Kitabı oku: «Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)», sayfa 3
El Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos
La muerte de Pedro I el 16 de agosto de 1921 convertiría a Alejandro, ya a todos los efectos, en el rey del nuevo Estado.
El reino reunió, como hemos visto ya, territorios eslavos con una historia y una cultura muy diversas, a la que se unía a la vez cierta complejidad étnica. Solo en la antigua Vojvodina austro-húngara había destacadas minorías húngara, germánica, valaca y rumana. Albaneses los había en Kosovo y en Macedonia. Y todos con idiomas propios. En cuanto a la religión, croatas, eslovenos y húngaros eran católicos (37,5%); serbios, macedonios y montenegrinos, ortodoxos (48,7%); los albaneses, y numerosos bosnios, musulmanes (11,2%). Las diversas lenguas eslavas, unificadas oficialmente en el llamado idioma serbocroata (de la que se distinguían, por sus relevantes peculiaridades el esloveno y el macedonio), empleaban dos alfabetos, el latino y el cirílico. La proporción de analfabetos mostraba grandes variaciones según las regiones: mientras que el 83,8 % de los macedonios lo era en 1921, en Eslovenia este porcentaje se reducía al 8,8 % de la población. Una combinación que podía dar lugar a consecuencias imprevisibles.
En 1921, el país contaba con 12.545.000 habitantes aproximadamente, de los cuales el 78,9% constituían población rural. El desarrollo industrial era mayor en las regiones anteriormente austro-húngaras, que concentraban dos tercios de la industria nacional. La parte central y meridional del nuevo reino era la más pobre. En todo el país, apenas el 9,9 % de la población trabajaba en la industria.
En esa misma fecha, las líneas férreas apenas contaban con 9.300 km, con una disposición que indicaba la historia de las diversas regiones, ya que conectaban con los antiguos centros de poder de las potencias desaparecidas en la guerra mundial (Viena, Budapest o Estambul). En cambio, no existía comunicación férrea entre las diversas regiones del reino. Las carreteras tenían 41.000 km de longitud, aunque de calidad diversa. En algunos lugares montañosos como la región de los Alpes Dináricos, los medios de comunicación eran tan rudimentarios que el principal medio de transporte era la yunta de bueyes. Las comunicaciones entre la costa y el interior eran prácticamente inexistentes. El carácter escarpado de buena parte del país y la falta de fondos para acometer grandes las grandes obras públicas necesarias para que mejorasen las comunicaciones impidieron el cambio de esta situación.
Desde el primer momento, el reino vivió una gran inestabilidad política. De hecho, ningún gobierno logró cumplir sus cuatro años de mandato, y solo un ejecutivo fue sustituido por ser derrotado en el Parlamento; el resto cambió tras diversos manejos y maniobras políticas. Se sucedían las intrigas entre partidos, las disputas sobre el poder para favorecer a sus partidarios y los cambios de alianzas. Las dos primeras elecciones de la década de 1920 estuvieron amañadas, y las dos últimas, marcadas por las presiones de la policía. El control de la Administración y su capacidad para favorecer a los intereses de unos pocos quedaron casi todo el periodo en manos de los serbios del antiguo reino (los llamados srbijanci), los eslovenos y los musulmanes bosnios. Los srbijanci controlaban también el ejército y la banca. El funcionariado estaba mal pagado, era parcialmente corrupto y de una calidad inferior al del austro-húngaro. Además, los peores funcionarios solían enviarse a las zonas políticamente más complicadas (como Macedonia o Vojvodina), con efectos políticos claramente desastrosos.
No todos los territorios tenían la misma presión fiscal (más alta en los antiguos dominios austro-húngaros, menos devastados en la guerra mundial) ni las mismas leyes, que nunca llegaron a unificarse.
Los campesinos, más de tres cuartos de la población, no contaban políticamente. Incluso los partidos teóricamente agrarios estaban controlados por la burguesía, la burocracia o los intelectuales. Dado el poco peso del capital privado y la importancia económica del Estado, la lucha entre los diferentes partidos por controlarlo y usarlo para sus propios fines fue feroz, aparcándose a la vez las posibles reformas sociales y económicas.
