Kitabı oku: «Pasionaria», sayfa 5

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«¡COMPAÑERAS!»

Hay infinidad de compañeros que ante el resultado negativo de sus primeros trabajos se desaniman y acaban por decir que las mujeres son unas reaccionarias, que tienen espíritu conservador y que son incapaces de comprender el papel que en la lucha contra la burguesía le está reservado a la mujer.

Dolores Ibárruri, «Informe sobre el trabajo entre las mujeres», abril de 1933

En diciembre de 1932 la situación en el seno del PCE se ha normalizado. Dolores, perdonada por su pasado bullejista, vuelve a sentir de nuevo la solidaridad y el calor de su partido. Mundo Obrero le publica dos cartas desde la prisión en las que pide un «frente único por la libertad de todos los presos y procesados por la justicia burguesa».17 Convertida en un símbolo de la represión republicana contra el movimiento comunista, pasa su último mes de cautiverio en la cárcel de Larrinaga, en Bilbao. En enero de 1933 el PCE deposita una fianza de 5000 pesetas para lograr su libertad provisional. Una vez excarcelada recoge a Rubén y Amaya en Somorrostro y regresa con ellos a Madrid.

De nuevo en la capital, Pasionaria ocupa la secretaría femenina del partido, de la que hasta entonces no había podido hacerse cargo. El feminismo es un movimiento incipiente en la España republicana. En 1931 se ha aprobado el derecho al voto de las mujeres. También existen diferentes asociaciones feministas, sobre todo ligadas a mujeres republicanas de clase media. A Dolores le interesa este incremento de participación de la mujer en la esfera pública española. Detecta una creciente incorporación de mujeres jóvenes al trabajo en las fábricas y los servicios. Un fenómeno con potencial revolucionario que Pasionaria considera que la UGT y la CNT están minusvalorando. A juicio de la dirigente comunista, la mayoría de los sindicalistas consideran a las mujeres como «una rémora, un obstáculo»18 y no tratan de incorporarlas a las organizaciones de clase. Le llegan denuncias de que los líderes socialistas y anarcosindicalistas no las quieren en puestos dirigentes y las tratan como meras cotizantes, sin voz ni voto. Por el contrario, Pasionaria señala que los partidos derechistas han descubierto en las mujeres una fuerza de choque para reconquistar el poder en las próximas elecciones. El reto del partido está para Ibárruri en tomarse en serio la cuestión femenina y dar así la vuelta a la situación, logrando que las mujeres pasen de ser «reserva de la reacción y la contrarrevolución» a «elemento activísimo de la revolución».

El PCE tiene un programa muy avanzado en cuestiones de género. Recoge medidas como la igualdad salarial, los permisos de embarazo y maternidad, la creación de guarderías, el derecho al aborto libre y gratuito y la amnistía para las mujeres encarceladas por haber abortado clandestinamente. La paradoja del partido es el contraste entre lo feminista de su programa y la realidad de una organización en la que la presencia femenina sigue siendo muy escasa. El objetivo de la secretaría será atraer a más mujeres a un partido en el que Ibárruri sigue siendo un caso bastante aislado y donde ella misma lamenta la falta de interés que sus compañeros muestran por fomentar la participación femenina alegando excusas como que las mujeres «tienen espíritu conservador». Así, en abril de 1933, en la Conferencia del PCE presenta un informe con su plan de trabajo para la secretaría. Llama a que el partido hable a las mujeres en un lenguaje que entiendan, «buscando el detalle que despierte su interés», y advierte que o este trabajo lo hacen los comunistas o lo harán las derechas, pues el creciente interés de las mujeres españolas por la política está siendo capitalizado por los partidos burgueses, y muy especialmente por las fuerzas reaccionarias y conservadoras, en gran parte debido a los prejuicios machistas existentes en los partidos obreros. «Y esto hay que cortarlo de raíz: no podemos llamarnos vanguardia del proletariado si abandonamos a la mujer a las fuerzas de la reacción», afirma Dolores en la misma intervención en la que denuncia la negativa del PCE en plazas tan importantes como Sevilla a constituir secciones femeninas en los sindicatos, así como la tendencia de los camaradas en casi todas partes a negarse «con cualquier pretexto a que sus compañeras o sus hijas vengan a nuestro partido».19

