Kitabı oku: «Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018)», sayfa 12
El abismo que existía entre el perfil deseado y el perfil real era inevitable. La guerrilla formada por hombres del común, cargados de buena voluntad y entusiasmo revolucionario, no lograba desprenderse de elementos de su formación social o de su particular forma del ser individual, en la que anidaban o invernaban temporalmente comportamientos considerados por la Organización como lesivos a los intereses del pueblo y la revolución: el individualismo, el egoísmo, las ansias de poder, la indisciplina, la debilidad física, la falta de formación ideológica y política, que estaba más allá de concebir la lucha entre explotados y explotadores, no pudo asumir ese “sacerdocio guerrillero” y se generó un tipo de militante que se subordinó a una dirección en las que las responsabilidades hacían las veces de grados militares y los fundamentos y códigos de comportamiento de guías de acción inviolables. Lo anterior condujo a que se fuera estructurando una organización vertical que en la práctica se oponía a la horizontalidad que se buscaba:
En nuestra Organización no existen grados; los únicos que se han otorgado han sido póstumos. Esto se debe a un factor de concepción. Nosotros hemos considerado que los grados no deben ser un problema de preocupación para los revolucionarios; creemos que los grados en las organizaciones político-militares deben obedecer a necesidades organizativas […]. En nuestra Organización fijamos responsabilidades, mantenemos una gran disciplina y una sólida formación militar revolucionaria; en nuestras filas —y hasta el momento— no hemos necesitado otorgar grados a nuestros combatientes ni a nuestros jefes guerrilleros ni a nuestros compañeros del Estado Mayor. […] La dirección del ELN está constituida de la siguiente manera: un primer y segundo responsable, un segundo al mando y un Estado Mayor. Además, cada frente guerrillero y cada unidad guerrillera tienen un primer y segundo responsable, de igual forma la escuadra guerrillera. (ELN, Insurrección, 1972)
Tanto el perfil del dirigente del ELN, como la estructura de la Organización, estaban atravesados por la concepción de la guerra popular y el ejército revolucionario, en cuya apreciación particular jugó una importante influencia la experiencia vietnamita, a la cual tuvieron acceso varios militantes de la Organización. La forma organizativa esencial no varió sustancialmente en el tiempo, se siguió sosteniendo el concepto de “responsable” para cada una de las estructuras en que se divide la Organización. Sin embargo, los mecanismos de selección para las responsabilidades del Comando Central (COCE), la Dirección Nacional (DN) y las jefaturas de frente, se realiza en eventos internos de definición democrática.
El énfasis que el ELN colocó en el protagonismo del campesinado, en el proceso revolucionario, condujo a que se considerara como sede del desarrollo de la Organización el campo y que se le asignara un papel predominantemente logístico a la ciudad102. En el momento de la génesis de este grupo armado se está produciendo un proceso de reacomodamiento poblacional sobre el territorio que terminó por modificar sustancialmente la relación campo-ciudad, adquiriendo desde entonces las ciudades un papel más activo dentro de las transformaciones políticas, económicas y sociales que comenzaron a operarse como consecuencia de la migración campesina sobre los centros urbanos, resultado de la violencia y el despegue industrializador. Esta situación, al estarse produciendo, fue insuficientemente valorado por el ELN, en la definición de su estrategia política de crecimiento.
