Kitabı oku: «La zanahoria es lo de menos», sayfa 3

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Efectos secundarios de hacer un detox emocional: ¿qué se logra?

La primera vez que hice un detox en mi vida fue hace unos nueve años. En ese momento hice la famosa cura con sirope de savia que consiste en solo alimentarte con una mezcla de dicho sirope, agua, limón y cayena, y algunos tés herbales. Fueron diez días intensos. No probé nada más que eso.

Nunca se me va a olvidar que, cuando inicié el proceso, mi coach me pidió que comprara una libreta para anotar todas las emociones, sensaciones y pensamientos que surgieran a partir del primer día.

Yo no sabía de qué me hablaba, pues lo único que quería era bajar unas libras. Pero ella me lo aclaró: «Cuidado, van a salir todos tus demonios. Vas a conocer partes de ti que no conocías y hay que tener mucha claridad al respecto».

Pues tenía razón, sí salieron (no todos) muchos de mis demonios. Pasé por el enojo, la tristeza, la frustración, el coraje, la alegría, la excitación en todos esos días.

La verdad es que las crisis personales o los puntos de quiebre pueden ser las mejores «excusas» para hacer cambios en tu vida, y qué mejor que hacerlo consciente cuanto antes.


Más allá de que ahora no me parece la mejor vía para desintoxicarse, no puedo negar que fue muy liberador.

¿Por qué te cuento esta historia? ¿Saldrán tus demonios?

Porque si bien los candidatos para un detox somos todos, pocas son las personas que toman con seriedad y responsabilidad su éxito y su bienestar. Si tú eres de ese grupo, primero que nada quiero darte la bienvenida y un gran aplauso.

Pero también deseo ser lo más transparente y honesto contigo, y tengo la obligación moral de confesarte lo siguiente: cada vez que uno inicia un detox, y mucho más cuando el tema no es físico sino emocional, existen efectos secundarios.

Sí, sí pasan cosas después de seguir este método, sale la parte que te encanta pero también la que no te gusta de ti, sale lo que has mantenido en la oscuridad, pero también aquello que te hace brillar.

La buena noticia es que estos efectos son valiosos beneficios y, en general, tu vida en perspectiva no volverá a ser la misma de antes; no por mí, mucho menos por este libro, sino por las decisiones que tomes, los compromisos que asumas y las acciones que emprendas de ahora en adelante.

¿Cuáles son algunos de estos efectos secundarios?

✓ Introspección y reflexión personal

✓ Cerrar círculos y concluir etapas

✓ Dejar algunas personas en el camino

✓ Vivir más desapegado a lo material

✓ Moverte de lugar, hacer cosas diferentes

✓ Resolver asuntos pendientes del pasado

✓ Ser más consciente

✓ Aumentar tu capacidad de resiliencia

✓ Enfrentarte a tus sombras

✓ Mayor sensibilidad e intuición

¿Empezamos?

Si seguimos haciendo lo que siempre se ha hecho, continuaremos consiguiendo los mismos resultados.

Williams Edwards Deming, estadista estadounidense

Una de las cosas que más le decían a la psiquiatra, escritora de origen suizo e impulsora de la tanatología, Elisabeth Kübler-Ross, cuando dialogaba con pacientes terminales, era: «Me hubiera gustado atreverme más en la vida».

¿El detox emocional se da por arte de magia? Por supuesto que no. Hay que atreverse y ponerse las pilas. Lo que está en juego es tu felicidad y lo vale, ¿no?

¿Para qué esperar a estar en una situación límite, si hoy podemos actuar?

También hay que irse poco a poco, paso a paso, para que el reinicio de vida sea perdurable y no solo, como decimos en México, una «llamarada de petate».

Recuerda que ningún cambio importante es inmediato. Como en cualquier proceso de detox físico, en donde para lograr el éxito se requiere de disciplina y dedicación antes, durante y después de empezar, en el caso del detox emocional sucede de forma muy similar.

Por tal razón, y para que además fuera más práctico para ti, decidí separar este libro en tres etapas:

Preparar: antes de empezar a colocar los cimientos, hay que desmontar el terreno. Aunque yo sé que muchos preferirían ir directo a la segunda parte, es importante primero hacer una radiografía de vida para conocer honestamente lo que hay por dentro, por ejemplo: el grado de toxicidad en el que estás.

