoso en custodia.
"Debo irme," dijo. "Sólo quería asegurarme de que estuvieses bien. No necesito otro compañero muerto en la conciencia."
"Ve, ve," dijo Ramírez. "¿Dónde está nuestro Seal de la Marina?"
"Bajo custodia. Y no estuviste tan lejos de la realidad. Está en la reserva militar. Es muy bueno con las manos. Ya arremetí contra el decano por ocultar información sobre una posible arma mortal. Thompson está en el dormitorio ahora."
"¿Crees que es nuestro asesino?"
"No estoy segura."
"¿Por qué la duda?"
Piezas, pensó. Piezas del rompecabezas que no encajaban.
"Puede que ser nuestro hombre," dijo. "Veamos qué sucede."
CAPÍTULO ONCE
Una hora después, Avery se encontraba de pie en una pequeña y oscura cámara lateral con O'Malley y Connelly. Delante de ellos, a través de un vidrio espejado, estaba George Fine, sentado. Sus manos estaban esposadas a una mesa de metal y tenía vendas en sus hombros y piernas por las heridas de bala. Tuvo suerte, notó Avery, que sólo lo había rozado. Su puntería había sido acertada.
Cada tanto él murmuraba algo entre dientes, o se contraía nerviosamente. Los ojos en blanco no registraban nada, pero parecía estar sumido en pensamientos.
En su mano, Avery sostenía una imagen mostrando seis diferentes interpretaciones en blanco y negro de la cara de un hombre, según los videos de vigilancia del asesino. Cada imagen mostraba a un perpetrador caucásico de mentón pequeño, pómulos altos, ojos pequeños, y frente angosta. En tres de las fotografías, la peluca, los anteojos, y el bigote habían sido removidas, y el artista le había dado al asesino distintos estilos de cabello y vello facial. Las últimas tres imágenes mantenían al menos un aspecto del disfraz en caso de que no fuese un disfraz.
Avery se tomó un momento para absorber cada fotografía.
El rostro que había visto en las cámaras estaba grabado en su mente, y ahora, con un montón de bosquejos precisos, era capaz de inferir otros aspectos: un mentón más amplio, pómulos más bajos, una cabeza calva, ojos más grandes, anteojos, y múltiples colores de ojos.
Cada tanto, levantaba la vista hacia Fine. Había semejanzas: Caucásico, pómulos altos... Parecía tener una complexión más delgada, pero ambos eran ágiles y veloces. Los elegantes movimientos que Avery había visto en la cámara se asemejaban mucho a los que había observado cuando George venció a Dan. De todas maneras, Avery no estaba segura. Aún estaba el tema de las plantas y los animales. Además, el asesino en la cámara tenía algo diabólico, un humor travieso que estaba ausente en George. ¿Habría George Fine hecho una reverencia a una cámara?
Como si Connelly pudiese mentalmente oír sus dudas, señaló a la ventana y dijo: "Este es nuestro tipo. Estoy segura. Míralo. Apenas ha dicho dos palabras desde que llegó. ¿Puedes creer que quiere un abogado? De ninguna manera. No va a obtener nada. Necesitamos una confesión."
O'Malley tenía puesto un traje azul oscuro y una corbata roja. Estiró los labios y frunció el ceño y dijo: "Puede que Connelly tenga razón esta vez. Dijiste que encontraste fotos de Jenkins en su habitación. Atacó y casi mata a un policía. Además, encaja con el perfil. Los bosquejos casi que coinciden. ¿Cuál es la duda?"
"Las piezas no encajan todas," dijo ella. "¿Adónde llevó a Cindy luego del secuestro? ¿Cómo aprendió a embalsamar? Randy Johnson dijo que los cabellos en el vestido de Jenkins eran de un gato. Fine no tiene gato. Lo que sí tiene es un montón de búsquedas de porno y consejos sentimentales en Internet. ¿Suena como un asesino?"
"Escucha, Black, esto es sólo por cortesía," dijo Connelly con rotundidad. "En lo que a mí respecta, este caso terminó. Lo atrapamos. Debe tener algún escondite en algún sitio. Ahí es donde encontraremos el gato y la camioneta y el arma asesina. Tu trabajo es encontrar esa casa. Demonios, ¿por qué siempre tienes que actuar como si fueses mucho mejor que los demás?"
"Sólo quiero hacerlo bien."
"¿Sí? Pues eso no siempre ha sido posible, ¿no es cierto?"
Una energía salvaje emanaba de Connelly, las mejillas rojas, los ojos inyectados en sangre como si hubiese estado bebiendo o hubiese tenido una noche difícil. Estaba a punto de reventar su camisa, como de costumbre, y parecía estar listo para golpear a alguien en el rostro.
Ella se dirigió a O'Malley.
"Déjame hablar con él."
