Kitabı oku: «El odio y la clínica psicoanalítica actual», sayfa 8
Al mismo tiempo, la madre está “en proceso” de sobrevivir porque es real. Ella es capaz de sobrevivir a la destrucción porque es una persona real: un adulto con emociones maduras (tanto como primitivas), ideas y capacidades psicológicas propias, alguien que es capaz de soportar la experiencia de estar siendo destruida concretamente como madre y sobrevivir concretamente mientras se está destruyendo En otras palabras, ella es un sujeto maduro, separado del infante, probablemente capaz de sobrevivir a los sentimientos de que es solamente una madre de nombre. Esto lo hace a través de movilizar sus propias (reales) capacidades conscientes e inconscientes para recobrar su sensación de sí misma como una madre suficientemente buena, aunque ella se “esté destruyendo” como una madre suficientemente buena.
Si la madre y el bebé logran ser exitosos en la negociación emocional en este territorio, la madre no solo debe sobrevivir al dolor de destruirse, ella además debe ser capaz de comunicar que ha sobrevivido. Lo hace de mil maneras en las cuales vive y valora genuinamente su manera de ser madre con su bebé, lo que el niño espera ansiosamente (después de destruirla) y celebra cuando la encuentra.
Otras personas en la vida de la madre pueden ser capaces de ayudarla a sobrevivir al estar destruyéndose, por ejemplo, su marido, su madre, su abuela, su analista —quienes pueden darle de manera concreta y/o metafórica momentos de descanso en los cuales puede “soñar” (Bion, 1962, p.5)— para hacer el trabajo psicológico inconsciente de la experiencia de ser destruida por el infante, y la experiencia de sobrevivir a dicha destrucción. La madre puede también ser ayudada a sobrevivir, mientras está siendo destruida, por la presencia de objetos internos inconscientes provenientes de experiencias reales con personas que la cuidaron cuando ella era un bebé o una niña, quienes pudieron sobrevivir mientras ellos estaban siendo destruidos por ella.13
La frase que estamos discutiendo concluye con la aseveración entre líneas que el objeto que se convierte en real en el proceso de estar destruyéndose también se convierte en ‘destructible y prescindible’. En otras palabras, la ‘destrucción’ de la madre y el sobrevivir de esa destrucción promueve en el infante el sentimiento de seguridad suficiente para ser capaz de experienciar a su madre como prescindible, superflua, innecesaria. Él sabe que ella sobrevivirá a la experiencia de ser prescindible.
Así como la habilidad de la madre para permanecer viva para ella y para el infante mientras se destruye, es el eje del proceso para que el infante desarrolle la capacidad de usar los objetos, esto también lo es en el encuadre analítico:
El analista, la técnica analítica y el encuadre analítico deben sobrevivir al ataque destructivo del paciente. La actividad destructiva es el intento del paciente de ubicar al analista fuera del control omnipotente, esto es, fuera en el mundo. Sin la experiencia de máxima destructividad (objeto no protegido) el sujeto nunca ubica al analista afuera y por lo tanto este nunca puede experimentar más que una especie de autoanálisis, puesto que el analista es solo una proyección de parte del self. (1971, p. 91)
Aquí el lenguaje de Winnicott es enfático. El analista debe sobrevivir a “la máxima destructividad (objeto no protegido)”. En otras palabras, el analista no debe impedir los ataques destructivos del paciente ni ponerse defensivo, por ejemplo, no debe utilizar defensivamente la interpretación como intento de aplacar la intensidad de los sentimientos del paciente. (Esta es la alusión a la que me refería con la idea que, “Me horroriza pensar cuantos cambios profundos he impedido o demorado en pacientes […] por mi necesidad personal de interpretar” [Winnicott, 1971, p. 86]). Es importante aquí no equiparar destructividad con ira. El paciente necesita no sentir rabia del analista mientras lo está ignorando, despreciando o haciéndolo sentir superfluo. Las ganas de la madre/
analista de ser retaliativa son completamente comprensibles. Todos como padres y como analistas hemos sentido el impulso de vengarnos de las repetidas experiencias de ser destruidos como padres o como analistas. Pero existen momentos en el proceso del movimiento de la relación de objeto (su uso objetal durante los cuales la retaliación de cualquier tipo es experimentada por el infante o por el paciente como un ataque a su mente, más exactamente, a su psique-soma). Bajo estas circunstancias, la retaliación concreta de la madre/analista activa un proceso patológico que puede ser irreversible si no es identificado y considerado cuidadosa o contundentemente.
