Kitabı oku: «Lo que dicen las palabras», sayfa 3

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Tal es el caso, también, de Aquiles, rival acérrimo de Agamenón y Menelao, quién decide entrar al combate sólo para vengar la muerte de su amante Patroclo, pero sabiendo que, si combatía, estaba condenado a morir, según lo había vaticinado el oráculo. La palabra moira da cuenta de esta suerte de corresponsabilidad, humana y divina.

En otras obras, en cambio, toda la responsabilidad parece quedar en manos de un destino inmodificable, en tanto la acción humana es entendida como hamartia (error), que designa la acción cometida con ignorancia, sin consciencia (en el vocabulario griego se opone a hekón, que significa voluntariamente, a propósito). El llamado error trágico encuentra sus modelos en Edipo y Tiestes porque ambos cometieron las peores acciones sin saberlo. Tiestes se comió a sus propios hijos por invitación de su hermano Atreo, que cocinó a sus sobrinos como venganza por haberlo engañado con su mujer. Por su parte, todo el tratamiento de Sófocles profundiza en la cuestión de que Edipo no sabía lo que hizo al cometer parricidio e incesto. Pero el dramaturgo describe que, aunque el personaje hubiese salido libre ante un tribunal ateniense de la época, en el que desde hace poco se tomaba en cuenta la intención del agente, nada lo libraba de haber cometido la peor falta ante el juicio de los dioses olímpicos. En todo caso, en la prehistoria de Edipo, son otros quienes tuvieron en sus manos la posibilidad de evitar el desencadenamiento de la tragedia (Cadmo y Harmonía en el inicio de la estirpe, Layo al violar a Crisipo, lo que lo empujó al suicidio, y Yocasta al emborrachar a su marido para así quedar embarazada y traer un hijo al mundo en contra de las advertencias del oráculo).

En Edipo en Colono (Sófocles), el protagonista reflexiona sobra la escasa responsabilidad que tuvo sobre sus actos:

Mis actos, si son ellos los que les inspiran ese terror hacia mí, no los realicé voluntariamente, sólo los soporté. (p. 240).

Yo cargué con el crimen a pesar de mí, la divinidad lo sabe. Nada de todo ello fue voluntario (…) Lo maté, pero sin conocerlo. Soy inocente porque ignoraba mi delito al cometerlo. (pp. 249-250).

En otro momento, en el marco de una fuerte discusión con Creonte, Edipo vuelve a señalar:

Por otro lado, si un oráculo anunció a mi padre que sería muerto por su hijo, ¿con qué derecho me criticas por esa muerte, cuando todavía no estaba ni engendrado por mi padre, ni concebido por mi madre, ni nacido? (p. 264).

En Las Fenicias (Eurípides), el oráculo de Delfos, ante la consulta de Layo y Yocasta respecto de que se les conceda el poder tener prole masculina, responde:

¡Príncipe de los tebanos de hermosos caballos, no deposites semillas en el surco de la vida, contrariando a los dioses. Que si algún hijo engendras, te matará el engendrado. Y toda tu casa hundida en sangre quedará. (p. 509).

En cambio, en la tragedia Agamenón (Esquilo), Clitemnestra –quien asesina en complicidad con su amante a su esposo Agamenón, que regresa de su guerra contra Ilión– intenta exculpar su crimen haciendo responsables absolutos a los dioses del homicidio cometido para así salvar su vida ante la furia vengadora de sus hijos Orestes y Electra.

De todos modos, no toda la responsabilidad recae sobre la fuerza inexorable del destino deseado y señalado por los dioses. En Edipo en Colono (Sófocles), Antígona lo expresa muy claramente cuando le advierte a su hermano Polinice:

¿Ves cómo ayudas a que se cumplan las predicciones de nuestro padre, que les anuncia que perecerán el uno a manos del otro? (p. 276).

Antígona, heroína inolvidable, decide cargar sobre sí misma toda la fuerza de la historia, y es quien, con un coraje extraordinario, decide enfrentar el poder del rey y su propio destino, a sabiendas de que tal decisión la llevaba a la muerte.

En Electra (Eurípides), el Coro da fin a la tragedia con la siguiente afirmación:

¡Vivid felices! ¡Poder vivir alegre y no sucumbir al golpe del destino es para los mortales ser dichoso. (p. 455).

