Kitabı oku: «Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018)», sayfa 13
Desarrollo y auge militar: la contradicción sigue madurando
“Solucionadas” parcialmente las contradicciones y conjurado el supuesto complot, el ELN inicia un periodo que se caracteriza por su fortalecimiento militar. A partir de entonces el trabajo político con las bases campesinas, y en general con el movimiento de masas, fue decayendo cada vez más y en su lugar se afianzó la práctica militar y los planteamientos de Fabio Vásquez como primer responsable de la Organización.
Una atmósfera de inseguridad interna comenzó a vivirse en esos meses que siguieron a los fusilamientos de Medina, Cortés y Ochoa. En la práctica se extremaron las medidas de “vigilancia revolucionaria” sobre los militantes, los que optaron por reservarse sus puntos de vista y opiniones en el camino de evitar el hecho de que estos fueran mal interpretados. Una huella profunda dejó en la Organización el hecho de solucionar con fusilamientos las contradicciones políticas e ideológicas, como expresión evidente de la falta de madurez para afrontarlas, pues, lejos de solucionarlas las aplazó.
Aunque las dificultades internas persistían y maduraban cada vez más las contradicciones políticas e ideológicas, estas no se reflejaban en la actividad militar. El periodo de 1966, después de la muerte de Camilo y hasta 1973, cuando la Organización recibe los golpes de los operativos de Anorí, fue en términos generales de conflictos internos, fusilamientos y un relativo auge militar, en el que le producen bajas al Ejército, se recupera armamento y se van encontrando los caminos para sortear otro problema que dificultaba, aún más, la situación: la crisis económica.
El asalto a entidades bancarias, la llamada “recuperación de dineros” a instituciones y empresas y el secuestro se constituyeron en la principal fuente de recursos para financiar la lucha del ELN. Durante mucho tiempo, la Organización vivió de los aportes y colaboraciones voluntarias de la población y mantuvo una posición radical frente al secuestro como fuente de financiación de la lucha revolucionaria. No obstante, en la medida que las necesidades se incrementaban con el crecimiento del grupo, los recursos se fueron haciendo insuficientes y la necesidad de nuevas fuentes de finanzas, más urgentes.
A partir de 1969, el ELN comienza a hacer “retenciones”114 con fines económicos; hasta entonces, la fuente fundamental de sus recursos, en dinero, había sido el producto de acciones como los de la Caja Agraria de Simacota, el asalto al tren pagador y la expropiación de nóminas, como la realizada en el Aeropuerto Gómez Niño, pero tal vez su principal soporte económico había sido durante esos primeros años el apoyo campesino.
Desde entonces115, el ELN ha sostenido la práctica de “retención económica”, como una fuente de recursos para financiar su sostenimiento y expansión. No obstante, no constituye su principal fuente de ingresos; esta ha sido desplazada por la “impuestación” a las empresas transnacionales, pero, sobre todo por la creación de una economía de guerra que compromete la inversión en el sector financiero y productivo del país.
A finales de 1969, la guerrilla cruza el río Magdalena, de Santander hacia Antioquia, y se instala por la zona de la ciénaga de Barbacoa, que en ese momento pertenecía al municipio de Remedios. Durante los meses siguientes se cubre con presencia guerrillera el área de San Pablo, Remedios y Segovia; el trabajo de colonización armada está a cargo de Manuel y Antonio Vásquez Castaño116.
En 1970, la guerrilla rural del ELN estaba compuesta por aproximadamente cien hombres en armas, divididos en tres grupos bajo la responsabilidad de Fabio, Manuel y Antonio Vásquez, José Solano Sepúlveda y Ricardo Lara quienes conformaban el Estado Mayor. Estos grupos se subdividían en pequeñas comisiones, con el objeto de realizar operativos militares y trabajo político e ir abriendo nuevas zonas.
Entre 1969 y 1972, la Organización busca abarcar una extensa área geográfica que compromete más de 50 000 kilómetros cuadrados, en los departamentos de Santander, Bolívar (sur) y Antioquia (nordeste). Así, en 1971, el ELN contaba con seis grupos operando en esta extensa área: un grupo de 20 hombres comandado por Fabio Vásquez, que se localizó en la región de San Pablo en el sur de Bolívar; otro bajo la responsabilidad de José Solano Sepúlveda, con aproximadamente 15 hombres operando en Santander; un tercer grupo, a cuya cabeza se encontraba “Isidro” operando con 15 hombres en la región de Casabe; otro grupo, bajo la dirección de Ricardo Lara compuesto por 20 militantes, desarrollándose en el departamento de Bolívar; un quinto grupo, abriendo territorio en el departamento de Antioquia a cargo de Manuel Vásquez, con 30 hombres; y en el mismo departamento, un grupo de 15 hombres bajo la responsabilidad de Antonio Vásquez, que se reunía y operaba en ocasiones con el grupo de Manuel Vásquez.
