Kitabı oku: «Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson», sayfa 11
Por lo que entendió Virginia, tras abandonar el domicilio de Tate, al parecer se cambiaron de ropa en el coche. Luego condujeron un rato y se detuvieron en un sitio donde había una fuente o algo parecido para lavarse las manos. Susan dijo que salió un hombre y quiso saber qué hacían. Empezó a gritarles.
—Y —dijo Susan—, adivina quién era.
—No lo sé —respondió Virginia.
—¡Era el sheriff de Beverly Hills!
Virginia dijo que pensaba que Beverly Hills no tenía sheriff.
—Bueno —dijo Susan irritada—, el sheriff o el alcalde o lo que sea.
El hombre empezó a meter una mano en el coche para coger las llaves, y «Charlie encendió el motor. ¡Nos salvamos por poco! No paramos de reír», dijo Susan, que añadió: «¡Si hubiera sabido!».
Susan guardó silencio un momento. Luego, con su sonrisa de niña pequeña, preguntó:
—¿Sabes los otros dos de la noche siguiente?
Virginia recordó de repente al dueño del supermercado y a su esposa, los LaBianca.
—Sí —dijo—. ¿Fuiste tú?
Susan guiñó un ojo y dijo:
—¿Tú qué crees? Pero eso forma parte del plan —continuó—. Y hay más…
Pero Virginia ya había oído bastante aquel día. Se disculpó para ir a darse una ducha.
Virginia recordaría después haber pensado: «Tiene que estar bromeando. Se lo está inventando todo. Es demasiado disparatado, demasiado fantástico».
Pero se acordó de por qué estaba Susan en la cárcel: asesinato con premeditación.
Virginia decidió no contar nada a nadie. Era demasiado increíble. También decidió evitar a Susan en lo posible.
Sin embargo, al día siguiente Virginia se acercó a la cama de Ronnie Howard para decirle algo. Susan, que estaba tumbada en su cama, interrumpió:
—¡Virginia, Virginia! ¿Te acuerdas de aquel tipo tan guapo del que te hablé? Quiero que te fijes en su apellido. Escucha, se apellida Manson: ¡Man’s Son43!
Lo repitió varias veces para asegurarse de que Virginia lo entendiera. Lo dijo en un tono de asombro infantil.
No se lo pudo guardar más. Era demasiado. La primera vez que estuvieron solas Ronnie Howard y ella, Virginia Graham le contó lo que le había dicho Susan Atkins.
—Oye, ¿qué hacemos? —preguntó a Ronnie—. Si es verdad… Dios mío, es espantoso. Ojalá no me lo hubiera contado.
Ronnie pensó que Sadie «estaba inventándoselo todo, a lo mejor lo ha sacado de la prensa».
La única forma de asegurarse, decidieron, sería que Virginia le hiciera más preguntas para ver si podía enterarse de algo que solo sabría una de las personas que cometieron los asesinatos.
Virginia tuvo una idea para hacerlo sin despertar las sospechas de Susan. Aunque no se lo mencionó a Susan Atkins, a Virginia Graham le interesaban mucho los homicidios del caso Tate. Conocía a Jay Sebring. Una amiga que trabajaba de manicura para Sebring se lo presentó en el Luau unos años antes, poco después de que Sebring abriera el local de Fairfax. Fue algo informal, él no era ni cliente ni amigo, solo alguien al que se saluda con la cabeza y se dice «hola» en una fiesta o en un restaurante. Fue una extraña coincidencia que Susan se lo confesara a ella. Pero hubo una coincidencia todavía más extraña. Virginia estuvo en el 10050 de Cielo Drive. En 1962, su marido de entonces y ella, junto con otra chica, buscaban una casa tranquila, apartada, y se enteraron de que se alquilaba el 10050 de Cielo Drive. No había nadie allí para enseñarles el domicilio, de modo que solo miraron por las ventanas de la vivienda principal. Recordaba pocas cosas, solo que parecía un granero rojo, pero al día siguiente a la hora de comer le comentó a Susan que había estado allí, y le preguntó si el interior seguía decorado de color dorado y blanco. No fue más que una conjetura. «Ajá», contestó Susan, pero no dio más detalles. Luego Virginia le dijo que conocía a Sebring, pero Susan no se mostró muy interesada. Aquella vez Susan no estuvo muy habladora, pero Virginia insistió y consiguió retazos de información de todo tipo.
