Kitabı oku: «El ministerio de las publicaciones», sayfa 2
La Hna. Annie Smith, que ya duerme en Jesús, vino a vivir con nosotros y nos ayudaba en nuestras tareas. Su ayuda era necesaria. Por entonces mi esposo manifestó como sigue sus sentimientos en una carta escrita al Hno. Stockbridge Howland, con fecha 20 de febrero de 1852: “Todos están perfectamente, menos yo. No puedo resistir por más tiempo el doble trabajo de viajar y dirigir la revista. El miércoles pasado trabajamos por la noche hasta las dos de la madrugada, doblando y envolviendo el Nº 12 de la Review and Herald. Después estuve en la cama tosiendo hasta el amanecer. Rueguen por mí. La causa prospera gloriosamente. Quizá el Señor ya no tendrá necesidad de mí y me dejará descansar en el sepulcro. Espero quedar libre de la revista. La sostuve en circunstancias sumamente adversas, y ahora que tiene muchos amigos, la dejaré voluntariamente con tal que se encuentre quien la dirija. Espero que se me abra el camino. Que el Señor lo guíe todo”.
Haciendo frente a la adversidad en Rochester5.–En abril de 1852 nos trasladamos a Rochester, Nueva York, en las circunstancias más desalentadoras. A cada paso nos veíamos precisados a seguir adelante por fe. Aun estábamos impedidos por la pobreza, y tuvimos que practicar la más rígida economía y abnegación. Presentaré un breve extracto de la carta escrita a la familia del Hno. Howland el 16 de abril de 1852:
“Acabamos de instalarnos en Rochester. Hemos alquilado una casa vieja por 175 dólares al año. Tenemos la prensa en casa,** pues de no ser así hubiéramos tenido que pagar 50 dólares al año por un local para oficina. Si pudiera ver nuestros muebles, no podría evitar una sonrisa. Compramos dos camas viejas por 25 centavos cada una. Mi esposo me trajo seis sillas desvencijadas, de las que no había dos iguales, que le costaron un dólar, y después me regaló otras cuatro, también viejas y sin asiento, por las que había pagado 62 centavos. Pero como la armazón era fuerte, les he estado poniendo asientos de tela resistente. La mantequilla está tan cara que no podemos comprarla, ni tampoco las papas. Usamos salsa en vez de mantequilla y nabos en lugar de papas. Nos servimos nuestras primeras comidas colocándolas sobre una tabla apoyada entre dos barriles vacíos. Nada nos importan las privaciones, con tal que adelante la obra de Dios. Creemos que la mano del Señor nos guió en llegar a este lugar. Hay un amplio campo de labor, pero pocos obreros. El sábado pasado tuvimos una excelente reunión. El Señor nos refrigeró con su presencia...”
Seguimos llevando a cabo nuestra obra en Rochester entre incertidumbres y desalientos. El cólera atacó la ciudad, y durante la epidemia se oía toda la noche, por las calles, el rodar de las carrozas fúnebres que llevaban los cadáveres al cementerio de Mount Hope...
Avances en Nueva Inglaterra.–Teníamos compromisos para dos meses, que abarcaban desde Rochester, Nueva York, hasta Bangor, Maine. Este viaje lo haríamos en nuestro carruaje cubierto y con nuestro buen caballo Charlie, que nos fueron obsequiados por los hermanos de Vermont...
Teníamos ante nosotros un viaje de 160 kilómetros para hacer en dos días, pero creíamos que el Señor obraría en nuestro favor...6
El Señor nos bendijo mucho en nuestro viaje a Vermont. Mi esposo tenía mucha preocupación y trabajo. En las diferentes reuniones realizó la mayor parte de las predicaciones, vendió libros y trabajó para extender la circulación del periódico. Cuando terminaba una conferencia, nos apresurábamos a ir a la próxima. A mediodía alimentábamos al caballo junto al camino, y comíamos nuestra merienda. Entonces mi esposo, apoyando su papel de escribir sobre la caja en la que teníamos el almuerzo o en la parte superior de su sombrero, escribía artículos para la Review y el Instructor... (NB 149-159).7
La responsabilidad editorial se transfiere a la iglesia.–Antes de trasladarnos a Rochester,8 mi esposo se sintió muy débil y creyó necesario librarse de las responsabilidades de la obra de publicaciones. Entonces propuso que la iglesia se hiciese cargo de esa obra, y que esta fuese administrada por una junta editorial que aquella debía nombrar. Además, se suponía que ninguno de sus integrantes debería recibir beneficio financiero alguno en adición del salario que ya recibiera por su trabajo.
