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Abracadabra
La noche anterior al día en que iban a operar, los hermanos Moyano cortaban y ordenaban el fajo de papeles, confeccionando un fino balurdo, simulando un turro de genuino papel moneda al envolverlo externamente en un billete falso o real, generalmente del más alto valor existente.
Así, el balurdo estaba formado por fajos de papeles de diario o de envolver que simulaban en dimensión y tacto un paquete con billetes. También “se confecciona por fajos de boletines de réclames, del tamaño y forma de un billete, que tienen en el reverso el diseño de este último” (Maturana, 1924, p. 152).
Arribaban temprano, aproximadamente las 07:00 horas, al lugar donde actuaban, ya sea la Estación Central, la Plaza Almagro o la Estación Pirque en Plaza Italia, todos ellos sectores de tránsito de pasajeros, provincianos imberbes e ingenuos. Los hermanos Moyano tenían bien desarrollado el ojo criminal, pues casi nunca fallaban en la elección de sus víctimas, que visitaban la capital por algún trámite o diligencia personal, sin intuir que eran observadas y seleccionadas como protagonistas del inminente mal urdido.
Juan José, por lo general, se hacía pasar por el “gil” que dejaba caer el balurdo a los pies de la víctima, simulando un descuido y continuando con su recorrido. En supuesta accidentalidad o evento casual, al agacharse la víctima a recoger el atractivo fajo de dinero simultáneamente se le acercaba Domingo, quien le decía: “La suerte es para los dos”.
Su traje de huaso, acento y lenguaje hablado lograban convencer a la víctima de que estaban frente a un hecho verídico. El cuentero Domingo le pedía a la víctima que guardara rápidamente el “dinero” para repartírselo luego en un lugar más seguro. Mientras esto acontecía, se desarrollaba el segundo acto de la obra cuando Juan José nuevamente aparecía en escena. Presunto dueño del “dinero”, consultaba a ambos si habían visto caer un fajo de billetes de su propiedad, que portaba para depositar en la cuenta bancaria de un tío suyo.
Juan José aseguraba que el fajo extraviado constituía una gran suma de dinero y que al parecer lo habría extraviado en ese preciso lugar. Aquí intervenía la ambición de la víctima, aquella complicidad necesaria para alcanzar la magia, haciéndola cómplice del hurto de hallazgo al expresar que no sabía nada al respecto. El “gil” se alejaba para simular la búsqueda del fajo en otro lugar, dejando a la pareja sola. Domingo y la víctima se alejaban a otro lugar, más solitario, pidiendo a este último apurar la suculenta repartija, sin necesidad de contar uno a uno los billetes, sino equiparando el monto estimado con lo que portara de valor, dinero en efectivo o especies, ya que en cualquier momento podría volver el dueño.
Otra variante era pedirle a la víctima que se llevara el fajo y que se reunieran más tarde, en otro lugar, a repartir el dinero, exigiendo como garantía la entrega de un objeto de valor, “entonces solicita de la víctima le tenga en su poder ese dinero, mientras él va a inspeccionar el peligro que pueda haber; pero para ello exige que se le entregue otra cantidad de dinero menor, el reloj, alguna prenda u otro objeto en garantía de que la víctima no huirá con la gruesa suma de dinero que simula el balurdo” (Maturana, 1924, p. 152).
La víctima aseguraba hacer un negocio redondo al quedarse con el turro de billetes, entregando a cambio una suma en efectivo inferior a lo que ganara con el fajo. Con el trato cerrado, ambos siguen sus respectivos rumbos. Como un niño cuando abre un regalo de Navidad, la víctima ilusionada desarma el balurdo en la soledad de un microbús, en el asiento vacío más alejado, y, al abrirlo, descubre que son papeles de diario recortados. Los autores del timo, en tanto, en ese mismo minuto están dividiéndose las ganancias en efectivo o empeñando las prendas adquiridas, contando una nueva embaucada a su haber.
La persona estafada, en tanto, no se atrevía a denunciar para no quedar en ridículo, solo miraba por la ventana del microbús las veredas capitalinas colmadas de gente desconocida, viendo en cada una de ellas el dolo, la astucia y el engaño.
