Kitabı oku: «Consejos sobre la salud», sayfa 10
Cómo preservar nuestra sensibilidad 27
Dios creó al hombre un poco inferior a los ángeles y le confirió atributos que, si son empleados correctamente, lo convertirán en una bendición para el mundo y lo impulsarán a dar la gloria al Dador. Pero si bien fue creado a la imagen de Dios, mediante la intemperancia ha quebrantado la ley de Dios. La intemperancia de cualquier clase adormece los órganos de la percepción y debilita el poder nervioso del cerebro de manera que las cosas eternas no son apreciadas, sino que son puestas en el mismo plano de lo común. Las facultades superiores de la mente, designadas para propósitos elevados, son esclavizadas por las pasiones más bajas. Si nuestros hábitos físicos no son correctos, nuestras facultades mentales y morales no pueden ser fuertes; porque existe una relación estrecha entre lo tísico y lo moral. El apóstol Pedro lo comprendía y elevó su voz de advertencia a sus hermanos: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Ped. 2:11)...
Los que han recibido luz en lo que concierne a comer y vestir con sencillez en obediencia a las leyes físicas y morales, y se han apartado de la luz que les señala su deber, también rehusarán cumplir su deber en otras cosas. Si endurecen su conciencia para evitar la cruz que deben llevar con el fin de estar en armonía con la ley natural, violarán los Diez Mandamientos para evitar el reproche. Algunos se niegan decididamente a cargar la cruz y a despreciar la vergüenza. Muchos abandonarán sus principios a causa de las burlas. La conformidad con el mundo está ganando terreno entre el pueblo de Dios, los que profesan ser peregrinos y extranjeros y dicen velar en espera de la aparición del Señor. Hay muchos entre los profesos observadores del sábado que están más firmemente atados a las modas y los placeres mundanos que a cuerpos y mentes saludables o corazones santificados...
Mediante las verdades señaladas para estos tiempos, el Señor está apartando a un pueblo del mundo y lo está purificando en Cristo. El orgullo y las modas no saludables, el amor a la ostentación y a la alabanza, todo debe ser dejado en el mundo si hemos de ser renovados en conocimiento a la imagen del Ser que nos creó. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14).
A un hermano
Dijo el ángel: “Absténgase de las lujurias de la carne que batallan contra el alma”. Ha vacilado en adoptar la reforma pro salud. Pareciera que para usted no es más que un agregado inútil de la verdad. No es así; forma parte de la verdad. Ante usted se presenta la obra más desafiante y más pesada que jamás se le haya presentado. Mientras titubea y desaprovecha la bendición que es su privilegio recibir, sufrirá gran pérdida.–Testimonios para la iglesia, t. 1, pág. 476 (1890).
7 Health Reformer, Agosto de 1866, t. 1, Nº 1.
8 Review and Herald, 1º de diciembre de 1896.
9 Testimonios para la iglesia, t. 2, págs. 317-321 (1869).
10 Review and Herald, 29 de julio de 1884.
11 Testimonios para la iglesia, t. 2, págs. 468-473 (1870).
12 Mensajes selectos, t. 2, págs. 520-529 (1865). Publicado originalmente en Health, or How to Live, parte 4, págs. 54-64.
13 Publicado originalmente en Health, or How to Live, parte 4, págs. 54-61; reproducido en Review and Herald, 5 y 12 de diciembre de 1899; y finalmente incorporado en Mensajes selectos, t. 2, págs. 520, 525-527.
14 Review and Herald, 25 de enero de 1881.
15 Testimonios para la iglesia, t. 3, págs. 71-74 (1871).
16 Testimonios para la iglesia, t. 2, págs. 339-342 (1868).
17 Review and Herald, 25 de julio de 1899.
18 Spiritual Gifts, t. 4, págs. 126-128 (1864).
19 Review and Herald, 25 de enero de 1881.
20 Testimonios para la iglesia, t. 3, págs. 623, 624 (1875).
21 Testimonios para la iglesia, t. 2, págs. 59, 60 (1868).
22 El ministerio de curación, págs. 88, 89 (1905).
23 El ministerio de curación, págs. 220-225 (1905).
24 Testimonios para la iglesia, t. 2, págs. 463-466 (1870).
25 Christian Temperance, págs. 64-66 (1890).
26 Review and Herald, 10 de junio de 1902.
27 Testimonios para la iglesia, t. 3, págs. 59-61 (1871).
Sección III: Dieta y salud
Relación de la dieta con la salud y la moral 28
Se nos ha concedido sólo una vida y cada uno debiera preguntarse: “¿Cómo puedo glorificar a Dios y beneficiar
a mis semejantes?” Porque la vida tiene valor únicamente si se la usa para alcanzar estos fines.
