Kitabı oku: «Pasionaria», sayfa 4

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EL «NACIMIENTO» DE LA PASIONARIA

—Dolores, ¿por qué la llaman a usted la Pasionaria?

—Porque en cierta ocasión, en Semana Santa, por ponerme a tono con las circunstancias, firmé así unos trabajos periodísticos.

Entrevista en la revista Estampa, octubre de 1931

La literatura alemana comunista también transmitía que el prototipo de mujeres que luchaban por una participación más igualitaria en la lucha de clases no se correspondía con el de la mujer moderna, sino más bien con el de una imagen femenina tradicional, cercana, incluso, a la Virgen María.

Miren Llona, «La imagen viril de Pasionaria: Los significados simbólicos de Pasionaria en la II República y la Guerra Civil», Historia y Política (2016)

Si Dolores Ibárruri nacía en diciembre de 1895 en Gallarta, Pasionaria lo haría veinticuatro años más tarde, en la Semana Santa de 1919, en las páginas de El Minero Vizcaíno, el periódico del sindicato minero en el que militaba su marido y donde comenzaría a escribir con asiduidad. No escaseaban las plumas en un medio obrero, e Ibárruri, gracias a su cierta instrucción y formación cultural, pronto se convertiría en una firma apreciada en El Minero Vizcaíno. ¿Por qué Dolores decidió usar un seudónimo para esconder su identidad y por qué escogió precisamente ese? Rafael Cruz atribuye la decisión de ocultarse tras la firma de Pasionaria al temor a que su familia, ya bastante alejada y enemistada con ella tras el matrimonio con Julián Ruiz, supiera que además estaba escribiendo para la prensa socialista.

Conocida por sus colaboraciones en la prensa, un medio en el que Ibárruri se siente cómoda y puede desarrollar su pasión por escribir y comunicar, Pasionaria como personaje público va a tardar todavía una década en emerger a la superficie. Será a lo largo de los años veinte cuando Ibárruri vaya forjando bajo las duras condiciones de la dictadura de Primo de Rivera un prestigio como dirigente política en el reducido mundo de la militancia comunista. En 1930 entra en el Comité Central del PCE por indicación de los dos máximos responsables del partido, el secretario general José Bullejos y el comunista francés Jacques Duclos, conectado con la Komintern. Corren malos tiempos para el partido. La represión y los enfrentamientos internos han hecho del PCE una organización famélica en la que la implantación territorial se ha reducido tanto que el 40 % de la afiliación se concentra en Vizcaya. No hay por tanto una gran cantera de cuadros y militantes e Ibárruri destaca doblemente, tanto por sus dotes políticas como por su singular condición de mujer.

Será con motivo de las elecciones municipales de abril de 1931 y las legislativas de junio de ese mismo año cuando Pasionaria aparezca por primera vez como candidata y oradora en varios mítines. Un reportero del semanario ilustrado Estampa repara en la curiosidad de esa mujer que los comunistas han presentado en las listas electorales y viaja hasta Somorrostro para conocerla en persona y retratarla en su entorno. «Una terrible bolchevique. La leader comunista Dolores Ibárruri, la Pasionaria», se titula irónicamente la crónica de Víctor Ruiz de Añibarro sobre su encuentro con ella en su barrio rural de Somorrostro, en «una casita un poco destartalada, que tiene siempre la puerta abierta». La revista, una de las más vendidas y populares de la prensa española del momento, no es una publicación militante que se acerque a ella para publicitar sus ideas comunistas, pero le llama la atención que detrás de la encendida retórica revolucionaria que le ha dado fama como propagandista no esté, como dice el título, una «terrible bolchevique», sino la «mujer de un humilde minero» que trabaja en el campo y que cuida de su casa y de su familia.

El tono del reportaje, a doble página, es amable y enfatiza el componente humano de la historia personal de Dolores. «Unos ojos dulces resaltan en su semblante, surcado ya por las arrugas. De la belleza que un día campeó sin duda en él, queda esa otra belleza un poco difusa, de las expresiones muy acusadas. Apenas tiene más de cuarenta años y numerosos hilos de plata cabrillean en el negro de su cabellera. La vida de esta mujer no ha debido de ser fácil ni blanda», destaca el redactor de Estampa mientras el fotógrafo la retrata en compañía de sus hijos Amaya y Rubén, posando la mano sobre sus hombros en un gesto protector, afilando la guadaña en la finca de su casa, dando un mitin, lavando ropa en el lavadero junto a otras mujeres, sentada en una silla leyendo y rodeada de niños del barrio, a los que, al estilo soviético, llama «mis pioneros».