Desintoxicar: aquí te doy el banderazo de salida para iniciar el proceso en el que irás poco a poco deshaciéndote de las cajas y archivos tóxicos que no necesitas.

Mantener: el verdadero éxito del detox no está en hacerlo sino en su seguimiento y mantenimiento. Aquí se da una etapa de reorganización de vida sumamente interesante y productiva.

Aunque desde que empiezas este método comienzas a sentirte de maravilla, no te desesperes ni te angusties si no logras ver cambios impactantes a los primeros días de haber iniciado.

Robin Sharma, el afamado autor de El monje que vendió su Ferrari, lo dice de forma clara y contundente: «Si vas demasiado aprisa, en realidad haces más lento el proceso».

Ve a tu ritmo, tómate tu tiempo, pero no dejes de avanzar y de ir vaciando de tu carreta todo aquello que no necesitas.

CAPÍTULO 2
Los personajes tóxicos

Reinventarse es transformar tu forma de ser, no quien eres, no es convertirse en una persona diferente porque ya eres un ser completo.

Mario Alonso Puig, médico cirujano y autor español

Siempre me interesé por la medicina. Pero no como aquel que dice: «Quiero ser bombero, futbolista, policía o astronauta», y quien después de un tiempo olvida la idea. Lo mío era muy en serio.

No sé de dónde saqué la idea o en qué momento surgió, pero desde que era muy niño pasaba horas jugando con artilugios médicos.

Con decir que, en uno de mis cumpleaños, mi mamá y yo nos confabulamos y decidimos hacer una fiesta de disfraces (en pleno mes de marzo) que sirviera de pretexto para usar mi recién adquirida bata de doctor.

Toda la fiesta era alusiva al mundo médico: la piñata y el pastel tenían forma de ambulancia, los dulces estaban dentro de unos botecitos con etiqueta que figuraban ser medicinas, hasta tenía mi propio estand para atender con mi estetoscopio, mi termómetro y mis jeringas de plástico a todo aquel invitado que se dejara.

En esos años devoraba libros de medicina para niños. Todavía guardo algunos de ellos. Me asombraba el diseño tan preciso del cuerpo humano, la cantidad de huesos, de órganos y cómo todo funcionaba como una máquina perfecta. Ir al médico para mí no era un asunto de miedo o angustia, sino de aprendizaje y asombro. Al día de hoy sigo admirando a quien entrega su vida para ayudar a sanar a otros.

Nunca se me va a olvidar que un día, lamentablemente, murió uno de los conejos que tenía como mascota en casa. Además de ponerme algo triste por la pérdida, me surgió mucha curiosidad. Incluso tenía la intención de usar un cuchillo, según yo para operar y revivir al animalito; quería conocer lo que traía dentro. No estaba seguro de que fuera a tener lo mismo que nosotros (según dictaba mi inocencia infantil), y me emocionaba la idea de investigar.

Y aunque me decidí por dejar al conejo en paz y darle santa sepultura, mi inquietud por la medicina siguió por muchos años más.

Por diferentes circunstancias (que ahora agradezco), faltando seis meses para entrar a la universidad, y aparentemente dispuesto a estudiar la carrera de Medicina, decidí cambiar el rumbo e ingresé a la licenciatura en Ciencias de la Comunicación. Para mis padres fue una sorpresa porque ya se hacían a la idea de que iban a tener al primer médico de la familia, pero para mí se trataba de seguir la intuición, esa voz interior que siempre habla pero a la que pocas veces le hacemos caso.

Aunque aparentemente me fui por otro camino, nunca dejé de lado el tema de la salud. Al contrario, en la actualidad estoy más cerca de él, sobre todo después de convivir con médicos y enfermeras a lo largo de ocho años debido a la larga enfermedad de mi padre. Y desde luego por mi profesión como coach emocional, en donde en esencia puedo contribuir, aunque sea un poco, al bienestar de los demás.

Hoy me sigue llamando poderosamente la atención la posibilidad de conocer el universo extraordinario que alberga nuestro interior. Sigue la misma cosquilla de curiosidad que me hacía querer abrir al pobre conejo, pero ahora enfocándome en ayudar a las personas a descubrir ese espacio, a que lo abran ellos mismos y así puedan obtener las herramientas que necesitan.

Hace algunos meses, una amiga me pidió que la acompañara a visitar a una joven con leucemia que se encontraba en el hospital de Nutrición de la Ciudad de México, uno de los institutos nacionales de salud más reconocidos y de mayor trayectoria en el país.

