Kitabı oku: «Causa para Matar », sayfa 8
CAPÍTULO QUINCE
Avery se subió en su auto y colocó la sirena sobre el techo. La luz roja dio vueltas. Su walkie-talkie, un nuevo modelo delgado y pequeño como un teléfono celular, fue tirado a un lado. En lugar de eso, encendió el tele-comunicador del auto y marcó la frecuencia que le habían asignado para Finley.
El auto arrancó. Una curva sorpresiva y pisó el pedal y se deslizó hacia la Avenida Walnut. Los caminos del cementerio eran como un laberinto. A través de árboles distantes, alcanzó a ver la parte trasera de una patrulla policial. Abandonó el camino y se metió al césped. Mierda, pensó, voy a tener problemas por esto. Esquivó las lápidas. El auto salió a otro camino pavimentado y estaba detrás de un grupo de vehículos policiales.
Avery siguió la persecución fuera del cementerio y hacia la calle Mount Auburn. Esquivó a dos autos por poco. Un choque resonó detrás de sí. La línea de luces policiales rojas y azules giró hacia la calle Belmont.
Avery levantó el micrófono de su tele-comunicador.
"Finley," gritó, "¿dónde estás?"
"Oh rayos," contestó Finley, "ustedes están muy detrás. Estamos adelante de todos. Esto es genial. Vamos a atrapar a este hijo de perra."
"¿Dónde estás? exigió ella.
"En Belmont, pasando Oxford. No, espera. Él está girando hacia la calle Marlboro.
Avery chequeó su velocímetro. Sesenta y cinco... setenta. Belmont iba en dos direcciones. Su lado era una calle de un solo carril con suficiente espacio para pasar a los autos lentos de la derecha. Afortunadamente, todos los patrulleros policiales ya había desviado el tráfico. Alcanzó al último auto.
"Giró a la izquierda en Avenida Unity ahora," gritó Finley.
La línea de policías giró a la derecha en Marlboro y luego giró rápidamente a la izquierda.
"Nos detuvimos. Nos detuvimos," lloró Finley. "Estoy saliendo del auto. El Mustang está en el césped de una casa marrón pequeña, lado izquierdo. Entrando a la casa."
"¡No entres a la casa!" gritó Avery. "¿Me escuchas? ¡No entres!"
La línea quedó en silencio.
"Mierda," dijo en voz alta.
Todos los autos policiales convergieron en una casa de dos pisos marrón, con césped corto y sin árboles. El Mustang casi se había estrellado en los escalones del frente. El patrullero policial junto a él, asumió Avery, había sido el que tenía el Finley dentro.
Avery saltó hacia afuera y sacó la Glock de su funda. Otros oficiales tenían sus armas desenfundadas. Nadie parecía saber qué sucedía.
"¿Es éste el asesino?" gritó Henley.
"No lo sabemos," respondió otro policía.
Gritos vinieron desde adentro.
Se oyeron disparos.
"¡Ustedes dos!" rugió Henley a sus hombres. "Vayas por detrás. Asegúrense de que nadie salga. Sullivan, Temple, mantengan su vista fija en mí."
Subió la escalera corriendo agachado y entró a la casa.
Avery hizo el intento de ir detrás de él.
"Espera. Espera," gritó un policía.
Finley salió de la casa con sus brazos abiertos en señal de victoria, el arma en la mano.
"Correcto," dijo. "El juego se terminó para el asesino serial."
"Finley, ¿qué pasó?" gritó Avery.
"Lo atrapé," declaró, sin remordimientos ni etiqueta social. "Le disparé al hijo de perra. Sacó un arma y le disparé. Salvé la vida de un policía y le disparé a su blanco trasero. Así es como lo hacemos en el lado sur," declaró e hizo una señal de pandilla que Avery inmediatamente reconoció como la de los Chicos Callejeros de Boston D Sur.
"Más despacio," dijo ella. "¿Cómo sabes que es nuestro tipo?"
Finley torció el cuello y abrió grandes los ojos.
"Oh si," declaró, "Claro que es nuestro tipo. Lo atrapé en el sótano. Un montón de mierda enfermiza ahí abajo. Tienes que verlo para creerlo."
Henley salió de la casa.
"Sullivan," gritó, "tráeme una ambulancia aquí, ahora, y baja a ese sótano. Le dispararon a Dickers. Necesita ayuda. Travers," dijo, "quiero este sitio cerrado. Nadie entra. Nadie sale. ¿Me escucharon? No necesitamos a nadie contaminando la escena el crimen. ¡Marley! Spade" gritó hacia el fondo. "Vengan aquí."
