Kitabı oku: «El no alineamiento activo y América Latina», sayfa 2
Tabla 1.
No Alineamiento y NAA: Marco y Contexto
Origen | Eje geoeconómico | Plataformas | IFIs | Diplomacia |
NA | ||||
Guerra Fría | Atlántico Norte EEUU-URSS | NOAL, G77 | BM y FMI | Cahiers des Doleances |
NAA | ||||
Potencial Guerra Fría | Asia-Pacífico EEUU-China | BRICS, IBSA | BAII y NBD | Diplomacia financiera colectiva |
Fuente: Confección de los autores.
Esta Segunda Guerra Fría, si bien enfrentaría también a los Estados Unidos con otra gran potencia que se autodefine como comunista, y también pondría a América Latina entre la espada y la pared, tiene características sui generis. A comienzos de la tercera década del nuevo siglo, el eje de la actividad económica en el mundo se ha trasladado del Atlántico Norte, donde estuvo radicado durante gran parte del siglo XX, al Asia-Pacífico, en lo que el Banco Mundial ha denominado el “Giro de la Riqueza” del Norte al Sur Global (De la Torre et al. 2015).
En esos términos, el planteamiento original de No Alineados de no suscribir alianzas militares con ninguna de las superpotencias, y mantener la autonomía de acción necesaria para impulsar el interés nacional sin cortapisas ha recuperado vigencia. Lo mismo vale para los principios de panchsheel, cuyo endoso a la no intervención, a la coexistencia pacífica, al multilateralismo y a la vigencia del derecho internacional se hace eco de aquellos que durante mucho tiempo han inspirado a la política exterior de los países de América Latina. Al mismo tiempo la existencia de armas nucleares, y la mera posibilidad de una consiguiente anihilación mutua entre las grandes potencias, representa una limitación obvia al escalamiento ilimitado de las tensiones entre las superpotencias, y otorga un cierto margen de acción a los países en vías de desarrollo.
Una doctrina para nuestro tiempo
El plantear una política de NAA en el nuevo siglo no se debe, entonces, a un afán nostálgico, una especie de a la recherche des temps perdus diplomático. Por el contrario, responde a que el sistema internacional, si bien en un momento de transición y de gran fluidez, que apunta a lo que Acharya (2018) ha denominado un mundo multiplex, tiene también elementos de bipolaridad entre dos grandes potencias, en este caso, Estados Unidos y China. Lo que vemos es una reedición de la lucha por los corazones y las mentes de los pueblos del Tercer Mundo, ahora, del Sur Global. A la Iniciativa de la Franja y la Ruta lanzada por China en 2013, Estados Unidos, en la Cumbre del G7 en 2021, ha respondido exhortando a los Estados miembros a hacer algo similar, bajo la rúbrica de Building Back Better World (B3W). Nada indica que en años venideros las tensiones entre Washington y Beijing vayan a disminuir. Las proyecciones reflejan que Estados Unidos mantendrá su superioridad militar por varias décadas, pero que la economía china superará en tamaño a la estadounidense en menos de una década, tendencia que se acentuó con el impacto de la pandemia de covid-19.
Dicho ello, y como se puede colegir de la Tabla 1, seis décadas después del establecimiento del NOAL, el mundo atraviesa por un momento muy distinto y más esperanzador para los países en vías de desarrollo. Como señala Heine en el primer capítulo de este libro, el sistema internacional se encuentra en transición desde el Orden Liberal Internacional vigente desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta 2015, a uno muy distinto, mucho más descentralizado (Acharya 2018). De representar un 50% del producto mundial en 1945, los Estados Unidos hoy representan un 24% del mismo, mientras China representa un 16%, y las proyecciones indican que el tamaño de la economía china superará a la de los Estados Unidos antes del fin de esta década (desde 2014 ya la supera en términos de Paridad de Poder Adquisitivo). Según diferentes estimados, para 2050, siete de las diez mayores economías del mundo provendrán de lo que hoy denominamos el Sur Global.