6. El monte Olimpo, ubicado en las alturas, es la morada donde residen los dioses. Por otra parte, la vida de los hombres transcurre en la tierra, en el mundo sublunar, distinción presente en la mayoría de las culturas entre lo alto y lo bajo, lo primero vinculado a lo sublime y celestial, lo segundo a lo excrementicio. De allí, también, la oposición respecto del mundo oscuro del Hades, donde reinan este dios (el Zeus de los infiernos) y Perséfone. En tanto, en el plano social, no ya mítico-religioso, los hombres se distribuyen desde lo alto hasta lo bajo, según el volumen y estructura del capital con el que cuentan, ya sea que residan en la Acrópolis, en el llano o en la costa.

7. Otra demarcación es la que se da entre diké, la mesura como virtud principal a cultivar, que busca el justo medio entre Escila y Caribdis5 y, del otro lado, hybris o desmesura, que obnubila todo raciocinio y hace esclavo al sujeto de sus pasiones desenfrenadas. En Los Persas (Esquilo), la sombra de Darío, padre del derrotado Jerjes, explica:

(…) cuando se es mortal no hay que abrigar pensamientos más allá de la propia medida. Cuando la soberbia florece, da como fruto el racimo de la pérdida del propio dominio y recolecta cosecha de lágrimas. (p. 46).

En Prometeo encadenado (Esquilo), el Coro, dirigiéndose al personaje principal, afirma:

¡Esto has sacado de tu inclinación a la humanidad! (…) has dado a los seres humanos honores, traspasando los límites de la justicia. (p. 166).

Prometeo responde:

(…) a ellos, que anteriormente no estaban provistos de entendimiento, los transformé en seres dotados de inteligencia y en señores de sus afectos (…) Todo lo hacían sin conocimiento. (pp. 180-181).

Éste es el acto desmesurado de Prometeo, haber acercado por demás el mundo de los hombres al de los dioses, y por ello es cruelmente castigado.

8. En muchas tragedias (por ejemplo, Orestíada de Esquilo y Antígona de Sófocles) se juega una fuerte oposición entre el derecho a la venganza por el asesinato de un ser amado o un familiar, y la Justicia, vinculada a la polis y a la democracia. Ejemplo de ello son, por un lado, la idea de venganza, representada por las Erinias6, acompañantes del culto a Atenea y, por el otro, la idea de justicia, inspirada en Apolo. Así, los dioses se disputan el castigo que merecía Orestes por vengar la muerte de su padre y asesinar a su madre (Esquilo: Las Euménides) o el de Antígona (Sófocles: Antígona), quien antepone la ley de los dioses a la ley del gobernante y decide enterrar a su hermano Polinice, condenado por Creonte, tío materno de ambos. En Electra (Sófocles), ante el falso anuncio de la muerte de Orestes, su hermana expresa:

(…) ella encontró quien vengara a su víctima; en cambio yo no tengo a nadie, porque el que todavía tenía me ha sido arrebatado. (p. 73).

En la misma tragedia, el Coro expresa:

El vengador de los muertos se introduce con pasos sigilosos en la morada paterna y lleva en las manos la espada recién afilada. Y Hermes, el hijo de Maya, ocultando en tinieblas el engaño, lo encamina directamente al blanco. (p. 91).

El final de la trilogía da cuenta del triunfo de la democracia al exponer el crimen cometido por Orestes ante el Areópago, un alto tribunal cuyos magistrados eran llamados Arcontes y que resolvían conforme a derecho, evitando así que la cadena de venganzas continúe y promoviendo que los conflictos entre los ciudadanos o entre los ciudadanos y el Estado se resuelvan ante jueces y conforme a leyes.

9. En consonancia con lo anterior, otro par de oposiciones es la opción entre dictadura y democracia. En este punto, hay que tomar en cuenta que el teatro griego nació bajo el dominio dictatorial de Pisístrato y, posteriormente, de sus hijos –Hiparco e Hipias– y que, después de estos, Atenas inauguró su democracia, y los grandes trágicos dieron cuenta de todo ello.

