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El poder de la música - 23 de marzo

Las arpas colgadas

“Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas” (Sal. 137:1, 2).

En un artículo publicado en Current Biology, una revista científica, se habla acerca de un estudio que descubrió que los bebés lloran con un acento parecido al idioma materno, que han sentido desde el útero. Es una forma de comunicarse o de buscar formar un vínculo con su madre. La doctora Kathleen Wermke, antropóloga médica y directora de la investigación, dice que la melodía del llanto, y no el balbuceo, es el verdadero comienzo del desarrollo del lenguaje.

Este grupo de exiliados del que habla el versículo ya no estaba formado necesariamente por bebés, pero mantenían en su mente las melodías que los caracterizaban desde pequeños. Quienes los habían llevado cautivos les pedían que cantaran algunas de las canciones de su tierra (Sal. 137:3). Pero ellos habían colgado sus arpas y se preguntaban cómo cantarían en tierra de extraños. Los judíos consideraban que no estaba bien cantar a Dios en una tierra pagana que no lo adoraba. Era para ellos una incoherencia.

Así como vemos lo que hacía Daniel al abrir su ventana en dirección a Jerusalén y al orar al Dios que siempre había adorado, añoraban Jerusalén y lloraban. Ese había sido su lugar de gozo, de fiestas, de celebraciones y cultos. No querían olvidarla por nada.

“Ah, Jerusalén, Jerusalén, si llegara yo a olvidarte, ¡que la mano derecha se me seque! Si de ti no me acordara, ni te pusiera por encima de mi propia alegría, ¡que la lengua se me pegue al paladar!” (Sal. 137:5, 6, NVI).

¿Cuánto añoramos nosotros nuestro hogar celestial? Es cierto que nunca estuvimos ahí, pero cada vez que estamos en la presencia de Dios podemos sentir, como sentían y recordaban estos cautivos, un poco de la alegría del cielo.

¿Acaso somos como estos bebés que, al “llorar”, al comunicarnos con las diferentes personas que tenemos alrededor, mostramos de dónde venimos, cuál es nuestro acento original y nuestra patria verdadera?

En este día tenemos la oportunidad de hablar acordándonos de Dios. Que nuestra lengua no tenga que pegarse a nuestro paladar por haberlo olvidado.

No es la idea que nos angustiemos y lloremos desconsoladamente, pero podemos ansiar Sion como lo hacían estos cautivos y anhelar el momento cuando con nuestras voces y otros instrumentos lo alabemos juntos, libres, por toda la eternidad.

Historias de hoy - 24 de marzo

Sueños en hamacas

“Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo. Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a mí en oración y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, porque me buscarán de todo corazón” (Jer. 29:11-13, DHH).

Una tarde me senté en una plaza. Se oían las hojas empujadas por el viento sobre la vereda, la roldana que chirriaba, una pareja de ancianos que arrastraban sus pies con los brazos entrelazados, las cadenas de las hamacas que se movían lentamente y, lo más lindo de todo, un niño hablando con su papá.

“Uno, dos, tres”, decía el papá, y lo empujaba con cuidado mientras el niño gritaba de alegría como si fuese partícipe de una tremenda aventura.

“Déjame, que ahora puedo solo”, le indicó el niño la siguiente vez, con una autonomía que me dio risa para su corta edad y estatura. Se envalentonó en el aire sobre la arena, hasta que llegó a la pared de madera que frenaba el trayecto de la roldana.

Imaginé una posible entrevista a ese padre, para saber qué pensaba ante ese hecho, qué planes tenía para su hijo, cuál era su momento favorito del día con él, etc. Lo veía contento por la valentía de su hijo.

El niño subía por los escaloncitos de colores, trepaba por el castillo y se lanzaba vez tras vez por la roldana o el tobogán. El papá simplemente lo miraba y lo acompañaba.

¡Cuántos sueños se gestan en lugares como las plazas! Por medio del juego, los niños van descubriendo qué cosas les gustan e interesan y qué cosas les gustarían hacer al crecer.

¡Cuántos padres sueñan con el futuro de sus hijos al verlos animarse cada vez a más; al verlos volver a ellos cuando se lastiman; al ver su confianza, su inocencia, su alegría!

Nuestro Padre también nos da esa libertad; pero, mientras tanto, nos ve avanzar en silencio, nos acompaña con su presencia y tiene sueños y planes para nuestra vida, mucho mejores de lo que podemos imaginar.

Hoy podemos buscarlo para hacerle saber que estamos interesados en que cumpla esos sueños en nuestra vida.

Quizá también lo imagines decir: “Uno, dos, tres...” Solo asegúrate de que al “salir volando” tengas la certeza de estar en sus manos.

Valores - 25 de marzo

Souvenir de un juicio en el polvo

“Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).