Estos ataques pueden ser muy difíciles para el analista de sostener, especialmente cuando son expresados en términos de delusiones o a través de la manipulación que genera que el analista haga cosas que son técnicamente inadecuadas. (Me refiero a ser poco confiable en situaciones en las cuales lo único importante es ser confiable, así como sobrevivir en términos de mantenerse vivo y carente de la cualidad retaliativa). (p. 92)
En este pasaje, Winnicott considera por primera vez el dolor real que el analista (y por extensión, la madre) siente en respuesta a ser destruido como analista por el paciente, pero se detiene poco en la percepción que tiene el paciente de eso, y la respuesta a; y plantea el dolor del analista como el medio principal a través del cual el analista/madre llega a ser real para el paciente/infante. Tal como he planteado, creo que la percepción del paciente/infante de, y la respuesta a, el dolor del analista/madre son cruciales en el movimiento desde la relación de objeto [subjetiva] hacia el uso-objetal.
Para resumir, la idea que la madre está siendo destruida porque es real, me sugiere que la madre solo llega a ser destruida porque ella es real; una persona real que es capaz de experienciar el dolor de estar siendo destruida como una madre adecuada. Y ella se deviene real porque es destruida en tanto el infante es capaz de sentir la realidad del dolor que ella experimenta (como persona separada) al estar siendo destruida (como madre). Por otra parte, ella sobrevive porque es real, en tanto que, para la subjetividad del infante, solo alguien real que vive en el mundo externo es capaz de ser destruido y al mismo tiempo sobrevivir como una persona viva que continúa amándolo y sigue estando emocionalmente presente para él. Todo ello, al mismo tiempo que es capaz de soñar (de hacer el necesario trabajo psicológico inconsciente con) la experiencia de estar siendo destruida y así como la de sobrevivir a ello.
Un punto teórico inconcluso
Winnicott abre la última parte de su texto con un planteamiento personal que recuerda lo escrito en la primera parte. Dice:
Ahora tengo casi completamente expuesto mi planteamiento. Sin embargo, no absolutamente ya que no es posible para mi dar por garantizada la aceptación (por parte del lector) que el primer principio en la relación subjetiva con el objeto (objetivamente percibido, no subjetivo) es destructiva [pero esa destructividad no es una repuesta agresiva a la realidad]. (1971, p. 90)
Y luego, elabora:
En la teoría ortodoxa, la suposición que la agresión es reactiva al encuentro con el principio de realidad, siempre está presente. En cambio, aquí entre la relación de objeto [subjetiva] y el uso-objetal es el empuje destructivo el que crea la cualidad de la externalidad. Esto es esencial en la estructura de mi planteamiento. (p. 93)
Winnicott está muy preocupado que su uso del término ‘destrucción’ pueda guiar al lector a pensar que su visión es la del infante reaccionando con agresión a la realidad. Para Winnicott es al revés: la destrucción no es una respuesta a la realidad, esta “crea” la realidad (“la cualidad de la externalidad”):
El postulado central de esta [su propia] tesis es que mientras el sujeto no destruye al objeto subjetivo (material de proyección), la destrucción emerge y es un rasgo central en la medida que el objeto es percibido objetivamente. Es decir, el objeto tiene autonomía y pertenece a la “realidad compartida”. (p. 91)
Como mencioné antes, no me había dado cuenta de algo en torno al texto de Winnicott hasta que lo puse en mis propias palabras: él está inventando un significado para la palabra destrucción que difiere tanto de su significado en su uso general como del modo en que cualquier otro psicoanalista la ha usado. Pero el significado del término es escurridizo, porque Winnicott nunca lo define, en cambio él lo expresa solo a través del uso del término en las frases que escribe. Sin embargo, el término adquiere diferentes inflexiones de significados a medida que el texto se desarrolla.