Entre la proclamación del nuevo Estado y la aprobación de su constitución en 1921, el nuevo país se rigió por la antigua Constitución serbia y fue administrado por el funcionariado y el ejército serbios. Este último se apresuró a disolver las unidades austro-húngaras y a despedir a sus oficiales. Fueron años de relativo estancamiento. El gobierno, en manos de los partidos serbios, estaba teóricamente controlado por un Parlamento provisional no elegido, del que quedaron excluidos las minorías y los opositores macedonios y montenegrinos.
El campesinado, por su parte, había sufrido una gran transformación en la guerra: influido por los cambios de la contienda y las nuevas ideologías, exigía cambios que acabasen con su anterior sumisión a la burguesía y la burocracia estatal, que consideraba explotadora. En los territorios austro-húngaros, exigía una inmediata reforma agraria, mientras que en Serbia y Montenegro reclamaba crédito barato. A pesar de que a comienzos de 1919 el Estado tomó medidas que eliminaron el peligro político inmediato del malestar campesino, a estas no les siguieron durante el resto del periodo otras para mejorar su situación. En un país con alrededor de tres cuartas partes de la población dedicada al campo, el Ministerio de Agricultura no solía disponer de más de un 1% del presupuesto estatal. La reforma agraria aplicada significó el reparto de 1.175.000 hectáreas, en su mayoría pertenecientes a señores bosniacos, y que fueron repartidas entre unos 250.000 nuevos propietarios, en su mayoría serbios.
En estos años, el principal partido de la antigua Serbia, los Radicales, pudo contar con la alianza de su antigua escisión más progresista, los Demócratas, en este periodo más centralistas incluso que los primeros.
Las elecciones municipales de 1920 y las de la asamblea constituyente de noviembre de 1920 fueron tensas pero, en general, libres (aunque no pudieron participar los militares, las minorías alemana y húngara, y los resultados de Montenegro y Macedonia resultaron muy dudosos). Sin embargo, el censo electoral utilizado era el de 1910, que no reflejaba la población real en la década de 1920. En las regiones del sur del país nunca hubo libertad real de sufragio, y en Montenegro y Macedonia las listas estaban amañadas para favorecer a los Radicales. Asimismo, el Estado llevó a cabo una campaña de terror en estas regiones y parte de Bosnia. En cuanto a los resultados de los primeros comicios, el Partido Campesino Croata de Stjepan Radić obtuvo 50 escaños en las elecciones para dicha asamblea, siendo el cuarto partido con más parlamentarios, aunque se negaría a acudir a las sesiones. Su postura parecía poco clara y de simple oposición, pues se negaba a aceptar la inclusión de los territorios de población croata en el nuevo Estado y las condiciones en las que se produjo, a pesar de haber sido aprobada por el antiguo Parlamento austro-húngaro de Croacia-Eslavonia.
Por su parte, el radical Nikola Pašić, el principal político serbio, mantenía su ideología panserbia y parecía incapaz de comprender la idea yugoslava. La política de no participación de Radić, sin embargo, favoreció a Pašić, que lograba gracias a ella una mayoría suficiente para desarrollar su política. Este, tras tratar de lograr un acuerdo con los moderados croatas, acabó por pactar con los Demócratas serbios ante el boicot de los diputados croatas.
Los comunistas (partido fundado en 1920), la tercera fuerza en escaños, se negaron a jurar la constitución y poco después fueron disueltos por el gobierno, aprovechando el asesinato del ministro del Interior Milorad Drašković (21 de julio de 1921) y el intento fallido contra el príncipe Alejandro, en los que la jefatura comunista negó su participación. Víctima de una dura represión, siguió atrayendo no obstante a gran número de descontentos y brillantes miembros de la intelectualidad joven, aunque disipó sus fuerzas en disputas internas.
Stojan Protić, primer ministro en 1920, había presentado un borrador de constitución liberal, pero el regreso al gobierno del veterano Pašić supuso la derrota de esta propuesta y su sustitución por otra que encarnaba la tradicional administración centralista serbia, con escasas concesiones a los adversarios de esta estructura de Estado. Pašić, ocupando a la vez el cargo de ministro de Exteriores, resultó un maestro de la intriga política, rodeándose de personajes de carácter dudoso y rápido enriquecimiento a la sombra del gobierno.