Durante estos años fue común la crítica al ELN sobre la subvaloración del trabajo urbano y la sobrevaloración del trabajo rural campesino. El cuestionamiento se expresaba como consecuencia lógica de la posición que el grupo guerrillero había asumido frente a los sectores sociales y el proceso mismo de desarrollo de la lucha armada, la cual en las condiciones de América Latina, afirmaba el ELN, debió empezarse en el campo y marchar sobre las ciudades. Desde entonces, pese a las defensas que la organización guerrillera hizo de las críticas que se le formulaban, fue quedándose sin estructuras en la ciudad, en un país que marchaba aceleradamente hacia el urbanismo. El ELN no consiguió construir una organización fuerte en la ciudad, a pesar de la importancia que, para el naciente movimiento guerrillero, significaba el apoyo logístico proveniente de la ciudad, este fue desde el comienzo reducido e insuficiente. La Organización se vio forzada a depender de los recursos obtenidos, en su mayor parte, de las mismas acciones que realizaban las guerrillas y asignarle a la ciudad un nuevo papel que debía desarrollarse, fundamentalmente en lo político. Sin embargo, la Organización urbana no pudo tampoco consolidar una concepción de trabajo político en las ciudades que hiciera caja de resonancia de la actividad guerrillera, ni cumplir con el papel logístico que el proyecto revolucionario demandaba. Siempre fue para el ELN una gran dificultad el trabajo urbano, y motivo de sus permanentes preocupaciones; sus limitaciones a este respecto lo llevaron a perseverar y sostener puntos de vista en los que predomina la actividad rural sobre la urbana y, unido a ello, lo militar sobre lo político. Así, el discurso del ELN, durante los primeros años, sobre el papel de la organización urbana, estuvo cruzado por la ambigüedad entre el énfasis del trabajo logístico militar y el político organizativo, predominando la subordinación de lo político a lo logístico en la práctica103.
Este enfoque en la labor política que debió desarrollarse en el sector de los trabajadores urbanos, estaba cruzado por una estrechísima visión del papel que la llamada “clase obrera” podía jugar en la lucha gremial y política, y se reducía a capacitarla para que se incorporara a la guerrilla abandonando el medio social que le era natural. Desde luego, no fue el interés del ELN, en sus primeros años, fortalecer y desarrollar la lucha sindical y gremial; todos sus esfuerzos se centraron en canalizar hacia la lucha armada los mejores dirigentes que tuvieran el sector de los trabajadores y sus organizaciones gremiales.
La explicación para esta actitud frente a la lucha reivindicativa estaba circunscrita a su concepción táctica y estratégica de la guerra. Para el ELN, inscribir los sectores sociales potencialmente revolucionarios en la lucha por reivindicaciones económicas y políticas de corte democrático, era caer en desviaciones de tipo reformista. En esta medida, el compromiso de los militantes del ELN urbano debía ser el de prepararse en y por la acción político militar en la ciudad para pasar a la acción en el campo (ELN, compendio Insurrección, 1972 pp. 44-45).
En síntesis, la ciudad era considerada en el marco de la guerra desarrollada por el ELN, como una “cantera” de la que se podía extraer, de los distintos sectores sociales, principalmente obreros, los militantes que necesitaba la Organización para fortalecerse en el campo. Este enfoque estuvo profundamente arraigado en el interior del ELN y solo comenzó a cambiar en la segunda mitad de la década del 70, como consecuencia de la crisis a la que se vio abocada la Organización en esos años, y del papel que núcleos obreros importantes, influenciados más por la imagen e historia del ELN, que, por el mismo grupo, comenzaron a desarrollar en distintas ciudades.
EL ELN y su influencia en el movimiento de masas
Desde sus orígenes el ELN buscó a través de diferentes mecanismos articularse al movimiento de masas, con una doble finalidad. Primero, influir en las organizaciones gremiales, en la definición de sus programas y en la orientación de sus luchas, buscando ganar simpatía para el proyecto revolucionario; segundo, extraer de esos movimientos, sus activistas más destacados con el objeto de hacerlos militantes de la Organización.