"Necesito ver lo que hay adentro," dijo Avery.
"Ve," dijo Henley haciendo señas, "ella puede entrar, Travers. Ellos dos," señaló a Finley. "Nadie más." Y mirando a Finley agregó: "Voy a necesitar una declaración suya, joven."
"No hay problema," dijo Finley. "Los héroes cuentan historias."
"Cuéntame todo, lentamente," dijo Avery.
Finley, aún con un subidón de adrenalina, estaba alborotado y animado.
"Hice lo que pediste," dijo en su tono acelerado y con acento, "escribí los nombres de las tumbas. Un grupo de chicas, tal vez de dieciocho o veinte años. No lo sé. No soy bueno en matemáticas. Murieron en la Segunda Guerra Mundial. Luego vi a un viejo mirando todo de lejos. Se veía sospechoso, ¿entiendes? Alerté a uno de los otros policías, porque me gusta trabajar en equipo, y fuimos a conversar con él. Llegamos como a mitad de camino hacia él y empieza a correr: una corrida difícil hasta el auto. ¿Quién diría que los viejos corrían tan rápido? Salta dentro y despega. Espera a que veas lo que encontramos. Resolví el caso sin ayuda," dijo golpeándose el pecho. "No te preocupes. Te daré algo de crédito," agregó. "¡¿Quién es el perezoso ahora?!" gritó hacia el cielo.
Todo lo que Avery había escuchado había sido "tumbas... chicas... murieron en la Segunda Guerra Mundial..." e hizo una nota mental para averiguar todo sobre esas marcas y las mujeres que representaban.
Con el arma desenfundada, Avery cruzó la puerta principal.
La casa tenía un olor a viejo y a moho, como que nadie hubiese vivido allí por mucho tiempo. Las alfombras estaban blancas de polvo. Una escalera llevaba al segundo piso. En el techo, Avery oyó pasos y alguien gritó, "Despejado."
"Por aquí," dijo Finley.
La llevó alrededor de las escaleras. Había una cocina a la izquierda. A la derecha había una puerta que llevaba a un sótano. El olor era fuerte alrededor de la puerta: cadáveres en descomposición y aceites esenciales. Aceites, pensó Avery; quizá este es el tipo.
Escalones chirriantes llevaban a un extenso y oscuro sótano con piso de piedra. El olor era tan fuerte que Avery tuvo náuseas: cadáveres y descomposición mezclados con fragancias dulces para esconder el olor. Perfumadores de ambientes colgados por todas partes entre las vigas y el aislante expuesto del techo. Había cajas recubriendo casi todas las paredes, cientos y cientos de cajas. El único espacio vacío albergaba una larga mesa manchada con sangre seca e implementos para cortar.
Hacia la parte de atrás había una cama sucia.
Un cadáver yacía sobre la cama, prácticamente azul y descompuesto por el tiempo, las piernas abiertas y atadas a los postes, igual que las manos. Era una chica, alguien joven que Avery estimó que había muerto hacía años.
Extraños objetos sexuales rodeaban la zona: sillas de sometimiento; cadenas colgando del techo, y una hamaca. Una de las cajas en la parte trasera estaba abierta. Avery miró dentro y vislumbró partes del cuerpo de una mujer.
Se tapó la nariz por el olor.
"Jesucristo."
"¿Qué te dije?" dijo Finley sonriendo. "Una locura, ¿verdad?"
Un hombre yacía muerto al pie de la cama de postes de madera, de un metro noventa o un metro noventa y cinco de estatura. Era viejo y delgado, con cabello largo y gris. Tal vez sesenta años, pensó Avery. Había una escopeta junto a su mano.
El policía abatido se encontraba sentado junto a una pared lateral, siendo ayudado por su amigo. Afortunadamente, tenía puesto un chaleco, pero algunos de los proyectiles le habían dado en el cuello y la cara.
"Mi esposa me va a matar," dijo el policía.
"No," respondió el otro policía, "eres un héroe."
El sótano estaba sucio. Había bolas de polvo por todas partes. Las herramientas en el escritorio, el escritorio mismo, incluso el equipamiento sexual, era evidente que nada había recibido jamás una limpieza profunda. Las cajas en la parte de atrás estaban sucias y a punto de caerse.
