Kitabı oku: «El ministerio médico», sayfa 2
Sección I: El poder de curación y su fuente
La naturaleza es la sierva de Dios
El mundo material está bajo el control de Dios. Toda la naturaleza obedece las leyes que la gobiernan. Todo habla y actúa de acuerdo con la voluntad del Creador. Las nubes, la lluvia, el rocío, la luz del sol, los chubascos, el viento y la tormenta, todos están bajo la supervisión de Dios y rinden obediencia implícita a quien los emplea. El diminuto retoño de trigo brota de la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga [Job 37:16; Mar. 4:28]. El Señor utiliza a estos siervos obedientes para hacer su voluntad.–Carta 131, 1897.
Cristo, la Vida y la Luz
Cristo, quien creó el mundo y todas las cosas que hay en él, es la vida y la luz de cada cosa viviente.–TI 6:185, 186
Nuestra vida se deriva de Jesús. En él hay vida original, propia, vida que proviene de él. En nosotros hay un manantial que mana de la fuente de vida [Sal. 36:9]. En él está la fuente de la vida. Nuestra vida es algo que recibimos, algo que el Dador toma nuevamente para sí. Si nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, cuando se manifieste, también nos manifestaremos con él en gloria [Col. 3:3, 4]. Y mientras tanto en este mundo daremos a Dios, en servicio santificado, todas las facultades que él nos ha legado.–Carta 309, 1905.
Vida por medio del poder de Dios
La parábola de la semilla revela que Dios obra en la naturaleza [Sal. 147:8]. La semilla tiene en sí un principio germinativo, un principio que Dios mismo ha implantado; sin embargo, si se abandonara la semilla a sí misma no tendría poder para brotar. El hombre tiene una parte que desempeñar para promover el crecimiento del grano.
Hay vida en la semilla, hay poder en el terreno; pero a menos que se ejerza día y noche el poder infinito, la semilla no dará frutos. Deben caer las lluvias para humedecer los campos sedientos, el sol debe impartir calor, debe comunicarse electricidad a la semilla enterrada. El Creador es el único que puede hacer surgir la vida que él ha implantado. Cada semilla crece y cada planta se desarrolla por el poder de Dios [Sal. 104:14].–PVGM 43, 44.
Vida de Dios en la naturaleza
El Señor dio su vida a los árboles y las plantas de su creación. Su palabra puede aumentar o disminuir el fruto de la tierra.
Si los hombres abrieran su entendimiento para discernir la relación entre la naturaleza y el Dios de la naturaleza, se escucharían entusiastas reconocimientos del poder del Creador. La naturaleza moriría sin la vida de Dios. Sus obras creadas dependen de él [Sal. 36:9]. Él derrama propiedades vivificantes sobre todo lo que produce la naturaleza. Debemos considerar los árboles cargados de frutos como el don de Dios, de igual forma como si él hubiera colocado el fruto en nuestras manos.–Manuscrito 114, 1899.
Dios alimenta a los millones de la Tierra
Al alimentar a los 5.000, Jesús alzó el velo del mundo de la naturaleza y reveló el poder que se ejerce continuamente para nuestro bien. En la producción de las mieses de la tierra, Dios obra un milagro cada día. Por medio de agentes naturales se realiza la misma obra hecha al alimentar a la multitud. Los hombres preparan el suelo y siembran la semilla, pero es la vida de Dios lo que la hace germinar. Es la lluvia, el aire y el sol de Dios lo que hace producir “primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga” [Sal. 104:14; 147:8; Mar. 4:28]. Es Dios quien alimenta cada día a millones con las mieses de esta tierra.–DTG 335.
Mantenidos en actividad
El corazón palpitante, el pulso vibrante, todo nervio y músculo del organismo viviente se mantienen en orden y actividad por el poder del Dios infinito. “Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas” [Luc. 12:27-31].
Cristo dirige aquí la mente hacia el exterior para que contemple los campos abiertos de la naturaleza, y su vigor toque los ojos y los sentidos para que disciernan las obras maravillosas del poder divino. Él dirige la atención primero a la naturaleza, luego arriba, por medio de la naturaleza, al Dios de la naturaleza, quien sostiene los mundos por su poder.–Manuscrito 73, 1893.
A través de las leyes naturales
No debe suponerse que una ley se pone en movimiento para obrar por sí misma en la semilla; que la hoja aparece porque así debe hacerlo por su propia cuenta. Dios tiene leyes que ha instituido, pero ellas son solamente las siervas mediante las cuales él logra los resultados. Es por medio de la intervención directa de Dios como toda hierba diminuta nace de la tierra y brota a la vida. Toda hoja crece y todo capullo florece por el poder de Dios.
