Kitabı oku: «Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson», sayfa 12

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Ronnie Howard declararía después: «Jamás delaté a nadie, pero aquello no lo pude aceptar. No paré de pensar que si no decía nada probablemente esa gente saldría en libertad. Y escogerían otras casas, al azar. No podría ver cómo asesinaban a todas aquellas personas inocentes. La próxima vez podría ser mi casa, o la tuya, o la de cualquiera».

Ronnie decidió que «tenía que contárselo a la policía, y punto».

Podría parecer que si uno está en la cárcel, hablar con un policía es relativamente fácil. Ronnie Howard descubrió que no era así.

Una vez más, las fechas son poco precisas, pero, según Ronnie, le dijo a la sargento +Broom45, una de las ayudantes del sheriff de Sybil Brand, que sabía quién había cometido los asesinatos de los casos Tate y LaBianca. Que la persona que se lo había dicho estaba implicada y detenida en aquel momento, pero que los otros asesinos andaban sueltos y, a menos que los detuvieran pronto, iba a haber más asesinatos. Ronnie pidió permiso para llamar al LAPD.

La sargento Broom dijo que pasaría la petición a su superior, el teniente +Johns.

Después de esperar tres días sin saber nada, Ronnie le preguntó a la sargento Broom por la petición. El teniente Johns pensaba que no había nada de cierto en aquello, según le dijo la sargento. Probablemente el teniente ya lo había olvidado por completo, dijo la sargento Broom, que añadió: «¿Por qué no haces lo mismo, Ronnie?».

Según Ronnie, estaba ya literalmente suplicándole. Iba a morir gente a menos que avisara a tiempo a la policía. ¿Puedes llamar por mí?, le pidió Ronnie. ¡Por favor!

Que una ayudante del sheriff hiciera una llamada por una interna iba contra las normas, la informó la sargento Broom.

El jueves 13 de noviembre el motero Danny DeCarlo bajó a Parker Center, donde habló con los inspectores del caso LaBianca. No fue una conversación larga, y no se grabó. Aunque DeCarlo tenía mucha información sobre las actividades de Manson y su grupo, porque había vivido con ellos más de cinco meses, en ningún momento Charlie reconoció estar implicado en los asesinatos de los casos Tate o LaBianca.

Eso volvió a los agentes más escépticos en cuanto al relato de Springer, y probablemente fue en ese momento cuando decidieron descartarlo como fuente fiable. Cuando Springer volvió a la semana siguiente, le pidieron que identificara unas cuantas fotografías, pero le hicieron pocas preguntas.

Acordaron una entrevista con DeCarlo, grabada y extensa, para el lunes 17 de noviembre. Iba a llegar hacia las ocho y media de la mañana.

Ronnie Howard siguió insistiendo a la sargento Broom, que al final le habló al teniente Johns del tema por segunda vez. El teniente propuso que le pidiera a Ronnie más detalles.

Así hizo la sargento Broom, y Ronnie —todavía sin identificar a las personas implicadas— le contó un poco lo que sabía. Los asesinos conocían a Terry Melcher. Dispararon al chico, Steven Parent, primero, cuatro veces, porque los vio. Sharon Tate fue la última en morir. La palabra «cerdo» se escribió con su sangre. Iban a extraer al bebé de Sharon, pero no lo hicieron. Una vez más, recalcó que habían planeado más asesinatos.

Por lo visto la sargento Bloom entendió mal a Ronnie, porque le dijo al teniente Johns que habían extraído al bebé. Y el teniente Johns sabía que eso no era cierto.

Tu informadora está mintiendo, informó la sargento Broom a Ronnie, y le dijo por qué.

Ronnie, ya casi histérica, le dijo a la sargento Broom que había entendido mal lo que le había dicho. ¿Podía hablar ella misma con el teniente Johns?

Pero la sargento Broom decidió que ya había molestado bastante al teniente. Por lo que a ella respectaba, el asunto estaba zanjado, informó a Ronnie.

