Kitabı oku: «Encuentros con las élites del Mediterráneo antiguo», sayfa 4
El último y excepcional aspecto de este episodio es su retrato escalofriante de la adopción retórica del mito de la enemistad por parte de la facción democrática tebana. La antigua confrontación entre Tebas y Orcómeno se usa para motivar la horriblemente brutal destrucción de Orcómeno. La propaganda democrática liga directamente el mito de las antiguas luchas con las salvajes hostilidades contemporáneas, contradiciendo la versión aristocrática, en la que las antiguas luchas deben haber servido de base para una relación amistosa entre las élites tebanas y orcomenias.
Si estoy en lo cierto al sugerir que hubo una versión anterior del mito de la enemistad que fue recreado ritualmente por los hippeîs tebanos y orcomenios, podemos esperar que dicho mito presente una batalla que terminó en un empate, o bien muestre otra conclusión dejando la disputa irresoluta. La versión del mito, utilizada por la facción democrática tebana y transmitida por Diodoro, es sin duda una producción tebana: su punto central es la victoria definitiva de Tebas, asistida por Heracles, sobre Orcómeno. Sin embargo, reconstruir los lineamientos tanto del mito anterior como de sus reelaboraciones en las circunstancias históricas posteriores es una tarea que debe realizarse en otro trabajo. Aquí solo puedo mencionar algunos detalles posiblemente relevantes. Varios pasajes transmiten variantes más elaboradas de los eventos descriptos por Diodoro: hablan de la muerte accidental del rey Clímeno de Orcómeno a manos de los tebanos en el santuario de Poseidón en Onquesto, como consecuencia de lo cual los tebanos fueron forzados por los orcomenios a rendirles un tributo. Una intervención de Heracles liberó a los tebanos de esa carga (Pausanias, 9.37.1-2; Pseudo-Apolodoro, Biblioteca, 2.4.11). Tal vez se puedan distinguir rastros de un estadio anterior del mito en ciertos elementos: por ejemplo, hay un detalle interesante de que Heracles defendió a Tebas de Orcómeno cuando era un efebo, y que dirigió un ejército de efebos tebanos contra Orcómeno (Diodoro Sículo, 4.10.2-4). La muerte del rey orcomenio, Clímeno, en el santuario de Poseidón en Onquesto también parece significativa, debido al rol del santuario en la formación de la identidad beocia (Estrabón, 9.2.33).
Sabemos por las inscripciones conmemorativas de Olimpia sobre la existencia de hostilidades en el siglo VI entre Orcómeno y Coronea, o entre Hieto y Tebas (SEG 11.1208; SEG 24.300). Como ha sugerido Hans Beck (2014: 31-32), estas confrontaciones deben verse en contraste a partir de “un trasfondo mucho más amplio de intercambios pacíficos”, que incluyen “lazos económicos, la celebración de ritos religiosos e intentos de arbitraje”. Tal vez, los enfrentamientos ritualizados entre las élites de Tebas y Orcómeno tuvieron algún papel en forjar la identidad grupal de las ciudades beocias, integrándolas a través de la competencia.
También podemos preguntarnos: ¿cuál era la relación entre los trescientos tebanos (quienes probablemente eran hippeîs) y el Batallón Sagrado? Mi respuesta tentativa es que el Batallón Sagrado era una apropiación democrática de las antiguas tradiciones tebanas del cuerpo aristocrático de trescientos. Podemos señalar testimonios anteriores de estos cuerpos aristocráticos. En 479 a.C. trescientos tebanos, “los primeros y mejores” (οἱ πρῶτοι καὶ ἄριστοι; Heródoto, 9.67), fueron asesinados luchando valientemente para el bando persa en la batalla de Platea. En 424, trescientos selectos guerreros tebanos, denominados aurigas y “aquellos que permanecen juntos [los aurigas]” (ἡνίοχοι καὶ παραβάται καλούμενοι, ἄνδρες ἐπίλεκτοι τριακόσιοι, Diodoro Sículo 12.70.1) derrotaron a los atenienses en Delio. Es de destacar que los trescientos tebanos se enfrentaron a los atenienses en ambas ocasiones; además, Tebas era una oligarquía tanto en 479 como en 424 (Robinson, 2011: 53-54). En contraste, entre los años 379 y 378, cuando se creó el Batallón Sagrado, Tebas acababa de convertirse en una democracia.