Tipología y modus operandi
El modo de operar de los cuenteros es consecuencia y resultado de la observación permanente que el criminal realiza en su entorno. El delincuente “sabedor de estas circunstancias y, más aún, de la idiosincrasia o del carácter del chileno medio, basa toda su acción delictiva en estos principios. Existe toda una planificación previa de la trama delictual y, por supuesto, están estudiadas las variantes de la misma que entran en acción dependiendo de la actitud y disposición que asuma la víctima” (Palma, 2011, p. 47).
Para Blanco et. al. (1984), eran varios los tipos de cuentos. Además del “cuento del tío” con el recurso del balurdo, otras formas de estafar son tan variadas como astutas.
Para el “cuento de la lotería”, los timadores utilizan un boleto de polla o lotería adulterado, de tal modo que aparece premiado con una alta suma de dinero. La víctima se escoge en un lugar financiero o en la llegada de los buses y trenes provinciales. Sin concurrencia de público, escogen a su víctima y con pretextos fingen buscar la dirección de un médico o abogado (profesionales letrados y confiables a comienzos de siglo), dicen ser campesinos y no conocer la ciudad. Dicen además no saber leer, no tener tiempo para acudir a la agencia de lotería y requieren revisar el cartón con los números sorteados. En escena aparece un cómplice, que por coincidencia lleva un diario. Al ver el listado, la víctima se entera de que el boleto está premiado y comienza a vislumbrar la posibilidad de quedarse con el boleto para cobrarlo. El segundo delincuente le insinúa a la víctima que vaya a cobrarlo y que deje sus prendas en garantía. Así, en forma voluntaria y a insinuación del segundo cuentero, se aleja dejando en custodia las pertenencias que nunca volverá a ver.
El “cuento de la lotería” se conoce en Argentina, Brasil y Uruguay como “toco mocho”, a través del cual “ofrecen a un gil venderle un boleto premiado de la lotería, por no tener tiempo para ir a cobrarlo (…) la víctima, individuo ambicioso de ganar dinero fácil, acepta en vista de la utilidad pingüe que recibirá” (Cavada, 1934, p. 11). Así, cuentero y víctima se unen en la trama de la ambición, característica que no se da en otros ilícitos asociados a la estafa.
El “cuento del mandado”, en tanto, lo realizaba el sujeto que previamente consulta y hace averiguaciones de determinada familia, tales como lugares de trabajo, horarios, nombres, entre otros. Posteriormente concurre a la casa escogida aduciendo traer noticias de los familiares en el extranjero o de provincia, siendo portador de una encomienda, la que se encuentra en aduana y necesita dinero o cualquier especie de valor para retirarla. Las víctimas entregaban lo solicitado por el mensajero, por el conocimiento que demuestra de la dinámica familiar, siendo embaucadas.
El “cuento de las cajitas” lo realizaba un sujeto bien vestido que concurría a domicilios de personas que publicaban avisos en la prensa, vendiendo joyas de alto valor comercial. Concurría a la vivienda indicada, observaba las joyas a la venta, las pesaba y regateaba sin llegar a acuerdo. Días más tarde consultaba si mantenía las joyas a la venta y acudía con dos cajas de idénticas características. Una vacía y otra llena de clavos. Pide volver a ver las joyas y dice que por el alto costo un familiar vendrá más tarde con el dinero, pero mientras pide guardar las joyas en la caja ya que las quiere para regalo. Al descuido, la cambia por la caja llena de clavos y se retira con la promesa de volver más tarde. No regresa, pero deja los clavos en recuerdo.
El “cuento de las suplantaciones” es aquel en el que, como se ha mencionado, el cuentero simula ser un funcionario de algún servicio básico con el propósito de ingresar a un domicilio y robar especies con o sin violencia (Cavada, 1934c). Así, “falsos policía, falsos eléctricos, falsos fontaneros, falsos vendedores viajeros o comerciantes, engrosaban la lista de ladrones que se presentaban en casas o tiendas a concretar sus propósitos mediante el recurso de la mentira artificiosa” (Palma, 2011, p. 94).
Balurdo a un clic
Generalmente, el criminal que llega a cometer este tipo de ilícito se inicia como lanza o en alguna actividad delictual liviana, desembocando finalmente, a veces como consecuencia de la edad, en el recurso verbal para engatusar a sus víctimas.
Como se ha expuesto, ser cuentero exige todo un adiestramiento y preparación además de habilidad mental, fácil manejo de la comunicación y poder de disuasión en las personas, constituyendo al cuentero como una especialidad restrictiva dentro del hampa, que en la actualidad se puede encasillar en el ciberdelito y en estafas mediante llamados telefónicos desde la cárcel.