Una amplia influencia desarrolló el ELN en el movimiento estudiantil de la época, mediante el trabajo realizado por dirigentes de la Organización que estuvieran vinculados a las universidades y fueran activistas e impulsores de la organización gremial del estudiantado. La Federación Universitaria Nacional y la Asociación Universitaria de Estudiantes Santandereanos estuvieron conducidas por jóvenes militantes del ELN, que lograron influenciar las definiciones políticas y las características mismas del movimiento. Así, lograron convertirlo en una fuerza de apoyo social al grupo armado y cooptando en él militantes que posteriormente harían parte importante del desenvolvimiento histórico del ELN, algunas veces por sus aportes a la configuración de su línea política, otras porque se verían enredados en situaciones complejas, en las que, como consecuencia del desarrollo de las contradicciones políticas en el interior de la Organización, o en el desarrollo de los combates con el Ejército, perderían la vida.
La FUN, fundada en octubre de 1963, recibió desde sus inicios influencia del ELN, a través del trabajo realizado por Manuel Vásquez Castaño y José Manuel Martínez Quiroz, entre otros, que estarían muy cerca del proceso de transformación política de Camilo Torres Restrepo, conduciendo su entusiasmo revolucionario hacia las filas del ELN.
La Universidad Nacional de Colombia, en la que jugó un papel importante la FUN, le aportó a la Organización algunos de sus más destacados dirigentes, entre ellos Heliodoro Ochoa, Julio César Cortés (quién fue presidente del Comité Ejecutivo cuando esta se fundó), Juan Calderón, Hermías Ruiz y posteriormente Armando Correa (que llegó a ser presidente de la Federación y murió en 1973) y Rómulo Carvalho (murió en septiembre de 1969), entre muchos otros, que se quedaron en el anonimato. En la misma forma, la Universidad Industrial de Santander, a través de su organización gremial, la Asociación Universitaria de Estudiantes Santandereanos (Audesa) se convirtió en un “semillero de cuadros” que nutrió de militantes durante algunos años a la Organización. Víctor Medina Morón, Jaime Arenas, Juan Calderón, Homero Sobrino, entre otros, son de los aportes hechos por la UIS al ELN; algunos de ellos participaron en la conformación inicial del ELN y llegaron a hacer parte del Estado Mayor, como se le denominaba en esa época a la dirección.
El ELN, a través de su militancia, impulsó y desarrolló la huelga estudiantil de 1965 en la UIS, y promovió la marcha que emprendieron los estudiantes de esa universidad hacia Bogotá contando no solo con el apoyo y la simpatía regional, sino con un sentido respaldo a nivel nacional. Estudiantes de generaciones posteriores también llegarían a las filas del ELN y ofrendarían su existencia en el desarrollo de una lucha que fue motivando ese entusiasmo. Entre ellos se destacarían Jaime Andrade Sossa, quien se desempeñó como secretario de la Audesa en 1969, Miguel Pimienta, Henry Serrano, Enrique Granados, Ludwing Prada y Julio César Portela. De otros centros universitarios del país se fueron desgranando posteriormente militantes que desarrollarían trabajo político y organizativo, en la Universidad del Valle, la Universidad del Cauca, la Universidad de Antioquia y entre las privadas la Universidad Libre principalmente.
Con el sector estudiantil, el ELN no solo trabajó a nivel de la educación superior, sino que tuvo influencia en varios colegios de secundaria de reconocida trayectoria en el desarrollo de conflictos gremiales en Bogotá, Bucaramanga y Medellín. Vale señalar el colegio Santander de Bucaramanga y el Aurelio Tobón de la Universidad Libre de Bogotá, donde se estructuraron grupos que llegaron a hacer parte de los “Núcleos 8 de Octubre” y posteriormente los Comandos Camilistas en una etapa que se caracterizó por un extremo fervor revolucionario hacia la lucha armada.
El movimiento obrero también fue objeto del trabajo político del ELN y le aportó destacados dirigentes a la Organización. Guiados por una concepción que descalificaba a la clase obrera como clase revolucionaria, y condenaba su desempeño gremialista y su lucha predominante económica y reivindicativa (la cual era considerada como reformista), el ELN se aproximó a las organizaciones sindicales de mayor trayectoria en la lucha social y buscó influir en ellas, orientándolas hacia un tipo de sindicalismo independiente, cuyos objetivos se definieran más en términos de la lucha política que gremial.