En Suplicantes (Eurípides), Teseo, basileus de Atenas, recibe al Mensajero tebano que reclama, en nombre de Creonte, la entrega de Adrasto7 y que los enemigos muertos (argivos, originarios de Argos, ciudad griega del Peloponeso) no sean enterrados. Ante estos pedidos, el héroe ateniense expresa:

Yerras desde el principio, oh extranjero: buscas un rey aquí. Esta ciudad no es gobernada por un solo hombre. Es una ciudad libre. El pueblo reina: uno en pos de otro, se van turnando los magistrados cada año. Aquí no hay privilegios para el rico: rico y pobre, tienen el mismo derecho. (p. 284).

Responde el Mensajero:

¡Sí, la ciudad de donde yo vengo es regida por un solo hombre: no es dominada por la plebe, ni en ella se apoya! (p. 284).

Teseo replica:

¿Qué hay para un pueblo peor que un tirano? ¡Se acabaron las leyes, que escritas sólo quedan! ¡Un hombre solo manda! La ley, es letra muerta. Iguales no son ya los hombres. Pero si hay leyes fijas, si gobierna el derecho, tiene el mismo derecho el pobre, como lo tiene el rico. (p. 284).

En Ifigenia en Aulis (Eurípides), Aquiles, muy enemistado con Agamenón y su hermano Menelao, a quienes considera tiranos, se lamenta:

Ardiendo está mi sangre. Aborrezco toda tiranía. (p. 619).

Las tragedias no sólo son textos moralizantes, míticos, épicos e históricos. Son también textos políticos. Sientan posición en debates contemporáneos. No es casual tampoco, y da mucho para pensar el hecho de que la tragedia se imponga, crezca, alcance su máximo desarrollo y luego decaiga hasta desaparecer, en paralelo con el nacimiento, auge y caída de la democracia ateniense.


Los trágicos griegos

Los autores trágicos Esquilo, Sófocles y Eurípides fueron figuras célebres en las competencias realizadas en Atenas. De los dos primeros se conservaron siete obras de cada uno, en tanto que del tercero pudieron recuperarse diez y nueve.

1. Esquilo y su obra (525/524 a.C., Eleusis – 456/455 a.C., Gela, Sicilia)

Cuando Esquilo nace, alrededor del 525/524 a. C., Atenas estaba bajo la tiranía de los Pisistrátidas, Hipias e Hiparco, hijos de Pisístrato. Su nacimiento se produce en Eleusis, ciudad del Ática reconocida porque allí se celebraban los cultos mistéricos de Deméter y Perséfone. Este autor perteneció a la tercera generación después de Tespis –el primero de los trágicos griegos–, y combatió tanto en Maratón como en la batalla de Salamina contra el ejército persa de Jerjes.

En la época en que nace el teatro (siglo V/IV a.C.) había dos grandes festividades: las Panateneas, festival religioso en el que los rapsodas recitaban poesías inspirados en la obra de Homero, y las Dionisíacas, en las que se representaban tragedias con los elencos y dramaturgos seleccionados. Con la caída de la tiranía entre los años 514 y 501, la situación política cambia porque Hiparco es asesinado, en tanto su hermano Hipias sufre la pena del destierro. Se juega entonces la transición de la tiranía a la democracia y llegan al poder Clístenes e Iságoras.

Esquilo realiza su primera representación en las dionisíacas del año 499 a. C., y en sus obras (se calcula que escribió cerca de noventa), en las que se muestra como un eximio poeta y un gran teólogo, presenta una concepción original de la culpa y del castigo. En sus producciones siempre presenta un conflicto indisoluble entre dos posiciones antagónicas, con toda la tensión que de ello resulta, y una convergencia final representada en una solución pacífica que sintetiza elementos de las anteriores actitudes opuestas.

Esquilo es quien introduce un segundo actor en la escena, además del Coro, lo que le da otra dinámica a la representación y permite el diálogo entre los personajes. Las siete obras que pudieron recuperarse de este genial dramaturgo fueron:

LOS PERSAS (472 a.C.): Se trata de un canto de triunfo de la flota griega sobre el multitudinario ejército de Jerjes en la batalla de Salamina durante las guerras médicas.

