Kitabı oku: «Memoria, historia y ruralidad», sayfa 2

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Referencias

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Deleuze, G. y Guattari, F. (1994). Mil mesetas. Valencia: Pre-Textos.

Farías, I. (2011). Ensamblajes urbanos: la TAR y el examen de la ciudad. Athenea Digital, 11(1), 15-40.

Gómez, C. G. (2012). Educación para el desarrollo rural sostenible (documento de Rectoría). Universidad de La Salle.

Latour, B. (2008). Reensamblar lo social: una introducción a la teoría del actor-red. Buenos Aires: Manantial.

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Lipovetsky, G. (2004). El imperio de lo efímero: la moda y su destino en las sociedades modernas. Barcelona: Anagrama.

Merton, K. R. (2010). Teoría y estructura sociales. México: Fondo de Cultura Económica.

Ricoeur, P. (2001). Del texto a la acción. México: Fondo de Cultura Económica.

Ricoeur, P. (2006). Ideología y utopía. Barcelona: Gedisa.

Notas al pie

1 En la presente “Introducción” hacemos esto en dos cortos pasos: en “§1. Teoría” velamos nuestras suposiciones ontológicas, y en “§2. Métodos” hacemos mención de los momentos de la investigación con la precaución de aislar las hipótesis de trabajo que, en cada caso, creemos reseñan mejor las propuestas del equipo.

2 La primera parte del libro está dedicada al tema de la compresión de la historia y de la memoria. La segunda parte, “Perspectivas e hipótesis de trabajo”, contiene aproximaciones no coincidentes por atender a fuentes teóricas distintas. La tercera parte, “Nueva ruralidad y reconocimiento”, consta de materiales que se aproximan a los conceptos que nombra, teniendo en cuenta líneas de trabajo complementarias. Finalmente, el “Excursus” tiene que ver con un acercamiento muy particular al problema de las narrativas.

3 “Para el primer grupo, el lema que lo identifica parece en ocasiones: ‘No sabemos si lo que decimos es verdad, pero por lo menos es importante’. Y el lema de los empíricos radicales podría ser: ‘Esto es demostrable, pero no podemos señalar su importancia’” (Merton, 2010, p. 161).

4 ¿Por qué hay lo social? ¿Y por qué no lo antisocial, lo asocial, lo atomizado? La sociología tendría origen en las respuestas venidas de la perspectiva de sistemas —Durkheim— y las respuestas encasilladas en la perspectiva accionalista —Weber—. Habría tensión entre esas perspectivas aún en la sociología contemporánea con intentos de síntesis en varios escenarios de la teoría social (Luhmann, Garfinkel, Bourdieu, Giddens). En realidad, habría de tenerse en cuenta la antinomia acción versus sistema para notar el modo en que las intuiciones iniciales de la sociología han tomado rumbo en teorizaciones que enfocan, o bien las regularidades y las determinaciones presubjetivas que organizan lo social, o bien las acciones y las intencionalidades primarias que hablan de las razones y los motivos de hacer comunidad (De Ípola, 2004).

5 Latour, junto con Emilie Hermant, recientemente han explorado el tema desde la perspectiva de los estudios urbanos (1998). Ambos intentan mostrar el carácter híbrido de los espacios urbanos y el carácter heterogéneo de las relaciones que entre humanos y no humanos se establecen en ámbitos materiales y semióticos diversos. Para una caracterización detallada del tema, véase Farías (2011).

6 Es lo que, en otro vocabulario, se llama comúnmente como procesos de subjetivación. Lo interesante del asunto así planteado es que con procesos de subjetivación no se nombra especialmente la emergencia de identidades —como muchas veces se ha entendido— sino dinámicas de grupo que, en últimas, hablan de las singularizaciones parciales de una situación social definitivamente exterior. Para el tema de la subjetivación como bucle del afuera, véase Deleuze (1987).

7 Junto con el profesor Germán Bula, hemos venido trabajando en una versión ampliada de este problema. Tal versión se encuentra significativamente desarrollada en el documento de trabajo “Ontología de los cuerpos compuestos. O sobre el concepto de lo social”.

Agradecimientos

Roberto Palacio escribió recientemente en la revista Arcadia sobre el modo en que la visión escolar de la filosofía ha agotado la tarea de pensar en la empresa de citar y reproducir ideas, reduciendo todo su potencial a meros ejercicios intelectualistas con tintes egomaníacos y narcisistas. Es lamentable. Y lo peor, la sociedad parece darse cuenta cada vez más del poco sentido que tiene eso.

