Kitabı oku: «El ministerio médico», sayfa 6
A un médico confundido
Yo deseaba intensamente tener la oportunidad de conversar con usted. Si pudiera verlo, le diría lo que le hablaba recientemente en visiones recibidas en la noche. Usted se veía indeciso con respecto a lo que haría en el futuro. Le pregunté: “¿Por qué está confundido?” Su respuesta fue: “Estoy confundido con respecto a cuál ha de ser mi mejor manera de proceder”. Entonces uno que tiene autoridad se dirigió hacia usted y dijo: “Usted no se pertenece a sí mismo. Ha sido comprado por un precio. Su tiempo, sus talentos, cada partícula de su influencia pertenece al Señor. Usted es su servidor. Su parte consiste en hacer lo que él le pida y aprender de él cada día. No debe dedicarse a los negocios por cuenta propia. Este no es el plan de Dios. No debe unirse con incrédulos en la obra médica. Tampoco es este el plan del Señor. Él le dice: ‘No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordancia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo’ [2 Cor. 6:14-16]”.
Usted tiene que recibir la gracia de Cristo, el gran Médico misionero. Se le concederá su sabiduría divina si usted no cede a la inclinación de unirse con el mundo. Dios desea que usted se coloque donde pueda trabajar en relación con otros médicos. Usted y la persona con quien se ha asociado pueden no ser de igual temperamento. Es mejor que no lo sean. Lo que uno necesita el otro lo puede proveer, si cada uno aprende a llevar el yugo de Cristo...
Hermano mío, elija obedecer a Cristo y reciba su consejo en su mansedumbre y humildad. Trabaje hombro a hombro con sus hermanos, y esto los animará a mantenerse hombro a hombro con usted. Oculte el yo en Cristo, y el Salvador será para usted una valiosa ayuda en todo momento de necesidad.
Hay que impartir el amor de Dios
Los que pertenecen al pueblo de Dios tienen que aprender muchas lecciones. Gozarán de perfecta paz si mantienen la mente centrada en él [Isa. 26:3], quien es demasiado sabio para errar y demasiado bueno para perjudicarlos. Deben captar el reflejo de la sonrisa de Dios y proyectarla hacia otros. Deben ver cuánta luz del sol pueden introducir en la vida de la gente con quienes se relacionan. Han de mantenerse cerca de Cristo, tan cerca que puedan sentarse con él como niñitos suyos, en dulce y santa unidad. Nunca deben olvidar que así como reciben el afecto y el amor de Dios, están bajo la más solemne obligación de impartirlos a los demás. De este modo pueden ejercer una influencia de gozo que será una bendición para todos los que se relacionen con ellos, y también iluminar su camino.
Aquí es donde los que integran el pueblo de Dios cometen muchos errores. No expresan agradecimiento por el gran don del amor y la gracia de Dios. El egoísmo debe erradicarse del alma. El corazón debe ser purificado de toda envidia, de toda mala suposición. Los creyentes deben recibir constantemente el amor de Dios e impartirlo. Entonces los incrédulos dirán de ellos: “Han estado con Jesús y han aprendido de él. Viven en íntimo compañerismo con Cristo, quien es amor”. El mundo tiene una percepción muy aguda y captará algún conocimiento de parte de los que se sientan juntos en los lugares celestiales en Cristo Jesús [Efe. 2:6]. El carácter de los instrumentos humanos de Dios debe ser una copia del carácter de su Salvador...
Hay que unirse a los hermanos
Le escribo esto, mi apreciado hermano, con la esperanza de ayudarlo. Usted se encuentra en un estado mental alterado, y se siente tentado a efectuar una obra extraña que Dios no le encargó. Ninguno de nosotros debe trabajar solo; tenemos que unirnos con nuestros hermanos y laborar juntos, porque así Dios nos proporcionará influencia y control sobre nosotros mismos. Debemos acercarnos a Dios para que él se aproxime a nosotros [Sant. 4:8].