Más allá del auge de las economías emergentes en el nuevo siglo (la sigla de los BRICS le dio su sello a la primera década del nuevo siglo), y la decadencia relativa de las potencias occidentales tradicionales, hay tres fenómenos propios de este cambio de época. Ellos reflejan un giro fundamental en materia de economía política internacional.
El primero de ellos se refiere al libre comercio. El principio del libre comercio fue uno de los pilares del Orden Internacional Liberal y fue impulsado como tal por sus principales proponentes, las potencias anglosajonas como los Estados Unidos y el Reino Unido (Ikenberry, 2020). El libre acceso a los mercados fue definido como piedra filosofal del sistema internacional. A partir de 2017, sin embargo, la defensa del libre comercio fue abandonada por los Estados Unidos, quien abrazó en cambio un principio muy distinto, el del “comercio justo”. Estados Unidos denunció el Acuerdo Trans Pacífico, comenzó a aplicar aranceles a diestra y siniestra, y políticas comerciales discriminatorias en forma rutinaria (Cooley y Nexon 2020). Una de las cláusulas claves para Washington en la renegociación del TLCAN con Canadá y con México en 2019, fue una que prohibió, de facto, la firma de alguno de los Estados miembros de un TLCcon China.
El segundo alude a la globalización. La fase actual de la globalización (iniciada, grosso modo, en 1980), gatillada, sobre todo, por la revolución en las TI y las telecomunicaciones, fue, asimismo, apoyada por las potencias del Atlántico Norte, en el entendido que su superioridad científica y tecnológica las llevarían a ser las principales beneficiarias de este proceso. Y si bien algo de ello ocurrió, sobre todo en las décadas iniciales, ello no se desarrolló acorde a lo que muchos habían proyectado. De hecho, en el nuevo siglo, han sido los así llamados “gigantes asiáticos”, China e India, los que más se han beneficiado de la globalización (Friedman 2005). Sus altas tasas de crecimiento y acelerada industrialización no han dejado de impactar al sector manufacturero en los países del Norte, llevando al cierre de numerosas fábricas, sobre todo en el sector siderúrgico y de la industria automotriz, en el Medio Oeste de los Estados Unidos y el Norte de Inglaterra. Ello, a su vez, ha gatillado una poderosa reacción antiglobalización en vastos sectores de la población, llevando al resultado del referéndum a favor del Brexit en el Reino Unido en junio de 2016, así como a la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos en noviembre de ese mismo año (Hopkin 2020).
El tercero se refiere al multilateralismo. El trabajar de consuno con otras naciones en instancias formalizadas y estructuradas está en la base de ese Orden Liberal Internacional que surgió al final de la Segunda Guerra Mundial. El mismo se expresa con especial nitidez en la Organización de Naciones Unidas (ONU), en cuya creación los Estados Unidos y el Reino Unido también jugaron un papel fundamental. A partir de 2016, sin embargo, con la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos y el voto a favor de dejar la Unión Europea por parte del Reino Unido, esto cambia. Estados Unidos abandona numerosas instancias multilaterales dentro y fuera de la ONU(incluyendo el Acuerdo de París, el Consejo de Derechos Humanos, Unesco, la Organización Mundial de Salud y el Acuerdo Trans Pacífico) optando por el bilateralismo, sino derechamente por la acción unilateral en materia internacional (Cooley y Nexon 2020, 159-185).
Con la llegada al poder del presidente Biden se produce un retorno al multilateralismo, si bien definido estrictamente en función de los intereses de EEUU (Biden 2020). Por otro lado, en contra de lo que algunos esperaban, su gobierno ha mantenido incólumes los altos aranceles a las importaciones chinas establecidas por su predecesor; tampoco hay señales que EE. UU. vaya a volver a lo que se conoce ahora como el CPTPP, sucesor del Acuerdo Trans Pacífico.
Junto a este cuadro de creciente proteccionismo de los países del Norte, los países del Sur Global, o lo que podríamos llamar el “Nuevo Sur”, están en una posición muy distinta a la del antiguo Tercer Mundo. Mientras este último se consideraba una víctima de un sistema internacional que lo explotaba, y promovía por ende el desarrollo autárquico y la desvinculación de los países del Norte, las nuevas potencias emergentes se han beneficiado de la globalización.