Hubo una ironía aquí, aunque Ronnie Howard no fue consciente de ella, ni la habría percibido de haberlo sabido: la sargento Broom salía con un inspector del caso Tate. Pero por lo visto tenían otras cosas más importantes de que hablar.

Virginia Graham tenía sus problemas con la burocracia. Aunque, a diferencia de Ronnie Howard, no estaba convencida del todo de que Susan Atkins dijera la verdad, la posibilidad de que hubiera más asesinatos también la preocupaba. El 14 de noviembre, dos días después de su traslado a Corona, decidió que tenía que contarle a alguien lo que había oído. Había una persona en la prisión a la que conocía y en quien confiaba, la Dra. Vera Dreiser, una psicóloga de la plantilla.

Para que una interna hable con un miembro de la plantilla de Corona es necesario que rellene una «ficha azul», es decir una solicitud. Virginia cumplimentó una, donde escribió: «Dra. Dreiser, es muy importante que hable con usted».

Le devolvieron la solicitud con una nota que estipulaba que la Srta. Graham debía rellenar otra ficha azul para ver al Dr. Owens, responsable de la unidad a la que estaba asignada. Pero Virginia no quería hablar con el Dr. Owens. De nuevo solicitó una entrevista personal con la Dra. Dreiser.

Se le concedió la solicitud. Pero tuvo que esperar hasta diciembre. Y para entonces el mundo entero ya sabía lo que Virginia Graham quiso contar a la Dra. Dreiser.

17 DE NOVIEMBRE DE 1969

Estaba previsto que Danny DeCarlo llegara a la División de Homicidios del LAPD a las ocho y media de la mañana de aquel lunes. No se presentó. Los inspectores llamaron primero a su casa, sin respuesta, y luego al número de su madre. No, no había visto a Danny, y estaba un poco preocupada. Danny iba a dejar a su hijo con ella, para que lo cuidara mientras él bajaba al LAPD, pero ni siquiera había llamado por teléfono.

Cabía la posibilidad de que DeCarlo se hubiera largado. Se había asustado mucho cuando los inspectores hablaron con él el jueves anterior.

Cabía otra posibilidad, en la que no quisieron pensar.

Ese mismo día, Ronnie Howard iba a comparecer ante el tribunal de Santa Mónica por la acusación de falsificación. Cuando las internas de Sybil Brand van a comparecer, primero las trasladan a la cárcel de hombres de la calle Bouchet, donde las recoge un autobús y las entrega a los juzgados asignados. Antes de la llegada del autobús, por lo general pasan unos minutos, durante los cuales cada chica tiene permiso para realizar una llamada desde un teléfono público.

Ronnie vio la oportunidad y se puso en la cola. Sin embargo, el tiempo empezó a agotarse y aún tenía dos chicas por delante. Pagó a cada una cincuenta centavos para que le dejaran llamar primero.

Ronnie llamó al Departamento de Policía de Beverly Hills y pidió hablar con un inspector de homicidios. Cuando se puso uno, le dijo su nombre y su número de registro, y le aseguró que sabía quién había cometido los asesinatos de los casos Tate y LaBianca. El agente dijo que esos casos los llevaba la División de Hollywood del LAPD, y le aconsejó que llamara allí.

Luego Ronnie llamó a la División de Hollywood, y dio la misma información a un segundo inspector de homicidios. Este quiso enviar a alguien inmediatamente, pero ella le dijo que pasaría el resto del día en el tribunal.

No obstante, colgó antes de que el agente pudiera preguntar en qué tribunal iba a estar.

Ronnie Howard tuvo la impresión durante todo el día en el tribunal de que la vigilaban. No le cupo duda de que dos hombres, sentados al fondo de la sala, eran inspectores de homicidios, y supuso que en cualquier momento hablarían con ella. Pero no lo hicieron. Cuando se levantó la sesión, la llevaron de vuelta en autobús a Sybil Brand, al dormitorio 8000, con Susan Atkins.