Conocieron a Terry Melcher a través de Dennis Wilson, miembro de los Beach Boys, un grupo de rock. Ellos —Charlie, Susan y los otros— vivieron con Dennis durante un tiempo. Virginia tuvo la impresión de que eran hostiles con Melcher, a quien le interesaba demasiado el dinero. Virginia se enteró también de que los asesinatos del caso Tate se produjeron entre la medianoche y la una de la mañana; de que «Charlie es amor, puro amor», y de que cuando apuñalas a alguien «es agradable cuando el cuchillo penetra».
También se enteró de que además de los asesinatos de Hinman, Tate y LaBianca, «hay más… y más antes (…) Hay también tres personas en el desierto (…)».
Retazos. Susan no aportó nada que demostrara si decía o no la verdad.
Aquella tarde Susan se acercó y se sentó en la cama de Virginia. Había estado hojeando una revista de cine. Susan la vio y empezó a hablar. Lo que contó, diría mucho después Virginia, fue incluso más estrambótico que lo que ya le había relatado. Fue tan increíble que Virginia ni siquiera se lo mencionó a Ronnie Howard. Nadie le daría crédito, decidió. Porque Susan Aktins, que arrancó a hablar sin pausa, le dio una «lista de la muerte», con personas que iban a ser asesinadas a continuación. Todas eran famosas. Luego, según Virginia, describió con detalles truculentos exactamente cómo morirían Elizabeth Taylor, Richard Burton, Tom Jones, Steve McQueen y Frank Sinatra.
El lunes 10 de noviembre, Susan Atkins tuvo una visita en Sybil Brand, Sue Bartell, que le habló de la muerte de Zero. Cuando se fue, Susan se lo contó a Ronnie Howard. Si la adornó o no, no se sabe. Según Susan, una de las chicas le estaba cogiendo de una mano a Zero cuando murió. Cuando la pistola se disparó, «se eyaculó encima».
Susan no pareció afectada al enterarse de la muerte de Zero. Al contrario, la emocionó. «¡Imagínate qué bonito estar allí cuando ocurrió!», le dijo a Ronnie.
El miércoles 12 de noviembre llevaron a Susan Atkins al tribunal para una audiencia preliminar a propósito del asesinato de Hinman. Allí oyó la declaración del sargento Whiteley, según la cual fue Kitty Lutesinger —no Bobby Beausoleil— quien la había implicado. Cuando la devolvieron a la prisión, Susan dijo a Virginia que la acusación tenía una testigo sorpresa. Pero no le preocupó su testimonio: «Su vida no vale nada».
Ese día Virginia Graham recibió una mala noticia. Iban a trasladarla a la cárcel de mujeres de Corona, donde cumpliría el resto de la pena. Iba a irse aquella tarde. Mientras recogía sus cosas se le acercó Ronnie y le preguntó:
—¿Tú qué crees?
—No lo sé —contestó Virginia—. Ronnie, si quieres sigue tú a partir de ahora…
—He hablado todas las noches con esa chica —dijo Ronnie—. Mira que es rara. Pudo ser ella, ¿sabes?
Virginia olvidó preguntar a Susan por la palabra «cerdo», que según la prensa escribieron en letra de imprenta con sangre en la puerta del domicilio de Tate. Propuso que Ronnie le preguntara por aquello, y por cualquier cosa que se le ocurriera que indicara si decía la verdad.
Mientras tanto, decidieron no mencionar nada a nadie.
Ese mismo día los inspectores del caso LaBianca recibieron una llamada del Departamento de Policía de Venice. ¿Seguían interesados en hablar con uno de los Straight Satans? Si así era, iban a interrogar a uno, a un chico llamado Al Springer, por otro cargo.
