Kitabı oku: «Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II», sayfa 12
¿CUÁLES SON LOS MEDIOS DIRECTOS DE AUTOCONTROL RACIONAL?
Los humanos disponemos de una gran área de control, que incluye tanto la locomoción corporal como la agencia moral. Por ejemplo, podemos elegir consistentemente y justamente devolver lo que se debe a un vecino, y podemos elegir facturar a un cliente de forma razonable y honesta. Comúnmente buscamos desarrollar creencias racionales, habilidades y virtudes que nos dispongan a actuar libremente para lograr nuestros objetivos y realización. Aunque la capacidad intelectual es característica de la especie humana, sus aplicaciones razonadas son personales. Se expresa a través de las diversas vías morales posibles para cada esfuerzo constructivo, para la solución de problemas y la construcción de soluciones, así como a través de la diversidad cultural o los trastornos individuales que las acompañan. No obstante, hay veces en que reaccionamos con patrones automáticos que no exhiben opciones racionales libres, como, por ejemplo, cuando una pareja mantiene interacciones perjudiciales entre ellos de forma repetida. Un momento importante para las personas a través de la racionalidad podría ser, por ejemplo, cuando la pareja llega a percibir sus pautas de interacción negativas. Esta toma de consciencia, o percepción, puede llevar a conseguir un cambio positivo significativo, tal y como demuestran diversos modelos de psicoterapia, como la terapia centrada en la emoción, la terapia cognitiva-conductual y la terapia racional emotivo-conductual, o como en el caso de los enfoques basados en la atención plena (capítulo 16, «Volitiva y libre»).
¿QUÉ SON LOS MEDIOS INDIRECTOS DE AUTOCONTROL?
Existen otros aspectos del autocontrol en los que los seres humanos solo pueden influir indirectamente (Gondreau, 2013). Solo tenemos un control racional indirecto de nuestras emociones y de las percepciones de los sentidos, así como de las evaluaciones que surgen de ellas y de la imaginación. Por ejemplo, cuando nos enfrentamos a una injusticia, podemos redirigir nuestra atención a otro objeto para calmar nuestras emociones o, en su lugar, podemos centrarnos en la injusticia para estimular nuestra ira y capacidad de tomar decisiones. Nuestras pasiones y sentimientos, así como los estados de ánimo, son movimientos internos, que interactúan e influyen en múltiples dimensiones de nuestra personalidad, siendo la razón consciente solo una de ellas. Por ejemplo, podemos ser arrastrados en diferentes direcciones por estímulos externos y por nuestros estados biológicos (véase el capítulo 14, «Emocional»).
VIRTUDES Y VICIOS RACIONALES
Nuestras inclinaciones naturales hacia conocer y amar constituyen un semillero no solo de nuestras virtudes intelectuales y morales, sino también de sus vicios relacionados. Al no estar especificadas en sí mismas, las inclinaciones naturales deben cultivarse a través de la experiencia, el estudio, y la práctica, para conseguir que la persona pueda desarrollar sus creencias, junto con esas fuerzas resistentes de la mente y el corazón, denominadas virtudes intelectuales y morales (Aristóteles, ca. 350 a. C./1941b; DePaul y Zagzebski, 2003; Pakaluk, 2005). El desarrollo de las virtudes puede ser identificado a través de lo que la terapia cognitiva denomina esquemas cognitivos saludables, pensamientos automáticos y conductas de adaptación, incluyendo la autoayuda (Dobson, 2012, pp. 78-83; Beck, 1979, pp. 31 a 33; Beck, Rush, Shaw y Emery, 1979, pp. 12 y 13; Young, Klosko y Weishaar, 2006). La psicología positiva denomina a tales esquemas y patrones de comportamiento «fortalezas de carácter» y «virtudes» (Peterson y Seligman, 2004). Debido a la naturaleza de nuestras disposiciones intelectuales y disposiciones morales nos convertimos en lo que pensamos, queremos y sentimos, para bien y para mal. Llegar a ser virtuoso es un desafío para cada persona, tanto para el profesional clínico como para el cliente. Cuando los enfoques psicoterapéuticos y de asesoría destacan la potenciación de las fortalezas o virtudes de carácter del cliente, la psicología puede tener un impacto directo en el cliente (Harris, Thoresen y López, 2007).