Lo que Winnicott hace con la palabra destrucción —reinventándola y definiéndola solo a través de la manera en la que la usa, apareciendo nuevos significados en la medida que avanza— contribuye a hacer su texto extremadamente difícil de entender e imposible de parafrasear. Consecuentemente, es necesario para mí crear mi propia forma de comprender el término destrucción. Los significados que encontraré serán diferentes de aquellos que usted, como lector, encontrará, y diferentes a los que encontraré cuando lea nuevamente el texto de Winnicott.
Para volver al texto, en la segunda parte del pasaje antes citado, Winnicott usa la frase la “destrucción emerge” (a la que me referí antes), la que entiendo como una elegante manera de expresar la idea que el niño destruye a la madre sin ira y sin la intensión de destruirla. La destrucción “emerge” porque un infante saludable o niño demanda muchísimo trabajo a su madre, más de lo que cualquier madre puede proveer.
El lector debe sostener en la mente este uso del término destrucción cuando más tarde Winnicott habla de los “ataques de destructividad del paciente” (p. 91) a los que el analista debe sobrevivir. Las dos frases —“destrucción emerge” y los “ataques de destructividad del paciente”—se vuelven, en las manos de Winnicott, como las dos facetas coexistentes de la “destrucción”. Ambas describen aspectos del proceso en el cual el infante o el paciente “crea la externalidad”. La destrucción puede tomar la forma de ataque cuando el paciente (o el infante) se siente atrapado y confinado en un mundo solipsista y siente “el empuje” (p. 93) de pelear su espacio en la realidad externa. Incluso cuando se involucra en los “ataques destructivos” (p. 91), “en el analista, la técnica analítica, y el encuadre analítico” (p. 91), Winnicott insiste: “No hay ira en la destrucción de objeto” (p. 93). La destrucción sencillamente, aparece en la relación madre-infante mientras el infante es empujado (en la salud) hacia el uso-objetal.
Se verá que, a pesar que destrucción es la palabra que estoy usando, la destrucción concreta corresponde a la falla del objeto en sobrevivir. Sin esta falla, la destrucción se mantiene potencial. La palabra “destrucción” es necesaria, no por el impulso a destruir del bebé, sino por la incapacidad del objeto para sobrevivir, lo que también implica sufrir cambios tanto cualitativos como de actitud. (p. 93)
En las dos primeras oraciones, Winnicott usa el término “falla en sobrevivir”, luego en la tercera usa el término “incapacidad para sobrevivir”. Considero la frase “incapacidad para sobrevivir”, una descripción más exacta que “falla en sobrevivir” (por la connotación de juicio de la palabra falla) al referirnos al quiebre en la relación entre la madre y el infante. Me parece crucial que, como analistas, no juzguemos la incapacidad de la madre (o la nuestra) para sobrevivir a la destrucción.
No es fácil ser madre o ser analista, particularmente cuando uno está siendo destruido. Winnicott en su programa radial en la BBC y en los libros que escribió para público general (Winnicott, 1969b), intentaba ayudar a las madres y padres a aceptarse más a ellos mismo como padres (incluyendo sus sentimientos de ira y derrota en manos de sus hijos). Winnicott en su texto “Odio en la contratransferencia” (1947), intentó hacer algo similar con los analistas. Quizás la mayor parte de los analistas tienen la humildad de reconocer que no son capaces de ayudar a todos los pacientes que aceptan para análisis. Lo que es más difícil de admitir es que hay veces que como analistas somos incapaces de sobrevivir a la destrucción en un análisis que estamos conduciendo y, en detrimento del paciente y de nosotros mismos, continuamos trabajando con el paciente (a veces sin buscar supervisión o análisis personal). Discutiré este aspecto del trabajo analítico detalladamente en la sección clínica del texto.
Antes de volcarnos al trabajo clínico, me gustaría hacer explícito un punto teórico al que Winnicott no adhiere. El logro del uso-objetal, tal como lo entiendo, no solo involucra estados de la mente que “crean la cualidad de la externalidad” (1971, p. 93), también involucra un estado de la mente que crea la mente inconsciente misma (en el sentido que la mente consciente se vuelve diferenciada de la mente inconsciente). Cuando el infante está en el estado de relación de objeto [subjetiva], no existe aún mente consciente o inconsciente. El infante no es capaz de diferenciar sus pensamientos y sentimientos de sus percepciones del mundo. Con el logro del uso-objetal, nace la fantasía inconsciente (“Aquí la fantasía comienza para el individuo” [p. 90]).