La Unión Sindical Obrera (USO), la organización gremial de los trabajadores petroleros, fue objeto del trabajo político-organizativo del ELN; de esta organización salieron hacia la guerrilla importantes dirigentes gremiales. Desde su origen, el ELN tomó en consideración, para implantar el proyecto guerrillero, la cercanía de la ciudad petrolera y la larga tradición de lucha de su población. En todas las pugnas desarrolladas por la USO, el ELN estaría presente a través de su militancia en el desarrollo de acciones de sabotaje como acompañamiento militar a estas. Aun cuando no se tuvo, ni ha tenido nunca una influencia marcada en la orientación política del sindicato, pues allí convergen las más distintas posiciones y organizaciones políticas, sí se tuvo una influencia significativa en un importante sector de trabajadores de los que salieron hacia las montañas Carlos Uribe Gaviria y Juan de Dios Aguilera, quien había sido dirigente sindical.
En otros sectores obreros, en especial en la ciudad de Medellín, se iría conformando un núcleo de trabajadores simpatizantes y militantes del ELN, que darían origen a prácticas sindicales independientes y a colectivos de trabajo sindical, que a la vez que desarrollaban la lucha gremial y reivindicativa difundían entre los sectores obreros las ideas del ELN. Manuel y Antonio Vásquez tuvieron durante algún tiempo la relación con los trabajadores de Antioquia y orientaron su trabajo político con las masas y las tareas de apoyo logístico al grupo guerrillero: Luis Carlos Cárdenas Arbeláez, Ramiro Vargas, Mauro Orrego, serían, entre muchos otros, algunos de los que se destacarían en el desarrollo de su condición de militantes del ELN. La influencia irradiaría después hacia otros sectores de trabajadores en distintos lugares del país, interviniendo sus organizaciones gremiales, en particular, las de los empleados públicos, el magisterio y el sector bancario.
Surgida como una organización campesina, el ELN no podía dejar de influenciar formas de organización gremial de los trabajadores del campo, estableciendo con ellos un estrecho acercamiento que lo llevaba a orientar sus luchas y generar sus movimientos de protesta a través de marchas e invasiones de tierra. Con la aparición de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), el ELN entra a establecer relaciones y a trabajar a su interior en la definición de sus propuestas políticas, al igual que lo harían otras organizaciones. No obstante, la ANUC iría definiendo un propio perfil, sin que la presencia de las organizaciones políticas pudiera expresarse en forma hegemónica. Un importante trabajo realizó el ELN, con los campesinos de El Sarare, algunos de los cuales conformarían posteriormente el Frente Domingo Laín, después de un prolongado trabajo de masas y un profundo adoctrinamiento entre los habitantes de la región. En Santander, Antioquia y Bolívar, los sectores campesinos contaban con un persistente trabajo de organización por parte del ELN, principalmente guiados por la concepción de la línea Sincelejo, que constituía el sector independiente de la tutela gubernamental, la llamada línea campesina, frente a la línea Armenia que era en lo esencial de medianos y grandes propietarios de tierra.
Con la muerte de Camilo un importante grupo de cristianos laicos y clérigos, desarrollaron, en el contexto de las transformaciones que venía teniendo la Iglesia y en particular de las orientaciones sociales de las encíclicas papales y de las formulaciones del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), un movimiento de sacerdotes comprometidos con los intereses y las angustias de los desposeídos. El Concilio del Vaticano II y la conferencia de Medellín se constituyeron, sin proponérselo, en el punto de referencia desde el cual surgió un compromiso de la llamada Iglesia de Base, con el desarrollo de las luchas populares. En ese contexto surgió el movimiento de Golconda y el de los Sacerdotes para América Latina (SAL).
