Kitabı oku: «El bautismo del diablo», sayfa 6

Yazı tipi:

¿Perdiendo la verdad?

Y la ciencia se equivoca más a menudo de lo que la gente se da cuenta. En 2013, la revista The Economist publicó un artículo titulado: “Cómo se equivoca la ciencia”,80 una mirada franca a algunos de los secretos de la ciencia de los que no deberían estar al tanto los simples mortales.

El artículo dice: “Muchos de los hallazgos que habitan el éter académico son el resultado de experimentos mal conducidos o de análisis deficientes. Un cálculo estimativo entre los capitalistas emprendedores de la biotecnología es que la mitad de las investigaciones publicadas se basan en experimentos que no pueden repetirse. Incluso eso puede ser optimista. El año pasado, los investigadores de una compañía de biotecnología, Amgen, descubrieron que podían repetir solo seis de 53 estudios fundamentales en la investigación del cáncer. Anteriormente, un grupo en Bayer, una empresa farmacéutica, se las arregló para repetir solo un cuarto de 67 documentos importantes similares. Un científico informático destacado está preocupado porque tres cuartos de los documentos en su sub área son mentira”.81

¿Esto es lo que sucede en la ciencia, la explicación objetiva e imparcial de la realidad?82

¿Y la comprobación de solo seis de 53 estudios relevantes? ¿Cómo puede ser eso? La repetición, o replicación, de los experimentos es la base de la verificación científica. Alguien hace algún reclamo sobre los resultados en un experimento o un estudio, y ¿qué mejor manera de verificar los resultados que repetir el experimento o estudio y, de manera ideal, los resultados?

Sin embargo, muchos hallazgos supuestamente bien establecidos y reconfirmados se muestran, de manera creciente, inciertos. Sobre un tema similar, un artículo en The New Yorker decía: “Es como si los hechos estuvieran perdiendo su verdad”. “Las afirmaciones que habían sido enarboladas en los libros, de repente, se vuelven improbables. Este fenómeno aún no tiene nombre oficial, pero está ocurriendo a lo largo de una amplia gama de campos, desde la psicología hasta la ecología”.83 John Ioannidis, epistemólogo de Stanford, estaba tan preocupado por este problema que escribió un documento frecuentemente citado: “Por qué la mayoría de los resultados de investigaciones publicadas son falsos”.84

El artículo de The Economist continuaba, diciendo: “Entre 2000 y 2010, cerca de 80 mil pacientes participaron en pruebas clínicas basadas en investigaciones que luego fueron desestimadas debido a errores e inexactitudes”.85

¡Qué consuelo!

¿Qué hay de la revisión cruzada de pares? ¿No se supone que eso protege contra la falsa ciencia? Nuevamente, The Economist expresa: “El proceso superficial de la revisión cruzada de pares tampoco llega a ser todo lo que se esperaba que fuera. Cuando una revista médica prominente condujo una investigación después de otros expertos en el campo, encontró que la mayoría de los revisores no lograron encontrar los errores que se habían introducido a propósito en los documentos, incluso después de decirles que estaban siendo probados”.86

Además, si un colega experto comparte dogmáticamente el mismo paradigma científico, el mismo modelo, las mismas suposiciones que el autor, ¿qué otra cosa hace la revisión de pares, más que asegurarse de que el autor se mantenga fiel a la línea partidaria, sin importar si esa línea es correcta? Esta revisión de pares garantiza (supuestamente) la validez del trabajo dentro de una serie de suposiciones; no dice nada sobre la validación de las suposiciones mismas (ver capítulo 7).

Al escribir en el Atlantic, la autora Bourree Lam habló sobre un reciente aluvión de hallazgos científicos que se han rectificado porque se ha probado que son incorrectos. Aparentemente, el problema está más extendido de lo que mucha gente puede percibir. La mencionada autora escribió: “Un estudio en Proceedings of the National Academy of Ciencies revisó 2.047 retractaciones de artículos biomédicos y de ciencias de la vida y descubrió que solamente el 21,3 % se originaba directamente del error, mientras que el 67,4 % resultaba de la falta de ética, incluyendo fraude o sospecha de fraude (43,4 %) y plagio (9,8 %)”.87

Además, si existen graves problemas en la ciencia experimental, que se hace sobre lo que está vivito y coleando ahora (como esos 80 mil pacientes), ¿se supone que deberíamos hacer reverencia con obsecuencia cuando la ciencia hace pronunciamientos osados sobre lo que supuestamente sucedió hace 250 millones de años, cuando el Coelurosauravus (según se nos ha dicho) desarrolló alas antes de desaparecer en el ozono paleozoico?