Los profesionales de la salud mental se enfrentan a un reto especial cuando están expuestos a sufrimientos psicológicos personales (por ejemplo, depresión, narcisismo, o abuso de sustancias). Asimismo, se produce un desafío especial en la respuesta al sufrimiento, al desorden y a la debilidad moral y espiritual del cliente, a través de los vicios relacionados (por ejemplo, el odio a sí mismo y a los demás) (Langberg, 2006). La vinculación empática con tales clientes puede ser a veces intelectual y emocionalmente agotadora, así como moral y espiritualmente tóxica. Se trata de una situación difícil, en la que algunos terapeutas pueden identificarse y adoptar algunos de los atributos negativos de sus clientes. Los terapeutas deben esforzarse por resistir el efecto que estos atributos negativos puedan tener sobre ellos, y desarrollar virtudes en sus propias vidas que les permitan desarrollar correctamente su trabajo clínico profesional (Meara, Schmidt y Day, 1996).
¿CÓMO SE DESARROLLAN LAS VIRTUDES Y VICIOS RELACIONADOS CON EL RAZONAMIENTO PRÁCTICO?
Como resultado de usar nuestra inteligencia para perseguir repetidamente la realización (o, por el contrario, para perseguir repetidamente patrones de pensamiento y comportamiento que llevan al languidecimiento), nos disponemos a actuar bien (o a actuar de forma desordenada). Del lado aplicado, o moral, la razón práctica correcta fundamenta el proceso de intentar buenos fines (tanto cotidianos como últimos), así como de buscar los medios adecuados para alcanzar los objetivos planteados (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.2). Por ejemplo, un esposo permanece fiel a su esposa rechazando los actos que comprometan su compromiso, pero también realizando actos positivos que reafirman su amor. Tal uso correcto de la razón práctica se desarrolla por la virtud moral cardinal de la sabiduría práctica o la prudencia, así como por sus virtudes asociadas, que ayudan a estar correctamente dispuestos a discernir y aconsejar, adjudicar y realizar acciones morales de acuerdo con nuestros compromisos éticos y objetivos espirituales (Tito, 2013). Por ejemplo, en el contexto del matrimonio, un hombre y una mujer juntos disciernen y eligen, como objetivo adecuado, valorar la fidelidad concretamente, evitando las tentaciones adúlteras y rechazando y corrigiendo los pensamientos inmorales, permaneciendo así fieles el uno al otro, en pensamiento, palabra y obra. El compromiso intelectual y práctico de los cónyuges con la fidelidad se convertirá en una disposición que, no obstante, requerirá un esfuerzo moral (y el apoyo espiritual y de la gracia) si desean ser verdaderamente fieles de por vida. Por la misma razón, la repetición de pensamientos, palabras y acciones infieles, forman los hábitos opuestos, que facilitan la repetición de estas acciones y la creación de una disposición que constituye un vicio.
¿QUÉ HABILIDADES Y FORTALEZAS REQUIERE EL RAZONAMIENTO PRÁCTICO?
Para poder razonar de forma correcta cuando nos enfrentamos a desafíos prácticos, en medio de la contingencia, necesitamos persistentemente descifrar la información, planificar las metas, resolver los problemas, buscar soluciones, así como encontrar el significado. En este proceso repetido, crecemos aprendiendo de los errores y corrigiendo los juicios erróneos. No lo hacemos como individuos aislados, sino con el apoyo de otros. El razonamiento práctico requiere el uso de capacidades y habilidades. Por ejemplo, los miembros de una familia necesitarán utilizar su memoria (para recordar sus promesas de ser fieles), su inteligencia (para encontrar los buenos objetivos a los que apuntar), su sagacidad (para enfrentar los desafíos a la solidaridad familiar), su razón (para encontrar los buenos medios para alcanzar objetivos comunes), su precaución (para evitar los peligros que amenazan la vinculación), y su buen consejo (encontrando modelos que disponen de sabiduría práctica) (Aquino, 1273/1981, II-II, 50). Asimismo, necesitamos habilidades prácticas y fortalezas para oponernos a los vicios (imprudencia y negligencia), así como para evitar las falsas apariencias de la razón práctica (astucia, engaño y preocupación ficticia sobre el futuro). En términos psicológicos, las racionalizaciones, las negaciones y los mecanismos de defensa ofrecen un parecido con la verdad, aunque solo son un parecido. Aprendemos a ejercer virtuosamente nuestras capacidades racionales a través de nuestras familias y comunidades, que nos llevan de ser dependientes a ser independientes, reconociendo a la vez nuestra continua interdependencia (MacIntyre, 1999). Este aprendizaje queda favorecido por prácticas inteligibles (como, por ejemplo, la participación en el culto comunitario) que conforman nuestra experiencia familiar, social, cultural y religiosa. Existen disposiciones