Nadie puede alcanzar la plenitud en Cristo si, teniendo los medios para obtener una experiencia más profunda en las cosas de Dios, deja de comprender que cada rayo de luz celestial, cada partícula de bendición, se le da para que las comparta con todos los que ingresan en la esfera de su influencia. Si nos estamos preparando para vivir en el cielo, cada día nos aproximamos más a nuestro Redentor. Tenemos que representar a Cristo en cada fase de nuestro carácter.
¿Cuál es la prueba bíblica del carácter? “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” [Juan 14:23]. Nadie necesita perecer en la ceguera espiritual. Se ha dado un claro “así dice el Señor” para que sirva de guía a todos.–Carta 40, 1903.
Consultar con los hermanos
No rehúse unirse con sus hermanos por temor a que si se coloca en igualdad con ellos no podrá hacer todo lo que su juicio personal podría sugerirle. Los obreros de Dios deben aconsejarse mutuamente. Los ministros, médicos o directores van por sendas falsas cuando se consideran como un todo completo; cuando no sienten necesidad de los consejos de hombres experimentados que han sido conducidos por el Señor. Estos, al avanzar con abnegación para promover la obra, han dado evidencia de que fueron guiados y controlados por el Espíritu Santo y así fueron capacitados para hablar, hacer planes y actuar sabiamente y con entendimiento [Hech. 4:13].
El Señor necesita a hombres dispuestos a unirse al yugo de Cristo y de sus hermanos; hombres dispuestos a esforzarse para llegar a ser todo lo que deben ser a fin de lograr que la obra de Dios progrese inteligentemente; hombres que contemplen a Jesús y cumplan con la invitación: “Venid a mí... y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” [Mat. 11:28, 29].–Carta 13, 1902.
¿Gobernará el yo?
Es preciso que cada médico se examine íntima y críticamente. ¿Cómo está su condición religiosa? ¿Permite que su yo gobierne? ¿Da un lugar supremo a sus propios deseos? ¿Mantiene siempre delante de sí la gloria de Dios? ¿Aprende cada día de Jesús? Si esta es su experiencia, entonces las personas con quienes se relaciona serán conducidas más cerca del Salvador. ¿Por qué? Porque usted contempla constantemente a aquel que es el camino, la verdad y la vida...[Juan 14:6]
Tentación a sentirse autosuficiente
Quiero decir que existe el peligro de que nuestros médicos actúen por cuenta propia, pensando que son los que mejor entienden lo que deberían hacer. Piensan que los que les ofrecen consejos no comprenden sus capacidades ni aprecian su valor personal. Esta es la piedra de tropiezo que ha hecho caer a algunos. Usted no es inmune a la tentación de pensar que puede hacer un mejor trabajo solo que cuando está conectado con sus hermanos. Los que piensan de este modo son precisamente los que más necesitan el compañerismo y la ayuda de sus colaboradores en el trabajo.
Hermano mío, el Señor cuenta con su ayuda en su obra. ¿Está dispuesto usted a ser su mano ayudadora? Sería un grave error de su parte aceptar una posición mundana, en la que no pudiera llevar a cabo el trabajo misionero que Dios desea que realice. No cometa este error. Colóquese bajo la dirección del Médico misionero más grande que el mundo haya conocido. Bajo su dirección, usted aumentará sus habilidades para efectuar su obra.
El pueblo del Señor debe dar testimonio por medio de vidas semejantes a la de Cristo, de que Dios tiene un pueblo en la tierra que representa al grupo santo que se congregará alrededor del trono de Dios cuando los redimidos se reúnan en la Ciudad Santa. Quienes en esta tierra aman y obedecen a Dios se encontrarán entre los fieles, los puros y los leales: los que son dignos de morar con él en los recintos celestiales.–Carta 41, 1903.