Ella tampoco es una excepción al ambiente machista que se respira en el seno del PCE y que reprocha a sus compañeros. A pesar de su presencia en el buró, la ejecutiva del partido, Pasionaria es consciente de que no forma parte del verdadero núcleo dirigente, el círculo donde en verdad se toman las decisiones, en el que hay pocos hombres y, por supuesto, ninguna mujer. Un círculo muy reducido compuesto por tres andaluces, el secretario general José Díaz, el secretario de organización Manuel Hurtado y el responsable de política sindical, Antonio Mije, que dirigen el partido junto al delegado de la Komintern, el argentino Victorio Codovilla, el más importante de los cuatro, y que en estos años funciona casi como un secretario general en la sombra.

A mediados de 1933, con Ibárruri recién incorporada a su cargo, la secretaría femenina del PCE recibe la visita de una delegada francesa del recién constituido Comité Mundial de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo. El Comité, con sede internacional en París, era una organización promovida por militantes comunistas de todo el mundo, pero que había logrado cierta credibilidad como entidad independiente de Moscú gracias a la adhesión de un buen número de mujeres socialistas, demócratas y progresistas sin filiación partidaria.

El ascenso de Hitler al poder inquietaba en la URSS y la Komintern iniciaba un cambio de posición en su política de alianzas. Había que salir del aislamiento y promover alianzas con otras fuerzas de izquierdas frente al peligro de la expansión del fascismo y la amenaza de una nueva guerra europea. Pasionaria va a entender bien el nuevo momento político. Recibe el encargo de promover en España el Comité y va a ejecutar esta tarea con brillantez. Lo hará junto a otras mujeres comunistas que la acompañan en la secretaría. Entre ellas, la maestra y militante de la FETE-UGT Encarnación Fuyola, la agitadora cultural Irene Falcón, y Lucía Barón, obrera madrileña, impulsora junto a las otras dos de la publicación de la secretaría, ¡Compañera! Las militantes del PCE van a lograr un delicado equilibrio entre el mantenimiento de la hegemonía comunista en el seno del Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, y una cierta pluralidad interna que convierte a la organización en algo con cierta vida propia, y no en un simple satélite del partido. Mujeres socialistas y, sobre todo, republicanas de clase media se unen a la organización, que se expande por toda España. Las comunistas ponen al frente del Comité, como presidenta de honor, a la feminista y militante del Partido Radical Socialista Catalina Salmerón, hija de Nicolás Salmerón, presidente de la Primera República, si bien es Pasionaria la que en la práctica ocupa la presidencia efectiva.

En noviembre de 1933 se celebraban elecciones generales en España. La ruptura entre el republicanismo progresista y el PSOE va a pasar factura a las izquierdas. Las derechas se alzan con el triunfo electoral. La victoria del Partido Radical y de la CEDA en las elecciones de noviembre de 1933, así como el crecimiento de los movimientos fascistas y autoritarios en toda Europa, van a empujar a mujeres progresistas de todas las corrientes a buscar espacios de unidad y de acción ante la parálisis de sus respectivas organizaciones. Las republicanas serán las que más respondan al llamamiento unitario de las comunistas. Los locales de los partidos republicanos son a menudo el espacio que el Comité usa para sus actividades y reuniones. ¿Y las socialistas? El PSOE no apoya oficialmente el Comité. Considera que se trata de una nueva opa hostil del PCE a sus bases. Sin embargo, los cortafuegos no funcionan del todo, y destacadas militantes, como la escritora María Lejárraga, así como otras muchas afiliadas al partido socialista y a la UGT también se adhieren individualmente al Comité.