De hecho, están interesadas en participar aún más de los flujos internacionales de comercio e inversión, algo de lo cual nuevas entidades como el RCEP, suscrito en noviembre de 2020 en Asia, son un buen ejemplo (Albertoni y Heine 2020). A su vez el lenguaje de la “desvinculación” de la economía mundial ya no es abrazado por los países en desarrollo, sino que por los Estados Unidos. Desde hace varios años, tanto autoridades de gobierno como especialistas académicos de ese país sostienen que la única manera que Estados Unidos puede competir con China esdesvinculando ambas economías en todo lo posible, tanto en materia de comercio, como de inversión, finanzas y hasta turismo e intercambios universitarios. Según esta perspectiva, de continuar el alto nivel de interdependencia entre ambas economías, Estados Unidos llevaría todas las de perder, por lo que sería indispensable reducirla en todo lo posible (Anonymous 2021).
En otras palabras, el mundo ha dado un viraje de 180 grados. La teoría de la dependencia, originada en América Latina en los años sesenta, ha sido resucitada por los Estados Unidos en el nuevo siglo. Ahora no son ya los países del Tercer Mundo los que se sienten amenazados por la dinámica de la economía política global, ni son los que erigen barreras para protegerse de ella. Son los propios países desarrollados del Norte, y muy prominentemente los Estados Unidos, los que abrazan el proteccionismo y el aislacionismo como banderas, reniegan del libre comercio, y promueven lo que llaman “comercio justo”. Y, no contentos con erigir esas barreras en sus propias fronteras, están empeñados en erigirlas también en los países latinoamericanos.
El neo-proteccionismo del Norte en la práctica
Un ejemplo de ello es el préstamo de 3.500 millones de dólares de la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional (IDFC), entidad del gobierno estadounidense, a Ecuador. En los inicios de la pandemia covid-19, Ecuador fue zona cero de la epidemia en la región, con los cadáveres apilándose en las calles de Guayaquil. Además, con la caída de los precios del petróleo, se agravaron los problemas de la deuda externa del país. Aprovechándose de ello, en el mes de enero de 2021, ya a fines del gobierno del presidente Trump, el IDFC llevó la tan criticada condicionalidad de los préstamos de las instituciones financieras internacionales occidentales a nuevos extremos. El préstamo vino con dos condiciones. La primera fue que Ecuador se comprometiera a no utilizar ningún tipo de tecnología china en su red de telecomunicaciones. La segunda, que privatizara activos del sector público por un monto equivalente al préstamo. Como si fuese poco, los activos a ser privatizados no serían determinados por el gobierno de Ecuador, sino que en forma conjunta por ambas partes. Según Adam Boehler, el director ejecutivo saliente de la IFDC, este sería un “modelo novedoso” para expulsar a China de los países latinoamericanos, que lo había discutido con el equipo de transición de Biden, que lo habría visto como un “enfoque interesante e innovador” (Gallagher y Heine 2021).
Hay mucho de equivocado en este “novedoso modelo”. En primer lugar, significa utilizar a los países latinoamericanos como “carne de cañón”, a ser sacrificados en aras de la política de los Estados Unidos hacia China. Con esto, Estados Unidos ni siquiera está defendiendo su propia tecnología 5G en telecomunicaciones (de la que no dispone), sino que meramente bloqueando el acceso de empresas chinas a la región y retrasando el desarrollo económico de un pequeño país latinoamericano en dificultades. Por otra parte, el forzar a Ecuador a vender activos en plena crisis significa venderlos a un precio inferior al normal y no parece encaminado a favorecer el desarrollo del país. Más bien parece tener como objetivo reducir su capacidad estatal, disminuyendo sus recursos y generar abultadas ganancias para compañías extranjeras. Finalmente, el que la IFDC se asigne a sí misma un papel en seleccionar las empresas públicas ecuatorianas a ser privatizadas hace surgir serias dudas acerca de la transparencia de este proceso. ¿Es que ya hay empresas estadounidenses interesadas en ciertos activos ecuatorianos que han trasmitido ello a la IFDC? Demás está decir que ello iría en contra de las normas básicas de probidad de cómo se administran las privatizaciones y presenta interrogantes acerca del modus operandi de esta nueva entidad estadounidense, con solo un par de años de existencia.