La negativa de Radić a participar en la redacción de la nueva constitución y la progresiva ausencia de los grupos más disconformes con el borrador centralista de Pašić le permitieron a este lograr la aprobación de la llamada Constitución de Vidovdan, por ser aprobada el día dedicado a san Vito (28 de junio de 1921, jornada en la que, en 1389, se produjo la tan evocada batalla de Kosovo y la muerte del rey serbio Lazar). Lo hizo con el apoyo de sus rivales del partido Demócrata, especialmente de su dirigente Svetozar Pribićević. Obtuvo también el apoyo de la JMO bosnia (siglas eslavas de la Organización Musulmana Yugoslava, fundada en 1919) y de algunos diputados agrarios eslovenos. A cambio, los bosniacos musulmanes obtuvieron ciertas concesiones en materia de cultura y religión.
La constitución, muy centralista, exigía tres quintos de los diputados para poder ser reformada. Garantizaba los derechos civiles y el sistema democrático, instituyendo un Parlamento unicameral (Skupština), elegido cada cuatro años por los varones mayores de 21 años, con representación prácticamente proporcional. Las leyes debían ser aprobadas por el monarca, el cual sin embargo no tenía derecho a veto. Se aseguraban asimismo la igualdad de religión, expresión y otros derechos humanos.
La aplicación de la constitución fue, sin embargo, muy deficiente, debido a la extensión de la Administración serbia al resto del país, caracterizada a menudo por la brutalidad, corrupción y excesivo celo centralista de los funcionarios, mayoritariamente procedentes del antiguo reino de Serbia.
La organización del país, esbozada en la Constitución y expuesta en detalle en la ley de Administración del 18 de mayo de 1922, que dividía al reino en 33 unidades (oblasti) controladas desde la capital, fue objeto de grandes tensiones y marcó las elecciones nacionales de 1923. El Partido Campesino Croata no aceptaba la legitimidad de la Constitución, y organizó un bloque croata que no solo rechazó las propuestas de Radicales y Demócratas para formar una alianza política más amplia, sino que apeló, aunque infructuosamente, a las potencias extranjeras en 1922 para que defendiesen los derechos constitucionales croatas ante Belgrado.
En cuanto a Montenegro, su rey Nicolás I fallecería en su exilio de Antibes el 1 de marzo de 1921, a los ochenta años de edad. Su orgullo le había hecho rechazar una renta vitalicia votada por el Parlamento de Belgrado. Británicos y franceses aún mantendrían relaciones diplomáticas con la casa real montenegrina de Neuylli-sur-Seine hasta 1920. Italia, cada vez más enemiga del fortalecido reino eslavo, al final aguardaría a la muerte de Nicolás para dar por finalizada la monarquía de Montenegro. Nicolás I fue enterrado en San Remo, siendo su cadáver, el de su esposa Milena y los de dos de sus hijas, trasladados a su antiguo reino en 1989, justo cuando la Yugoslavia comunista estaba a punto de desintegrarse. El 1 de octubre de ese año, unas 200.000 personas se congregaron en las calles de Cetinje, la vieja capital montenegrina, para recibir los despojos de aquel monarca.
La integración en el reino de Yugoslavia no se hizo de forma pacífica. Los monárquicos montenegrinos, oficiales y soldados, aún lucharon contra las tropas serbias hasta 1924, destacando especialmente el capitán Krsto Todorov-Zrnov Popović, héroe de la Primera Guerra Mundial y posteriormente colaborador con los fascistas italianos hasta que fue asesinado por los comunistas en 1947. Por otro lado, Serbia trató a Montenegro como una colonia, sin promover ningún beneficio económico, lo que fomentó más las ideas nacionalistas. En materia religiosa, la Iglesia ortodoxa montenegrina volvió al redil de la autocéfala serbia.