En una clase de Teología, escuché a un profesor citar lo siguiente: “En la Biblia se abre delante de la imaginación un campo ilimitado. El estudiante saldrá de una contemplación de sus grandes temas, de la asociación con sus elevadas imágenes, más puro y elevado en pensamiento y sentimiento que si hubiera pasado el tiempo leyendo cualquier obra de origen meramente humano” (Conducción del niño, p. 480).

Si bien no podemos tergiversar el mensaje de la Biblia ni cambiar sus palabras, sus relatos podrían ser muchísimo más valorados si nos espaciáramos más en ellos, haciéndonos preguntas acerca de sus personajes y vivencias e intentando ponernos en su lugar.

Una vez que leí la historia de la mujer sorprendida en adulterio, intenté hacer este ejercicio y comencé una sencilla práctica que me ha resultado de gran bendición.

Al permanecer arrojada sobre el pavimento, en silencio y a la espera del juicio de aquel maestro, la mujer debió de haber pasado varios segundos angustiantes que nunca olvidaría. Su mirada, que no se atrevía a levantar por miedo, debió de haberse paseado por la altura del suelo, por las piedras que segundos más tarde serían lanzadas sobre ella y por los pies de los allí presentes. Pero, al escuchar la sentencia de Jesús y ver que los que la acusaban se iban, escuchó que Jesús le decía: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11).

Imaginé que la mujer entraba tiempo después en alguna casa y se encontraba con una repisa sobre la que estaba una de las piedras que nunca fueron lanzadas para darle muerte. Me resultó curioso preguntarme si alguna persona de la multitud, al reconocer su mal accionar, se habrá llevado un souvenir a su casa, para recordar la tremenda lección aprendida ese día.

No sabemos si eso sucedió, pero decidí recoger una piedrita del suelo y comenzar un estante de recuerdos de lecciones extraídas de la Biblia.

Es muy difícil no ponernos en el papel de jueces. Pareciera que nos gusta ese poder y esa imagen de superioridad, pero poco conocemos la responsabilidad que acarrea tamaña tarea y deberíamos estar agradecidos de que solo Dios puede cumplirla.

Ojalá hoy podamos juzgar menos y que en cada casa pongamos una piedrita que nos recuerde esta lección de amor.

Encuentros con Jesús - 26 de marzo

Tres regalos previsores

“Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mat. 2:11).

La visita de los magos de Oriente ha sido motivo de asombro por la perseverancia de su búsqueda, la pureza de su creencia y la generosidad de su entrega. Hay países en los que se entregan más regalos en su memoria que los que se entregan en Navidad.

El encuentro de estos sabios con Jesús, al igual que el de los pastores, fue un encuentro sin diálogos para recordar, pero con muchas lecciones para aprender.

La familia de Jesús era de bajos recursos y contaba solo con lo necesario. Aunque hoy muchas familias reciben a sus bebés con abundancia de regalos, varias prendas de ropa, juguetes y cómodas habitaciones destinadas exclusivamente a ellos, la infancia de Jesús no tuvo este cariz. Elena de White nos dice que el regalo que trajeron los magos fue el primero depositado a los pies de Jesús (El Deseado de todas las gentes, p. 46). Dios bendijo este regalo. Sabía que venía de un corazón sincero y esforzado, y multiplicó este generoso donativo.

“Aquel que había hecho descender maná del cielo para Israel, y había alimentado a Elías en tiempo de hambre, proveyó en una tierra pagana un refugio para María y el niño Jesús. Y, mediante los regalos de los magos de un país pagano, el Señor suministró los medios para el viaje a Egipto y la estada en una tierra extranjera” (ibíd.).

Recuerdo un antiguo video que se compartía al momento de juntar las ofrendas, que mostraba imágenes de personas sentadas en los bancos de la iglesia que extendían sus manos para colocar su ofrenda en el alfolí. Luego se veía a un misionero que llegaba a diferentes tierras lejanas y, en ese alfolí, cargaba los elementos que esas ofrendas habían ayudado a adquirir, por ejemplo: Biblias, kits de limpieza, útiles escolares, etc. Con ese breve pero poderoso mensaje, podíamos imaginar más fácilmente el destino que tendrían nuestras ofrendas, y también nos hacíamos más conscientes de que, lo que puede parecer algo no tan grande a nuestra vista, en otros lugares tiene mucho más valor, y Dios siempre puede multiplicarlo y darle el uso más necesario.

Hoy tu encuentro con Jesús puede ser de pocas palabras pero con una entrega que, aunque pequeña, puesta en sus manos, sea de bendición para otros más adelante.

Aroma a sábado - 27 de marzo

Pan del cielo

“Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda [...] como una escarcha sobre la tierra. [...] Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer” (Éxo. 16:14, 15).