Pasionaria está a punto de convertirse en un símbolo de la emergencia de la clase trabajadora en la vida política española, y más concretamente de las mujeres de clase trabajadora. La potencia de Pasionaria no reside solo en su arrojo, energía, oratoria y su dominio del espacio escénico en los actos públicos, sino también en su capacidad para representar como ninguna otra dirigente política de la época el papel de una mujer común de clase popular. Que hubiera mujeres excepcionales en la política española no era paradójicamente tan asombroso como que apareciera en escena una mujer común. Pasionaria no es ni una intelectual de gruesas gafas redondas como la anarquista Federica Montseny, ni una mujer elegante y sofisticada como la socialista Margarita Nelken, políglota, crítica de arte y de literatura. Tampoco una abogada como Victoria Kent o Clara Campoamor. Pasionaria es una autodidacta, cuyo bagaje político está en quince años de militancia política y en una vida dura que se refleja en su físico, como había destacado el periodista de Estampa. De todas las figuras femeninas del periodo republicano ella es la que más se parece a esa prototípica «mujer del pueblo». Como señala María José Capellín, Pasionaria ni se pondría el mono de miliciana, ni se vestiría con una imagen más burguesa, como otras mujeres de la izquierda. En cambio mantendría «el clásico moño de mujer casada».10 El moño y el vestido negro reconvertidos en herramientas de propaganda capaces de conectar con unas clases populares que se veían representadas por aquella mujer, común y excepcional al mismo tiempo. «Soy como como vosotros, una mujer española del pueblo», escribiría durante la Guerra Civil, en una carta abierta a una obrera soviética, publicada por la prensa comunista: «En mí habla el dolor milenario de las multitudes explotadas, escarnecidas, privadas de toda alegría, de todo regocijo»11. Ibárruri, consciente de esa capacidad para personificar los anhelos de su clase, y particularmente los anhelos de las mujeres de su clase, recrearía durante el resto de su inesperada vida esa imagen de mujer del pueblo, tradicional y rompedora a la vez.

La historiadora Miren Llona señala que ese personaje de mujer del pueblo está en consonancia con los modelos de mujeres obreras y campesinas que promocionaban entonces en su propaganda la URSS y los partidos de la III Internacional para estimular la participación femenina en el movimiento comunista. La austera y severa figura de Pasionaria, que es maternal y viril a la vez y que está completamente alejada de la sexualización de la mujer a la moda, sensual, moderna e independiente, será precisamente una de las claves de su credibilidad ante unas audiencias penetradas por los valores machistas y tradicionales. Su imagen pública suponía además una contestación a esa leyenda de aberrante marimacho, asesina sanguinaria de religiosos o prostituta hipersexualizada que difundiría de ella la propaganda derechista durante la Guerra Civil.

Siempre vestida de negro, con el pelo recogido en un moño y unos pendientes de azabache como única joya, la imagen de mujer del pueblo constituía una figura femenina tradicional que, como señala Miren Llona, «resultaba incuestionablemente respetable a los ojos de sectores importantes de la población española». Preguntada ya de mayor por el motivo de su vestimenta, la dirigente comunista respondería que para una mujer de «clase modesta» como ella, «yendo de negro puedes ir decente a todas partes». Sin embargo, mientras Pasionaria representa a la perfección sobre el escenario el papel de mujer tradicional de clase trabajadora, esposa e hija de mineros, la vida de Dolores Ibárruri va a tener poco que ver con ese rol que, no obstante, resultaba tan funcional a su labor como propagandista. En los años treinta, la década de su eclosión como figura pública, romperá con su marido, dejará su pueblo, será presa política, dirigente política, diputada, priorizará su vida política por encima de la familiar, vivirá de forma independiente en Madrid, se convertirá en un símbolo internacional del antifascismo y en la Guerra Civil se enamorará y vivirá un romance con un hombre catorce años más joven que ella.

UNA REVOLUCIONARIA DE PROVINCIAS EN EL MADRID REPUBLICANO

Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo.

Mensaje de Alfonso XIII a la nación, 16 de abril de 1931

Hoy ha sido declarada la huelga de camareros, mozos de restaurantes, cafés y similares […]. En la calle de Preciados dos esquiroles recalcitrantes han sido violentados por los huelguistas, habiendo tenido que intervenir la fuerza pública. En la Corredera Baja un bar ha sido asaltado y abofeteado su irascible dueño. En otro café céntrico el espejo de un escaparate ha sido convertido en estrella.

