Kitabı oku: «Los Ungidos», sayfa 4

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Otra enorme perversión del plan de Dios

La introducción de principios que inducían a la gente a glorificarse a sí misma, iba acompañada de otra grosera perversión del plan divino. Dios quería que la gloria de su Ley resplandeciera a través de su pueblo. Había dispuesto que la nación escogida ocupase una posición estratégica entre las naciones de la Tierra. En los tiempos de Salomón, el reino de Israel se extendía desde Hamat en el norte hasta Egipto en el sur, y desde el Mar Mediterráneo hasta el río Éufrates. Por este territorio cruzaban muchos caminos naturales para el comercio del mundo, y las caravanas provenientes de Tierras lejanas pasaban constantemente. Esto daba a Salomón y a su pueblo oportunidades para revelar a todas las naciones el carácter del Rey de reyes, y para enseñarles a reverenciarlo y obedecerlo. Mediante la enseñanza de los sacrificios y ofrendas, Cristo debía ser ensalzado delante de las naciones, para que todos pudiesen conocer el plan de salvación.

Salomón debiera haber usado la sabiduría que Dios le había dado y el poder de su influencia para organizar y dirigir un gran movimiento destinado a iluminar a los que no conocían a Dios ni su verdad. De esta manera se habría ganado a multitudes, Israel habría quedado protegido de los males practicados por los paganos y el Señor de gloria habría sido honrado. Pero Salomón perdió de vista este elevado propósito. No aprovechó sus magníficas oportunidades para iluminar a los que pasaban continuamente por su territorio.

El espíritu de mercantilismo reemplazó el espíritu misionero que Dios había implantado en el corazón de todos los verdaderos israelitas. La gente usó las oportunidades ofrecidas por el trato con muchas naciones para enriquecerse. Salomón procuró fortalecer su situación políticamente edificando ciudades fortificadas en las cabeceras de los caminos dedicados al comercio. Las ventajas comerciales de una salida en el extremo del Mar Rojo fueron desarrolladas por la construcción de “una flota naviera en Ezión Guéber, cerca de Elat en Edom, a orillas del Mar Rojo. “Los oficiales de Salomón”, tripulaban esos navíos en viajes “a Ofir”, y sacaban de allí oro y “grandes cargamentos de madera de sándalo y de piedras preciosas” (1 Rey. 9:26-28; 10:11; 2 Crón. 8:17, 18).

Las rentas del reino aumentaron enormemente. Pero ¡a qué costo! Debido a la codicia de aquellos a quienes habían sido confiados los oráculos de Dios, las innumerables multitudes que recorrían los caminos fueron dejadas en la ignorancia de Jehová.

En sorprendente contraste con Salomón, el Salvador poseía “toda potestad”, pero nunca la usó para engrandecerse a sí mismo. Ningún sueño de conquistas terrenales ni de grandezas mundanales manchó la perfección de su servicio por los demás. Los que hayan comenzado a servir al Artífice maestro deben estudiar sus métodos. Él aprovechaba las oportunidades que encontraba en las grandes arterias de tránsito.

En los intervalos de sus viajes de un lado a otro, Jesús moraba en Capernaum. Situada sobre un camino que llevaba de Damasco a Jerusalén, así como a Egipto y al Mediterráneo, se prestaba para constituir el centro de la obra del Salvador. Por ella pasaba gente de muchos países. Allí Jesús se encontraba con gente de todas las naciones y de todas las jerarquías, de modo que sus lecciones eran llevadas a otros países. Esto despertaba el interés en las profecías que anunciaban al Mesías, y su misión era presentada al mundo.

En nuestros días, esas oportunidades son aún mayores que en los días de Israel. Las avenidas de tránsito se han multiplicado mil veces. Como Cristo, los mensajeros del Altísimo deben situarse hoy en esas grandes avenidas, donde pueden encontrarse con las multitudes que pasan de todas partes del mundo. Ocultándose en Dios, deben presentar a otros las verdades preciosas de la Santa Escritura, que echarán raíces profundas y brotarán para vida eterna.

Solemnes son las lecciones del fracaso de Israel cuando tanto el gobernante como el pueblo se apartaron del alto propósito que Dios los había llamado a cumplir. En aquello en que ellos fueron débiles, los representantes modernos del Cielo deben ser fuertes, porque a ellos les toca la tarea de terminar la obra confiada al pueblo de Dios y de apresurar el día de las recompensas finales. Sin embargo, es necesario hacer frente a las mismas influencias que prevalecieron contra Israel cuando reinaba Salomón. Solo por el poder de Dios puede obtenerse la victoria. El conflicto exige un espíritu de abnegación, que desconfiemos de nosotros mismos y dependamos de Dios solo para saber aprovechar sabiamente toda oportunidad de salvar almas.