Haciendo caso del desdén por la filosofía de salón, no podemos estar más de acuerdo con la idea de que la filosofía es un asunto heterogéneo con respecto a las maneras académicas. La intuición de Palacio es poderosa. En definitiva, es más interesante pensar y hacer que el pensamiento haga con la vida una complicidad alegre que desgastarse en los rituales escolares. Permítase un sencillo recurso para ilustrar el asunto. Preguntémonos ¿en qué consiste la genialidad del filósofo? Es probable que su genio no sea otro que el que guía el trabajo disciplinado y cotidiano. El filósofo es también un atleta. Y su vida, objeto de ascesis constantes reflejadas en ejercicios incansables consigo mismo, con la realidad, con el pensamiento y con la escritura. Pensamiento y escritura que representan, en el fondo, el puente con el pasado que se guarda en los libros y las tradiciones y con la realidad que es siempre fuente inagotable de preguntas y motivos de pensamiento y acción.

Digamos, más ampliamente, que todo filósofo se convierte en tal precisamente porque cruza vida, realidad y pensamiento en lo que escribe. Mirando en detalle la preocupación acerca de cuál es nuestro lugar en el orden de las cosas, podemos asumir una dirección de trabajo que subraya programas pensados más allá del universo de comportamientos, rutinas humanas, hábitos y costumbres sociales enraizadas en la academia y en los salones —como bien dice Palacio—. Bajo la impronta de quienes quieren oír que son capaces de hacer algo distinto a lucir una erudición inútil, quizá sea mejor elogiar la los medios adecuados y los espacios correspondientes a la tarea de no dejarse arrastrar por el destino, a la empresa crítica de pensar posibilidades de cambio y el proyecto general de ver qué hace falta para alcanzar mundos posibles. Desde la filosofía uno se encarga de ver cómo se las ingenia para pensar el devenir de las cosas y los proyectos humanos. O sea, si uno tiene afinidad con la filosofía no es porque se sienta a gusto en las camarillas de los intelectuales profesionales y sus ritos de mutua lisonja, sino porque resulta interesante la búsqueda de programas de pensamiento con destino en lo posible. Gusto filosófico es aquel que se desarrolla entre conceptos que transforman la compresión humana de la existencia y guían los proyectos de transformación del mundo.

Dicho esto, ya podemos confiar en que se entenderán nuestros agradecimientos de manera profunda y más allá de todo ánimo adulador.

Debemos agradecer a la Universidad de La Salle por garantizar los tiempos, el espacio y las libertades para pensar conceptos y realidad. Hemos de confesar que tenemos varios privilegios y los valoramos inmensamente: podemos escudriñar libros, tenemos la posibilidad de perseguir autores, es nuestra la alternativa la de considerar materiales y recursos variopintos (líneas de investigación, disciplinas, etcétera.), de recorrer temas y desarrollar preguntas sin ninguna restricción, de explorar —y equivocarnos con— posibles respuestas y debatirlas abiertamente entre nosotros. No se puede negar que nos damos el lujo de pasar horas y horas escribiendo sobre cuestiones que creemos son importantes, relevantes y necesarias a la luz de los tiempos en que vivimos. No es erudición vacía y decorativa lo que nos interesa hacer. De nuevo, la Universidad nos da cobijo cada día que pasamos en esta, para pensar nuestros asuntos, nuestros retos, nuestras preguntas. Y lo hace siempre con generosidad, exigencia y apertura.

Agradecemos a la decana Mery Castillo Cisneros, quien desde que supo de nuestros intereses en colaborar en el proyecto, no dudó en que este aporte podría desarrollar algunos derroteros, tanto teóricos como metodológicos, de las apuestas de investigación de la Universidad.

Un agradecimiento especial al Centro de Investigación en Hábitat, Desarrollo y Paz (CIHDEP). Muchas de las personas que hacen parte del Centro se dieron a la tarea de comprender que nuestro trabajo conceptual, teórico y metodológico se constituye en aportes a reales trabajos de campo.

Asimismo, a todos los profesores que quisieron participar y que asistieron a muchas de las discusiones de textos, seminarios y talleres que realizamos en la Facultad para lidiar con el problema de saber cuál sería el rumbo de este proyecto editorial.

Agradecemos al Comité Editorial de la Facultad y de la Universidad por su tiempo y dedicación en el cuidado de la redacción e impresión del texto.