Los primeros encuentros de las FARC y el ELN
Las relaciones del ELN con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y con otras organizaciones políticas, en distintas regiones de Santander y Antioquia, fueron ocasionales durante estos primeros años de vida del ELN. En un comienzo, en razón del mismo desarrollo de las dos organizaciones, el cual apenas era incipiente, los encuentros estuvieron cargados de respeto y camaradería. No obstante, con el tiempo se permitió madurar una actitud vanguardista y sectaria que distanció durante muchos años las dos organizaciones, generando incluso enfrentamientos entre ambas por divergencias políticas o por simple recelo territorial. Esta situación se mantendrá hasta bien entrada la década del 80, momento para el cual la dinámica misma del conflicto nacional convoca la unidad en la Coordinadora Nacional Guerrillera (CNG), inicialmente, y luego en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (CGSB).
Pese a lo anterior, durante el periodo comprendido entre 1969 y 1973, se produjeron encuentros, e incluso se compartieron, cordialmente, territorios y campamentos. El ELN sostuvo una posición de respeto frente al trabajo realizado por las FARC, y en especial por el Partido Comunista Colombiano, que era directamente el encargado de efectuar el trabajo amplio en los distintos sectores y movimientos sociales.
En 1971, el grupo de Ricardo Lara entra en contacto con un grupo de las FARC, conducido en ese entonces por “Martín” y “Argemiro”, compartiendo por varios días un campamento en el que intercambiaron opiniones y experiencias en el marco de unas relaciones de “cordialidad y fraternidad”. Pero posteriormente, en el departamento de Antioquia, el mismo grupo, al entrar en contacto con las comisiones comandadas por Manuel y Antonio Vásquez Castaño, encontró unas relaciones bastante tensas, produciéndose el distanciamiento entre ambas organizaciones. Para ese entonces, había madurado por parte del ELN, una actitud vanguardista que repercutió profundamente en sus relaciones con otros grupos.
En general, no fueron muchos los contactos entre las dos organizaciones armadas durante estos años. Los procesos de acercamiento comenzarían a producirse muchos años después, como consecuencia de las dinámicas que la guerra fue adquiriendo en el país. En la primera década de surgimiento de estas organizaciones, los contactos, siendo ocasionales, estuvieron dirigidos básicamente a compartir experiencias, ayudarse mutuamente en aspectos logísticos y a ocupar, sin confrontarse, una misma región. El ELN se benefició ampliamente en su proyecto de expansión y desdoblamiento organizativo de las bases campesinas trabajadas políticamente por el Partido Comunista, sin que ello condujera a la fragmentación de las formas de organización y a la sustracción de las bases del partido. Esto no significa que algunos militantes del partido no terminaran colaborando, e incluso militando en el ELN, pero en general, era una dinámica que la época posibilitaba, dada la precariedad de los proyectos.
Las relaciones con la base campesina
Grandes limitaciones de orden político y práctico tuvo el ELN, durante los años que precedieron los operativos de Anorí, para relacionarse con la base campesina. La experiencia del Opón, en la que todo el trabajo se había derrumbado ante la primera ofensiva del Estado los había vuelto cautelosos en el desarrollo del trabajo de masas. Pero también la concepción misma que tenían de la lucha guerrillera, que aún no lograba distanciarse en la práctica de la concepción foquista, le marcaba pautas muy estrechas al trabajo campesino, el que se orientó básicamente a conseguir apoyo logístico y realizar tareas de seguridad para el grupo.
Este enfoque, además de las limitaciones en la formación política del conjunto de los cuadros, generó una práctica en la que se le prestaba poca atención al trabajo organizativo de nucleación, el cual sí hacía el Partido Comunista Colombiano, por ejemplo. Bajo esta perspectiva, todo el trabajo centraba su atención en canalizar para la Organización aquellos que se mostraban más dispuestos a colaborar y mayor interés por incorporarse a la guerrilla.
La atención a la población campesina, en las áreas de operación, era superficial y espontánea, dada la poca importancia que al interior del grupo se le daba, durante estos años, a la formación ideológico-política, no solo interna, sino también de los campesinos. Manuel Vásquez tuvo como preocupación central la formación política de la base guerrillera y campesina, la cual encontraba supremamente baja; como resultado de esa preocupación, comenzó conjuntamente con Antonio Vásquez y otros miembros de la Organización a elaborar el periódico Simacota con un contenido que superara los aspectos estrictamente agitacionales y fortaleciera lo educativo, como parte esencial para el proceso de formación política de la base guerrillera y del movimiento campesino. Entre mayo de 1972 y mayo de 1973 se produjeron once números del periódico Simacota. Después de la muerte de Manuel en Anorí, el periódico dejó de circular durante casi diez años. El número 12 de la publicación apareció en octubre de 1981, como un documento de formación y discusión interna del ELN.