Los inspectores del caso LaBianca pidieron que trajeran a Springer a Parker Center, donde grabaron una conversación con él. Lo que les dijo fue tan inesperado que les costó creerlo. Porque, según Springer, el 11 o 12 de agosto —dos o tres días después de los homicidios del caso Tate—, Charlie Manson alardeó ante él de haber matado a gente, y añadió: «La otra noche mismo nos cepillamos a cinco».
DEL 12 AL 16 DE NOVIEMBRE DE 1969
Nielsen, Gutiérrez y Pratchett, los inspectores del caso LaBianca, hablaron con Springer, y grabaron la conversación en una de las cabinas para interrogatorios de Homicidios, en el LAPD. Springer tenía veintiséis años, medía un metro y ochenta centímetros, pesaba cincuenta y nueve quilos y, a excepción de los «colores», cubiertos de polvo y hechos jirones (así llaman a las chaquetas de los moteros), era sorprendentemente pulcro para formar parte de una banda de moteros «fuera de la ley».
Resultó que Springer se enorgullecía de su limpieza. Cosa que fue una de las razones por las que personalmente no quiso tener nada que ver con Manson y sus chicas, dijo. Pero Danny DeCarlo, el tesorero de los Straight Satans, se lio con ellos y dejó de asistir a las reuniones, así que en torno al 11 o 12 de agosto, él, Springer, fue al rancho Spahn para convencer a Danny de que volviera.
—(…) Había moscas por todas partes, allí arriba eran como animales, es que no me lo pude creer. Yo soy una persona muy pero que muy limpia, ¿saben? Algunos muchachos son bastante guarros, pero a mí me gusta que esté todo limpio.
»Bueno, viene ese Charlie (…) Quería a Danny allí arriba porque llevaba los colores en la espalda, todos aquellos borrachos suben allá y empiezan a acosar a las chicas y a meterse con los chicos, y entonces Danny sale con los colores de los Straight Satans, y ya nadie se mete con Charlie, ¿vale?
»Conque intentaba que Danny volviera, y Charlie estaba allí, y dice Charlie, me dice: “Espera un momento, a lo mejor puedo darte algo mejor de lo que ya tienes”. Y yo: “¿El qué?”. Dice: “Vente aquí arriba y tendrás todas las chicas que quieras, todas —dice—, son tuyas, están a tu disposición, para lo que quieras”. Es de esos que te lavan el cerebro. Así que le contesto: “¿Pero cómo sobrevives, cómo mantienes a estas jodidas veinte tías, colega?”. Y él: “Las tengo a todas bailando para mí”. Y: “Yo salgo por la noche y hago lo mío”. “Bueno —digo—, ¿qué es lo tuyo, tío? A ver, de qué vas”. Se imaginaba que al ser motero y eso aceptaría cualquier cosa, incluido el asesinato.
»Así que empieza a darme la brasa y me cuenta cómo va y vive con la gente rica, y llama a la policía “cerdos” y cosas así, toca a la puerta, la abren, y entra disparado con su alfanje y empieza a darles tajos, ¿vale?
P. ¿Eso te dijo?
R. Eso me dijo, textualmente, a la cara.
P. Estás de broma. ¿De verdad oíste eso?
R. Sí. Le dije: «¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste?». «Bueno, nos cepillamos a cinco —dice— la otra noche, sin ir más lejos.»
P. ¿Te dijo eso? ¿Charlie declaró haberse cargado a cinco personas?
R. Exacto. Charlie y Tex.
Springer no recordaba la palabra exacta que empleó Manson: no fue «personas»; puede que fuera «cerdos» o «cerdos ricos».
Los inspectores del caso LaBianca se quedaron tan sorprendidos que pidieron a Springer que lo repitiera una segunda vez, y una tercera.
R. Pienso que es el hombre que buscan, estoy seguro.
P. No me cabe duda, pero en estos tiempos en que se le brinda a la gente sus derechos, si vamos a acusarlo como Dios manda, no bastará con su declaración.
