Kitabı oku: «Una Vez Desaparecido», sayfa 13
Capítulo 27
Manos aún temblorosas, Riley buscó la botella de vodka que tenía escondida en el gabinete de cocina, la que prometió que nunca tocaría de nuevo. Abrió la botella y trató de servirse discretamente, para que April no escuchara. Puesto que se parecía mucho al agua, esperaba poder bebérsela abiertamente sin mentir sobre ello. No quería mentir. Pero la botella sonaba indiscretamente.
“¿Qué pasa, Mamá?” April preguntó detrás de ella en la mesa de la cocina.
“Nada”, respondió Riley.
Oyó a April refunfuñar un poco. Podía notar que su hija sabía lo que estaba haciendo. Pero no había manera de verter el vodka en la botella. Riley quería botarla, realmente quería hacerlo. Lo último que quería hacer era beber, especialmente frente a April. Pero nunca se había sentido tan mal, tan agitada. Sentía como si el mundo estaba conspirando contra ella. Y realmente necesitaba un trago.
Riley deslizó la botella de nuevo dentro del gabinete, luego fue a la mesa y se sentó con su vaso. Tomó un sorbo largo, y quemó su garganta de una manera reconfortante. April la miró fijamente por un momento.
“¿Eso es vodka, verdad, mamá?”, dijo.
Riley no dijo nada, sintiéndose culpable. ¿April se merecía esto? Riley la había dejado en casa todo el día, llamando de vez en cuando para ver como estaba, y la niña había sido perfectamente responsable y no se había metido en problemas. Ahora Riley era la que estaba siendo furtiva e imprudente.
“Te enojaste conmigo por fumar marihuana”, dijo April.
Riley aún no dijo nada.
“Ahora es cuando se supone que me dices que esto es diferente”, dijo April.
“Es diferente”, dijo Riley con cansancio.
April la miró.
“¿Cómo?”
Riley suspiró, sabiendo que su hija tenía razón y sintiendo una profunda sensación de vergüenza.
“La hierba es ilegal”, dijo. “Esto no. Y—”
“Y eres una adulta y yo soy una niña, ¿cierto?”
Riley no respondió. Por supuesto, eso era exactamente lo que había comenzado a decir. Y por supuesto, era hipócrita.
“No quiero discutir”, dijo Riley.
“¿Realmente vas a empezar de nuevo con este tipo de cosas?” dijo April. “Bebiste tanto cuando estabas lidiando con todos esos problemas—y jamás me dijiste qué pasó”.
Riley sintió su barbilla apretarse. ¿Era de ira? ¿Qué razón tenía para estar enojada con April, al menos ahora?
“Hay algunas cosas que simplemente no puedo decirte”, dijo Riley.
April puso los ojos en blanco.
“¿Dios, Mamá, por qué no? Quiero decir, ¿nunca seré lo suficiente mayor como para saber la horrible verdad sobre lo que haces? No puede ser mucho peor de lo que me imagino. Créeme, me imagino muchas cosas”.
April se levantó de su silla y caminó al gabinete. Bajó la botella de vodka y empezó a servirse un trago.
“Por favor no hagas eso, April”, dijo Riley débilmente.
“¿Cómo vas a detenerme?”
Riley se levantó y le quitó la botella a April suavemente. Luego se sentó de nuevo y se sirvió el contenido del vaso de April en el suyo.
“Sólo termina de comer, ¿está bien?” dijo Riley.
April estaba comenzando a llorar.
“Mamá, me gustaría que pudieras verte a ti misma en este momento. Tal vez entenderías lo mucho que me duele verte así. Y lo mucho que me duele que nunca me dices nada. Duele demasiado”.
Riley intentó hablar pero vio que no pudo.
“Habla con alguien, mamá”, dijo April, empezando a sollozar. “Si no quieres hablar conmigo, habla con otra persona. Tiene que haber alguien en quien puedes confiar”.
April se fue a su cuarto, cerrando la puerta detrás de ella.
Riley enterró su rostro entre sus manos. ¿Por qué se seguía equivocando tanto con April? ¿Por qué no podía mantener las partes feas de su vida separadas de su hija?