La experiencia de Golconda, aun cuando tiene antecedentes que se remontan en el tiempo, fundamentalmente se desarrolla entre los años de 1968 y 1969 como un movimiento sacerdotal que pregona una acción pastoral de compromiso con las realidades sociales y políticas que vive el país. Muchos sacerdotes se acercaron e hicieron parte del movimiento revolucionario de la época, y se constituyeron, incluso, en militantes de las organizaciones armadas. Más que una influencia interior en Golconda, la Organización lo que hizo fue canalizar el entusiasmo que despertó Camilo en clérigos y laicos cristianos hacia un compromiso revolucionario. Movidos por ese entusiasmo, llegaron a Colombia Domingo Laín, Antonio Jiménez Comín y Manuel Pérez Martínez, sacerdotes españoles, que buscaban seguir los pasos de Camilo en el interior del ELN, como efectivamente lo hicieron.
Pese a la influencia que el ELN ha mantenido sobre importantes sectores cristianos, de las llamadas Comunidades Eclesiales de Base, no ha dejado de producirse en su interior un amplio, profundo y en ocasiones difícil debate en las relaciones entre marxismo y cristianismo.
No obstante lo anterior, las limitaciones en la concepción del trabajo revolucionario con la población y los sectores sociales organizados, no le permitieron al ELN, durante esta época, consolidarse como un proyecto político con un importante arraigo popular. La falta de políticas claras en sus relaciones con las organizaciones de masas y su concepción estrategista fueron aislando a la Organización de los proyectos y propuestas de los sectores sociales, y reduciendo su trabajo a extraer rápidamente de ellos, los mejores activistas y dirigentes para clandestinizarlos y convertirlos en militantes y combatientes de la Organización. Esto no significa que durante muchos años la militancia del ELN no haya hecho presencia en las organizaciones gremiales y el movimiento social tratando de influenciarlo y aprender de él, desde luego, con resultados muy precarios.
El camino de las contradicciones internas del ELN
En el desarrollo alcanzado por el ELN, hasta 1967, se venía presentando internamente una serie de contradicciones en el aspecto político e ideológico, que hacían referencia, entre otras cosas al papel de lo político y lo militar en la lucha revolucionaria. Pese a que las contradicciones tenían un origen múltiple cuyo fundamento esencial lo constituían concepciones políticas, prácticas culturales, circunstancias psicológicas, realidades específicas de la cotidianidad de la vida guerrillera, etc., comenzaron a desarrollarse intereses particulares en torno al poder de la Organización a través de aspectos predominantemente morales que condujeron a la postre a un manejo maniqueo de estas.
En la lucha por sostener el ELN como un proyecto político-militar, fueron madurando puntos de vista y actitudes que se convirtieron con el tiempo en causa de marcadas “desviaciones” políticas y prácticas militaristas inconcebibles, cuya expresión interna fue el tratamiento inadecuado a las diferencias ideológicas y el sacrificio innecesario de vidas humanas. La contradicción central giraba en torno a la subordinación de lo político a lo militar o viceversa, pero se desdobló en una confrontación entre quienes provenían del trabajo urbano y quienes avalaban el trabajo rural como fundamento esencial del proyecto armado. Lógicamente, quienes tenían una mayor inclinación a fortalecer el trabajo político eran los integrantes de extracción urbana, que habían sido fogueados en la lucha de masas y en los movimientos de izquierda, y tenían una concepción práctica y una experiencia acumulada de ese tipo de trabajo que los convocaba a defenderlo como un elemento capital para que el proyecto se fuera “llenando de pueblo”. Quienes tenían una mayor inclinación hacia el desarrollo del aspecto militar eran los integrantes de extracción campesina, que no eran muy hábiles para el trabajo político, vivían en un analfabetismo político mayor y contaban con unas condiciones físicas, intelectuales, socioculturales y de adaptación al medio, que los convocaba “naturalmente” hacia las prácticas militares; pero además, toda su experiencia cercana en la lucha política estaba en relación con la época de La Violencia y el desarrollo de las guerrillas liberales.