El desarrollo propio es un deber
El autodesarrollo es nuestra primera responsabilidad para con Dios y nuestros semejantes. Toda facultad que el Creador nos ha concedido debe ser desarrollada hasta alcanzar la plenitud de su capacidad, de tal manera que podamos realizar el mayor bien posible. Por tanto, el tiempo empleado en cultivar y preservar la salud física y mental está bien usado. No podemos darnos el lujo de impedir el crecimiento o debilitar alguna función del cuerpo o la mente. De lo contrario tendremos que sufrir las consecuencias.
Todo hombre tiene, en gran medida, la oportunidad de elegir su propio destino. Las bendiciones de esta vida y también las del estado inmortal se hallan a su alcance. Puede edificarse un carácter sólido y adquirir mayor fortaleza a cada paso del camino. Es posible avanzar diariamente en sabiduría y conocimiento, y descubrir nuevas delicias al progresar, añadiendo virtud sobre virtud, gracia sobre gracia. Las facultades mejorarán con el uso; mientras más sabiduría se obtenga, más aumentará la capacidad de aprendizaje. La inteligencia, el conocimiento y la virtud cobrarán mayor fortaleza y perfecta simetría.
Por otra parte, el hombre también puede permitir que sus talentos se enmohezcan por falta de uso, o que los malos hábitos los perviertan, y los corrompa la falta de dominio propio y de fortaleza moral y religiosa. Entonces su trayectoria será descendente; desobedecerá la ley de Dios y las leyes de la salud. El apetito lo dominará y se dejará llevar por sus inclinaciones. Le resultará más fácil permitir que los poderes del mal, que siempre están activos, lo arrastren, antes que batallar contra ellos e ir hacia adelante. La disipación, le enfermedad y la muerte vendrán como consecuencia. Esta es la historia de muchas vidas que habrían podido ser de gran utilidad en la causa de Dios y de la humanidad.
La tentación del apetito
Una de las tentaciones más fuertes que el hombre tiene que soportar es la del apetito. En el principio el Señor creó al hombre perfecto. Fue creado con una mente perfectamente equilibrada, y todos sus órganos estaban desarrollados armoniosamente, tanto en tamaño como en fuerza. Pero debido a las seducciones del astuto enemigo, la prohibición de Dios fue desobedecida y las leyes de la naturaleza produjeron el pleno castigo de su transgresión.
A Adán y Eva se les permitió comer de todos los árboles de su hogar edénico, con excepción de uno. El Señor dijo a la santa pareja: “El día que coman del árbol del bien y del mal, ciertamente morirán” [Gén. 2:17]. Eva fue seducida por la serpiente y creyó que Dios no actuaría con ellos como había dicho. Ella comió y, creyendo que experimentaría una sensación de vida nueva y más exaltada, llevó el fruto a su esposo. La serpiente había dicho que no morirían, y Eva no sintió ningún malestar al comer la fruta, nada que pudiera considerar como muerte; al contrario, experimentó una sensación agradable, lo cual imaginó ser lo que los ángeles sentían. Aunque la acción de Eva era contraria al mandato explícito de Jehová, Adán mismo fue seducido por ella.
Tal es el caso aún en el mundo religioso. Los mandatos expresos de Dios se transgreden y, “por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal” (Ecl. 8:11). Hay hombres y mujeres que seguirán sus propias inclinaciones, aún frente a las más claras órdenes de Dios, y luego se atreverán a orar sobre el asunto pidiéndole a Dios que les permita continuar en dirección contraria a su voluntad. Satanás se acerca a tales personas, tal como lo hizo con Eva en el Edén, y ejerce su influencia sobre ellas. Porque experimentan ciertas emociones, estas personas creen estar teniendo una maravillosa experiencia con Dios. Pero una experiencia verdadera estará en armonía con las leyes naturales y divinas; la experiencia falsa es contraria a las leyes de la vida y los preceptos de Jehová.
El apetito controló a los antediluvianos
Desde la primera derrota frente al apetito, la humanidad se ha vuelto más y más complaciente, hasta que la salud ha sido sacrificada sobre los altares del apetito. Los habitantes del mundo antediluviano eran intemperantes en la comida y la bebida. Consumían carne a pesar de que en ese tiempo Dios todavía no había dado permiso al hombre para alimentarse de animales. Continuaron su forma pervertida de comer y beber hasta que la complacencia de sus apetitos depravados no tuvo límite; tanta fue su corrupción que Dios no pudo soportar más. Su copa de iniquidad estaba colmada y Dios purificó la Tierra de su contaminación moral mediante el diluvio.
