Kitabı oku: «Causa para Matar », sayfa 9

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CAPÍTULO DIECIOCHO

La casa correccional de la Bahía Sur era un complejo marrón enorme que ocupaba seis manzanas en el sur de Boston. La fortaleza estaba dispuesta en forma de triángulo, con pocas ventanas e incluso menos formas de entrar. Varios edificios más pequeños, paredes altas, e interminables portones alrededor de la propiedad convertían a la entrada en un enigma para el visitante promedio.

Avery había estado en la Bahía Sur un par de veces antes, como abogada y como policía. Aunque era fácil para ella navegar la Avenida Massachusetts al número de calles laterales necesarias para poder estacionar en la calle Bradson y acceder al edificio principal, siempre era un proceso complicado y que llevaba mucho tiempo.

Los visitantes normalmente debían presentar un permiso escrito para ingresar al menos un día antes. Si no se presentaba una advertencia previa, normalmente los enviaban de regreso en la entrada por motivos de seguridad, sin importar su nombre, posición, o excusa. El hecho de que Avery fuese policía no significaba nada para los cuidadores de la Bahía Sur. Las cárceles eran como islas privadas, estados en sí mismos donde los empleados sólo respondían a su supervisor y el alcalde.

Avery, sin embargo, no era la típica visita.

Una pesado-celebridad en Bahía Sur, era conocida por todos los miembros del personal. El juicio donde liberó a Howard Randall de los cargos de asesinato había sido televisado. Lo que también había sido televisado fue su rendición sangrienta sólo días después. Durante ambos suplicios, su rostro había sido estampado por doquier, y hasta su desaparición y eventual resurgimiento en el departamento de policía de Boston, su nombre se había vuelto sinónimo de abogados corruptos y un sistema legal necesitando una masiva reforma.

En el detector de metales, un guardia gritó.

"Hola, Sra. Black. ¡Mira, Joey! Mira quien vino. Avery Black está de vuelta."

"¿Cómo va todo, Sra. Black?"

Avery le ofreció un saludo desganado con la mano.

"Hola, muchachos."

Colocó sus objetos en la mesa y los pasó por el escáner.

Otro guardia hizo una reverencia.

"¿A qué debemos el honor, Sra. Black?"

"Vine a ver a Howard Randall."

"¡Oh!" exclamaron unos guardias.

"Ojalá yo fuese una mosca en esa pared," dijo alguien. "Cuidado, Black. Randall fue transferido al Bloque B hace dos meses. Cortó a un interno, bastante grave. ¡Ese viejo es muy ágil!"

Luego de los detectores de metales, la revisaron y la dejaron pasar a la sala de visitas.

"¿Nombre?" dijo una mujer regordeta y adusta dentro de una oficina enrejada.

"Avery Black. Homicidios. Departamento de Policía de Boston."

"No la veo en la lista, Black. Va a tener que regresar en otro momento."

Un guardia que iba pasando hizo una cara.

"No, no," dijo, "déjala pasar. ¿Sabes quién es ella? Avery Black. Sacó a ese vejestorio loco de Randall por homicidio. El caso más fascinante que he visto."

"¿Tú te harás responsable de esto?"

"Sí, sí. Déjala pasar. Enviaré a alguien por Randall. A ver si tiene ganas de charlar. Disculpe Sra. Black, pero si Randall no quiere verla, no podemos hacer nada."

"Entendido," dijo ella.

La habitación enrejada era grande y estaba pintada de verde. Los zumbidos resonaban constantemente más allá de las rejas, junto con portazos. Varias mesas y sillas eran ocupadas por visitantes esperando su oportunidad de ver a sus seres queridos. Una pareja de mexicanos peleaba mientras sus tres niños corrían por todas partes e intentaban hablar con otras personas.

¿Qué estoy haciendo aquí? se preguntó Avery.