cognitivas, específicas y prácticas, asociadas a estas diferentes áreas de sabiduría práctica. Lo que diferencia estas diversas disposiciones de la sabiduría práctica es su fin, u objetivo al que se orienta cada disposición (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.11). Por ejemplo, el uso eficaz y bueno del razonamiento práctico para el bien de una familia requiere un conjunto de disposiciones cognitivas diferentes de (aunque interrelacionadas con) las disposiciones necesarias para razonar, para conseguir el bien de un Estado en el caso de la política, o por el bien del cliente en el caso de la psicoterapia. En la medida en que se puede juzgar que los objetivos prácticos incorporan diferentes grados de valor y bondad, es fácil entender que las disposiciones cognitivas de una persona, orientadas hacia fines más elevados, son prioritarias sobre las demás disposiciones, y las regulan (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.11 ad 3). Por ejemplo, se puede considerar que el bien de la familia es mayor que el bien de los asuntos personales
Aprender razonamiento práctico requiere competencias cognitivo-afectivas, apoyo social, así como normas morales, bajo prácticas contextualizadas. A excepción de los casos en que existen graves defectos cognitivos-afectivos, y siempre que se disponga de una calidad adecuada de vinculación y educación por parte de los padres, educadores y otros modelos de su comunidad, los niños generalmente pueden desarrollarse correctamente para conseguir la racionalidad madura, el buen juicio del que normalmente disponen los adultos (MacIntyre, 1999). No obstante, se necesita experiencia, práctica y disciplina. La prevalencia y complejidad del razonamiento, así como su relación con la voluntad y las emociones, lo ponen en el centro de la teoría de la virtud, sin considerar la virtud como algo racionalista o fácil. En la teoría de la virtud, el desarrollo positivo de este potencial racional depende también de las normas morales que guíen nuestro juicio y acción hacia los verdaderos bienes, alejándonos de lo que es malo. Estas normas sitúan sus raíces en la ley moral natural y en la ley divina.
¿EN QUÉ ASPECTOS ES DIFERENTE EL RAZONAMIENTO PRÁCTICO CRISTIANO INFUNDIDO?
La conciencia de la persona forma la base del juicio moral. La conciencia es una brújula moral (Francisco, 2013, §35). La conciencia de la persona, no obstante, debe ser conformada y ejercitada. Esta formación se produce, en parte, a través del crecimiento en la virtud de la sabiduría práctica o la prudencia, que constituyen guías inmediatas de la conciencia (CIC, 2000, §1806). La sabiduría práctica es, por entenderlo de forma simple, la «razón correcta» con respecto a los actos humanos a realizar (Aquino, 1272/1999b, a. 1 ad 3 y a. 2). Cualquier persona puede comenzar a adquirir sabiduría práctica a través de las experiencias de su vida (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.14 ad 3). El ejercicio de esa prudencia adquirida involucra a la ley civil, y también a la ley moral natural (Aquino, 1273/1981, II-II, 48.1), estando esta última escrita en el corazón humano (Rom 2:14; Vaticano II, 1965b, §16).
A la vez, es necesario tener en cuenta que la capacidad humana para comprender la ley moral natural, así como para adquirir la virtud de la sabiduría práctica, ha quedado afectada negativamente por la caída humana (Aquino, 1273/1981, I-II, 85.3; CIC, 2000, §1811, §1960; Juan Pablo II, 1993, §36; capítulo 18, «Caída»). La gracia santificante de Cristo es necesaria para restaurar y justificar nuestra naturaleza humana caída, tras lo cual la persona puede beneficiarse de nuevo, disponiendo de la «razón correcta» (esto se puede observar, por ejemplo, en el efecto que la caridad teológica produce sobre el discernimiento racional de la justicia social) (CIC, 2000, §1889). La gracia santificante de Cristo también proporciona a la persona que responde la oferta de redención de Dios, una ley divina de amor, que dirige la vida humana hacia la bienaventuranza sobrenatural en Cristo (Mt 22:37-40; Aquino, 1273/1981, I-II, 91.4 ad 1). Asociada con la recepción de su ley divina (que involucra la gracia del Espíritu Santo dentro del corazón de la persona —Jer 31:33; Rom 5:5; Heb 10:16; CIC 2000, §1966), la persona recibe también la gracia de un tipo especial de virtud moral (Aquino, 1272/1999a, a. 10). Entre estas virtudes morales infusas se encuentra la sabiduría práctica cristiana única, que ayuda a la persona a ejercer su razonamiento moral con referencia a la ley divina y hacia el objetivo de la beatitud (Aquino, 1273/1981, I-II, 63.4; II-II, 47.14 ad 3). En este sentido, el razonamiento práctico cristiano es único, en el sentido de que está habilitado por la gracia de Dios, animado por la caridad teológica, y orientado a un fin espiritual último.