1 Comprensión de la historia y la memoria

Las nuevas miradas de la comprensión de la historia y la memoria

Robert Ojeda Pérez

Introducción

El modelo historiográfico heredado del siglo XIX concebía la historia como una serie de acontecimientos que estaban plasmados en los documentos escritos (manuscritos o impresos). Sin embargo, con la aparición de distintas escuelas de pensamiento histórico, como por ejemplo, la escuela de los annales en Francia y las discusiones hermenéuticas de mediados de siglo XX sobre fuentes y escritura de la historia, fue posible la apertura a nuevos enfoques metodológicos y nuevos elementos para tener en cuenta en el estudio y recuperación de la información que no solo es de tipo documental.

La realización de proyectos de investigación en la recuperación e interpretación del pasado requiere de pasos previos que se deben tener en cuenta: me centraré aquí en la discusión de las fuentes documentales para la investigación histórica y posteriormente daré algunos lineamientos para la enseñanza de la historia.

Para poder hablar del problema de las fuentes en el desarrollo de la historia me permitiré tener en cuenta los siguientes puntos: primero, el uso de las fuentes primarias; segundo, el papel de la historia como herramienta política; tercero, hablaré sobre un nuevo enfoque para enseñar la historia y dejar atrás la crisis de un país en guerra; y, por último, sobre el proyecto de “Narrativas socio-culturales y (re)construcción de la memoria en Yopal”.

El objetivo que persigo con este escrito es hacer una reflexión tanto de la investigación histórica como de la enseñanza de la historia. Para ello, quiero recalcar la importancia de la formación de ciudadanos críticos en la reconstrucción de la memoria y de la identidad nacional, a partir de la comprensión del pasado. Haré, por consiguiente, un recorrido que comienza desde las experiencias que he tenido en los dos campos, a saber: el de la investigación y el de la enseñanza.

Uso de las fuentes primarias

En los momentos que he tenido la oportunidad de impartir la clase de “Historiografía” siempre me gusta preguntar a mis estudiantes: ¿qué entienden por hecho histórico? Y para llevarlos a la comprensión de este concepto después de haber escuchado múltiples significados y preconceptos, los remito a su día de cumpleaños para que reflexionen sobre la importancia y el alcance de su nacimiento en la historia de Colombia, probablemente en el siglo XX.

Uno de los historiadores más representativos del siglo XX se refiere al hecho histórico como una construcción realizada por el historiador, “inventado y fabricado mediante hipótesis y conjeturas, a través de un trabajo delicado y apasionante […]. Elaborar un hecho significa construirlo. Si se quiere, proporcionar la respuesta a un problema” (Febvre, 1982, pp. 38-39). En esta medida, los nuevos enfoques de la historia no consisten en enumerar las causas y las consecuencias de los hechos, ni estar centrados en la objetividad, como se los hago saber a los estudiantes.

Posteriormente los remito a que busquen toda clase de información sobre el contexto de lo que pudo haberse registrado en su día de nacimiento por parte de los medios de comunicación, y si es posible de algunos otros documentos que se puedan ubicar en su búsqueda. Lo que se persigue con esto es que ellos mismos problematicen desde su presente las acciones del pasado.

Más allá del ejercicio sobre la comprensión y contextualización, la pregunta que se puede hacer el estudiante es ¿puedo ser parte activa de la interpretación del pasado para comprender el presente? ¿Puedo trascender en la sociedad en la que yo vivo?

“Tras entender el hecho histórico como una construcción desde una ‘historia problema’ y redimensionar las nociones propias de objetividad y verdad, la ciencia histórica otorga un nuevo lugar a la noción de interpretación” (Herrera, 2009, p. 57). Después de esto los llevo a reflexionar sobre ¿cuáles deben ser considerados como acontecimientos históricos, si la historia es un discurso no acabado? Los estudiantes reflexionan sobre el presente y el futuro que alimentan nuevas lecturas sobre el pasado y cómo ellos pueden ser partícipes, pero entonces, ¿cuál es el papel de la memoria?

La memoria es producto de una relación dialéctica entre el recuerdo y el olvido. Es una supresión de elementos para poder conservar otros en la medida en que nos es imposible recordarlo todo. Por lo tanto, la memoria resulta de una selección. Forzosamente unos elementos son conservados para que otros sean progresivamente marginados, hasta que se olviden del todo (Todorov, 2000).