El Señor bendecirá a su pueblo mientras avance unido, revelando a un mundo en las tinieblas del error la belleza de la santidad manifestada en un espíritu abnegado como el de Cristo, en el ensalzamiento de lo divino más que de lo humano, y sirviendo con amor a quienes necesitan del evangelio.

Capítulo 5
El profundo arrepentimiento de Salomón

Dios le dio a Salomón amonestaciones claras y promesas maravillosas. Sin embargo, la Biblia dice: “Su corazón se había apartado de él, a pesar de que en dos ocasiones se le había aparecido y le había prohibido que siguiera a otros dioses” (1 Rey. 11:10, 9). Tanto se endureció su corazón en la transgresión, que su caso parecía casi desesperado.

Salomón se desvió del goce de la comunión divina para hallar satisfacción en los placeres de los sentidos. Dice: “Realicé grandes obras: me construí casas, me planté viñedos, cultivé mis propios huertos [...]. Me hice de esclavos y esclavas [...]. Amontoné oro y plata [...].

“Me engrandecí en gran manera, más que todos los que me precedieron en Jerusalén [...]. No les negué a mis ojos ningún deseo, ni privé a mi corazón de placer alguno. [...] Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida. Aborrecí entonces la vida [...]. Aborrecí también el haberme afanado tanto en esta vida” (Ecl. 2:4-18).

Por su propia amarga experiencia, Salomón aprendió cuán vacía es una vida dedicada a buscar las cosas terrenales. Pensamientos lóbregos lo acosaban día y noche. Para él ya no había gozo de vivir ni paz mental, y el futuro se le presentaba sombrío y desesperado.

Sin embargo, el Señor no lo abandonó. Mediante mensajes de reprensión y castigos severos procuró despertar al rey y hacerle comprender cuán pecaminosa era su conducta. Permitió que adversarios lo atacaran y debilitasen el reino. “Por lo tanto, el Señor hizo que Hadad el edomita [...] surgiera como adversario de Salomón” Y “también se rebeló contra el rey Salomón uno de sus funcionarios, llamado Jeroboán” (1 Rey. 11:14-28).

Una advertencia profética sobresalta a Salomón

Al final, el Señor envió a Salomón, mediante un profeta, este mensaje sorprendente: “Te quitaré el reino y se lo daré a uno de tus siervos. No obstante, por consideración a tu padre David no lo haré mientras tú vivas, sino que lo arrancaré de la mano de tu hijo” (vers. 11, 12).

Despertando como de un sueño al oír esta sentencia de juicio, Salomón empezó a ver lo insensato que había sido. Con la mente y el cuerpo debilitados, se apartó cansado y sediento de las cisternas rotas de la tierra, para beber nuevamente en la fuente de la vida. Durante mucho tiempo lo había acosado el temor de la ruina absoluta que experimentaría si no podía apartarse de su locura; pero discernió finalmente un rayo de esperanza en el mensaje que se le había dado. Dios estaba dispuesto a librarlo de una servidumbre más cruel que la tumba, de la cual él mismo no podía librarse.

Salomón reconoce su pecado

Con contrición, Salomón comenzó a desandar su camino para volver al exaltado nivel de pureza y santidad del cual había caído. Jamás podría tener la esperanza de escapar de los terribles resultados del pecado, pero confesaría humildemente el error de sus caminos y alzaría su voz para amonestar a otros, no fuese que se perdiesen por causa de las malas influencias que él había desencadenado. El verdadero penitente no se espacia en su conducta errónea, sino que erige las señales de peligro, con el fin de que otros puedan precaverse.

Salomón reconoció que “el corazón del hombre rebosa de maldad; la locura está en su corazón” (Prov. 9:3). “El pecador puede hacer lo malo cien veces, y vivir muchos años; pero sé también que le irá mejor a quien teme a Dios y le guarda reverencia. En cambio, a los malvados no les irá bien ni vivirán mucho tiempo. Serán como una sombra” (8:11-13).

Por inspiración divina el rey escribió para las generaciones ulteriores lo referente a los años que perdió, junto con sus lecciones de advertencia. Y así la obra realizada por Salomón en su vida no se perdió por completo. Con mansedumbre, Salomón “impartió conocimientos” durante la última parte de su vida. “Procuró también hallar las palabras más adecuadas y escribirlas con honradez y veracidad”.