Poco antes de las cinco de la tarde, Danny DeCarlo llegó a la División de Homicidios del LAPD. De camino al centro se dio cuenta de que le quedaba poco combustible y se metió en una gasolinera. Al salir, hizo un giro prohibido y lo vio un coche de la policía. Le pidieron los papeles, descubrieron que tenía algunas multas de tráfico sin pagar y lo detuvieron. Se tardó todo el día en conseguir que lo pusieran en libertad.

A diferencia de Al Springer, el aspecto, la manera de hablar y la manera de actuar de Danny DeCarlo eran de motero. Era bajo, un metro y sesenta y cinco, pesaba cincuenta y ocho kilos, y tenía un bigote estilo Dalí, tatuajes en sendos brazos y quemaduras en uno de ellos y las dos piernas de accidentes múltiples de moto. Cauteloso, con frecuencia echaba un vistazo atrás, como si esperara encontrar a alguien, y utilizaba una jerga pintoresca que los agentes que hablaron con él —Nielsen, Gutiérrez y McGann— adoptaron de forma inconsciente. De veinticinco años, nació en Toronto, y después le concedieron la nacionalidad estadounidense tras servir cuatro años en la Guarda Costera. Su trabajo: experto en armas. En aquel momento trabajaba con su padre vendiendo armas de fuego. Por lo que se refería a las armas del rancho Spahn, los inspectores no pudieron encontrar una fuente mejor. Cuando no estaba emborrachándose y andando detrás de las chicas —en lo que admitió que pasaba la mayor parte del tiempo—, se ocupaba de las armas. No solo las limpiaba y las reparaba, sino que dormía en la armería donde las guardaban. Cuando se sacaba un arma, Danny se enteraba.

También se enteró de muchas cosas relacionadas con el rancho de cine Spahn, ubicado en Chatsworth, a poco más de treinta kilómetros del centro de Beverly Hills y sin embargo, al parecer, en las antípodas. William S. Hart, Tom Mix, Johnny Mack Brown y Wallace Beery rodaron allí películas; decían que Howard Hughes vino a Spahn para supervisar en persona la filmación de algunas partes de El forajido; y las colinas onduladas detrás de los edificios principales sirvieron de escenario para Duelo al sol. A excepción de algún anuncio de Marlboro o de algún episodio de Bonanza, el negocio principal era, en aquel momento, alquilar caballos a gente que iba los fines de semana a cabalgar. Los decorados de cine —la Cantina Longhorn, el Café Rock City, la funeraria, la cárcel—, que daban a la carretera del Paso de Santa Susana, estaban ya viejos y maltrechos, como George Spahn, el dueño del rancho, de ochenta y un años y casi ciego. Durante años, Ruby Pearl, una antigua jinete de circo que montaba a pelo convertida en encargada de los caballos, llevó para George la parte del negocio relacionada con las caballerizas: traer heno, contratar y despedir a vaqueros, asegurarse de que cuidaran los caballos y el establo y no tocaran a las chicas demasiado jóvenes que venían a recibir clases de equitación. Casi ciego, George dependía de Ruby, pero al final del día ella se iba a casa, donde tenía un marido y otra vida.

A lo largo de los años, George tuvo diez hijos, a cada uno de los cuales llamó como a un caballo favorito. Recordaba al detalle los homónimos, pero tenía más dudas sobre los hijos. Todos vivían en otros sitios, y solo unos pocos iban a verlo con regularidad. Cuando llegó la Familia Manson, en agosto de 1968, George vivía sin compañía en una caravana mugrienta, y se sentía viejo, solo y abandonado.

Eso fue mucho antes de que Danny DeCarlo se liara con la Familia, pero se lo oyó contar a menudo a los que estaban allí.

Manson, que al principio pidió permiso a Spahn para quedarse unos días, pero omitió mencionar que había de veinticinco a treinta personas con él, le asignó a Squeaky46 el cuidado de George.

Squeaky —n/v47 Lynette Fromme— llevaba ya más de un año con Manson, y fue una de las primeras chicas en unirse a él. Era una muchacha delgada, pelirroja y cubierta de pecas. Aunque tenía diecinueve años, parecía mucho más joven. DeCarlo dijo a los inspectores: «Tenía a George en el bolsillo. Le limpiaba, le cocinaba, le llevaba la contabilidad, se acostaba con él».