¿Cuándo le dijo aquello exactamente Manson? Bueno, fue la primera vez que fue a Spahn, el 11 o el 12 de agosto, no recordaba qué día. Pero el sitio, sí. «No había visto nada parecido en mi vida. No había estado en una colonia nudista ni había visto a unos idiotas de remate tan desatados (…)» Por todas partes se veían chicas desnudas. Una docena y media o así eran mayores de edad, de dieciocho años o más, pero la otra mitad más o menos, no. Las jóvenes se ocultaban en la maleza. Charlie le dijo que podía escoger. También le ofreció comprarle un bugui y una moto nueva si se quedaba.
El mundo al revés. Charlie Manson, alias Jesucristo, intentando tentar a un Straight Satan.
El hecho de que Springer resistiera la tentación pudo deberse en parte a que sabía que otros miembros de la banda habían estado allí. «Todo el mundo se hartaba de coger la gonorrea (…) El rancho estaba fuera de control (…)»
Durante la primera visita de Springer, Manson demostró su destreza con los cuchillos, en especial con una espada larga. Springer vio a Charlie lanzarla unos cinco metros y clavarla, pongamos, ocho veces de diez. Era la espada, dijo Springer, que usaba Charlie para «rebanar» a la gente.
«¿Han encontrado un cadáver con una oreja cortada?», preguntó de repente Springer. Por lo visto uno de los inspectores asintió con la cabeza, porque Springer dijo: «Sí, es el hombre que buscan». Charlie le contó que le había cortado una oreja a uno. Si venía Danny, podía contárselo todo. El único problema era que «Danny tiene miedo de esos bichos, que ya han intentado matarle».
Springer también mencionó a Tex y a Clem. Los inspectores le pidieron que los describiera.
Clem era un idiota de remate, dijo Springer: se había fugado de Camarillo, un psiquiátrico estatal. Repetía como un loro cualquier cosa que dijera Charlie. Por lo que vio, «Charlie y Tex eran allí los listos». A diferencia de Clem, Tex no hablaba mucho. «Mantenía la boca cerrada, no soltaba palabra. Tenía un aspecto muy sano. Llevaba el pelo un poco largo, pero era… como un estudiante universitario.» Tex parecía pasar la mayor parte del tiempo trabajando en los buguis.
A Charlie le fascinaban los buguis. Quería equiparlos con un interruptor en el salpicadero para apagar las luces traseras. Entonces, cuando la Policía de Tráfico de California, la CHP, los parara para ponerles una multa, habría dos tipos armados con escopetas en la parte de atrás, y en el momento en que los policías se acercaran, «pum, los reventarían».
P. ¿Por qué dijo que quería hacer eso?
R. Ah, quiere montar una cosa donde pueda ser el líder del mundo. Está loco.
P. ¿Llama al grupo de alguna manera?
R. La Familia.
Volviendo a la espada, ¿podía describirla Springer? Sí, era un alfanje, una espada de pirata de verdad. Hasta unos meses antes, dijo Springer, perteneció al antiguo presidente de los Straight Satans, pero luego desapareció, y Springer suponía que algún miembro de la banda se la dio a Charlie.
Oyó decir a Danny que utilizaron la espada cuando mataron a un tipo «llamado Henland, creo que era». Era el tipo al que le cortaron una oreja.
¿Qué sabía del asesinato de «Henland»?, le preguntaron. Según Danny, un tal «Bausley» y uno o dos más lo asesinaron, aseguró Springer. Danny le dijo que «casi por encima de cualquier duda razonable podía demostrar que Bousley o Bausley o lo que fuera mató a ese tipo y obviamente Charlie estaba al tanto o algo así. Bueno, sea como sea alguien le cortó una oreja». Clem también le contó a Springer «cómo le cortaron una oreja a un puto idiota y escribieron en la pared y pusieron la mano o la zarpa de los Panteras allí arriba para culparlos. Echaban a los negros todas las culpas de lo que hacían, ¿vale? Odiaban a los negros, porque antes de aquello ya habían matado a uno».
Cinco. Más «Henland» (Hinman). Más «un negro». Total hasta ese momento: siete. Los inspectores llevaban la cuenta.