Intemperancia después del diluvio
Al multiplicarse los hombres sobre la faz de la Tierra después del diluvio, nuevamente se olvidaron de Dios y corrompieron sus caminos delante de él. Aumentó la intemperancia en todas sus formas, hasta que casi todo el mundo había caído en sus garras. Hay ciudades enteras que han sido barridas de sobre la faz de la Tierra por sus crímenes perversos y por la iniquidad que las convirtió en manchas sobre el inmaculado campo de las obras creadas por Dios. La gratificación de los apetitos pervertidos condujo a los hombres a los pecados que causaron la destrucción de Sodoma y Gomorra. Dios señala la glotonería y la embriaguez como la causa de la caída de Babilonia. La indulgencia del apetito y las pasiones fue la base de todos sus pecados.
La experiencia de Esaú
Esaú deseaba insistentemente un tipo de comida especial, y había complacido su apetito por tanto tiempo que no vio la necesidad de rehusar el platillo tentador. Permitió que su imaginación acariciara ese platillo hasta que el poder del apetito arrasó toda otra consideración y lo controló. Pensó que sufriría grandes inconvenientes y probablemente moriría si no conseguía ese guisado particular [Gén. 25:32]. Mientras más lo pensaba, más se fortalecía su deseo, hasta que la primogenitura perdió su valor y santidad ante sus ojos y la cambió por un plato de lentejas. Esaú pensó que podía disponer de su primogenitura a su antojo, pero cuando trató de recuperarla, aun a base de gran sacrificio, sus esfuerzos fueron inútiles. Entonces se arrepintió amargamente de su impulsividad, su tontería, su locura; pero todo fue en vano. Había considerado su bendición muy livianamente y el Señor se la quitó para siempre.
Isr ael deseó las ollas de Egipto
Cuando el Dios de Israel sacó a su pueblo de Egipto les quitó la carne de su alimentación, pero les proveyó pan del cielo y agua de la roca. Pero no se satisficieron con eso. Aborrecieron la comida que se les dio y desearon estar de regreso en Egipto, donde podían disfrutar de las ollas de carne.
Prefirieron soportar la esclavitud, y aun la muerte, con tal de que no se los privara de la carne. Dios les concedió su deseo y los dejó comer carne hasta que su glotonería produjo una plaga de la cual murieron muchos de ellos.
Puede citarse ejemplo tras ejemplo para mostrar los efectos que produce el dejarse dominar por el apetito. A nuestros primeros padres les pareció asunto de poca importancia la transgresión del mandamiento de Dios referente a no comer de un árbol que era muy bello en apariencia y cuyo fruto tenía un sabor tan agradable, pero quebrantaron su alianza con Dios y abrieron las puertas a un diluvio de culpabilidad y calamidad que inundó al mundo.
La intemperancia y el crimen
El crimen y la enfermedad han ido en aumento con cada generación. La intemperancia en el comer y el beber, y la indulgencia de las bajas pasiones han embotado las más nobles facultades del hombre. La razón, en vez de dominar, ha sido esclava del apetito en forma alarmante. El apetito creciente por comidas elaboradas se ha complacido hasta que se ha hecho costumbre atiborrar el estómago con toda clase de platillos. El apetito se satisface sin medida en las fiestas de placer. A altas horas de la noche se sirven meriendas sazonadas y cenas compuestas de carnes condimentadas con salsas pesadas, pasteles, helados, té, café, etc. No es de sorprenderse que la gente que practica este tipo de alimentación sea de complexión pálida y sufra de trastornos digestivos.
La naturaleza emitirá su voz de protesta en contra de toda transgresión de las leyes de la vida. Soporta los abusos hasta cierto límite pero la retribución finalmente llega y se deja sentir sobre las facultades físicas y mentales. Y estos efectos negativos no terminan con el transgresor, sino que las consecuencias de su indulgencia son visibles en su descendencia, y así la maldad se transmite de generación a generación.
Nuest ra juventud carece de control propio
Los jóvenes de la actualidad son un índice seguro del futuro de la sociedad; y al observarlos, ¿qué podemos esperar del futuro? La mayoría prefiere las diversiones antes que el trabajo. Les falta valor moral para negarse a sí mismos y responder al llamado del deber. Carecen de control propio y se dejan dominar por la ira ante la más leve provocación. Muchos viven sin principios y son insensibles a los dictados de su conciencia; y con sus hábitos de ocio y derroche se apresuran a participar en toda suerte de vicios y de este modo corrompen la sociedad, convirtiendo a nuestro mundo en una segunda Sodoma. Si los apetitos y las pasiones estuvieran bajo el control de la razón y la religión nuestra sociedad ofrecería un aspecto completamente diferente. Nunca fue el deseo de Dios que las condiciones actuales existieran. Se han producido debido a la flagrante violación de las leyes de la naturaleza.