Exhortación a la unión fraternal
Temer a Dios y andar con él es privilegio y deber de todo médico. Se me mostró que Satanás asedia con sus tentaciones con mayor fuerza a los médicos que pertenecen a nuestro pueblo que a quienes no son de nuestra fe. La obra de Satanás consiste en fomentar el orgullo y la ambición, egoísmo y amor por la supremacía, para impedir esa fuerte unión fraternal que debiera existir entre nuestros médicos, la cual daría vigor a sus propósitos y contribuiría en gran medida a asegurar el éxito en todas sus empresas. Los médicos que creen la verdad debieran esforzarse por alcanzar la armonía en todas nuestras instituciones.
No debiera existir la rivalidad. Los desacuerdos y la rivalidad son más ofensivos aun para Dios cuando se manifiestan entre los médicos que entre los que aseguran haber sido llamados al ministerio; porque el médico piadoso es embajador de Cristo que debe llevar la palabra de vida a los sufrientes que están por despedirse de esta vida. Si posee sabiduría para hablar palabras oportunas que inducirán al sufriente a confiar en Jesús, podría ser el instrumento en manos de Dios para la salvación de un alma. Cuán firmemente resguardada debiera estar el alma del médico para que los pensamientos impuros y sensuales no encuentren lugar en ella.
Se me ha mostrado que se pierde mucho cuando los médicos de nuestra fe se apartan unos de otros debido a las diferencias que existen entre sus métodos de práctica médica. Debieran efectuarse reuniones para médicos, en las que todos pudieran dialogar juntos, intercambiar ideas y hacer planes para trabajar unidos. El Señor creó a los seres humanos para que fueran seres sociables y se propuso que fuéramos imbuidos con la naturaleza bondadosa y amante de Cristo. Quiso que por medio de la asociación mutua nos vinculáramos en estrecha relación como hijos de Dios, con el fin de trabajar para el momento presente y la eternidad...
Los médicos deben asesorarse mutuamente
Los médicos debieran realizar reuniones en el amor y el temor de Dios, para asesorarse y deliberar acerca de los mejores métodos de servir al Señor en este sector de su gran obra. Que unan todos sus conocimientos y habilidades para que puedan ayudarse mutuamente. Sé que existen recursos para lograr que actúen en armonía, sin que nadie siga su propio juicio independiente.–Carta 26a, 1889.
Un estudiante de causa y efecto
El médico cristiano inteligente posee un conocimiento cada vez mayor de la relación existente entre pecado y enfermedad. Procura constantemente aumentar su información acerca de la conexión que existe entre causa y efecto. Está consciente de la necesidad de educar a los alumnos del curso de enfermería para que sean estrictamente temperantes en todas las cosas, porque el descuido en lo que atañe a las leyes de la salud, la negligencia en el debido cuidado del cuerpo, es la causa de una porción considerable de las enfermedades que aquejan a nuestro mundo. No hacer caso del cuidado que requiere la maquinaria viviente es un insulto al Creador. Existen leyes divinamente designadas [Éxo. 20:3-17], las cuales, si se obedecen, protegerán a los seres humanos contra las enfermedades y la muerte prematura...
Cuando un médico comprende que una enfermedad que ha afectado el cuerpo es el resultado del hábito impropio de comer y beber, y a pesar de eso no le dice al paciente que su padecimiento se debe a acciones equivocadas, está perjudicando la fraternidad humana. Presente el asunto con delicadeza, pero nunca guarde silencio acerca de la causa de la enfermedad.–Carta 120, 1901.
El médico como observador del sábado
Cristo era prácticamente un adventista del séptimo día. Él fue quien llamó a Moisés para que subiera al monte donde recibió instrucciones para su pueblo... Cristo, con imponente magnificencia, dio a conocer la ley de Jehová, y promulgó entre otros mandamientos, el que sigue: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” [Éxo. 20:8]. Hermano mío, usted no ha atribuido al sábado la santidad requerida por Dios. La irreverencia se ha introducido y ha dado un ejemplo que Dios no aprueba. Él no es honrado ni glorificado. Siempre habrá deberes que tendrán que realizarse en el día sábado para aliviar el sufrimiento de la humanidad. Esto es correcto y está de acuerdo con la ley de aquel que dice: “Misericordia quiero, y no sacrificio” [Ose. 6:6; Mat. 9:13]. Pero existe en esto el peligro de caer en una actitud descuidada, y de hacer lo que no es realmente indispensable efectuar en el sábado.