"Es tu perpetrador." dijo O'Malley, encogiéndose de hombros. "Puedes hacer lo que quieras. Pero creemos que este es nuestro tipo. Tenemos a mucha gente respirándonos en el cuello por este asunto. A menos que puedas comprobar algo más, y rápido, vamos a ir cerrando este tema, ¿de acuerdo?"
Ella levantó sus pulgares.
"De acuerdo, jefe."
La puerta a la sala de interrogatorios zumbó y Avery empujó hacia adentro. Todo era gris, incluida la mesa de metal donde se encontraba sentado el tirador, y el espejo y paredes.
George dejó salir un suspiro de frustración y bajó la cabeza. Tenía puesta la misma musculosa y pantalones.
"¿Me recuerdas?" preguntó Avery.
"Sí," dijo, "eres la zorra que me apuntó un arma a la cara."
"Intentaste matar a mi compañero."
"Defensa propia." dijo encogiéndose de hombros. "Entraron en mi habitación. Todo el mundo sabe que la policía de Boston tiende al gatillo fácil. Sólo estaba tratando de protegerme."
"Lo apuñalaste."
"Habla con mi abogado."
Avery tomó asiento.
"Déjame ver si entiendo bien," dijo. "Eres estudiante de economía. Alumno promedio. Reserva del Ejército. Sin antecedentes criminales, bueno, hasta hoy al menos. Desde todo punto de vista un tranquilo e inofensivo estudiante. Pocos amigos." se encogió de hombros. "Pero supongo que eso es normal cuando no eres frecuentas mucho las fiestas de la universidad. Padres exitosos. Uno abogado. El otro doctor. Sin hermano, pero," dijo con énfasis, "un historial de enamoramientos. Si," dijo casi disculpándose, "hablé con el decano y me enteré de tu enamoramiento con Amy Smith, ¿la chica que seguiste desde Scarsdale? ¿Es ella la razón por la cual fuiste a Harvard, o fue pura coincidencia?"
"No he matado a nadie," dijo, y la miró directo a los ojos con una mirada determinada e implacable, como si estuviese desafiándola a decir lo contrario.
Avery no se sentía bien con respecto a la entrevista.
El instinto le decía que ya había hecho la evaluación correcta: él era inestable y solitario, un adolescente al borde de una crisis nerviosa antes de que la chica de sus sueños fuese asesinada de repente, y luego enloqueció. ¿Pero un meticuloso asesino que drenaba cuerpos y los ponía en posturas angelicales y vívidas? Era difícil de creer. Sencillamente no había prueba sólidas.
"¿Te gustan las películas?" preguntó ella.
Él frunció el ceño, dudando sobre su línea de interrogación.
"¿Puedes decirme cuál están pasando ahora en el Cine Omni?" agregó ella. "¿El cine frente al Parque Lederman?"
Le devolvió una expresión en blanco.
"Hay tres películas en el momento allí," respondió ella. "Dos de ellas son películas de acción de verano en 3D. No me interesan mucho esas," dijo con un movimiento de muñeca. "La tercera se llama L’Amour Mes Amis, una pequeña película francesa sobre tres mujeres que se enamoran una de otra. ¿Has visto esa película alguna vez?"
"Nunca la he escuchado nombrar."
"¿Te gustan las películas extranjeras?"
"Habla con mi abogado."
"De acuerdo, de acuerdo," dijo ella. "¿Qué tal esto? Una pregunta más. Me das una respuesta sincera y te dejo aquí y te consigo un abogado. ¿De acuerdo?"
Él no dijo nada.
"Sin condiciones," agregó ella. "De verdad."
Avery se tomó un momento para formular sus pensamientos.
"Tú podrías ser mi asesino," dijo. "Realmente podrías serlo. Tenemos muchos caminos por explorar, pero algunas de las piezas encajan. ¿Por qué otra razón atacarías a un policía? ¿Por qué está tan limpia tu habitación? Me hace pensar que tienes otra casa en algún lugar. ¿La tienes?"
Él le devolvió una mirada ilegible.
"Éste es mi problema," dijo Avery. "También es posible que seas un niño estúpido que quedó destrozado por la muerte de la chica que le gustaba. Tal vez estabas furioso y miserable, y obviamente un poco inestable porque atacaste a un policía. Pero," enfatizó señalando al vidrio espejado, "mi oficial supervisor y mi capitán, ambos creen que eres culpable de asesinato en primer grado. Quieren quemarte vivo. Voy a darte una elección. Contéstame una pregunta y reconsideraré mi posición y te daré lo que quieres. ¿De acuerdo?"
Se inclinó hacia adelante y lo miró fijamente a los ojos.
"¿Por qué atacaste a mi compañero?"
Un conjunto de emociones complejas atravesó a George Fine. Frunció el ceño y meditó sobre sus palabras, y luego miró hacia otro lado y de nuevo a Avery.