Todo su cuerpo convulsionó con sollozos. Su mundo había girado completamente fuera de control y no podía formar ni un sólo pensamiento coherente.
Se quedó sentada allí hasta que las lágrimas dejaron de fluir.
Llevándose la botella y el vaso con ella, entró en la sala de estar y se sentó en el sofá. Prendió el televisor y vio el primer canal que apareció. No tenía idea qué película o programa de TV estaban pasando, y no le importaba. Sólo se sentó allí mirando sin comprender las imágenes y dejando que las voces sin sentido entraran en su mente.
Pero no pudo evitar las imágenes que pasaban por su mente. Vio los rostros de las mujeres que habían sido asesinadas. Vio la llama cegadora del soplete de Peterson moviéndose hacia ella. Y vio la cara muerta de Marie, cuando Riley la había encontrado colgando y cuando había sido tan ingeniosamente colocada en el ataúd.
Empezó a sentir una nueva emoción, una que temía mucho. Era miedo.
Estaba aterrorizada de Peterson, y podía sentir su presencia vengativa a su alrededor. No era tanto la cuestión de que si estaba vivo o muerto. Había tomado la vida de Marie y Riley no pudo sacudir la convicción de que ella era su próximo objetivo.
También temía, tal vez incluso más, el abismo en el que estaba cayendo ahora. ¿Realmente estaban separados los dos? ¿Peterson no era el que había causado este abismo? Esta no era la Riley que conocía. ¿El TEPT nunca tenía un final?
Riley perdió la noción del tiempo. Su cuerpo entero zumbaba y dolía con su miedo multifacético. Bebió constantemente, pero el vodka no la estaba adormeciendo.
Finalmente fue al baño y rebuscó por el gabinete de medicinas hasta encontrar lo que estaba buscando. Finalmente los encontró con manos temblorosas: sus tranquilizantes recetados. Debía tomarse uno al acostarse y no lo mezclarlo nunca con alcohol.
Con manos temblorosas, se tomó dos.
Riley volvió al sofá de la sala y miró la TV otra vez, esperando que el medicamento surtiera efecto. Pero no estaba funcionando.
Pánico le tenía en un agarre helado.
El cuarto parecía estar dando vueltas ahora, haciéndola sentir náuseas. Cerró los ojos y se estiró en el sofá. Los mareos cesaron un poco, pero la oscuridad detrás de sus párpados era impenetrable.
¿Cuánto más podían empeorar las cosas? se preguntó a sí misma.
Supo enseguida que era una pregunta estúpida. Las cosas iban a empeorar más y más para ella. Las cosas nunca mejorarían. El abismo no tenía fondo. Lo único que podía hacer era entregarse a la caída y a la desesperación fría.
Lo negro de la intoxicación se apoderó de ella. Perdió el conocimiento y pronto comenzó a soñar.
Una vez más, la llama blanca de la antorcha de propano cortó por la oscuridad. Oyó la voz de alguien.
“Vamos. Sígueme”.
No era la voz de Peterson. Era familiar, sin embargo— extremadamente familiar. ¿Alguien había venido a rescatarla? Se levantó y comenzó a seguir a quien sea que llevaba la antorcha.
Pero, para su horror, la antorcha arrojaba su luz sobre un cadáver tras otro—primero Margaret Geraty, luego Eileen Rogers, luego Reba Frye, luego Cindy MacKinnon—todas desnudas y horriblemente posadas. Finalmente la luz cayó sobre el cuerpo de Marie, suspendido en el aire, su cara horriblemente contorsionada.
Riley oyó la voz otra vez.
“Chica, de verdad que has arruinado las cosas”.
Riley se dio vuelta y buscó. En el ardiente resplandor, vio la persona que estaba sosteniendo la antorcha.
No era Peterson. Era su propio padre. Llevaba el uniforme de gala de coronel de Marina. Eso le pareció extraño. Se había retirado hace ya muchos años. Y no lo había visto, ni le había hablado, en más de dos años.
“Vi algunas cosas terribles en Vietnam”, dijo con una sacudida de su cabeza. “Pero esto realmente me enferma. Sí, arruinaste bastante las cosas, Riley. Por supuesto que aprendí hace mucho tiempo a no esperar nada de ti”.