"Necesito hacer una inspección," dijo Avery. "Finley. Revisa la cochera. Fíjate si encuentras la camioneta azul, y disfraces, plantas, agujas: cualquier cosa relacionada con nuestro caso."
"Enseguida," dijo y subió las escaleras.
El resto de la casa parecía vieja y deshabitada, sin mascotas ni plantas. Estaba limpia, más ordenada que el sótano, pero también recubierta de polvo. Ninguna indicación de otras perversiones podía ser encontrada en los pisos de más arriba. Las fotos que adornaban las paredes eran pintorescas copias de artistas como Bruegel y Monet. El sospechoso, parecía, pasaba la mayor parte de su tiempo en el segundo piso, donde Avery encontró sus pertenencias y su ropa.
Se dirigió hacia afuera.
El vecindario había cobrado vida. Las luces policiales seguían girando. Multitudes se habían reunido alrededor de las áreas separadas.
Finley regresó jadeando.
"Sólo una cochera vacía con un montón de basura por todas partes," dijo.
Una imagen del asesino ya había tomado forma en la mente de Avery, basándose en lo que había visto en las cintas de vigilancia y en lo que creía de sus experiencias previas. Se imaginó a un fuerte y refinado joven, educado y antisocial, un hombre al que le gustaba el arte y tenía noción de brebajes medicinales. La forma en que colocaba a sus mujeres era como en las pinturas de iglesia, o trabajos de Alphonse Mucha. De igual forma, las drogas que administraba eran artísticas a su manera, extraídas de una variedad de plantas y flores ilegales y difíciles de conseguir. También era exigente con los detalles, y limpio, como los cuerpos colocados con su ropa lavada y piel limpia.
¿Esta casa?
¿El hombre muerto en el sótano?
¿George Fine?
Todos eran piezas del rompecabezas, pero se sentían como rompecabezas diferentes, con sus propias piezas, y todas las piezas estaban unidas.
CAPÍTULO DIECISÉIS
El departamento de policía se encontraba a sus pies cuando Avery y Finley apareció desde el elevador. Finley se regodeaba en la atención. Hacía reverencias, les aullaba a sus amigos, y gritaba repetidamente: "Soy el hombre, ¿verdad? ¿Ven cómo lo hacemos en el lado Sur?"
"Excelente trabajo." La gente aplaudía.
"¡Lo atrapaste!"
En un lugar oscuro, Avery no escuchaba nada de esto. La oficina era una cápsula con nadie adentro, los sonidos: ruido blanco. Las imágenes giraban en su mente: George Fine, Winston Graves, y el viejo muerto en su enfermizo y retorcido sótano del horror.
O'Malley salió de su oficina a darle un apretón de manos a Avery personalmente.
"Cuéntame," dijo él. "¿Cómo estuvo?"
"El nombre del tipo es Larry Kapalnapick. Trabaja en Home Depot de cargador," dijo Avery. "Por lo que parece, todos los cuerpos en su sótano ya estaban muertos."
"¡Maldito sepulturero!" opinó Finley.
"Debe venir haciéndolo desde hace años," dijo Avery. "La policía de Watertown estimó que había partes de cuerpos de al menos veinte personas distintas allí abajo. La hipótesis más probable es que saca un cuerpo, juega con él un tiempo, y luego lo corta en pedazos y lo almacena en el sótano. El departamento de Henley está enviado todo al laboratorio sólo para estar seguros."
"Hijo de perra," susurró O'Malley.
Finley rio.
"El maldito tenía aromatizadores de pino colgados por todo el techo del sótano."
"¿Qué hay de nuestra víctima?"
"Volvimos a la escena luego de la persecución. El forense y su equipo estaban allí. Randy dijo que fue el mismo perpetrador que el de Cindy Jenkins, mismo modus operandi, y por el olor, posiblemente la misma anestesia. Ella investigará eso aquí."
"O sea que Fine no es nuestro asesino."
"No puede serlo," dijo ella. "Estaba bien encerrado la noche anterior. Es culpable de algo. Pero no de esto. Como precaución, les pedí a Thompson y Jones que revisen la cabaña de la bahía de Quincy. Luego Jones continuará vigilando las calles en búsqueda de la camioneta, y Thompson ha sido asignado a buscar todo lo que pueda encontrar sobre Winston Graves."
"¿Graves? El novio de Jenkins."
"Es poco probable," admitió Avery. "Mientras tanto, Finley se hará cargo del caso de Tabitha Mitchell. Puede comenzar ahora con los amigos y familiares."