Aunque el asunto se discutió varias veces, los hermanos no tomaron ningún acuerdo sobre el particular hasta el año 1861. Hasta ese momento mi esposo había sido el propietario legal de la casa editora y el único administrador de la misma. Gozaba de la confianza de amigos activos de la causa, quienes confiaban a él los medios que de vez en cuando donaban, a medida que la obra crecía y necesitaba más fondos para el firme establecimiento de la empresa editorial. Pero a pesar de que constantemente se informaba a través de la Review que la casa publicadora era prácticamente propiedad de la iglesia, como él era el único administrador legal, nuestros enemigos se aprovecharon de esta situación y, con acusaciones de especulación, hicieron todo lo posible para perjudicarlo y retardar el progreso de la obra. En vista de esta situación, él presentó el asunto a la organización, y como resultado, en la primavera de 1861 se decidió organizar legalmente la Asociación Adventista de Publicaciones, de acuerdo con las leyes del Estado de Míchigan (NB 181, 182).
Puedo decir: “¡Alabado sea Dios!”–La historia de mi vida necesariamente abarca la historia de muchas de las empresas que han surgido entre nosotros, y con las cuales la obra de mi vida ha estado estrechamente vinculada. Para la edificación de estas instituciones, mi esposo y yo trabajamos con la pluma y con la voz. Anotar, aun brevemente, las experiencias de estos activos y atestados años, excedería en gran manera los límites de estas notas biográficas. Los esfuerzos de Satanás para impedir la obra y para destruir a los obreros no han cesado; pero Dios ha tenido cuidado de sus siervos y de su obra.
Como he participado en todo paso de avance hasta nuestra condición presente, al repasar la historia pasada puedo decir: “¡Alabado sea Dios!” Al ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de admiración y de confianza en Cristo como director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada (NB 216).
1 Después de regresar del oeste de Nueva York en septiembre de 1848, el Pr. White y su esposa viajaron a Maine, donde, del 20 al 22 de octubre, llevaron a cabo reuniones con los creyentes. Se trataba de las sesiones de consulta de Topsham, donde los hermanos comenzaron a orar pidiendo que se allanara el camino para publicar las verdades relacionadas con el mensaje adventista. “Un mes más tarde –escribe el Pr. José Bates en un folleto titulado El mensaje del sellamiento– se encontraron ellos reunidos con un grupito de hermanos y hermanas en Dorchester, cerca de Boston, Massachusetts. Antes que comenzara la reunión, algunos de nosotros examinábamos ciertos aspectos del mensaje del sellamiento; existían varias diferencias de opinión acerca de si la palabra “subía” era correcta [ver Apoc. 7:2], etc.”
El Pr. Jaime White, en una carta inédita en la que hacía un relato de esa reunión, escribe: “Todos nosotros sentíamos que debíamos unirnos para pedir sabiduría de Dios acerca de los puntos en discusión; también sobre el deber del Hno. Bates de escribir. Tuvimos una reunión llena de poder. Elena fue de nuevo arrebatada en visión. Entonces comenzó a describir la luz referente al sábado, que era la verdad selladora. Dijo ella: ‘Surgió de la salida del sol y avanzó débilmente. Pero cada vez ha brillado más la luz sobre ella, hasta que la verdad del sábado se tornó clara, intensa y poderosa. Así como cuando el sol apenas se levanta emite rayos tibios, pero a medida que se eleva, estos se hacen paulatinamente más cálidos e intensos, también la luz y el poder van aumentando cada vez más, hasta que sus rayos se hacen poderosos y ejercen su acción santificadora sobre el alma. Pero, a diferencia del sol, la luz de la verdad nunca se pondrá. La luz del sábado estará en su apogeo cuando los santos sean inmortales. Se elevará más y más hasta que llegue la inmortalidad’.
“Ella vio muchas cosas interesantes acerca de la verdad gloriosa y selladora del sábado, que no tengo tiempo ni espacio para referir. Le pidió al Hno. Bates que escribiera sobre las cosas que había visto y oído, y la bendición de Dios seguiría”.
Fue después de esta visión cuando la Hna. White informó a su esposo de su deber de publicar. Le dijo que debía avanzar por fe, y que a medida que lo hiciera, el éxito coronaría sus esfuerzos (NB 127, 128).