Agitó la antorcha para que alumbrara un último cuerpo. Era su madre, muerta y sangrando de la herida de bala.
“Podrías prácticamente haberle disparado tu misma”, dijo su padre.
“Era sólo una niña, papá”, gemía Riley.
“No quiero escuchar ninguna de tus malditas excusas”, gritó su padre. “Nunca le has traído a una alma humana un sólo momento de alegría o felicidad, ¿sabes? Nunca le hiciste nada bueno a nadie. Ni siquiera a ti misma”.
Le dio la vuelta a la perilla de la antorcha. La llama se apagó. Riley volvió a estar en completa oscuridad.
Riley abrió los ojos. Era de noche, y la única luz en la sala vino de la televisión. Recordaba su sueño claramente. Las palabras de su padre seguían resonando en sus oídos.
Nunca le has traído a una sola alma humana un sólo momento de alegría o felicidad.
¿Era verdad? ¿Le había fallado a todos tan miserablemente, incluso a las personas que más amaba?
Nunca le hiciste nada bueno a nadie. Ni siquiera a ti misma.
Su mente estaba nublada y no podía pensar con claridad. Tal vez no podía traerle a nadie verdadera felicidad y alegría. Tal vez simplemente no había amor verdadero dentro de ella. Tal vez no era capaz de amar.
Al borde de la desesperación, buscando alguna ayuda, Riley recordó las palabras de April.
Habla con alguien. Alguien en quien puedes confiar.
En su confusión embriagada, no pensando claramente, casi automáticamente Riley marcó un número en su teléfono celular. Después de unos instantes, oyó la voz de Bill.
“¿Riley?” preguntó, sonando más que medio dormido. “¿Tienes alguna idea de la hora que es?”
“No tengo ninguna idea”, dijo Riley, arrastrando las palabras.
Riley escuchó a una mujer preguntar, “¿Quién habla, Bill?”
Bill le dijo a su esposa, “Lo siento, tengo que atender esta llamada”.
Oyó los pasos de Bill y una puerta cerrarse. Supuso que se fue a algún lugar para hablar en privado.
“¿De qué trata todo esto?” preguntó.
“No lo sé, Bill, pero—”
Riley se detuvo por un momento. Se sentía al borde de decir cosas que lamentaría después—tal vez para siempre. Pero no pudo frenarse.
“Bill, ¿crees que podrías salir un rato?”
Bill dejó escapar un gruñido de confusión.
“¿De qué estás hablando?”
Riley respiró profundamente. ¿De qué estaba hablando? Se le estaba haciendo difícil ordenar sus pensamientos. Pero sabía que quería ver a Bill. Era un instinto primitivo, un impulso que no podía controlar.
Con la poca conciencia que le quedaba, sabía que debía decir Lo siento y colgar. Pero el miedo, la soledad y la desesperación se apoderaron de ella, y se hundió más todavía.
“Quiero decir…” continuó, arrastrando sus palabras, tratando de pensar coherentemente, “sólo tú y yo. Pasar tiempo juntos”.
Hubo sólo silencio en la línea.
“Riley, es el medio de la noche”, dijo. “¿Qué quieres decir con pasar tiempo juntos?” exigió, su irritación claramente aumentando.
“Quiero decir…” comenzó, buscando, queriendo detenerse, pero incapaz de hacerlo. “Quiero decir…Pienso en ti, Bill. Y no sólo en el trabajo. ¿No piensas en mí, también?”
Riley sentía un peso terrible aplastándola tan pronto como lo dijo. Estuvo mal, y no había manera de retractarse.
Bill suspiró amargamente.
“Estás borracha, Riley”, dijo. “No me reuniré contigo. No vas a manejar a ningún lado. Tengo un matrimonio que estoy tratando de salvar y… bueno, tú tienes tus propios problemas. Componte. Trata de dormir un poco”.
Bill finalizó la llamada abruptamente. Por un momento, la realidad parecía estar en un estado de suspensión. Luego Riley sintió una terrible claridad.
“¿Qué hice?” dijo en voz alta.
En sólo unos momentos, había tirado a la basura una relación profesional de diez años. Su mejor amigo. Su único compañero. Y probablemente la relación más exitosa de su vida.