Hubo muchos esfuerzos realizados por el Estado mayor, y en particular por Manuel Vásquez, sentían la necesidad de manejar con el sector campesino y con el movimiento de masas unas relaciones cargadas de formación política y de crecimiento organizativo. Sin embargo, la capacidad de la Organización en su conjunto era precaria, lo que se expresaba en actitudes y comportamientos que terminaban por imponer criterios autoritarios y de fuerza. La forma vertical en que se trazaban las orientaciones, o se hacían los llamados al campesinado para que colaborara con la guerrilla, muchas veces infundía más temor que respeto, e impedía que madurara una participación plenamente consiente de profunda convicción en la lucha. Esta situación traería a la postre graves consecuencias que se manifestarían en permanentes delaciones, deserciones, juicios y ajusticiamientos.
Motivados por necesidades que desbordaban los intereses puramente políticos y entraban a comprometer aspectos humanos de vital importancia (como las relaciones afectivas), se generaron conflictos de esta naturaleza al interior de la guerrilla y con la población campesina. Esto, en forma oculta, esporádica o permanente, sin compromiso o responsabilidad alguna, trajo repercusiones negativas en el seno mismo de las estructuras guerrilleras y con las familias campesinas, que vivían con el temor de que los guerrilleros abusaran de sus esposas e hijas.
Al interior de la Organización existía una normatividad que cuestionaba y castigaba duramente este tipo de comportamiento. No obstante, se sanciona fuertemente a los guerrilleros de base que incurrían en las prácticas de seducción afectiva a la población femenina del campo, aplicando unos principios éticos y morales que no tenían el mismo peso cuando se trataba de los responsables, quienes en ocasiones ocultaban estas prácticas cubiertos por el manto de una doble moral.
Más allá de estos inconvenientes de la cotidianidad de la vida guerrillera, en general las relaciones con la población campesina eran buenas, pues la guerrilla tenía claro que este grupo social constituía no solo su principal soporte logístico, sino su efectivo sistema de seguridad. En este sentido, los grupos se preocuparon por mantener con las familias campesinas que habitaban sus áreas de influencia, una estrecha relación, visitarlas regularmente y conversar con ellas sobre su proyecto político y sus ideales de lucha.
El segundo capítulo de la contradicción interna del ELN: las ejecuciones de Aguilera, Arenas y Afanador
Durante este periodo, si bien fue una época de bastante actividad militar y expansión territorial, no dejaron de presentarse problemas, siendo frecuentes las deserciones y “ajusticiamientos”.
Son notorias, entre otras deserciones, las de Salvador Afanador, Samuel Martínez, Pedro Vargas (Pelé) y Jaime Arenas. La deserción de este grupo resulta significativa, por la antigüedad y los niveles de responsabilidad que tenían con la Organización y la conducción de las comisiones.
Desde sus comienzos, el ELN estableció como crímenes contra el pueblo y la revolución los delitos de deserción, traición y delación, y fue radical a la hora de sancionar este tipo de actitudes aplicando para ellas la pena de muerte.
Juan de Dios Aguilera, Jaime Arenas y Salvador Afanador, fueron juzgados y condenados por los comportamientos y actitudes asumidas al interior y fuera de la Organización. Es de entenderse que más allá de las prácticas, errores y limitaciones de estos, las que valoradas internamente resultaban “gravísimas”, lo que estaba de presente era la permanente contradicción política y la lucha interna por los recursos del poder.
El 29 de mayo de 1971, fue ejecutado por integrantes del ELN Juan de Dios Aguilera, quien había sido el responsable de la muerte de José Ayala y en gran medida el dinamizador del proceso que terminó con el fusilamiento de Medina, Cortés y Ochoa. Los argumentos a través de los cuales el ELN justifica la ejecución de Aguilera dejan ver claramente la concepción que la Organización maneja, en ese momento, en relación con el imaginario del ideal guerrillero; pero además permite detectar con nitidez elementos de la contradicción entre lo político y lo militar, entre la ciudad y el campo, y las pugnas que internamente se fueron tejiendo por los recursos del poder.
En sus valoraciones, el ELN hace una extensa argumentación de las relaciones de Aguilera con Medina, inculpándolos de planificar la destrucción de la Organización, en una época en que se estaban realizando grandes esfuerzos para superar los obstáculos iniciales (ELN, Insurrección, 1972, pp. 54-55).