La muchacha acababa de salir de terapia intensiva, el diagnóstico no era muy favorable y su padre, quien estaba en la búsqueda de todo tipo de alternativas para apoyar a su hija, contactó a mi amiga para pedirle ayuda.

Siempre he creído que cuando algo tiene que pasar, todo conspira para que así suceda. Como dicen: «Cuando te toca, ni aunque te quites; y cuando no, ni aunque te pongas». Así, se dio la «causalidad» de que justo el único día que mi amiga tenía disponible para hacer el viaje y en el que la paciente podía recibir visitas, yo iba a dar una conferencia en la Ciudad de México por la mañana, e iba a tener la tarde libre. Por tal motivo, no dudé en ningún momento en decir que sí.

La experiencia fue conmovedora desde la llegada. Conocimos a la familia de esta joven, nos platicaron un poco la historia y realizamos los trámites correspondientes para que nos dejaran entrar a visitarla.

Cuando entré, me sorprendió su estado. Ella tenía poco cabello, estaba muy delgada pero con una sonrisa cautivadora. Seguimos el protocolo correspondiente de colocarnos la vestimenta necesaria, usar el desinfectante de manos y sentarnos en el pequeño sillón, a unos pasos de donde estaba la paciente. Aunque teníamos ganas de abrazarla, nos pidieron desde antes de entrar que, por su delicada situación, no podíamos tener contacto físico.

Platicamos más de una hora con ella. A mí se me hicieron minutos. Traté de darle algunas palabras de alivio y esperanza. En la conversación, ella se cuestionaba dónde había quedado Dios en su vida, quería conocer la razón de su enfermedad, y como es habitual en estos casos, surgía en su interior la típica pregunta: ¿Por qué a mí?, que sinceramente solo se logra contestar con otra pregunta: ¿Y por qué no a mí?

En ese encuentro hubo algo que me dejó muy reflexivo: antes de despedirnos, ella se nos quedó viendo fijamente a los ojos e hizo una pregunta que hasta al día de hoy tengo presente:

«¿Verdad que voy a seguir viviendo?».

¿Qué le podíamos contestar?

¿Le decíamos la verdad, según lo que nos habían platicado sus familiares, que el caso era muy difícil? ¿O le decíamos la «mentira piadosa» para hacerla sentir bien en medio de esa enfermedad devastadora?

En realidad la respuesta no la sabía ella, pero tampoco nosotros, ni sus familiares, ni siquiera los doctores; ellos podían dar un diagnóstico, mas a ciencia cierta nadie sabe el día o la hora exacta de nuestro momento final.

Por esa razón pensé que era mucho más sano y positivo ser sincero, objetivo y realista.

Medité por unos segundos la respuesta, tomé aire y le dije:

—Por supuesto que vas a vivir, si por vivir entiendes disfrutar cada instante, más allá de las circunstancias. Y pase lo que pase, salgas hoy o en meses o suceda algo inesperado, vas a estar extraordinariamente bien, ya que tú no eres tu enfermedad, ni tu cáncer, ni las quimioterapias. Tú eres lo que llevas dentro.

No sé si fue lo mejor que le podía decir, pero al menos la sentí más tranquila.

Algo que reafirmé en ese encuentro, por lo que ella me platicaba, es que nos da miedo dejar de vivir no tanto por el hecho de la muerte misma, sino por todo lo que dejaríamos pendiente, sin resolver.

Llegamos a creer que lo que nos define es el exterior y por ese motivo, como una cebolla, valga la comparación, el ser humano se va construyendo una infinidad de capas alrededor de él para sobrevivir en el mundo, para ser aceptado e integrado.

Parte del proceso de desintoxicación emocional que propone este libro es ir quitándonos las capas poco a poco para desnudar el alma, para descubrirnos como realmente somos y llegar a lo más valioso de ese universo interior.

Ella ya salió del hospital, se encuentra estable hasta ahora, y aunque es un proceso lento, estoy seguro de que más que el cáncer, ella se enfocará en verse desde adentro, solucionar lo inconcluso y comenzar a valorar y disfrutar que sigue con vida.

Muchos me preguntan: ¿cómo puedo saber si existe un desbalance o desequilibrio interno o si traigo un montón de capas que no he descubierto que me están haciendo daño?