Había estado segura de que el abismo en el que había caído no tenía fondo. Pero ahora sabía que estaba equivocada. Tocó fondo y golpeó el piso. Aun así, estaba cayendo. No sabía si sería capaz de levantarse de nuevo.
Tomó la botella de vodka de la mesa de café—no sabía si tomarse lo último de sus contenidos o botar lo que quedaba. Pero su coordinación entre manos y ojos estaba completamente arruinada. No podía tomar el control de ella.
La sala daba vueltas, hubo un estruendo, y todo se puso negro.
Capítulo 28
Riley abrió los ojos, luego los entrecerró, tapando su rostro con sus manos. Tenía un fuerte dolor de cabeza, su boca seca. La luz de la mañana que entraba por la ventana era cegadora y dolorosa, recordándole misteriosamente de la luz blanca de la antorcha de Peterson.
Escuchó la voz de April decir, “Me encargaré de eso, Mamá”.
Hubo un leve traqueteo y disminuyó el resplandor. Abrió los ojos.
Vio que April acababa de cerrar las persianas, dejando afuera la luz de la mañana. Se acercó al sofá y se sentó al lado de donde Riley todavía estaba acostada. Cogió una taza de café y se la ofreció.
“Cuidado, está caliente”, dijo April.
El cuarto todavía dando vueltas, Riley se sentó lentamente y alcanzó la taza. Agarrando la taza con cuidado, ella tomó un pequeño sorbo. Sí, estaba bastante caliente. Quemó sus dedos y su lengua. Aun así, fue capaz de sostenerla, y tomó otro sorbo. Al menos el dolor le dio una sensación de que había vuelto a la vida.
April estaba mirando al espacio.
“¿Vas a querer desayuno?” April le preguntó en una voz distante y vacante.
“Tal vez más tarde”, dijo Riley. “Lo prepararé”.
April sonrió un poco triste. Indudablemente, podía ver que Riley no estaba en ninguna condición para preparar nada.
“No, yo lo hago”, dijo April. “Sólo dime cuando quieras comer”.
Ambas se quedaron calladas. April siguió mirando a otra parte. Riley se sintió humillada. Vagamente recordaba su vergonzosa llamada a Bill anoche, luego sus últimos pensamientos antes de perder el conocimiento—ese conocimiento horrible que realmente había tocado fondo. Y ahora, para empeorar las cosas, su hija estaba aquí para ser testigo de su ruina.
Todavía sonando distante, April le preguntó, “¿Qué vas a hacer hoy?”
Parecía una pregunta extraña y a la vez buena. Era hora de que Riley hiciera planes. Si éste era el fondo, necesitaba comenzar a salir de allí.
Recordó su sueño, las palabras de su padre, y mientras lo hizo, se dio cuenta que era tiempo de enfrentar algunos de sus demonios.
Su padre. La presencia más oscura de su vida. Él es quien siempre estaba en la parte posterior de su conciencia. Sentía a veces que era la fuerza impulsadora detrás de toda la oscuridad que se había manifestado en su vida. Él, de todas las personas, era el que tenía que ir a ver. Bien sea si era una necesidad primordial por el amor de un padre, su deseo de enfrentar cara a cara la oscuridad en su vida, o un deseo de sacudirse de estar atormentaba por su sueño, no lo sabía. Pero el impulso la consumía.
“Creo que iré a visitar a Abuelo”, dijo.
“¿Abuelo?” preguntó, sorprendida. “No lo has visto en años. ¿Por qué irías a verlo? Creo que me odia”.
“No lo creo”, dijo Riley. “Siempre ha estado demasiado ocupado odiándome a mí”.
Otro silencio cayó, y Riley sintió que su hija estaba juntando el coraje.
“Quiero que sepas algo”, dijo April. “Boté el resto de la vodka. No quedaba mucho. También boté el whisky que quedaba en el gabinete. Lo siento. Supongo que no era de mi incumbencia. No debí haberlo hecho”.
Lágrimas vinieron a los ojos de Riley. Seguramente esto era lo más adulto y responsable que April había hecho.
“No, lo que hiciste estuvo bien”, dijo Riley. “Fue lo correcto. Gracias. Siento que no pude hacerlo yo”.