P. (Con incredulidad) ¿Ah, sí? ¡Menudo viejo granuja!

R. Sí (…) Charlie estaba obsesionado con influir en George para que tuviera tanta fe en Squeaky que, cuando le llegara el momento de marchar a las tierras felices de caza, entregara el rancho a Squeaky. En eso andaban. Charlie siempre le decía a Squeaky lo que debía hablar con George (…), y ella informaba a Charlie de cualquier cosa que le dijeran al viejo.

Squeaky aseguraba que ella era los ojos de George. Según DeCarlo, esos ojos solo veían lo que Charlie quería que vieran.

Tal vez porque sospechaba, tal vez porque sus hijos, las raras veces que fueron a verlo, se opusieron enérgicamente a la idea, George no llegó a legar la propiedad a Squeaky. Esta, supusieron los inspectores, fue probablemente la razón por la que siguió vivo en el rancho Spahn.

George Spahn frustró uno de los planes de Charlie. Danny DeCarlo le siguió la corriente y luego le falló en otro: el proyecto de Manson de conseguir que las bandas de moteros se unieran a él para «aterrorizar a la sociedad», en palabras de DeCarlo. Danny conoció a Manson en marzo de 1969, justo después de separarse de su mujer. Fue a Spahn a arreglar unas motos y se quedó. «Me lo pasé en grande», admitió después. A las chicas de Manson les enseñaron que tener hijos y cuidar de los hombres era la única meta que tenían en la vida. A DeCarlo le gustó que le cuidaran, y las chicas, al menos al principio, se mostraron muy afectuosas con «Donkey Dan48», un apodo que le pusieron por ciertos atributos físicos49.

Hubo problemas. Charlie estaba en contra de la bebida. A Danny lo que más le gustaba era echar buenos tragos de cerveza y yacer al sol: después testificó que en Spahn pasó borracho «probablemente el noventa por ciento del tiempo». Y, con la excepción de un par de «pichurris especiales», al final DeCarlo se cansó de la mayoría de las chicas. «Siempre intentaban sermonearme. Siempre eran las mismas gilipolleces con las que las sermoneaba Charlie.»

Con la visita del 15 de agosto de los Straight Satans, Manson debió de darse cuenta de que jamás conseguiría que los moteros se unieran a él. Después de aquello, ignoraron a Danny, lo excluyeron de las reuniones de la Familia, en tanto que las chicas le negaron sus favores. Aunque fue con el grupo al rancho Barker, solo se quedó tres días. Se largó, dijo DeCarlo, porque había empezado a creerse todo lo que «había oído sobre asesinatos», y porque tenía firmes sospechas de que si no se iba, a lo mejor era el siguiente. «Después de aquello —dijo—, empecé a andarme con ojo.»

Cuando los inspectores del caso LaBianca hablaron con DeCarlo el jueves anterior, este les prometió que intentaría localizar la espada de Manson. La entregó al sargento Gutiérrez, que la registró en calidad de efectos personales de «Manson, Charles M.», delito probable «187 PC»: asesinato.

La espada tenía una historia detrás. Unas semanas después de que Danny se mudara a Spahn, el presidente de los Straight Satans, George Knoll, alias «George 86», fue a verlo. Manson admiró la espada de George y se la sacó con el engaño de prometerle pagar una multa de tráfico de veinte dólares que debía. Según Danny, la espada se convirtió en una de las armas favoritas de Charlie. Al lado del volante de su bugui personal, tenía una funda metálica hecha a medida. Cuando vinieron los Straight Satans la noche del 15 de agosto a por Danny, vieron la espada y la reclamaron. Al enterarse de que estaba «sucia», es decir, que se había utilizado en un crimen, la partieron por la mitad. Estaba partida en dos cuando DeCarlo se la entregó a Gutiérrez.

Longitud total, cincuenta centímetros; longitud de la hoja, treinta y ocho centímetros. La anchura de la hoja, muy cortante, con la punta afilada por los dos lados, era de dos centímetros y medio.