Se viaja innecesariamente en sábado, y hay muchas otras cosas que debieran dejarse sin hacer. El Señor dice: “Presta atención a todos tus caminos, no sea que quite mi Espíritu Santo debido a la floja consideración que has dado a mis preceptos”. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” [Éxo. 20:8]. No descuiden la exhortación a recordar. No olviden descuidadamente que “seis días trabajarás, y harás toda tu obra” [Éxo. 20:9]. Durante este lapso deberán llevarse a cabo todos los deberes necesarios para efectuar los preparativos para el sábado.–Carta 51, 1901.
Descanso para los que están agotados
Las tentaciones que asaltan al médico son intensas, porque con frecuencia está más recargado de lo que puede soportar, con exceso de trabajo, agotado. Pero si encomienda el cuidado de su alma a Dios como fiel Creador, encontrará reposo y paz. Lo envolverá una reconfortante influencia procedente de Jesús.
Los médicos infieles abundan. No se dejan iluminar por la misma luz que ilumina a otros. Exaltan el yo, y pierden las ventajas espirituales y eternas. Pero los médicos que reciben la influencia de la verdad sobre la mente y el corazón, son hábiles en el uso de remedios tanto para el alma como para el cuerpo enfermos por el pecado. Asistidos por la sabiduría del cielo, pronuncian palabras que despertarán melodías en el alma a causa del crecimiento espiritual.
Usted es pastor del alma tanto como médico del cuerpo. Necesita ayuda divina, y podrá recibirla si se aproxima al Señor con la actitud de un niñito. Usted puede tener una abundante experiencia; pero no debe agotarse con demasiadas preocupaciones y esfuerzo excesivo. Si goza del equilibrio proporcionado por el Espíritu Santo buscará en primer lugar el reino de Dios y su justicia [Mat. 6:33]; y se colocará en una posición donde la verdad para este tiempo le será manifestada en rayos de luz claros y definidos. Discernirá la verdad en lo que concierne al tiempo presente, y su experiencia estará en armonía absoluta con el mensaje del tercer ángel...
Contemplemos lo eterno y lo invisible
No podemos mantener nuestra vista fija en las cosas visibles y al mismo tiempo apreciar las realidades eternas. Necesitamos, y especialmente usted que está tan agobiado por las aflicciones y las necesidades de la humanidad, mantener el ojo de la fe contemplando lo eterno y lo invisible, para que cada vez pueda conocer mejor el gran plan de Dios para ayudar a los sufrientes a discernir el valor del alma humana. Debe estimar el reproche de Cristo como una riqueza de más valor que los tesoros de Egipto [Heb. 11:26].
Sé que usted pasa por momentos de desánimo y pruebas que agobian su alma, hasta el punto de que casi olvida que Jesús es su Auxiliador, y que su ojo lo observa en todo momento. En el desarrollo de sus planes en favor de la bendición y el alivio de la humanidad, recuerde siempre que no es usted quien está realizando el trabajo. Cristo requiere que lleve su yugo y levante su carga. El gran corazón de Cristo, lleno de simpatía, siempre se está identificando con la humanidad doliente. Usted no puede hacer nada por su propia cuenta. Considérese como un instrumento en las manos de Dios, y deje que su mente, su paz y su gracia gobiernen su corazón y su vida.
Sea el hilo de Dios con el cual él teja su diseño. Nunca podrá manejarse a sí mismo. Tampoco podrá ubicarse con éxito en una posición adecuada. Debe trabajar como agente que colabora con Dios. “Ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” [Fil. 2: 12, 13]. Aquí están los elementos combinados: Dios y el agente humano, ambos trabajando en armonía.–Carta 97, 1894.