Riley se limpió una lágrima y juntó su propio coraje.
“Creo que es hora de que hablemos”, dijo Riley. “Creo que es hora que te cuente algunas cosas que has querido que te cuente”. Ella suspiró. “Pero no será agradable”.
April finalmente se volvió y la miró, anticipación en sus ojos.
“Ojalá realmente lo hicieras, Mamá”, dijo.
Riley respiró profundamente.
“Un par de meses atrás, estaba trabajando en un caso”, dijo. Sintió alivio al empezar a contarle a April sobre el caso Peterson. Se dio cuenta que debió haber hecho esto hace mucho tiempo.
“Me volví demasiado impaciente”, continuó. “Estaba sola y me encontré en una situación, y no estuve dispuesta a esperar. No pedí apoyo. Pensé que podía encargarme sola”.
April dijo, “Eso lo que haces todo el tiempo. Tratas de encargarte de todo sola. Incluso sin mí. Sin siquiera hablar conmigo”.
“Tienes razón”.
Riley se armó de valor.
“Saqué a Marie del cautiverio”.
Riley vaciló, y luego siguió. Oyó su propia voz temblar.
“Me atrapó”, continuó. “Me mantuvo en una jaula. Tenía una antorcha”.
Rompió a llorar, todo su terror reprimido saliendo a la superficie. Estaba tan avergonzada, pero no podía parar.
Para su sorpresa, sintió la mano reconfortante de April en su hombro y oyó a April llorar.
“Está bien, mamá”, dijo.
“No podían encontrarme”, Riley continuó entre sollozos. “No sabían dónde buscar. Fue mi culpa”.
“Mamá, no es tu culpa”, dijo April.
Riley se secó las lágrimas, tratando de controlarse.
“Finalmente logré escaparme. Exploté todo el lugar. Dicen que el hombre está muerto. Que no puede lastimarme ahora”.
Hubo un silencio.
“¿Y lo está?” preguntó April.
Riley desesperadamente quería decir que sí, para tranquilizar a su hija. Pero en cambio se encontró diciendo:
“No lo sé”.
El silencio continuó.
“Mamá”, dijo April, un nuevo tono en su voz, uno de bondad, de compasión, de fortaleza, uno que Riley nunca había oído antes, “salvaste la vida de alguien. Deberías estar muy orgullosa de ti misma”.
Riley sintió un temor nuevo mientras sacudió la cabeza lentamente.
“¿Qué?” preguntó April.
“Estuve allí ayer”, dijo Riley. “Marie. Su funeral”.
“¿Ella está muerta?” preguntó, estupefacta.
Riley sólo pudo asentir.
“¿Cómo?”
Riley vaciló. No quería decirlo, pero no tuvo otra opción. Le debía toda la verdad a April. Estaba cansada de retener las cosas.
“Se suicidó”.
Oyó a April jadear.
“Ay, Mamá”, dijo, llorando. “Lo siento mucho”.
Ambas lloraron por mucho, mucho tiempo, hasta que finalmente se asentaron en un relajante silencio, ya cansadas.
Riley respiró profundamente, se inclinó y le sonrió a April, alejando el pelo de sus mejillas mojadas con amor.
“Tienes que entender que habrán cosas que no te podré decir”, dijo Riley. “Bien sea porque no se lo puedo decir a nadie, o porque no sería seguro que lo sepas, o tal vez simplemente porque no creo que debes estar pensando en ellas. Tengo que aprender a ser la madre aquí”.
“Pero algo tan grande como esto”, dijo April. “Me debiste haber dicho. Eres mi madre, después de todo. ¿Cómo se supone que supiera por lo que estabas pasando? Tengo la edad suficiente. Puedo entender”.
Riley suspiró.
“Supongo que pensé que tenías lo suficiente para preocuparte. Especialmente con la separación de tu papá y yo”.
“La separación no fue tan dura, fue peor el hecho de que no hablaras conmigo”, April respondió. “Papá siempre me ignoraba excepto cuando me daba órdenes. Pero—es como si ya no estabas”.
Riley tomó la mano de April y la apretó con fuerza.
“Lo siento”, dijo Riley. “Por todo”.
April asintió.
“También lo siento”, dijo.