Habiendo dicho que el descubrimiento de la externalidad permite la diferenciación entre aspectos consciente e inconsciente de la mente, debo agregar que discrepo con la noción de Winnicott que la destrucción de la madre continúa “todo el tiempo […] en la fantasía (inconsciente)” (p. 90), una idea que más tarde planteó ligeramente en distintos trabajos; “el objeto en la fantasía está siempre siendo destruido” (p. 93). En contraste, en mi concepción de la “destrucción de la madre” durante la “posición intermedia” entre relación de objeto [subjetiva] y uso-objetal, la experiencia de destrucción de la madre y su sobrevivencia no son fantasías inconscientes, son realidades que ella experiencia y que el infante percibe y responde. La percepción del infante de la destrucción de la madre (la percepción de los sentimientos que la madre tiene en relación a estar fallando como madre) y la percepción del niño de su sobrevivencia como madre, son ambos reales y son fundamentales para el proceso por el cual el infante “crea la externalidad”. Ya que estas experiencias de destrucción y sobrevivencia son reales, ellas no continúan en la fantasía inconsciente, sino que en la memoria inconsciente elaborada en la fantasía. Lo que quiero decir con “memoria inconsciente elaborada en la fantasía” es el registro en la memoria inconsciente de una experiencia concreta, la cual es elaborada en la fantasía inconsciente y persiste como un “telón de fondo” (p. 94) de la “destrucción continua (del objeto) en la fantasía inconsciente” (p. 90). También incluyo en el registro psíquico de los eventos pasados concretos aquellos eventos pasados que no fueron experienciados en el momento que ocurrieron, porque eran más de lo que el individuo podía manejar psíquicamente. Aquellos registros psíquicos aún no experienciados están “esperando” las condiciones (un ambiente sostenedor y contenedor, como el creado en el encuadre analítico) en las cuales porciones de la propia “vida no vivida” (Ogden, 2014) pueden ser vividas/experienciadas (Winnicott, 1974; Faimberg, 1998).
Dos casos clínicos
Jugando al doctor
El señor B, un hombre de 40 años, llegó a análisis diciendo que “necesitaba ayuda” en su vida para resolver problemas que le parecían “irreparables”. No podía ser especifico en torno a cuáles eran sus problemas, pero el sentimiento que más frecuentemente mencionaba era el de “desesperación”. Mostrándose sumiso a lo que pensaba que esperaba de él, me habló de sus padres y sus hermanos, pero lo hacía de una manera que yo casi no lograba tener idea alguna de quienes eran realmente estas personas. La única excepción a esto, era la descripción de su hermana menor, adicta al alcohol y las drogas. Era madre de un niño pequeño y había tiempos en los que no tenían hogar. A pesar de ello, ella rechazaba cualquier tipo de ayuda.
En el momento que el señor B me contaba acerca de su hermana, apareció en mí la imagen de una niña trepando la reja del puente Golden Gate con el objetivo de suicidarse. Mi mente se dirigió al pensamiento que los noticieros no reportan los suicidios cometidos al saltar del puente, porque informar estos suicidios podría ser coludirse con el deseo de la persona de lograr un momento de reconocimiento, evidenciando en la impresión del periódico que esta persona había existido y, debido a su terrible dolor, había terminado con su vida. Sospeché que el Sr. B necesitaba una forma de reconocimiento con tal extrema intensidad, que podría llegar a rendirse con su vida (o la mía) para lograrlo. Sentí que empezar el análisis con él era tomar un paciente potencialmente suicida (u homicida).
Le dije al Sr. B: “Pienso que usted quiere que yo sepa que algo terriblemente malo ocurrió en su familia y que el dolor resultante de ello ha sido insoportable”. El Sr. B dijo en un tono de voz monótono: “Supongo que eso es verdad para mi hermana”.