Según DeCarlo, fue la espada que utilizó Manson para rebanarle una oreja a Gary Hinman.

Gracias a DeCarlo los inspectores se enteraron entonces de que, además de Bobby Beausoleil y Susan Atkins, había otras tres personas implicadas en el asesinato de Hinman: Manson, Mary Brunner y Bruce Davis. La principal fuente de DeCarlo era Beausoleil, que, al volver a Spahn tras el asesinato, alardeó ante DeCarlo de lo que había hecho. O, en palabras de Danny, «volvió haciéndose el chulo al día siguiente, igual que si le hubiera traído una chica sin catar».

La historia, tal y como aseguró DeCarlo que se la contó Beausoleil, fue así. Mary Brunner, Susan Atkins y Bobby Beausoleil se pasaron a ver a Hinman, y «le empezaron con chorradas sobre los viejos tiempos y todo eso». Luego Bobby le pidió a Gary todo el dinero que tuviera, le dijo que lo necesitaban. Cuando Gary contestó que no tenía nada, Bobby sacó una pistola de nueve milímetros, una Random polaca automática, y empezó a darle culatazos. En la refriega la pistola se disparó, y la bala no dio a nadie pero rebotó por la cocina (la LASO encontró una bala de nueve milímetros alojada debajo del fregadero).

Después Beausoleil telefoneó a Manson, que estaba en el rancho Spahn, y le dijo: «Charlie, más vale que vengas. Gary no coopera50». Poco después Manson y Bruce Davis llegaron al domicilio de Hinman. Perplejo y lastimado, Gary suplicó a Charlie y le pidió que cogiera a los demás y se fuera. No quería líos, no entendía por qué le hacían aquello, siempre habían sido amigos. Según DeCarlo, «Charlie no dijo nada. Le dio con la espada. Zas. Le cortó un trozo de oreja o toda». [La oreja izquierda de Hinman estaba cortada por la mitad.]

«Así que Gary cayó al suelo, jodido por haber perdido la oreja (…)» Manson le dio a elegir: o firmaba para ceder todo lo que tenía, o moría. Luego Manson y Davis se fueron.

Aunque Beausoleil sí que consiguió las «fichas rosas» (los documentos de propiedad del estado de California) de dos vehículos de Hinman, Gary siguió insistiendo en que no tenía dinero. Como no consiguieron convencerle con más culatazos, Bobby volvió a llamar a Manson, en Spahn, y le dijo: «No vamos a sacarle nada. No va a soltar nada. Y no podemos irnos sin más. Tiene una oreja cortada y va a ir a la policía». Manson contestó: «Bueno, ya sabes lo que tienes que hacer». Y Beausoleil lo hizo.

«Bobby dijo que se acercó otra vez a Gary. Cogió el cuchillo y se lo clavó. Tuvo que hacerlo tres o cuatro veces (…) [Hinman] sangraba un montón y le costaba respirar, y Bobby se arrodilló al lado de él y dijo: “Gary, ¿sabes qué? Ya no hay ninguna razón para que sigas vivo. Eres un cerdo y la sociedad no te necesita, así que esta es la mejor forma de que mueras, y deberías darme las gracias por sacrificarte para que no sufras”. Luego [Hinman] hizo ruidos con la garganta, la última boqueada, y ¡hala!, adiós.»

P. ¿O sea que Bobby le dijo que era un «cerdo»?

R. Exacto. Es que la lucha contra la sociedad era el punto número uno de esa…

P. (Con escepticismo) Sí, ya entraremos en su filosofía y todas esas chorradas luego (…)

Jamás lo hicieron.

DeCarlo continuó. Antes de abandonar la casa, escribieron en la pared «“cerdito blanco” o “blanquito” o “mata a los cerditos”, algo por el estilo». Además Beausoleil mojó una mano en la sangre de Hinman y, utilizando la palma, hizo una huella de animal en la pared; el plan era «echarles las culpas a los Panteras Negras», que usaban la huella de emblema. Después hicieron el puente a la furgoneta Volkswagen de Hinman y al coche familiar Fiat y llevaron los dos vehículos al rancho Spahn, donde Beausoleil alardeó de sus hazañas ante DeCarlo.