Una política de NAA estaría orientada precisamente a evitar situaciones como esta en Ecuador, y a que los gobiernos de la región orienten su accionar según sus intereses nacionales y no según los de las grandes potencias que pretenden imponerle los propios.
¿Hacia una Segunda Guerra Fría?
Nuestro argumento, entonces, se basa en que, a comienzos de la tercera década del siglo XXI, hay suficientes elementos en común con lo ocurrido en la segunda mitad del siglo XX como para hablar de una Segunda Guerra Fría en ciernes. Para algunos observadores, ello sería una exageración (Bremmer 2020). A diferencia del conflicto surgido entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, y que llevaría a un sistema internacional bipolar marcado por fuertes diferencias ideológicas y tensiones en el campo militar, lo que habría ahora sería algo muy distinto. El diferendo entre los Estados Unidos y China sería ante todo una competencia por la primacía global que se daría en lo comercial y lo tecnológico, sin los ribetes de un enfrentamiento entre dos tipos de sociedad ni la carrera armamentista que se dio alguna vez entre Washington y Moscú. Según esta perspectiva, estas tensiones se habrían exacerbado debido al peculiar estilo confrontacional del presidente Trump y algunas medidas tomadas por el gobierno chino en reacción a las manifestaciones en Hong Kong y su supresión de movimientos nacionalistas en Sinkiang, pero sería una exageración darle el carácter que tuvo el conflicto entre Washington y Moscú en su momento. De acuerdo a este razonamiento, el retorno de un presidente liberal y moderado, como es Joe Biden, a la Casa Blanca, como ocurrió en 2021, le pondría paños fríos a la escalada de tensiones con China, y las cosas retomarían su cauce de normalidad; esto es, el de una competencia natural entre la potencia hegemónica y una en ascenso, pero en ningún caso con las características de confrontación global que tuvo la Guerra Fría de otrora.
Para sorpresa de algunos, sin embargo, lejos de bajar el diapasón de la retórica anti-China, el gobierno del presidente Biden la ha subido (Sanders 2021). Sin limitarse a mantener las diferencias con Beijing confinadas a temas como la balanza comercial bilateral o los derechos de propiedad intelectual, el presidente Biden y sus colaboradores han planteado el diferendo con China como uno entre democracia y autoritarismo. Los esfuerzos por construir una coalición global anti-China han ido de la mano con una retórica no muy distinta de la del secretario de Estado John Foster Dulles en los cincuenta, y su apocalíptico contraste entre el así llamado “mundo libre” liderado por Washington, y las “naciones cautivas” bajo la férula de Moscú.
En esos términos, los esfuerzos por negar lo que es obvio, y pretender que el conflicto entre Estados Unidos y China no se continuará extendiendo, ni que alcanzará ribetes mayores, no son productivos. Lo que urge, por el contrario, es un diagnóstico adecuado de la coyuntura actual y su significado para América Latina. Esto no implica que no haya diferencias entre ambos tipos de diferendos entre grandes potencias. Las hay, y no son menores, como se puede ver en la Tabla 2.
Tabla 2
La Primera y la Segunda Guerra Fría
Protagonistas | Orden Global | Economía Mundial | Conflicto | Competencia |
1era Guerra Fría | ||||
(1947-1989) | ||||
EEUU y URSS | Bipolar | Fragmentada | Ideológico y Militar | En Tercer Mundo |
2ª Guerra Fría | ||||
(2020-) | ||||
EEUU y China | Multiplex | Globalizada | Comercial, Tecnológico, Ideológico y Militar | En Sur Global |
Fuente: Confección de los autores.