Es importante señalar que John Ma (2008: 83) ha caracterizado al Batallón Sagrado como un “sitio de memoria”, una unidad cuya cultura reverberaba con ecos de un pasado heroico. Tal vez ahora podamos percibir más claramente el mecanismo por el cual se fue forjando esa conexión con el pasado: la democracia tebana se impuso por sí misma estableciendo un selecto grupo de individuos bajo el molde de la institución aristocrática más antigua. Hemos visto un ejemplo similar de apropiación de tradiciones aristocráticas en la Guerra Lelantina con el caso del régimen eretrio en el año 499 a.C.; la institución espartana de los hippeîs también presentaba un fascinante paralelo. Sorprendentemente, el relato de Diodoro nos permite reconstruir la existencia del antiguo grupo aristocrático de trescientos hippeîs tebanos junto al Batallón Sagrado en 364, catorce años después de la creación de esa nueva versión democrática del cuerpo de élite.
Conclusión
La recreación ritual de las antiguas luchas letales era un modo simbólicamente potente y también sorprendentemente maleable de representar la identidad de la élite en el período arcaico. Las recreaciones rituales recapturaron el pasado violento en el presente, a la vez que lo recrearon y lo domesticaron. Posicionaron a las élites participantes como representantes y defensoras de sus ciudades-estado, y al mismo tiempo reforzaron la división entre ellas y sus compatriotas que no integraban la élite. Simultáneamente, impulsaron a los aristócratas de las ciudades vecinas a enfrentarse unos contra otros en el campo de batalla, y forjaron vínculos aristocráticos de amistad y cooperación inter-poleis. Además, las oposiciones y paradojas internas inherentes al concepto de recreación de los combates catastróficos otorgaron a los participantes la posibilidad retórica y conceptual de alternar entre los idiomas de la guerra y la paz, entre la violencia mortal y sus sustitutos simbólicos. Esta adaptabilidad convirtió los mitos de las antiguas guerras entre ciudades vecinas en armas poderosas (aunque también de doble filo) en las luchas entre facciones democráticas y oligárquicas en el período clásico.
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1 Traducción de Sergio Amor y Agustín Saade.
2 Me gustaría expresar mi gratitud hacia los organizadores de la conferencia Encuentros con las élites en el mundo antiguo, por crear una atmósfera tan cordial, así como intelectualmente vibrante. También agradezco a los participantes por las interacciones tan productivas.
3 Cf. Tausend (1987: 501-508) y Parker (1997) para una revisión de la bibliografía previa sobre el tema, incluyendo las fechas, los aliados y las causas propuestas.
4 Uso “mito” en el sentido de “narrativa cultural de importancia crucial”, y no “relato contrario a los hechos”.
5 Arquíloco, fr. 3 West, parece describir una configuración semejante: predice una batalla futura en Eubea que será librada a la manera de los antiguos combates. Cf. Bershadsky (2013: 94-105; 2018a).
6 La ocupación de la Cinuria por los espartanos parece estar atestiguada por una proliferación de asentamientos, comprobada arqueológicamente, en ese territorio a mediados del siglo VI a.C. Cf. Kennell (2010: 52).
7 Sobre el mito de la Batalla de los Campeones como una articulación de la ideología de la “bella muerte”, ver Bershadsky (2012: 61-66).
8 Figueira (2006: 67); Kennell (1995: 139). La información proviene de Arquitas, ap. Estobeo, Florilegium, 4.1.138 = 34.16-27 Thesleff.