Luisa Carnés, Tea Rooms. Mujeres obreras, 1934

El 14 de abril de 1931 a primera hora de la tarde se proclamaba en Madrid la Segunda República española. El izado de la bandera tricolor en la capital llegaba después de un reguero de proclamaciones de la República que habían empezado de mañana en Eibar, Valencia, Barcelona y otras ciudades españolas. Sería una revolución pacífica y democrática. Sin disparar un solo tiro, un miembro de la dinastía de los Borbones volvía a partir al exilio 63 años después de que lo hiciera Isabel II. La arrolladora victoria de las candidaturas republicanas y socialistas daría paso a una jornada festiva que aún se prolongaría hasta el día siguiente.

Mientras las multitudes festejaban la proclamación de la República, la tarde del 14 de abril un camión recorría las calles de Madrid dando mueras a la República burguesa, gritando: «¡Vivan los sóviets!» y ondeando banderas rojas. Eran los comunistas de José Bullejos. La anécdota refleja como pocas la soledad del PCE y su lejanía con respecto al estado de ánimo colectivo que se respiraba en la España de ese momento. Para los comunistas, el país había iniciado un proceso análogo al de Rusia en febrero de 1917 con la caída del zar Nicolás II y el establecimiento del Gobierno provisional. La República no tardaría en decepcionar a las masas populares que ahora la festejaban. Era cuestión de tiempo. El deber de los comunistas debía ser desenmascarar cuanto antes el verdadero carácter burgués-latifundista del nuevo régimen, construir los sóviets y prepararse para encarar una segunda fase de la revolución española.

La mayoría de los campesinos y trabajadores, sin embargo, confiaban en que la nueva República traería las ansiadas reformas sociales prometidas por republicanos y socialistas, la más importante de ellas el reparto de la propiedad entre los campesinos sin tierra. La expectación y las ilusiones eran tan grandes con el nuevo régimen que el discurso antirrepublicano del PCE resultaría profundamente antipático. José Bullejos, secretario general, recordaba en sus memorias cómo solo la fe ciega en la Unión Soviética y en la certeza de sus análisis sobre la realidad española permitía a los comunistas abstraerse del clima de total hostilidad hacia sus planteamientos antirrepublicanos: «Agresiones a nuestras banderas comunistas, carteles, propaganda y periódicos. Nuestro aislamiento aquellos días era total. Sin embargo, no cambiamos nuestra posición ni modificamos el tono de la propaganda. Nos sentíamos orgullosos de navegar contra la corriente».12

Dolores Ibárruri vive los primeros días de la Segunda República en Somorrostro, donde su marido entra como concejal comunista en el Ayuntamiento, convirtiéndose en uno de los pocos ediles del partido en toda España. El 1 de mayo de 1931 participa en un mitin comunista en el Teatro de los Campos Elíseos de Bilbao que acaba con una manifestación improvisada y cargas de la policía. Un mes más tarde, en las legislativas de junio de 1931 se presenta como candidata del PCE por el distrito de Bilbao obteniendo 17.000 apoyos y un 6,9 % de los votos, un resultado apreciable pero insuficiente para lograr el acta de diputada. La vida de Ibárruri está, no obstante, a punto de experimentar un giro imprevisto y radical. Después del verano José Bullejos, su gran valedor en el partido, la llama para ocupar la secretaría femenina del PCE y trabajar como redactora de Mundo Obrero con un pequeño sueldo. Acepta. La decisión supone trasladarse a Madrid. Julián, muy apegado a la vida social y política de Somorrostro, no está en absoluto interesado en irse a la capital para seguir a su mujer en su ascenso a la dirección del partido. Dolores no se echa atrás por la negativa de su marido y pone su compromiso con el PCE y su vocación política por delante de su matrimonio. Para ella es la oportunidad de reinventarse lejos de un hogar en el que los momentos de felicidad han sido escasos. No la va a dejar pasar. En la práctica la pareja se rompe en aquel momento y desde entonces, si bien ambos seguirán casados, llevarán vidas por completo independientes.