Nikola Pašić, al frente de su Partido Radical, logró vencer en las elecciones de 1923, aunque sin lograr mayoría absoluta. En dichas elecciones quedó muy reducido el grupo parlamentario agrario serbio y desaparecieron los comunistas, muy perseguidos desde los mencionados atentados. Salieron sin embargo reforzados los partidos regionalistas. En definitiva, los grupos políticos que hacían hincapié en la necesidad de abordar problemas sociales quedaron muy debilitados.
Al no contar con mayoría, Pašić hubo de volver a formar una coalición, emprendiendo negociaciones con Radić. Al fracasar, Pašić buscaría el apoyo puntual de formaciones menores para gobernar en solitario. Se volvía así a la situación de inestabilidad anterior a las elecciones de 1923. Mientras, Radić continuaba con sus campañas contra el gobierno central, esta vez solicitando ayuda italiana durante una delicada crisis italo-yugoslava sobre el puerto de Fiume, para disgusto de los serbios, que creían que el Estado estaba arriesgándose a una confrontación con Mussolini a causa de un puerto croata. Al quedar implicado su secretario en una conspiración contra el Estado con apoyo extranjero, Radić huyó del país empleando pasaporte falso en julio de 1923.
En 1923 y 1924, el miembro del Partido Demócrata Ljubomir Davidović, tratando de sustituir a Pašić al frente del gobierno, solicitó el fin del boicot del Parlamento a Radić, que decidió por fin enviar a los diputados croatas a la cámara para facilitar la caída de su antiguo rival Pašić. Pronto, sin embargo, sus críticas al rey, la familia real y el ejército hicieron que cayese el gabinete de Davidović por la dimisión del ministro de Defensa, que no las toleraba. Incapaz de encontrar al tradicional militar para la cartera de Defensa, Davidović hubo de dimitir, dando paso nuevamente a otro gabinete de Pašić. Radić fue arrestado por la misma legislación que había permitido la prohibición del partido comunista.
En las elecciones de febrero de 1925, el apoyo a Radić menguó, y el rey logró convencerlo para participar en el gobierno, ocupando la cartera de Educación en noviembre. Este cambio no mejoró, sin embargo, las relaciones entre Radić y los partidos serbios, aunque sí entre las del político croata con el monarca.
Hartos de las críticas al gabinete y de sus excentricidades, los socios de coalición de Radić le expulsaron del gobierno en abril de 1926, momento en el que también Pašić dimitió como gesto de apoyo a su hijo, acusado de corrupción, aunque con la intención de regresar pronto al gobierno. La muerte le sorprendería durante este proceso (10 de diciembre de 1926). El nuevo primer ministro sería Nikola Uzunović, del mismo Partido Radical Serbio, quien formó gobierno en febrero de 1927.
En abril, tras doce crisis de gobierno y cuatro cambios de gabinete, Uzunović cedió la presidencia del consejo al principal dirigente Radical, Velimir Vukićević, que gobernó aliado con el disidente Demócrata Vojislav Marinković y la JMO de Mehmed Spaho. Recibió también el apoyo del monarca, que libró al gobierno de someterse al Parlamento durante la primavera y el verano y le permitió amañar a su favor las elecciones de septiembre de 1927. En estos comicios, Vukićević logró mantenerse al frente de los Radicales aunque perdiendo apoyos a costa de los Demócrata. Radić perdió un tercio de sus votos aunque no tanta proporción de escaños gracias a la ley electoral que favorecía a las minorías. Las fuerzas regionales mantuvieron sus posiciones. Vukićević creó entonces una amplia pero inestable coalición de Populistas eslovenos, Radicales, Demócratas, JMO y Partido Alemán. Tras las elecciones de 1927, el antiguo centralista a ultranza serbio (aunque nacido en Croacia) Svetozar Pribićević se alió con Radić en su oposición al gobierno.
Este acuerdo entre opositores provocó que el Parlamento entrara en una fase de creciente estancamiento y tensión entre los adversarios políticos. En general, los antiguos súbditos austro-húngaros se oponían cada vez con más vehemencia a la camarilla que controlaba el gobierno central y con él, la administración y las finanzas del Estado. La oposición resultó durísima, sobre todo la de Radić, y el gobierno, al negarse en redondo a cualquier concesión, agravó aún más la crisis política.