Con respecto a esta visión del 18 de noviembre de 1848, el Pr. José Bates testificó que vio y oyó lo que sigue de labios de Elena Harmon:
“ ‘Sí, publica las cosas que has visto y oído, y la bendición de Dios seguirá. ¡Miren ustedes! ¡Ese ascenso se produce con poder y se hace cada vez más resplandeciente!’... Lo que antecede se fue copiando palabra por palabra a medida que ella hablaba en visión; por tanto, no está adulterado” (A Seal of the Living God [Un sello del Dios viviente], pág. 26; folleto de 72 páginas publicado por José Bates en 1849).
2 Los esposos White vivían en ese tiempo en varias habitaciones que ocupaban en el segundo piso del hogar de Albert Belden, en Rocky Hill. Posteriormente Elena de White recordó en una carta escrita a Stephen Belden, hijo de Albert: “Recuerdo que mi esposo escribía sus editoriales sentado en una silla con asiento de junco... Cuando las revistas llegaban de la imprenta, las doblábamos sobre una mesa en una habitación de la casa del coronel Chamberlain. Luego las colocábamos en el suelo y nos inclinábamos ante Dios en oración, para pedirle su bendición especial sobre ellas” (Carta 293, 1904).
3 Los números 5 y 6 de Present Truth fueron publicados en Oswego, Nueva York, en diciembre de 1849; y los números 7 al 10 en el mismo lugar, desde marzo hasta mayo de 1850. Durante ese tiempo también se publicaron algunos folletos.
4 La Advent Review (Revista Adventista) impresa en Auburn, Nueva York, durante el verano de 1850, no debe ser confundida con la Adventist Review and Sabbath Herald, cuyo primer número se publicó en París, Maine, en noviembre de 1850. La Advent Review se publicó entre los números 10 y 11 de la Present Truth. Con respecto a su propósito, el Pr. Jaime White escribió en su primera página una introducción a la edición publicada en forma de folleto, de 48 páginas, de la Advent Review.
“Nuestro propósito en esta revista es alegrar y refrigerar al verdadero creyente, mostrando el cumplimiento de las profecías en la maravillosa obra pasada de Dios, al llamar y separar del mundo y de la iglesia nominal a su pueblo que espera la segunda venida de nuestro amante Salvador”.
5 Jaime White presentó las siguientes razones por las que pensaba que la revista no debía continuar imprimiéndose en la imprenta comercial de Saratoga Springs, Nueva York:
“1. No conviene imprimir una revista como la nuestra en una imprenta comercial en la que dejan el trabajo para hacerlo en el séptimo día, y es muy desagradable e inconveniente para nosotros ver que el trabajo se hace en día sábado.
“2. Si los hermanos tuvieran un pequeño taller, la revista podría imprimirse en él por tres cuartos de lo que nos cobran en imprentas grandes.
“3. Creemos que podemos conseguir operarios que guarden el sábado y que puedan manifestar un interés por la revista que otros no sienten. En este caso se aliviará mucho a la persona que actualmente es responsable de ella” (RH, 2 de marzo de 1852).
** Se compró una prensa manual en Wáshington por 662,93 dólares. Esta fue la primera empresa editorial que poseyeron y dirigieron los adventistas del séptimo día.
6 El pequeño Edson White, afligido por el cólera y sanado como respuesta a la oración, acompañó a sus padres en este viaje. Al comienzo pareció que el niño moriría a causa de los rigores del viaje, pero sus fuerzas retornaron, y su madre escribió: “Lo trajimos al hogar bastante fuerte” (NB 159).
7 La revista The Youth’s Instructor se publicó desde 1852 hasta 1970, año cuando fue reemplazada por la revista Insight.
8 En 1855 los hermanos de Míchigan adoptaron las medidas necesarias para que el taller de la imprenta se trasladara a Battle Creek (ver T 1:97 y siguientes).
Capítulo 2
Establecida con sacrificio
Consagración incondicional de los primeros obreros.–Algunos de los hombres experimentados y piadosos que fueron pioneros en esta obra, que se negaron a ellos mismos y no vacilaron en sacrificarse por su éxito, ahora duermen en sus tumbas. Fueron canales designados por Dios, representantes suyos, por medio de quienes los principios de la vida espiritual se comunicaron a la iglesia. Tuvieron una experiencia del más elevado valor. No se los podía comprar ni vender. Su pureza, devoción y abnegación, su conexión viviente con Dios, fueron bendecidas para la edificación de la obra. Nuestras instituciones se caracterizaron por el espíritu de abnegación.