Una parte de él parecía estar calculando una respuesta, y pensando qué podría significar dicha respuesta en la corte. Finalmente, se conformó con algo. Se acercó, y aunque intentaba actuar rudo, sus ojos estaban vidriosos.
"Ustedes todos se creen tan grandes, tan importantes. Bueno, yo también soy importante," dijo. "Mis sentimientos importan. No puedes sencillamente decir que somos amigos y luego ignorarme. Eso es confuso. Yo también soy importante. Y cuando me besas, significa que eres mía. ¿Lo entiendes?"
Su rostro se movió y las lágrimas rodaron por sus mejillas y gritó:
"¡Significa que eres mía!"
CAPÍTULO DOCE
Revisó su billetera. Eran cerca de las seis en punto.
El sol aún estaba afuera y la gente estaba por todas partes en el enorme césped.
Se sentó contra un árbol en el parque Killian Court, en el campus del MIT. Fácilmente visible entre las sombras de alto follaje, tenía puesta una capa y anteojos.
Había llegado a su destino sólo unos minutos antes. Unos problemas en la oficina habían causado que tuviera que hacer una planilla de último momento para su jefe. A menudo, le preguntaba al Todopoderoso por qué su jefe no podía ser asesinado, así como todos aquellos a los que consideraba una molestia. Sin decir una palabra, sólo a través de extraños sonidos e imágenes, el Todopoderoso le había hecho saber que sus pensamientos y sentimientos no tenían importancia: todo lo que importaba eran las chicas.
Jóvenes. Vibrantes. Llenas de vida.
Chicas que podían liberar al Todopoderoso de su prisión.
Un templo de chicas, chicas universitarias lista para tomar el mundo, un manantial de floreciente energía potencial fácilmente dada al Todopoderoso, suficiente poder para atravesar su reino interdimensional y llegar a la Tierra como una presencia física. No había más necesidad de apóstoles y lacayos. Libertad. Al fin. ¿Y todos los que lo ayudaron? ¿Aquellos pacientes y fuertes, quienes habían construido el templo para estos jóvenes bocados universitarios con amor y cuidado? ¿Qué pasaría con ellos? Bueno, tendrían asegurado un lugar en el Cielo, por supuesto, como dioses ellos mismos.
Era martes, y los martes por la noche, Tabitha Mitchell siempre iba a la biblioteca del gran domo a estudiar con amigos después de clase.
A las seis y cuarto, él la vio. Tabitha era mitad china, mitad caucásica. Bella y popular, se estaba riendo con amigos. Agitó su cabello oscuro y sacudió la cabeza a algo que dijo alguien. El grupo caminó a través del césped.
No había necesidad de seguirlos. Su destino ya era conocido, de vuelta al dormitorio a cambiarse y luego al Pub de Muddy Charles para el especial de los martes: Noche de chicas. Todas las chicas beben gratis. El martes era su noche favorita para salir.
Tomó un trago de batido, cerró los ojos, y se preparó mentalmente.
* * *
La preparación era su parte favorita, la espera, el deseo, y la casi explosión de su deseo. El amor era una emoción fácil de sentir con estas chicas. Cada una de ellas tenía vivacidad de espíritu y energía y un increíble propósito que todas compartían, más grande que cualquier cosa que hubiesen podido alcanzar por sí solas. Eran princesas en su mente, reinas, merecedoras de adoración y perpetua alabanza.
El renacimiento era difícil para él.
Luego de que habían cambiado, ya no le pertenecían. Se habían convertido en sacrificios para el Todopoderoso, ladrillos en el templo de su eventual retorno, entonces todo lo que le quedaba para recordarlas eran fotografías, y los recuerdos que tenía de un amor floreciente interrumpido demasiado pronto, como siempre demasiado pronto.
Se puso de pie junto al Río Charles y observó las olas en el agua. La noche había llegado y él siempre era más introspectivo a la noche, antes de la inducción. Detrás de él, cruzando la calle Memorial, Tabitha Mitchell caminaba con sus amigos al Pub de Muddy Charles. Se quedarían allí un mínimo de dos horas, sabía, antes de separarse y que Tabitha volviese a su dormitorio, sola.
Las estrellas eran apenas visibles en el oscuro cielo. Encontró una, luego dos, y se preguntó si el Todopoderoso habitaría esas estrellas, o si él era el mismo cielo, el universo. Como una respuesta, vio la imagen del Todopoderoso: una sombra más oscura en medio del cielo que parecía abarcar todo el cielo. Había una mirada paciente, expectante, en el rostro del Todopoderoso. No dijo ni una palabra. Todo fue entendido en ese momento.
Alrededor de las nueve, el asesino regresó al pub y esperó en un pasaje angosto entre el bar, que era en el edificio grande de columnas blancas de Morss Hall, y el edificio Fairchild. El área no estaba bien iluminada. Un grupo de gente deambulaba por allí.