¿Qué hay de esta pista en un artículo en el New York Times? “Los estudios, ¿demuestran que las gaseosas o refrescos promueven la obesidad y la diabetes tipo II? Depende de quién pague el estudio”.88

El artículo debatía sobre cómo los resultados de la investigación científica sobre los peligros de las gaseosas para la salud variaban, y cómo los estudios científicos financiados por la industria de las gaseosas minimizan los peligros sobre la salud, en contraste con las investigaciones independientes. Sin embargo, la industria de las gaseosas declara que están haciendo lo mejor en ciencia. “La investigación que hicimos adhiere a los más altos estándares de integridad de los estudios científicos, basados en estándares reconocidos por las instituciones prominentes de investigación”,89 manifestó la industria. De hecho, la industria acusó que quienes financiaron la investigación que apuntaba a los peligros de las gaseosas habían sido pagados por quienes tenían determinado interés en hacer que esos productos parecieran peores de lo que en realidad eran.

No estamos hablando de críticas literarias sobre Cormac MacCarthy o críticas musicales sobre Max Richter. Estos son investigadores científicos, que se supone que adhieren “a los más altos estándares de integridad para la investigación científica”, que miran la misma realidad objetiva pero que llegan a diferentes conclusiones científicas.

¿Cómo puede ser? Después de todo, ¡es ciencia! ¿Puede realmente haber tendencias entre los científicos que afecten sus conclusiones, no solo en las investigaciones sobre las cosas que existen ahora (gaseosas y diabetes) sino también en el estudio de formas de vida que, supuestamente, existieron hace millones, o incluso miles de millones de años?

Esta no es una pregunta nueva. Al escribir sobre la relación entre la iglesia primitiva y la ciencia, David Lindberg expresó lo siguiente: “La verdadera ciencia, puede sostener [un crítico], no debe ser la sirvienta de nadie, sino que debe poseer total autonomía. Por consiguiente, la ciencia ‘disciplinada’ que buscaba Agustín no es ciencia en absoluto. De hecho, este reclamo se equivoca: la ciencia totalmente anónima es un ideal atractivo, pero no vivimos en un mundo ideal. Y gran parte de los desarrollos más importantes en la historia de la ciencia han sido producidos por personas comprometidas no a la ciencia autónoma, sino a la ciencia en servicio de alguna ideología, programa social o fin práctico. Durante la mayoría de su historia, la pregunta no ha sido si la ciencia funcionará como sirvienta, sino a cuál de las señoras servirá”.90

Hay múltiples razones para estos problemas en la investigación científica: información elegida cuidadosamente, competencia por dinero, intereses comprometidos en los resultados, la influencia de grandes empresas, rivalidades entre investigadores, y más. Pero estas razones suenan a lo que uno esperaría en teología, crítica literaria, estudios sobre el feminismo o la teoría política. Pero ¿deberíamos encontrar estos problemas en la ciencia, que se supone que es la forma más pura y objetiva de encontrar la verdad sobre la realidad?91

Sin embargo, las razones van mucho más allá de las informaciones o las subvenciones. Llegan hasta el problema de cómo los seres humanos (inclusive los científicos), seres subjetivos atrapados dentro de receptores limitados que permiten solo perspectivas estrechas sobre lo que está fuera de ellos, pueden explicar de manera precisa la “realidad altamente compleja, multifacética y de múltiples capas”92 que no solo los rodea, sino además de la cual también forman parte.

Mente y cosmos

Imaginemos nuestro universo de la manera en que muchos científicos contemporáneos insisten que era antes: solo electrones, positrones, neutrinos, fotones, y luego helio e hidrógeno, que “bajo la influencia de la gravitación para agruparse [...] eventualmente se condensarían para formar las galaxias y las estrellas del presente universo”.93

Pero supongamos que este universo tampoco tenga un Dios (como muchos creen que es), sin consciencia, sin vida en absoluto. Nada más que energía, gases, estrellas y rocas compuestas de entidades subatómicas que en la actualidad se cree que forman toda la materia y la energía.

Supongamos que todo continúa siendo de esa manera.