Más tarde en la sesión le dije: “Sospecho que venir a verme para comenzar un análisis es una de las cosas más difíciles que ha hecho en su vida”. Hizo una pausa y dijo “Oh”, de una manera que me hizo sentir que por primera vez en la sesión establecíamos cierta conexión emocional, aunque fuera muy frágil. Solo después de eso, decidí trabajar con el Sr. B en análisis.
En los primeros años de análisis, el Sr. B me contó que su madre se vestía bizarramente y que hablaba cosas sin sentido mientras se paraba en la mitad de la habitación. Él se anestesiaba y nunca invitaba a alguien a su casa así “no tendría que verla a ella a través de los ojos de sus invitados”. El Sr. B pasaba la mayor parte del tiempo solo en su pieza o en los campos que habían detrás de su casa. Su hermana, tres años más pequeña, había “juntado fuerzas” para contarle a su madre cada detalle de su día, detalles que su madre “tragaba” (drank up).14
Durante estos primeros años, sentía que aprendía “acerca” de la vida del paciente, pero en realidad no lo conocía, así como tampoco él me conocía a mí. Mantenía una actitud paciente con el Sr. B, e intentaba estar siempre “consciente” de su miedo a revelar la psicosis de su madre, así como la propia. Un día, el paciente comenzó la sesión diciendo que había algo que estaba esperando contarme, pero que se había sentido muy avergonzado como para hacerlo. Me contó que con su hermana había “jugado al doctor” cuando él tenía 8 años y ella tenía 5 años. El señor B sollozaba mientras me contaba cómo miraba, sin tocar, los genitales de su hermana. Él estaba tan asustado como curioso. Me dijo que sabía que le había causado un “eterno daño”.
Después que el Sr. B me contó su “vergonzoso secreto”, tuve el sentimiento de que él iba a dejar prematuramente el análisis ahora que se había sacado de encima algo del peso de su secreto. A pesar que él estaba experimentando cierto alivio de sus sentimientos de desesperación, yo sentía que en muchos sentidos él estaba ausente de su propio análisis. Los dos raramente hablábamos de una manera que a mí me hiciera sentir vivo. Cuando hablaba sentía que mi voz solía sonar extrañamente débil e insustancial. La mayor parte del tiempo, durante nuestras sesiones, me sentía perdido y sin dirección. El Sr. B había sido un soñador prolífero en los primeros tiempos del análisis, y hubo, por momentos, un sentimiento de descubrimiento que compartíamos mientras hablábamos sobre ellos, sin embargo, él no me contaba un sueño hace mucho tiempo.
Aunque no conectaba esto con mi trabajo con el Sr. B empecé a alarmarme cuando sentí, mientras supervisaba a otros analistas en su trabajo con pacientes psicóticos, que a pesar que yo solía hacer ese tipo de trabajo, ya no lo hacía como antes. Estaba navegando en busca de reputación, más que en la genuina experticia. En resumen, era un fraude. Este fue un sentimiento profundamente perturbador que se extendió a otras áreas de mi vida.
Durante este periodo el Sr. B llegó tarde a varias sesiones, de una manera que era inusual para él. En todos y cada uno de esos días, cuando yo habría la puerta de la sala de espera, podía sentir la mirada escudriñadora del paciente sobre mi cara. Antes de ello, el Sr. B casi siempre mantenía su mirada hacia el suelo cuando nos encontrábamos. Me pregunto si él percibía que algo me perturbaba y llegaba tarde a sus sesiones en un esfuerzo por ayudar, dándome un descanso antes de vérmelas con él.
Al inicio de una de estas sesiones, mi mente volvió al relato del paciente del “jugando al doctor” con su hermana. Empecé a pensar acerca de eso de manera diferente. Me parecía, ahora, que el “eterno daño” al cual el paciente se había referido tal vez tenía más relación con el temprano daño que él había sufrido en manos de su madre psicótica, en vez del que él le había causado a su hermana. Sospeché que el paciente había tratado de contarme algo muy personal e importante para él, y yo no había sido capaz de escucharlo completamente hasta ahora: su terrible secreto sobre el juego del doctor era una versión encubierta, casi como una imagen de un sueño, de su intento de ser doctor de su madre en el esfuerzo de curarla de su psicosis.