De este análisis se desprende que un buen razonamiento práctico depende de la consideración de numerosas fuentes diferentes (por ejemplo, la ley moral natural, la ley civil, la ley divina), así como del desarrollo de las fortalezas del carácter virtuoso, tal y como se sugiere en los escritos del movimiento de psicología positiva (Joseph y Linley, 2006; Peterson y Seligman, 2004). Un buen razonamiento moral requiere un buen carácter, así como un buen apoyo interpersonal. No se trata de un acto intelectual aislado, mediante el cual se pueda llegar automáticamente a conclusiones correctas. De la misma forma, el correcto razonamiento moral no es mecánico —como se produciría en una calculadora o utilizando un algoritmo—, sino que también se basa en compromisos interpersonales y llamadas personales, así como en emociones y experiencias.
Cualquiera que se haya enfrentado a un conflicto de intereses o a un caso difícil, puede ser testigo de que tales situaciones requieren que informemos a nuestras conciencias y recurramos a la competencia y sabiduría de los demás, y a la nuestra propia. Aunque los cristianos siempre permanecen imperfectos en muchos aspectos, buscan seguir a Cristo, sirviéndose de prácticas de origen cultural, filosófico y religioso que permitan desarrollar su carácter moral y espiritual. En la formación de la conciencia personal, los católicos cristianos recurren específicamente a los recursos de la tradición viva. También practican su fe a través de la oración, la liturgia, los sacramentos y los actos de misericordia y caridad. Asimismo, buscan el consejo de otras personas: a través de amigos sabios, directores espirituales, del estudio de la vida de los santos, y fundamentalmente, mediante la guía del Espíritu Santo (Jn 14:26; CIC, 2000, §1811; Cessario, 1996, pp. 162 y 169; Juan de Santo Tomás, 1644/2016; Pinckaers, 2005, pp. 385 a 395; véase también el capítulo 19, «Redimida»). El sermón de la montaña de Jesús (Mt 5-6), así como las exhortaciones morales de san Pablo nos aportan principios que nos permiten formarnos consciencias, reflexiones prácticas y actos morales. Por ejemplo, a través del servicio a los pobres y en la defensa de la vida (Juan Pablo II, 1995, §93; Pinckaers, 2005, pp. 321-341).
BELLEZA
Ser racional permite a las personas experimentar la belleza de una manera profunda. De hecho, los humanos estamos hechos para la belleza. La búsqueda de la belleza surge como una inclinación natural (Juan Pablo II, 1993, §51) y lleva a una persona más allá de sí misma, en una relación con lo que es bello. Esta inclinación significa que las personas disponen de una capacidad estética por naturaleza. Este sentido se desarrolla a través de la cultura, que permite apreciar la belleza y estar más en sintonía con ella. Los seres humanos nos sentimos atraídos por la belleza bajo sus muchas formas, como la naturaleza, la cultura, la música, la danza y las bellas artes (Scruton, 2011, 2012).
Las personas contemplan la belleza desde el primer momento de su ser y en su muerte. La naturaleza transitoria de la mayor parte de la belleza (por ejemplo, de un amanecer o de una pieza musical) empuja a las personas a buscar otra belleza siempre presente y eterna. De manera similar, los científicos pueden encontrar la belleza en el orden natural y la grandeza del cosmos (Dubay, 1999). Por ejemplo, un científico podría reflexionar sobre la maravilla de la fotosíntesis y del orden inherente a la tabla periódica de elementos.
Asimismo, inspirados por las maravillas de la belleza, las personas buscamos hacer cosas bellas. Imitamos lo que observamos, y buscamos replicar la belleza descubierta y, por lo tanto, contribuimos con algo de nosotros mismos al hacerlo. Esta noción no reduccionista de la belleza nos permite buscar sus niveles más profundos, como los que se encuentran en cada persona, familia y cultura, y en el medioambiente. Todas estas afirmaciones básicas sobre la belleza nos llevan a reflexionar sobre varias cuestiones: ¿De dónde viene la sed humana de belleza? ¿Qué es único en muchos de los aspectos de la belleza humana? y ¿Cómo exige la belleza una respuesta como la contemplación y el elogio de su origen?