El organismo físico del hombre está bajo la supervisión divina, pero no es como un reloj que se pone en operación y debe funcionar por sí solo. El corazón palpita, un pulso sucede a otro, la respiración es consecutiva, pero todo el ser está bajo la supervisión de Dios. “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” [1 Cor. 3:9]. En Dios vivimos, y nos movemos, y somos [Hech. 17:28]. Cada latido del corazón, cada respiración, es la inspiración de aquel que sopló en la nariz de Adán el aliento de vida,la inspiración del Dios omnipresente, el gran Yo Soy [Gén. 2:7; Éxo. 3:14].–RH 8/11/1898.
Dios en la naturaleza
En todo lo creado se ve el sello de la Deidad. La naturaleza testifica de Dios. La mente sensible, puesta en contacto con el milagro y misterio del universo, no puede dejar de reconocer la obra del poder infinito. La producción abundante de la tierra y el movimiento que efectúa año tras año alrededor del sol no se deben a su energía inherente. Una mano invisible guía los planetas en el recorrido de sus órbitas celestes. Una vida misteriosa satura toda la naturaleza: una vida que sostiene los innumerables mundos que pueblan la inmensidad, que habita en el minúsculo insecto que flota en el aire estival, que sostiene el vuelo de la golondrina y alimenta a los pichones de los cuervos que graznan y que hace florecer el pimpollo y convierte en fruto la flor.
Las leyes de la vida física
El mismo poder que sostiene la naturaleza obra también en el hombre [Heb. 1:2, 3]. Las mismas grandes leyes que guían igualmente a la estrella y al átomo rigen la vida humana. Las leyes que gobiernan la acción del corazón para regular la salida de la corriente de vida al cuerpo, son las leyes de la poderosa inteligencia que tiene jurisdicción sobre el alma. De Dios procede toda la vida [Sal. 36:9]. Únicamente en armonía con él se puede hallar la verdadera esfera de acción de la vida. La condición para todos los objetos de su creación es la misma: una vida sostenida por la vida que se recibe de Dios, una vida que esté en armonía con la voluntad del Creador. Transgredir su ley, física, mental o moral, significa perder la armonía con el universo, introducir discordia, anarquía y ruina.
Toda la naturaleza se ilumina para quien aprende así a interpretar sus enseñanzas; el mundo es un libro de texto; la vida una escuela. La unidad del hombre con la naturaleza y con Dios, el dominio universal de la ley, los resultados de la transgresión, no pueden dejar de hacer impresión en la mente y modelar el carácter...
El corazón que aún no se ha endurecido por el contacto con el mal, es pronto para reconocer la Presencia que penetra todas las cosas creadas. El oído que no se ha entorpecido por el vocerío del mundo, está atento a la Voz que habla por medio de las expresiones de la naturaleza... Lo visible ilustra lo invisible [Rom. 1:20]. En todas las cosas que hay sobre la tierra pueden contemplar la imagen y la inscripción de Dios.–Ed 99, 100.
Mensaje de la naturaleza
Toda la naturaleza está viva. Por medio de sus diversas formas de vida habla a los que tienen oídos para escuchar y corazón para entender quién es la fuente de toda vida. La naturaleza revela las obras maravillosas de su Artífice.–Carta 164, 1900.
El mensaje de amor
Al principio, Dios se reveló en todas las obras de la creación [Sal. 36:9]. Y sobre todas las cosas de la tierra, del aire y del cielo, escribió el mensaje del amor del Padre.
Aunque el pecado ha estropeado la obra perfecta de Dios, esa escritura permanece. Aún ahora todas las cosas creadas declaran la gloria de su excelencia... Cada árbol, arbusto y hoja emite ese elemento de vida, sin el cual no podrían sostenerse ni el hombre ni los animales; y el hombre y el animal, a su vez, sirven a la vida del árbol, del arbusto y de la hoja.–DTG 11, 12.
La naturaleza no es Dios
La obra de Dios en la naturaleza no es Dios mismo en la naturaleza. Las cosas de la naturaleza son una expresión del carácter de Dios [Rom. 1:20]; por ellas podemos comprender su amor, su poder y su gloria; pero no hemos de considerar a la naturaleza como Dios. La habilidad artística de los seres humanos produce obras muy hermosas, cosas que deleitan el ojo, y estas cosas nos dan cierta idea del que las diseñó; pero la cosa hecha no es el hombre. No es la obra, sino el artífice el que debe ser tenido por digno de honra. De igual manera, aunque la naturaleza es una expresión del pensamiento de Dios, ella no es lo que debe ser ensalzado, sino el Dios de la naturaleza.–TI 8:275.
La fuente de curación
La enfermedad, el padecimiento y la muerte son obra de un poder enemigo. Satanás es el destructor; Dios, el restaurador.