Se abrazaron, y mientras Riley sentía el flujo de lágrimas de April por su cuello, juró ser diferente. Juró cambiar. Cuando este caso estuviera detrás de ella, se convertiría en la madre que siempre quiso ser.
Capítulo 29
Riley condujo a regañadientes al corazón de su infancia. Lo que ella esperaba encontrar allí, no sabía. Pero sabía que era una misión crucial—por sí misma, de todos modos. Se preparó para ver a su padre. Sin embargo, sabía que tenía que enfrentarse a él.
Las Montañas Apalaches estaban a su alrededor, lejos al sur de sus recientes investigaciones. El viaje aquí había sido un tónico de alguna manera, y con las ventanas abajo, se estaba comenzando a sentir mejor. Había olvidado lo hermoso que era el Valle de Shenandoah. Se encontró manejando través de carreteras rocosas y junto a ríos que fluían.
Pasó por un pueblo típico de montaña—un poco más que un conjunto de edificios, una gasolinera, un supermercado, una iglesia, un puñado de casas, un restaurante. Recordó cómo había pasado los primeros años de su infancia en un pueblo como este.
También recordó lo triste que se había sentido cuando se mudaron a Lanton. Su madre había dicho que la razón era que era una ciudad universitaria y tenía mucho más para ofrecer. Habían restablecido las expectativas de vida de Riley cuando aún era muy joven. ¿Quizás las cosas hubieran sido mejores si hubiese pasado su vida en este mundo más sencillo y más inocente? ¿Un mundo en dónde no era probable que su madre fuera asesinada a balazos en un lugar público?
La ciudad desapareció detrás de ella en las múltiples curvas de las carreteras de montaña. Después de unas pocas millas, Riley cruzó en un camino de tierra.
En poco tiempo llegó a la cabaña que su padre había comprado después de retirarse de la Marina. Un carro viejo y magullado estaba estacionado cerca. No había estado allí en más de dos años, pero conocía bien el lugar.
Se estacionó y salió de su carro. Mientras caminaba hacia la cabaña, respiró el aire limpio del bosque. Era un hermoso día soleado, y a esta altura la temperatura era fresca y agradable. Se deleitó en la espléndida tranquilidad, interrumpida solamente por cantos de aves y el susurro de las hojas en la brisa. Se sintió bien estar rodeada por el bosque.
Caminó hacia la puerta, más allá de un tocón de árbol donde su padre cortaba su leña. Había una pila de madera cerca—su única fuente de calor en el clima frío. También vivía sin electricidad, pero el agua de manantial entraba en la cabaña.
Riley sabía que esta vida sencilla era una cuestión de decisión, no de pobreza. Con sus excelentes beneficios, podría haberse retirado a cualquier parte que quisiera. Eligió hacerlo aquí, y Riley no podía culparlo. Tal vez algún día ella haría lo mismo. Por supuesto, una pensión substancial parecía notablemente menos probable, ahora que había perdido su placa.
Empujó la puerta y se abrió de una vez. Por estos lares, había poco que temer de los intrusos. Entró y miró a su alrededor. La única habitación cómoda era tenue, con varias linternas de gas apagadas por aquí y por allá. El revestimiento de pino despedía un olor a madera cálido y agradable.
Nada había cambiado desde la última vez que había estado allí. Todavía no había cabezas de ciervos montadas, ni cualquier otra señal de animales de caza. Su padre mataba a unos cuantos animales, pero solamente para comida y ropa.
El silencio fue interrumpido por un disparo afuera. Sabía que no era temporada de ciervos. Probablemente estaba disparando animales más pequeños—ardillas, cuervos o marmotas. Salió de la cabaña y caminó cuesta arriba pasando el ahumadero donde almacenaba su carne, luego siguió un sendero por el bosque.
Pasó por el arroyo cubierto de dónde provenía su agua dulce. Llegó al borde de lo que quedaba de un antiguo huerto de manzanas. Pequeñas frutas colgaban de los árboles.
“¡Papá!” gritó.
Nadie respondió. Siguió caminando por el huerto. Pronto vio a su padre parado cerca de allí—un hombre alto y desgarbado, vestido con una gorra de caza y un chaleco rojo, sosteniendo un rifle. Tres ardillas muertas yacían a sus pies.