La primera queja del pueblo de Israel fue por seguridad. Se hallaban frente al Mar Rojo, con los egipcios pisándoles los talones. Dios abrió el mar, y fueron liberados.

La segunda queja fue por sed. Dios convirtió las aguas amargas en aguas dulces, aptas para beber.

La tercera queja fue por hambre. Dios envió codornices y luego, por primera vez, maná.

Más que ver a un Dios condescendiente con un pueblo caprichoso, vemos a un Padre de amor que satisfacía las necesidades de sus hijos, que les recordaba que su necesidad era motivo constante para buscarlo a él y que los estaba preparando para una gran lección.

La pirámide de Maslow nos muestra que hay necesidades básicas que deben ser suplidas a fin de que se puedan trabajar las necesidades superiores.

Dios enseñó esto con milenios de anticipación. “Dios estaba elevándolos del estado de degradación [...] para encomendarles importantes cometidos sagrados” (Patriarcas y profetas, p. 298).

Es interesante ver que el pueblo, a pesar de las claras indicaciones respecto de la cantidad que debía juntar y de su forma de conservar el maná, desobedeció y probó hacer las cosas a su manera. Hoy no somos muy diferentes de ellos, y haríamos bien en recordar de forma visible, con pequeñas acciones, que entendemos que este día es especial y diferente.

En su libro Soy Jesús, Vida y Esperanza, el doctor Daniel Plenc menciona que quizá los dos panes que muchos judíos colocan sobre la mesa cada sábado recuerden la doble porción de maná que caía el viernes y que alimentaba a las familias los sábados. También dice que con el maná podemos recordar “lecciones del esfuerzo cotidiano por la búsqueda del pan y de la necesidad del reposo y la gratitud; enseñanzas acerca del empeño y la responsabilidad, así como de la confianza y la entrega” (pp. 22, 23).

Hoy no cae pan del cielo, pero Dios todavía nos recuerda la importancia de separar un tiempo en la semana, de forma intencional, con preparación y expectación, para dedicarnos a buscarlo a él, el Pan de vida.

Objetos cotidianos - 28 de marzo

El faro

“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse” (Mat. 5:14, NVI).

Como mis abuelos maternos tenían su casa en una ciudad costera de Uruguay, desde pequeña pasé mucho tiempo en la playa. Cada vez que los visitábamos, caminábamos sobre las rocas, estudiábamos los caracoles y observábamos, desde la arena, la vida marina. Ahí vi un faro por primera vez y no han dejado de fascinarme desde ese momento. Además, en mi casa siempre escuchábamos la canción “El faro”, de los Heritage Singers, que tiene una hermosa letra que te invito a buscar.

No sé si alguna vez viste un faro o pudiste subirte hasta la parte alta, donde está su luz, pero te propongo que hoy aprendamos algunas características de ellos que nos pueden servir para recordar lecciones espirituales.

Los faros son una señal de aviso para los navegantes. Con su potente luz, les avisan a los marineros que en esa dirección hay tierra firme.

En la antigüedad, cuando aún no existían las luces eléctricas, se encendían hogueras, pero lo cierto es que las luces se han visto desde siempre en los lugares altos.

En un faro de Colonia, Uruguay, encontré un cartel con diferentes datos. Entre ellos, se mencionaba qué tipo de luz emitía, cada cuántos segundos brillaba, su ubicación, su elevación sobre el nivel del mar, su alcance focal, etc.

Ese faro en particular brillaba desde el 24 de enero de 1857.

No sé hace cuánto brilla tu luz, cada cuántos segundos lo hace y hasta dónde llega. Pero sabemos que, como hijos de Dios, tenemos la responsabilidad de hacer brillar nuestra luz y no esconderla. Jesús dice esto como si fuera una obviedad: una ciudad sobre un monte no puede esconderse. Es mitad declaración, mitad orden camuflada.

Cada faro tiene un tiempo de pausa diferente. No sé si acostumbras emitir tu luz muy seguido o si lo haces con grandes intervalos.

Si bien hoy los GPS y otros sistemas modernos les han quitado importancia a los faros, estos siguen siendo útiles en la navegación nocturna. Puede ser que a tu alrededor parezca que mucha gente tiene luz, pero finalmente demuestran navegar en medio de la oscuridad.

Asegúrate de seguir siendo útil para ellos, de mostrar que un hijo de Dios con su luz encendida nunca es algo obsoleto. Guíalos a la luz verdadera: Cristo, la Luz del mundo.

Dios pregunta - 29 de marzo

¿No conozco yo a tu hermano Aarón?