9 Cf. Ducat (2006a: 268-272) sobre la trikhoría y las competiciones corales por grupos etarios en las Gimnopedias.
10 Figueira (2006: 61-62) ha sugerido (a partir de Heródoto, 7.205.2) que los heroicos trescientos de las Termópilas no eran hippeîs, sino ex-hippeîs que ya tenían hijos; ha argumentado que, en el “espíritu de la metonimia institucional”, su muerte se asoció con los hippeîs, aumentando la gloria del cuerpo. Otro episodio de muerte de 300 guerreros espartanos es atestiguado por Heródoto, en una breve mención de la suerte de Arimnesto, quien cayó con sus trescientos hombres en una batalla contra “todos los mesenios” (9.64.2, en referencia a la revuelta hilota de 465 a.C.). Figueira (2006: 60) entiende que el episodio involucró al cuerpo de hippeîs; Loraux (1995: 72).
11 Para una versión más completa de este argumento, Bershadsky (2018b). Es probable que haya habido una división facciosa en ese período en Eretria: sabemos que las élites eretrias, o al menos una parte de ellas, prefirieron a los persas en lugar de los atenienses, y rindieron su ciudad a los persas en 490 a.C. (Heródoto, 6.101).
12 Bershadsky (2013: 237-295). Sobre las modificaciones del culto de Apolo Pitio, una figura divina que velaba sobre los combates rituales por la Tireátide a favor de la facción democrática argiva en diferentes períodos, ver Bershadsky (2013: 333-340, 366-369).
13 Traducción al inglés de Sherman (1952), modificada. (N. del tr.: la traducción al español se basa en el texto inglés, cotejado con el original en griego).
14 Stylianou (1998: 498) asume que el hecho era solamente una “revista de caballería” que se realizaba de forma recurrente en un día particular en Tebas.
Localismo y conectividad.
¿Cuán locales fueron las élites de la Grecia clásica?1
Hans Beck (Westfälische Wilhelms-Universität Münster)
Excavaciones en un edificio de almacenamiento del siglo V a.C. en el ágora de Corinto han revelado los restos de ánforas con bolsas de escamas de pescado. Un examen minucioso de las escamas mostró que el pescado –el besugo– había sido fileteado y secado con sal. Hasta aquí nada notable, porque el Golfo de Corinto demandaba, y continuaría demandando, besugo en cantidad. Sin embargo, en su análisis de las ánforas, los arqueólogos descubrieron que las vasijas se producían en el Mediterráneo occidental. La forma y el análisis petrológico apuntan a Cádiz en la costa atlántica, cerca del Estrecho de Gibraltar, famosa por su procesamiento de pescado y su industria del pescado salado desde el siglo VI a.C. La conclusión es que los besugos salados se exportaron desde dominios púnicos en el sur de España a través del Mediterráneo, para ser vendidos como un manjar en el mercado de Corinto2.
¿Quién comía este pescado y, en consecuencia, quién pagaba las importaciones desde el otro extremo del Mediterráneo, aun cuando el Golfo de Corinto fuera tan rico en suministros locales? No cometeremos un error si asumimos que los compradores provenían de un rango de la sociedad que era económicamente rico. A juzgar por las listas de precios de otros lugares, de Atenas y de Tebas por la pesca en el lago Copais, es obvio que el pescado como complemento placentero (ópson) de la dieta diaria era extraordinario y costoso. No nos equivocamos al ubicar a los consumidores en el estrato más alto de la sociedad, y en este sentido, en la élite3.
Qué clase de élite, es una pregunta diferente. Es notablemente difícil hablar de las élites de la Grecia clásica, e identificarlas. De entrada, la búsqueda de las élites en la polis se halla complicada por las nociones gemelas de ciudadanía y autogobierno, que eran contradictorias con el ejercicio del gobierno de élite. Aclaremos que hubo élites en todo el mundo griego, tanto en las democracias como en las oligarquías. Pero, en política, su papel fue frenado por la noción omnipresente (y omnipotente) de igualdad entre todos los ciudadanos –sin importar cómo se definiera el cuerpo de ciudadanos–. El acceso privilegiado, y menos aún exclusivo, a los cargos de la polis fue imposible en virtud de las prácticas de designación prevalecientes, que tenían regulaciones muy estrictas relativas a la idea de igualdad. Las élites de la Grecia clásica no eran una élite conforme al cargo. Josh Ober (1989) ha demostrado cómo las élites gobernantes atenienses recurrieron a registros que mejoraron su estatus dentro de la arena social y política, aun sin detentar necesariamente las funciones ejecutivas: esto se observa en el despliegue ostentoso de la distinción, por ejemplo, en el simposio; en su experticia retórica y su apariencia estética, incluido el gimnasio; o a través de un tipo particular de habitus.