Con todo, hay suficientes elementos en común entre ambas épocas como para darse cuenta que el camino del NAArepresenta ahora la mejor alternativa. El margen de acción para las potencias medianas y pequeñas en un cuadro de conflicto de superpotencias depende en parte importante de la intensidad del mismo. De este escalar a niveles muy altos, la situación de los países no alineados puede llegar a ser insostenible. Sin embargo, en adición al “techo” en materia de conflicto que representa la presencia de armas nucleares, hay dos elementos adicionales que morigeran la intensidad de este. Uno de ellos es la globalización de la economía mundial, y el grado al cual cualquier interrupción de los flujos de bienes, servicios y capital afecta al sistema en su conjunto. La paralización del Canal de Suez por varias semanas ante el encallamiento de un carguero en abril de 2021, y su efecto a lo largo y lo ancho del mundo, es prueba al canto de ello. El segundo es el grado de interdependencia e interpenetración de la economía china y la estadounidense (el comercio bilateral en 2019 se aproximó a los US 700 mil millones de dólares).
En esos términos, el NAA abre un abanico de oportunidades hasta ahora inexistentes. En la medida en que la competencia estratégica por América Latina se acentúa, mayor es el poder de negociación de los países de la región, aunque ello también depende de la capacidad de acción colectiva.
Desbrozando un nuevo enfoque para una nueva época
Como señalamos al inicio de este capítulo, las crisis no son algo ajeno a América Latina, sino recurrentes en su historia. Sin embargo, la crisis actual, puesta en especial evidencia por la pandemia de covid-19, lejos de ser una situación puntual, a ser superada, digamos, una vez que se recuperen los precios de las materias primas, pareciera reflejar algo distinto. Lo que comienza a configurarse es un fenómeno con elementos de longue durée, esto es, del tránsito de la región de la periferia a la marginalidad. Como revelan numerosos indicadores, como tamaño de población, capacidades nacionales, volumen de comercio, relaciones diplomáticas y participación en organizaciones multilaterales, entre otros, América Latina es crecientemente irrelevante en el mundo de hoy. Está siendo desplazada en varios de estos indicadores incluso por África, continente con un nivel de desarrollo e ingreso per cápita muy inferior (Schenoni y Malamud 2021).
Es en este contexto que debe entenderse el desafío actual de la región. Este ya no se limita meramente al que, debido a su fragmentación e incapacidad de acción colectiva, sea excluida de las negociaciones y deliberaciones acerca de cómo reestructurar el orden mundial en transición. El problema es más agudo. Lo que hay es una tendencia secular a declinar en términos comparados con otras regiones.
En el primer capítulo de este libro, Jorge Heine analiza la actual coyuntura internacional y el cómo se ha creado una tormenta perfecta. Una globalización que ha favorecido más a algunos países del Sur Global que a otros del Atlántico Norte ha generado una reacción populista en estos últimos, reacción con fuertes componentes xenófobos y chauvinistas. Esto último se ha traducido en un pronunciado discurso antiinmigrantes, que en el caso de Estados Unidos se refiere en parte a latinoamericanos. Ello ha ido de la mano con tendencias proteccionistas, que se han replicado a lo largo y lo ancho del mundo. La pandemia, a su vez, en vez de aunar voluntades, solo ha acentuado el síndrome del “sálvese quien pueda” en América Latina. El triste estado de las entidades regionales latinoamericanas ha ido acompañado del pronunciado deterioro de las organizaciones panamericanas, como la OEA y el BID (González et al. 2021).
Dos importantes encuentros internacionales que se suponía hubiesen tenido lugar para mediados de 2022 no se realizaron. La Cumbre de las Américas, evento trienal que debió haber tenido lugar en abril, fue postergada para el segundo semestre. El Foro Ministerial de Cancilleres China-Celac, otro evento trienal, que correspondía realizar en enero de 2021, tampoco tuvo lugar. El mensaje de las grandes potencias es obvio. América Latina cuenta cada vez menos.
El cómo los países latinoamericanos deben desplegar una diplomacia de equidistancia (DDE) entre estas mismas potencias es el tema del capítulo de Juan Gabriel Tokatlian, vicerrector de la Universidad Torcuato di Tella y amplio conocedor de las relaciones interamericanas. Tokatlian llama a un camino intermedio entre el plegamiento y elcontrapeso en esta compleja labor, incluyendo lo que él denomina el uso del multilateralismo vinculante, la contención acotada y la colaboración selectiva. Por su parte, Barbara Stallings, prominente especialista en las relaciones Asia-América Latina, subraya el grado al cual la presencia china en América Latina contribuye a diversificar las relaciones internacionales de la región, si bien no deja de manifestar sus prevenciones respecto de los peligros que entraña caer en una excesiva dependencia del mercado chino, así como de los efectos desindustrializadores que ha tenido la relación con ese país. La enorme demanda por materias primas, sobre todo en el caso de los países sudamericanos, ha tendido a afectar el sector manufacturero en la región, como lo ha hecho la competencia de productos chinos.
