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56. Ibid., p. 112.
57. Antonio María Simarro Puig (1896-1969). Abogado y alcalde de Barcelona (1951-57). Dada su buena relación con el ministro de la Gobernación, Blas Pérez González, sustituyó en la Alcaldía a Josep Mª Albert i Despujol a causa de su mala gestión en la huelga de tranvias de 1951.
58. José Mª de Porcioles Colomer, alcalde de Barcelona entre 1957 y 1973.
59. MOLINERO, Carme, op. cit., p. 53.
60. OBIOLS, Raimon; GUILLAMET, Jaume, Catalunya Oberta, Barcelona, Edicions 62, 1984, p. 18.
61. MARTÍ, José, op. cit., pp. 119-120.
62. PUJOL, Jordi, op. cit., p. 140.
63. MOLINERO, Carme, op. cit., pp. 56-64.
1.5. Los años sesenta. Crecimiento, cambio social y el renacer de la conflictividad social
Con los años sesenta llegó también a España el crecimiento económico generalizado en toda la Europa occidental a través de la mayoría de los sectores productivos, lo que condicionó para su sostenimiento la puesta en marcha de nuevas inversiones estatales apoyadas en fuertes reformas estructurales y en la reconversión de ciertos sectores productivos, así como un cambio de actitud en el marco institucional de las relaciones laborales condicionadas por una apreciable descentralización a partir del llamado Plan de Estabilización.
El I Plan de Desarrollo Económico y Social (1964-67), conducido por los ministros tecnócratas del Opus Dei, aseguró la permanencia del franquismo y el avance hacia una hipotética monarquía autoritaria encarnada en el príncipe Juan Carlos, que el 22 de julio de 1969 fue propuesto por Franco como sucesor suyo a título de rey, con el propósito ya conocido de «dejar todo atado y bien atado»64.
Los resultados económicos comenzaron a ser favorables a los nuevos planteamientos económicos del gobierno, como se demuestra en el periodo entre 1964 y 1971, donde la renta per cápita creció un 119%, o sea, pasó de 44.291 pesetas a 97.086 pesetas. Por otro lado, el régimen ocupacional en los sectores de la construcción y servicios fueron in crescendo ininterrumpidamente entre 1965 y 1971 llegando hasta el 23,6% y el 39% de la población ocupada, en detrimento del sector agrario que contaba con solo el 8,4% en 1970, dato indicativo del flujo de mano de obra desde el sector primario hacia el terciario.
En 1965, un 70% de la población obrera de la capital catalana trabajaba de media más de nueve horas diarias, mientras que un 27% lo hacía con más de doce, de tal forma que, sumando la mayoría de los obreros manuales y empleados administrativos, se superaban las 55 horas semanales. Un ejemplo de lo antes mencionado lo encontramos en el «gueto obrero» del barrio de San Ildefonso (Cornellá de Llobregat), situado en el cinturón industrial de Barcelona, donde en 1971, tres de cada cuatro obreros superaban las doce horas diarias de trabajo, mientras que uno de cada tres incluso llegaba a las catorce, constatando que el pluriempleo se utilizaba con relativa normalidad, y todo esto sin contar las horas en desplazamientos. No obstante, si bien el paro en el sector industrial fue casi inexistente, menos del 1% de la población activa, las condiciones laborales y sociales para los trabajadores eran muy duras, todo sumando que el barraquismo en las grandes ciudades y la falta de servicios asistenciales agravaban dicha situación.
En julio de 1965 se constituyó el octavo gobierno del general Franco formado en su mayoría por tecnócratas del Opus Dei. Este nuevo gabinete fue catalogado de continuista respecto al formado hacía tres años, ya que, aunque su remodelación afectó a algunas carteras, en realidad, lo más destacado de este nuevo gobierno fue el ascenso de Laureano López Rodó como ministro sin cartera y comisario del Plan de Desarrollo. Los cambios se efectuaron en las carteras de Agricultura, Hacienda y Comercio, siendo sus nuevos titulares, Adolfo Díaz Ambrona, Juan José Espinosa y Faustino García Moncó; Obras Públicas la ocupó Federico Silva Muñoz, de Acción Católica y Antonio Oriol y Urquijo ocupó la cartera de Justicia65.
