Kitabı oku: «Consejos sobre la salud», sayfa 8

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La contaminación del tabaco, una ofensa para Dios

A los sacerdotes que administraban las cosas sagradas, para que no profanaran el santuario, se les ordenaba lavarse los pies y las manos antes de entrar en el tabernáculo, a la presencia de Dios, para intervenir por Israel. Si los sacerdotes hubieran en­trado en el santuario con sus bocas contaminadas con tabaco, sin lugar a dudas habrían corrido la misma suerte de Nadab y Abiú. Y a pesar de eso, hay profesos cristianos que se postran a adorar a Dios en sus cultos familiares con sus bocas sucias con la inmundicia del tabaco...

Se requiere una estricta limpieza

Algunos hombres que han sido apartados por la imposición de las manos para administrar las cosas sagradas, a menudo pasan al púlpito con sus bocas contaminadas, sus la­bios manchados y el aliento mancillado por el tabaco. Deben hablar a la gente en lugar de Cristo. ¿Cómo podría un Dios santo aceptar un servicio tal, cuando exigía que los sacerdo­tes de Israel realizaran preparativos tan especiales antes de llegar delante de su presencia, para no ser consumidos por su infinita santidad por deshonrarlo, como en el caso de Nadab y Abiú? Estos ministros pueden tener la seguridad de que el poderoso Dios de Israel es todavía un Dios de limpieza. Ellos profesan servir a Dios mientras practican la idolatría y hacen un dios de sus propios apetitos. El tabaco es su ídolo acariciado, y a él le rinden toda clase de sagrada y alta con­sideración. Profesan adorar a Dios a la vez que quebrantan el primer mandamiento. Tienen dioses ajenos delante del Señor. “Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” (Isa. 52:11).

Dios requiere hoy la misma limpieza del cuerpo y pureza del corazón que le exigía al pueblo de Israel. Si Dios era tan estricto acerca de la limpieza con ese pueblo que peregrinaba por el desierto, que pasaba casi todo el tiempo al aire libre, no requerirá menos de nosotros que vivimos en casas techadas, donde las impurezas son más evidentes, y nos hallamos some­tidos a una influencia más insalubre.

Usar tabaco es contrario a la piedad 19

Cuando contemplo a hombres que pretenden gozar de la ben­dición de una santificación completa mientras son esclavos del tabaco, que escupen y ensucian todo lo que se halla a su alrede­dor, me pregunto: ¿Qué aspecto ofrecería el cielo si se permitie­ra entrar en él a los que usan tabaco? Los labios de quienes pro­nunciaran el precioso nombre de Cristo estarían contaminados por el uso del tabaco, saturados de un aliento maloliente y aun el lino de las vestimentas se hallaría impregnado. La persona que ama un ambiente corrompido, está corrompida por dentro. Lo que se ve por fuera indica lo que hay adentro.

Hay hombres que profesan santidad pero ofrecen su cuerpo sobre el altar de Satanás, y le queman el incienso del tabaco a su satánica majestad. ¿Parece demasiado severa esta declara­ción? La ofrenda debe ofrecerse a alguna deidad. Puesto que Dios es puro y santo, y jamás aceptará nada que degrade su ca­rácter, no puede menos que rechazar este sacrificio inmundo, costoso y profano. Por tanto concluimos que es Satanás quien acepta el honor [Lev. 10:1, 2].

El hombre es pr opiedad de Cristo

Jesús sufrió la muerte para rescatar al hombre de las garras de Satanás. Vino para ponernos en libertad por medio de la sangre de su sacrificio expiatorio. El hombre que haya aceptado per­tenecer a Jesucristo, y cuyo cuerpo sea un templo del Espíritu Santo, no se dejará esclavizar por el terrible vicio del tabaco. Sus facultades pertenecen a Cristo, quien lo compró por un precio de sangre. Lo que posee pertenece al Señor. Entonces, ¿cómo pue­de ser inocente si gasta cotidianamente el dinero, que el Señor le ha confiado, para satisfacer un apetito que no es natural?