Escribió: “Teme, pues, a Dios y cumple sus Mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto” (12:9-14).

Consejos para los jóvenes

Los últimos escritos de Salomón revelan que él fue comprendiendo cada vez mejor cuán mala había sido su conducta, y dedicó atención especial a exhortar a la juventud acerca de la posibilidad de caer en los errores que le habían hecho malgastar inútilmente los dones más preciosos del Cielo. Con pesar y vergüenza, confesó que en la flor de la vida, cuando debiera haber hallado en Dios consuelo, apoyo y vida, reemplazó el culto de Jehová por la idolatría. Al fin, su anhelo era evitar que otros probasen la amarga experiencia por la cual él había pasado.

Con expresiones patéticas escribió acerca de los privilegios de la juventud: “Alégrate, joven, en tu juventud; deja que tu corazón disfrute de la adolescencia. Sigue los impulsos de tu corazón y responde al estímulo de tus ojos, pero toma en cuenta que Dios te juzgará por todo esto. Aleja de tu corazón el enojo, y echa fuera de tu ser la maldad, porque confiar en la juventud y en la flor de la vida es un absurdo” (11:7-10).

“Acuérdate de tu creador

en los días de tu juventud,

antes que lleguen los días malos

y vengan los años en que digas:

‘No encuentro en ellos placer alguno’ ” (12:1-7).

La vida de Salomón rebosa de advertencias. Cuando su fortaleza debiera haber sido inconmovible, fue cuando resultó más endeble. En la vigilancia y la oración se halla la única seguridad para jóvenes y ancianos. En la batalla contra el pecado interior y las tentaciones externas, incluso el sabio y poderoso Salomón fue vencido. Su fracaso nos enseña que cualesquiera que sean nuestras cualidades intelectuales y sin importar cuán fielmente hayamos servido a Dios en lo pasado, nunca podemos confiar con seguridad en nuestra sabiduría e integridad.

Las palabras dirigidas a Israel acerca de la obediencia a los Mandamientos: “Así demostrarán su sabiduría e inteligencia ante las naciones” (Deut. 4:6), son tan verdaderas hoy como cuando fueron pronunciadas. Encierran la única salvaguardia para la integridad individual, la pureza del hogar, el bienestar de la sociedad o la estabilidad de la nación. “Los preceptos del Señor son rectos” (Sal. 19:8), y “el que así actúa no caerá jamás” (15:5).

Solo la obediencia nos mantiene alejados de la apostasía

Los que escuchen la amonestación que encierra la apostasía de Salomón evitarán el primer paso hacia los pecados que lo vencieron. Únicamente la obediencia a los requerimientos del Cielo guardará a alguien de la apostasía. Mientras dure la vida, habrá necesidad de resguardar los afectos y las pasiones con propósito firme. Ni un solo momento podemos estar seguros, a no ser que confiemos en Dios y tengamos nuestra vida escondida en Cristo. La vigilancia y la oración son la salvaguardia de la pureza.

Todos los que entren en la ciudad de Dios lo harán por la puerta estrecha, por medio de un esfuerzo agonizante; porque “nunca entrará en ella nada impuro” (Apoc. 21:27). Pero nadie que haya caído necesita desesperar. Hombres y mujeres de edad, que fueron una vez honrados por Dios, pudieron haber manchado sus almas y sacrificado la virtud sobre el altar de la concupiscencia; pero si se arrepienten, abandonan el pecado y se vuelven a su Dios, sigue habiendo esperanza para ellos. “Que abandone el malvado su camino, y el perverso sus pensamientos. Que se vuelva al Señor, a nuestro Dios,que es generoso para perdonar” (Isa. 55:7). Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador.

Los efectos de la apostasía de Salomón

El arrepentimiento de Salomón fue sincero; pero el daño que hiciera su ejemplo no pudo ser deshecho. Durante su apostasía, hubo algunos en el reino que conservaron su pureza y lealtad. Pero las fuerzas del mal desencadenadas por la introducción de la idolatría y de las prácticas mundanales no pudieron ser detenidas fácilmente por el rey penitente. Su influencia quedó grandemente debilitada. Muchos vacilaban en depositar plena confianza en su liderazgo. El rey jamás podría esperar que fuese totalmente destruida la influencia funesta de sus malas acciones. Envalentonados por su apostasía, muchos continuaron obrando mal. Y en la conducta descendente de muchos de los príncipes que lo siguieron, puede rastrearse la triste influencia que ejerció al prostituir las facultades que Dios le había dado.