En esta historia/sueño más profundamente inconsciente, en la imagen de “jugando al doctor” con su madre, él está curioso y asustado en la medida que mira el mundo interno psicótico de su madre. Sin embargo, no se anima a entrar, ya que, si entra, podría no poder escapar como su hermana, quedándose atrapado y tan perdido como ella ha estado. Pensé que a pesar de “saber esto”, el Sr. B sentía profunda tristeza y culpa por su fracaso en ser doctor de su madre (y su hermana profundamente perturbada). Estos fracasos eran su terrible secreto.
Reconocí en este punto que mis propios sentimientos de ser un fracaso (lo que ahora llamaría “mis sentimientos de ser destruido”) como doctor resonaban con aquellos del paciente. Yo no era (en mis sentimientos) un doctor real. Era un fraude. Solo estaba “jugando al doctor”, como él lo había hecho con su hermana y (en la fantasía inconsciente) con su madre. Me sentí aliviado cuando pude ver mi doloroso sentimiento de fracaso y de ser un fraude como un medio por el cual el Sr. B estaba tratando de comunicarme algo crucialmente importante para él.
Durante este periodo con el Sr. B, un recuerdo vino a mí. Una amiga de edad muy cercana estuvo hospitalizada por algunos meses durante los cuales ella se despertaba solo por periodos muy cortos de tiempo antes de caer de nuevo en un sueño, que no parecía ser un dormir ordinario. Durante una de mis visitas, le pregunté a ella si soñaba cuando dormía. Después de una larga pausa, ella me respondió: “No sueño, gracias a Dios”. Sin planear hacerlo, le dije al Sr. B: “Extraño sus sueños”. Él contestó con lágrimas entrecortadas: “Yo también”.
Intentaré no destruir la experiencia clínica que recién he descrito ofreciendo explicaciones. La experiencia acerca de la cual escribí (más exactamente, la experiencia que escribí) vino a mi mente casi inmediatamente en conexión con las ideas de Winnicott, mis ideas, nuestras ideas. Lo que escribí no es una ilustración, mucho menos una evidencia de, o prueba de algo, pero hay conexiones en mi mente, y quizás ahora en la de ustedes. En vez de una explicación, presentaré algunas impresiones.
La psicosis apareció casi inmediatamente en el primer encuentro a través de la hermana del paciente. Y con ello, el miedo: el miedo a la psicosis mortífera de su madre, mi miedo a su psicosis mortífera, su miedo a mi psicosis mortífera. Tras ello vino el fracaso: su fracaso en cuidar a su madre, mi fracaso para cuidarlo a él, nuestro fracaso en despertarnos. Había además mucha soledad, de él y mía desarrollándose a lo largo del tiempo; soledad: de él, mía, nuestra. La ternura apareció, que él se diera cuenta de mi angustia, mi darme cuenta de su darse cuenta, y darse cuenta de mi darme cuenta de su darse cuenta. Y había palabras: “Extraño tus sueños”, “Te extraño, te amo”, “Yo también”.
El analista que es incapaz de sobrevivir siendo destruído
A través de los años he tenido muchos analistas que piden supervisión por análisis en los cuales ellos están teniendo grandes dificultades para sobrevivir a la destrucción. Debo hablar en términos generales porque soy incapaz de disfrazar los casos suficientemente para asegurar la confidencialidad del paciente y del analista. El analista supervisado llega casi siempre en un estado de gran ansiedad por un análisis, por el cual señala (y suelo concordar) que no es representativo de su trabajo como analista. Suelo sentir compasión por ambos, el paciente y el analista, que se encuentran en esta situación. También siento respeto por el analista al traer a supervisión una situación que casi siempre se experimenta como vergonzosa.
Winnicott no se anda con rodeos en torno a la dificultad de la tarea del analista de ayudar al paciente a crear la “externalidad misma” (1971, p. 91):
Sin la experiencia de máxima destructividad (objeto no protegido) el sujeto nunca ubica al analista fuera y, por lo tanto, nunca puede experimentar más que un tipo de auto-análisis, usando solo al analista como proyección de partes de su self. (cursivas son mías)
Tomo la supervisión de un analista con humildad. Después de todo, el analista conoce al analizado bastante mejor que yo. Si luego de una serie de horas de supervisiones siento que puedo ser capaz de tener algún valor para el analista y el paciente, empezamos las supervisiones semanalmente en las cuales nos centramos en la experiencia del analista (contrarias a su entendimiento) de lo que está ocurriendo entre el paciente y él mismo.