En los días cuando luchábamos contra la pobreza, los que fueron testigos de la forma maravillosa como Dios había obrado por la causa consideraron que no podía concedérseles un honor mayor que vincularlos con los intereses de la obra, los cuales los relacionaba con Dios. ¿Depondrían la carga para discutir términos financieros con el Señor desde el punto de vista del dinero? No, no. Aunque todos los oportunistas olvidaran su puesto, ellos nunca desertarían de su trabajo.
En los primeros años de la causa, los creyentes que se sacrificaron para edificar la obra estaban llenos del mismo espíritu. Sentían que para lograr el éxito en la obra, Dios exigía una consagración sin reservas de todos los que se relacionaban con su causa: de cuerpo, mente y espíritu, y de todas sus energías y capacidades (TI 7:207, 208).
Los pioneros de la obra de publicaciones practicaban la abnegación.–Nosotros como pueblo tenemos que llevar a cabo la obra de Dios. Conocemos sus comienzos. Mi esposo dijo: “Esposa, conformémonos con sólo dieciséis chelines semanales. Viviremos y nos vestiremos con sencillez, y tomaremos los recursos económicos que de otro modo recibiríamos, y los invertiremos en la obra de publicaciones”. La casa editora, en ese tiempo, era un edificio cúbico sencillo de 12 metros de frente por 12 de fondo. [La primera casa editora establecida en Battle Creek, en 1855.] Algunos hombres de mente estrecha que deseaban usufructuar del dinero objetaron: “Este es un edificio demasiado grande”. Luego ejercieron una presión tan grande, que fue necesario convocar a las partes interesadas a una reunión. Me pidieron que explicara por qué, si el Señor estaba por venir, la casa editora necesitaba un edificio tan grande. Les dije: “Ustedes que tienen oídos, deseo que oigan. Precisamente porque el Señor vendrá pronto es que necesitamos un edificio de este tamaño; y más que eso, se agrandará a medida que la obra progrese. El Señor tiene que hacer una obra en el mundo. El mensaje debe proclamarse en toda la tierra. Hemos comenzado esta obra porque creemos en eso. Ejerceremos abnegación en nuestra vida”.
Mi esposo y yo decidimos recibir sueldos más bajos. Otros obreros prometieron hacer igual cosa. El dinero que así se ahorró se dedicó a comenzar la obra. Algunos de nuestros hermanos hicieron donaciones liberales porque creyeron en lo que habíamos dicho. En años posteriores, cuando la obra había prosperado y estos hermanos habían envejecido y eran pobres, consideramos sus casos y les ayudamos todo lo que fue posible. Mi esposo era un hombre lleno de simpatía por los necesitados y los que sufren. “El Hno. B puso sus recursos en la obra cuando se necesitaba ayuda, y ahora tenemos que ayudarle a él”, decía mi esposo (Manuscrito 100, 1899).
“Comenzamos con gran pobreza”.–La obra de publicaciones se ha establecido con sacrificio; se ha mantenido por la providencia especial de Dios. La iniciamos con gran pobreza. Teníamos apenas lo suficiente para comer y para vestirnos. Cuando escaseaban las papas y debíamos pagar un elevado precio por ellas, las reemplazábamos con nabos. Seis dólares por semana fue todo lo que recibimos durante los primeros años de nuestro trabajo. Teníamos una familia numerosa, pero ceñimos nuestros gastos a nuestras entradas. Como no podíamos comprar todo lo que deseábamos, teníamos que soportar nuestras necesidades. Pero estábamos decididos a que el mundo recibiera la luz de la verdad presente, de modo que entretejimos el espíritu, el alma y el cuerpo con el trabajo. Trabajábamos desde la mañana hasta la noche, sin descanso y sin el estímulo del sueldo... y Dios nos acompañaba. Cuando prosperó la obra de publicaciones, aumentaron los sueldos al nivel debido (MS 2:218, 219).
¿No puede acaso él [un dirigente de la iglesia] ver que el mismo proceso [de sacrificio] debe repetirse [en Australia], lo mismo que cuando mi esposo y yo comenzamos la obra en Battle Creek y decidimos recibir como sueldo sólo cuatro dólares semanales por nuestro trabajo, y posteriormente sólo seis, hasta que la causa de Dios se pudo establecer en Battle Creek, y se construyó la casa editora y se puso en ella una prensa manual y otros equipos sencillos para hacer el trabajo? ¿No sabíamos acaso lo que significaba el trabajo duro y la reducción de nuestras necesidades a un mínimo posible, mientras avanzábamos paso a paso sobre una base segura, temiendo a la deuda como si fuera una terrible enfermedad contagiosa? Lo mismo hicimos en California, donde vendimos todos nuestros bienes para comenzar una imprenta en la costa del Pacífico. Sabíamos que cada metro cuadrado de terreno que recorríamos para establecer la obra representaría un gran sacrificio para nuestros propios intereses financieros (Carta 63, 1899).