Uno de los indicadores que nunca falla es nuestro mismo cuerpo. Por más capas que nos echemos encima para, presuntamente, acorazarnos de los «peligros» del exterior, cuando hay una intoxicación nuestro organismo nos habla de diferentes maneras por medio de un simple dolor de cabeza, un mareo, gripe, fiebre, dermatitis, una inflamación en el abdomen o una colitis.

El problema, y la actitud más habitual que tomamos, es querer solucionar todo con una simple pastilla y olvidarnos del asunto. Normalmente le ponemos atención al síntoma pero no a la causa. Algunos ni siquiera usan la pastilla, solo dejan que pase el tiempo, sin darle la mayor importancia al malestar.

Nos da miedo dejar de vivir no tanto por el hecho de la muerte misma, sino por todo lo que dejaríamos pendiente, sin resolver.


Emocionalmente también funcionamos de manera muy similar. Nuestras reacciones, sobre todo esas que nos duelen, que no entendemos o que surgen aparentemente de la nada, también nos hablan de que algo necesita ajustes. Nuestras actitudes y respuestas frente a determinadas situaciones son solo reflejos de lo que estamos procesando internamente.

Si estamos muy irritables o sensibles, si tomamos todo de forma personal, reaccionamos agresiva o pasivamente, o simplemente mediante maneras no habituales o fuera de la media, significa que hay algo por dentro que está intoxicado. Hay que revisarlo con toda la seriedad del caso, como se enfrenta un problema de salud.

Los cinco personajes

Para tener mayor claridad en este proceso interno, quiero compartirte algunas personalidades tóxicas.

Cada una de ellas tiene una toxina mental más preponderante y que es la causa de que sigamos hospedándolas, como si se tratara de una especie de predisposición genética. En realidad, es solo la persistencia de algo que echó raíz en nosotros, por lo que la asumimos como una presencia habitual y natural.

Estas personalidades las vamos adoptando y haciendo propias como esas capas de cebolla, muchas veces sin siquiera darnos cuenta.

Quiero hablarte de las que para mí son los cinco principales personajes tóxicos y cómo, cada uno, tiene sus respectivos patrones de comportamiento, que si no son bien gestionados, pueden causar altos grados de toxicidad y dañar nuestro estado general de bienestar.

Como en muchos conceptos de este libro, podrás identificarte con más de un personaje o hasta podrás decir: «Ese le queda perfecto a mi suegra»; «Este seguro es el de mi esposo»; «Mi jefe encaja perfecto en esta descripción». Es normal, todos tenemos un poco de todo, y muchos nos ponemos el disfraz según corresponda.

A veces también somos más camaleónicos y nos movemos de uno a otro rol en diferentes etapas en la vida, pero con ninguno nos sentimos conformes.

Lo importante es que conozcas estos personajes y veas de qué forma te has ido construyendo tu propio disfraz tóxico, y sobre todo sincerarnos para descubrir si alguno de ellos está más presente que los demás.

Vamos con el primero.

Primer personaje: el negativo

Joseph Joubert, ensayista y moralista francés, escribió en cierta ocasión: «Usted no puede evitar que los problemas golpeen a su puerta. Pero no hay necesidad de ofrecerles una silla».

Este personaje tiende a sentar a sus problemas frente a él, tanto los existentes como los inventados, e inclusive les da hospedaje el mayor tiempo posible.

Su toxina mental preponderante es el pesimismo. Y si compartimos la definición de la RAE del pesimismo como la «Propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable», entendemos que el filtro del negativo está ajustado para visualizar el punto negro en la pared blanca, el frijol en el arroz, la mancha en la camisa o la dificultad en la solución.

El negativo distorsiona su visión a raíz de experiencias o desilusiones previas. Suele ser una persona con un pasado sin sanar o sin solucionar. De ahí la frase: «Detrás de una persona complicada, hay una historia similar».


Nuestras actitudes y respuestas frente a determinadas situaciones son solo reflejos de lo que estamos procesando internamente.

Las personas negativas creen que las cosas siempre pueden estar mejor, y aunque esta idea pudiera parecer buena para aquellos que buscan el crecimiento constante, el problema es que las primeras se olvidan de lo bueno que tienen enfrente, del regalo que nos hace siempre el presente cuando las cosas se dan sin complicaciones, excusándose en lo que pudiera o debiera ser, y eso lo vuelve un círculo vicioso en donde nunca están satisfechos con los resultados.