Volvió su rostro hacia ella, no viéndose ni un poco sorprendido de verla—y tampoco alegre.
“No deberías estar aquí sin un chaleco rojo, niña”, gruñó. “Suerte que no te maté a tiros”.
Riley no respondió.
“Bueno, no hay nada aquí que disparar ahora”, dijo irritado, descargando su pistola. “Los alejaste a todos, con tus gritos y ruidos. Por lo menos tengo ardillas para la cena”.
Comenzó a caminar cuesta abajo hacia su cabaña. Riley lo siguió, apenas capaz de seguirle el paso. Después de años de jubilación, todavía caminaba con su viejo porte militar, todo su cuerpo enrollado como un gran resorte de acero.
Cuando llegaron a la cabaña, no la invitó a que entrara, ni tampoco esperaba que lo hiciera. En cambio, arrojó las ardillas en una cesta en la puerta, luego caminó al tocón cerca de la pila de leña y se sentó allí. Se quitó su gorra, revelando pelo gris que aún era cortado al estilo marinero. No miró a Riley.
Sin lugar para sentarse, Riley se dejó caer en los escalones de la entrada.
“Se ve bien adentro de tu cabaña”, dijo, tratando de encontrar algo de qué hablar. “Veo que todavía no estás montando trofeos”.
“Sí, bueno”, dijo con una sonrisa, “nunca tomé trofeos cuando maté en Vietnam. No voy a empezar a hacerlo ahora”.
Riley asintió. Había oído esa observación a menudo, siempre con su típico humor sombrío.
“¿Qué estás haciendo aquí?” preguntó su padre.
Riley comenzó a preguntarse. ¿Qué había esperado de este hombre tan duro, tan incapaz de afecto básico?
“Tengo algunos problemas, papá”, dijo.
“¿Con qué?”
Riley negó con la cabeza y sonrió tristemente. “No sé dónde empezar”, dijo.
Escupió en el suelo.
“Fue algo muy tonto lo que hiciste, dejar que ese psicópata te atrapara”, dijo.
Riley estaba sorprendida. ¿Cómo lo supo? No había tenido ninguna comunicación con él durante un año.
“Pensé que vivías totalmente fuera del mapa”, dijo.
“Voy a la ciudad de vez en cuando”, dijo su padre. “Me entero de cosas”.
Casi dijo que lo “muy tonto” había salvado la vida de una mujer. Pero rápidamente lo recordó—eso no era cierto en absoluto, no en el largo plazo.
Aun así, a Riley le pareció interesante que él sabía sobre esto. Se había tomado la molestia de averiguar algo que le había sucedido. ¿Qué más podría saber acerca de su vida?
Probablemente no mucho, pensó. O al menos nada de lo que he hecho bien según sus normas.
“¿Y caíste a pedazos después de todo esto con el asesino?” preguntó.
Eso hizo que Riley se enfureciera.
“Si te refieres a si sufrí de estrés postraumático, sí, lo hice”.
“TEPT”, repitió, riéndose cínicamente. “No puedo recordar qué significan esas malditas letras. Simplemente una manera elegante de decir que eres débil, así lo veo yo. Nunca sufrí de ese TEPT, ni después de que llegué a casa de la guerra, ni después de todo lo que vi e hice y lo que me hicieron. No veo cómo alguien logra salirse con la suya usando eso como excusa”.
Quedó en silencio, mirando al espacio, como si ella no estuviera allí. Riley se dio cuenta de que esta visita no iba a terminar bien. Debería al menos hablar un poco sobre lo que estaba sucediendo en su vida. No tendría nada bueno que decir al respecto, pero al menos sería una conversación.
“Estoy teniendo problemas con un caso, papá”, dijo. “Es otro asesino en serie. Tortura a mujeres, las estrangula y las coloca al aire libre”.
“Sí, me enteré de eso también. Las posa desnudas. Bastante enfermizo”. Escupió de nuevo. “Y déjame adivinar. Estás en desacuerdo con la Oficina sobre ello. Los poderes no saben lo que están haciendo. No te escuchan”.
Riley se sorprendió. ¿Cómo lo adivinó?