Entre los cargos que se le hacen a Aguilera figura el asesinato de José Ayala, la división y fraccionamiento de la Organización, la ejecución de tres militantes de su grupo por problemas internos (Atanael López, Abel Cacua, Antonio Álvarez), el haberse quedado con recursos económicos, logísticos y militares de la Organización, el haber buscado apoyo en las bases urbanas del ELN, confundiéndolas con el discurso del mal tratamiento de las contradicción políticas internas, y el haber contribuido a fortalecer la campaña de desprestigio de la V Brigada del Ejército, dándole argumento al entonces Coronel Álvaro Valencia Tovar, para adelantarla.
Juan de Dios Aguilera mantuvo una actitud de crítica al Estado Mayor, una vez que estuvo a la cabeza del “Frente Simón Bolívar”; denunció públicamente la carencia de una línea de masas al interior de la Organización y el desarrollo de prácticas militaristas, machistas y caudillistas, por parte de la dirigencia del ELN. No dejó de señalar tampoco, lo que en su concepto representaba desviaciones graves como el amiguismo, el favoritismo y muy en relación con los Vásquez, expresiones de nepotismo.
La ofensiva general del ELN contra Aguilera estuvo dirigida a denunciar su comportamiento revolucionario, desde su particular forma de verlo, a señalarlo como infiltrado de la CIA y a ejecutarlo como consecuencia de la determinación tomada en el juicio que se le adelantó conjuntamente con Medina. En síntesis, los cargos y señalamientos hechos por el ELN a Juan de Dios Aguilera en la práctica se constituyeron en hechos de divisionismo, traición, oportunismo, delación y deserción, razones suficientes dentro del código interno para juzgarlo y condenarlo a muerte117.
El 28 de marzo de 1971, dos meses antes de la ejecución de Aguilera, el ELN había ejecutado a Jaime Arenas Reyes, en Bogotá, en momentos en que se preparaba para salir del país. Arenas había jugado un importante papel en la vida de la Organización y en el trabajo de masas, principalmente en el sector estudiantil, en el que fue un connotado dirigente, y había estado muy cerca de todo el proceso político y militar seguido por Camilo Torres Restrepo.
Su incorporación a la lucha guerrillera del ELN, en el campo, lo realiza en una época en que el desarrollo de las contradicciones internas entre el grupo de Fabio y Medina, estaban bastante avanzadas. Arenas participa en el juicio de responsabilidades contra Medina, asumiendo el papel de acusador, los resultados de este proceso ya han sido suficientemente ilustrados118.
En febrero de 1969, Arenas deserta de las filas del ELN y se entrega al Ejército. La organización guerrillera evalúa con los mismos términos con que hizo la valoración de Aguilera, la deserción y entrega de Jaime Arenas119 y le atribuye las delaciones que dieron origen al que se llamó Consejo de Guerra del Siglo120. Su salida del ELN y la actitud asumida por este con respecto a la Organización, en particular sus críticas a procesos que había ayudado a construir, como los fusilamientos de Medina, Cortés y Ochoa, las declaraciones para la radio, la prensa escrita y la televisión determinaron su sentencia y la posterior ejecución en la carrera 4 con calle 18, en pleno centro de Bogotá121. La posición de la dirigencia del ELN, frente al caso de Jaime Arenas y en particular de quienes tuvieron contacto con él, durante sus años en la guerrilla, no ha cambiado substancialmente, como sí ha sucedido en relación con Medina Morón y parte de los integrantes de su grupo.
Más allá de los enjuiciamientos y los niveles de veracidad, los cuales resultan importantes solo para los procesos judiciales, la trascendencia de Jaime Arenas, radica, fundamentalmente, en haberle aportado al ELN una versión crítica de su historia. Esta, compártase o no, es un referente, un punto de vista desde el cual tal historia tuvo la necesidad de pensarse.
El 9 de marzo de 1971, el ELN ejecuta a otro de sus integrantes: Salvador Afanador122. El ajusticiamiento se produce como consecuencia de su deserción y del hecho de haberse puesto al servicio del Ejército en las labores de contraguerrilla. Solo un lánguido e ideologizado comentario se hace al respecto de Afanador en el periódico Insurección:
Como no era posible disfrazarlo de intelectual el enemigo lo puso a su servicio activo en otro frente: la contraguerrilla. Así, recorre las zonas guerrilleras sembrando de desolación los sencillos y humildes hogares campesinos, hasta que igual que los dos anteriores, cae bajo el peso de la justicia del pueblo. (ELN, Insurrección, 1972 pp. 59-60)
Para el ELN, en ese momento, la ejecución de Aguilera, Arenas y Afanador, tiene como significado el hecho de avalar, como principio esencial, la premisa de que una vez asumido el compromiso de hacerse partícipe del proyecto revolucionario, la consigna de liberación o muerte se cumple en forma literal. Por tanto, cualquier intento de dar paso atrás constituye un acto de traición que se paga con la vida.