Kitabı oku: «Consejos sobre la salud», sayfa 7

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Evitar la glotonería

Hay muchos que son incapaces de controlar sus apetitos y se dejan arrastrar por sus deseos a expensas de su propia salud. Como resultado de su intemperancia, el cerebro se entorpece, los pensamientos se aletargan y dejan de realizar lo que ha­brían podido hacer si hubieran sido abnegados y abstemios. Las personas intemperantes le roban a Dios las energías físicas y mentales que podrían haber consagrado a su servicio si hu­biesen sido temperantes en todas las cosas...

La Palabra de Dios coloca la glotonería al mismo nivel que el pecado de la borrachera. Este pecado era tan ofensi­vo a la vista de Dios, que le ordenó a Moisés que cualquier muchacho que se rebelara y no permitiera el control de sus apetitos –es decir, que comiera rebelde y glotonamente todo lo que se le antojara– debía ser llevado por sus padres ante los gobernantes de Israel para ser apedreado. La persona glo­tona era considerada como un caso perdido. No era útil para los demás y constituía una maldición para sí misma. A esa persona no se le confiaba ninguna responsabilidad, porque su influencia sería perjudicial para los demás, y el mundo lo pasaría mejor librándose de un individuo que sólo lograría perpetuar sus terribles defectos.

Ninguna persona consciente de su responsabilidad ante Dios permitiría que los instintos animales controlen su racio­cinio. Los que actúan de esta manera no son verdaderos cristia­nos, no importa quiénes sean ni cuán elevada sea su posición. El consejo de Cristo es: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:48). Por medio de estas palabras nos enseña que podemos ser tan perfectos en nuestra esfera como lo es Dios en la suya.–Testi­monios para la iglesia, t. 4, págs. 445, 446 (1880).

Lecciones de la experiencia de Juan el Bautista 15

Por mucho tiempo el Señor ha estado llamando la atención de su pueblo en cuanto a la reforma de la salud. Esta obra constituye una de las ramas principales en la preparación para la segunda venida del Hijo del Hombre.

Juan el Bautista avanzó con el espíritu y el poder de Elías para aparejar el camino del Señor y encaminar a los hombres por el sendero de la sabiduría de los justos. Fue un prototipo de quienes vivirían en los últimos días con el cometido divino de proclamar a la gente las verdades sagradas, con el fin de pre­parar el camino para la segunda venida de Cristo. Juan fue un reformador. El ángel Gabriel, al descender del cielo, pronunció un discurso sobre salud a los padres de Juan. Les dijo que no debía beber vino ni otras bebidas fuertes, y que debía ser lleno del Espíritu Santo desde su mismo nacimiento [Juan 1:6].

Juan se separó de sus amistades y los lujos mundanales. La sencillez de su indumentaria, una vestimenta fabricada de pelos de camello, fue una aguda reprensión para la extra­vagancia ostentosa de los sacerdotes judíos, así como para los demás. Su alimentación completamente vegetariana, de algarrobas y miel silvestre, constituía una reprensión contra la complacencia de los apetitos y la glotonería prevaleciente por doquiera.

El profeta Malaquías declara: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (Mal. 4:5, 6). Aquí el profeta describe el carácter del trabajo que debe realizarse. Los que lleven a cabo la obra de preparar el ca­mino para la segunda venida de Cristo están representados por el fiel Elías, así como Juan vino con el espíritu de Elías para preparar el camino del primer advenimiento de Cristo. El gran tema de la reforma debe presentarse ante el mundo y la mente de la gente debe ser impresionada. El mensaje debe caracterizarse por la práctica de la temperancia en to­das las cosas, para que el pueblo de Dios se vuelva de su idolatría, de su glotonería y de su extravagancia en el vestir y otros asuntos.