Entre las primeras campañas del Comité estará la movilización por la libertad del comunista alemán Ernst Thälmann, encarcelado por los nazis acusado del incendio del Reichstag, el Parlamento alemán, que había ardido en extrañas circunstancias en febrero de 1933. También van a los centros de trabajo a hacer propaganda entre las mujeres obreras. Defienden cantinas en los centros de trabajo, permisos de maternidad, guarderías públicas… Tratan de buscar reivindicaciones que conecten con las trabajadoras de la industria y los servicios. No siempre son comprendidas y bien recibidas por las obreras. A pesar de ello persisten y el trabajo comienza a dar frutos. En poco tiempo el Comité logra implantación en las principales localidades españolas. En agosto de 1934 envía una delegación encabezada por Pasionaria a París, al Congreso Mundial de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo. A la vuelta, Pasionaria y las otras dirigentes del Comité impulsan una manifestación en Madrid contra la movilización de reservistas a Marruecos decretada por el Gobierno de derechas. Pasionaria y Catalina Salmerón encabezan la manifestación, en la que protestan unidas mujeres pacifistas de clase media, pero también obreras de la Fábrica de Tabacos de Lavapiés. La marcha acaba con cargas policiales y numerosas detenciones.

El Comité se constituye oficialmente en un congreso fundacional celebrado en Madrid en agosto de 1934. En su dirección incluye a comunistas, republicanas y socialistas. Es una de las primeras operaciones exitosas del PCE impulsando y liderando movimientos de base amplia, y será de hecho una de las primeras plataformas unitarias antifascistas que nazcan en España después de la victoria de las derechas. La experiencia refuerza además el prestigio de Pasionaria no solo como agitadora y propagandista, sino también como organizadora. La buena acogida que el Comité recibe demuestra que una parte importante de las bases republicanas y socialistas carecen de sectarismo hacia los comunistas si estos llegan con propuestas unitarias y objetivos realistas y reparten juego entre las diferentes corrientes políticas.

El trabajo en el frente de las mujeres va a permitir a Pasionaria salir del pequeño ámbito político que era el PCE, trabar contacto con intelectuales y mujeres de clase media, entrevistarse con el rector de la Universidad de Oviedo, Leopoldo García-Alas, fusilado en 1937 por los golpistas, o asistir e intervenir en congresos internacionales. En suma, convertirse en una figura política mucho más conocida y transversal. Asimismo, la secretaría femenina del partido la pone en contacto con una mujer que será a partir de entonces decisiva en su vida: Irene Falcón.

La vida de Falcón antes de conocer a Ibárruri merece una mención aparte. Procedente de una familia de clase media acomodada venida a menos, Falcón, anteriormente Irene Levy, era la hija de un judío polaco y de una española. Nacida en 1907 en Madrid, había estudiado en el Colegio Alemán de la capital, hablaba varios idiomas y tenía una gran cultura. La mala situación económica de la familia tras la muerte de su padre la llevaría, sin embargo, a abandonar los estudios y buscar empleo para sostener una casa que descubre las estrecheces económicas. Lo encontraría en la universidad, trabajando por algún tiempo como secretaria personal del científico Ramón y Cajal. En 1925 Irene Levy se convertía en Irene Falcón tras casarse en Edimburgo con el periodista peruano César Falcón. Levy y Falcón se habían conocido siendo ella aún menor de edad. El encuentro entre ambos tuvo lugar en casa de la madre de Irene, cuando esta tuvo que reconvertir el hogar familiar en una casa de huéspedes de la que César era uno de los inquilinos. Juntos emprenderían diferentes proyectos relacionados con el activismo cultural de izquierdas: la editorial Hispania Nova, la revista Nosotros y el grupo Teatro Proletario. Juntos también ingresarían en 1933 en el Partido Comunista tras haber participado en la creación de una pequeña organización de corta vida llamada Izquierda Revolucionaria y Antiimperialista, que se disolvería e integraría en el PCE, al igual que el pequeño Partido Social Revolucionario del abogado José Antonio Balbontín.

Empleada en la redacción de Mundo Obrero, Irene se convertiría en la mano derecha de Pasionaria en la secretaría femenina del PCE, así como en su mejor amiga, con la que compartiría no solo el trabajo político, sino también pronto intimidad y confidencias personales, como recuerda Falcón en sus memorias: «Íbamos a la pastelería La India, nos comprábamos un cartón de leche triangular y unos hojaldres y hablábamos, sobre todo de lo humano».20 Juntas formarían desde entonces un tándem político y personal que se prolongaría durante décadas, aunque no sin interrupciones ni paréntesis dolorosos, y en el que el liderazgo carismático de Ibárruri se complementaba con el trabajo silencioso de Falcón.