"¡Black! Es tu día de suerte," gritó el guardia. "Randall dijo que te estuvo esperando. No estarán en la sala de visitas pública. Tiene que permanecer encerrado. En el momento que abra la boca, se mete en problemas. Te llevaré hasta abajo y te ubicaré fuera de su celda. Más privacidad para ustedes también, ¿verdad? Y, además, fuiste su abogada una vez. ¿No tienen privilegios entre abogado y cliente?"

La caminata hasta el sótano era exactamente como Avery la recordaba.

Los presos gritaban y hacían ruidos en sus celdas. "¡Sáquenme de aquí! ¡Soy inocente!" Los guardias gritaban. "¡Silencio o vas a la caja!" Los susurros la alcanzaron, de guardias que pasaban y también prisioneros. "Oye, linda. ¿Quieres una visita privada?"

El nivel del sótano era más oscuro que el resto de la cárcel, con mala iluminación y gruesas puertas negras contra concreto pintado de gris. Había números blancos pintados en cada puerta. B1... B2... B3. El guardo pasó por cada puerta y abrió otro portón.

"Se lo pusimos en la sala de conferencias," dijo. "Estarán más cómodos aquí. Cuando terminen sólo grite."

Una puerta negra sin marcar entre muchas fue abierta.

Howard Randall en un extremo de una larga mesa metálica en una habitación extremadamente estrecha. Tenía una gran cabeza, con apenas algunos pelos afeitados en los lados. Anteojos gruesos adornaban su arrugado rostro. Sus pequeños ojos miraron a Avery con emoción. Estaba vestido con un traje naranja. Sus manos arrugadas se aferraban a la mesa y eran mantenidas en su sitio por esposas. De igual forma, sus pies habían sido esposados a las patas de la mesa para evitar movimiento real.

"Muy bien, Howard," dijo el guardia. "¿Ves lo que hice por ti? No querían dejarla entrar. No llamó antes. Pero yo la entré. Eso tiene que valer algo, ¿verdad?"

Howard le regaló una sonrisa y asintió agradecido.

"Por supuesto, Oficial Roberts," dijo en una suave y confiada voz. "¿Por qué no hablamos del pago más tarde?"

El guardia de cara rolliza, con barba de unos días, le devolvió una sonrisa. "Buen trato," dijo. "Recuerde," le dijo a Avery, "sólo llame cuando esté lista. Estaré aquí afuera. No la cortes, Howard," se rio.

La puerta se cerró de un portazo.

La última vez que Avery lo había visto había sido tres años atrás, un viaje sin grandes acontecimientos que esperaba le diese alguna respuesta. Todo lo que Howard había hecho había sido hablar de cuán agradecida debía estar por todo lo que él le había dado.

Se veía más tranquilo que en su última visita. Mala comida y nada de ejercicio, pensó Avery. Pero sus ojos... sus ojos brillaban como las estrellas.

"¿Cómo estás, Howard?"

"¿Cómo estás tú, Avery?"

"Siempre el terapeuta," dijo ella. "¿De qué se trató todo eso?" preguntó ella mirando sobre su hombro. "¿Qué tipo de pago espera?"

"Al Oficial Roberts le gusta que lo acaricien," dijo él. "Le gustan los hombres mayores. Yo lo excito. Quiere un momento a solas más tarde."

"Pensé que eras asexuado."

Howard se encogió de hombros.

"Me siento sólo aquí," explicó. "Hacemos lo que tenemos que hacer para sobrevivir, ¿no es verdad, Avery?"

Se tensó y torció los ojos en defensa.

"¿Qué se supone que signifique eso?"

Un aire más liviano y despreocupado sobrevino a Howard. Intentó abrir sus manos y recostarse para relajarse; las cadenas lo mantenían cerca de la mesa.

"Vamos, Avery," dijo, "¿por qué estás tan preocupada? Tú viniste a mí. Yo soy un simple prisionero. ¿De qué manera podría hacerte daño?"

"Oí que rebanaste a otro preso para poder venirte aquí abajo."

"Eso fue diferente." Asintió en señal de haber comprendido. "Mis acciones estuvieron completamente justificadas dada la situación. Por favor, ven. Siéntate. Las visitas son poco frecuentes últimamente. Confía en mí. No muerdo," dijo con una tímida sonrisa siniestra que dejó ver sus pequeños dientes.

