Kitabı oku: «Universo paralelo», sayfa 3
Oír la voz de Dios
Aprendí a convivir con el cigarrillo desde temprano, ya en el vientre de mi madre. Nací prematura, y mis padres siempre fumaron. En la facultad, el cigarrillo de clavo de olor (kretek) estaba siempre presente en los bailes. En el restaurante, era mi compañero en las noches solitarias.
–Haz una oración, y pide ayuda a Dios para que puedas dejar ese vicio –me dijo el joven pastor.
“¡Oración!... Muy fácil decir eso para un pastor, que nunca fumó en su vida”, pensé. Sin embargo, ¿sería posible que Dios realmente me escuchara?
Entonces, resolví intentar, pues no tenía nada que perder. Hablé con Dios, estando de pie: “Si es que tú, Señor, existes, y quieres que yo sea bautizada exactamente en ese día que está proponiendo el pastor, ayúdame a dejar de fumar. Señor, tú me creaste, y sabes cuánto me gusta el cigarrillo”. Hice esta oración y me fui a dormir.
A la mañana siguiente, me desperté e inmediatamente encendí un cigarrillo:
–¡Puaj! –dije, sintiendo un gusto terrible en la boca.
“Pienso que será porque estoy en ayunas”, racionalicé.
Fui al restaurante, y aquel día trabajé toda la mañana sin parar. Después del almuerzo, cuando todos los clientes ya se habían ido, encendí un cigarrillo, como de costumbre. Y sentí náuseas.
“Creo que comí muchas frituras”, pensé.
Volví a trabajar, a fin de poder atender a los clientes en la cena. Durante la noche, también fue todo muy vertiginoso. Cuando estaba haciendo el cierre de caja y el último cliente salió por la puerta, pensé: “¡Uf, que día concurrido! ¡Voy a encender un cigarrillo!”
Era una linda noche de luna llena. Descendí apresuradamente hasta el deck de madera que estaba hacia el mar, y en dirección a la mesa en la cual había dejado un paquete de cigarrillos y el encendedor. Estaba loca de ganas de fumar. Sin embargo, al acercarme a la mesa...
“¿Dónde están mis cigarrillos? ¿Y mi encendedor?”
Era casi de madrugada, y todos ya se habían ido. Estaba sola.
Comencé a revisar ansiosamente dentro del restaurante, para encontrar cigarrillos: en los cajones, en los estantes, en la caja registradora, en la cocina. Sin embargo, no encontré ninguno.
Me puse furiosa, pensando en quién podría haberse llevado mi paquete de cigarrillos. Muchos pensamientos pasaron por mi cabeza, y comencé a razonar sobre cómo podría conseguir un cigarrillo a aquella hora de la madrugada. Pensé en salir para comprarlos; sin embargo, en aquel horario no habría nada abierto. Un sentimiento de frustración comenzó a dominarme, ¡y el deseo de fumar aumentaba! Ya con la sangre que me subía a la cabeza y percibiendo que no tendría éxito en fumar aquella noche, resolví desistir de la idea e irme. Subiendo las escaleras que me llevaban hacia adentro del restaurante, escuché una suave voz: “No vas a fumar más”.
Me detuve, como dura, en la posición en que estaba, con un pie en un escalón y el otro pie en el otro escalón. Me quedé estática por un segundo: “¿Quién estará hablando conmigo?”
Silencio. La luna llena era el único testigo.
“Creo que es Dios quien está hablando conmigo”, pensé. Cerré los ojos, y comencé a reflexionar acerca de la oración que había hecho la noche anterior. Yo realmente había pedido ayuda a Dios para dejar de fumar, si era su voluntad que yo pasara por las aguas del bautismo esa misma semana.
Las escenas de todo el día pasaron por mi cabeza como si fueran en película: el gusto desagradable en la boca a la primera hora de la mañana, las náuseas, las corridas en el trabajo; el hecho de que el paquete de cigarrillos y el encendedor hubieran desaparecido. Aun cuando había tenido ganas de fumar, ¡no logré fumar en todo el día!
Entendiendo que Dios realmente me estaba queriendo mostrar algo, ese mismo día llamé por teléfono a Hércules, y decidí ser bautizada.