Poco a poco, se fueron configurando dos grupos que llevaron a que los aspectos de la contradicción se polarizaran, en lugar de integrarse y complementarse en una práctica consecuente con lo que se promulgaba. Estaba, por un lado, el grupo de los citadinos, que hacía los énfasis en el aspecto político del trabajo revolucionario, liderado por Víctor Medina Morón; por el otro, estaba el de los campesinos, cuyo énfasis se centraba en el desarrollo del aspecto militar y que lideraba, en alguna forma, Fabio Vásquez.
El año de 1967 fue de bastante tensión y dificultades para el ELN, los operativos militares en el área del Opón obligaron a la Organización a desplegarse hacia el cerro de los Andes. Allí, en un ambiente enrarecido, surgen de nuevo las contradicciones y el enfrentamiento de los dos grupos que se venían configurando. Desde mediados de julio y hasta septiembre, la guerrilla deja de operar militarmente para discutir y elaborar el plan de trabajo de los meses siguientes. En esas reuniones, la situación se fue haciendo cada vez más difícil; el principio de la autoridad suprema en el primer responsable de la Organización se impuso sobre las observaciones y puntos de vista de quienes, haciendo parte del Estado Mayor, tenían sus reservas frente a lo que se planteaba y maduraban sus propios criterios.
Durante estos meses se produce el fusilamiento de Heriberto Espitia, en medio de circunstancias confusas y sin ningún tipo de explicación104. La muerte de Espitia aumenta los niveles de tensión, haciendo que el ambiente y las discusiones se tornaran más difíciles y las decisiones más complejas. Una atmósfera de hostilidad frente a Víctor Medina Morón y quienes lo acompañaban se fue levantando, y poco a poco, todo el ejercicio del poder se centró en Fabio Vásquez; comenzaron a presentarse roces personales e incidentes violentos que ahondaron la profundidad de la crisis y la fueron conduciendo hacia definiciones extremas. El 10 de octubre de 1967, Fabio decide separar de la segunda responsabilidad a Medina, dejándolo en el Estado Mayor en igualdad de condiciones a los demás. Ricardo Lara Parada se convierte en el segundo al mando.
Conforme a lo establecido por el plan de trabajo, el grupo guerrillero se dividió en cuatro comisiones. Una comisión al mando de Manuel Vásquez y Luis José Solano, cuya orientación era desplazarse al sur del departamento, reconocer el terreno, establecer contactos con los campesinos, examinar las condiciones geográficas y socioeconómicas de esa región y mirar las posibilidades de construir trabajo organizativo. Una segunda comisión estaba al mando de José Ayala y Julio Portocarrero, y se debía dirigir hacia la zona llana, con la función de recontactar campesinos, apoyar logísticamente a la guerrilla, buscar el frente Camilo Torres, o lo que quedara de él, y combatir si se presentaba la oportunidad (era la única comisión con autorización para enfrentar al Ejército); en ese grupo estaba Juan de Dios Aguilera, que se había articulado a la guerrilla después de haberse fugado del lugar de reclusión en que lo tenían como consecuencia de su captura en Barrancabermeja, donde se desempeñaba como dirigente petrolero. La tercera comisión permaneció en el cerro de los Andes a cargo de Fabio Vásquez, con el propósito de establecer allí las bases para una retaguardia. La última comisión quedó al mando de Víctor Medina, y de ella hacía parte Julio César Cortés; tenía por objetivo localizarse en la zona de Riofuego y desarrollar durante algunos meses trabajo político-organizativo.