“Me pasó lo mismo en Vietnam”, dijo. “Los mandamases no parecían siquiera entender que estaban luchando en una maldita guerra. Dios, si me hubieran dejado tener el control, hubiéramos ganado. Me enferma pensar en ello”.
Riley oyó algo en su voz que no oía a menudo—o rara vez notaba, al menos. Era arrepentimiento. Realmente lamentaba no haber ganado la guerra. No importaba que no era para nada culpable. Se sentía responsable.
Riley se dio cuenta de algo al estudiar su rostro. Se parecía más a él que a su madre. Pero era más que eso. Ella era como él— no sólo en su forma horrible con las relaciones, pero con su determinación terca, su arrogante sentido de la responsabilidad.
Y no era en conjunto algo malo. En este raro momento de parentesco, se preguntaba si tal vez realmente podría decirle algo que necesitaba saber.
“Papá, lo que hace—es tan feo, dejando los cuerpos desnudos y tan horriblemente posados, pero—”
Se detuvo, tratando encontrar las palabras adecuadas.
“Los lugares en los que las deja siempre son tan hermosos—bosques y arroyos, escenarios naturales como esos ¿Por qué crees que escoge esos lugares para hacer algo tan feo y malvado?”
Los ojos de su padre se volvieron hacia el interior. Parecía estar explorando sus propios pensamientos, sus propios recuerdos, hablando tanto acerca de sí mismo como de otra persona.
“Quiere empezar de nuevo”, dijo. “Quiere regresar al principio. ¿No es lo mismo contigo? ¿No deseas volver al lugar donde comenzó todo y empezar otra vez? ¿Regresar a cuando eras una niña? ¿Encontrar el lugar donde salió todo mal y hacer que tu vida sea diferente?
Hizo una pausa por un momento. Riley recordó sus pensamientos al conducir aquí—qué triste se había sentido de niña cuando tuvo que irse de estas montañas. Había realmente una verdad elemental en lo que su padre le estaba diciendo.
“Por eso es que yo vivo aquí”, dijo, cayendo más profundo en su ensueño.
Riley se quedó sentada tranquilamente, absorbiendo esto. Las palabras de su padre empezaron a traer algo en foco. Durante mucho tiempo, había asumido que el asesino retenía y torturaba a las mujeres en la casa de su infancia. No se le había ocurrido que él eligió ese entorno por una razón—para volver a su pasado y cambiar todo de alguna manera.
Todavía no mirándola, le preguntó, “¿Qué te dice tu instinto?”
“Tiene algo que ver con muñecas”, dijo Riley. “Es algo que la Oficina no entiende. Están abordando todo de la forma incorrecta. Él está obsesionado con las muñecas. Esa es la clave de alguna manera”.
Gruñó y movió sus pies.
“Bueno, simplemente tienes que seguir tu instinto”, dijo. “No dejes que esos bastardos te digan qué hacer”.
Riley estaba estupefacta. No era como si él le estaba dando un cumplido. No era como si él quería ser agradable. Era el mismo patán irascible que siempre había sido. Pero, de alguna manera, le estaba diciendo exactamente lo que necesitaba oír.
“No voy a darme por vencida”, dijo.
“Más te vale que no te des por vencida”, gruñó.
No había nada más que decir. Riley se levantó.
“Fue bueno verte, papá”, dijo. Y lo decía a medias. Él no respondió, simplemente se quedó sentado mirando el suelo. Se metió en su carro y se alejó de la cabaña.
Mientras manejó, se dio cuenta que se sentía diferente de cuando venía en camino—y, de alguna manera extraña, mucho mejor. Sentía, que algo se había resuelto entre ellos.
También sabía algo que no había sabido antes. Donde fuera que vivía el asesino, no era en ningún edificio de apartamentos, ni en ninguna alcantarilla o incluso alguna choza miserable en el bosque.
Sería en un lugar de belleza—un lugar donde la belleza y el horror estaban igualmente posados, lado a lado.
*
Un poco más tarde, Riley estaba sentada en el mostrador de una cafetería en la ciudad cercana. Su padre no le había ofrecido nada que comer, que no era una sorpresa, y ahora ella tenía hambre y necesitaba algún alimento para el viaje a casa.