También se encuentra la usurpación de identidad en las redes sociales, a veces porque la víctima no ha tomado los suficientes resguardos en el uso de redes sociales o porque el victimario encuentra en el anonimato la forma de hacer daño. Esta suplantación o usurpación supone la apropiación de los derechos y facultades que emanan de la víctima y que son de su uso exclusivo, como nombre y apellido, datos bancarios, cuentas en redes sociales, fotos privadas, etc.
En cuanto a su modus operandi, este delito es cometido a través de la creación de un perfil falso en una red social, donde comúnmente se emplea para ello los datos personales de la víctima, accediendo a su perfil de forma indebida y utilizándolo maliciosamente a nombre del titular, para publicar anuncios, comentarios o incluso haciendo uso de sus datos personales para identificarse con terceras personas a través de email, whatsapp o skype, entre otros medios; las motivaciones de los delincuentes jóvenes son hacer una broma o dar un escarmiento a la persona con quien se ha discutido algún tema, pero para los delincuentes adultos, la motivación es causar un daño más evidente, perjudicando la imagen de un persona (famosa de TV, animadora o actriz), su fama y reputación, o adjudicarle un hecho delictivo. Muchas víctimas no denuncian por temor a que se descubra la suplantación o vergüenza lisamente, respecto de lo cual la legislación es bastante escasa, imprecisa y enfocada al mundo analógico, lo que complica la persecución de este tipo de delito.
Un delito más grave lo constituye el grooming, concebido como cualquier acción que tenga por objetivo mirar o socavar moral y psicológicamente a una persona, con el fin de conseguir su control a nivel emocional. Si bien esta actividad puede producirse en cualquier instancia, es particularmente grave en los casos en los que una persona realiza estas prácticas contra un niño o niña, con el objetivo de obtener algún tipo de contacto sexual. Su modus operandi se ejecuta en primera instancia usando chats o cámaras; el abusador contacta a un niño o niña haciéndose pasar por otro menor; busca crear lazos de confianza a fin de obtener la mayor información posible de sus hábitos, cuentas de redes y nuevas variantes de contactos posibles; luego trata de disminuir las inhibiciones del niño o niña mostrándole imágenes de contenido pornográfico, hasta lograr que el menor se desnude frente a la cámara o envíe fotografías de tipo sexual; finalmente comienza el chantaje cuando el abusador amenaza con hacer públicas las fotografías si el niño o niña no accede a enviarle más imágenes. En ocasiones, el criminal busca concertar una cita para abusar sexualmente de él o ella, cuyo delito no está tipificado como tal en la legislación chilena.
El ransomware (“secuestro de datos”, del inglés ransom, que significa rescate, y de ware, que es un acortamiento de software) es el delito asociado a un virus informático que impide el acceso a la información del usuario, tales como documentos, imágenes, videos, entre otros; posterior a ello el criminal pide un rescate para recuperar la información. Así, se habla de virus troyano cuando se engaña a los usuarios disfrazándose de programas o archivos legítimos (benignos), tales como fotografías, archivos de música o archivos de correo, con el objetivo de infectar o causar daño. Los primeros casos conocidos nacieron como algo lúdico y de fácil traspaso o desbloqueo de la información, pudiendo eliminar, con una combinación de teclas, los mensajes emergentes con falsa información. En las últimas versiones es imposible, por cuanto la información es codificada y la única manera de acceder a ella es a través de claves utilizadas para dicha codificación, las cuales posee el delincuente y que solo entregará previo pago del rescate. Se dice que su información está “secuestrada”, exigiendo el pago sin pretextos ni evasivas.
De esta forma, se evidencia que internet ofrece una amplia gama de amenazas que cualquier usuario está propenso a sufrir. El pago por anticipado, por ejemplo, es una estafa muy común en las redes sociales; se publica un artículo de interés general con un precio reducido en relación con el mercado formal; se entabla el acuerdo de compra y venta y el estafador solicita la primera transferencia para asegurarle el producto, estableciendo una fecha determinada para el envío, el que nunca sucede.