LOS SIETE CONTRA TEBAS (467 a.C.): Representa el sitio a Tebas comandado por Adrasto, rey de Argos, y Polinice, quien había sido desterrado por su propio hermano Eteocles, ambos hijos de Edipo. Los dos están condenados a morir, uno en las manos del otro, en razón de la maldición proferida por su padre Edipo, quien se sintió abandonado por ellos en sus momentos más aciagos. Sin embargo, es preciso recordar que también existía una maldición previa, una mancha que abarcaría tres generaciones, proferida por el padre de Crisipo, un amigo que hospedó a Layo y a quién éste traicionó al intentar seducir a su hijo, lo que provocó su suicidio.

LAS SUPLICANTES (463/461 a.C.): Basada en el tema mítico de la aversión de las cincuenta hijas de Dánae a contraer matrimonio con cincuenta jóvenes egipcios, que son sus primos. El padre huye con sus hijas hacia Argos, su antigua patria, en busca de la protección de Pelasgo, su rey, y de la ciudad.

PROMETEO ENCADENADO (s.f.): El protagonista es un titán amigo de los mortales que roba el fuego sagrado custodiado por Hefesto (divinidad del fuego, los artesanos, herreros y escultores) para entregarlo a los humanos, y por ello es duramente castigado. Así, Zeus lo condena a ser atado a una roca en un lugar remoto y desolado, donde un águila come todas las noches su hígado, que vuelve a crecer durante el día. Ésta es una obra muy crítica hacia la tiranía que, además, da cuenta del terrible acto de desmesura de Prometeo, quien pretende restarle poder a los dioses para dárselo a los humanos.

Trilogía completa: (La) ORESTIADA8: La trilogía muestra la fatalidad que se cierne sobre la casa de Atreo, que vuelve víctimas a los miembros de esta familia de un furor vengativo que sólo se calma al matarse unos a otros. En el conjunto de las tres obras se da cuenta de cómo la venganza luego es desplazada por la justicia y la polis, representada en sus instituciones, que se transforma en la administradora de justicia. Se trata también de demostrar que la democracia es un sistema más justo que la tiranía. En la obra final, Atenea persuade a las Erinias de someter el caso de Orestes ante un tribunal conformado por ciudadanos de Atenas y las compromete a aceptar el veredicto.

En estas tres grandes obras asistimos a una cadena de crímenes horrorosos que parece no terminar nunca: filicidio de Ifigenia, víctima inocente asesinada por su padre; uxoricidio cometido por Clitemnestra contra su esposo Agamenón por su decisión de privilegiar la marcha hacia Ilión por sobre la vida de su amada hija; matricidio cometido por Orestes para vengar la muerte de su padre y por intercesión de Apolo; y asesinato de Egisto, amante de Clitemnestra. Los títulos de estas obras son:

- Agamenón (458 a.C.): Ésta es la primera obra de la Trilogía; el tema principal trata del regreso de Agamenón y Casandra, la pitonisa troyana cautiva, y el asesinato de ambos a manos de Clitemnestra (esposa del guerrero, y madre de Electra, Orestes e Ifigenia –sacrificada por su padre–) y su amante Egisto.

- Las coéforas (458 a.C.): El tema principal de esta obra versa sobre el regreso de Orestes con el fin de vengar la muerte de su padre Agamenón, por mandato del dios Apolo.

- Las euménides (458 a.C.): Esta obra final de la Orestíada se inicia con el tormento de Orestes, perseguido por las Erinias (furias) y termina con la paz que encuentra el matricida ante el veredicto del tribunal. Orestes, Apolo y las Erinias comparecen ante un jurado de atenienses en el Areópago, institución fundada por Atenea para resolver casos de justicia sin apelación a la violencia, y llegan a un acuerdo de respeto del fallo final. Esto sella la cadena de muertes en el seno de la familia de Agamenón y, de algún modo, instituye la justicia por sobre la venganza ciega e interminable.

2. Sófocles y su obra (496 a.C., Colono Hípico – 406 a.C., Atenas)

Este autor, nacido en el seno de una familia acomodada, es considerado uno de los máximos dramaturgos griegos y concretó sus obras durante el siglo V a.C. bajo la poderosa influencia que para los atenienses tenía la figura de Esquilo.