En ese universo, ¿podría existir el conocimiento? Fotones, electrones, estrellas, rayos cósmicos sí. ¿Pero conocimiento? La idea de “conocimiento” en sí demanda no solo consciencia (después de todo, un murciélago frugívoro de Egipto tiene “consciencia”), sino un nivel más elevado de consciencia, una mente capaz de contener pensamiento racional. El conocimiento sin mente es tan imposible como el pensamiento sin la mente, pues ¿qué es el conocimiento, sino una forma de pensamiento? Si no existiera Dios, o no existieran dioses ni vida inteligente en ningún otro lugar del cosmos más que en los humanos, entonces el único conocimiento en toda la creación sería lo que está en las mentes de los seres humanos. Y si todos los humanos murieran, todo el conocimiento moriría con ellos.

Tenemos conocimiento solo porque tenemos mentes; sin mentes, no hay pensamientos ni conocimientos. Y dado que tenemos mentes humanas, todo el conocimiento humano está limitado por el tipo de pensamiento que pueden tener las mentes humanas. Cualquier cosa que nosotros, como humanos, sabemos, o pensamos que sabemos, incluyendo el conocimiento científico, solo lo sabemos o conocemos como pensamiento humano.

Eso nos lleva, probablemente, a la pregunta más funcional que podemos hacer: ¿Cómo sabemos que nuestros pensamientos son correctos? ¿Cómo podemos estar seguros de que lo que sabemos, o creemos que sabemos, es verdad? Lo que sea que sepamos (o creamos que sepamos), lo sabemos (o creemos que sabemos) solo a través de procesos que crean conocimiento en nuestras mentes. Entonces, preguntar cómo sabemos si los procesos que usamos para obtener conocimiento son correctos es lanzarse a un laberinto autorreferencial, el equivalente intelectual a una ilustración de Escher. ¿Cómo sabemos que nuestros métodos de obtener conocimientos son correctos cuando necesitamos algún método de obtención de conocimiento para juzgar esos métodos? Pero, si lo que estamos cuestionando desde el principio es el tema de cómo obtenemos conocimiento, entonces, ¿cómo podemos confiar en nuestro juicio de ese método en sí mismo? Debemos asumir lo mismo que estamos cuestionando. Este es otro ejemplo de los límites del conocimiento humano. No solo sobre lo que sabemos (o creemos que sabemos), sino sobre el proceso de conocer en sí mismo. Este proceso se denomina epistemología.

Epistemología

Cualquier persona interesada en el debate de creación-evolución debe entender el concepto detrás de la palabra epistemología. Al igual que la biología, la geología o la teología, la palabra epistemología contiene su propio significado. Pero en vez de tratarse sobre el estudio de la vida (bios), de la Tierra (geo) o de Dios (theos), la epistemología es el estudio del episteme, del conocimiento en sí mismo. Es la “rama de la filosofía que se interesa por investigar la naturaleza, los recursos y la validación del conocimiento”.94

La epistemología no es el estudio del conocimiento, en el sentido de aquello que sabemos –al menos, no directamente–, así como dos más dos es igual a cuatro, o que Jesús murió por la humanidad, o que la sangre lleva oxígeno a nuestras células, o que tienes dolor de muelas o que François Mitterrand fue presidente de Francia. En verdad, la epistemología es el estudio de cómo llegamos a construir las declaraciones que hacemos sobre dos más dos, Jesús, el oxígeno en la sangre, un dolor de muelas o sobre François Mitterrand, o sobre cualquier cosa que declaremos que sepamos.

Decimos: “Yo sé que dos más dos es igual a cuatro”; “Yo sé que Jesús murió por mis pecados”; “Sé que François Mitterrand fue presidente de Francia”; “Sé que tengo dolor de muelas”. En todos estos casos, el verbo saber es usado de manera similar; se está seguro de la veracidad de cada oración.

Sin embargo, llegamos a ese conocimiento y al uso del verbo saber a través de diferentes métodos. La manera en que sabemos que tenemos un dolor de muelas es bastante diferente de la manera en que sabemos que dos más dos es igual a cuatro o sabemos que Jesús murió por nuestros pecados. No sentimos en la boca la sensación dos más dos es igual a cuatro, así como no aprendimos que tenemos dolor de muelas leyendo a Pablo u otros pasajes de las Escrituras. Puede que sepamos estas cosas, como sabemos que el sol saldrá mañana, que John F. Kennedy fue asesinado o que Dios ama al mundo. Pero, nuevamente, accedemos a ese saber, a ese conocimiento, a través de diferentes métodos.

La epistemología observa esos métodos.