De hecho, a comienzos de 1928 la coalición de gobierno entró en crisis por disputas entre los partidos serbios. El rey trató entonces de ganar el apoyo de Radić, aunque sin lograrlo. Radić sugirió por primera vez en febrero la conveniencia de formar un gobierno con un militar al frente. Vukićević siguió no obstante al frente del ejecutivo, pero la alianza de Radić y Pribićević convirtieron el Parlamento en un caos. Las duras acusaciones contra los políticos serbios del antiguo reino, la postura de la oposición que impedía la mejora de relaciones con Italia y el comienzo de la crisis agraria agravaron la situación política.
El 20 de junio de 1928, la tensión política y el estancamiento del Parlamento llegó a su culminación con el asesinato de Radić, su colega de partido Pavle y un tercer parlamentario croatas a manos de un diputado fanático montenegrino, Puniša Račić. El asesino, enfurecido por las tácticas dilatorias y obstruccionistas de Radić y los suyos en la cámara, disparó contra estos, matando a los tres citados e hiriendo a otros dos. Radić fue trasladado a Zagreb, donde falleció dos meses después (8 de agosto de 1928). Tras estas muertes, los diputados opositores se retiraron del Parlamento, al que negaron validez, exigiendo la abolición de la Constitución y la convocatoria de una nueva asamblea constituyente, a la vez que mantenían un programa errático y contradictorio. La postura del gobierno fue completamente negativa y de cerrazón, negándose a hacer concesión alguna a la oposición o siquiera investigar el crimen. Solo el monarca, consciente de la gravedad de los hechos, acudió a visitar al moribundo Radić y trató de apaciguar los ánimos. El gobierno cayó en junio, no tanto por los asesinatos, sino por su incapacidad de lograr un crédito internacional.
Tras contemplar la sugerencia de Radić de un gobierno tecnócrata con un militar al frente, el monarca acabó decidiéndose por un ejecutivo de coalición con el sacerdote esloveno Anton Korošec al frente. Su gobierno no logró calmar la situación, sucediéndose las manifestaciones y las acusaciones mutuas entre los ministros y la oposición. Durante las celebraciones del aniversario de la creación del país, hubo disturbios en Zagreb en los que fallecieron varias personas.
A finales de año, creyendo posible lograr un entendimiento entre los croatas de Vladko Maček, el rey permitió al dirigente de los Demócratas Ljubomir Davidović crear una crisis de gobierno que diese paso a nuevas elecciones y alcanzar así una coalición Demócrata-Campesina, que Davidović prometió como probable. Korošec dimitió el 30 de diciembre de 1928 después de una enésima intriga parlamentaria.
Celebrados los comicios, las demandas de Maček resultaron inaceptables para Davidović, quien hubo de admitir que no había logrado un acuerdo previo con los croatas. El resto de partidos se negaron también a aceptar las demandas del dirigente croata. El 6 de enero de 1929, el rey se decidió entonces al fin por implantar una dictadura real que acabara definitivamente con las crisis políticas. Hasta entonces y desde su fundación, el reino había vivido una historia política turbulenta, con veinticinco cambios de gabinete en diez años.
El sistema parlamentario había fracasado como instrumento de unidad nacional: no existían, aparte de los socialistas y comunistas (de escaso apoyo o pronto prohibidos), partidos nacionales, sino solo regionalistas. La idea de la nación yugoslava no cuajó, manteniendo las comunidades sus identidades regionales. El parlamentarismo se mostró incapaz de resolver los problemas del país, degenerando en una continua disputa entre los grupos políticos por trivialidades, repartos de poder y choques de personalidades entre sus muchos dirigentes. Se sucedieron las coaliciones inestables de partidos, sin base suficiente para durar en el gobierno más allá de unos pocos meses. La falta de mayorías suficientes requería las continuas coaliciones. Las formaciones políticas se distinguían más por la personalidad de sus dirigentes que por sus principios ideológicos. Mientras los políticos croatas mantenían sus tácticas obstruccionistas heredadas de la época austro-húngara, los serbios subestimaron las dificultades de la unión y no se mostraron sensibles a las demandas croatas.