*****
¿Qué es el bautismo, de acuerdo con la Palabra de Dios?
Adán y Eva fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Fueron creados con una naturaleza espiritual, amorosa. Y también con la libertad de elección. Disfrutaban de las bendiciones que Dios había dejado para ellos y eran muy felices. Hasta que, en uso del libre albedrío que tenían, resolvieron desobedecer a Dios. Y el pecado entró en el mundo.
Pecado es todo aquello que nos aleja del amor del Creador. Dios había advertido al matrimonio: “[...] Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás” (Gén. 2:16, 17). Con la desobediencia, “ciertamente morirás”: esa sería la consecuencia natural; es decir, estaríamos todos condenados a la muerte eterna.
Sin embargo, aun cuando pecaron, fue otorgada a este matrimonio –y a todos nosotros–, una nueva oportunidad de vida. Esta chance se nos dio por intermedio de Jesús, la Deidad encarnada en forma humana, a fin de librarnos de la muerte eterna. Él tenía la misión de entregar su vida con el objetivo de salvarnos de la condenación. En lugar de morir nosotros, él decidió morir por nosotros, para pagar el precio de nuestra desobediencia y darnos una nueva oportunidad: “[...] El que cree en mí vivirá, aunque muera” (Juan 11:25).
Y Jesús, aun sin tener pecado en sí, fue bautizado en las aguas del río Jordán, para darnos el ejemplo. Se identificó con nosotros, pecadores, dando los pasos que tenemos que dar nosotros. Al salir del agua, se inició una nueva fase en su vida. Él había venido a establecer el plan de salvación, y debía cumplir su misión, muriendo en nuestro lugar. Casi setecientos años antes de que Cristo viniera al mundo, Isaías ya lo había profetizado: “[...] como cordero, fue llevado al matadero [...] el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros [...]” (Isa. 53:7, 6). Por intermedio de él tenemos, nuevamente, acceso al Trono del Padre.
Cuando aceptamos el sacrificio que Jesús hizo por nosotros y dedicamos nuestra vida a hacer la voluntad de Dios, y no la nuestra, estamos listos para ser bautizados. El bautismo es una declaración pública de amor a Jesús. Simboliza el renacimiento, el inicio de una nueva vida. Dejamos las cosas viejas atrás e iniciamos una nueva jornada, procurando vivir de acuerdo con la voluntad de Dios; la cual nos es revelada en su Palabra.
1Todos los textos bíblicos transcritos en esta obra han sido extraídos de La Biblia, Nueva Versión Internacional.
BAJO FUEGO CRUZADO
Por Daniela
–¿Quieres un cigarrillo? –me ofreció Marcos, extendiéndome el paquete.
–No, muchas gracias –le respondí, medio avergonzada.
–¿Quiere decir que no vas a fumar más porque te volviste creyente? –me preguntó él, con un aire irónico.
Después del bautismo, la diferencia entre él y yo comenzó a ser mucho más evidente. Nuestros caminos se regían por diferentes principios. No podía sacar de mi cabeza que necesitaba desarmar la sociedad.
–Necesitamos conversar... –le sugerí, con miedo de la reacción que él pudiera tener.
–Ahora no. Tengo una reunión urgente –me respondió él, poniéndose el saco–. Tal vez, yo regrese la próxima semana.
Parecía que él sabía lo que yo tenía que decirle y estaba huyendo de la situación.
Al decidir vivir en Florianópolis, habíamos dejado la familia, los amigos, el empleo; en fin, todo, para invertir en un lugar donde soñábamos construir una vida nueva. Disolver la sociedad sería confirmar que nosotros dos habíamos cometido un error, y que el sueño se desharía.
Esta no era una situación simple de resolver. Pero no podía ser postergada. Las pocas veces que nos encontrábamos, yo intentaba introducir el tema de la sociedad:
–¿No te gustaría alguien más rico y experimentado, para ser tu socio? –le sugería yo, intentando desprenderme de la sociedad.
A lo que él me respondía:
–Yo sé que el negocio no está yendo de la manera que imaginábamos; sin embargo, necesitas ser más perseverante. Si quieres tener éxito, necesitas tener paciencia y esforzarte más. ¿O acaso quieres regresar a São Paulo y vivir en ese infierno?