Triste despilfarro del dinero

Una enorme suma de dinero se derrocha anualmente en la complacencia de este vicio, mientras las almas perecen nece­sitadas de la Palabra de vida. ¿Cómo pueden los cristianos que entienden bien este problema continuar robándole a Dios los diezmos y las ofrendas que se usan para el sostén del evangelio, mientras ofrecen sobre el altar del placer destructivo del tabaco más de lo que dan para socorrer a los pobres o suplir las nece­sidades de la causa de Dios? Si esas personas fueran verdadera­mente santificadas, ganarían la victoria sobre cada inclinación perjudicial. Entonces todos esos gastos innecesarios se canali­zarían hacia la tesorería del Señor, y los cristianos tomarían la delantera en el campo de la abnegación, el sacrificio propio y la temperancia. Entonces llegarían a ser la luz del mundo...

La capacidad natural de percepción se entorpece

Al fumador todo le parece desagradable e insípido si no sa­tisface su vicio favorito. El uso del tabaco entorpece de tal ma­nera la capacidad natural de percepción del cuerpo y la mente, que la persona se vuelve insensible a la influencia del Espíritu de Dios. Cuando le falta su estimulante habitual, el alma y el cuerpo del fumador experimentan un hambre ansiosa, no por la justicia y la santidad de la presencia divina, sino por su ídolo acariciado. Al satisfacer sus apetitos pervertidos los cristianos profesos debilitan diariamente sus facultades haciendo impo­sible de esa manera que puedan glorificar a Dios.

Veneno engañoso

El tabaco es uno de los venenos más engañosos y dañinos que existen; y ejerce una influencia estimulante primero y luego de­presiva sobre los nervios del cuerpo. Es tanto más peligroso cuan­to que sus efectos sobre el sistema son muy lentos y casi imper­ceptibles al principio. Multitudes han llegado a ser víctimas de su maléfica Influencia.–Spiritual Gifts, t. 4, pág. 128 (1864).

Abstinencia de narcóticos 20

Nuestro pueblo retrocede constantemente en lo que se refiere a la reforma de la salud. Satanás sabe que no puede ejercer el mismo control sobre ellos como lo tiene cuando ceden a sus apetitos. La conciencia se embota, la mente se anubla y dismi­nuye su susceptibilidad a ser impresionada, cuando se está bajo la influencia de alimentos dañinos. Pero la culpa del transgresor no se atenúa porque su conciencia violada se halle adormecida.

Satanás se ocupa en corromper las mentes y destruir a las almas con sus tentaciones insidiosas. ¿Comprenderá el pueblo de Dios lo que significa la complacencia de un apetito perver­tido? ¿Abandonará el uso de té, café, carnes y todo alimento estimulante, y en cambio dedicará a la predicación de la ver­dad el dinero que gastaría en la complacencia de estos apeti­tos perjudiciales? Estos estimulantes sólo causan daño, y sin embargo vemos que muchos que profesan ser cristianos usan el tabaco. Estas mismas personas, mientras deploran los males de la intemperancia y hablan contra el uso del licor, escupen a cada rato el jugo del tabaco que están mascando. Puesto que el estado saludable de la mente depende del funcionamiento nor­mal de las facultades vitales, cuánto cuidado debiera ejercerse en evitar el uso de todo narcótico y estimulante.

El tabaco es un veneno lento e insidioso, y eliminar sus efectos del organismo es más difícil que los del alcohol. ¿Qué poder puede ejercer un adicto al tabaco contra los ataques de la intemperancia? Debe producirse una revolución contra el tabaco en el mundo antes que pueda aplicarse el hacha a la raíz del árbol. Vayamos todavía un poco más lejos. El consu­mo de té y café estimula el apetito que se tiene por estimulan­tes más fuertes, como el tabaco y el licor. Pero consideremos el asunto aún más de cerca y examinemos las comidas que se sirven diariamente en los hogares de los cristianos. ¿Se practi­ca en ellos la temperancia en todas las cosas? ¿Se promueven allí las reformas que son tan esenciales para la buena salud y la felicidad? Cada verdadero cristiano ejercerá control sobre sus apetitos y pasiones. Si no es capaz de librarse del yugo del apetito que lo esclaviza, no puede ser un siervo de Cristo verdadero y obediente. Es la complacencia de los apetitos y las pasiones lo que impide que la verdad surta efecto alguno sobre el corazón. Es imposible que el espíritu y el poder de la verdad santifiquen el cuerpo, el alma y el espíritu de una persona que se halla controlada por el apetito y la pasión.