¿Vio otras armas estando en Spahn? Sí, Charlie le enseñó un mueble armero lleno, la primera vez que subió allí. Había escopetas, un rifle para cazar ciervos, pistolas del calibre cuarenta y cinco, «y oí que hablaban (y Danny me lo dijo) de que tenían un Buntline del calibre veintidós de cañón largo, de nueve balas. Eso me lo explicó Danny, que sabe de armas. Y supuestamente esa fue el arma con la que mataron a aquel Pantera Negra».
Charlie se lo contó. Por lo que recordaba Al, Tex timó a un tipo negro en un trato por un montón de hierba. Cuando Charlie se negó a devolver el dinero al negro, le amenazó con subir con todos sus hermanos, los Panteras, al rancho Spahn y arrasarlo. «Conque Charlie saca una pistola, iba a hacerlo otra persona, pero Charlie saca una pistola y apunta al tipo, y hace clic, clic, clic, clic y la pistola no se dispara cuatro o cinco veces, y el tipo se levanta y dice: “Ja, vienes aquí con una pistola descargada”. Y Charlie hace clic, pam, por la zona del corazón, y para eso usó el Buntline, el chisme del cañón largo, me lo contó él mismo en persona.»
Después del asesinato, que ocurrió en algún lugar de Hollywood, los Panteras «se llevaron el cadáver supuestamente a algún parque, Griffith o uno de esos (…) Eso solo lo sé de oídas, pero se lo oí directamente a Charlie».
R. ¿Escribieron en la nevera de alguien?
Se produjo un silencio repentino, y luego uno de los inspectores del caso LaBianca preguntó:
P. ¿Y eso a qué viene?
R. Porque me dijo algo de que escribieron una cosa en la nevera.
P. ¿Quién dijo que escribió en la nevera?
R. Charlie. Charlie dijo que escribieron algo en la puta nevera con sangre.
P. ¿Qué dijo que escribió?
R. Algo sobre los cerdos o los negros o algo así.
Si Springer decía la verdad, y si Manson no estaba alardeando sin más para impresionarle, entonces eso quería decir que Manson también estuvo probablemente implicado en los asesinatos del caso LaBianca. Y con ellos el total ascendía a nueve.
Pero los inspectores del caso LaBianca tenían buenos motivos para dudar de esta declaración, porque, en contra de las informaciones de la prensa, DEATH TO PIGS no se escribió con sangre en la puerta de la nevera; en realidad, la frase se escribió en la pared del salón, igual que la palabra RISE. Lo que escribieron en la puerta de la nevera fue HEALTER SKELTER.
Mientras preguntaban a Springer, un inspector del caso LaBianca abandonó la sala. Cuando regresó, unos minutos después, le acompañaba otro hombre.
P. Al, este es Mike McGann, otro compañero. Déjame mover esta mesa aquí. Acaba de llegar, así que a lo mejor quieres ponerle al día sobre lo que hemos hablado.
McGann era uno de los inspectores del caso Tate. Por fin, los inspectores del caso LaBianca decidieron recorrer esos pocos metros y compartir la información que tenían. Para entonces la tentación de decir «eh, mirad qué hemos descubierto nosotros» debió de ser irresistible.
Le pidieron a Springer que lo repitiera otra vez. McGann escuchó, poco impresionado. Luego Springer empezó a hablar de otro asesinato, el de un vaquero llamado «Shorty44», al que conoció la primera vez que fue al rancho. ¿Qué sabía sobre la muerte de Shorty, y cómo lo sabía?, le preguntó uno de los inspectores. «Me enteré por Danny.» Danny se enteró, por las chicas, de que Shorty «acabó sabiendo demasiado, oyendo demasiado y preocupándose demasiado» y de que «le cortaron los brazos, las piernas y la cabeza (…)». Danny lo sintió mucho, porque Shorty le caía bien.
Diez. Si.
P. (A McGann) ¿Hay algo que quieras saber de esto?
R. Sí, quiero preguntar por qué mataron al de color, al Pantera, supuestamente. ¿Sabes cuándo pasó aquello?
Springer no estaba seguro, pero pensaba que fue alrededor de una semana antes de que él subiera al rancho. Probablemente Danny podía decírselo.