Más tarde, al parecer por miedo a que la huella de la palma pudiera ser identificable, Beausoleil regresó al domicilio de Hinman e intentó, sin éxito, limpiarla de la pared. Eso fue varios días después de la muerte de Hinman, y luego Beausoleil dijo a DeCarlo que «había oído los gusanos comiéndose a Gary51».

Como asesinos, sin duda fueron muy poco profesionales. No solo fue identificable la huella de la palma, sino también una huella latente que dejó Beausoleil en la cocina. Tuvieron la furgoneta Volkswagen y el Fiat de Hinman en el rancho varios días, donde varias personas52 vieron los dos vehículos. Hinman tocaba la gaita, un instrumento musical nada común, desde luego. Beausoleil y las chicas llevaron la gaita al rancho Spahn, donde permaneció un tiempo en un estante de la cocina; DeCarlo por lo menos intentó tocarla. Y Beausoleil no se desembarazó del cuchillo, sino que siguió llevándolo consigo. Estaba en el hueco de la rueda de repuesto cuando lo detuvieron el 6 de agosto mientras conducía el Fiat de Hinman.

DeCarlo hizo un dibujo del cuchillo que Beausoleil aseguraba haber utilizado para apuñalar a Hinman. Era delgado como un lápiz, un Bowie en miniatura, con un águila en el mango y una inscripción mejicana. Cuadró a la perfección con el cuchillo recuperado del Fiat. DeCarlo esbozó también la Random nueve milímetros, que todavía no se había hallado.

Los inspectores le preguntaron qué más pistolas había visto en Spahn.

R. Bueno, había un Buntline del calibre veintidós. Cuando se cepillaron a aquel Pantera Negra, no quise tocarlo. No quise limpiarlo. No quise ni acercarme a él.

DeCarlo aseguró que no sabía de quién era, pero dijo: «Charlie siempre lo llevaba en una funda en la pechera. Siempre lo tenía más o menos a mano».

La pistola «apareció así como así» en algún momento «alrededor de julio, a lo mejor junio». ¿Cuándo fue la última vez que la vio? «Sé que no la vi al menos durante una semana antes de la redada.»

La redada del rancho Spahn tuvo lugar el 16 de agosto. Una semana antes sería el 9 de agosto, la fecha de los homicidios del caso Tate.

P. ¿Alguna vez preguntaste a Charlie: «¿Dónde está tu pistola?»?

R. Me dijo: «La he regalado». Le gustaba, así que pensé que a lo mejor la tenía escondida.

Los inspectores pidieron a DeCarlo que dibujara el Buntline. Era casi idéntico a la fotografía del modelo Hi Standard Longhorn enviada en el folleto del LAPD. Luego enseñaron el folleto a DeCarlo y le preguntaron: «¿Se parece a la pistola que has mencionado?».

R. Ya lo creo.

P. ¿Qué diferencia hay entre esa pistola y la que viste tú?

R. No hay ninguna. Solo era diferente la hoja del alza. No tenía.

Los inspectores pidieron a DeCarlo que volviera sobre lo que sabía del asesinato del Pantera Negra. Springer fue el primero en mencionarles el asesinato cuando hablaron con él. En el ínterin hicieron algunas comprobaciones y toparon con un pequeño problema: no se había denunciado tal asesinato.

Según DeCarlo, después de que Tex estafara al tipo dos mil quinientos dólares en una venta de hierba, el Pantera llamó a Charlie al rancho Spahn y le amenazó con que él y sus hermanos arrasarían el rancho entero si no le compensaba. Esa misma noche Charlie y un tal T.J. fueron a la casa de los Panteras, en North Hollywood. Charlie tenía un plan.