"¿Finley?"
"Trabajó muy duro hoy."
Mirando a Finley, agregó: "Recuerda pensar más allá de Tabitha Mitchell. Necesitamos conexiones entre ella y Cindy Jenkins. Historia familiar. Estudios universitarios. Comida favorita. Actividades extracurriculares. Amigos y familia. Cualquier cosa."
Con los ojos encendidos, Finley se golpeó el pecho.
"Soy tu pitbull," dijo.
El capitán asintió.
"¿Qué vas a hacer tú?"
Avery se imaginó a la camioneta azul yendo al oeste desde Boston. Ella creía que el asesino debía vivir en uno de los siguientes condados: Cambridge, Watertown, o Belmont. La población combinada de esos condados totalizaba aproximadamente doscientos mil. Un interminable mar de rostros.
"Necesito pensar," dijo.
* * *
Avery apuntó su Glock 27 a un objetivo distante. Tenía antiparras color naranja cubriéndole los ojos. Sus oídos rellenos con tapones. Se imaginó el rostro de Howard Randall como reemplazo del nuevo asesino sin rostro. Disparó.
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Tres tiros le dieron al blanco prácticamente en el centro.
Pensar siempre había sido su fuerte: un tiempo lejos de un caso para descomprimir y procesar lo que sabía.
Una pared en blanco la recibió esta vez.
Ninguna pista. Ninguna conexión. Tan sólo una pared que la alejaba de la verdad. Avery nunca les había creído a las paredes. Las paredes eran para otras personas, otros abogados, otros policías que sencillamente no sabías como atravesar esas paredes y ver lo que los demás no podían.
¿Qué me estoy perdiendo?
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Sus balas se desvanecían hacia la izquierda. Al comienzo de su sesión, no le daba a nada menos que al centro. Ahora estaban errando. Igual que tú, pensó. Errando. Esquivando el blanco. Esquivando algo.
No, argumentó mentalmente.
Inhalar... exhalar...
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Todo al centro.
Howard Randall, pensó.
De pronto, se dio cuenta: Eso es. Una perspectiva fresca.
Estúpida, pensó. Loca. Connelly se volvería loco. Los medios tendrían un día de picnic. A la mierda los medios. ¿Acaso lo haría? Por supuesto que lo haría; estaba segura. Fue a la cárcel por ti. Tiene una fascinación enfermiza por ti. Probablemente ya esté siguiendo el caso. No, juró. No lo haré. No tomaré ese camino otra vez.
Le puso un nuevo clip a su arma.
Disparó.
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Cada disparo se alejaba del centro.
* * *
En la oscuridad de la estación de policía, bien pasada la medianoche, Avery estaba sentada encorvada sobre su escritorio. Había fotografías desplegadas frente a ella: Cindy Jenkins, Tabitha Mitchell, el parque Lederman, el cementerio, y el callejón y las fotos de la camioneta y el asesino.
¿Qué me estoy perdiendo?
Las fotos fueron analizadas meticulosamente.
Finley ya había tomado algunas declaraciones bajo juramento. A juzgar por las primeras impresiones, Tabitha había sido secuestrada desde un lugar muy público, igual que Cindy, probablemente apenas a unos pasos del bar que visitaba cada martes por la noche. Solamente que no había novio ni acosador para interrogar. Según los entrevistados, Tabitha había estado soltera por un buen tiempo. Tabitha estaba en una sororidad, Sigma Kappa, pero las conexiones con Cindy Jenkins terminaban allí. Tabitha era estudiante de primero de economía. Cindy era estudiante de último en contaduría.
Sororidades.
¿Es ese el nexo?
Tomó nota mentalmente de revisar las reuniones de sororidad a nivel nacional.
La película que estaban pasando en el Omni era sobre tres mujeres. Las tumbas apuntaban a tres mujeres. ¿Significa que mata en tercios? La película y las tumbas de las chicas de la Segunda Guerra Mundial fueron comparadas y contrastadas por cualquier pista.
Hizo un sondeo de varias rutas de auto en los alrededores de Cambridge y Watertown y se imaginó dónde podría vivir el asesino, y por qué habría elegido esas rutas. La lista de Chryslers azul oscuro era ahora supervisada por Finley. Ya tenían una lista de dos mil con dueños de autos hechos y vendidos en los últimos cinco años. ¿Y si lo compró hace seis años? pensó. ¿O siete?