La estrategia principal de Franco era conseguir el ingreso en el Mercado Común Europeo, siendo necesario para ello una pseudoliberalización política inicial refrendada por las leyes de Prensa e Imprenta de marzo de 1966 y el referéndum convocado el 14 de diciembre siguiente a favor de la Ley Orgánica del Estado (LOE), cuya participación alcanzó el 88,79% del electorado y con el 95,06% los votos favorables.
Por otro lado, también fue notoria la sustitución en el otoño de 1967 del general Agustín Muñoz Grandes, que había sido en anteriores gobiernos, ministro del Ejército (1951-57) y vicepresidente del gobierno (1962-67), en la Vicepresidencia del Gobierno por el almirante Luis Carrero Blanco que, años después, concretamente en junio de 1973, sería nombrado por Franco presidente del gobierno hasta el 20 de diciembre del mismo año, fecha en que fue asesinado por ETA en un atentado.
La imagen social y política en Cataluña se desenvolvía bajo la llamada Cataluña oficial encabezada por las máximas autoridades militares que representaban al Estado, los capitanes generales Alfonso Pérez Viñeta (1967-71), Joaquín Nogueras (1971-72) y Salvador Bañuls (1972-76), aunque en realidad eran los gobernadores civiles los que ostentaban y representaban el poder político. Antonio Ibáñez Freire (1963-66) fue sustituido en julio de 1966 por Tomás Garicano Goñi que gobernó durante tres años, sucediéndole en el cargo, por su acceso ministerial, Tomás Pelayo Ros desde 1969 hasta junio de 1974, año en que fue cesado.
Barcelona era una ciudad relativamente tranquila envuelta en aquello que se llamó el «porciolismo», en honor del carismático alcalde, donde la burguesía catalana y la clase acomodada colaboraron con el régimen franquista; incluso algunos personajes que tuvieron gran protagonismo posterior en la Asamblea provenían de un pasado con actitudes confusas, como Agustí de Semir, que de concejal falangista del Ayuntamiento de Barcelona llegó a recalar en la oposición próxima al PSUC; o la de Felip Solé i Sabarís, médico y oficial falangista durante la Guerra Civil, que fue posteriormente destacado miembro de la Taula Rodona en 196666. No obstante, la característica más notable de aquel tiempo fue el deterioro significativo en la gestión pública, que aceleró el descontrol y la corrupción en los ayuntamientos y que en su vertiente urbanística provocó el desastre ecológico que supuso una falta de planificación razonable, efecto que en muchas zonas del país aún padecemos. Masías, bosques, restos históricos, arqueológicos y edificios modernistas, todo desaparecía a favor del cemento y el desarrollo incontrolado. Sin embargo, y quizás como reacción social a ese desvarío, fue donde nació el germen del nuevo movimiento urbano de los años sesenta, que supuso el incremento de protagonismo de las nuevas asociaciones de vecinos, más beligerantes y exigentes con la administración pública, editando boletines y revistas de información local. Los centros parroquiales, los curas-obreros, JOC, Cáritas Diocesana y otras asociaciones vinculadas a la Iglesia católica se organizaron, mientras que en la izquierda obrera clandestina se fueron gestando las llamadas Comisiones Obreras de Barrio (CC.OO.):
«La salida a la luz pública de las Comisiones Obreras en Cataluña y las grandes acciones organizadas por ellas, como son las manifestaciones del 23 de febrero y del 26 de marzo de 1965, cuentan entre los acontecimientos de más gran trascendencia política de los últimos años.»67