Se puso el Buntline del calibre veintidós atrás en el cinturón. A su señal, T.J. tenía que sacar la pistola, salir de detrás de Charlie y pegarle un tiro al Pantera. Cargárselo allí mismo. Solo que T.J. se rajó, y Manson tuvo que disparar él mismo. Los amigos del negro, presentes cuando se produjo el disparo, luego se deshicieron del cuerpo en el parque Griffith, dijo Danny.

Danny vio los dos mil quinientos dólares y estuvo presente a la mañana siguiente cuando Manson criticó a T.J. por echarse atrás. DeCarlo dijo que T.J. era «un tío muy majo; aparentaba que intentaba ser uno de los chicos de Charlie, pero no estaba hecho para eso». T.J. siempre había dicho amén a Charlie hasta entonces, pero, según le dijo, «no quiero tener nada que ver con liquidar a nadie». Un día o dos después «se esfumó».

P. ¿A quién más mataron allí arriba? ¿Qué hay de Shorty? ¿Sabes algo de eso?

Hubo un largo silencio, y luego:

R. Era el as en la manga que me guardaba.

P. ¿Y eso?

R. Me lo ahorraba para el final.

P. Bueno, ya puestos, vamos a aclararlo ahora. ¿Tiene Charlie algo con lo que pueda mancharte?

R. No, qué va. Nada.

No obstante, había algo que preocupaba a DeCarlo. En 1966 lo condenaron por un delito grave, pasar de contrabando marihuana por la frontera mejicana, un cargo federal. En aquel momento estaba recurriendo la sentencia. También pesaban sobre él otras dos acusaciones: junto a Al Springer y varios Straight Satans vendió el motor de una motocicleta robada, un cargo local, y dio información falsa al comprar un arma de fuego (utilizando un seudónimo y no revelando que había sido condenado por un delito grave), un cargo federal. Manson seguía en libertad condicional por un delito federal. «¿Y qué pasa si me mandan al mismo sitio? No quiero notar un cuchillo en la espalda y encontrarme a ese hijo de puta detrás.»

P. Déjame explicarte una cosa, Danny, para que veas dónde estás. Hablamos de un tipo que estamos bastante seguros de que es responsable de unos trece asesinatos. De algunos ni siquiera sabes nada.

La cifra de trece no fue más que una conjetura, pero DeCarlo los sorprendió al decir:

R. Sé lo de… Estoy bastante seguro de que se cargó a Tate.

P. Bien, hemos hablado del Pantera, de Gary Hinman, vamos a hablar de Shorty, y tú crees que se cargó a Tate, son ocho. Ahora tenemos a cinco más, ¿vale? Bueno, nuestra opinión es que Charlie tiene un problemilla mental. Pero de ninguna manera vamos a ponerte en peligro a ti ni a nadie, aunque solo sea porque no queremos otro asesinato. Nuestro trabajo es impedir asesinatos. Y en este trabajo no tiene sentido resolver trece asesinatos si van a asesinar a alguien más. Serían catorce.

R. Soy un motero malo.

P. No me importa lo que seas personalmente.

R. En general la policía piensa que no valgo nada.

P. No es lo que yo pienso.

R. No soy un ciudadano ejemplar…

P. Como te dije el otro día, Danny, si tú eres franco con nosotros, siempre, desde el principio, sin cuentos —yo no voy a mentirte, tú no vas a mentirme—, nosotros somos francos el uno con el otro, y yo lo doy todo por ti, el cien por cien. Lo digo en serio. Para que no tengas que ir al trullo.

P. (otro inspector) Ya hemos lidiado otras veces con moteros, con gente de todo tipo. Nos hemos arriesgado para ayudarlos porque nos han ayudado. Haremos todo lo que podamos para asegurarnos de que no asesinan a nadie, ya sea un motero o el mejor ciudadano del mundo (…) Ahora dinos qué sabes de Shorty.

Esa misma tarde del 17 de noviembre de 1969, temprano, dos agentes de homicidios del LAPD, los sargentos Mossman y Brown, aparecieron en el Instituto Sybil Brand y pidieron ver a una tal Ronnie Howard.