Sófocles, quien llegó a ganar diecinueve veces el primer premio, introduce una serie de innovaciones importantes en el teatro de su época:

1°) renuncia a la escritura de trilogías encadenadas entre sí por una misma línea argumental y presenta tres obras independientes unas de otras;

2°) aumenta el número de coreutas al llevarlo de doce a quince integrantes;

3°) incorpora un tercer actor al drama, por lo que el diálogo se vuelve más complejo;

4°) presenta un único protagonista sobre el cual recae el peso de la historia, aunque en un primer momento dividió la tragedia en dos momentos, cada uno de ellos monopolizado por un personaje (Áyax y Las Traquinias);

5°) para realzar la grandiosidad de tales personajes heroicos, contrapone una figura de talla inferior: en el caso de Antígona, le contrapone la figura de su hermana Ismene, y en el caso de Electra, la de Crisótemis.

En sus obras, el centro de interés se encentra en la voluntad, las decisiones y el destino de sus personajes llenos de matices psicológicos, y que suelen mostrar algunas imperfecciones en su carácter que les permiten soportar sus trágicos e indeseados destinos.

Escribió más de cien piezas dramáticas, de las cuales se conservan siete tragedias completas y fragmentos de otras ochenta.

ANTÍGONA (441 a.C.): Relata el conflicto que se desata con la muerte de sus dos hermanos, cada uno a manos del otro: Eteocles y Polinice. El primero se niega a entregarle el poder a su hermano, quien tiene que ir al destierro y regresa con un ejército enemigo para tomar Tebas por la fuerza (ver Siete contra Tebas, de Esquilo). Eteocles recibe sepultura en su ciudad con todos los ritos funerarios correspondientes, en tanto su hermano, considerado un traidor por Creonte, no puede ser enterrado. El drama pone en tensión el contraste entre la ley de los dioses (enterrar a los muertos) con la ley de los hombres (los traidores no merecen ser sepultados). Antígona desobedece a Creonte y entierra a su hermano, lo que le acarrea su propia muerte, pero, además, conduce a dos suicidios: el del hijo del gobernante, Hemón, quien estaba enamorado de la protagonista, y el de Eurídice, esposa de Creonte, al enterarse de la muerte de su hijo.

EDIPO REY (406/405 a.C.): La trama gira en torno a la figura de Edipo, quien poco a poco va desentrañando la cruel verdad sobre su origen y destino. Así descubrió que, para ascender al trono de Tebas, cuestión que le correspondía legítimamente por ser hijo de Layo y Yocasta, hubo de asesinar, involuntariamente, a su padre, desposar a su madre y tener cuatro hijos con ella. En esta obra, el autor introduce una modificación muy importante, ya que cuando el oráculo responde a la pregunta de Layo y Yocasta acerca de por qué no podían tener descendencia, responde usando el verbo en condicional, esto es, que un hijo que “naciera” de ellos, mataría a su padre y se acostaría con su madre. Esa expresión otorga un margen de libertad a la acción humana, al tiempo que advierte que, una vez nacido, nada impedirá que el destino se cumpla.

Por otro lado, la tragedia presenta algunas ironías o inconsistencias entre aquello que cree hacerse por propia voluntad y la fuerza de un sino, desconocido por el personaje, pero que se impone inexorablemente.

Dos ejemplos son, que cuando Edipo escucha la respuesta del oráculo sobre su origen, cree decidir por voluntad propia no volver a Corinto para alejarse de la ciudad en la que residían quienes creía que eran sus padres (Pólibo y Mérope) y toma el camino contrario, sin saber que estaba dirigiéndose justamente hacia su ciudad de origen, o cuando, ya rey de Tebas, decide encarar una investigación con el fin de descubrir al asesino de Layo, sin saber que él mismo lo era:

Dado que ahora yo poseo el poderío que él tenía anteriormente y teniendo en cuenta que yo he tomado por esposa a su propia mujer y que si él hubiera tenido hijos, ellos hubiesen llegado a ser los míos; ya que el hado adverso se precipitó sobre su cabeza, yo lucharé por él como si fuese mi padre e intentaré todo para encontrar al matador del hijo de Lábdaco (…). (p. 189).

Magistral parlamento de Edipo en una de las obras con mayor tensión dramática de toda la historia de la tragedia. Anticipación de las desgracias que se ciernen sobre él, ironía de un destino inexorable que parece mofarse del propio protagonista, o un cierto saber inconsciente sobre algo que no se sabe que se sabe.