En 1965, el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) celebró su II Congreso con Gregorio López Raimundo al frente, justamente cuando hacía un año que se habían celebrado los XXV años de Paz con diversos actos propagandísticos presentados por el régimen. En los debates congresuales se planificaron las nuevas estrategias en la lucha antifranquista y fue allí también donde se fraguó la idea inicial que dio fruto a la Asamblea de Cataluña. Su carácter catalanista era innegable, incluso resulta sorprendente la alusión a un representante de la Iglesia catalana en una resolución política del PSUC según se expresa:
«Los comunistas catalanes identificamos el combate por los derechos y libertades nacionales de Cataluña con todas y cada una de las acciones en defensa de los intereses de las masas populares, con todas y cada una de las luchas por las libertades democráticas, en las cuales se integran las libertades culturales y nacionales del pueblo catalán. Consideramos necesario llevar la lucha a la calle con manifestaciones como la realizada el 11 de septiembre en homenaje a Rafael Casanovas, o la del 26 de marzo que exigía el retorno del abad de Montserrat. Hace falta exigir con más vigor las reivindicaciones culturales.»68
En las resoluciones del Congreso también se constataron las jornadas de huelga realizadas el 30 de abril y el 1º de Mayo del mismo año y el cambio de estrategia de la Iglesia española ante el pueblo oprimido:
«Los comunistas catalanes constatamos que a raíz del Concilio Vaticano II se está produciendo una evolución positiva en el sí de la Iglesia española y del movimiento católico, que marca un distanciamiento entre la Iglesia y el régimen. En diversos lugares de Cataluña observamos que se fortalece la unidad de acción entre los comunistas y el sector católico progresista, lo que ha contribuido a acelerar el desarrollo del movimiento antifranquista de masas en el último periodo.»69
Sin duda, fue en esta época cuando el PSUC asumió definitivamente el protagonismo del antifranquismo catalán aumentando sus actividades propagandísticas y de lucha. Crearon la revista Nous Horizons en la que colaboraron el escritor y periodista valenciano, Joan Fuster; el dirigente del Grup d’Independents pel Socialisme, Alexandre Cirici; y el dirigente socialista, Ernest Lluch. También entre 1964 y 1969 se impulsó el Moviment Democratic de Dones, y desde 1967 se incorporaron, junto con los sindicalistas de CC.OO., a las manifestaciones del 11 de septiembre, admitiendo de facto la simbología nacionalista, aunque sin especificar si fue solo como forma de lucha antifranquista70. Sin embargo, dentro del propio partido las inquietudes de la militancia provocaron situaciones límite que evolucionaron en las diferentes convulsiones y escisiones que hubo, siguiendo así la tónica ejercida en el PCE en el resto de España. Entre 1964-65 fueron expulsados del PSUC entre otros, Francesc Vicenç, Jordi Solé Tura71, Jorge Semprún72 y Fernando Claudin73. En 1967, al escindirse del PSUC el llamado Grupo Unidad, se constituyó en Cataluña el Partido Comunista de España Internacional (PCEi), formalizándose esta organización al año siguiente. Este grupo defendía los postulados marxistas.
64. RIQUER, Borja de, op. cit., p. 366.
65. MOLINERO, Carme, YSÀS, Pere, «La Dictadura de Franco», en MARÍN, José Mª, op. cit., pp. 137-138.
66. RIQUER, Borja de, op. cit., p. 378.
67. ANC, «Proyecto de resolución política», Fondo PSUC, n.º 230., Carpeta 12., 1965. p. 6.
68. Ibid., pp. 9-10.
69. Ibid., p. 11.
70. MORAN, Gregorio, Miseria y grandeza del PCE, 1939-1985, Planeta, Barcelona, 1986.
71. Militante comunista y después socialista recientemente fallecido. Ministro de Cultura (1991-93). Ampliar en SOLÉ TURA, Jordi, Una historia optimista. Memórias, Madrid, El País, 1999.
72. Militante comunista y ministro de Cultura (1988-91).
73. Claudín Pontes, Fernando. Dirigente comunista y presidente de la Fundación Pablo Iglesias (1979-90). Ampliar en CLAUDIN, Fernando, Santiago Carrillo.Crónica de un secretario general, Barcelona, Planeta, 1986.