Pese a los esfuerzos que el conjunto de la dirección realiza para sortear las dificultades políticas internas, y del deseo y la buena voluntad de sobreponerse a las limitaciones, dándole prioridad a la defensa del proyecto en su conjunto, la crisis sigue madurando y se van configurando los bloques que han de extremar la confrontación105. La división en comisiones se realizó como una estrategia para aliviar los polos de contradicción; no obstante, cada una de ellas llevó en su interior partidarios de la otra. Así, la conducida por Manuel Vásquez y Luis José Lozano Sepúlveda, la acompañaba Heliodoro Ochoa, quien días antes, había tenido un altercado con Fabio, recriminándole sus privilegios y enjuiciándole el procedimiento anormal de la ejecución de Heriberto Espitia. De la comisión originada por José Ayala y Julio Portocarrero, hacía parte Juan de Dios Aguilera, quien extremaría la contradicción colocando el conjunto del grupo que lideraba Medina Morón, en condiciones de indefensión.
La situación entonces no era fácil, la vigilancia de las partes y el acomodamiento de los hechos a la consolidación de puntos de vista e intereses específicos generaron un tipo de lectura maniquea de cada suceso, agrandándolo o empequeñeciéndolo según las necesidades de la confrontación interna. Acontecimientos que en otras circunstancias podrían pasar desapercibidos recibieron un tratamiento que no se articulaba a las definiciones políticas y disciplinarias internas con mucha coherencia. Se comenzó a esculcar en detalle el comportamiento individual de cada uno de los miembros de las partes, levantándose extensos expedientes imaginarios sobre la base de supuestos y visiones acomodaticias106.
Los últimos meses del año de 1967 fueron particularmente difíciles para el desarrollo interno de la Organización. Pese a los intentos por no llevar las contradicciones a extremos, la dinámica misma del proceso de enfrentamientos había avanzado tanto, que comenzaron a producirse iniciativas individuales que terminaron por complicar las cosas. En la comisión comandada por José Ayala empezó a madurar un movimiento de inconformidad con la dirección, por las actitudes personales de este, que arriesgaba el grupo para satisfacer sus necesidades sentimentales y asumía frente a la crítica una postura autoritaria y descalificadora. Como consecuencia del comportamiento irregular e indisciplinado de Ayala, se produce, en su ausencia, una emboscada a la comisión en la que pierde la vida Hermías Ruiz107, uno de los estudiantes que había seguido los pasos de Camilo a la guerrilla y que jugaba un papel importante en el área de salud.
A mediados del mes de enero de 1968, en el grupo de Ayala se genera un movimiento conspirativo, del que hacen parte Juan de Dios Aguilera y Ovidio Camacho, un campesino que se había articulado desde hacía algún tiempo a la guerrilla, en el que se concibe y se lleva a cabo el atentado en el que es asesinado José Ayala y queda herido el segundo al mando, Julio Portocarrero. Con la muerte de Ayala el grupo queda bajo la conducción de Camacho y Aguilera, como primero y segundo responsables respectivamente. La nueva dirección resuelve separarse del ELN, desconocer la jefatura de Fabio Vásquez y formar una nueva agrupación con el nombre de “Frente Guerrillero Simón Bolívar”, 108 que posteriormente adelantaría acciones militares contra el Ejército y buscaría establecer relaciones políticas con el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR) uno de los grupos existentes en el momento. Este incidente generó en el interior de la Organización una serie de dificultades que terminaron con el fusilamiento de Víctor Medina Morón109, Julio César Cortés110 y Heliodoro Ochoa111, tres de los más antiguos militantes del ELN, cofundadores del proyecto armado112.
Resulta muy difícil comprender situaciones de esta naturaleza, en las que está de por medio la vida humana, al margen de los procesos que las gestaron y en el contexto histórico en el que se produjeron113. Al respecto, el ELN ha madurado con los años una actitud crítica frente a ese tipo de acontecimientos; no obstante, fue en el marco de tales sucesos en que fue construyendo su propia historia, la que definió su cultura, sus valores y sus imaginarios simbólicos, muchos de los cuales hoy se encuentran profundamente transformados. El sacrificio de Víctor Medina Morón, Julio César Cortés y Heliodoro Ochoa, significó la introducción de una práctica extrema en la que las contradicciones políticas fueron solucionadas por la vía militar.