En septiembre de 1931 Dolores Ibárruri iniciaba a sus casi 36 años una nueva vida, lejos de su pueblo, de su familia, de su marido y por fin con algo que siempre había ansiado: independencia económica. Pasionaria llegaba a un Madrid en crecimiento. Una ciudad de casi un millón de habitantes que estaba pasando de ser una capital administrativa a una metrópoli moderna con un mayor peso de la industria y sobre todo del nuevo sector servicios ligado al mundo de las finanzas, las grandes compañías de seguros y las empresas de telecomunicaciones, como Teléfónica, en la que van a generarse nuevos puestos de empleo ocupados por mujeres, como el de telefonista. El movimiento obrero gana peso con el aumento del componente proletario en la composición social de la ciudad, pero también con la incorporación al sindicalismo de miles de trabajadores de cuello blanco que ocupan los nuevos empleos generados por la modernización económica y la expansión del terciario. La antigua villa y corte se escora a la izquierda, ya que ambos sectores de las clases populares madrileñas se inclinan mayoritariamente por el proyecto reformista del republicanismo y el socialismo, hegemónico en la vida social y política de la capital.

La llegada de Dolores a la capital de España junto a su hijo Rubén —Amaya lo hará unos meses más tarde— no puede ser más accidentada. A los pocos días de asentarse en Madrid, Pasionaria es detenida a la salida de la redacción de Mundo Obrero. El motivo, su presunta implicación en el encubrimiento de un militante comunista acusado de abrir fuego indiscriminado contra la clientela de una taberna de Bilbao frecuentada por militantes del PSOE. Tres personas perderán la vida y varias resultarán heridas en uno de los últimos episodios de violencia entre miembros de ambos partidos. Pasionaria, acusada de esconder en su casa a uno de los participantes en el tiroteo, pasaría casi cuatro meses en prisión preventiva a la espera de juicio. Lo haría primero en la cárcel de mujeres de Madrid, en la calle Quiñones, y después en la de Larrinaga, Bilbao. En enero de 1932 ella y el resto de acusados son liberados por falta de pruebas. El juicio genera cierta expectación incluso más allá del PCE. Algunos militantes del pequeño partido Acción Nacionalista Vasca se acercan a expresar su solidaridad con los comunistas.

A la salida de la cárcel Pasionaria pasa una semana en Somorrostro y después se reincorpora a su actividad política en Madrid. En marzo de 1932 participa en la organización y los debates del IV Congreso del partido, celebrado en Sevilla, entonces llamada Sevilla la roja o el Leningrado español, por el radicalismo de su clase trabajadora y su alto grado de conflictividad social, que se había vuelto a poner de relieve en la huelga general desarrollada en la ciudad entre el 9 y el 13 de junio de 1931. Los comunistas tenían algo que ver en ese clima de agitación que se vivía en la ciudad andaluza. La adhesión al PCE en 1927 de algunos de los más importantes dirigentes de la CNT sevillana, como José Díaz, Manuel Delicado o Antonio Mije, arrastraría consigo a la esfera de influencia comunista a importantes sindicatos, como el de camareros, el de aceituneros y el de los obreros del puerto. Con más de mil quinientos afiliados, la provincia de Sevilla despuntaba en 1932 como uno de los focos territoriales más dinámicos del PCE.

El IV Congreso serviría para organizar el crecimiento que se estaba viviendo en la sección española de la Komintern, desde algo menos de un millar de afiliados en abril de 1931 hasta unos ocho mil en torno a marzo de 1932. Un crecimiento atribuible, más que a méritos propios, a las simpatías que despertaba la URSS y a la desilusión con la timidez de las reformas puestas en marcha por republicanos y socialistas. La reunión, precedida de algunas importantes críticas de Moscú al trabajo del partido, revisaría en parte la línea ultraizquierdista seguida hasta la fecha y tomaría decisiones importantes, como el impulso al trabajo sindical en torno a objetivos parciales o una mayor atención a la problemática nacional de Cataluña, el País Vasco y en menor medida, Galicia.

Con respecto a Pasionaria, el congreso sevillano la promovería un escalón más dentro del partido, seleccionándola para ser miembro del Buró Político, el máximo órgano de dirección, y confirmando así su ascenso desde la periferia a lo más alto del partido. El hombre que había confiado en ella durante todo ese tiempo y la había ido promocionando desde 1930, José Bullejos, estaba, sin embargo, a punto de caer en desgracia. La crisis en la dirección del PCE llegaría poco después de un Congreso que en apariencia había ganado. En septiembre de 1932, mientras se encontraba en la URSS a petición de la Komintern, Bullejos se enteraría por la prensa de su destitución como líder del PCE. Un golpe de mano orquestado con el apoyo de Moscú por el nuevo delegado de la IC para España, el argentino Victorio Codovilla, aupaba a la secretaría general al responsable del partido en Sevilla, José Díaz, y remodelaba casi al completo la dirección del partido, destituyendo no solo a Bullejos, sino también a sus más estrechos colaboradores: Manuel Adame, Gabriel León Trilla y Etelvino Vega.