Las palabras dirigidas a Israel se aplican hoy a los que recuperan la salud del cuerpo o la del alma: “Yo soy Jehová tu sanador” [Éxo. 15:26].
El deseo de Dios para todo ser humano se expresa en estas palabras: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” [3 Juan 2].
“Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias” [Sal. 103:3, 4].–CSS 165.
El gran Sanador
El poder curativo de Dios permea toda la naturaleza. Si un ser humano se corta la piel o se quiebra un hueso, la naturaleza empieza a curar la herida inmediatamente, y de esta forma preserva la vida del hombre. Pero el hombre puede colocarse en una posición en que la naturaleza se vea imposibilitada para hacer su labor... Si se usa el tabaco... el poder curativo de la naturaleza se debilita en un grado mayor o menor... Cuando se ingiere licor intoxicante, el organismo es incapaz de resistir la enfermedad con el poder de sanación original que Dios le otorgó. Es Dios quien ha hecho la provisión para que la naturaleza obre para restaurar las facultades agotadas. El poder es de Dios. Él es el Gran Sanador.–Carta 77, 1899.
Una obra combinada
El enfermo será restaurado por medio de los esfuerzos combinados de lo humano y lo divino. Cristo derrama todo don y todo el poder que prometió a sus discípulos, sobre los que le sirven con fidelidad.–Carta 205, 1899.
El Espíritu Santo renueva el cuerpo
El pecado ocasiona enfermedad física y espiritual. Cristo ha hecho posible para nosotros que nos libremos de esta maldición. El Señor promete renovar el alma por medio de la verdad. El Espíritu Santo habilitará a todo el que esté dispuesto a ser educado para que comunique la verdad con poder. Renovará todo órgano del cuerpo para que los siervos de Dios puedan trabajar aceptable y exitosamente. La vitalidad aumenta bajo la influencia de la acción del Espíritu. Elevémonos entonces, por este poder, a una atmósfera más alta y más santa, para que podamos realizar bien la labor que se nos ha asignado.–RH 14/1/1902
La mejor medicina
La religión de la Biblia no es dañina para la salud del cuerpo o de la mente. La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina que un hombre o una mujer enfermos pueden recibir. El cielo es todo salud, y cuanto más profundamente se comprendan las influencias celestiales más segura será la recuperación del enfermo que cree.–TI 3:192.
Lo que intenta el médico, lo logra Cristo
Ninguno sino un médico cristiano puede cumplir con la aprobación de Dios los deberes de su profesión. En una labor tan sagrada, no deben hallar la menor cabida los planes e intereses egoístas. Toda ambición y todo motivo deben estar subordinados al interés de aquella vida que se mide con la vida de Dios. En todos sus negocios, debe reconocer las demandas de Jesús, el Redentor del mundo, para copiar su ejemplo. Lo que el médico intenta hacer, lo puede realizar Cristo. Ellos se esfuerzan por prolongar la vida; él es el Dador de la vida. Jesús, el poderoso Sanador, es el Médico Jefe. Todos los médicos están bajo un Maestro, y con seguridad es bendecido todo médico que ha aprendido de su Señor a velar por el alma mientras obra con toda su habilidad profesional para sanar el cuerpo de los enfermos dolientes.–Carta 26a, 1889.
La educación es mejor que la curación milagrosa
Algunos me han preguntado: “¿Por qué tenemos que tener sanatorios? ¿Por qué no oramos por los enfermos, como lo hizo Cristo, para que sanen milagrosamente?” He respondido: “Supongamos que pudiéramos hacer esto en todos los casos; ¿cuántos apreciarían la curación? ¿Se convertirían en reformadores de la salud los que fueran sanados, o continuarían siendo destructores de la salud?”
Jesucristo es el Gran Sanador, pero desea que podamos cooperar con él en la recuperación y el mantenimiento de la salud al vivir en conformidad con sus leyes. Debe haber una impartición de conocimiento acerca de cómo resistir la tentación en unión con la obra de curación. En los que vienen a nuestros sanatorios, se debe despertar el sentido de su propia responsabilidad de obrar en armonía con el Dios de la verdad.
Nosotros no podemos sanar. No podemos cambiar las condiciones enfermizas del cuerpo. Pero es nuestro deber, como médicos misioneros, como obreros juntamente con Dios, utilizar los medios que él ha provisto. Entonces oraremos para que Dios bendiga estos medios. Creemos en Dios; creemos en un Dios que escucha y responde a la oración. Él ha dicho: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” [Mat. 7:7].–RH 5/12/1907.