P. ¿Relacionaste las cinco personas que dijo Charlie que mató a principios de agosto con algún crimen en concreto?
R. Sí, con el crimen del caso Tate.
P. ¿Lo dedujiste tú solo?
R. Sí.
Empezaron a concentrar la atención. ¿Hubo alguien más presente cuando Charlie supuestamente te confesó aquellos cinco asesinatos? No. ¿Se mencionó en concreto a Tate en algún momento? No. ¿Viste en el rancho a alguien que llevara gafas? No. ¿Viste alguna vez a Manson con una pistola? No, solo con un cuchillo: «Es un fanático de los cuchillos». ¿El alfanje y los otros cuchillos que viste estaban afilados por los dos lados? Creía que sí, pero no estaba seguro. Danny comentó que Charlie los mandó a un sitio para que los afilaran. ¿Viste en algún momento una cuerda allí arriba? Sí, usaban cuerdas de todo tipo. ¿Sabes que hay una recompensa de veinticinco mil dólares por los asesinatos del caso Tate? Sí, y «seguro que me vendrían bien».
Springer estuvo en el rancho Spahn tres veces, y la segunda visita se produjo el día después de la primera. Perdió el sombrero al marcharse en moto y volvió a buscarlo, pero entonces se le averió y tuvo que quedarse a pasar la noche para repararla. Una vez más, Charlie, Tex y Clem trataron de convencerle para que se uniera a ellos. La tercera y última visita tuvo lugar la noche del viernes 15 de agosto. Los inspectores pudieron establecer la fecha porque fue la noche anterior a la redada del sheriff en el rancho Spahn. Además, los Straight Satans celebraban las reuniones de la organización el viernes, y hablaron de apartar a Danny de Charlie. «Muchos de la organización iban a subir allí a darle una paliza, a enseñarle a no lavar el cerebro a nuestros miembros (…)» Ocho o nueve fueron en efecto a Spahn aquella noche, «pero eso no fue lo que pasó».
Charlie engatusó a algunos de ellos. Las chicas atrajeron a otros hacia los matorrales. Y cuando empezaron a destrozar cosas, Charlie les aseguró que tenía a hombres armados apuntándoles desde los tejados. Springer dijo a uno de sus hermanos que comprobara el mueble armero que le enseñó Charlie en la primera visita. Faltaban un par de rifles. Al cabo de un rato se fueron, en una nube de gases de escape y amenazas, y dejaron a uno de los miembros más sobrios, Robert Reinhard, para que trajera de vuelta a Danny al día siguiente. Pero a la mañana siguiente «la policía estaba por todas partes» y detuvo no solo a Charlie y a los demás sino también a DeCarlo y a Reinhard.
Los pusieron en libertad a todos unos días después y, según Danny, a Shorty lo mataron no mucho más tarde.
Como temía ser el siguiente, Danny cogió su furgoneta y se largó a Venice. Una noche, tarde, Clem y Bruce Davis, otro de los muchachos de Charlie, se acercaron con sigilo a la furgoneta. Habían logrado abrir la puerta haciendo palanca cuando los oyó Danny, y este cogió su calibre cuarenta y cinco. Danny estaba seguro, dijo Springer, de que fueron a «cepillárselo». Y tenía miedo, no solo por sí mismo sino también porque vivía con su crío. Springer pensaba que Danny tenía el miedo suficiente para hablar con ellos. Hablar con los inspectores de Venice no sería ningún problema, porque «los conoce de casi toda la vida»; conseguir que bajara a Parker Center era otra cosa. Sin embargo, Springer prometió que intentaría hacer que Danny viniera de forma voluntaria, a ser posible al día siguiente.
Springer no tenía teléfono. Los inspectores le preguntaron si podían llamar a algún sitio «sin fastidiarle».
P. ¿Hay alguna chica a la que veas mucho?
R. Solo a mi mujer y a mis hijos.
Springer, limpio, ordenado y monógamo no se ajustaba al estereotipo que tenían de un motero. Como comentó uno de los inspectores, «la imagen que vas a ofrecer al mundo de las bandas de moteros es totalmente nueva».