En la angustia de sus amargas reflexiones sobre lo malo de su conducta, Salomón declararó: “Vale más la sabiduría que las armas de guerra. Un solo error acaba con muchos bienes”. “Las moscas muertas apestan y echan a perder el perfume. Así mismo pesa más una pequeña necedad que la sabiduría y la honra juntas” (Ecl. 9:18; 10:5, 6, 1).

Sin que lo sepamos y sin que podamos evitarlo, nuestra influencia afecta a los demás con bendición o maldición. Puede ir acompañada de la lobreguez del descontento y del egoísmo, o del veneno mortal de algún pecado que hayamos conservado; o puede ir cargada del poder vivificante de la fe, el valor y la esperanza, así como de la suave fragancia del amor. Pero lo seguro es que manifestará su potencia para el bien o para el mal.

Un alma extraviada es una pérdida inestimable. Y sin embargo, un acto temerario o una palabra irreflexiva de nuestra parte puede ejercer una influencia tan profunda sobre la vida de otra persona, que resulte en la ruina de su alma. Una sola mancha en nuestro carácter puede desviar a muchos de Cristo.

Cada acto, cada palabra dará fruto. Cada acto de bondad, de obediencia, de abnegación, se reproducirá en los demás, y a través de ellos en otros aún. Así también cada acto de envidia, malicia y disensión, es una semilla que producirá una “raíz amarga” (Heb. 12:15) por la cual muchos serán contaminados. Así prosigue para este tiempo y para la eternidad la siembra del bien y del mal.

Capítulo 6
La arrogancia de Roboán: el reino despedazado

“Y durmió Salomón con sus padres [...] y reinó en su lugar Roboán su hijo” (1 Rey. 11:43).

Poco después de ascender al trono, Roboán fue a Siquem, donde esperaba recibir el reconocimiento formal de todas las tribus, “porque todos los israelitas se habían reunido allí para proclamarlo rey” (2 Crón. 10:1).

Entre los presentes se contaba Jeroboán, que durante el reinado de Salomón se había mostrado “valiente y esforzado”, y a quien el profeta silonita Ahías había dado este mensaje sorprendente: “Ahora voy a arrancarle de la mano a Salomón el reino, y a ti te voy a dar diez tribus” (1 Rey. 11:28, 31).

Por medio de su mensajero, el Señor había hablado claramente a Jeroboán. Esta división debía realizarse, había declarado: “Salomón no ha seguido mis caminos; no ha hecho lo que me agrada, ni ha cumplido mis decretos y Leyes como lo hizo David, su padre” (vers. 33). Además, a Jeroboán se le había instruido que el reino no debía dividirse antes que terminase el reinado de Salomón. “Lo dejaré gobernar todos los días de su vida, por consideración a David mi siervo, a quien escogí y quien cumplió mis Mandamientos y decretos. Le quitaré el reino a su hijo, y te daré a ti diez tribus” (vers. 34, 35).

Aunque Salomón había anhelado preparar a Roboán para que pudiera afrontar con sabiduría la crisis predicha, nunca había podido ejercer una influencia enérgica que modelara en favor del bien la mente de su hijo, cuya educación temprana había sido muy descuidada. Roboán había recibido de su madre amonita la estampa de un carácter vacilante. Hubo veces en que procuró servir a Dios, pero al fin cedió a las influencias del mal que lo habían rodeado desde la infancia. Los errores que cometió Roboán en su vida y su apostasía final revelan el resultado funesto que tuvo la unión de Salomón con mujeres idólatras.

Las tribus habían sufrido durante mucho tiempo graves perjuicios bajo las medidas opresivas de su gobernante anterior. El despilfarro cometido por Salomón durante su apostasía lo había inducido a imponer al pueblo contribuciones gravosas y a exigirle muchos trabajos serviles. Antes de coronar a un nuevo gobernante, los líderes de las tribus resolvieron averiguar si el hijo de Salomón tenía el propósito de aliviar esas cargas. “Cuando lo mandaron a buscar, él y todo Israel fueron a ver a Roboán y le dijeron: ‘Su padre nos impuso un yugo pesado. Alívienos usted ahora el duro trabajo y el pesado yugo que él nos echó encima; así serviremos a Su Majestad’ ”.