Ocultar el yo en Cristo
El Dr. John Cheyne, mientras se desarrollaba hasta alcanzar un lugar destacado en su profesión, no olvidó sus obligaciones hacia Dios. Cierta vez, escribió esto a un amigo: “Podría ser que usted deseara conocer la condición de mi mente. Me siento humillado hasta el polvo por el pensamiento de que no existe una sola acción en mi atareada vida que pueda soportar la mirada de un Dios santo. Pero cuando reflexiono acerca de la invitación del Redentor: ‘Venid a mí’ y en que la he aceptado; y además, al ver que mi conciencia testifica que deseo ardientemente mantener mi voluntad en armonía con la voluntad de Dios en todo, entonces disfruto de paz y poseo el reposo prometido por aquel en quien no se ha hallado engaño”.
Este médico eminente, antes de su fallecimiento ordenó que se erigiera una columna cerca del lugar donde yacería su cuerpo, en la cual debían inscribirse estos textos como voces desde la eternidad: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” [Juan 3:16]. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” [Mat. 11:28]. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” [Heb. 12:14].
Y aunque el Dr. Cheyne procuró de ese modo, aun desde su tumba, llevar a los pecadores al Salvador y la gloria, ocultó su propio nombre y no permitió que apareciera en ninguna parte en la columna. No fue menos cuidadoso al decir a los transeúntes: “El nombre, la profesión y la edad de quien yace debajo de este lugar, tienen poca importancia; pero puede ser de la mayor importancia para usted saber que por la gracia de Dios fue inducido a buscar al Señor Jesús como el único Salvador de los pecadores y que esta contemplación de Jesús le llenó el alma de paz”. Dice además: “Ore a Dios; sí, hágalo, para ser instruido en el evangelio y para tener la seguridad de que Dios le dará el Espíritu Santo, el único Maestro auténtico de verdadera sabiduría, para quienes se la pidan”. Este monumento recordativo se erigió para dirigir la atención de todos hacia Dios e inducirlos a perder de vista al hombre.
Este hombre no causó oprobio alguno a la causa de Cristo. Le digo, apreciado hermano, que en Cristo podemos hacer todas las cosas. Es animador recordar que ha habido médicos consagrados a Dios, que fueron guiados y enseñados por él; y puede haber otros iguales ahora: médicos que no exaltan el yo, sino que se comportan y trabajan teniendo como objetivo la gloria de Dios, que son fieles a los principios, fieles al deber, que siempre buscan a Cristo por su luz...
Al examinar los registros del pasado, encontramos a médico tras médico calificados para ministrar tanto al alma como al cuerpo, y algunos continúan haciéndolo. Incitados por los peligros de su profesión, buscaron la sabiduría de Dios y fueron guiados por su Espíritu por la senda cuyo final es la gloria...
El médico que teme y ama a Dios anhela revelar a Jesús al alma enferma de pecado, y decirle cuán gratuita y completa es la provisión hecha por el Redentor que perdona los pecados. “Su tierna misericordia abarca todas sus obras” [Sal. 145:9]; pero para la humanidad se ha hecho una provisión más amplia aún, y abunda la promesa que señala hacia Jesús como la Fuente abierta para lavar el pecado y la inmundicia. ¿Qué puede alivianar tanto el corazón, qué puede difundir tanta luz en el alma, como sentir que sus pecados están perdonados? La paz de Cristo es vida y salud.
Entonces, que el médico comprenda que debe rendir cuentas y mejorar sus oportunidades de revelar a Cristo como un Salvador que perdona. Que tenga una elevada consideración por las almas y que haga todo lo posible a fin de ganarlas para Cristo y la verdad. Que el Señor ponga su Espíritu sobre los médicos y les ayude a trabajar con inteligencia por el Maestro porque aman a Jesús y las almas por quienes Cristo murió.–Manuscrito 17, 1890.
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