“Y él dijo: –¡Ay, Señor! Envía, te ruego, a cualquier otra persona. Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: –¿No conozco yo a tu hermano Aarón, el levita, y que él habla bien?” (Éxo. 4:13, 14, RVR 95).

Moisés había recibido una gran educación. En la corte del Faraón se le había enseñado todo lo referente al Gobierno y a la sucesión del trono, con todo lo que eso implicaba. En Patriarcas y profetas, en el capítulo dedicado a este personaje, leemos que era el favorito del ejército egipcio y un incansable estudiante. Estaba a la altura de grandes discusiones políticas y religiosas, y tenía argumentos irrefutables para presentarles a sus opositores paganos.

No, Moisés no tenía mucho que envidiarle a nadie.

Sin embargo, las cosas habían cambiado. Ya había pasado por el desierto de Madián, por su escuela de humildad y mansedumbre, rodeado no de riquezas pomposas, sino de una arena infinita quebrada por la figura y el balido de las ovejas que tenía a cargo.

Ahora, cuando Dios estaba listo para usarlo en la liberación de su pueblo, Moisés presentaba excusa tras excusa. Visto desde afuera, parece un diálogo irrisorio. A fin de cuentas, estaba hablando con el Rey del Universo, el Capacitador por excelencia, para quien no hay nada imposible.

Cuando estaba en Egipto, pensaba en las penurias de su pueblo y hasta buscó hacer justicia por mano propia. Pero, dada la oportunidad ahora, rehuía asumir la responsabilidad que Dios le encargaba.

Es posible que alguna vez te hayas sentido en una situación un tanto similar. Quizá no se te haya encomendado una misión de esa envergadura, pero seguramente Dios tiene un plan para tu vida que va a requerir que te pongas completamente en sus manos, que aceptes tus debilidades y que reconozcas que, con su poder, podrás lograrlo.

Dios conocía a Aarón y conocía sus fortalezas también, pero aun así estaba eligiendo a Moisés. Su hermano no era alguien con quien debía compararse, sino un compañero de trabajo. Formarían un trío que comunicaría el plan de liberación y, más importante, lo efectuaría.

No hay excusas que asusten a Dios. Permítele que te use, a pesar de tus aparentes defectos, y recuerda que, así como tiene un plan para ti, tiene un plan para tus hermanos. Ponte a su servicio con humildad y mansedumbre, como lo hizo Moisés, y entérate de su gloriosa estrategia para hoy. Quiere enviarte a ti.

El poder de la música - 30 de marzo

Amor que no me dejarás

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).

George Matheson, nacido en 1842, fue el compositor del himno con el que titulé la reflexión de hoy. Se lo conocía como “el predicador ciego”. Desde pequeño, tuvo que usar lentes especiales, muy gruesos. Al principio podía ver un poco si se sentaba cerca de las ventanas, pero al crecer, solo podía ver sombras.

Su novia, al ver que sus problemas en la vista no solo persistían sino también empeoraban, se negó a continuar en su relación con él.

Los años pasaron y sus increíbles dotes intelectuales le permitieron aprender muchísimas cosas. Se decidió a estudiar Teología, emprendimiento para el que recibió mucho apoyo de sus hermanas. Se convirtió en un exitoso orador, muy optimista a pesar de todo. Sin embargo, una noche, justo antes de que una de sus hermanas se casara, se sintió terriblemente angustiado. Una mujer, su amor, lo había dejado. Pero Dios no lo haría. De él habla en este himno que compuso en ese momento de sumo sufrimiento.

Quizá tú también alguna vez hayas sufrido la ruptura de una relación amorosa o te encuentres en este momento sanándote de una. Es probablemente uno de los mayores dolores o tristezas que podemos experimentar como seres humanos, pero Dios promete que su amor no nos dejará y que es suficiente.

Aunque el concepto de noviazgo no es algo muy desarrollado en la Biblia, podemos encontrar algunos principios que nos pueden servir a la hora de formar relaciones. Además, contamos con sabios consejos de Elena de White (en el libro Cartas para jóvenes enamorados, por ejemplo) y con la experiencia de adultos que nos pueden guiar y escuchar en nuestras preocupaciones sobre este tema tan importante. No es algo para avergonzarse y quizás el hecho de hablarlo más nos ahorraría algunas equivocaciones fácilmente evitables y muchos corazones rotos.

Él puede llenar cualquier vacío, y las etapas de soltería, si son bien empleadas, pueden ser de gran crecimiento y de una mayor intimidad con Dios.

Él se preocupa por esos detalles y anhela, además de darnos consuelo en momentos de decepción, recordarnos que cuando él está en el centro de las relaciones, aunque estas sean de amistad, podemos sentir plenitud.

Hoy, independientemente de tu situación, te recuerda que su amor no te dejará.

Historias de hoy - 31 de marzo

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