Las afinidades personales entre las dos camaradas eran grandes. Dolores e Irene compartían la anomalía de ser mujeres en un partido de hombres. Ambas se separarían de sus respectivos maridos y tendrían posteriormente otras parejas. También compartirían la dolorosa contradicción entre su condición de madres y su vocación de revolucionarias. ¿Eran compatibles los ritmos y peligros de la militancia comunista con el cuidado de los hijos? Se trataba de un problema que no existía para la inmensa mayoría de sus camaradas varones, cuyos hijos eran criados por sus madres mientras ellos hacían política. En cambio, ellas, sin un apoyo equivalente de sus maridos, vivirían con remordimientos la decisión de priorizar la militancia política sobre la vida familiar, enviando a sus respectivos hijos a educarse en la URSS.

El sentimiento de culpabilidad de malas madres no tenía un equivalente en los camaradas hombres. Pasionaria, angustiada por la mala vida que estaba dando en Madrid a sus dos «aldeanitos vascos acostumbrados al aire libre, al mar y a las montañas», llegaría a pedir a la dirección retornar al trabajo político en el País Vasco, donde el cuidado de sus hijos le resultaba más fácil gracias a las redes vecinales y familiares de las que carecía en Madrid. Sus compañeros, sin embargo, rechazarían esta posibilidad y «comprendiendo mi preocupación, me propusieron enviar a mis hijos a la Unión Soviética, donde podrían hacer la vida normal de los hijos de los trabajadores soviéticos, aunque sin la sombra y el cariño de su madre».

Cuidados, revolución y represión. Tras el fracaso de la huelga de octubre de 1934 contra el gobierno del Partido Radical y la CEDA, el Comité de Mujeres es ilegalizado por las derechas. Obligado a trabajar de forma semiclandestina se esconde bajo un nuevo nombre, Pro Infancia Obrera, y con una actividad centrada en el apoyo de los hijos e hijas de las familias asturianas represaliadas por su participación en la huelga. A diferencia de otras partes de España, en Asturias y el norte de León el movimiento huelguístico había devenido en una auténtica insurrección popular. Durante dos semanas esta región norteña se convierte en una comuna al margen de la autoridad de la República. Para sofocar la revolución el gobierno tendría que enviar tropas desde Marruecos, bombardear con aviación las cuencas mineras y ocupar militarmente el territorio. Cerca de dos mil huelguistas perderían la vida en los combates y en la posterior represión. Más de 20.000 serán detenidos y encarcelados. El Ejército ensaya por primera vez los métodos de la guerra colonial contra la clase obrera de la metrópoli.

Aunque los partidos republicanos no habían participado en la huelga general de octubre de 1934, la represión les salpicaría. Demócratas progresistas de clase media como Clara Campoamor o el ya mencionado rector de la Universidad de Oviedo Leopoldo García-Alas se indignarían también con los relatos de las torturas y los fusilamientos extrajudiciales en Asturias. También empezarían a temer una deriva autoritaria de la República con las derechas en el poder. El movimiento de solidaridad con los represaliados por el octubre asturiano iría así más allá de las organizaciones estrictamente obreras. Con el paraguas legal de Pro Infancia Obrera, Pasionaria y dos mujeres republicanas, Isabel de Albacete y Alicia García, se desplazan a Asturias para conocer de primera mano la represión gubernamental y sus efectos sobre las familias obreras. Las representantes de Pro Infancia Obrera llevan también el mandato de organizar la evacuación de un grupo de niños y niñas asturianos. El plan, con una logística compleja, consiste en que huérfanos e hijos de trabajadores encarcelados puedan escapar de la miseria que viven sus familias siendo temporalmente acogidos por familias del resto de España. En sus dos viajes a Asturias a lo largo de 1935, Pasionaria se pone al frente de la salida de ciento cincuenta niños asturianos. La región se ha convertido en un símbolo internacional de la lucha obrera y la operación tendrá un alto impacto emocional en la opinión pública.

En las elecciones de febrero de 1936 el movimiento de mujeres va a emerger de nuevo a la superficie, ya oficialmente como la Agrupación de Mujeres Antifascistas. AMA va a participar en los mítines del Frente Popular y del Front d’Esquerres, pidiendo el voto de las mujeres para las izquierdas. En los actos públicos y en la propaganda de AMA se van a priorizar ante todo las consignas referidas a la amnistía y a la necesidad del voto antifascista de las mujeres para lograr la libertad de maridos e hijos presos, pero también se van a colar algunas consignas específicamente feministas. En sus intervenciones en la campaña, Pasionaria abordará temas como el derecho de la mujer al trabajo y a la igualdad de salarios, o la necesidad de los permisos de maternidad y otras leyes protectoras. También denunciará que la reacción quiere a la mujer sometida «en la iglesia, en la cocina y en la cama», mientras que el triunfo del Frente Popular supondrá la libertad y dignidad de las españolas.21

En el Primero de Mayo de 1936, ya como diputada del PCE por Asturias, Pasionaria escribe que el derecho al voto de las mujeres es solo el primer paso en el camino de la plena liberación de la mujer española. Una liberación que debe ir acompañada de otras medidas legales, sociales y económicas, entre las que cita «el derecho al trabajo, la igualdad de salarios, la protección a la madre; la investigación de la paternidad, el divorcio, sin ninguna traba jurídica y económica; el derecho al aborto; la creación de casas cuna, escuelas jardines de infancia, comedores y roperos escolares; la prohibición de trabajos insalubres y el derecho a ocupar cargos, en lícita competencia con el hombre».22 Se trata de la traducción a España del programa feminista de la bolchevique Alejandra Kollontái, primera comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública entre 1917 y 1918.

Pasionaria pone a la URSS como ejemplo del único país donde se ha logrado acabar con la «esclavitud de las mujeres». Sin embargo, al mismo tiempo que Ibárruri elogia la legislación soviética, el estalinismo está liquidando buena parte de la herencia feminista de Kollontái. El triunfo absoluto de Stalin va a ir acompañado de un giro conservador en muchos temas morales, culturales y de género: desde la rehabilitación del nacionalismo ruso a la ilegalización de las relaciones homosexuales, despenalizadas en 1918, pasando por la liquidación del proyecto artístico de las vanguardias y la instauración del realismo socialista como único estilo posible. Solo un mes después de ese artículo de Pasionaria, la URSS daba marcha atrás en su pionera legislación de 1920 en materia de aborto. El estalinismo pondría en marcha una política natalista que ensalzaba y premiaba a las madres de familia numerosa, y prohibía y castigaba los abortos, exceptuando los llamados casos «terapéuticos», aquellos en los que el embarazo supusiera un riesgo para la salud de la madre o el peligro de transmisión de enfermedades hereditarias graves.

Ajenas al retroceso que se estaba dando en los derechos de las ciudadanas soviéticas, las mujeres del PCE compatibilizarían su admiración por Stalin con la defensa de un nuevo feminismo republicano y antifascista. Un nuevo feminismo que no se llamaba feminismo, palabra de sabor pequeñoburgués, y que no se limitaba a defender la igualdad jurídica y formal, sino que también ofrecía respuestas a las problemáticas de las obreras, empleadas del sector terciario y campesinas, olvidadas hasta entonces por el feminismo de clase media. Para ganarse a estas mujeres de clase trabajadora, las militantes del PCE exhibirían con orgullo los avances de la mujer soviética como la mejor propaganda que tenían para lograr su adhesión al partido. Y es que a nivel popular, en España la URSS seguía siendo vista como el lugar del mundo donde las mujeres habían alcanzando una mayor presencia en la vida pública. No lo creían solo las comunistas, sino también el resto de las mujeres de las izquierdas, y sobre todo los reaccionarios, aterrorizados por la imagen de una URSS de mujeres independientes y empoderadas trabajando en fábricas o montadas en tractores. Por eso los comunistas serían presentados como la mayor amenaza para la preservación del orden de género y de la familia tradicional, y Pasionaria, como figura femenina más visible del partido, como la encarnación de, en palabras de Manuel Vázquez Montalbán, «no solo ese odioso ruido de los proletarios capaces de juzgar la realidad y la historia, sino, además, la no menos odiosa transgresión de la mujer opuesta al prototipo reaccionario femenino».

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