Mientras él me decía estas cosas, los recuerdos de las escenas del tránsito en la ciudad, el olor de las cloacas en la carretera Marginal Pinheiros y el estrés que yo había experimentado los días enteros, venían a mi mente. Y esto me dejaba sin respuestas durante algún tiempo. Abandonar el restaurante de inmediato significaba que tendría que volver a la metrópolis. Y yo no estaba segura de que valdría la pena regresar.
*****
El tiempo fue pasando, y las idas y venidas de mi socio comenzaron a disminuir. Él aparecía cada vez menos en la isla. Rápidamente yo descubriría que él se estaba relacionando con otra mujer.
La convicción de que necesitaba deshacer la sociedad únicamente aumentaba. Y, por no poder conseguir contactarme más con él, comencé a sentir una fuerte angustia. Entonces intenté explicar al administrador de los negocios de él acerca de mis creencias, los nuevos principios que regían mi vida como cristiana, intentando convencerlo de que sería imposible que mantuviéramos la sociedad.
–De acuerdo –me dijo él–. Entonces consiga a alguien que quiera comprar su parte.
Mientras no conseguía alguien para suplantarme, fui poniendo en práctica lo que estaba aprendiendo: comencé a congregarme con más asiduidad en la iglesia y continué con mis estudios bíblicos. El fumar y el beber ya no formaban parte de mi rutina. Los antiguos amigos comenzaron a cuestionarme: “¿Qué es lo que estás haciendo, Dani? ¿Yendo a la iglesia? Necesitas disfrutar de la vida, beber, andar mucho de novia. ¡Tú eres joven!”
Las conversaciones, los bailes, los noviazgos; todo me parecía muy superficial y sin sentido. La comprensión de la existencia de un universo paralelo abría mis ojos, para poder discernir el mundo de una manera totalmente diferente. En realidad, nada había cambiado; era yo la que había cambiado.
Cuando buscamos hacer la voluntad de Dios, las personas más cercanas a nosotros comienzan a sentirse extrañadas por nuestro comportamiento, nuestras decisiones y nuestro estilo de vida. Y muchas de ellas, al no entender, acaban alejándose. Esto también me ocurrió: cuanto más intentaba vivir de acuerdo con lo que Dios me pedía, más incómodas se sentían las personas.
Sin embargo, mientras que algunos amigos salían de escena, otros fueron entrando. En mi nuevo rumbo, fui conociendo a personas maravillosas, las cuales me demostraron una sincera amistad, sin intereses, y me ayudaron mucho en momentos difíciles y de importantes decisiones.
*****
–Dani, tienes que volver a practicar la medicina –me dijo una clienta del restaurante.
Mary Ann era una mujer pelirroja, muy simpática y bonita. Siendo médica, trabajaba en el área en que yo misma me había especializado; y ese día estaba en el restaurante conmemorando su compromiso con un italiano.
–Cuando te decidas a dejar el restaurante, llámame por teléfono –me dijo ella, escribiendo su número de teléfono en una agenda rosada que estaba en la caja.
Cuando me mudé a Floripa, no había pensado en dejar la medicina; había ido con un buen currículum y ya había recibido dos propuestas para trabajar. Pensaba que podría conciliar las dos cosas, trabajando media jornada como médica y la otra media como dueña del restaurante. Sin embargo, con el paso del tiempo pude percibir que el restaurante me absorbía por completo. Y quedé totalmente alejada de la profesión.
Para volver a ejercer como médica, en primer lugar debía deshacer la sociedad. Sin embargo, con todas las tentativas frustradas, no sabía qué más hacer. Mi familia rápidamente comenzó a notar la situación.
–Dani, ¿qué estás haciendo allí? ¿Por qué no regresas a casa? –me decía mi madre por teléfono, sintiéndose disconforme.
–¿Está todo bien contigo? –me preguntaba mi hermana.
–Quédense tranquilos: está todo bien. –les respondía yo, con un aire de tristeza estampada en la voz.
Realmente, mi voluntad era regresar. Sin embargo, no podía abandonar todo y salir corriendo. Además de tener una empresa en funcionamiento, me sentía responsable por los empleados que había contratado. Y era eso lo que me impedía realizar cualquier acción precipitada.