Aunque Al Springer les dio la sensación de decir la verdad, a los inspectores no les impresionó mucho lo que contó. Era alguien de fuera, no era miembro de la Familia, y sin embargo, la primera vez que va al rancho Spahn, Manson le confiesa haber cometido al menos nueve asesinatos. No tenía sentido. Parecía mucho más probable que Springer se hubiera limitado a repetir como un loro lo que le contó Danny DeCarlo, que tuvo un vínculo estrecho con Manson. También cabía la posibilidad de que Manson, para impresionar a los moteros, hubiera alardeado de haber cometido asesinatos en los que ni siquiera estuvo implicado.
A McGann, del equipo del caso Tate, le impresionó tan poco que después ni siquiera recordaría haber oído hablar de Springer, y mucho menos haber hablado con él.
Aunque grabaron la conversación, los inspectores del caso LaBianca solo transcribieron un fragmento, y además no la sección relacionada con su caso, sino la parte, de menos de una página de extensión, de la presunta confesión de Manson: «Nos cepillamos a cinco la otra noche, sin ir más lejos». Luego los inspectores del caso LaBianca metieron la cinta y esa única página en las «cajas», como llaman a los expedientes policiales. Con otras novedades del caso, al parecer las olvidaron.
No obstante, la conversación del 12 de noviembre de 1969 fue en cierto modo un punto de inflexión importante. Tres meses después de los homicidios de los casos Tate y LaBianca, el LAPD por fin consideró seriamente la posibilidad de que los dos crímenes guardaran alguna relación, en contra de lo que se había creído durante mucho tiempo. Y el foco de la investigación de al menos el caso LaBianca se puso ya en un único grupo de sospechosos: Charlie Manson y su Familia. Parece casi seguro que de haber seguido más la pista Lutesinger-Springer-DeCarlo, los inspectores del caso LaBianca habrían acabado encontrando a los asesinos de Steve Parent, Abigail Folger, Voytek Frykowski, Jay Sebring, Sharon Tate y Rosemary y Leno LaBianca, incluso sin conocer las confesiones de Susan Atkins.
Mientras tanto, dos personas —una en Sybil Brand, la otra en Corona— intentaban, independientemente, contar a alguien lo que sabían de los asesinatos. Sin suerte.
Hay cierta confusión en cuanto al momento exacto en que Susan Atkins empezó a hablar de los asesinatos de los casos Tate y LaBianca con Ronnie Howard. Fuera cual fuera la fecha, hubo cierta semejanza en el modo como ocurrió. Primero Susan admitió haber participado en el asesinato de Hinman y luego, con su estilo infantil, intentó sorprender a Ronnie con otras revelaciones más asombrosas.
Según Ronnie, una noche se le acercó Susan, se sentó en su cama y empezó a charlar sobre sus experiencias. Dijo que «tomó ácido» (LSD) muchas veces; de hecho lo había hecho todo, no le quedaba nada por hacer. Había llegado a una fase donde ya nada la impactaba.
Ronnie contestó que a ella tampoco la impactaba casi nada. Desde los diecisiete años, cuando la enviaron a una prisión federal dos años por extorsión, Ronnie había visto bastantes cosas.
—Apuesto a que podría decirte una cosa que te impresionaría de veras —dijo Susan.
—No creo —respondió Ronnie.
—¿Te acuerdas de lo de Tate?
—Sí.
—Yo estuve allí. Lo hicimos nosotros.
—Hombre, eso puede decirlo cualquiera.
—No, te lo voy a contar. —Y Susan Atkins se lo contó.