1.6. Relaciones entre Cataluña y el Vaticano bajo el franquismo
Como resultado del Concilio Vaticano II, en 1965 surgió en Cataluña la llamada Iglesia progresista, que estaba muy vinculada a la lucha antifranquista y caracterizada por la ruptura con la tradicional unidad política de los cristianos a través de la lectura del evangelio como un mensaje de solidaridad con los oprimidos. La tendencia del pensamiento cristiano en los años sesenta se estaba decantando hacia un progresismo más abierto a la modernidad y a las corrientes políticas de la izquierda74, y desligándose de la directriz democristiana europea, de este modo proliferaron los llamados «curas obreros» caracterizados por su perfil progresista que los llevó en algunos casos a renunciar a la paga estatal y al uso de la sotana. En Cataluña tenemos algunos ejemplos, destacando entre otros: Jordi Llimona; Josep Dalmau, que ponía el caso de Polonia como un ejemplo de coexistencia entre la Iglesia católica y el partido marxista; Joan Gomis y Lluís María Xirinachs. Desde el final de la Guerra Civil, la actitud del Vaticano hacia Cataluña se había basado en el desconocimiento y la desinformación. De hecho, hasta la muerte del cardenal Vidal i Barraquer en su exilio suizo, Cataluña fue un problema sin solucionar ya que el régimen no deseaba el retorno de un eclesiástico que se había negado a firmar la carta en pro del bando franquista durante la contienda; sin embargo, fue el propio Papa, Pío XII, quien no quiso destituir al veterano cardenal hasta su muerte en 1943, en Friburgo. A partir de ese momento, el problema catalán quedó sin respuesta hasta que bastantes años después, la campaña de protestas preparadas bajo el lema: Volem Bisbes Catalans del año 1966 hizo cambiar la actitud vaticana respecto al Principado75. Habría que recordar que el último obispo catalán en ocupar la sede de Barcelona fue Josep Miralles entre 1926 y 1930 y que, posteriormente bajo el régimen dictatorial, gracias al acuerdo que permitió el privilegio de presentación entre España y el Vaticano de junio de 1941, no hubo obispos catalanes en todo el periodo franquista siendo el obispo Narcís Jubany, años después, el primero en romper dicho acuerdo76. Con respecto a esta campaña todavía hay cierta discrepancia sobre su auditoría, pues, aunque fue atribuida a Jordi Pujol, Josep Benet también lo reivindica asegurando que se gestó en casa de él mismo cuando estaba enfermo de gripe, justo el día en que Rafael de Carreras vino a casa de este a informarle sobre el nombramiento del cardenal Marcelo González como arzobispo de Barcelona, según había escuchado en Radio Vaticano. Posteriormente, Josep Benet y Albert Manent editaron el libro Le Vatican et la Catalogne en —según ellos— Toulouse, aunque consta que fue en Ginebra donde se publicó. Otra anécdota de importante significado con la implicación de nuevo de Josep Benet fue el robo y la devolución posterior de la imagen de la Mare de Deu de Nuria el 9 de julio de 1967. Sobre este asunto cabe decir que una hoja clandestina distribuida y firmada por sacerdotes y militantes de diversos movimientos de Acción Católica explicaba el motivo por el que se escondió la estatua, aludiendo —según los firmantes— a la clara explotación anticatalana de la devoción popular por La Mare de Deu77. Según las memorias del cardenal Vicente Enrique Tarancón78, en los últimos cinco años del régimen franquista el Vaticano intervino en numerosas ocasiones en asuntos delicados de Estado que afectaban a la política interna del gobierno, algunos protagonizados por el propio Papa Pablo VI79. Tómese como ejemplo la petición de clemencia cursada desde el Vaticano en contra de las últimas penas de muerte efectuadas por el franquismo, una de ellas la del dirigente de ETA, Juan Paredes Manot «Txiqui», causa que fue desestimada por el propio dictador; o la efectuada por el todavía cardenal Montini, abogando este por la suspensión de la pena capital al anarquista Jordi Conill en 1962, en cuyo desarrollo también intervino Josep Benet. Sin embargo, otros activistas como Julián Grimau, fusilado el 20 de marzo de 1963, no tuvieron tanta suerte. Otro acto destacable a favor del catalanismo identitario se produjo en marzo de 1965 cuando el abad de Montserrat, Aureli Mª Escarré, se exilió de Cataluña en acto de protesta contra la represión franquista, instalándose en el monasterio de Viboldone en la Lombardía italiana. Al año siguiente, en conmemoración de la Diada del 11 de septiembre de 1966, unos dos mil catalanes fueron a Sant Miquel de Cuitxà a homenajear a un exiliado de lujo, el músico Pau Casals, que interpretó emotivamente en tierras catalanas El Pesebre. Al acto asistió el abad Escarré que participó en el encuentro tan emotivo bajo los inevitables gritos alegóricos de «¡Visca Catalunya!» y «¡Visca l’Abat!», eso sí, bajo el control disimulado pero estricto de agentes de la policía española. Dos años después, el 21 de octubre de 1968, el abad Escarré retornó de su exilio para morir en tierras catalanas. En su entierro había coronas de laurel de diversos partidos y organismos políticos de carácter catalanista, entre ellos UDC, FNC, CC.OO., PSUC y del presidente de la Generalitat en el exilio. Posteriormente, se cantó públicamente Els Segadors delante de las autoridades gubernativas y de la propia policía. Con la desaparición del abad, los catalanistas perdieron uno de sus símbolos más carismáticos en la lucha por las libertades en Cataluña; véase como ejemplo el artículo publicado en el prestigioso periódico francés Le Monde donde afirmaba que «El régimen español se dice cristiano, pero no obedece a los principios de base del cristianismo»80. No obstante, mediante el amparo de la encíclica Populorum Progressio, se abrieron nuevas posibilidades de colaboración con la oposición antifranquista, aumentando así las protestas y la presión sobre el régimen. El nuevo abad de Montserrat, Cassiá Mª Just, continuó en la misma línea reformista que su antecesor, apoyando la crítica pública sobre la relación de los obispos con el sistema dictatorial presentada en un documento por diez y nueve sacerdotes de la Diócesis de la Seo de Urgel, junto con el escolapio Jordi Fullat, el jesuita Artur Juncosa y el capuchino Jordi Llimona. Pero fue sin duda el nombramiento en febrero de 1966 para la Diócesis de Barcelona del prelado castellano Marcelo González Martín, que tomó posesión el 19 de mayo siguiente, lo que colmó el vaso y no hizo más que envalentonar al clero catalanista y aumentar el ritmo de protestas encabezadas por el eslogan «¡Volem bisbes catalans!», donde Josep Benet, Albert Manent y Rafael Carreras de Nadal alcanzaron cierto protagonismo. El resultado de estas insistentes protestas condicionó en parte a que después de 1967 todos los obispos en Cataluña (Lérida, Tarragona, Tortosa, Urgel y obispos auxiliares), hablasen el catalán. Por su parte, Marcelo González accedió al Cardenalato de Toledo, siendo sustituido por Narcís Jubany81.
74. COLOMER, Josep Mª, «Tornant-hi a pensar (VII). El progresisme catòlic», L’Avenç, n.º 53, 1982, p. 45.
75. FABRÉ, Jaume, HUERTAS, Josep Mª, «Catalunya i el Vaticà sota el franquisme», L’Avenç, n.º 54, 1982, p. 16.
76. Ibid.
77. FABRÉ, Jaume, op. cit., p. 14-16.
78. Para ampliar ver TARANCÓN, Vicente Enrique, Confesiones, Barcelona, Circulo de Lectores, 1997.
79. Pablo VI (Giovanni B. Montini), Papa desde el 21-6-1962 hasta el 6-8-1978, finalizó el Concilio Vaticano II el 8-12-1965.
80. SURROCA, Robert, «Escarré, L’Abat de Catalunya», L’Avenç, n. º 70, 1984 p. 28. También ver FABRÉ, Jaume, op. cit., p. 16.