Las náuseas que Avery había sentido hacia él regresaron con todas sus fuerzas. Sintió ganas de vomitar. Él me manipuló, pensó, me mintió, destruyó mi vida. ¿Por qué vine aquí? ¿Por qué confiaría en él? Él no puede ayudarme.

Como si pudiese leer su mente, él dijo, "Viste por el caso, ¿verdad?"

"¿Qué caso?"

"En el periódico de hoy, lo llaman el Asesino de las Sororidades, si recuerdo correctamente. Dos víctimas, ambas estudiantes universitarias, extrañamente... colocadas, ¿sí? Como maniquíes."

¿Qué más sabes?"

"Siéntate," dijo de nuevo.

De mala gana, Avery apartó la silla de la mesa y se sentó.

"Esto está mejor, ¿verdad?" dijo.

"El guardia dijo que estabas esperándome."

"Sí," dijo él.

"¿Cómo sabías que vendría?"

"No lo sabía, Avery. No leo mentes. Pero sí sé algunas cosas," susurró y se inclinó hacia adelante. "Sé que recientemente has sido ascendida a detective, división de homicidios, y que estás a cargo de este caso, ¿sí? El periódico dice eso. Y sé que tienen una gran habilidad, Avery, y es la tenacidad de tu voluntad. No te detendrás ante nada para ganar. Pero estás un poco fuera de tu elemento con esto, ¿verdad? Defender al hombre común es una cosa. Cazar a pandilleros es otra; esas personas tienen necesidades y deseos básicos, y motivaciones sencillas de entender. ¿Pero la gente como yo?" Dejó las palabras colgando en el aire. "Somos una especie diferente. Nuestras motivaciones, nuestro propósito es a menudo difícil de percibir para... mortales inferiores."

"¿Me estás llamando un mortal inferior?"

Inclinó su cabeza como para decir "sí" sin hacerse cargo del hecho.

"Sé que estás aquí," dijo él, "lo que significa que debes necesitar algo. Supongo que quieres que te ayude a resolver este caso. Una movida atrevida, Sra. Black. Pensé que me detestabas, y sin embargo aquí estás, solicitando mi asistencia. Somos compañeros, otra vez."

"Nunca fuimos compañeros."

"Siempre hemos sido compañeros," corrigió el instantáneamente. "Vine a éste lugar por ti, Avery, para mostrarte la luz, para cambiarte, no las ropas sino quien eres por dentro. Una persona, una vida, puede cambiar el mundo, y tú eres la prueba de ello, mi mayor regalo para la humanidad. Eres diferente ahora. Puedo verlo. El pavoneo arrogante se ha ido. El aire pretencioso ha sido derrotado. Estás sentada frente a mí como una humilde sirviente de la justicia, sin riqueza ni poder ni avaricia. Me gusta esta nueva tú, Avery. De todo corazón, lo apruebo."

La persona de quien él hablaba, la persona que aparentemente amaba, era el caparazón de la mujer que Avery había sido, un caparazón dañado, luchador, que había tan lejos que casi nunca se peinaba el cabello ni pensaba en lo que se pondría todos los días. Era un fantasma, un fantasma que conducía en su viejo auto y se vestía con las ropas de su vieja vida, pero estaba completamente muerta excepto por su fuerza de voluntad, una voluntad la forzaba a buscar la justicia donde pudieses para que un día, tal vez pudiese corregir los errores del pasado y ser libre.

"Odio en quién me he convertido," dijo ella.

"Y si pudieras volver atrás," se preguntó él, "¿lo harías?"

No, pensó Avery. Nunca volvería atrás. Esa vida estaba terminada. Pero esta nueva vida... no estaba aún completa. Aún estaba caída en desgracia, aun peleando desde las sombras. Recuerdos de su oscuro y vacío apartamento volvieron, de su vida sin amigos ni familia, una hija que no quería tener nada que ver con ella. De repente, Avery se sintió que caía de una cornisa mental, a un lugar donde sólo había estado una vez antes, un lugar oscuro.