Susan pasaba volando de una idea a otra a tal velocidad que a menudo dejaba a Ronnie confundida. Además, los detalles —sobre todo los nombres, las fechas, los sitios— Ronnie no los recordó tan bien como Virginia. Después tendría dudas, por ejemplo, sobre cuántas personas exactamente estuvieron implicadas: en cierto momento pensó que Susan dijo cinco: ella misma, otras dos chicas, Charlie y un tipo que se quedó en el coche. En otra ocasión fueron cuatro, sin mención del hombre del coche. Sabía que una chica llamada Katie estuvo implicada en un asesinato, pero en cuál —Hinman, Tate o LaBianca—, Ronnie no estaba segura. Pero también recordó detalles que Susan o bien no le contó a Virginia o bien Virginia olvidó. Charlie tenía un arma; las chicas llevaban todas cuchillos. Charlie cortó los cables telefónicos, disparó al chico del coche, y luego despertó al hombre del sofá (Frykowski), que miró hacia arriba y vio una pistola apuntándole a la cara.
La súplica de Sharon Tate y la respuesta cruel de Susan fueron casi idénticas en las versiones de Ronnie y de Virginia. Sin embargo, la descripción de la muerte de Sharon fue algo distinta. Tal y como lo entendió Ronnie, otras dos personas sujetaron a Sharon mientras, en palabras de Susan, «yo procedía a apuñalarla».
—Me sentí muy bien después de apuñalarla la primera vez, y cuando me gritó noté algo, me invadió la euforia, y volví a apuñalarla.
Ronnie preguntó dónde. Susan contestó que en el pecho, no en el estómago.
—¿Cuántas veces?
—No lo recuerdo. No paré de apuñalarla hasta que dejó de gritar.
Ronnie sabía algo del tema, porque en cierta ocasión apuñaló a su exmarido.
—¿Pareció como una almohada?
—Sí —contestó Susan, contenta de que Ronnie la entendiera—. Fue como entrar en nada, entrar en aire. —Aunque el asesinato en sí fue otra cosa—. Es como una liberación sexual —le dijo Susan—. Sobre todo cuando ves cómo sale la sangre a chorros. Es mejor que un orgasmo.
Al recordar lo que olvidó preguntar Virginia, Ronnie interrogó a Susan por la palabra «cerdo». Susan dijo que escribió la palabra en la puerta, después de mojar una toalla en la sangre de Sharon Tate.
En un momento de la conversación Susan preguntó:
—¿No recuerdas a aquel tipo al que encontraron con un tenedor en el estómago? Escribimos «álzate» y «muerte a los cerdos» y «helter skelter» con sangre.
—¿Fuisteis tú y los mismos amigos? —preguntó Ronnie.
—No, esa vez solo éramos tres.
—¿Las tres chicas?
—No, dos chicas y Charlie. Linda no participó en aquello.
Susan siguió charlando sobre varios temas: Manson (era a la vez Jesucristo y el Diablo), helter skelter (Ronnie admitió no entenderlo, pero le pareció que significaba «tienes que ser asesinado para vivir»), el sexo («el mundo entero es como un gran acto sexual, todo entra y sale, fumar, comer, apuñalar»), cómo se haría la loca para engañar a los psiquiatras («lo único que tienes que hacer es actuar con normalidad», le aconsejó Ronnie), los niños (Charlie ayudó en el parto de su hijo, al que ella llamó Zezozose Zadfrack Glutz; un par de meses después de su nacimiento ella empezó a hacerle felaciones), los moteros (con las bandas de moteros de su parte, «el mundo iba a cogerles miedo de verdad») y el asesinato. A Susan le encantaba hablar del asesinato. «Cuanto más lo haces, más te gusta.» Solo con mencionarlo parecía emocionarse. Riéndose, habló a Ronnie de un hombre cuya cabeza «cortamos», bien en el desierto o bien en uno de los cañones.
También aseguró a Ronnie: «Hay once asesinatos que jamás resolverán». E iba a haber más, muchos más. Aunque Charlie se encontraba en la cárcel, «en Indio», la mayor parte de la Familia seguía en libertad.
Mientras Susan hablaba, Ronnie Howard se dio cuenta de que seguía habiendo cosas que la impactaban. Una de ellas era que aquella cría, que tenía veintiún años pero que a menudo parecía mucho menor, probablemente había cometido todos aquellos asesinatos. Otra era que Susan había afirmado que aquello solo era el principio, que habría más asesinatos.