Dominio propio y oración

Cuando Cristo se veía más fieramente asediado por la ten­tación, no comía. Se entregaba a Dios, y gracias a su ferviente oración y perfecta sumisión a la voluntad de su Padre salía vencedor [Luc. 4:2]. Sobre todos los demás cristianos profe­sos, los que aceptan la verdad para estos últimos días debieran imitar a su gran Ejemplo en lo que a la oración se refiere...

Jesús pedía fuerza a su Padre con fervor. El divino Hijo de Dios la consideraba de más valor que el sentarse ante la mesa más lujosa. Demostró que la oración es esencial para recibir fuerzas con que contender contra las potestades de las tinieblas y hacer la obra que se nos ha encomendado. Nuestra propia fuerza es debilidad, pero la que Dios concede es poderosa, y hará más que vencedor a todo aquel que la obtenga.–Testimo­nios para la iglesia, t. 2, pág. 183 (1869).

Efectos malignos del té y el café 21

El consumo de té y café también perjudica el organismo. Hasta cierto punto, el té intoxica. Penetra en la circulación y re­duce gradualmente la energía del cuerpo y la mente. Estimula, excita, aviva y apresura el movimiento de la maquinaria vi­viente, imponiéndole una actividad antinatural, y da al que lo bebe la impresión de que le ha hecho un gran servicio infun­diéndole fuerza. Esto es un error. El té substrae energía nervio­sa y debilita muchísimo. Cuando desapareció su influencia y cesa la actividad estimulada por su uso, ¿cuál es el resultado? Una languidez y debilidad que corresponden a la vivacidad artificial que impartiera el té.

Cuando el organismo está ya recargado y necesita reposo, el consumo de té acicatea la naturaleza, la estimula a cumplir una acción antinatural y por tanto disminuye su poder para ha­cer su trabajo y su capacidad de resistencia; y las facultades se agotan antes de lo que el Cielo quería. El té es venenoso para el organismo. Los cristianos deben abandonarlo.

La influencia del café es hasta cierto punto la misma que la del té, pero su efecto sobre el organismo es aún peor. Es excitante, y, en la medida en que lo eleve a uno por encima de lo normal, lo dejará finalmente agotado y postrado por debajo de lo normal. A los que beben té y café los denuncia su rostro. Su piel pierde el color y parece sin vida. No se advierte en el rostro el resplandor de la salud.

El té y el café carecen de valores nutritivos

El té y el café no nutren el organismo. Alivian repentina­mente, antes que el estómago haya tenido tiempo de digerirlos. Esto demuestra que aquello que los consumidores de estos es­timulantes llaman fuerza, en realidad proviene de la excitación de los nervios del estómago, el cual transmite la irritación al cerebro, y éste a su vez es impelido a aumentar la actividad del corazón y a infundir una energía de corta duración a todo el or­ganismo. Todo esto es fuerza falsa, cuyos resultados ulteriores dejan en peor condición, pues no imparten ni una sola partícula de fuerza natural. El segundo efecto de beber té es dolor de cabeza, insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, tem­blor nervioso y muchos otros males.

La indulgencia le disgusta a Dios

“Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agrada­ble a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1). Dios requiere un sacrificio vivo, no uno moribundo ni muerto. Cuando nos demos cuenta de lo que Dios nos pide, entonces comprenderemos que nos exige ser temperantes en todas las cosas. El propósito de nuestra creación es que glorifiquemos a Dios en nuestro cuerpo y espíritu, los cuales son de Dios. ¿Cómo podremos lograr este cometido si gratificamos el apeti­to en detrimento de nuestras facultades físicas y morales? Dios nos pide que le rindamos nuestro cuerpo como un sacrificio vivo. Por tanto, nuestro deber es mantener nuestro cuerpo en la condición más saludable para que podamos cumplir con sus requisitos. “Si, pues, coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, ha­cedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor. 10:31).