"No puedo volver jamás," dijo.

"Entonces," notó Howard, "el pasado ya se fue, pero el futuro aún no es brillante. Puedo ayudarte Avery. Quiero ayudarte."

Avery levantó la vista, de regreso en la habitación, sentada ante Howard Randall en inmersa en un caso que ya parecía estar frío.

"Necesito tu ayuda," admitió.

"Y yo necesito algo de ti, Avery."

Sus pequeños ojos marrones se abrieron con apasionada intensidad, y se inclinó hacia adelante lo más que podía mientras repetía: "Necesito algo de ti."

"¿Qué necesitas?" preguntó ella.

La personalidad completa de Randall cambió. Golpeó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante, prácticamente gritando en su rostro con veloces e intensas palabras.

"Padre," dijo, "Grover Black. Alcohólico. Violador. Golpeador. Abusador. Asesino."

Las palabras, como disparos a su corazón, transportaron a Avery al pasado y ahí estaba otra vez, con su padre y madre en aquella casa de Ohio.

"No," declaró ella.

"Madre. Layla Black. Alcohólico. Drogadicta. ¡Loca!

Avery había ido a terapeutas, muchos terapeutas, luego del incidente con Randall, pero nada parecido a esto. Había estado protegida en ese entonces, en control todo el tiempo. Ahora, Randall la había convertido en una niña de seis años con tan solo unas palabras y una pasión increíble.

Las lágrimas sobrevinieron, las lágrimas instintivas de una niña que quiere salvar a su madre de un padre armado que no conocía límites.

"¡Padre! Alcohólico. Vergüenza. ¡Asesino!"

Desesperada, fuera de sí, Avery se puso de pie y golpeó la puerta.

"Déjame salir", gritó.

Randall cerró su boca. Se recostó y levantó una ceja.

"Tu asesino es un artista, ¿correcto?" dijo "¿Los cuerpos están colocados en posición de amantes? Es introvertido, un soñador. No es alguien que elegiría chicas al azar en la calle. Tiene que encontrarlas, mirarlas, conocerlas de algún lugar. Piensa, Avery. Piensa..."

El guardia abrió la puerta.

Avery salió apresuradamente.

CAPÍTULO DIECINUEVE

Avery se hallaba sentada, inclinada sobre el volante de su auto, aún en el estacionamiento de la prisión, destruida, un desastre, una cáscara, lágrimas rodando por su rostro. Sollozos horrendos escaparon de su garganta. En un momento, se sacudió hacia arriba y gritó golpeando el volante.

Palabras.

Cada vez que oía una de sus palabras, lloraba más fuerte.

Abusador. Alcohólico. Asesino.

"No, no, no."

Se golpeó la cabeza para sacarse las imágenes: su padre en el bosque, arma en mano. El cuerpo detrás de él. Várices. Cabello gris. Ese vestido verde.

"Fuera, fuera, fuera, fuera," rogó Avery.

Casi lo había olvidado hasta ese momento. Tantos años gastados tratando de olvidar el pasado, escapar de Ohio y borrar su terrible pasado. Con sólo unas palabras, Howard Randall había traído todo.

Eres igual que ellos, lloró angustiosamente.

Asesina.

Alcohólica.

Igual que ellos... igual que ellos.

¡No! Luchó mentalmente. ¡No te pareces en nada a ellos! No eres asesina ni drogadicta. No estas enferma de la cabeza. Haces lo mejor que puedes cada día. ¿Errores? Claro, pero intentas con todas tus fuerzas, todo el tiempo.

Quítalo de mi cabeza.

Quítalo de mi cabeza.

Sus puños limpiaron sus lágrimas.

Sus sollozos fueron sofocados.

Tienes que ponerte bien, ordenó.

Las lágrimas regresaron, sólo que esta vez eran más suaves, más gentiles, no sobre su viejo y doloroso pasado, sino sobre su nueva, solitaria, atormentada existencia.

Golpeó el volante.

"Haz un esfuerzo!"