El phishing (“pescar datos”) es una modalidad de estafa que se caracteriza por un envío masivo de correos fraudulentos con los que, por lo general, se intenta suplantar a una entidad bancaria o de otra índole, advirtiendo a la víctima que debe remitir sus datos bancarios para actualizarlos a fin de aumentar la seguridad de su cuenta. De esta manera, la víctima accede a una página web fraudulenta y con ello el “pescador” (criminal que con su correo masivo busca “pescar” a alguna persona ingenua) hace uso malicioso de la cuenta y del dinero.
El pharming corresponde a una vulneración informática de sitios de internet auténticos, con la que se busca redireccionar a las víctimas a sitios falsos, cuya finalidad es obtener sus datos personales y bancarios. Un phishing puede llevar a un pharmingmediante la instalación de un software malicioso.
La “estafa nigeriana” corresponde a una modalidad de estafa antigua, a través de la cual un sujeto desconocido se contacta con la víctima, principalmente por correo electrónico y este le hace creer que existe una herencia o una suma importante de dinero a la cual puede acceder siempre y cuando este deposite una suma de dinero por anticipado, dinero que será utilizado para los gastos administrativos de dicho proceso. Su variante es la venta de vehículos o propiedades, en la cual el dinero se pide para trámites administrativos mediante el criminal como intermediario ante los dueños que se encuentran aparentemente en el extranjero (Nigeria).
El “cuento del A B C” consiste en la estafa en que un delincuente, interesado en un producto determinado, ofrece en el mercado electrónico un producto por el mismo precio del que desea; a un comprador interesado le da los datos de transferencia del vendedor que ofrece el producto de interés del delincuente, y así la tercera persona transfiere, simulando que el estafador pagó por el producto de su interés.
El “cuento de la novia ucraniana” usa un viejo modus operandi, en que los estafadores se hacen pasar por hermosas mujeres de Europa oriental que buscan parejas. Seducida la víctima, la novia señala que no tiene dinero para viajar al destino soñado de vivir juntos. Varones de distintas edades transfieren los montos solicitados, anhelando un caluroso encuentro que nunca se concreta. Esta estafa evolucionó al sextortion (“extorsión sexual”), cuando la víctima es chantajeada por fotos íntimas que subió en la conversación virtual con una interlocutora (o interlocutor).
En otros cuentos virtuales, se encuentra en internet la oferta de cupones de descuento, tanto para empresas nacionales como extranjeras; avisos del banco indican que se debe verificar sus accesos informáticos para obtener suculentos premios por ser el visitante número mil de una página determinada, accediendo a cuentas bancarias con fines fraudulentos.
El quinto Moyano
Con este marco tecnológico, en la globalizada sociedad de la información, la historia del cuento no se detiene. La herencia de los hermanos Moyano muta en el tiempo en constante evolución mientras exista una víctima que pueda caer en una simulada realidad. Si bien los cuenteros Moyano fueron una agrupación delictual conformada por cuatro hermanos, el análisis de los registros policiales da cuenta de un quinto integrante.
Miguel Luis León Morales, chileno, alias “El Cojo”, nacido en Santiago el 17 de junio de 1943, hijo de Carlos León y Aída Morales, estudios básicos, último domicilio conocido en calle Yungay Nº 263 en Quinta Normal, poseía ficha de cuentero en la PDI. Fue compañero de delito de los hermanos Moyano cuando alguno de ellos se enfermaba. Al ser detenido en numerosas oportunidades junto a estos, pasó a ser conocido como un Moyano más pese a no tener vínculo de parentesco. Sus fechorías en compañía permanente de los Moyano replicaron las marcas al rojo que se estampaban en la Europa medieval para identificar a los maleantes7. Murió el 10 de noviembre de 1994.