Empirismo

Uno de esos métodos, de central importancia en el debate creación-evolución, es el empirismo, la teoría de que obtenemos conocimiento de nuestros sentidos. En las declaraciones que anteceden, la que hablaba de saber que tenemos dolor de muelas (en oposición a saber que dos más dos es cuatro) se consideraría conocimiento empírico. Nuestros sentidos, en este caso, el sentido del dolor, nos dan el conocimiento que tenemos de nuestras muelas.

Si alguien dice: “Hay diez personas en la habitación”, una respuesta natural sería: “Bien. Iré a verlo por mí mismo”. Uno se levanta, va a la habitación, y con sus propios ojos, sus receptores sensoriales, arriba a una conclusión con respecto a la veracidad o la falsedad de la declaración sobre el número de personas que había en la habitación. Eso es empirismo.

Ahora, supongamos que alguien nos dice: “Si hay diez personas en la habitación, entonces, hay tres personas más de las que habría si hubiera solo siete personas en la habitación”. Si respondemos: “Bien, pero permíteme entrar y verlo por mí mismo”, la respuesta sería rara. La racionalidad por sí misma revela que cuando hay diez personas en la habitación, hay tres personas más que cuando hay siete. No hay necesidad, como sí la había en el primer ejemplo, de ir a la habitación y contar las personas que hay allí. La declaración en sí misma, en sus propios términos, muestra su veracidad. No necesitamos salirnos de la declaración hacia nuestros sentidos, la historia o a la Revelación para saber que es verdad.

Epistemología empirista

El punto crucial es este: la ciencia, incluyendo todas las ramas que enseñan la Evolución, es una epistemología empirista. Con todo lo que conlleva, la ciencia en su esencia es un intento humano, a través del uso de nuestros sentidos, de entender, interpretar, describir y, de manera ideal, explicar el mundo. Ya sea que se trate de Aristóteles observando insectos hace 2.300 años, Darwin en Galápagos estudiando aves, químicos trabajando para la empresa de tabaco Philip Morris, astrónomos usando el telescopio Hubble para explorar las estrellas, o biólogos que afirman que la vida en la Tierra comenzó hace entre 3,8 y 4 miles de millones de años, la ciencia es un esfuerzo empírico. Se trata de seres humanos, a veces con la ayuda de diferentes instrumentos, que usan sus sentidos para explorar el mundo natural.

Lo cual está bien. ¿De qué otra manera los científicos podrían estudiar el mundo? Después de todo, aprendemos mucho a través de nuestros sentidos. Alguien podría debatir que la mayoría de lo que sabemos, al menos sobre el mundo natural, lo sabemos solamente a través de nuestros sentidos. Incluso el conocimiento que se nos revela, cosas que no sabríamos de otra manera, como el día de nuestro cumpleaños, lo sabemos a través de nuestros sentidos, nuestros oídos (pues nos lo contaron) o nuestros ojos (lo leímos). Y si sabemos que John F. Kennedy fue asesinado o que Julio César tenía el título de Pontifex Máximus, ¿cómo sabemos estas cosas, de otra manera que no sea, otra vez, a través de nuestros ojos, oídos o ambos?

Carencia sensorial

Sin embargo, durante miles de años las personas han luchado con la difícil pregunta sobre cuán precisamente, o sin precisión, nuestros sentidos nos presentan el mundo. ¿Cuál es la diferencia entre la realidad que está fuera de nuestros cerebros y cómo esa realidad nos parece en nuestros cerebros? Cuando miramos un árbol, por ejemplo, lo que vemos no es el árbol en sí mismo, sino una imagen del árbol que existe en nuestra mente. Si nuestra mente dejara de funcionar, la imagen del árbol dejaría de existir: no el árbol en sí. Esta es la prueba de que se trata de dos cosas diferentes. Lo que haya en nuestra mente, que nos parezca un árbol, no es el árbol en sí.

¿Qué transformación, entonces, sucede cuando nuestros sentidos captan lo externo y lo convierten en los impulsos químico-eléctricos en nuestros cuerpos y cerebros, que forman la base de toda nuestra experiencia? En resumen, ¿cuál es la diferencia entre la imagen del árbol que existe en nuestra cabeza y el árbol en sí? Mucha diferencia. Porque lo que hay en nuestra mente, sin dudas, no es la corteza, las hojas y la madera real.