Podría afirmarse que, a partir de ese momento, la obra se transforma en el primer policial de la historia. En tal sentido, dirigiéndose al Coro, Edipo declara:

Como extraño al oráculo y al hecho ocurrido, no avanzaré mucho en mi investigación si no obtengo algún indicio. (p. 188).

EDIPO EN COLONO (430 a.C.): Esta tragedia muestra un Edipo más reflexivo que, de algún modo, se reconcilia con el destino que le tocó vivir y muestra su misteriosa muerte en Colono, un santuario localizado en las cercanías de Atenas consagrado a las poderosas Euménides. Tras vagar durante años, y siempre en compañía de ese maravilloso personaje que es su hija Antígona, fiel defensora de sus hermanos y de su padre (en contraste flagrante con los otros tres hijos), el protagonista se prepara para morir en el destierro9.

Llama poderosamente la atención en esta tragedia cómo en un diálogo que transcurre entre el Corifeo, Edipo e Ismene, el primero de ellos dice a Edipo:

Puesto que las llamamos Euménides, que reciban con corazón benévolo a un suplicante que se presenta como salvador. Pídeles tú mismo, o si algún otro habla por ti, que sea en voz baja, y después, retírate sin mirar. (p. 247).

¿Qué quiso decir el autor con este parlamento del Corifeo? Sabido es que en la tragedia que le antecede, Edipo Rey, al descubrirse la verdad, Yocasta se suicida y su esposo e hijo se vacía los ojos. Es, una vez más, el Mensajero quien pone en palabras lo sucedido:

[Edipo] Gritando terriblemente y como de la mano de un guía, se lanzó contra la doble puerta (…) y se precipitó en la habitación. Allí vimos a la mujer colgada de la cuerda que la ahogaba. Al verla, el infeliz se estremeció de horror y desató la cuerda. Luego de caer al suelo la desdichada, fue atroz de ver lo que presenciamos. Arrancó los broches de oro de los vestidos de Yocasta y se sacó con ellos los ojos. (p. 222).

Otra vez, el desenlace de la tragedia es comunicado al público por el Mensajero, testigo privilegiado del horror y que pone en palabras lo acaecido.

ELECTRA (418/410 a.C.): Drama que puede ser puesto en tensión con la Orestíada de Esquilo, en tanto se refiere a la hija de Agamenón y Clitemnestra, y a la venganza llevada a cabo por Orestes, alentado por Apolo. A los siete años del asesinato de Agamenón, Orestes y Electra se encuentran ante la tumba de su padre.

ÁYAX (450/430 a.C.): Se trata de uno de los guerreros más célebres de Atenas, que combatió valientemente en la guerra contra Ilión. Su padre, rey de Salamina, era Telamón y condujo las fuerzas de esta isla hacia el sitio del combate. El tema principal está vinculado a la cólera de este guerrero por no haber recibido como premio la armadura de Aquiles y, por ello, decide matar a los jefes griegos, los hermanos Agamenón y Menelao. Ante esta amenaza, la diosa Atenea, que los tenía bajo su protección, evitó el crimen y mató en cambio a Áyax, a quien primero enloqueció.

LAS TRAQUINIAS (450/410 a.C.): Esta obra muestra a una mujer, Deyanira, que se siente abandonada por su esposo Heracles, ya que él dirige su interés a la bella y joven Yole. Cansada de compartir su cariño, decide hechizarlo y usa la sangre de Niso, un centauro que la tocó con lascivia cuando era pequeña. Sin embargo, la sustancia, en vez de hacer que vuelva a enamorarse de ella, lo lleva a la muerte.

FILOCTETES (409 a.C.): Famoso arquero, amigo de Heracles, quien le regaló su arco y sus flechas envenenadas. Cuando partía hacia Ilión, una serpiente lo picó en un pie y, como la herida tardaba en sanarse, fue abandonado en la solitaria isla de Lemnos. Hacia el final de la guerra, un oráculo anuncia que, para tomar la ciudad, necesitaban contar con las flechas de Heracles. Allí fueron Odiseo y Diomedes a buscar al guerrero herido para llevarlo al frente de batalla. Filoctetes entró en combate y mató al príncipe troyano Paris (quien con sus flechas había dado muerte a Aquiles), pero al volver a su tierra se encontró una sublevación contra él y tuvo que establecerse en Italia.

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