Todo detective de la policía chilena antigua, que interactuó con la marginalidad delictual de esos años, recuerda claramente la subrepticia vida, licenciosa y oculta, viciosa y libertina de los hermanos Moyano. El ex prefecto de la PDI José Jorquera Lagos, por ejemplo, jefe de la Prefectura Occidente en 1995, conoció de cerca el modus operandi de estos timadores cuando se dedicó a la investigación criminal en 1967. Más aún cuando fue destinado a la Asesoría Técnica de la institución, donde cumplió funciones entre 1973 y 1988, en las dependencias de Informática y Análisis y Procesamiento de Datos. A partir de su interacción con los hermanos Moyano afirmó que
su sistema de vida era propio de la clase baja y su sector de operaciones abarcaba primordialmente el centro de Santiago, la Estación Central y un terminal de buses que hace algunos años existía en la Plaza Almagro. Recuerdo que estos hermanos contaban el cuento del balurdo y sus víctimas generalmente eran campesinos que provenían del sur. José se hacía pasar por gil, en tanto su hermano Domingo era el que se acercaba a recoger. Estos no eran delincuentes que opusieran resistencia a su detención. Todos estos hermanos figuran como solteros en sus respectivas fichas. No se les conoció convivientes como tampoco hijos, y, conforme a lo que recuerdo, estos habitualmente pernoctaban en hospederías ubicadas en las calles Aldunate y Esperanza cuando los sorprendía la noche, ya que eran bastante pobres y sus cuentos les servían escasamente para solventar gastos de alimentación y alojamiento. Los hermanos vestían muy mal y a pesar de que en 1985 ya tenían una avanzada edad, todavía estaban activos en la comisión de este delito, por los cuales obtenían exiguas cantidades de dinero que solamente les alcanzaba para sufragar sus necesidades básicas. Eran sujetos característicos por los abrigos que vestían siempre y eran apodados “los huasos”, y esto era seguramente porque usualmente elegían como víctimas a estos personajes, a los cuales incluso imitaban en su forma de hablar, dando con ello mayor confianza a la víctima. Nunca se tuvo conocimiento de que hayan obtenido cantidades importantes de dinero producto de estos ilícitos, pero sí se puede indicar que estos eran bastante periódicos, lo que queda en evidencia con las múltiples detenciones que registraban a su haber (Erazo et al., 1995, p. 17).
Para Jaime Romero Romero, nochero de edificios, la historia de los hermanos Moyano es parte de su vida. En su casa habitación de calle Aldunate de la Población Pueblo Hundido vivieron los hermanos Moyano por más de treinta años. Romero recuerda que, desde el año 1948, cuando tenía solo 7 años, “mi madre Blanca Romero, les arrendó una pieza del inmueble que habitamos, a Domingo y Juan José. Recuerdo que estos se dedicaban a contar el cuento del balurdo en las inmediaciones de la Estación Central, escogiendo como incautos a los huasos que llegaban desde el sur en tren, para lo cual salían temprano de la casa y llegaban bastante avanzada la tarde, incluso en algunas ocasiones se perdían por varios días, presumiendo que esto era cuando resultaban detenidos por la policía”. Y luego agrega: “Estas personas nunca produjeron desórdenes en nuestro hogar, pues se comportaban tranquilamente en la casa. Es más, que yo recuerde, jamás vino la policía a buscarlos aquí” (Erazo et al., 1995, p. 20).
Blanca Rosa Romero fue entrevistada en 1995 a fin de conocer más detalles sobre la vida de los hermanos Moyano, afirmando que
eran tranquilos, ya que nunca me produjeron problemas aquí. Tenía conocimiento que operaban con el cuento del balurdo, pues en la misma pieza preparaban los fajos de billetes. Esta labor la hacían generalmente de noche. Como anécdota, puedo contar que en una ocasión mi hijo, que en ese entonces tenía 7 años, fue a intrusear a la pieza de esos hermanos y vio un balurdo sobre un velador y llegó hasta donde yo estaba a contarme que el tío José tenía harta plata. En su inocencia, mi hijo pensaba que se trataba de un fajo de billetes verdaderos. Cuando regresaban a la casa y les había ido bien, no eran mezquinos y me pasaban algo de dinero para la compra de víveres. Nunca supe que ganaran mucho dinero, pero lo que obtenían les alcanzaba para mantenerse. Jamás tuve problemas de dinero con ellos, recuerdo que aquí a la casa nunca vino la policía a buscarlos, por lo que presumo que no se sabía que vivían conmigo o bien tenían otras caletas (Erazo et al, 1995, p. 22).
Los hermanos Moyano no dieron entrevistas, solo brindaron declaraciones policiales en el marco de alguna de las tantas detenciones. Sin embargo, en 1995, para un trabajo de investigación académica en el Instituto Superior de la Policía de Investigaciones, actual Academia Superior de Estudios Policiales (Asepol), el último Moyano vivo fue entrevistado a fin de indagar en el modus operandi de este oficio y en la historia familiar de los Moyano. Y este relató lo siguiente: “Cuando yo tenía alrededor de diez años falleció mi padre a causa de que bebía mucho vino blanco, lo que le provocó un soplo al corazón. Recuerdo perfectamente que era muy severo con nosotros y nos golpeaba por cualquier maldad que hiciéramos. Si él hubiera estado vivo, creo que no habríamos llegado al camino del delito. Pese a que junto a mis hermanos fuimos a la escuela, no logré aprender a leer, solo a sumar”. Luego continúa: “También recuerdo de esa época que siempre vivimos arrendando, en diferentes lugares de la capital, llegando finalmente todo el grupo familiar a la Población Bulnes. Esto debió ser aproximadamente el año 1950. Pasado unos años me marché a Conchalí junto a Blanca, mi mujer, con la cual convivo hasta la fecha (1995)”.