La crisis y posterior purga de los bullejistas va a sorprender a la también bullejista Pasionaria nuevamente entre rejas.

PRESA POLÍTICA DE LA REPÚBLICA

Son actos de agresión a la República y quedan sometidos a la presente ley las huelgas no anunciadas con ocho días de anticipación, si no tienen otro plazo marcado en la ley especial, las declaradas por motivos que no se relacionen con las condiciones de trabajo y las que no se sometan a un procedimiento de arbitraje o conciliación.

Ley de Defensa de la República, 21 de octubre de 1931

Yo creo, señores diputados, que esta ley tiene, en primer lugar, la ventaja de hacer creer y hacer saber al país que es posible una República con autoridad y con paz y con orden público…

Intervención de Manuel Azaña en el debate sobre la Ley de Defensa de la República

A finales de enero de 1932 Dolores Ibárruri participa en un mitin de las Juventudes Comunistas en el Salón de Variedades de Madrid. En el acto la temperatura política sube, se califica a la Guardia Civil de asesina y se incita a la rebelión de los soldados contra sus oficiales. Dos meses después de este acto, a su regreso a Madrid desde Sevilla, donde ha participado en el IV Congreso del PCE, Pasionaria, al igual que otros dirigentes comunistas, es detenida por su participación en el mitin de enero. Se la acusa de un delito contra la República. Aunque ella aún no sabe el motivo de su detención, cuando los policías la prenden de camino a la redacción de Mundo Obrero comienza a gritar. Quiere que los viandantes sepan que no es una delincuente común, sino una militante comunista a la que se detiene por razones políticas. En la Dirección General de Seguridad le toman las huellas dactilares y le realizan una foto de frente y otra de perfil para su ficha policial. De allí sale para prisión. Pasará diez meses en la cárcel de mujeres de Madrid.

La represión de la huelga general revolucionaria de octubre de 1934 y sobre todo la dictadura franquista han tenido como efecto una cierta idealización democrática del bienio progresista, así como el frecuente olvido de las políticas represivas desplegadas en esos dos años por parte del Gobierno de coalición de republicanos y socialistas. La represión a los movimientos sociales, con episodios tan controvertidos como la matanza de campesinos en Casas Viejas, Cádiz, sería de hecho uno de los motivos de la crisis final del Gobierno de Manuel Azaña y de la salida del mismo de los ministros socialistas. La Ley de Defensa de la República, impulsada por el sector más conservador del republicanismo, aprobada en octubre de 1931 e inspirada en una norma similar de Alemania, la Ley de Protección de la República, teóricamente pretendía proteger al nuevo régimen de posibles amenazas desestabilizadoras, tanto procedentes de la derecha monárquica como de movimientos insurreccionales promovidos por anarquistas y comunistas. En la práctica terminaría siendo sobre todo el marco legal con el que el poder republicano combatiría las expresiones más radicales del movimiento obrero y campesino.

El PCE era en 1932 un partido abiertamente antirrepublicano que abogaba por una revolución obrera y campesina que superase la República del 14 de abril e implantase en España una Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas. Consecuentemente, las autoridades gubernamentales vigilarían estrechamente las actividades del partido, que, sin llegar a ser ilegalizado, desarrollaría su vida en una situación de libertad vigilada. Con la Ley de Defensa de la República en la mano la prensa comunista sería frecuentemente censurada, sus locales a menudo clausurados, y sus dirigentes detenidos y encarcelados.

En la cárcel, Ibárruri va a coincidir con presas comunes, principalmente ladronas, prostitutas, comadronas dedicadas a practicar abortos —a «fabricar ángeles»—13 y algunas otras mujeres encarceladas precisamente por abortar. Al contrario que sus compañeros de militancia, Dolores no va a tener apenas la compañía de otras presas políticas, exceptuando una breve estancia de quince días de tres militantes comunistas detenidas después de una manifestación. En esto también la vida de Pasionaria será singular, «sola en medio del mar de pequeñas miserias, de innobles pasiones, entre mujeres al margen de la sociedad».14