Evitar el uso de drogas venenosas 22

Una práctica que prepara el terreno para un gran acopio de enfermedades y de males aun peores es el libre uso de drogas venenosas. Cuando se sienten atacados por alguna enferme­dad, muchos no quieren darse el trabajo de buscar la causa. Su principal afán es liberarse del dolor y las molestias. Por tanto, recurren a específicos, cuyas propiedades apenas conocen, o acuden al médico para conseguir algún remedio que contra­rreste las consecuencias de su mal proceder, pero no piensan en modificar sus hábitos no saludables. Si no consiguen alivio inmediato, prueban otro medicamento y después otro. Y así continúa el mal.

Las drogas no curan la enfermedad

Hay que enseñar a la gente que las drogas no curan la enfer­medad. Es cierto que a veces proporcionan algún momentáneo alivio inmediato, y el paciente parece recobrarse como resultado de su uso, pero en realidad se debe a que la naturaleza posee fuerza vital suficiente para expeler el veneno y corregir las con­diciones causantes de la enfermedad. Se recobra la salud a pesar de la droga, que en la mayoría de los casos sólo cambia la forma y el foco de la enfermedad. Muchas veces el efecto del veneno parece quedar neutralizado por algún tiempo, pero los resultados permanecen en el organismo y producen un gran daño ulterior.

Por causa del uso de drogas venenosas muchos se acarrean enfermedades para toda la vida, y se malogran muchas exis­tencias que hubieran podido salvarse mediante los métodos naturales de curación. Los venenos contenidos en los muchos así llamados remedios crean hábitos y apetitos que labran la ruina del alma y el cuerpo. Muchos de los específicos popula­res llamados medicamentos patentados, y aun algunas de las drogas recetadas por médicos, contribuyen a que se contraigan los vicios del alcoholismo, el opio y la morfina, que son una terrible maldición para la sociedad.

El poder restaurador de la naturaleza

La única esperanza para mejorar la situación estriba en edu­car a la gente en los principios correctos. Enseñen los médicos que el poder curativo no está en las drogas sino en la naturale­za. La enfermedad es un esfuerzo de la naturaleza para librar al organismo de las condiciones resultantes de una violación de las leyes de la salud. En caso de enfermedad hay que inda­gar la causa. Deben cambiarse las condiciones antihigiénicas y corregirse los hábitos erróneos. Después hay que ayudar a la naturaleza en sus esfuerzos por eliminar las impurezas y resta­blecer las condiciones correctas en el organismo.

Los remedios naturales

El aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un régimen alimentario conveniente, el agua y la confianza en el poder divino son los remedios verdaderos. Todos debieran conocer los agentes que la naturaleza provee como remedios y saber aplicarlos. Es de suma importancia darse cuenta exacta de los principios implicados en el tratamiento de los enfermos, y recibir una instrucción práctica que lo habilite a uno para hacer uso correcto de esos conocimientos.

El empleo de remedios naturales requiere una cierta canti­dad de cuidados y esfuerzos que muchos no quieren realizar. El proceso natural de curación y reconstitución es gradual y les parece lento a los impacientes. El renunciar a la satis­facción dañina de los apetitos impone sacrificios. Pero al fin se verá que, si no se le pone trabas, la naturaleza desempeña su obra con acierto y bien. Los que perseveren en obedecer sus leyes encontrarán recompensa en la salud del cuerpo y la mente.

Vestir saludablemente 23

En todo sentido debemos vestir conforme a la higiene. “Sobre todas las cosas”, Dios quiere que tengamos salud tanto del cuerpo como del alma [3 Juan 2]. Debemos colaborar con Dios para asegurar esa salud de alma y cuerpo. Ambos se lo­gran gracias a la ropa saludable...

El enemigo de todo lo bueno fue quien instigó el invento de modas en permanente cambio. No desea otra cosa que causar perjuicio y deshonra a Dios al labrar la ruina y miseria de los seres humanos. Uno de los medios más eficaces para lograr esto lo constituyen los ardides de la moda, que debilitan el cuerpo y la mente y empequeñecen el alma.

Las mujeres están sujetas a graves enfermedades, y sus dolencias empeoran en gran manera por el modo de vestirse. En vez de conservar su salud para las contingencias que se­guramente han de venir, demasiado a menudo sacrifican con sus malos hábitos no sólo la salud sino la vida, y dejan a sus hijos una herencia de infortunio en una constitución arruina­da, hábitos pervertidos y falsas ideas acerca de la vida.