A su vez, Esteban Actis y Nicolás Creus, autores de un reciente libro sobre la disputa por el poder global entre China y Estados Unidos (2020), hacen su diagnóstico a partir de lo que ellos llaman el “bipolarismo entrópico” de nuestra era. Se refieren a un orden mundial marcado por una cada vez mayor incertidumbre, así como de guerras comerciales y tecnológicas, pandemias, ataques terroristas y catástrofes climáticas. La yuxtaposición de una creciente “difusión de poder” con una “transición de poder” constituye una combinación explosiva. En ese marco subrayan que, a mayor tensión entre China y Estados Unidos, menor será el margen de maniobra de los países latinoamericanos, y que una forma de incrementar este último sería fortaleciendo los procesos regionales, así como las capacidades nacionales.
Leslie Elliott Armijo, quien acuñase el término “diplomacia financiera colectiva”, para referirse al nuevo empoderamiento del Sur Global en esa materia (Roberts, Armijo y Katada 2017), argumenta que, en contra de lo que pudiese pensarse, un Estados Unidos en declive relativo debería necesitar más, no menos a América Latina, y que eso abre interesantes oportunidades para la región, siempre que esta sepa aprovecharlas. Ello requiere una cierta mentalidad de “Estados emprendedores”, con iniciativa, imaginación y capacidad de propuesta, el prototipo de los cuales se considera a Singapur. En ese marco, es revelador que, en el imaginario colectivo latinoamericano, Singapur figura poco, y si lo hace, lo es por sus logros económicos, y no por los diplomáticos, que son tanto o más significativos.
Pasando de la política exterior stricto sensu, al de la geopolítica, Monica Herz, Antonio Ruy de Almeida Silva y Danilo Marcondes indican las limitaciones que tienen actualmente los países latinoamericanos para aplicar una política de NAAen materia de seguridad. Si bien en 2008 hubo iniciativas regionales interesantes en la materia, como la creación del Consejo de Defensa Sudamericano, bajo el ámbito de Unasur, el mismo ha dejado de existir. En materia de defensa el predominio de las entidades interamericanas, lideradas por Estados Unidos, es abrumador. La presencia de China en el sector es mínima, con solo algunas ventas de armas de Venezuela, y algunos otros países, pero en cantidades muy menores. Tal vez el aspecto más novedoso en ello sea la presencia en Argentina de una estación espacial china en la provincia de Neuquén, expresión material de un tratado de cooperación estratégica espacial entre ambos países.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta, el gran proyecto de política exterior del presidente Xi, tuvo como propósito inicial el recrear Eurasia, uniendo la zona más dinámica y de mayor crecimiento, Asia del Este, con el mayor mercado del mundo, el de la Unión Europea (Drache, Kingsmith y Qi 2019; Ye 2020). Más de alguien ha dicho que solo un Estado-civilización milenario como China podría concebir un proyecto de política exterior tan ambicioso como ese. En su capítulo, Andrés Serbin, presidente de Cries, autor de un reciente libro sobre el tema (2020) analiza el resurgimiento de Eurasia como el mega-continente que alguna vez fue, centro de la geopolítica mundial, y lugar de los grandes conflictos que han estremecido al mundo desde tiempos inmemoriales, y el porqué de su trascendencia para América Latina.