81. RIQUER, Borja de, op. cit., p. 387.
1.7. Los medios de comunicación en la Cataluña franquista
En Cataluña, como en el resto del territorio español, los medios de comunicación reflejaban la imagen de una sociedad inmersa en un clima social fuertemente oprimido. Sin embargo, el aislacionismo internacional instalado en España prácticamente desde el final de la II Guerra Mundial, no tardó mucho en ir desgajándose lentamente, permitiendo la entrada de los nuevos modelos de progresismo europeizante que se filtraban desde el otro lado de la frontera, pautas que ayudaron al cambio sociocultural que se asemejaba, cada vez más, al estilo de vida de la Europa Occidental. En ese contexto, el propio almirante Carrero Blanco afirmó en 1972 ante el Consejo Nacional del Movimiento:
«La moral de las gentes, al menos en lo que está más a la vista, en espectáculos, en la literatura, en la prensa y en las costumbres, no es lo que nosotros quisiéramos, no es la moral de nuestras tradiciones patrias. (…) La acción subversiva, a través de la corrupción de las costumbres, del erotismo, de la pornografía, de los espectáculos decadentes, de la literatura soez e inmoral y con honda frecuencia atentatoria a nuestros ideales políticos y patrióticos, está haciendo evidentes estragos.»82
A finales de los años cincuenta, la radio todavía conservaba el protagonismo entre los medios de comunicación; sin embargo, todo cambió cuando en 1959 la televisión llegó a Cataluña y, a partir de entonces, su expansión fue imparable llegando en 1970 a ocupar el centro del 80% de los hogares en Barcelona y provincia. No obstante, esta novedad tecnológica no contribuyó a la difusión de la lengua catalana que era casi imperceptible en los medios audiovisuales del país, dado el alto control y censura informativa, lo que podría haber paliado la reivindicación identitaria que posteriormente se hizo prioritaria bajo el lema de «¡Llibertat d’Expresió!».
En 1964, hizo su aparición en Barcelona el periódico Tele/eXpres, siendo a partir de 1968 y bajo la batuta de Manuel Ibáñez Escofet el diario más progresista del momento. Un año después, vio la luz el diario deportivo Dicen, ambos en la órbita del empresario Jaume Castells y con el aval ideológico de los periodistas Carlos Sentís e Ignasi Agustí, proclives al régimen. Otros diarios informativos como La Vanguardia Española, El Correo Catalán, Diario de Barcelona y El Noticiero Universal, junto con el semanario Destino dirigido por Néstor Luján, complementaban la prensa mayoritaria catalana.
En 1966, ya promulgada la llamada Ley Fraga, se fundó en la clandestinidad el Grup de Periodistes Democràtics con una fuerte influencia sobre la inmovilista Asociación de Prensa. Este grupo fue un aventajado en el sector informativo dados sus impulsos democratizadores, adelantándose a la nueva etapa de aperturismo informativo en la sociedad catalana.
Por otro lado, el F.C. Barcelona, desde 1968 y bajo la presidencia de Narcís de Carreras, también se adaptó a los nuevos tiempos aperturistas con un aire liberal y catalanista que aumentó con Agustí Montal como nuevo presidente hasta finales de los años setenta. En otro ámbito de actuación, Jordi Pujol, futuro presidente de la Generalitat, encabezó desde 1965 hasta 1972 un proyecto parapolítico denominado Centre d’Informació, Recerca i Promoció (CIRP) cuyo objetivo era impartir los principios políticos nacionales que utilizó a lo largo de toda su carrera:
«Hoy, —dijo Pujol— para ser válido el movimiento nacional de Cataluña, sin omitir en absoluto los hechos de la lengua, cultura y tradición, ha de reunir las condiciones siguientes: 1- Ha de cultivar un fuerte sentido de comunidad y ha de subrayar las exigencias del orden social, económico y político que este sentido de comunidad necesariamente comporta. 2- Ha de defender una manera de ser social y política, la definición de la cual ha de hacer posible la elaboración de un “programa de los catalanes”. Este programa ha de ser ofrecido a España y Europa. Por otro lado, ha de constituir, junto con el comunitarismo del punto anterior, un instrumento básico de integración de los emigrantes. 3- Su objetivo básico no han de ser las reivindicaciones de Cataluña, sino las reivindicaciones sociales, económicas, políticas y humanísticas del hombre catalán, entendiendo por catalán toda persona que vive y trabaja en Cataluña y se siente identificado. 4- No puede limitar su proyección a Cataluña, sino que se ha de insertar en un área más extensa. Más que un nacionalismo catalán ha de ser una forma concreta de nacionalismo europeo.»83
También Ómnium Cultural y la Enciclopedia Catalana adquirieron su protagonismo en estos tiempos como instrumento difusor de la lengua catalana, en busca de la identidad propia como eje reivindicativo.