A las nueve y treinta y cinco, ella apareció.
Tabitha se despidió delante del salón. En la base de los escalones, todos tomaron caminos separados. Sus dos amigas giraron en dirección a su apartamento en la calle Amherst, y ella giró hacia la izquierda. Tal cual era su hábito, entró a la zona de paso.
Sin importar la cantidad de gente que había cerca en la calle, el espíritu de un actor se encarnó en el asesino. Se personificó en un borracho y deambuló hasta Tabitha. En la palma de su mano, unida a sus dedos por anillos de plata, tenía escondida una aguja de émbolo casera.
Pasando rápidamente por detrás de ella, le pinchó la nuca mientras simultáneamente agarraba su cuello para inmovilizarla, y la atrajo hacia sí.
"¡Oye, Tabitha!" dijo en una fuerte y familiar acento británico falso, y luego, para bajarle la guardia agregó, "Shelly y Bob me dijeron que estarías aquí. ¿Vamos a hacer las paces? ¿De acuerdo? No quiero pelear más. Tenemos que estar juntos. Sentémonos a charlar."
Al principio, Tabitha se sacudió e intentó liberarse de su asaltante, pero las drogas de rápida acción le adormecieron la garganta. En los segundos que siguieron, los nombres de sus amigos la confundieron. Combinado con la menguante velocidad de su mente y cuerpo, pensó, esperanzada, que sus hermanas de la sororidad le estaban jugando alguna broma.
Era meticuloso con respecto a cómo sostenerla. Una mano alrededor de su espalda para evitar una caída. La otra mano, donde tenía la anestesia, colocó la aguja en el bolsillo derecho de sus pantalones cargo, y luego envolvió su mejilla. De esta forma la sostuvo en sus fuertes brazos y siguió hablando como si realmente fuese una pareja discutiendo a punto de una posible reconciliación.
"¿Estás borracha de nuevo?" declaró. "¿Por qué siempre bebes cuando no estoy? Ven aquí. Sentémonos a charlar."
Al principio, mucha gente en la calle o pasando por el corredor de césped, justo al lado del asesino y Tabitha, creyeron que algo obviamente andaba mal: sus movimientos para nada naturales transmitían eso. Algunos incluso se detuvieron a mirar, pero el asesino era tan experto en su manejo del cuerpo de Tabitha que luego de la inyección inicial y su breve lucha, Tabitha parecía cualquier otra estudiante universitaria intoxicada a la cual estaba ayudando un mejor amigo o novio. Sus pies intentaron caminar. Sus brazos intentaron agarrarlo, no en forma agresiva sino como si estuviese en un sueño y tuviese que espantar nubes.
Gentilmente, amorosamente, el asesino la llevó hacia una pared, se sentó con ella, y le acarició el cabello. Incluso los más atentos y vigilantes transeúntes pronto asumían que todo estaba bien y continuaban con su velada.
"Seremos felices juntos," susurró el asesino.
La besó suavemente en la mejilla. La excitación que sentía era aún más fuerte que con Cindy. Extrañamente enardecido, miró hacia el cielo oscuro y vio al Todopoderoso, mirándolo con una mueca de desaprobación.
"De acuerdo." El asesino palideció.
Con un apretado abrazo atrajo a Tabitha cerca de su cuerpo. Olió su perfumo, apretó sus brazos y piernas. Leves gemidos salían de sus labios, pero él sabía que serían fugaces; las drogas borrarían su mente en apenas veinte minutos.
Dos chicos jugaban al Frisbee Golf junto a ellos. Un grupo de ruidosos estudiantes de primero cantaban canciones. Los autos pasaban rápidamente junto a Río Charles.
En el medio de la populosa zona, el asesino levantó a Tabitha y la colocó sobre sus hombros para llevarla a caballito. Aunque sus pies colgaban, sostuvo sus manos en su pecho y trotó hasta su auto, el cual estaba estacionado en la calle Memorial.
"¡Vamos!" lloriqueó con su acento. "¡Abrázame con tus piernas! Me estás haciendo hacer todo el trabajo. ¿Al menos me ayudas un poco? ¿Por favor?"
Continuó el diálogo junto a la camioneta azul donde la apoyó sobre el auto, abrió la puerta del acompañante, y gentilmente la colocó dentro.
Por unos segundos, estuvo en cuclillas junto a la puerta, no sólo para mantener la farsa del novio preocupado, sino también para observar sus facciones, para observar su pecho levantarse y caer, y preguntarse, como lo había hecho tantas veces, cómo sería besarla, de verdad, y hacerle el amor. El Todopoderoso gruñó desde su posición celestial, y el asesino, con un suspiro, cerró la puerta del lado del acompañante, ocupó su sitio al volante y se alejó conduciendo.