¿Has sentido alguna vez la sensación de estar en un camino donde no puedes encontrar la salida?
*****
Mientras no encontraba la salida...
–¡Por favor, una caipirinha de sakê!
–¡Mozo, más whisky, por favor!
Pasé muchas noches en vela atendiendo clientes que bebían whisky, sakê, vinos y espumantes. Los mozos hasta recibían un entrenamiento para servir el sakê. El ritual fascinaba a los clientes, y los empleados estaban felices porque ganaban más propinas. Sin embargo, soportar las bromas de mal gusto, las conversaciones sin sentido y hasta las peleas de quienes se embriagaban no era nada fácil.
Después de cuatro años de servir bebidas, ya no aguantaba más. La idea de ganar dinero con algo que perjudicaba a las personas no me agradaba; y ahora sabía que tampoco agradaba a Dios.
“El vino lleva a la insolencia, y la bebida embriagante al escándalo; ¡nadie bajo sus efectos se comporta sabiamente!” (Prov. 20:1). “Ni tú ni tus hijos deben beber vino ni licor” (Lev. 10:9).
–Creo que no quiero vender más bebidas alcohólicas –le confesé a un amigo.
–Pero las bebidas alcohólicas ¿no son lo que más ganancias te da?
Realmente, las mayores ganancias del restaurante provenían de la comercialización de las bebidas alcohólicas. Sin embargo, como médica, ya tenía el conocimiento de los perjuicios del uso del alcohol; y, como cristiana, tenía el entendimiento de cómo el alcohol afectaba la espiritualidad de las personas.
–Me parece que sería bueno para ti que oraras al respecto, ya que a tu socio no le va a gustar nada esto –me aconsejó mi amigo.
Como la comunicación con Marcos estaba cada vez más difícil, lo único que me quedaba era orar. Poco a poco, fui desarrollando una relación más íntima con Dios. Lo hice mi confidente, mi consejero, mi consolador. Oraba todo el tiempo, sin parar. Recuerdo haberme despertado muchas veces de rodillas, con las piernas dormidas, durante las madrugadas. Para cada decisión que tenía que tomar, la última palabra era de Dios.
Comprendiendo que, justamente, Dios no aprobaba el uso del alcohol, resolví dejar de vender bebidas alcohólicas. Sabía que enfrentaría oposición; sin embargo, mi sentido del deber para con el prójimo era más fuerte.
Después de la decisión, mi socio ya no aparecía más, ni los compañeros que tomaban cerveza y whisky toda la noche. Los clientes fueron desapareciendo... y las cuentas, aumentando. Solamente me restaba pedir ayuda a Dios y saber qué era lo que él quería de mí.
*****
“Toc, toc”, alguien golpeaba en la puerta de vidrio.
–¿Sí? –abrí la puerta del frente del restaurante.
–¿Tú eres Daniela? –me preguntó un hombre de mediana edad, muy simpático.
–Soy yo –respondí, intrigada–. ¿En qué puedo ayudarlo?
–Te traje unos libros para que estudies –e inmediatamente fue entrando y abriendo sobre la mesa del escritorio los libros sobre salud.
Pude notar que eran libros usados, al ver las páginas amarillentas, y también porque estaban todos marcados. Él había separado con clips de colores los capítulos que yo debía leer.
–¡Adiós! Después me devuelves los libros –dijo, despidiéndose rápidamente.
“¿Qué está sucediendo aquí? ¿De dónde vino esa persona?”, pensaba yo, mientras miraba cómo aquel extraño daba la vuelta en la esquina de la cuadra.
Todavía confundida, y entendiendo que aquel podría ser un mensajero del Señor, regresé a los libros, a fin de verificarlos: La ciencia del buen vivir [El ministerio de curación]; Medicina y salvación; Consejos sobre salud; Consejos sobre el régimen alimenticio... Los títulos llamaban mucho mi atención, pues trataban acerca de salud, y de la medicina.2
Como alguien que está con mucho hambre, comencé a leer aquellos libros, devorando su información. En menos de un mes, me leí casi todo. Por intermedio de aquella lectura, entendí la verdadera misión de un médico. Yo debía cuidar del ser humano de una manera integral, relacionando el cuerpo, la mente y el espíritu.