En ese proceso de selección de lo que se quiere recordar juega un papel fundamental el presente (Ricoeur, 2003), ya que la acción de seleccionar está condicionada por el presente, en la medida en que se le da un uso en la actualidad a lo seleccionado. Igualmente pasa con lo olvidado, a lo que no se le reconoce utilidad en el presente (Barbosa, 2001).

En este sentido, la memoria es una operación simbólica, ya que la narración en la que se constituye la memoria al rescatarla desde el presente no está constituida por relatos factuales de hechos escuetos, sino que se trata de relatos de construcción de identidad: “[…] las memorias documentan una manera de pensar propia de un grupo en un momento determinado” (Barbosa, 2001, p. 108). La correlación entre memoria y olvido se conecta con la posibilidad de hacer consiente el recuerdo dejado en el olvido por percepciones sensoriales inesperadas. Este hecho se nos ilumina de una forma más clara con las nociones de memoria presentadas por Marcel Proust en su obra En busca del tiempo perdido (2000) y en las reflexiones que al respecto hace Walter Benjamin (2001).

Dentro de ese juego dialéctico entre lo que se recuerda y se olvida se presenta la memoria silenciada que se opone a la memoria oficializada (Barbosa, 2001). Las conmemoraciones sin duda hacen parte del poder político y este tiene un papel primordial en el dominio del tiempo. Las conmemoraciones hacen su propia construcción del acontecimiento y su valoración pública: “Lo que lleva a los detentadores de ese poder a ser públicamente los dueños de su propia creación” (Barbosa, 2001, p. 111).

Existen dos tipos de memoria: la literal, que es el acontecimiento recuperado sin ver su significado, sin ir más allá de sí mismo, y la memoria ejemplar, que sin negar la singularidad del suceso, utiliza su recuerdo para comprender situaciones nuevas con agentes diferentes. En esta se construye un ejemplo y se saca una lección, es una memoria liberadora (Todorov, 2000).

Los medios dentro de este panorama se convierten en guardianes de la memoria social cuando incluyen determinadas conmemoraciones como acontecimientos periodísticos. Y son una estrategia generadora de significado para estas conmemoraciones. Ejemplo de esto fue la relación entre la Red Globo Televisión y la fecha de conmemoración del descubrimiento del Brasil. Fue promotora del redescubrimiento del Brasil y de su refundación (Barbosa, 2001).

La retórica periodística de la conmemoración logra materializar la memoria del acontecimiento que se difunde como espectáculo. Los medios con las ediciones especiales y con las conmemoraciones se piensan como promotores de la identidad nacional y local y del sentido pedagógico del gesto conmemorativo (Barbosa, 2001).

El medio de comunicación es una especie de documento histórico regido por las condiciones de veracidad necesarias para los documentos-monumentos de la memoria. Pero es la memoria de lo excepcional, ya que eso es lo que buscan los medios: mostrar acontecimientos excepcionales. Los medios ayudan a difundir los lugares de la memoria. En ese presente volátil y acelerado se crean santuarios de la memoria. Mediante esa creación produce la ilusión de preservar el pasado, como símbolo de reconocimiento y pertenencia de un grupo a una sociedad. En un mundo en el que no hay memoria espontánea, sería necesario registrar profusamente el presente y al mismo tiempo, recordar a cada instante el pasado. Los medios redescubren un hecho, lo descubren como excepcional (Zapata, 2013). Los medios se convierten en guardianes del flujo del tiempo al conectar el pasado con el presente (Barbosa, 2001).

Las preguntas que un historiador se hace en su presente y las transfiere al pasado son distintas en cada momento y dependen de muchos enfoques, intereses y problemas que quieren resolver en la comprensión de la sociedad en la actualidad. De esta manera, hay que tener en cuenta que las dinámicas sociales y humanas son distintas y cambiantes en el término de los tiempos. En esa medida, la sociedad y los historiadores pueden permitirse olvidar en algunos momentos algunos pasajes de la reconstrucción del pasado.

A propósito de la comprensión, siguiendo a Hanna Arendt, esta señala que para comprender una sociedad múltiple, se necesita una comprensión que sea capaz de ver sus diferentes rasgos, que sea diversa y mutable, para poder sentirnos en armonía con el mundo. Sin embargo, para Arendt, entender el mundo no es algo activo, que contenga dentro de sí algún tipo de movimiento, pero sí es lo que puede producirse por medio de la reflexión, que llegue a generar algún movimiento: “[…] la comprensión no tiene fin y por lo tanto no puede producir resultados definitivos” (Arendt, 1995, p. 30).