El carácter se forma en gran medida durante los primeros años de la existencia. Los hábitos establecidos en la infancia tienen mayor influencia que cualquier don natural en la formación de hombres de gran intelecto o de enanos intelectuales, porque los hábitos incorrectos pueden distorsionar y debilitar los mejores talentos. Mientras más temprano en la vida una persona adopte hábitos dañinos, más firmemente será dominada por ellos y más ciertamente afectarán su espiritualidad. Al contrario si se forman hábitos correctos y virtuosos en la juventud, generalmente marcarán el rumbo de la vida de quien los posee. En la mayoría de los casos se encontrará que las personas que temen a Dios y hacen lo correcto en sus años ulteriores, aprendieron esa lección antes que el mundo estampara su imagen de pecado en el alma. Los de edad madura generalmente son tan insensibles a nuevas impresiones como la roca endurecida; pero la juventud es impresionable. Este es el tiempo para adquirir los conocimientos que se practicarán diariamente a través de la vida; durante estos años puede formarse fácilmente un carácter correcto; es la época para establecer buenos hábitos, y para adquirir y mantener la capacidad del dominio propio. La juventud es el tiempo de la siembra, y la semilla sembrada determina la cosecha para esta vida y la venidera.
La responsabilidad de los padres
El primer objetivo de los padres consistirá en la adquisición de conocimientos relativos a la forma correcta de criar a sus hijos, de tal manera que puedan asegurarles cuerpo y mente sanos. Deben practicarse los principios de la temperancia en todos los detalles de la vida hogareña.
La negación del yo debe ser enseñada a los hijos y practicada en forma consistente desde la niñez. Enséñeseles a los pequeños que deben comer para vivir y no vivir para comer; que el apetito debe ser controlado por la voluntad, y que la voluntad debe ser controlada por un raciocinio inteligente y sereno.
Si los padres han transmitido a sus hijos tendencias que hacen más difícil la labor de educarlos de manera que sean estrictamente temperantes, y que cultiven hábitos puros y virtuosos, ¡cuán solemne es su responsabilidad de contrarrestar esas tendencias recurriendo a todos los medios a su alcance! Con cuánta diligencia debieran luchar para cumplir con su deber hacia sus desafortunados hijos. A los padres se les ha confiado el sagrado deber de salvaguardar la condición física y moral de sus hijos. Las personas que gratifican el apetito de un niño y no le enseñan a controlar sus pasiones, podrán ver después en el esclavo del tabaco o el bebedor de licor –con los sentidos adormecidos y cuyos labios pronuncian falsedad y profanidad– el terrible error que han cometido.
Es imposible que quienes dan rienda suelta al apetito alcancen la perfección cristiana. Las sensibilidades morales de los hijos no pueden ser despertadas fácilmente a menos que se ejerza cuidado en la selección de sus alimentos. Muchas madres sirven una mesa que constituye una verdadera trampa para la familia. Carnes, manteca, queso, pasteles de difícil digestión, comidas condimentadas y aliños son ingeridos igualmente por adultos y jóvenes. Estas cosas realizan su labor de perturbar el estómago, excitar los nervios y debilitar el intelecto. Los órganos productores de sangre no pueden convertir tales comidas en buena sangre. La grasa cocinada en los alimentos dificulta la digestión. El efecto del queso es dañino. El pan de harina refinada no imparte al sistema los nutrientes que se encuentran en el pan de harina integral. Su uso regular no mantendrá al sistema en óptimas condiciones. Las especias irritan la delicada mucosa del estómago y destruyen su sensibilidad. La sangre se afiebra y las propensiones animales se despiertan, mientras que las facultades morales e intelectuales se debilitan y llegan a ser dominadas por las más bajas pasiones.
La madre debiera aprender a presentar una alimentación sencilla, a la vez que nutritiva, ante su familia. Dios ha provisto al hombre suficientes medios para la satisfacción de un apetito no pervertido; y le ha concedido los productos de la tierra: una abundante variedad de alimentos agradables al paladar y nutritivos para el organismo. Nuestro bondadoso Padre celestial dice que podemos comer libremente de éstos. Las frutas, los granos y vegetales, preparados de una manera sencilla, sin especias ni grasa de ninguna clase, complementados con leche o crema, constituyen el régimen más saludable. Imparten alimento al cuerpo y proporcionan poder de resistencia y vigor del intelecto, no producidos por un régimen estimulante.