¿CUÁL ES LA BASE DE LA SED HUMANA DE BELLEZA?
La belleza, luminosidad, armonía e integridad son cualidades de todo lo que existe, incluso cuando estas cualidades están ocultas a la vista directa. Una persona puede tener sed de belleza al igual que tiene sed de la vida misma. La belleza se encuentra en la bondad de todo lo que existe, en todo lo que es verdadero y en todo lo que es bueno en las relaciones interpersonales. En general, quienes están familiarizados con una forma de arte en particular, tienden a estar de acuerdo con los mejores ejemplos de esa forma de arte, aunque en el caso de las innovaciones se necesite algún tiempo para desarrollar un consenso. La belleza, tal y como argumenta Pieper en El ocio y la vida intelectual (Leisure, the Basis of Culture, 1952/2009), se recibe y se crea. La belleza está basada en la realidad: en las personas reales, en las relaciones reales y las cosas reales. Nuestra medida de belleza se encuentra en una forma o patrón, que no solo vemos y recordamos sino que imaginamos y conceptualizamos de nuevas maneras. La belleza y el orden (así como la fealdad y la deformidad) se relacionan con la forma de la cosa. Platón (ca. 360 a. C./1961b, ca. 360 a. C./1961c) habla de un reino de las formas, incluyendo la «belleza». Cada cosa bella participa en la belleza final. Aristóteles (ca. 350 a. C./1941a, ca. 350 a. C./1941d), por el contrario, habla de la belleza en las cosas mismas. No existe un reino separado donde existan las formas de las cosas; más bien, cada cosa comunica una forma, que es compartida por otras cosas similares. La noción cristiana de la belleza de Aquino atribuye la belleza a la causa ejemplar de toda belleza, que es Dios. Se puede entender que su relato reconoce la belleza como un rasgo trascendental del ser y de las cosas reales en la medida en que las personas y las cosas participan en un patrón trascendental de belleza (Maritain, 1930/2016; Schmitz, 2009; Scruton, 2011, 2012).
La belleza es una realidad metafísica del ser. A través de nuestra imaginación e ideas, podemos apreciar la belleza que encontramos e imaginamos. La propia naturaleza proporciona la inspiración y la medida de la belleza. Cuando contemplamos las cosas, personas y acciones bellas, se nos aporta una inteligibilidad de la belleza, incluso cuando formamos un dúo musical, o construimos una silla. A través de nuestra experiencia básica, sentimos, imaginamos e intuimos la belleza. No solo recibimos la forma de la belleza que proviene de la realidad. Asimismo, creamos activamente la belleza, de diferentes maneras humanas. Utilizamos nuestra imaginación e ideas para lograr hacer surgir la novedad en los pensamiento, en la palabra y en las cosas, como ejemplo en la obra literaria del escritor, el pintor, el poeta, carpintero, cocinero, arquitecto, o cineasta.
Existen tres cualidades que clásicamente se ha visto que constituyen la belleza. En primer lugar, la medida de la belleza se revela en la persona o en la integridad y plenitud de la sinfonía. Reconocemos el valor estético de todo el ser, según la naturaleza y estructura de la cosa: por ejemplo, reconocemos un caballo (no solo su oreja izquierda), un niño (y no solo su rodilla ensangrentada), incluso una pareja de casados (no solo un hombre y una mujer). En segundo lugar, la belleza se encuentra en la proporción o armonía de una persona, o de un edificio. Nos atrae la forma y textura de cada cosa, la acción o la persona. Por ejemplo, la belleza de la justicia se encuentra en la proporción adecuada a través de lo que se debe, sobre la base de los compromisos, de la naturaleza humana y de las relaciones interpersonales. En tercer lugar, la belleza se encuentra en el brillo o luminosidad de una persona, o de una puesta de sol. Incluso percibimos que una sonrisa radiante significa un estado de placer o alegría, como en los rostros de los novios el día de su boda o de los amigos perdidos hace tiempo en un encuentro sorpresa (Aquino, 1273/1981, I, 5.4 ad 1; II-II, 145.2; Sevier, 2015, pp. 103 y 104).