En estas supervisiones que se enfocan en la experiencia del analista de ser incapaz de sobrevivir a la relación analítica, me encuentro con que el analista regularmente se siente atacado por el paciente: “Estos ataques pueden ser muy difíciles para el analista de sostener, especialmente cuando son expresados en términos de delusiones o a través de la manipulación que genera que el analista actúe de una manera técnicamente inadecuada” (p. 92).
Es altamente significativa la nota al pie de página que Winnicott agrega a la frase, “Estos ataques pueden ser difíciles de sostener”: “Cuando el analista sabe que el paciente lleva un revolver, entonces, me parece, que este trabajo no puede ser realizado” (p. 92, n. 1).
Con las palabras de Winnicott en mente, presto atención a la posible realidad psíquica del analista, que el paciente lleve un revolver metafórico. Esto es, que el paciente tiene la capacidad de matarlo no solo psíquicamente, sino que también físicamente. Con el propósito de ayudar de mejor manera al analista a tener un mejor acceso a su propia realidad psíquica inconsciente, recomiendo fuertemente que él reanude su análisis personal mientras trabaja esta dificultad en el proceso con el paciente.
En supervisión con un analista que está sintiéndose destruido, pongo mucha atención no solo al estado emocional del analista y su paciente, sino que a sus estados físicos. Esto, para mí, es una medida crítica del grado de destrucción que está ocurriendo en el análisis. Ha sido mi experiencia que la inhabilidad del analista de sobrevivir a la destrucción muy frecuentemente involucra el desarrollo de enfermedades físicas del analista, tales como severos dolores de cabeza, dermatitis ectópicas e insomnio crónico. El paciente, también, frecuentemente desarrolla diversas enfermedades físicas y comportamientos autodestructivos.
En base a una cuidadosa evaluación, si en un periodo extendido de tiempo considero que el daño emocional y físico tanto del paciente como del analista son severos y crónicos, y continúa incólume pese al profundo trabajo de supervisión del análisis (y en algunos casos, con un análisis personal), recomiendo que el analista termine su trabajo con el paciente. Tal recomendación es una medida extrema y es un evento muy poco frecuente en mi experiencia como supervisor.
Hay un considerable trabajo involucrado en el analista al formular, para sí mismo, la manera que él va a cerrar el análisis. He encontrado en el curso de estas supervisiones, que es de extrema importancia que el analista transmita al paciente (y que genuinamente entienda para sí mismo) que su decisión de terminar el análisis no significa que el paciente es inanalizable (incapaz de hacer uso de un tratamiento psicoanalítico); significa que él es incapaz de hacer un trabajo analítico productivo con este paciente. A menudo es posible para el paciente aceptar la ayuda del analista para encontrar otro analista con el cual él o ella puedan lograr un trabajo analítico productivo.
La idea del paciente de encontrar otro analista es con frecuencia una herida narcisística para el paciente y el analista. Ambos sienten que son un fracaso: el paciente se imagina a sí mismo que es “un intocable” frente a los ojos del posible analista; y el analista se imagina que el paciente y el nuevo analista van a verlo como un incompetente, o peor aún, que se correrá la voz acerca de su incapacidad como analista a toda la comunidad analítica. Como este proceso de cierre del análisis es extremadamente doloroso para la dupla analítica, considero que ambos, paciente y analista (inconscientemente y también muchas veces conscientemente) experimentan una sensación de alivio al terminar un análisis que no ha sido bueno para ninguno de los dos por mucho tiempo.
Me entristezco por la experiencia de supervisar un analista que ha llegado a la conclusión de que debe finalizar un análisis, en donde él ha sido incapaz de sobrevivir y, además, ha sido retaliativo en respuesta a lo que él experimento como un esfuerzo del paciente por destruirlo. Sin embargo, considero que es igualmente perturbador trabajar con un analista que es incapaz de reconocer su inhabilidad para sobrevivir a la destrucción, así como tampoco pueda reconocer sus actos retaliativos tanto abiertos como encubiertos.
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