Además de reclamar que le fuera reconocido el estatus de presa política, Ibárruri va a demostrar durante su estancia en prisión una vez más sus excepcionales aptitudes para el liderazgo, organizando a las presas comunes para varios actos colectivos de insumisión al director del presidio, un funcionario de simpatías monárquicas. Pasionaria será la cabecilla de una protesta por la mala calidad del rancho, de una huelga reclamando mantas para resistir el frío del invierno madrileño, e incluso desafiaría a la autoridad carcelaria promoviendo sin permiso alguno una festividad del 1 de Mayo en el patio de la cárcel, para lo que enseña La Internacional, Bandera roja y otras canciones revolucionarias a sus compañeras de presidio. En la cárcel madrileña Pasionaria también va a denunciar el doble rasero de un director que le niega la condición de presa política mientras concede un trato especial de favor a dos damas de la alta sociedad, la amante de un duque y la directora de un periódico femenino reaccionario, encarceladas por su participación en actividades monárquicas.

Las dos estancias de Pasionaria en prisión van a coincidir con importantes cambios en el régimen de las cárceles de mujeres. Las monjas van a dar paso a un nuevo cuerpo de funcionarias. Será una de las novedades impulsadas por la abogada Victoria Kent, directora general de Prisiones de la República entre 1931 y 1932. En las memorias de Ibárruri, las buenas palabras hacia las presas contrastan con la antipatía que le generan la mayoría de las oficialas de prisiones, a las que define como mujeres pequeñoburguesas, en su mayoría hijas de militares o de empleados del Estado, aspirantes a una vida plenamente burguesa y, con muy pocas excepciones, insensibles a los problemas de las reclusas.

La convivencia con las presas comunes acercará a Ibárruri a una realidad desconocida hasta entonces para ella, la del lumpenproletariado femenino que vive en los márgenes de la sociedad capitalista. De esta experiencia saldrán ya en 1936, como diputada comunista, dos artículos sobre el problema carcelario, uno de ellos pidiendo un indulto generoso para los presos comunes, «víctimas de una sociedad madrastra» que les negó «cultura, educación y medios de vida».15 No se olvidará tampoco de sus compañeras de la cárcel. En los primeros días de la guerra Dolores intercede por ellas ante el Gobierno y logra su liberación.

Los diez meses de estancia en prisión van a ser duros para Pasionaria no solo por motivos relacionados con el propio encarcelamiento, sino sobre todo con lo que está pasando fuera. Por un lado, la situación de su hijo Rubén, de doce años, que tras la detención de su madre se presenta a las puertas de la cárcel buscándola y que es acogido temporalmente por una familia del partido, antes de ser enviado de nuevo con su hermana al País Vasco. Por otro, la situación del PCE, cuya dirección está envuelta en una guerra entre bullejistas y antibullejistas. Durante este periodo Pasionaria es relativamente olvidada por sus compañeros de dirección, cuyas energías absorbe por completo la confrontación interna que se prolonga hasta octubre de 1932. Hasta finales de ese año no hay grandes campañas por su liberación y ni siquiera recibe en la cárcel el periódico del partido.

A priori Bullejos cuenta con el apoyo de Pasionaria, la mujer a la que ha promocionado hasta lo más alto de la dirección. Sin embargo, una vez caído en desgracia y expulsado del partido, Dolores se va a resituar con el bando vencedor. Obligada por la nueva dirección, renegará públicamente de su mentor para ser perdonada por su pasado bullejista. Lo hará en diciembre de 1932 desde la prisión, con una carta en Mundo Obrero en la que hace autocrítica por sus errores como integrante de la anterior dirección. Eso sí, extiende la culpabilidad a todo el Comité Central por haber actuado como meras comparsas del secretario general, y reconoce tanto su afecto por Bullejos y los bullejistas como el dolor sincero que le produce «tener que abandonar a estos camaradas» con los que muchos años de lucha habían generado fuertes lazos de afecto. Sin embargo, a renglón seguido, Pasionaria añade que «cuando de luchar por el engrandecimiento del Partido se trata», para ella «no existen amistades, afectos, familia ni amigos; no existe más que el Partido y la revolución, y en aras de esto sacrifico todo lo demás».16

Una rectificación a tiempo había salvado a Pasionaria de caer en la primera gran crisis que vivía como dirigente nacional. Un juego de niños en comparación con las grandes purgas que estaban por venir en el seno del Partido Comunista de la URSS. El estalinismo estaba a punto de cristalizar como nueva cultura política del movimiento comunista internacional.

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