Es notable comprobar cuán anónimas resultan las élites de la Grecia clásica en nuestras fuentes. Hacen política, por supuesto, pero no de manera explícita, y ciertamente no con mano dura; esto habría puesto en peligro la idea de igualdad. No es casualidad que virtualmente ninguna de las grandes familias aristocráticas de la era arcaica tardía sobreviva hasta el siglo IV a.C., en cualquier lugar de Grecia. Si se percibe alguna continuidad familiar, esto estuvo favorecido por la acumulación de prestigio social y, más decisivamente, de capital económico. En otras palabras, existe una gran división entre las élites de la era arcaica y las del mundo helenístico. Mientras que las élites arcaicas eran familias aristocráticas por excelencia, clanes gobernantes con los que sus comunidades como tales estaban por completo amalgamadas, las élites helenísticas eran élites cortesanas o líderes de comunidades locales que no tenían ningún poder político translocal. Intercaladas entre estos extremos, las élites de la Grecia clásica enfrentaron el desafío de situarse en un mundo gobernado por ideas de igualdad cívica. Las prácticas universales de distinción continuaron siendo formativas, como el simposio, por caso. Al mismo tiempo, sus valores e ideologías, por ejemplo, el cambiante concepto de kalokagathía, fueron constantemente sondeados y torpedeados por discursos que no solo estaban fuera de su control sino también más allá de la capacidad de las élites para dirigirlos. ¿Cómo navegaron las élites de la Grecia clásica en las corrientes del cambio (Bourriot, 1995)?
Volvamos a nuestros corintios consumidores de besugo. Su ciudad ocupaba un lugar agradable. Situado en un lugar que conectaba la ciudad con las principales rutas de tráfico por tierra y mar, el propio centro urbano de Corinto estaba ubicado en un lugar perfecto. Desde el extremo inferior de la ladera norte de Acrocorinto hacia el área del ágora emergente, el asentamiento se extendía a través de una serie de terrazas de piedra caliza que permitían un fácil acceso a las vetas de agua inferiores. El sitio no solo era rico en recursos agrícolas de las tierras circundantes, sino que tenía abundantes suministros de agua y materiales para la construcción. El desarrollo del asentamiento fue impulsado por el triángulo típico de nucleamiento urbano, permeación espacial de la khóra y politización de las estructuras de poder. Desde la era arcaica temprana, podemos rastrear la aparición de ejes de conexión entre varias concentraciones de casas y tumbas en el interior del país que facilitaron e intensificaron el intercambio. Estas rutas y caminos iniciales hablan de un crecimiento de los asentamientos a través no solo de la extensión del núcleo urbano sino también de la incorporación continua de grupos de casas que evolucionaron a lo largo de dichos caminos. Al igual que las rutas de procesión a lo largo del campo en otras ciudades, esas arterias de tráfico expresaron y, a la vez, inspiraron un robusto sentido de territorialidad entre los viajeros cotidianos4.