Una claridad detallada vino a ella en ese instante. Todo parecía nítido y enfocado: los bordes del parabrisas, su brazo, los autos aparcados a su alrededor, el cielo. No exactamente en sus cabales, pero en pleno control, Avery levantó su teléfono para llamar a Finley.

"Hola, hola," contestó él.

"Finley," dijo ella, "¿dónde estás?"

"Estoy en la oficina trabajando como esclavo. ¿Dónde demonios estás tú? Deberían darme un aumento por esto, ¿sabes? ¿No deberían darme el día libre por atrapar un psicópata? Acabo de tener una de las más grandes persecuciones de mi vida y ahora estoy atrapado en una oficina. Debería estar por ahí tomando una cerveza."

Su monólogo entero salió como una palabra sola.

Avery se frotó los ojos.

"Finley, más lento. ¿Qué has encontrado hasta ahora?"

"¿Por qué la gente me dice todo el tiempo que vaya más lento?" se quejó como si estuviese realmente molesto. "Hablo bien. Todos los de mi equipo me entienden perfectamente. Tal vez las otras personas son el problema, ¿se te había ocurrido pensar eso? Mi madre solía decir eso."

"¡Finley! Ponme al día."

"El cuerpo está en con el forense," dijo, más calmada y lentamente. "La escena del crimen ya está terminada. Encontraron algunas fibras, pero parece que son las mismas que Jenkins: pelo de gato, unas gotas de extracto de plantas en su ropa. En las últimas horas he estado buscando conexiones como me pediste. Distintas especializaciones: economía y contaduría. Una estudiante de primer año, la otra de último. Distintas sororidades, ninguna conexión familiar. Bla, bla, bla. Hablé con Ramírez. Él dijo que los padres de Cindy mencionaron una clase de arte que tomó en Cambridge el semestre pasado. Un lugar llamado Arte para la Vida. Ubicado en la calle Cambridge y la Séptima. Llamé a los amigos de Tabitha para ver si había conexión. Estoy esperando que contesten."

Artista, pensó Avery. Él dijo que nuestro asesino es un artista.

"¿Quién enseña allí?" preguntó ella. "¿Quién es el dueño del estudio?"

"¿Cómo demonios debo yo saberlo?" "Tengo solamente dos manos, ¿sabes?" ladró él. "Me diste como mil tareas. No tengo idea quién enseña la maldita clase. Te dije, estoy esperando que me contesten."

Ella cerró los ojos.

"De acuerdo," dijo. "Gracias."

"¿Vas a venir a ayudarme o qué?" se quejó Finley.

"Tengo que atar unos cabos sueltos," dijo ella. "¿Tienes la dirección de Cindy? ¿Y de Tabitha? Quiero pasar por sus apartamentos y ver que puedo encontrar."

"Ya estuve en el apartamento de Tabitha. Típico cuarto de chica. Ropa cara y afiches estúpidos. No hay nada allí."

"Déjame a mí decidir eso."

* * *

Cindy había vivido en una casa no muy lejos del apartamento de Kappa Kappa Gamma, ni de su novio. La casa blanca estilo Tudor de dos pisos con zócalos azules alojaba a dos personas. Cindy alquilaba el primer piso; el segundo piso era habitado por otra estudiante de último año de Harvard.

Avery llamó con anticipación para asegurarse que los oficiales de Harvard la dejasen entrar.

Un juego de llaves extra estaba bajo una piedra en el porche frontal.

El apartamento de Cindy olía a aire encerrado. Había cuatro habitaciones principales: la sala de estar, el dormitorio, una habitación extra que había convertido en oficina, y la cocina. Algunas piezas de arte moderno adornaban las paredes.

La oficina estaba repleta de montones de libros de texto sacados de la biblioteca, junto con una cantidad de libros de romance. Los papeles estaban apilados sobre el escritorio.

Avery revisó los archivos. Cuentas médicas, carpetas de clase, cartas de entrevistas laborales, currículums. Todo estaba limpio y ordenado. Avery tomó notas en su teléfono: El proveedor médico de Cindy, cada profesor que había tenido, los lugares donde había hecho entrevistas, y su actual empleador: Firma de Contaduría Devante La carta de su aceptación como contadora junior en su firme estaba orgullosamente exhibida en el escritorio.