Deseando consultar a sus consejeros antes de delinear su conducta, Roboán contestó: “Váyanse por ahora, pero vuelvan a verme dentro de tres días. Cuando el pueblo se fue, el rey Roboán consultó con los ancianos que en vida de su padre Salomón habían estado a su servicio. ‘¿Qué me aconsejan ustedes que le responda a este pueblo?’, preguntó. Ellos respondieron: ‘Si Su Majestad trata con bondad a este pueblo, y condesciende con ellos y les responde con amabilidad, ellos le servirán para siempre’ ” (2 Crón. 10:3-7).

El error que nunca se pudo enmendar

Disconforme, Roboán se volvió hacia los jóvenes con quienes había estado asociado durante su juventud: “¿Ustedes qué me aconsejan? ¿Cómo debo responderle a este pueblo que me dice: ‘Alívienos el yugo que su padre nos echó encima’?” (1 Rey. 12:9). Los jóvenes le aconsejaron que tratara severamente a los súbditos de su reino, y les hiciera comprender claramente desde el mismo principio que no estaba dispuesto a tolerar oposición alguna a sus deseos personales.

Así ocurrió que el día señalado, cuando “vino Jeroboán con todo el pueblo a Roboán” para que les declarara qué conducta se proponía seguir, Roboán “les respondió con brusquedad: Si mi padre les impuso un yugo pesado, ¡yo les aumentaré la carga! Si él los castigaba a ustedes con una vara, ¡yo lo haré con un látigo!” (vers. 12-14). La resolución que expresó de perpetuar e intensificar la opresión iniciada durante el reinado de Salomón estaba en conflicto directo con el plan de Dios para Israel, y dio al pueblo amplia ocasión de dudar de la sinceridad de sus motivos. En esa tentativa imprudente y cruel de ejercer el poder, el rey y sus consejeros escogidos revelaron el orgullo que sentían por el puesto y la autoridad.

A los muchos millares a quienes habían irritado las medidas opresivas tomadas durante el reinado de Salomón, les pareció que no podían hacer otra cosa que rebelarse contra la casa de David. “Cuando se dieron cuenta de que el rey no iba a hacerles caso, todos los israelitas exclamaron a una: ‘¡Pueblo de Israel, todos a sus casas! ¡Y tú, David, ocúpate de los tuyos! ¿Qué parte tenemos con David? ¿Qué herencia tenemos con el hijo de Isaí?’ ” (vers. 16).

La brecha creada por el discurso temerario de Roboán resultó irreparable. Las doce tribus de Israel quedaron divididas. Judá y Benjamín constituyeron el reino inferior o meridional, bajo el gobierno de Roboán. Las diez tribus norteñas formaron un gobierno separado, el reino de Israel, regido por Jeroboán. Así se cumplió la predicción del profeta concerniente a la división del reino, “por voluntad del Señor” (vers. 15).

Cuando Roboán vio que las diez tribus le negaban su obediencia, se sintió incitado a obrar. Mediante uno de los hombres influyentes de su reino, Adonirán, hizo un esfuerzo para conciliarlos. Pero “pero todos los israelitas lo mataron a pedradas”. Asombrado, “a duras penas logró el rey subir a su carro y escapar a Jerusalén” (vers. 18).

En Jerusalén, “movilizó a todas las familias de Judá y a la tribu de Benjamín, ciento ochenta mil guerreros selectos en total, para hacer la guerra contra Israel y así recuperar el reino. Pero la palabra de Dios vino a Semaías [...]. Así dice el Señor: ‘No vayan a luchar contra sus hermanos, los israelitas. Regrese cada uno a su casa, porque es mi voluntad que esto haya sucedido’. Y ellos obedecieron la palabra del Señor” )vers. 21-24).

Durante tres años Roboán procuró sacar provecho del triste experimento con que inició su reinado; y fue prosperado en este esfuerzo. Edificó ciudades para fortificar a Judá. “Así fortificó completamente todas las ciudades” (2 Crón. 11:5, 11, 12). Pero el secreto de la prosperidad de Judá durante los primeros años del reinado de Roboán se debía a que el pueblo reconocía a Dios como el Gobernante supremo, y esto ponía en terreno ventajoso a las tribus de Judá y Benjamín. Nos dice el relato: “Tras los levitas se fue gente de todas las tribus de Israel que con todo el corazón buscaba al Señor, Dios de Israel. Llegaron a Jerusalén para ofrecer sacrificios al Señor, Dios de sus antepasados. Así consolidaron el reino de Judá, y durante tres años apoyaron a Roboán hijo de Salomón y siguieron el buen ejemplo de David y Salomón” (vers. 16, 17).

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9789877980233
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