Se desconoce cuándo este sentido de apego a la tierra se tradujo en una nueva organización integral del territorio de la polis de Corinto, pero no estaríamos mal orientados si ubicáramos el proceso general en algún momento entre fines del siglo VIII y comienzos del VII a.C., cuando Corinto estuvo bajo el gobierno de la célebre familia de los Baquíadas y, posteriormente, de Cipselo y su dinastía. Durante el predominio de las Baquíadas (ca. 747 a 657 a.C.), los arqueólogos pudieron rastrear tanto una separación notoria de espacios de la polis como una concentración creciente de estructuras monumentales. En la estrecha meseta al oeste del centro urbano tardío, un creciente distrito industrial, el llamado Barrio de los Alfareros, señala el comienzo de una especialización artesanal; la industria cerámica local pronto se convirtió en una actividad de referencia, que se suma al establecimiento de una identidad lugareña particular. En el centro de la ciudad se llevaron a cabo varios proyectos para proteger los suministros de agua con paredes terraplenadas monumentales y la consolidación de manantiales naturales mediante la construcción de estructuras y cámaras de suministro (la llamada Fuente Ciclópea). Aproximadamente al mismo tiempo, la remoción parcial de la Colina del Templo en el corazón de la ciudad permitió la construcción de uno de los templos de piedra más antiguos y presumiblemente más impresionantes de la Grecia de ese momento, adornado con elementos arquitectónicos significativos y de una escala considerable (Dubbini, 2016: 52-57).
Estos proyectos continuaron bajo los Cipsélidas (657 a 580 a.C.), aunque también se les dio un nuevo giro permitiendo la articulación creciente de una identidad local distintiva, expresada en la semántica del lugar. Por ejemplo, los lazos con Apolo y Delfos, tan manifiestamente importantes para Cipselo, fueron destacados mediante una continua ampliación del santuario en la Colina del Templo. El Manantial de Pirene recibió su primer entorno arquitectónico completo, sustituyendo la Fuente Ciclópea. Presumiblemente, la renovación se inspiró en, y a la vez inspiró, la leyenda local de Belerofonte y su domesticación de Pegaso mientras el caballo bebía de un pozo –el propio Manantial de Pirene que localizó la tradición, avalando y enriqueciendo dicha tradición con los apoyos de un lugar concreto–. El tema aparece de manera diversa en la iconografía de las producciones de cerámica local de esa época. Lo más probable es que los espacios delineados para actividades gimnásticas se establecieran bajo el propio Cipselo; por ende, en un momento en que las actividades atléticas, militares e iniciáticas afloraron con fuerza en la cerámica corintia.
El estilo de vida masculino de la élite asociado con esta imaginería se complementa con animadas muestras también de distinción femenina: el llamado tema Frauenfest [fiesta de mujeres; n. del tr.] en la cerámica corintia media, particularmente destacado en los vasos de los años 600 a 575 a.C., representa en líneas simples a mujeres que bailan con guirnaldas. Las imágenes recurrentes indican que “en Corinto, las mujeres que bailan, a veces en asociación con las procesiones, fueron una característica central del culto de las mujeres” (Dillon, 2002: 130). Aunque las mujeres y las jóvenes también bailaban públicamente durante los rituales religiosos en otras ciudades, la relevancia del Frauenfest en los medios públicos indica que la actividad siguió una idiosincrasia local: era “un aspecto importante e intrínseco del ritual de culto” en Corinto (Dillon, 2002: 130; Jucker, 1963). Al igual que la exhibición de la virtud masculina, las escenas muestran una habilidad local notable que se revela también en el mito local del avance del conocimiento y la capacidad –el tipo de Könnensbewusstsein [conocimiento de habilidades; n. del tr.] (Meier, 1978) que une a los miembros de una élite local en el acto de tomar conciencia de sí mismos y de distinguirse de los demás, tanto dentro como fuera de la polis–. A juzgar por su narrativo mundo visual, las élites locales de Corinto en la era arcaica tardía se veían a sí mismas como insuperables5.