Como mostraba el ejemplo del museo, nuestros sentidos pueden darnos visiones opuestas de lo que existe. A una persona la habitación puede parecerle bien iluminada, y a otra puede parecerle oscura. Si la ciencia estudiara lo que realmente existe allá afuera, no debería preocuparse por cómo parece frente a las diferentes personas. El tema es la realidad de la habitación en sí. ¿Por qué a un geólogo que está estudiando un acantilado de esquisto le importaría cómo se ve el acantilado a los ojos de un murciélago, en la lente de una cámara Cannon o para un daltónico? De la misma manera, a la ciencia le interesa cómo es realmente la habitación en sí misma y de sí misma, sin importar el tamaño de los alumnos que la miran o lo que sucede en el cerebro de los seres dotados de sentidos en la habitación.

Si la ciencia fuera la psicología o la fisiología, el foco principal serían las sensaciones subjetivas de los seres en cuestión.95 Pero si la ciencia trata con cosas como la presión del aire o la estructura de la Galaxia Renacuajo o las primeras floraciones de plantas en el período Cretácico, hace entre 146 y 65 millones de años, entonces la brecha entre cómo nos parecen las cosas en nuestro cerebro y la manera en que realmente son en sí mismas se hace crucial.

¿Por qué? Porque esta pregunta llega a una de las varias limitaciones de la ciencia, una limitación que se hace exponencialmente más problemática cuando la ciencia trata no solo con lo que está ahora delante de nosotros, sino con lo que se dice que le sucedió hace miles de millones de años a cosas que ya existían, supuestamente, mucho antes de que existieran nuestros sentidos.

Volvamos al ejemplo sobre cuántas personas hay en la habitación. Algunos dicen que hay diez personas. Entonces entramos a la habitación y contamos. Sí, hay diez personas en la habitación. ¿No es esa una conclusión sólida y certera? ¿No puede alguien estar tan seguro de eso como sobre la declaración de que si hay diez personas en la habitación, entonces hay tres personas más de las que habría si hubiera solamente siete personas?

Sin embargo, supongamos que había una mujer escondida debajo de la mesa y no la contamos. O supongamos que había tres personas más en las vigas del techo y fuera de la vista. O supongamos que para alguien la definición de la palabra habitación incluye el armario, donde había dos personas más escondidas. O supongamos que eres un estadounidense que vivió durante La Confederación, cuando se consideraba que los esclavos eran solo dos tercios de persona, y cuatro de las personas en la habitación eran esclavos.

Entonces, no se puede estar totalmente seguro sobre cuántas personas había en la habitación como sí se puede tener certeza en cuanto a la afirmación de que cuando hay diez personas en la habitación, entonces eso significa que hay tres más de las que habría cuando hay siete.

“El meollo de la cuestión es que si estamos familiarizados solo con nuestras percepciones, y nunca con las cosas que se supone que hay detrás de ellas, ¿qué podemos esperar del conocimiento de esas cosas, o incluso recibir justificación al afirmar su existencia?”,96 declaró A. C. Grayling.

Iris Murdoch escribió: “Es una tarea llegar a ver el mundo como es”.97 Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo; si es que fuera posible siquiera.98

Otra vez, si esta limitación epistemológica fundacional es verdad para las cosas que creemos que existen hoy (como el número de personas en una habitación), ¿cuánto más grande sería el problema con aquellas cosas que no existen ahora, como los miles de millones de años de la historia de la evolución que nos precedieron a nosotros y nuestros sentidos?

Sir James Jeans escribió hace algunas décadas: “Nuestros estudios nunca pueden ponernos en contacto con la realidad; no podemos penetrar más allá de las impresiones que las que la realidad implanta en nuestra mente”.99

Al escribir sobre el sentido de la visión, el ganador de premio Nobel Francis Crick argumentó que “el cerebro combina la información proporcionada por las diferentes características de la escena visual (aspectos de forma, color, movimiento, etc.) y la establece en la interpretación más plausible de todas estas claves visuales juntas”.100 Y continuó diciendo: “Lo que usted ve no es realmente lo que hay; es lo que su cerebro cree que hay [...]. Su cerebro hace la mejor interpretación que puede, de acuerdo con su experiencia pasada y la información limitada y ambigua proporcionada por sus ojos”.101

Entonces, ¿diferentes cerebros, diferentes realidades?

William Butler Yeats escribió: “Busca la realidad, deja las cosas que aparentan”.102 Bien, pero ¿cómo lo hacemos, si es que se puede lograr?

Hilary Putnam escribió que “los esfuerzos por proporcionar una base para el Ser y el Saber [...] son esfuerzos que han fracasado de manera desastrosa, y no podríamos haberlo visto hasta que se les dio tiempo para probar su inutilidad”.103

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
461 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9789877019636
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi: