Kitabı oku: «Ética Profesional», sayfa 2
Cuando alguien acude a un profesional de reparación de automóviles, espera en primer lugar que sepa hacer bien su trabajo porque tiene competencias técnicas para hacerlo, pero también confía en su honradez. Si el profesional recomienda cambiar algún elemento como la batería, o le sugiere hacer un determinado mantenimiento, se espera de él que diga la verdad: si tal recomendación es realmente necesaria y no un pretexto para cobrarle más. El cliente también tiene la expectativa de que el profesional cumpla lo acordado, en términos de precio y plazo de entrega del automóvil reparado. Si, además de todo ello, el profesional trata al cliente con cortesía y espíritu de servicio, este seguramente saldrá muy satisfecho.
Como anotación final, digamos que el carácter moral actúa sobre las tendencias innatas de comportamiento incluidas en lo que denominamos temperamento7. El carácter, que se va forjando a lo largo de la vida, modera –puliéndolas o amplificándolas– las tendencias espontáneas del temperamento. Temperamento y carácter dan lugar a la personalidad propia de cada persona.
El comportamiento ético se relaciona con la confianza y la confianza es esencial para la continuidad de la actividad profesional. Deriva de percibir que el profesional trabaja bien y con sentido de responsabilidad, lo cual es favorecido por sus capacidades técnicas y por sus virtudes del carácter, como las recién citadas: veracidad, justicia, cortesía y espíritu de servicio. Cuando el cliente percibe que el profesional ha realizado bien su trabajo, con calidad técnica y honradez, y lo ha tratado bien, muy probablemente deseará volver cuando lo necesite o recomendará aquel profesional a amigos y conocidos.
En realidad, la confianza no solo es importante para mantener clientes; es también importante para mantener relaciones de cooperación entre compañeros de trabajo, proveedores y otras personas que facilitan el trabajo profesional, y para dirigir empresas8.
EXPERIENCIA MORAL Y ÉTICA PROFESIONAL
La ética tiene sus raíces en la capacidad humana de discernimiento moral, expresado en la experiencia interior de distinguir entre el bien y el mal, al menos en aspectos muy básicos. Nadie en sus cabales diría, por ejemplo, que calumniar a alguien por odio o para obtener algún beneficio está bien, o que no sea reprobable complacerse torturando a un niño. Pero esta capacidad de discernimiento moral se puede desarrollar y educar y, de hecho, algunas personas la tienen más desarrollada que otras.
La ética se ocupa precisamente de orientar el desarrollo del discernimiento moral para dilucidar la moralidad de situaciones menos evidentes. La ética contribuye, sobre todo, a actuar bien para desarrollar virtudes. La misma palabra ‘ética’ alude a ello: viene del griego ethicos, que significa “perteneciente al carácter y con especial referencia al carácter moral”. Así pues, al hablar de virtudes del carácter, en realidad estamos hablando de ética o, por lo menos, de un aspecto fundamental de la ética.
La capacidad de discernimiento moral es una capacidad típicamente humana. El lenguaje pone de relieve la experiencia interior del sentido moral humano a través de muchas expresiones. Así, por ejemplo, se oye decir: “esto es injusto” o “no hay derecho a que me hagan eso”, “ha actuado mal”, “es su deber”, “me arrepiento de haber actuado así”, “es una persona muy egoísta”, “es alguien muy responsable”, “cuánta maldad hay en su comportamiento”. Podríamos continuar, pero lo dicho parece suficiente para poner de relieve la existencia de un sentido moral como expresión de bien y mal, de lo moralmente correcto o incorrecto, y también como valoración de cualidades personales como virtuosas, o todo lo contrario.
Un aspecto de la experiencia moral tiene lugar al tratar con personas, pues ahí se descubre que son seres semejantes a uno mismo, de donde surge una exigencia interior que empuja a tratarlas como a uno le gustaría ser tratado, si estuviera en su lugar. Esta constatación se ha plasmado en la llamada “regla de oro”, una de cuyas formulaciones es precisamente esta: “trata a los demás como querrías que te trataran a ti si estuvieras en su lugar”. La regla de oro, de uno u otro modo, aparece en todas las tradiciones religiosas y sapienciales del mundo9. Esto demuestra cierto sentido ético común ampliamente compartido.
La ética tiene como punto de partida la experiencia moral y se propone sistematizar la moralidad, ayudando a descubrir aquello que nos lleva a florecer o a desarrollarnos como seres humanos. Así pues, la ética orienta nuestros actos para que llevemos una vida humanamente lograda y, con ello, favorece la excelencia o florecimiento humano. La ética se ocupa de los bienes que integran la vida lograda, analiza las virtudes que lo hacen posible y propone principios universales, normas concretas y criterios para orientar un buen comportamiento (volveremos sobre ello en el Capítulo 3).
Es importante destacar que la ética es inherente a toda la vida humana consciente y libre, una de cuyas manifestaciones es la actividad profesional. Puede, pues, afirmarse que en toda actividad profesional hay una dimensión ética, que se puede ignorar pero no eliminar. Más aún, la ética está en el núcleo de toda actividad profesional, ya que tal actividad la realizan personas y va dirigida a personas que pueden ser tratadas bien o mal.
Así, la ética profesional no es una ética distinta de la que se ocupa de la vida humana en su conjunto, pero en sus proposiciones considera las características propias de la profesión, reflexiona sobre qué es una acción buena, orienta el modo de vivir las virtudes en el campo profesional y desarrolla normas y criterios a partir de principios éticos generales.
El objetivo de la ética profesional es sistematizar la experiencia moral que tenemos como humanos, ayudando a descubrir verdaderos bienes, analizando virtudes y proponiendo principios, normas y criterios para orientar un buen comportamiento en el ámbito profesional.
VIRTUDES Y DEBERES EN ÉTICA PROFESIONAL
Los filósofos griegos Sócrates, Platón y Aristóteles, cinco siglos antes de nuestra era, iniciaron la reflexión sobre la vida moral y descubrieron la posibilidad de desarrollar capacidades, que llamaron virtudes, que facilitan obrar bien y conducen a una vida lograda y feliz. Su planteamiento distaba de ver la ética como un conjunto de reglas a aplicar para decir si algo está bien o está mal, como ocurre con ciertos planteamientos actuales. Puede afirmarse que su ética era una ética de virtudes.
Más antigua que esta reflexión es la ética proporcionada por las religiones y tradiciones sapienciales. Todas ellas incluyen normas éticas para la conducta y señalan virtudes a practicar. Recodemos, por ejemplo, los Diez Mandamientos y las virtudes predicadas por los profetas en Israel, como la justicia, la veracidad, la fidelidad y la misericordia. La ética cristiana asume mandamientos y virtudes del Antiguo Testamento y las amplía10, aunque en realidad más que presentar preceptos y virtudes, propone a Jesucristo como modelo de conducta a imitar, particularmente en el amor a Dios y al prójimo. La Iglesia da continuidad a las enseñanzas de Cristo al tiempo que presta atención a las necesidades de los tiempos, incluyendo cuestiones ético-sociales, desde el Papa León XIII en 189111, así como aspectos de ética profesional.
La sabiduría oriental, como la incluida en el hinduismo, el confucionismo y el budismo, incluye también valores, normas éticas y virtudes a practicar que abarcan toda la vida y, por ello, también actividades relativas al trabajo y al comercio.
En la Edad Media, Tomás de Aquino desarrolló una ética que aunaba la tradición judeo-cristiana y la ética de Aristóteles, dando lugar a una ética de virtudes y preceptos con gran influencia en los siglos posteriores. Vino después una época en la que los filósofos redujeron la función de la ética a proporcionar un conjunto de normas, en forma de deberes, ignorando casi por completo las virtudes. Este planteamiento llegó a ser dominante en el siglo XIX. La ética era, ante todo, deontología, un término con la raíz deon, que en griego significa “deber”. Este enfoque tuvo gran influencia en la ética de las profesiones emergentes; tanto es así que durante mucho tiempo se habló de deontología profesional y no de ética profesional. La deontología profesional se ocupa de proporcionar un listado de deberes inherentes a la profesión prohibiendo determinadas acciones (engaños, fraudes, sobornos, etc.) o prescribiendo otras (guardar el secreto profesional, denunciar comportamientos impropios, por ejemplo). Desde esta perspectiva, la ética está enfocada a evaluar la aceptabilidad o no de acciones profesionales de acuerdo con los códigos de conducta y a resolver dilemas frecuentes en la vida profesional.
Todavía hoy perdura cierta concepción de la ética profesional limitada a señalar deberes. Más aún, hay gremios profesionales que establecen códigos de conducta o reglamentos que determinan deberes específicos para cada profesión. Suelen ser códigos razonables que tienen cierta utilidad pero, como veremos en la sección siguiente, tienen serias limitaciones.
Desde el último tercio de siglo XX se ha recuperado la importancia de las virtudes en la vida profesional más allá de una ética solo de normas12. Es un enfoque que enfatiza las virtudes y actuar bien en el conjunto de la vida profesional, pero no olvida los deberes éticos profesionales, que hay acciones prohibidas y la necesidad de resolver dilemas cuando se presentan.
La ética profesional no se reduce, pues, a un listado de deberes. Tienen un sentido más amplio y se ocupa de todo lo relativo a actuar bien y de las virtudes que contribuyen a ello.
CÓDIGOS DE CONDUCTA PROFESIONAL
Los códigos de conducta profesional antes citados contienen un conjunto de principios y reglas que especifican lo que se espera que el profesional considere al tomar decisiones. Los códigos de conducta profesional son útiles, al menos por dos motivos:
• Proporcionan una guía sobre lo correcto o incorrecto que orienta las acciones en profesionales con poca formación ética o en situaciones en las que pueden dudar de cómo actuar bien.
• Introducen cierta presión para actuar bien ante compañeros de profesión o, en su caso, de la dirección de la asociación profesional que los haya establecido.
A pesar de estos beneficios, los códigos de conducta distan de ser un “compendio” de ética profesional y pueden ser criticados por varias razones:
• Introducen una concepción “mecanicista” de la ética. Más que preguntarse si una acción está bien o mal, la cuestión es saber si está o no permitida por el código de conducta. Aunque algunos valores o principios éticos pueden reconocerse fácilmente en la mayoría de los códigos de conducta, en la práctica, las reglas a menudo se aplican sin presentar atención a su fundamento ético.
• Los códigos se limitan a reglas para casos frecuentes. Sin embargo, existen situaciones particulares en la práctica en las que las normas rígidas se quedan cortas y surge la duda de si el mejor comportamiento ético es siempre seguir las reglas establecidas. Por otra parte, la vida profesional es muy rica en circunstancias específicas que pueden quedar excluidas del código.
• Los códigos llevan a una visión legalista de la ética. Con frecuencia repiten o amplían preceptos legales, lo cual puede llevar a confundir la ética con un conjunto de reglas, o regulaciones, mientras que la ética es mucho más que normas externas. La conciencia personal apela a descubrir si algo está bien o mal y no solo preguntarse si es legal o está permitido por un determinado código.
• Los códigos ignoran el papel de las virtudes en la vida humana. Reducir la formación ética a conocer y saber aplicar códigos es ignorar la fuerza interior de cada persona para actuar bien: las virtudes, que proporcionan disposiciones estables para un buen comportamiento.
• La efectividad de los códigos es también cuestionable. En este punto entra en juego la motivación para actuar bien. La presión de los compañeros o de alguna asociación profesional puede resultar insuficiente.
Las deficiencias de una ética reducida a códigos de conducta sugiere la necesidad de recuperar la idea primitiva de ética como algo relativo al carácter moral y el papel central de las virtudes. Aun reconociendo la importancia de los códigos profesionales, que tipifican situaciones frecuentes en cada profesión, conviene insistir en que toda actividad profesional tiene una dimensión ética porque, de una u otra forma, siempre afecta a personas, a quienes se sirve o se perjudica.
EJERCICIOS
1. Explica con tus propias palabras qué significa ser profesional y tener profesionalidad.
2. Considerando una actividad concreta en tu campo de especialización profesional, indica aspectos técnicos y éticos inherentes a ella.
3. ¿Por qué son importantes las virtudes del carácter en un buen profesional?
4. Pon ejemplos de los diversos tipos de competencias en tu profesión.
5. Indica alguna situación en tu ámbito profesional en la que se podría aplicar “la regla de oro”.
6. ¿Qué diferencia hay entre experiencia moral y ética?
7. ¿Cómo definirías el concepto de “ética” y el de “ética profesional”? ¿Cómo se relacionan?
8. ¿Por qué todo trabajo profesional tiene una dimensión ética?
9. ¿Qué diferencia hay entre “ética profesional” y “deontología profesional”?
10. ¿Por qué cabe afirmar que la ética es algo más que un conjunto de normas?
11. ¿Cuáles son las ventajas y las limitaciones de los códigos de conducta profesional?
12. Un aforismo medieval afirma: “Quien quiere llegar alto, que aprenda a servir”. ¿Tiene sentido aplicado a la vida profesional?
2 En este caso, y en todos los demás que se proponen en esta obra, todos los nombres son ficticios, salvo que se diga lo contario.
3 J. Todolí, Principios generales de moral profesional, en J. Todolí et al., Moral profesional. Madrid: Instituto “Luis Vives” de Filosofía, C.S.I.C., 1954, pp. 5-8.
4 A. Peinador, Tratado de moral profesional. Madrid: BAC, 1962.
5 T. Airaksinen, Professional ethics, en R. Chadwick (Ed.), Encyclopedia of Applied Ethics. San Diego: Academic Press, 1998, pp. 671-682.
6 En otro lugar me he referido a estas competencias llamándolas “competencias morales”, un conjunto de virtudes que dan lugar a estas competencias entre directivos empresariales: D. Melé, Ética en dirección de empresas. Calidad humana para una buena dirección. Madrid: Pearson, 2015, pp. 165ss.
7 A. Havard, Del temperamento al carácter - Cómo convertirse en un líder virtuoso. Pamplona: Eunsa, 2019.
8 Véase D. Melé, Ética en dirección de empresas. Calidad humana para una buena dirección. Madrid: Pearson, 2015, pp. 17-25.
9 También en la tradición cristiana. Jesús habla de ella, dándole una gran importancia, al afirmar: “Todo lo que queréis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt 7, 12).
10 Así lo afirma Jesús: “No piensen que vine para abolir la ley o los profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17).
11 Con la Carta encíclica ‘Rerum novarum’, León XIII afrontó un conjunto de problemas ético-sociales generados con la Primera Revolución Industrial. También Pío XII, a mediados del siglo XX, se refirió a un buen número de cuestiones de ética profesional (véase F. del Valle, Diccionario de moral profesional según los documentos pontificios. Madrid: Compañía Bibliográfica Española, 1962). Los papas siguientes han continuado desarrollando estas enseñanzas.
12 Ha contribuido enormemente a ello A. MacIntyre con su obra Tras la virtud (Barcelona: Crítica, 1987). El original After Vitue es de 1981, con modificaciones en la 2ª edición de 1984.
CAPÍTULO 2
EL TRABAJO PROFESIONAL EN EL DESARROLLO PERSONAL
El trabajo reviste dignidad y encierra diversos significados sobre los que conviene reflexionar. Por otra parte, el trabajo se inserta en la vida personal y se relaciona con la vocación humana a crecer y desarrollarse como persona. Mediante el trabajo se adquieren y perfeccionan capacidades técnicas. Pero no solo eso. Con el trabajo se puede servir a los demás y, de este modo, contribuir al desarrollo humano personal. Esto exige trabajar buscando el bien de los demás y no solo el éxito por lo realizado al trabajar.
CASO INTRODUCTORIO: LA DECISIÓN DE VICENTE
Aquella noche de noviembre, Vicente Sastre había llegado a su casa con una gran noticia. Por fin sería promovido, aunque tendría que cambiar de ciudad. Para sorpresa de Vicente, la reacción de Maribel, su esposa, no fue la que esperaba.
Antecedentes
Vicente Sastre había nacido en un pequeño pueblo próximo a Valencia, España, donde realizó los estudios primarios y secundarios. Después cursó formación profesional en Química y Farmacia. Una vez graduado, pasó a formar parte de una importante empresa farmacéutica multinacional como vendedor-técnico, donde amplió su formación en ventas. Tras dos años de trabajo en Valencia, Vicente fue trasladado a Murcia, una ciudad del sureste de España. Antes de trasladarse a Murcia, contrajo matrimonio con Maribel, su novia de toda la vida. Maribel había cursado Magisterio y su ilusión era dedicarse a la docencia infantil.
Tras dos años de actividad en Murcia, fue traslado a petición propia a Alicante, donde había un mercado más amplio. Seguirían en la costa de Levante español, que tanto les gustaba, al tiempo que mejorarían sus ingresos familiares. De nuevo, un año después y por idénticas razones, Vicente, con toda su familia, se trasladó a Cataluña. Ahora su trabajo consistía en asesorar a distribuidores y apoyar las ventas de los productos en la zona que tenía asignada, que cubría la totalidad del área catalana.
A Maribel no le gustaban tantos cambios de residencia, pero quería a su marido y trataba de adaptarse a los cambios. Una vez trasladados a Cataluña, se afincaron en una urbanización situada en una pequeña y agradable población, a unos quince kilómetros de Tarragona.
Con el tiempo, la familia creció y tuvieron tres hijos que ahora tenían respectivamente 12, 9 y 5 años de edad. Las mayores eran dos niñas, Amparo y Josefina, que cursaban con aprovechamiento la enseñanza primaria en un prestigioso colegio situado en las afueras de Tarragona. Vicente y Maribel compartían el ideario de este centro educativo, que incluía valores cristianos, educación personalizada y diferenciada, tutorías y gran calidad docente. El hijo pequeño se llamaba Carlos y acudía a un parvulario próximo a la casa de la familia Sastre.
Hacía un año que Maribel había conseguido ser contratada como maestra en el colegio donde acudían sus hijas. Maribel estaba muy a gusto en aquel lugar, aunque no daba abasto en cuidar de su familia y atender sus obligaciones docentes. Aunque Vicente tenía que viajar mucho, y con frecuencia no dormía en casa o llegaba muy tarde, al menos había consolidado su situación profesional y tenía un lugar de residencia estable. Se encontraba a gusto con su trabajo y se ganaba bien la vida. Al propio tiempo, Maribel estaba encantada con su trabajo en el colegio, que era compatible con una adecuada dedicación a su familia. Además, había hecho varias amigas que también tenían a sus hijas en aquel colegio.
A lo largo de los años, Vicente demostró ser un magnifico profesional de ventas. Su esfuerzo continuado le hizo acreedor del premio al mejor técnico comercial de la compañía durante varias campañas. Este premio consistía en un bono que, como él decía, “es más de lo que gano al mes; es una paga superextra”.
La familia Sastre estaba unida, pero Vicente se daba cuenta de que sus ausencias del hogar y las largas jornadas de trabajo originaban ciertas tensiones con Maribel. La buena reputación de Vicente como vendedor y los premios conseguidos no hacían del todo feliz a su esposa. Alguna vez Maribel le había comentado: “Preferiría menos premios y que te dedicaras más a tu familia y a tus hijos”. Expresiones como estas disgustaban a Vicente, quien reconocía que su trabajo era absorbente, pero “el trabajo es para que toda la familia pueda tener más calidad de vida. Además, los fines de semana ya estoy con vosotros”.
Una oportunidad de promoción
Desde hacía seis años, la empresa de Vicente crecía de forma importante siguiendo el desarrollo del sector farmacéutico. Lo hizo incluso a un ritmo superior. Este crecimiento motivó diversas reestructuraciones en la oficina central en Madrid, incluyendo la creación de nuevos puestos de trabajo en el departamento de marketing. Vicente vio en estos cambios una posibilidad de promoción. Tenía 39 años y llevaba 15 en la misma empresa, siempre de agente comercial. De seguir en Cataluña, tenía expectativas de llegar a ser jefe regional. Sin embargo, esta posibilidad era muy lejana, ya que su jefe tenía solo 43 años y parecía muy consolidado en su puesto. La única opción era acceder a uno de los nuevos puestos creados en la oficina central en Madrid.
En un encuentro informal entre Vicente y Ramón Serra, su actual jefe regional, salió el tema de esos nuevos puestos. Vicente le comentó que le haría mucha ilusión ocupar alguno de ellos. Ramón se quedó sorprendido. Era poco habitual que un veterano y eficiente vendedor de provincias, que entre salario fijo y comisiones obtenía unos elevados ingresos, mostrase deseos de pasar a Madrid, donde probablemente no ganaría más y tendría un tipo de trabajo relativamente distinto, menos dinámico. Vicente argumentó que era capaz de superarse a sí mismo y ahora tenía su gran oportunidad; lo de ganar más era cuestión de tiempo. Finalmente, el jefe regional prometió a Vicente que haría lo que pudiera para que lograse sus deseos.
Al poco tiempo, Vicente era llamado a Madrid para entrevistarse con el director comercial para España de la multinacional donde trabajaba. En la reunión le ofrecieron ser jefe de producto para España de una línea que se pretendía reforzar y desarrollar a la vista de la nueva situación del mercado. Vicente, sin pensárselo dos veces, respondió afirmativamente a la propuesta.
Cuando Vicente llegó a casa los niños ya se habían acostado. Volvía tan contento que nada más entrar no pudo contenerse y contó todo a Maribel:
- “Me han ofrecido un puesto fantástico. Por fin llegó la oportunidad de promocionar. Aquí nunca llegaría muy lejos. Ocuparé un cargo importante y con enorme proyección futura en la compañía. Veo que consideran mi valía. No solo me tienen por un buen técnico comercial, sino que confían en mí para una actividad de mucha envergadura. Ahora, voy a ser jefe de producto y después… quién sabe hasta dónde llegaré. Además, se han comprometido a proporcionarme una ayuda económica para el cambio de vivienda y, si hace falta, me concederán crédito a bajo interés con el mismo fin. Venderemos la casa que tenemos aquí y compraremos otra en Madrid. De momento no podrá ser un barrio muy elegante, pues la vivienda está muy cara en la capital, pero todo llegará. También van a pagarme clases de inglés, pues a partir de ahora lo voy a necesitar para comunicarme con la división para Europa, que tiene su sede en Londres”.
Vicente siguió hablando con gran entusiasmo durante largo tiempo sin que Maribel abriera la boca.
- “Quieren que empiece el primero de año –concluyó Vicente–, pero vosotros de momento no tendréis que trasladaros. Así los niños acabarán el curso en su colegio. Entre tanto, yo buscaré un pequeño apartamento y vendré todos los fines de semana; con el puente aéreo Madrid-Barcelona será fácil. La empresa también se hará cargo de estos viajes. En verano venderemos la casa y nos trasladaremos todos a Madrid”.
En el rostro de Maribel se adivinaba que no compartía en absoluto el entusiasmo de su esposo. Solo después de mucho hablar, Vicente pareció darse cuenta del desagrado de Maribel:
- “¿No te alegras de esta noticia?”, le preguntó.
Maribel escuetamente respondió:
- “¿Y qué se nos ha perdido en Madrid?”.
Cuestiones:
• Analiza el comportamiento profesional y familiar de Vicente.
• ¿Por qué Vicente valora tanto su profesión? Y ¿por qué a su esposa Maribel no le hace ninguna gracia?
• ¿Qué reflexiones podrían hacerse a Vicente? ¿Qué le recomendarías?
DIGNIDAD DEL TRABAJO
El trabajo profesional, realizado por cuenta propia, en colaboración con otros profesionales o trabajando para alguna empresa o firma de servicio, es el medio ordinario para ganarse la vida. Exige esfuerzo y con frecuencia encierra penalidades. Pero supondría una visión muy pobre ver el trabajo únicamente como una penalidad irremediable o como un simple medio para ganarse la vida, sin descubrir otros significados profundos que encierra13.
El trabajo permite ejercitar los propios talentos y plasmarlos en algo valioso que, a menudo, lleva la huella de quien lo ha realizado. El trabajo potencia nuestras capacidades y permite que crezcamos como profesionales y como personas. El trabajo permite sacar adelante la familia, contribuye al progreso personal y al del propio país. Con el trabajo no solo se produce algo, con el trabajo se presta un servicio a personas concretas y de algún modo repercute en toda la sociedad: el trabajo contribuye al bien común, es decir, al bien de toda la comunidad.
Mediante el trabajo los profesionales conocen y se relacionan con otras personas, empezando por sus compañeros de profesión y siguiendo con clientes y proveedores. A través del trabajo se suelen crear vínculos que expresan compañerismo, y hasta afecto y amistad, con quienes se colabora o se participa de una misma actividad laboral. El trabajo hace posible, además, desarrollar nuevos conocimientos o crear nuevas técnicas.
Ciertamente, el trabajo con frecuencia es fuente de inquietudes y cansancio, pero también es verdad que el trabajo puede ser fuente de satisfacción por la tarea realizada, el servicio prestado o simplemente por brindar la oportunidad de hacer algo que gusta hacerlo.
Todo ello nos hace intuir que el trabajo encierra dignidad. Sin embargo, en la consideración social del trabajo tal dignidad no siempre es suficientemente resaltada. Es frecuente ver el trabajo exclusivamente en su valor utilitario: como fuente de remuneración, beneficio económico, prestigio o poder. Algunas ideologías enfatizan tanto el valor económico del trabajo que llegan a identificarlo con una mercancía que se vende por un salario. Otras ven el trabajo como una fuente anónima de producción, esto es, como un factor económico para crear riqueza, sin más. En este sentido se habla de la “fuerza laboral” o de “mano de obra”.
Estas visiones no aciertan a descubrir que el trabajo, por ser prolongación de la persona, participa de su dignidad y por ello puede afirmarse que el trabajo tiene dignidad. Es claro que el trabajo merece un salario y que es una fuerza productiva, pero si el trabajo tiene dignidad, es incorrecto considerarlo como mera mercancía o como simple fuerza laboral para fines productivos. El trabajo es ante todo una prestación personal, actividad de una persona, consciente y libre, que merece todo respeto y consideración. La fuente de la dignidad del trabajo hay que buscarla, pues, en la persona que trabaja y no en el valor económico de lo producido ni en la admiración social de la tarea realizada.
La dignidad del trabajo deriva de quien lo realiza: una persona, es decir, alguien dotado de dignidad. Y si la dignidad del trabajo depende de la persona del trabajador, es necesario afirmar que todos los trabajos honrados están revestidos de idéntica dignidad y, de algún modo, sirven al bien común. No tiene pues sentido minusvalorar ningún trabajo honrado.
Por otra parte, el trabajo es actividad de toda la persona, no solo de las manos, ni solo del intelecto. Si bien es cierto que en algunas profesiones el aspecto corporal es más evidente, y así se habla de trabajos manuales, en realidad mente y cuerpo concurren en el trabajo. También los trabajos aparentemente más intelectuales tienen algo de manual, como la escritura, el uso del ordenador u otros medios tecnológicos para expresar ideas y comunicarse. Los trabajos manuales exigen también cierta reflexión. Todo trabajo es, pues, manual e intelectual a la vez. En rigor, tampoco hay trabajos puramente directivos y otros estrictamente operativos. Los trabajos profesionales que conllevan dirección o liderazgo de personas tienen algo de operativo, y los trabajos llamados operativos no suelen reducirse a mera ejecución mecánica de órdenes recibidas. En ellos hay que poner la cabeza e incluso el corazón, entendido como símbolo de sentimientos afectivos.
VOCACIÓN PROFESIONAL Y SIGNIFICADOS DEL TRABAJO
La vocación es un término que deriva del verbo latino vocare, que significa “llamar”. Denota un llamado a seguir un determinado camino y tiene sentido aplicarlo a la profesión. En la base de la vocación profesional está descubrir en qué se siente uno inclinado a trabajar de modo estable y dedicar a ello largos años de su vida. Entraña sentir atracción para una profesión, pero no solo eso: es necesario tener condiciones personales para desarrollarla. Unas condiciones que se potenciarán con una adecuada formación y con el propio ejercicio profesional. Se trata, en definitiva, de tener una actitud favorable hacia una profesión y aptitud para ejercerla.
En ocasiones la vocación profesional aparece con claridad en edades tempranas, mientras que otras veces se va descubriendo y consolidando con el paso del tiempo, con frecuencia estando en contacto con profesionales que de algún modo se toman como referencia. La vocación profesional puede requerir cierto tiempo de prueba en el estudio o práctica de una profesión o incluso cambiar si se descubre que no se ha acertado. Un buen consejo puede ayudar a descubrir la vocación profesional. Pueden ayudar también pruebas psicotécnicas que revelen aptitudes.