La conversación fue breve. Sin embargo, oyeron lo suficiente para ver que tenían algo gordo. Lo suficiente, también, para decidir que dejar a Ronnie Howard en el dormitorio de Susan Atkins no era la mejor idea. Antes de abandonar Sybil Brand, tramitaron el traslado de Ronnie a una unidad de aislamiento. Luego volvieron en coche a Parker Center, deseosos de decirles a los otros inspectores que habían «resuelto el caso».

Nielsen, Gutiérrez y McGann seguían haciendo preguntas a DeCarlo sobre el asesinato de Shorty. Ya estaban al corriente del mismo, incluso antes de hablar con Springer y DeCarlo, dado que los sargentos Whiteley y Guenther comenzaron a investigar el «posible homicidio» después de hablar con Kitty Lutesinger.

Sabían que «Shorty» era Donald Jerome Shea, un hombre blanco de treinta y seis años que trabajó en el rancho Spahn a temporadas de encargado de los caballos. Como la mayoría de los vaqueros que entraban y salían del rancho de cine Spahn, Shorty estaba esperando el día que algún productor descubriera que tenía todas las aptitudes para ser el nuevo John Wayne o Clint Eastwood. Cada vez que surgía la posibilidad de cualquier trabajo de actor, Shorty dejaba el rancho en busca del estrellato, siempre esquivo. Lo cual explicaba por qué, cuando desapareció de Spahn a finales de agosto, nadie le dio demasiadas vueltas. Al principio.

Kitty también dijo a la LASO que Manson, Clem, Bruce y posiblemente Tex estuvieron implicados en el asesinato, y que algunas chicas de la Familia ayudaron a borrar todas las huellas del crimen. Una cosa que no sabían, y que preguntaron entonces a Danny, fue:

P. ¿Por qué lo hicieron?

R. Porque Shorty iba al viejo Spahn a chivarse. Y a Charlie no le gustaban los chivatos.

P. ¿De las mentirijillas del rancho?

R. Exacto. Shorty le decía al viejo que tenía que ponerlo a él al mando y entonces haría limpieza.

Echaría inmediatamente a Manson y a su Familia. No obstante, Shorty cometió un error fatal: olvidó que la pequeña Squeaky no solo era los ojos de George, sino también los oídos de Charlie.

Hubo otros motivos, que Danny enumeró. Shorty tenía una mujer negra que bailaba en topless; Charlie «aborrecía» los matrimonios interraciales y a los negros. («Charlie tenía dos enemigos —dijo DeCarlo—: la policía y los negratas, en ese orden.») Charlie sospechaba, además, que Shorty había ayudado a planear la redada del 16 de agosto en Spahn: lo «liquidaron» alrededor de diez días después53. Y estaba la posibilidad, aunque en rigor era una conjetura de DeCarlo, de que Shorty hubiera oído por casualidad algo sobre los otros asesinatos.

Bruce Davis le habló del asesinato de Shorty, dijo DeCarlo. Varias chicas también lo mencionaron, igual que Clem y Manson. Danny no estaba muy seguro de algunos detalles —cómo pudieron pillar desprevenido a Shorty, y dónde—, pero en cuanto a cómo murió, fue de lo más gráfico. «Como si fueran a cepillarse al César», fueron a la armería y cogieron una espada y cuatro bayonetas alemanas, estas últimas compradas en una tienda de excedentes del Ejército por un pavo cada una y afiladísimas; luego, lo sacaron por su propio pie y «lo mataron a puñaladas y lo trincharon como si fuera un pavo de Navidad (…) Bruce dijo que lo cortaron en nueve trozos. Le rebanaron la cabeza. También los brazos, para que no hubiera forma de identificarlo. Se reían de eso».

Después de matarlo, cubrieron el cuerpo con hojas (DeCarlo suponía, pero no estaba seguro, que eso lo hicieron en uno de los cañones de detrás de los edificios del rancho); algunas chicas ayudaron a hacer desaparecer la ropa ensangrentada de Shorty, el automóvil y otras pertenencias; luego «Clem volvió al día siguiente o aquella noche y lo enterró bien».