Por ejemplo, a propósito del Bicentenario, dentro las reflexiones que se estuvieron haciendo en el caso particular de la historia de la Independencia, los historiadores manifestaron en el último Congreso de Historia de Colombia que se debían abordar otros personajes y otras miradas sobre el proceso de la Independencia, pero muy pocos historiadores pudieron presentar novedades historiográficas en cuanto a consulta de archivo se refiere. Bien lo señala José Darío Herrera al hacer una lectura juiciosa de Le Goff:

[…] que la intervención del futuro en las reinterpretaciones de la historia se relaciona directamente con los métodos y técnicas de trabajo del historiador. El reto que enfrentan los historiadores para construir problemas y hechos históricos pasa por la permanente vigilancia a los conceptos y esquemas con los que regularmente operan. (Herrera, 2009, p. 59)

Lo que quiero enfatizar aquí es que a medida que ha pasado el tiempo, los intereses de consulta y las preguntas a los documentos han cambiado, no siempre se utilizan los mismos documentos, o en ocasiones sí se usan los mismos, pero se les realizan otras preguntas y se establecen otros problemas, lo cual hace que los historiadores acudamos algunas veces a la misma fuente pero con otras preocupaciones de investigación, o por el contrario, se consulten otras fuentes desde otros marcos de interpretación.

Por ejemplo, en el siglo XVIII la descripción en las fuentes y en los documentos era casi que poética y extremadamente literaria, los investigadores utilizaron esas fuentes en el Siglo de las Luces para hacer descripciones de tipo costumbrista que se impusieron a comienzos del siglo XIX, es decir, las preocupaciones eran otras, por lo tanto, el uso de las fuentes fue distinta, eso obliga a que el investigador deba seleccionar el material de trabajo.

Ya en pleno siglo XIX y por influencia de Ranke, uno de los impulsores del positivismo en la investigación histórica, se motivaba a que los trabajos estuvieran cargados de una búsqueda exhaustiva por la verdad en el documento; por tal motivo, estos investigadores de esa época debían interpretar el hecho histórico como realidad aséptica y objetiva. Señalaban que para hacer historia bastaba con dejarse llevar por los documentos. Es así que se renunciaba a la interpretación. Por el contrario, para el siglo XX, los historiadores bebieron de otros modelos de las ciencias sociales e incorporaron nuevos enfoques e implementaron las preguntas a las fuentes y la hermenéutica como posibilidad de comprender la realidad, lo cual desarrolló una nueva forma de hacer historia, como por ejemplo, el uso e interpretación de las fuentes para reconstruir un pasado que puede ser fragmentario, debido a que quienes registraron estos hechos ya tenían un interés particular ya fuera para defender, mostrar u ocultar.

En esa medida, el papel del docente que busca la profundización de sus estudiantes en la historia desde el uso de las fuentes primarias debe contemplar los distintos enfoques, corrientes y escuelas historiográficas, para poder orientar el trabajo de la búsqueda, ya lo decía Le Goff: “[…] la historia es la ciencia del pasado, con la condición de saber que este se convierte en objeto de la historia a través de una reconstrucción que se pone en cuestión continuamente” (1991, p. 39).

Hay que tener en cuenta que los registros pasan por otras manos que ciernen y alejan a los lectores de la comprensión e interpretación del pasado. Que el pasado no puede ser universal ni totalizante, que no puede haber una única versión de este, sino más bien, interpretaciones en las que caben distintos argumentos desde la hermenéutica. Por eso, el papel fundamental de esta última en cuanto a metodología se refiere. La hermenéutica en la Antigüedad clásica fue un ejercicio riguroso de lectura, por el cual se encontraron los medios para “poner a distancia” la subjetividad invasora, que quería decir al texto solo lo que ella buscaba, sin respetar al texto mismo y toda su riqueza. Junto a esta visión clásica de la hermenéutica como ciencia que aporta las reglas de interpretación correcta de los textos, existe hoy otra más amplia y densa: esta acentúa la naturaleza histórica y lingüística de nuestra experiencia del mundo, de nuestro conocimiento (Siciliani, 2013).

Para ampliar un poco este punto, y aplicar este método de interpretación, me quiero referir en este momento a la cartilla que publicó el comité del Bicentenario con motivo de la conmemoración de la celebración Independencia del 20 de julio de 1810. En esta cartilla escribieron tres personas sus reflexiones respecto a la pregunta ¿qué celebrar? (Brighouse et al., 2007).