En definitiva, y como conclusión a todas estas argumentaciones de control y de progreso en los mass media en el final del tardofranquismo y en la transición española, podemos decir que estas herramientas de difusión tuvieron una importancia relevante dependiendo de quien la utilizara. El tratamiento informativo utilizado en el atentado contra el almirante Carrero Blanco lo demostró ya que, por un lado, pudimos ver el intento de fuerte control y de manipulación informativa ejercida por el régimen sobre dicho acontecimiento; y por el otro, la superación de esta censura debido al proceso evolutivo de mayor independencia de algunos medios de información. En consecuencia, a partir de entonces fue innegable la afirmación de que los medios de comunicación se desenvolvían en otro nivel diferente al insistente control y censura gubernativa, sobre todo después de ponerse en marcha la Ley Fraga en 1966, aunque bien cabe decir que esta ley seguía manteniendo un claro marcaje sobre la prensa mediante multas, suspensiones, secuestros o procesamientos a periodistas que se imponían su propia autocensura. Un ejemplo de esta situación fue la detención y procesamiento del redactor del diario Tele/eXpres, José Manuel Huertas Clavería, que provocó un importante movimiento solidario entre los trabajadores del ramo y la subsiguiente huelga de prensa que dejó a Barcelona sin periódicos, exceptuando Solidaridad Nacional (prensa del Movimiento) y La Vanguardia Española. Años después y tras la muerte del dictador, los medios de comunicación fueron un claro exponente del desarrollo democrático por su difusión social y su aportación al equilibrio político mediante el consenso mediático ante posturas políticas antagónicas84. Desde la clandestinidad los medios de comunicación utilizados por la oposición en Cataluña fueron muy limitados, centrándose exclusivamente en folletos informativos o algunas ediciones de libros prohibidos por la censura que procedían del exterior. A este respecto es importante destacar la interrelación que tuvo el informativo clandestino Avui con otras agencias informativas, API y ADI. Mientras que Avui trataba la información desde un prisma político nacional-catalanista y progresista, para este medio, API y ADI empleaban su óptica particular de la problemática nacional de Cataluña, es decir, problemática de opresión política, económica, social, cultural y lingüística, extraña a esta realidad nacional que el equipo de Avui intentaba explicitar a través de su boletín85. La radio tuvo también su protagonismo mediático, aunque con certeza limitado como veremos posteriormente en algunas emisiones realizadas por la Asamblea y ya, más generalizada, las emisiones radiofónicas provenientes de más allá del telón de acero, protagonizadas por Radio España Independiente, «la Pirenaica»86.
82. RIQUER, Borja de, op. cit., pp. 329-343.
83. PUJOL, Jordi, op. cit., pp. 185-186.
84. Ampliar en CEBRIÁN, Juan Luis, El tamaño del elefante, Madrid, Alianza, 1987. También en MARÍN, José Mª, «La transición sindical y la conflictividad social», en TUSELL, Javier, Hª de España. Siglo XX, op. cit., p. 442.
85. FRC, AJR, «Avui, Equip», Carpeta 67/1, 14-4-1973.
86. Jordi Solé Tura en sus memórias dedica un capítulo completo a esta etapa radiofónica. Ver SOLÉ TURA, Jordi, Una Historia Optimista, op. cit., pp, 167-186.