Blanca Rosa Pizarro Henríquez fue pareja de Guillermo, compañera de vida y de delito. Trabajó por más de cuarenta años en la pilastra de frutas y verduras del Mercado Tirso de Molina en Recoleta. Vivían en el pasaje Mario Neira N° 65, en una relación de la cual no tuvieron hijos por problemas biológicos de Guillermo. En 1985, Blanca enfermó con las madrugadas, los fríos, la artritis y su diabetes, dedicándose a las labores de la casa. Para la misma investigación académica, afirmó que Guillermo “siempre fue bueno para la farra y mujeriego, que no se preocupaba mayormente por los problemas y necesidades del hogar, sin embargo, yo no tuve problemas debido a que ganaba mi propio dinero”. Blanca confirmó además que el juego lo practicaban en calle Ahumada e Hipódromo de Chile. Dijo también que Guillermo no trabajó el “cuento del tío” con sus hermanos, sino que se especializó en el “pepito paga doble” y que salió a “trabajar” a la calle hasta en sus últimos días.
Guillermo manifestó también que “en este juego (la mona) ganamos bastante dinero porque en esos años rendía más la plata. Cuando fuimos detenidos y llevados a Investigaciones, que en esos tiempos solo era un galpón, pudimos aprender de otros delincuentes detenidos, como usar el balurdo. Buscábamos la plata en sectores tales como Estación Central, Franklin y Arturo Prat, donde era fácil jugar ya que no existía presencia policial; otros lugares a los que también concurríamos eran calle 10 de Julio y Plaza Italia, pero principalmente en la calle Ahumada. Posteriormente mis hermanos se dedicaron al balurdo, dejándome a mí junto a mi mujer dedicados al juego de la mona”. Para luego continuar diciendo:
Nunca salimos a trabajar fuera de Chile, lo que más lejos fuimos fue en la ciudad de San Antonio, durante el verano donde un amigo de nombre “Carlitos Palma”, matarife, actualmente [1995] debe tener cerca de los ochenta años, creo que se encuentra enfermo del corazón. Con el dinero obtenido nos dábamos la gran vida, buenos asados, cazuelas. En cuanto a mis otros hermanos, cuando ellos salían uno bebía y el otro lo cuidaba, ya que el alcohol los ponía un poco violentos y de esta forma evitaban tener peleas. Yo andaba bien vestido, con buen reloj, los sombreros valían $45, de los que usaban los detectives quienes andaban muy bien vestidos, entre ellos recuerdo al “Huaso Canales”, Roberto Schmidt, al señor Rencoret y al señor Villagrán que trabajó el sector de Conchalí, creo que aún vive. De la policía móvil me recuerdo de un funcionario de nombre Guillermo Caamaño y otro de apodo el “Chico Margoso”, nos controlaban bastante, hacían buena labor y nos dejaban sin jugar.
A partir de esta entrevista se comprobó que en cuanto al dinero obtenido solo les permitía solventar el gasto diario “pese a la larga trayectoria que tuvieron en el camino delictual, no se les conocen bienes muebles o inmuebles, lo que es indicativo de la mala administración de los dineros obtenidos” (Erazo et al., 1995, p. 32). En efecto, no compraron casas ni vehículos, no poseían ahorros ni cuentas bancarias. En palabras del propio Guillermo, “como éramos analfabetos nadie nos aconsejó para sentar cabezas y haber ahorrado algo, recuerdo que en una ocasión un amigo veguino con plata, actualmente fallecido, don Segundo Avendaño, me ofreció prestarme [sic] dinero para que comprara una casa y una bodega y así establecerme tranquilamente y asegurar el futuro, quedé de ir a darle una respuesta, cosa que finalmente nunca hice... éramos todos muy ahuasados8” (Erazo et al., 1995, p. 24).