Uno de los disparates más dispendiosos y perjudiciales de la moda es la falda que barre el suelo. Sucia, incomoda, incon­veniente y malsana; todo esto y mucho más puede decirse de la falda rastrera. Es costosa, no sólo por la cantidad de género superfluo que entra en su confección, sino porque se desgasta innecesariamente por ser muy larga. Cualquiera que haya visto a una mujer así ataviada, con las manos llenas de paquetes, intentando subir o bajar escaleras, trepar a un tranvía, abrirse paso por entre la muchedumbre, andar por suelo encharcado o camino cenagoso, no necesita más pruebas para convencerse de la inconveniencia de la falda larga.

Otro grave mal es que las caderas sostengan el peso de la falda. Este gran peso, al oprimir los órganos internos, los arras­tra hacia abajo, por lo que causa debilidad del estómago y una sensación de cansancio, que crea en la víctima una propensión a encorvarse, que oprime aún más los pulmones y dificulta la respiración correcta.

En estos últimos años los peligros que resultan de la com­presión de la cintura han sido tan discutidos que pocas personas pueden alegar ignorancia sobre el particular; y sin embargo, tan grande es el poder de la moda que el mal sigue adelante. Por causa de esta práctica, ¡cuán incalculable daño se hacen las mujeres! Es de suma importancia para la salud que el pecho disponga de sitio suficiente para su completa expansión y los pulmones puedan inspirar completamente, pues cuando están oprimidos disminuye la cantidad de oxígeno que inhalan. La sangre resulta insuficientemente vitalizada, y las materias tóxi­cas del desgaste, que deberían ser eliminadas por los pulmones, quedan en el organismo. Además, la circulación se entorpece, y los órganos internos quedan tan oprimidos y desplazados de su lugar que no pueden funcionar debidamente.

El corsé apretado no embellece la figura. Uno de los principales elementos de la belleza física es la simetría, la propor­ción armónica de los miembros. Y el modelo correcto para el desarrollo físico no se encuentra en los figurines de los modis­tos franceses, sino en la forma humana tal como se desarrolla según las leyes de Dios en la naturaleza. Dios es autor de toda belleza, y sólo en la medida en que nos conformemos a su ideal nos acercaremos a la norma de la verdadera belleza.

Otro mal fomentado por la costumbre es la distribución desigual de la ropa, de modo que mientras ciertas partes del cuerpo llevan un exceso de ropa, otras quedan insuficientemente abrigadas. Los pies, las piernas y los brazos, por estar más alejados de los órganos vitales, deberían ir mejor abriga­dos. Es imposible disfrutar buena salud con las extremidades siempre frías, pues si en ellas hay poca sangre, habrá demasia­da en otras partes del cuerpo. La perfecta salud requiere una perfecta circulación; pero ésta no se consigue llevando en el tronco, donde están los órganos vitales, tres o cuatro veces más ropa que en las extremidades.

Un sinnúmero de mujeres está nerviosa y agobiada por­que se priva del aire puro que le purificaría la sangre, y de la soltura de movimientos que aumentaría la circulación por las venas para beneficio de la vida, la salud y la energía. Muchas mujeres han contraído una invalidez crónica, cuando hubie­ran podido gozar salud, y muchas han muerto de consunción y otras enfermedades cuando hubieran podido alcanzar el término natural de su vida, si se hubiesen vestido conforme a los principios de la salud y hubiesen hecho abundante ejer­cicio al aire libre.

Para conseguir la ropa más saludable hay que estudiar con mucho cuidado las necesidades de cada parte del cuerpo y te­ner en cuenta el clima, el ambiente donde se vive, el estado de salud, la edad y la ocupación. Cada prenda de indumentaria debe sentar holgadamente, sin entorpecer la circulación de la sangre ni la respiración libre, completa y natural. Todas las prendas han de estar lo bastante holgadas para que al levantar los brazos se levante también la ropa.

Las mujeres carentes de salud pueden mejorar mucho su estado merced a un modo de vestir razonable y al ejercicio. Vestidas convenientemente para la recreación fuera de casa, hagan ejercicio al aire libre, primero con mucho cuidado, pero aumentando la cantidad de ejercicio conforme aumente su re­sistencia. De este modo muchas podrán recobrar la salud y vi­vir para desempeñar su parte en la obra del mundo.

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