El primero de ellos fue el presidente de la Academia Colombiana de Historia, quien hizo toda una reconstrucción histórica de las conmemoraciones de esta fecha desde 1813 hasta la conmemoración del primer Centenario en 1910; en este escrito, lo primero que se señala es que esa “revolución no fue un movimiento violento”, paso seguido empieza a detallar todos los itinerarios de las élites y de quienes participaron en las distintas conmemoraciones, en las cuales no se deja ver la diversidad y la pluralidad del pueblo que conmemora. Y para cerrar su intervención señala: “[…] enfáticamente que la fecha del 20 de julio ha sido consagrada como fiesta nacional por excelencia tanto por la ley como por la tradición; además constituye el punto de partida de la vida republicana” (citado en Brighouse et al., 2007, p. 18).

Si miramos con detenimiento el discurso que se está desarrollando allí, en ese escrito deja por un lado al pueblo, a la gente del común, lo que cierra la posibilidad de desarrollar posteriores investigaciones en las que puedan revaluarse la participación de los otros, y enfatiza que así es la tradición, lo cual se pensaría que es algo incuestionable y que no se puede resignificar. Si observamos detenidamente la relación que este escrito tiene con el documento que emitió la Casa de Nariño, Visión Colombia II Centenario 2019, se está desconociendo que hubo una apuesta política por parte del pueblo, que fue un proceso que empezó el 20 de julio de 1810 y que implicó luchas, disputas, negociaciones políticas, sociales y culturales y, por qué no, actos “violentos” si así los han querido mostrar algunos, cuando se refieren a la participación de los otros en el proceso de la Independencia.

Por otro lado está la postura del presidente de la Asociación Colombiana de Historiadores, quien con rigurosidad se aísla un poco de las fuentes y las critica, para señalar el sentido de las celebraciones de la Independencia en contraste con las celebraciones anteriores. Este escrito no es tan pretencioso ni inclinado por grupos, ni con intereses tan evidentes, pero lo que sí me preocupa es la desazón que le deja a los lectores y a los futuros investigadores cuando señala la creación de las instituciones, tal vez refiriéndose a aquellos que criticamos la no inclusión de los diferentes actores y protagonistas de las distintas versiones de la historia en momentos coyunturales como estos, y critica la afirmación según la cual: “Se pretendió crear una ciudadanía sin ciudadanos”, frente a lo cual señala que nunca hubo las condiciones reales para eso. Así, afirma que era un error pretender crear esas instituciones pues no había con qué. Sin embargo, cita la carta de Bolívar a Santander en la que le señala en vísperas de la Batalla de Carabobo el reconocimiento de la diversidad y la pluralidad del país al señalar en palabras de Bolívar que:

[…] creen esos señores lanudos de Bogotá que se arropan en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona, que el país son ellos y no han lanzado sus miradas sobre los guahibos indómitos, sobre los Caribe, sobre los bogas del río Magdalena y sobre toda esta horda innumerable de África y América que recorren como gamos las vastas soledades de América.

Es así que muchos de los bolivarianos que han pretendido hacer ver que Bolívar no contemplaba a los otros, pueden incluir en sus discursos estas palabras, por lo tanto, el autor nos deja ver claramente su intención política con la propuesta bolivariana que reivindica hoy.

Por último, está el escrito más político y sugerente realizado por la profesora Margarita Garrido, quien hace un balance historiográfico del tema y señala que no puede existir una única historia oficial de estos momentos históricos, sino que se deben tener en cuenta las múltiples miradas, las distintas versiones y las otras historias en las que se recuperan la cotidianidad, la microhistoria y la diversidad y pluralidad. Critica a su vez la postura del Gobierno en la que sugería una única conmemoración de una fecha en la que se desarrolló la victoria militar en 1819, y deja ver que esta conmemoración es la de un proceso de participación de muchas personas que propiciaron las transformaciones políticas, sociales, culturales desde fechas anteriores a la victoria militar.

Partiendo de esta última reflexión, creo que en el aula de clase se debe llevar el debate para discutir si nos quedamos con una única historia oficial en la que se representan a unos pocos y no se permite ver la inclusión, reproduciendo así la falta de identificación con el pasado o, por el contrario, se contempla la participación y acción política de los otros, de la diversidad, de lo contingente. Hoy, como lo dice esta profesora:

[…] es importante que se propicie la construcción democrática de la historia, desde muchos puntos de vista, con muchos actores, con diversas vidas materiales, con muchos territorios y tiempos distintos y tratar de entender la forma peculiar en que se articularon. (Garrido, 2007, p. 29)

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