Howard Randall seguía invadiendo sus pensamientos. Hasta se imaginó que oía su voz: "Puedes venir a mí, Avery. No muerdo. Hazme tus preguntas. Déjame ayudarte. Siempre he querido ayudar."
Se pegó en la cabeza.
"¡Vete!"
Aún, la imagen vino, y se rio.
CAPÍTULO DIECISIETE
A las siete y media la mañana siguiente, Avery estaba sentada en su auto a media cuadra de la casa de Constance y Donald Prince.
Vivían en Somerville, justo al noreste de Cambridge, en una pequeña casa amarilla con zócalo blanco en una tranquila calle suburbana. Un cerco de madera blanca rodeaba la propiedad. Había dos porches: uno en el primer piso, y otro en el segundo nivel, donde sillas y una mesa habían sido dispuestas para un desayuno a la luz del sol.
La escena parecía ser el lugar perfecto: árboles adornando las veredas, el sol estaba saliendo, y los pájaros cantaban en el cielo.
Gritos era todo lo que Avery podía recordar, los interminables gritos de la primera y única vez que había visitado a los Prince, y lágrimas y platos siendo lanzados contra la pared, mientras ambos intentaban desesperadamente alejarla.
Constance y Donald Prince eran los padres de Jenna Prince, la última estudiante de Harvard asesinada por el profesor Howard Randall, casi cuatro años atrás. El asesinato había sido sólo semanas luego de que la abogada estrella Avery Black hizo lo imposible y logró sacar al profesor Randall de la cárcel por el asesinato de otras dos estudiantes de Harvard, a pesar de la abrumadora evidencia circunstancial en su contra.
Esos breves días entre que Avery ganó el juicio y el asesinato de Jenna Prince resonaban en la mente de Avery. En el veredicto, la celebración había comenzado. Las noches se pasaban vaciando caras botellas de vino y compartiendo su cama con numerosos rostros sin nombre. Una noche en particular, incluso llamó a su ex para preguntarle si quería volver con ella. Ni siquiera esperó por una respuesta. Avery sólo se rio después de la pregunta y juró que nunca estaría con un perdedor como él otra vez. La vergüenza que sintió en ese momento continuaba quemando sus mejillos incluso ahora, años después.
Su victoria había sido corta.
Se enteró de la verdad en los noticieros unos días después: "Asesino Liberado de Harvard Mata Otra Vez." Como sus víctimas anteriores, las muchas partes del cuerpo de Jenna Prince habían sido cuidadosamente reconfiguradas cerca de lugares importantes de Harvard. Pero a diferencia de los otros asesinatos, esta vez, Howard Randall se había hecho cargo inmediatamente. Apareció en Harvard Yard casi enseguida de que el cuerpo fuese descubierto, con las manos en alto en señal de entrega y cubierto en sangre. "Esto es para ti, Avery Black," había dicho a la prensa. "Esto es por tu libertad."
¿Y su creencia de que era una persona decente y honorable? ¿Que finalmente había hecho el bien y liberado a un hombre inocente?
Se había ido.
Todo en lo que creía había sido destruido. Su esposo siempre había sabido la verdad sobre su excesiva confianza en sí misma y su ego, ¿pero su hija? Era una revelación impactante. "¿Fue todo por el dinero?" se había preguntado Rose. "Dejaste a un asesino serial en libertad. ¿Cuántos otros asesinos has dejado libres para poder usar esos zapatos?"
Avery observó el interior color marrón claro de su BMW.
El cuerpo estaba desteñido y viejo. El tablero negro había sido retirado y actualizado con su tele-comunicador, escáner policial, y una computadora para cuando estaba de vigilancia. El auto, comprado en la cúspide de su arrogancia y fama, ahora servía como recuerdo de su indulgente pasado, y un testamento de su futuro.
"No morirás en vano," juró a la memoria de Jenna Prince. "Lo prometo."
La caminata hacia la casa parecía no tener fin. El sonido de sus zapatos en el cemento, pájaros, autos y sonidos lejanos, todo la hacía sentir más consciente de sí misma, y de lo que tenía intención de hacer. "Te odio," había escupido Constance hacía muchos años. "Eres el diablo. Eres peor que el diablo." "¡Fuera de nuestra casa!" había gemido Donald. "Ya mataste a nuestra hija. ¿Qué más quieres? ¿Perdón? ¿Quién podría perdonar a alguien tan enfermo y depravado como tú?"
Avery subió los escalones.