“Su obra es para mí más preciosa que mi propia vida”.–No considero mía ni la menor parte de la propiedad de la que soy dueña. Debo 20.000 dólares, que he tomado prestados para invertirlos en la obra del Señor. En los últimos años se han vendido comparativamente pocos de mis libros en Estados Unidos. Necesito dinero para los gastos corrientes, y también debo pagar a mis obreros. El dinero que hubiera debido pagar como alquiler, ahora lo pago como intereses por el dinero que he tomado prestado para comprar la casa en la que vivo. Estoy dispuesta a desprenderme de mi casa tan pronto como el Señor me haga saber que esta es su voluntad, y que mi obra aquí ha concluido.
No me preocupa la falta de recursos económicos; porque el Señor es mi testigo de que su obra ha sido siempre para mí más preciosa que mi propia vida (Carta 43, 1903).
Ejemplo y liderazgo de Jaime White.–Se me mostró que Dios había calificado a mi esposo para una obra específica, y en su providencia nos había unido para que hiciéramos avanzar esta obra... El yo a veces se había mezclado con la obra; pero cuando el Espíritu Santo dominó su mente, él fue un instrumento de mayor éxito en las manos de Dios, para la edificación de su obra. Él ha tenido un elevado concepto de lo que el Señor espera de todos los que profesan su nombre, de su deber de defender a la viuda y al huérfano, de ser bondadoso con el pobre y de ayudar al necesitado. Él cuidaba celosamente los intereses de los hermanos, con el fin de que no se tomara injusta ventaja en contra de ellos.
También vi registrados en el Libro mayor del cielo los esfuerzos fervientes de mi esposo para edificar las instalaciones que hay en nuestro medio. La verdad difundida por la prensa era como rayos de luz que emanaban del sol en todas direcciones. Esta obra se comenzó y se desarrolló con gran sacrificio de fuerzas y de recursos económicos (NB 268, 269).
Trabajos abnegados de Urías Smith.–Podemos contar fácilmente a los que llevaron la carga al comienzo y que aún permanecen con vida [1902]. El Pr. [Urías] Smith se relacionó con nosotros al comienzo de nuestras actividades editoriales. Trabajó con mi esposo. Espero ver siempre su nombre en la Review and Herald, a la cabeza de la lista de los redactores, porque así es como debería ser. Los que comenzaron la obra, los que lucharon valientemente en el calor de la batalla, no deben perder su posición ahora. Deben ser honrados por los que entraron en la obra después que otros ya habían soportado las privaciones más duras.
Siento mucha simpatía por el Pr. Smith. Mi interés en la obra de publicaciones está unido con el suyo. Vino a nosotros como un hombre joven, con talentos que lo capacitaban para ocupar el cargo de redactor. ¡Cuánto gozo experimenté al leer sus artículos en la Review, tan excelentes, tan llenos de verdades espirituales! Doy gracias a Dios por ellos. Siento mucha simpatía por el Pr. Smith, y creo que su nombre debería aparecer siempre en la Review como el redactor principal. Dios quiere que así sea. Me sentí herida hace algunos años cuando su nombre fue colocado en segundo lugar. Cuando volvió a ser puesto en primer lugar, lloré y dije: “Gracias sean dadas a Dios”. Que siempre permanezca allí, como Dios lo desea, mientras el Pr. Smith pueda sostener una pluma en la mano. Y cuando sus fuerzas flaqueen, que sus hijos escriban lo que él les dicte (MS 2:257, 258).
No permitamos que nuestro pueblo olvide la historia de los pioneros.–Es necesario volver a publicar el relato de las experiencias por las que el pueblo de Dios pasó en la historia temprana de nuestra obra. Muchos de los que posteriormente han llegado a la verdad ignoran los medios por los cuales Dios ha obrado. El caso de Guillermo Miller y sus asociados, del capitán José Bates y otros pioneros del mensaje adventista debieran mantenerse ante nuestro pueblo. El libro del Pr. Loughborough debiera recibir atención. Nuestros dirigentes debieran ver lo que se puede hacer para hacer circular este libro.9
Debiéramos investigar la mejor forma de historiar nuestras vicisitudes y alternativas desde el comienzo de nuestra obra, cuando nos separamos de las iglesias y avanzamos paso a paso siguiendo la luz provista por Dios. Entonces adoptamos la posición de que la Biblia, y la Biblia sola, debía ser nuestra guía; y jamás debemos apartarnos de esta posición. Recibimos admirables manifestaciones del poder de Dios.