Esta inconformidad pesimista por la vida está muy marcada por la queja constante. Hace algún tiempo conocí a una persona que había sido rechazada en sus últimas diez entrevistas de trabajo, en empresas de diferentes giros, y cuando le pregunté qué creía que estaba pasando, me contestó: «Es que en México no hay empleo, las cosas cada vez están peor, hay una conspiración del sistema contra nosotros». Esa es la actitud típica del personaje negativo.

El negativo sufre porque si bien su forma de ver las cosas funciona como un escudo de realismo para no ilusionarse demasiado con algo o con alguien, la verdad es que pensar así no lo hace inmune a que viva situaciones que no quiere. De hecho, es más común que las experimente al estar huyendo de ellas constantemente. Lo que resistes, persiste.

Segundo personaje: el generalizador

El problema no es si es el vaso está medio lleno o medio vacío, para este personaje todos los vasos del mundo son iguales en tamaño, color, material y cantidad de agua, según la experiencia que él ha tenido con algún vaso en su pasado.

Siguiendo con las definiciones, según la RAE generalizar es «Abstraer lo que es común y esencial a muchas cosas, para formar un concepto general que las comprenda todas». Esto es, meter todo y a todos en una misma canasta. Su toxina mental preponderante es la ansiedad de que todo encaje en lo que él considera significativo.

El generalizador usa palabras como las siguientes: «todos», «siempre», «nosotros», «usualmente», «generalmente». Y está también muy asociado a dar recomendaciones como «ellos tienen que…», «deben…», «necesitan…». Se autoproclama como profeta o gurú del mundo y observa a los demás con una actitud incluso despectiva.

Según la Programación Neurolingüística, en su concepto de metamodelo, uno de los primeros aportes de John Grinder y Richard Bandler, existen tres categorías de limitantes que moldean las experiencias y que nos llevan a generalizar:

-Limitantes neurológicas: en donde se cree que la función del sistema nervioso, del cerebro y de los sentidos son eliminativos y no productivos. Por ejemplo, en el caso de una mujer embarazada que sufre un asalto y pierde a su bebé en ese momento, su cerebro recordará esa sensación de pérdida pero no necesariamente la cara del asaltante o lo que había a su alrededor. A manera de protección, el cerebro abstrae algunas cosas, pero bloquea todo lo que considera innecesario o, algunas veces, doloroso recordar.

-Limitantes sociales: tenemos filtros sociogenéticos y percibimos la realidad según el lugar donde nacimos, el lenguaje que aprendimos, la cultura que adoptamos. Un occidental en la India podría decir: «¡Qué rara es la gente acá!», y si un indio visita un país de América tendría una experiencia similar.

El negativo sufre porque si bien su forma de ver las cosas funciona como un escudo de realismo para no ilusionarse demasiado con algo o con alguien, la verdad es que pensar así no lo hace inmune a que viva situaciones que no quiere.


-Limitantes individuales: como su nombre lo indica, las experiencias son individuales y van creando un marco de referencia para observar todo lo que nos sucede. Creamos nuestros modelos del mundo a partir de nuestra historia personal. Si a un hombre se le incendió su casa por una vela que dejó prendida durante la noche, seguramente no solo dejará de usar velas, sino que incluso tendrá una referencia negativa cuando vea que alguien más lo hace.

Estas limitantes condicionan nuestra manera de ver al mundo, aunque no necesariamente sea la correcta para todos, y caemos en el personaje generalizador.

Un ejemplo típico es cuando una mujer tuvo una mala experiencia con su padre, quien era alcohólico y golpeaba a su madre. Si no se trabaja o se sana esa etapa de su vida, en cuanto se encuentre en la búsqueda de pareja será más propensa a generalizar que todos los hombres son iguales, y aun a creer, de manera consciente o inconsciente, que ella probablemente tendrá la misma suerte que su madre. No por nada vemos cómo se repiten los patrones de generación en generación.

O alguien que tuvo un jefe difícil en una importante corporación, en el futuro, si no lo hace consciente, «siempre» relacionará dificultad, estrés, tensión y angustia con trabajar en una gran empresa.

Además de esto, frases como: «Todos los millonarios son malos», «El ejercicio siempre cura la tristeza», «La educación es carísima», «La lluvia deprime», «El trabajo en mi país siempre es mal pagado»; «Al amar generalmente sufres», «Todos los brasileños son extraordinarios jugadores de futbol», «Los niños con infancias difíciles nunca podrán superarlas», «Todos tienen que leer este libro», son ejemplos del personaje generalizador.

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