Cuando la oración por sanidad es presunción
Muchos han supuesto que Dios los librará de la enfermedad únicamente porque se lo han pedido. Pero Dios no considera sus oraciones, porque su fe no se perfeccionó en las obras. Dios no hará un milagro para librar de la enfermedad a los que no se han cuidado; más aún, que están violando de continuo las leyes de la salud y no hacen esfuerzos para evitar la enfermedad. Cuando hacemos todo lo que está a nuestro alcance para tener salud, entonces podemos esperar que se produzcan los bendecidos resultados, y podemos solicitar a Dios con fe que bendiga nuestros esfuerzos para la preservación de la salud. Entonces él contestará nuestra oración, si su nombre puede glorificarse de esta manera. Pero que todos entiendan que tienen una obra que hacer. Dios no obrará de una manera milagrosa para preservar la salud de personas que lleven una conducta que seguramente las enfermará por causa de su descuido de las leyes de la salud.
Los que satisfacen su apetito y de esta manera sufren debido a su intemperancia, e ingieran drogas para aliviarse, a los tales se les puede asegurar que Dios no se interpondrá para salvar la salud y la vida que de forma tan temeraria se ha puesto en peligro. La causa ha producido el efecto. Muchos siguen las directrices de la Palabra de Dios como su último recurso, y solicitan las oraciones de los ancianos de la iglesia para restaurar su salud. Dios no ve adecuado responder las oraciones que se ofrecen a favor de los tales, pues él sabe que si se les devolviera la salud, de nuevo la sacrificarían sobre el altar del apetito pervertido.–SG 4:144, 145.
Provisión para la obra evangelizadora médico misionera
La forma de trabajar de Cristo consistía en predicar la palabra y en aliviar el sufrimiento mediante obras milagrosas de sanidad. Pero se me ha instruido acerca de que no podemos obrar ahora de la misma manera, pues Satanás ejercerá su poder por medio de milagros. Los siervos de Dios hoy no podrían trabajar valiéndose de milagros, porque se realizarán obras espurias de curación, pretendiendo ser divinas [2 Tes. 2:9, 10].
Por esta razón, el Señor ha señalado un camino en el cual su pueblo debe hacer avanzar una obra de curación física combinada con la enseñanza de la Palabra. Se deben fundar sanatorios y con estas instituciones deben estar relacionados obreros que lleven adelante la obra médico misionera genuina. De esta manera se ejerce una influencia protectora en los que vienen a los sanatorios en busca de tratamiento.
Esta es la provisión que Dios ha hecho por medio de la cual se debe realizar obra evangélica médico misionera en favor de muchas almas. Estas instituciones deben establecerse fuera de las ciudades y en ellas la obra educativa debe llevarse en forma inteligente.–Carta 53, 1904.
Los milagros no son evidencia segura del favor de Dios
Muy cerca está el tiempo cuando Satanás obrará milagros para confirmar en la mente de muchos la creencia de que él es Dios [2 Tes. 2:9, 10]. Todo el pueblo de Dios debe estar de pie ahora sobre la plataforma de la verdad como ha sido dada en el mensaje del tercer ángel [Apoc. 14:9-12]. Se presentarán muchos cuadros agradables y obras milagrosas para, que si es posible, se engañen aun los elegidos [Mat. 24:24; Apoc. 16:14]. La única esperanza para cualquiera es que esté asido de las evidencias que han confirmado la verdad en justicia. Que estas sean proclamadas una y otra vez, hasta el cierre de la historia de esta tierra.–RH 9/8/1906.
Cuando Cristo se negó a hacer milagros
La escena de la tentación de Cristo iba a ser una lección para todos sus seguidores. Cuando los enemigos de Cristo, por instigación de Satanás, les pidan que muestren algún milagro, ellos deben responder de forma tan mansa como lo hizo el Hijo de Dios ante Satanás: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” [Mat. 4:7]. Si los tales no se convencen por el testimonio inspirado, una manifestación del poder de Dios no les sería benéfica. Las maravillosas obras de Dios no se manifiestan para gratificar la curiosidad de nadie. Cristo, el Hijo de Dios, se negó a dar a Satanás prueba alguna de su poder. Él no hizo ningún esfuerzo para quitar los “si” de Satanás haciendo un milagro.
A los discípulos de Cristo se los colocará en situaciones similares. Los incrédulos requerirán de ellos que hagan algún milagro, si creen que el poder especial de Dios está en la iglesia y que son el pueblo escogido de Dios. Los incrédulos afligidos con enfermedades, los instarán a que hagan un milagro en ellos, si Dios los acompaña. Los seguidores de Cristo imitarán el ejemplo de su Maestro. Jesús, con su poder divino, no hizo obras poderosas para diversión de Satanás. Ni tampoco las pueden hacer los siervos de Cristo. Ellos deben remitir al incrédulo al testimonio escrito e inspirado para hallar allí evidencia de que son el pueblo leal de Dios y los herederos de la salvación.–SG 4:150, 151.