Hubo milagros. En repetidas ocasiones, cuando nos encontrábamos en estrecheces y dificultades, el poder de Dios se manifestó en nuestro beneficio. En esas ocasiones, las personas tomaban conciencia de su culpa, y en medio de la burla y el menosprecio de las iglesias opositoras, dieron testimonio en favor de la verdad (Carta 105, 1903).
Reedición de experiencias de los primeros dirigentes.10–He recibido instrucciones de publicar las primeras experiencias de la causa de la verdad presente para mostrar por qué somos un pueblo separado y distinto del mundo... Mientras Satanás insta a muchos a apartarse de la fe, se me ha pedido que vuelva a publicar las experiencias del pasado y a presentar el mensaje de advertencia enviado por Dios para mostrar los peligros del tiempo actual y lo que ocurrirá en el futuro (Manuscrito 13, 1908).
Los pioneros deben seguir hablando.–He recibido instrucciones según las cuales debiéramos hacer prominente el testimonio de algunos de los antiguos obreros que ya han fallecido. Dejemos que continúen hablando por medio de sus artículos publicados en los primeros números de nuestras revistas. Hay que reimprimir esos artículos, para que permanezca una voz viviente de los testigos de Dios. La historia de las primeras experiencias en el mensaje constituirán una fuente de poder para resistir el ingenio magistral de los engaños de Satanás. La misma instrucción se ha repetido recientemente. Debe presentar ante el pueblo los testimonios de la verdad bíblica, y repetir los mensajes definidos presentados hace años. Deseo que mis sermones dados en los congresos campestres y en las iglesias sigan viviendo y efectuando su obra (Carta 99, 1905).
El sacrificio es indispensable para la continuación de la obra.–Para que el evangelio pueda llegar a todas las naciones, las tribus, las lenguas y los pueblos se debe practicar la abnegación. Los que ocupan posiciones de confianza deben actuar como mayordomos fieles en todas las cosas, protegiendo concienzudamente los fondos creados por el pueblo. Debe ejercerse cuidado para impedir cualquier gasto innecesario. Cuando construyamos edificios y proveamos diversas instalaciones para la obra, debemos tener cuidado de no hacer nuestros proyectos tan complicados que insuman una cantidad innecesaria de dinero; esto significa, en todos los casos, falta de habilidad para proveer los medios necesarios para la extensión de la obra en otros campos, especialmente en los países extranjeros. No hay que extraer fondos de la tesorería para establecer instituciones en el territorio nacional, a riesgo de debilitar el progreso de la verdad en el extranjero.
El dinero de Dios no debe usarse solamente en nuestros territorios, sino también en países lejanos y en las islas de los mares. Si su pueblo no se dedica a esta obra, Dios quitará ciertamente el poder que no se emplee debidamente.
Hay muchos creyentes que apenas tienen alimento suficiente para comer, y sin embargo en su gran pobreza entregan sus diezmos y ofrendas a la tesorería del Señor. Muchos que saben lo que significa sostener la causa de Dios en circunstancias difíciles y angustiosas han invertido recursos en las casas editoras. Soportaron voluntariamente penurias y privaciones, y han velado y orado por el éxito de la obra. Sus dones y sacrificios expresan la ferviente gratitud de su corazón hacia Dios, quien los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. Sus oraciones y donativos se presentan como un recordativo delante de Dios. Ningún incienso más fragante podría ascender al cielo.
Pero en su amplia extensión la obra de Dios es una, y los mismos principios debieran servir de control en todas sus ramas. Debe llevar el sello de la obra misionera. Cada departamento de la causa se relaciona con todos los sectores del campo misionero, y el mismo espíritu que controla un departamento se sentirá en todo el campo. Si una parte de los obreros recibe sueldos elevados, hay otros, en diferentes ramas de la obra, que también pedirán salarios más altos, y así se debilitará el espíritu de abnegación. Otras instituciones se contagiarán del mismo espíritu y el favor del Señor les será quitado; porque él nunca podrá aprobar el egoísmo. Así es como nuestra obra agresiva perderá su impulso. Es imposible llevarla adelante sin un sacrificio constante (TI 7:206, 207).