Además, comencé a comprender mejor la importancia del estilo de vida en la salud: alimentación natural, agua, aire puro, ejercicio físico, luz solar, confianza en Dios, reposo y abstinencia de las cosas perjudiciales. “Muy interesante”, pensé. Y decidí poner en práctica todo aquello que acababa de leer. Ya había dejado de lado el hábito de fumar; entonces, a partir de ese momento cambiaría mis hábitos en el comer y el beber.
Ya había evitado las carnes rojas a partir de las clases de anatomía. Progresivamente, también fui abandonando el uso de carnes blancas. Dejé de usar azúcar, y la leche y sus derivados los suspendí después de eso. En poco tiempo, percibí un gran cambio en mi salud: no sentía más dolores en el estómago ni tenía hinchazón de barriga. Mi piel, que antes estaba llena de acné, se puso mucho mejor. Mi disposición aumentaba día a día, principalmente con la práctica de ejercicios físicos. Y, reflexionando acerca de mi historia, acerca de todas las tentativas de huir de la Medicina, noté que era Dios quien había estado dirigiendo todo para que me convirtiera en una médica. Y el deseo de actuar como médica misionera fue creciendo en mi corazón.
*****
–Por favor, una caipirinha de sakê.
–Tenemos cocteles de frutas naturales, sin alcohol –respondía el entrenado mozo, con el nuevo menú en la mano.
Después de verificar los resultados positivos en mi salud, resolví cambiar toda la propuesta del restaurante. Además de dejar de vender bebidas alcohólicas, el restaurante comenzó a tener un menú más natural.
–¿Qué? ¿Ustedes no sirven más bebidas alcohólicas aquí? –dijo el cliente, levantándose bruscamente para irse.
Cuanto más intentaba yo explicarles mis motivaciones para hacer todo eso, más indignadas se ponían las personas.
–¿Te estás volviendo loca? –me preguntó un fiel cliente, desaprobando los cambios.
Y cuanto más practicaba lo que yo juzgaba que era lo correcto, más dinero perdía.
–¡El Dios al cual tú sirves no existe! ¡Necesitas de esto, del dinero! ¡DI–NE–RO! –vociferó otro, con los ojos muy abiertos y los dedos apuntando hacia los dólares.
–¡Yo maldigo este lugar! –gritó otro más, deambulando por el restaurante, con los brazos levantados hacia arriba.
Era totalmente comprensible que la mayoría de los clientes no estuviera de acuerdo con los cambios. Sin embargo, la agresividad con la cual muchos reaccionaban no era normal. Los empleados y yo nos quedábamos asustados.
–Madre mía, Dani, ¿te parece que estas reacciones son normales? –me preguntó uno de ellos.
–No sé... –respondí con el corazón acelerado–. Creo que esta es una guerra espiritual.
Al ser bautizada, las personas me alertaron sobre que el diablo no se pondría feliz con mi entrega a Jesús, y que alguna cosa en el mundo espiritual comenzaría a suceder. Y en ese momento estaba viviendo ese conflicto. No eran las personas las que estaban enojadas conmigo, sino el enemigo de Dios. La convicción de que alguna cosa se había sacudido en ese universo paralelo aumentaba a medida que se iban sucediendo los cambios.
“Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas”. (Mat. 6:24). “Así mismo serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús” (2 Tim. 3:12).
La batalla se había iniciado, y decidí firmemente que no volvería hacia atrás. Cuanto más buscaba a Dios, más problemas aparecían. “Señor, ¿por qué tengo que pasar por todo esto?”, cuestionaba yo.
Satanás quiere que los hijos de Dios queden confundidos en el medio del camino; quiere que duden de su Palabra y terminen desistiendo de seguirlo. Sin embargo, cuando me sentía desanimada, esto venía a mi mente: “Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes” (Sant. 4:7).
Aquella estaba siendo una dura prueba de fidelidad y confianza en Dios. Sin embargo, la Palabra de Dios renovaba mis fuerzas: “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas” (Isa. 43:2).
Mi fe estaba siendo probada; y mi carácter, lapidado. Necesitaba aprender a confiar en Dios, y no en el dinero; en sus planes, y no en los míos.
2 No podría ser coincidencia. Dios, realmente, estaba intentando mostrarme algo.
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