El origen del Movimiento de Países No Alineados estuvo en Bandung, la ciudad en Indonesia donde en 1955 se reunieron los líderes de lo que se llamaría el Tercer Mundo. Jawaharlal Nehru, Gamal Abdel Nasser y Sukarno, así como Zhou en Lai, estuvieron allí, “presentes en la Creación”, como dice la expresión. También estuvo allí Roberto Savio, periodista, escritor y campeón infatigable del Sur Global. En su capítulo, Savio comparte sus impresiones sobre ese encuentro, la trayectoria del NOAL y su perspectiva actual sobre el Nuevo Sur. Cabe notar especialmente cómo a su juicio el apoyo de Cuba a la invasión soviética de Afganistán en 1979 asestó un fuerte golpe a la reputación de Fidel Castro en el NOAL, hasta entonces uno de sus líderes más destacados.
Y es una medida de lo mucho que han cambiado las cosas desde Bandung, que el auge y crecimiento de potencias como China, India, Brasil, Turquía, Corea del Sur, Sudáfrica y la propia Indonesia, entre otras, ha llevado a utilizar el término “un Mundo PostOccidental” para describir las realidades del nuevo siglo y el rumbo que este tomará. Oliver Stuenkel, analista brasileño y autor de un libro con ese título (2016), elabora sobre el significado del término para América Latina, y la urgencia de mirar la realidad internacional bajo esa óptica. Un enfoque de NAA, como es obvio, es especialmente apropiado para un mundo de ese tipo.
Jorge Castañeda, excanciller mexicano, y uno de los intelectuales públicos más prominentes de América Latina, se aproxima a ese tema en forma clínica. A su juicio, una política de NAA sería más viable en Sudamérica que en México, Centroamérica y el Caribe, países cuyas economías y sociedades están más imbricadas con Estados Unidos. Aun en Sudamérica, no dejaría de enfrentar desafíos. Ellos incluyen las áreas temáticas a escoger para jugar la carta del NAA, así como a la voluntad para usarla en forma estratégica, para “apalancar” los intereses de la región.
La economía política internacional presenta sus propios desafíos. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, y Sebastián Herreros, funcionario de la División de Comercio Internacional e Integración de esa misma entidad, examinan el estado de la economía de la región ante la crisis causada por la pandemia, incluyendo la desaceleración del comercio y de la IED y los consiguientes desequilibrios que ello genera. Como Barbara Stallings, prestan especial atención a la reprimarización exportadora vinculada con la irrupción de China, y el cómo revertir esa tendencia. También se refieren a lo que denominan el “vaciamiento” del comercio intra-regional latinoamericano, palabra que se repite en materia diplomática.
En épocas de crisis, el financiamiento internacional es fundamental. Y ese es el tema que aborda Carlos Ominami. Ominami vincula los enormes problemas que enfrenta la región no solo en el plano económico sino que también en el social y medioambiental, con la urgente necesidad de mejores y más potentes instrumentos de gobernanza global, algo que a su juicio los países latinoamericanos deberían contribuir a remediar. Vinculado a ello está el lugar del comercio y la inversión en la gobernanza económica mundial, tema abordado por Carlos Fortin. La ralentización del comercio de bienes desde 2007, y el freno que se ha introducido a la tasa de expansión de la globalización desde entonces, que ha ido de la mano con la parálisis de las negociones de la Ronda de Doha de la OMC desde 2008, así como de su Órgano de Apelación a partir de 2019, le dan su impronta a nuestra era. En ese marco, Fortin señala que “la embestida de gobiernos y empresas de los países desarrollados por configurar un régimen internacional unificado para la gobernanza económica mundial que reflejara sus intereses continuó a distintos niveles”, proporcionando el trasfondo para el conflicto hegemónico de hoy.
Ese conflicto se ha expresado también en torno al reordenamiento de las cadenas de valor, algo abordado por Osvaldo Rosales, exdirector de la División de Comercio Exterior e Integración de la Cepal. Ello ha adquirido un nuevo ímpetu con la crisis provocada por la pandemia, que ha puesto sobre el tapete la importancia de la resiliencia de estas cadenas de valor en conjunción con el de los costos de producción, que había sido hasta ahora el criterio predominante. Ello abre interesantes posibilidades para un eventual traslado a América Latina de procesos productivos realizados hasta ahora en Asia, aunque el grado al cual los países de la región estén en condiciones de aprovecharlas (con la importante excepción de México) es una cuestión abierta.