Una llamada telefónica habría sido inapropiada, incluso más aún que una visita improvisada. Necesitaban ver su rostro, su desesperación. Y ella los necesitaba a ellos.
Tocó el timbre.
Una voz de una mujer de mediana edad habló: "¿Quién es?"
Se oyeron pasos acercándose.
La puerta se abrió.
Constance Prince era blanca, con un bronceado poco natural y cabello corto y rubio decolorado. Aunque rara vez salía de la casa excepto por tareas o Mahjong con sus amigas, tenía una máscara de grueso maquillaje: rubor, delineador, y labial rojo. Las arrugas rodeaban su boca y ojos. Tenía puesto un suéter ligero y pantalones rojos. Brazaletes dorados sonaban en sus muñecas. Las joyas colgaban de hilos dorados en ambas orejas.
Pestañeó un poco y pareció enfocarse en Avery. El aire acogedor de su postura y apariencia rápidamente se desvaneció. Tomó una bocanada de aire y dio un paso hacia atrás, como si estuviese en shock.
Otra voz llamó.
"¿Quién es, cariño?"
Sin decir una palabra, Constance intentó cerrar la puerta.
"Por favor," dijo Avery. "Sólo necesito pedirles un favor. Me iré enseguida."
Una tajada del rostro de Constance podía verse entre la puerta y el marco. Con la cabeza baja, se quedó quieta por un momento.
"Por favor," rogó Avery. "Necesito algo, pero no puedo hacerlo sin su aprobación."
"¿Qué quieres?" susurró Constance.
Avery revisó el porche y la calle antes de volverse a la puerta.
"¿Has leído los periódicos?"
"Sí."
"Hay otro asesino suelto. Es muy parecido al anterior," dijo Avery sin mencionar a Howard Randall, "inteligente y difícil de rastrear. Hallaron otro cuerpo hoy. Hasta ahora son dos, pero puede que trabaje en tríos, lo que significa que no falta mucho para el próximo cuerpo. Soy policía ahora," agregó. "Esa vida, la persona que era en aquel entonces, ya no es quien soy. Estoy tratando de arreglar las cosas. Estoy tratando de cambiar."
La puerta se abrió.
Donald Prince había reemplazado a su esposa. Más viejo, extremadamente grande y fuera de forma, tenía cabello corto y gris, piel rojiza, y un aspecto que demostraba su conmoción y furia. Tenía puesta una camiseta sucia, pantalones cortos, y zuecos verdes. Un guante cubierto de tierra en una de sus manos.
"¿Qué demonios quieres?" dijo. "¿Por qué estás aquí?" Miró hacia la esquina. "No eres bienvenida en esta casa. ¿No le has hecho suficiente daño a esta familia?"
"Vine a pedirles permiso," dijo ella.
"¿Permiso?" escupió y casi ríe. "No necesitas nuestro permiso para nada. ¡Queremos que salgas de nuestras vidas! Mataste a nuestra hija. ¿No entiendes eso?"
"Nunca maté a su hija."
Sus ojos se hicieron más grandes.
"¿Crees que eso justifica lo que hiciste?"
"Lo que hice estuvo mal," dijo ella, "y tengo que vivir con eso todos los días. Soy diferente ahora. Soy policía. Estoy tratando de arreglar lo que hice, y no dejarlo en libertad."
"Bueno, me alegro por ti." Asintió agresivamente. "Muy poco y muy tarde para nosotros. ¿Verdad?"
Intentó cerrar la puerta.
"Espera," dijo Avery.
Sostuvo la palma de su mano en la madera pintada.
"Hay un nuevo asesino. Igual a Howard Randall. Justo en nuestro patio trasero. Va a matar otra vez. Estoy segura. Y pronto. Mis pistas se están enfriando. Necesito una perspectiva nueva. Necesito visitar a Howard, ver si él puede ayudar. Quiero su permiso."
Una risa vino del interior.
La puerta se abrió.
Donald se recostó, impenetrable.
"¿Quieres mi permiso?" dijo. "¿Para hablar con el asesino de mi hija, así puedes detener a otro asesino?"
"Correcto."
"Claro," dijo con una sonrisa falsa. "Buena suerte."
Cualquier rasgo familia abandonó su rostro, y una oscura y asesina mirada penetró a Avery.
"No me importa quién eres ahora. ¿Me escucharon? Vuelves a mi casa. Hablas con mi esposa." La violencia ardía en sus ojos. Su voz se convirtió en un susurro. "Te mataré," juró. "Y eso será justicia. Verdadera justicia."