Después de la expulsión de los Cipsélidas, Corinto fue gobernada por una oligarquía moderada que gozó de una notable estabilidad (Píndaro, Olímpicas, 13.6). En el período clásico, el territorio se dividía en ocho distritos (mére) que estaban relacionadas con ocho phylaí; efectivamente, estas sirvieron como grupos de inscripción para el cuerpo ciudadano. Las phylaí se subdividían en dos hemiógdoa cada una (“semi-ochos”), que, a su vez, comprendían un número desconocido de triakádes. La principal unidad de gobierno era una boulé formada por ciudadanos de todas las phylaí, hemiógdoa y triakádes (Grote, 2016: 145-161). Sería engañoso buscar paralelos exactos con las trittýes y phylaí atenienses, pero el modelo corintio revela obviamente una interacción similar entre la política y la permeación del espacio. Al igual que en el Ática, y presumiblemente un poco antes, la tierra y el pueblo de toda la Corintia fueron integrados en una ciudad-estado coherente y territorializada. La unificación espacial no solo impuso actitudes territoriales en el interior, sino que también balizó las reivindicaciones sobre la tierra frente a las ciudades vecinas (Morgan, 1994; Pettegrew, 2016; Dubbini, 2016).
Dada la gran cantidad de información que tenemos sobre la historia de Corinto en los siglos V y IV a.C., asombra comprobar lo poco que sabemos sobre la sociedad y la política domésticas. Hans-J. Gehrke (1986: 128-133) ha conjeturado que los terratenientes agrarios fueron la fuerza impulsora detrás de los asuntos de la ciudad; gran parte de la extensa khóra parece haber estado en sus manos. Al mismo tiempo, esos propietarios también se involucraron en otras actividades comerciales –comercio de ultramar y artesanía, ambos a gran escala–. Nótese que el discurso local estaba aparentemente libre de prejuicios contra artesanos y comerciantes. Por el contrario, parece que los corintios coincidían en –y apreciaban– que a su ciudad le iba bien bajo la politeía de ese momento, ya que esto aseguraba el bienestar económico de la ciudad (cf. Gehrke, 1986: 129; Salmon, 1984: 159-164).
Estamos tratando, entonces, con una élite sobre todo económica en Corinto. Sin duda, los miembros de este grupo compartieron muchas prácticas universales de distinción social con las élites helénicas de otros lugares; de hecho, entre variadas características, la práctica de alianzas matrimoniales translocales entre las élites fue no solo una práctica universal común sino una herramienta real para respaldar la noción de lazos más estables más allá de los límites de la ciudad. Además, sus contactos comerciales a distancia los hicieron parte de una red vibrante y horizontal de comunicación e intercambio a lo largo del Mediterráneo –el tipo de conectividad que se ha incorporado a la agenda académica en los últimos años con tanta fuerza paradigmática y que ha cambiado profundamente nuestra comprensión del trasfondo de la cultura helénica en su contexto mediterráneo–. En nuestro intento de rastrear las características de las élites corintias, debemos reconocer que el gobierno de la élite en el Istmo se basó en la riqueza a partir de la propiedad de las tierras locales y las actividades comerciales conectadas por tierra y mar.
Por ende, las élites corintias estuvieron conectadas por todas partes. Al mismo tiempo, su discurso local estuvo dominado por la idiosincrasia local. Como señaló Jonathan Hall, las leyendas de fundación corintia se formaron deliberadamente con elementos narrativos y exposiciones que resaltaban la conexión profunda e innata entre los corintios y su tierra. Las principales sagas enfatizan el papel del lugar en sí, y se regían por la idea de que los corintios estaban ligados al suelo. La tierra no fue solo el telón de fondo de la historia, su escenario físico, sino que proveyó el significado social. Ya apuntamos cómo el mito de Pirene proporcionó un vínculo entre el pueblo y el lugar, y cómo esta conexión se articuló mediante una casa de la fuente monumental. Además, Píndaro habla de los corintios como “hijos de Aletes” (Olímpicas, 13.14) que, desde el siglo V a.C., se consideraba el padre de la fundación mítica de la ciudad. Aletes no solo ocupó la tierra alrededor del Istmo, sino que también introdujo las ocho phylaí que ya mencionamos. Ambas acciones –ocupación de la tierra e introducción de las phylaí– resaltaban el vínculo entre el pueblo y el lugar. El análisis de Jonathan Hall del mito de fundación revela cómo recién a fines del siglo VI la saga de Aletes fue realineada con el gran ciclo dórico, el regreso de los Heráclidas. Y, como parte integral de la narrativa dórica universal, Aletes siguió siendo siempre un héroe local, una figura que proporcionó orientación y sentido a quienes vivían en su reino: la tierra corintia y las phylaí. La saga de Aletes, por lo tanto, parece haber sido un relato decididamente local –significado local no solo localmente acotado, sino, más ampliamente, conformado por el horizonte local y lleno de ese significado, inspirado en la noción de lugar como un dominio fuente que proporciona un propósito para las interacciones comunales diarias–. Podríamos preguntarnos qué relato fue más importante para los corintios en sus interacciones cotidianas y en la conducta religiosa en particular, en las que las élites participaban: ¿la supersaga dórica o la leyenda local de Aletes? (Hall, 1997: 56-65; cf. Salmon, 1984: 38-54).