No había mención de la clase de arte, pero había un dibujo pintado a mano, enmarcado, en una pared, con la firma de Cindy en la parte inferior. La imagen era un bol de frutas. Avery dio vuelta la imagen. En la parte trasera había un sello: Arte para la Vida, su dirección, y el logo de una mano representada como una paleta de pintura. Avery devolvió todo a su lugar, se dirigió hacia afuera, y saltó dentro de su auto.

El MIT fue llamado con anticipación para asegurarse que le permitirían entrar a la habitación de Tabitha. El asistente del decano dijo que se encargaría de todo.

En cuanto colgó, el teléfono de Avery sonó.

"Es Jones," dijo una voz jamaiquina.

"Dime algo," dijo Avery.

"Nada por aquí. La cabaña está vacía."

"¿Qué demonios has estado haciendo todo el día?"

"Investigando, hombre," se quejó Jones, "investigando. Me llevó un rato llegar aquí. Tenía que tener las llaves, ¿verdad? Luego Thomson quiso manejar y no tiene ningún sentido de la orientación. El GPS nos volvió locos. Pero," admitió dándole otro trago a su cerveza, "llegamos aquí y dimos vuelta el lugar. Nada. ¿Segura que el chico se quedó aquí?"

"Desperdiciaste un día entero," dijo Avery.

"¡No estás escuchando, Black! Hemos estado trabajando duro."

"Hay dos chicas muertas," dijo Avery. "¿O te olvidaste de eso? Tenemos un asesino serial suelto y tú andas dando vueltas en una cabaña junto al lago. Ponte a trabajar en la vigilancia de Cambridge. Y esta vez," dijo bruscamente, "Quiero un informe detallado en mi escritorio para mañana en la tarde. Quiero saber exactamente qué hiciste cada hora. ¿Me escuchaste?"

"¡Oh, vamos! Black. Te lo ruego." gimió Jones. "Ese trabajo es una locura. No hay forma de rastrear un auto por kilómetro y kilómetros de esa forma. Es imposible. Necesito como diez personas más."

"Llévate a Thompson.

"¿Thompson?" rio Jones. "Es peor que Finley."

“Recuerda,” dijo Avery con énfasis. "Un informe detallado en mi escritorio mañana por la tarde. Asegúrate de que Thompson lo entienda. Si arruinas esto llamaré a Connelly."

Colgó.

¿Cómo se supone que logre algo en Homicidios si la mitad de mi equipo ni siquiera respecta mi autoridad? dijo echando humo.

Para cuando llegó a su próximo destino, el cielo estaba oscuro.

Tabitha vivía en el corazón del MIT, justo al lado de la calle Vassar. Su compañera de cuarto abrió la puerta; era una pequeña chica parecida a un ratoncito, con cabello largo y negro, anteojos, y la cara cubierta de granos. La habitación era grande: una sala de estar principal, cocina abierta, y dos dormitorios.

"Hola," dijo la chica, "usted debe ser Avery."

"Sí, gracias por dejarme entrar."

"Ese es su cuarto, por allí," dijo señalando.

La chica parecía adusta y miserable.

"¿Eran amigas?" se preguntó Avery.

"En realidad no," dijo ella alejándose. "Tabitha era popular."

La habitación de Tabitha estaba extremadamente desordenada.

El archivador de papeles era más un sitio donde amontonar papeles sueltos. Una rápida búsqueda dejó al descubierto todo tipo de cosas, desde recibos hasta un currículum y un envoltorio de emparedado apestoso. El objeto más revelador era la cantidad de imágenes que adornaban la pared, todas aparentaban haber sido hechos por Tabitha: escenas de granjas, el MIT, un paisaje urbano, un bol de fruta.

Avery miró la parte trasera de una de las pinturas enmarcadas.

Un sello leía: Arte para la Vida.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
241 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9781640291027
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