Aprovechando las circunstancias específicas de su ciudad –su ubicación, los rasgos físicos del lugar– las élites corintias establecieron un robusto conjunto de tradiciones, actitudes e idiosincrasias locales: desarrollaron una epistemología artesanal extremadamente exitosa, que fue su industria cerámica; con esto, alimentaron una ideología cívica particular que apreciaba la artesanía y el comercio en vez de menospreciar estas prácticas; tuvieron su propio mito fundacional basado en la tierra, algo que tácitamente aumentó el prestigio de quienes poseían la tierra; y tal vez incluso tuvieron un sabor decididamente local: les encantaba el besugo salado. En resumen, y a pesar de todas las redes y la conectividad, la jerarquía social y la distinción se rigieron por prácticas que estuvieron profundamente arraigadas en, e inspiradas por, el horizonte local. A menudo se considera a Corinto una ciudad conectada por excelencia, pero insto a que tengamos precaución aquí: por mucho que los corintios y sus élites se involucraran en lo que Irad Malkin ha llamado Hellenic Wide Web, ellos siguieron gravitando en torno a la órbita local del Istmo, y al propósito que esto trajo a sus vidas (Malkin, 2011; Malkin, Constantakopoulou & Panagopoulou, eds. 2011).
Es interesante cotejar con otras ciudades griegas de las inmediaciones y comprobar allí también cómo las élites estuvieron sujetas a narraciones, idiosincrasias y epistemologías que fueron igualmente locales. Por ejemplo, en la vecina Megara, el entorno discursivo siguió un régimen de distinción social sustancialmente diferente: la práctica decisiva allí para asegurar la riqueza no fue la propiedad de la tierra a gran escala sino la crianza de ganado y todo lo que esta cadena productiva implicaba, desde la gestión del rebaño y el pastoreo hasta la esquila y el hilado, para diseñar un vestido de lana especial que fue reconocido en toda la Grecia clásica por su alta calidad, el khlanís megárico. La competencia local implícita con Megara casi seguramente inspiró el engrandecimiento de la Casa de la Fuente de Glauco en Corinto en el siglo VI a.C., demostrando una habilidad local similar a la que fue necesaria para construir la Fuente de Teágenes en Megara (o viceversa, dependiendo de qué casa de la fuente fuera más antigua) (cf. Beck & Smith, eds. 2018). Considérese asimismo el caso de las élites sicionias, que se hallaban en competencia abierta con Corinto por la producción cultural y artística de todo, desde el modelado en arcilla hasta la escultura en bronce y la pintura (cf. Ziskowski, 2016). Al otro lado del Istmo, al este, las élites gobernantes de Egina operaron en un entorno discursivo plenamente local; las Odas de Píndaro cantan muchísimo a su mundo (cf. Burnett, 2005). Y al sur, las élites de la gran ciudad de Argos, que actuaron a través de un vasto conjunto de idiosincrasias locales en cultura, política y aglomeración social, tenían evidentemente su propia visión del mundo, suscitando un conjunto de habilidades bastante diferente, o Könnensbewusstsein (cf. Bearzot & Landucci, eds. 2006).