La abnegación, la humildad y la temperancia que Dios requiere de los justos, a quienes dirige y bendice de manera especial, deben ser presentadas a las gentes en contraste con los hábitos extravagantes y destructivos de quienes viven en esta época depravada. Dios nos ha mostrado que la reforma de la salud está conectada tan estrechamente con el mensaje del tercer ángel como lo está la mano con el cuerpo. En nin­guna parte se encuentra mayor causa de decadencia moral y física como en el descuido de este importante tema. Los que dan rienda suelta a los apetitos y pasiones y cierran los ojos a la luz por temor a descubrir complacencias pecaminosas que no desean abandonar, son culpables ante los ojos de Dios. Quienquiera que rechaza la luz que se le da sobre un asunto, predispone su corazón para rechazar de la luz sobre otros. El que viola las obligaciones morales relacionadas con la comida y la vestimenta, prepara el camino para quebrantar las exigencias divinas que tienen que ver con los intereses eternos.

Nuestro cuerpo no nos pertenece. Dios tiene el derecho de exigir que cuidemos de la habitación que nos ha dado, con el fin de que presentemos nuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Nuestro cuerpo le pertenece al Dios que nos creó, y nosotros estamos moralmente obligados a aprender la mejor forma de preservarlos de la enfermedad [1 Cor. 6:19, 20]. Si debilitamos nuestro cuerpo a causa de la autocomplacencia, satisfaciendo los apetitos y vistiéndonos al compás de modas perjudiciales para la salud, sólo por el afán de mantenernos en armonía con el mundo, nos convertimos en enemigos de Dios...

La providencia divina ha estado impresionando al pueblo de Dios para que abandone las costumbres extravagantes del mundo, se aparte de la complacencia de apetitos y pasiones, y adopte una posición firme sobre la plataforma del dominio propio y la temperancia en todas las cosas. El pueblo dirigi­do por Dios será peculiar; un pueblo diferente al mundo. Si aceptan la dirección de Dios cumplirán los propósitos divinos y someterán su voluntad a la suya. Entonces Cristo morará en su corazón. El templo de Dios será santo. Vuestro cuerpo, dice el apóstol, es el templo del Espíritu Santo. Dios no requiere que sus hijos se nieguen a sí mismos al punto de debilitar sus energías físicas. Él exige que sus hijos obedezcan las leyes naturales con el fin de promover una buena salud. El cami­no de la naturaleza es el sendero que Dios ha marcado y es suficientemente amplio para todos los cristianos. Dios nos ha colmado, con su mano cariñosa, de ricas y abundantes bendi­ciones para nuestro propio sustento y deleite. Pero, para que gocemos del apetito natural que preserva la salud y prolonga la vida, él restringe ese mismo apetito. Nos amonesta: “Cuídense de los apetitos artificiales; contrólenlos, rechácenlos”. Cuando cultivamos un apetito pervertido, transgredimos las leyes de nuestro organismo y nos echamos encima la responsabilidad del abuso de nuestro propio cuerpo y de acarrear enfermedades sobre nosotros mismos...

El dominio propio es esencial en toda religión genuina. Los que no han aprendido a negarse a sí mismos se hallan destitui­dos de la piedad práctica vital. Es inevitable que las demandas de la religión afecten nuestras inclinaciones naturales y nues­tros intereses temporales. Todos tenemos una obra que hacer en la viña del Señor.

Benevolencia y rectitud en la vida de casados 16

Los que profesan ser cristianos no debieran casarse has­ta después de haber considerado el asunto cuidadosamente y con oración, de un modo elevado, para ver si Dios pue­de ser glorificado por la unión. Luego debieran considerar debidamente el resultado de cada privilegio de la relación matrimonial, y los principios santificadores debieran ser la base de todas sus acciones. Antes de aumentar su familia, debieran considerar si Dios sería glorificado o deshonra­do al traer hijos al mundo. Debieran tratar de glorificar a Dios por medio de su unión desde el primero y durante cada año de su vida matrimonial. Debieran considerar con calma cómo pueden brindar a sus hijos lo que necesitan. No tienen derecho a traer hijos al mundo que han de ser una carga para otros. ¿Tienen un trabajo que les permitirá sostener una fa­milia de modo que no necesiten llegar a ser una carga para los demás? Si no lo tienen, cometen un crimen al traer hijos al mundo para que sufran por falta de cuidados, alimentos y ropas apropiados. En esta época veloz y corrupta no se consi­deran estas cosas. La concupiscencia predomina sin que se la someta a control, aunque la debilidad, la miseria y la muerte sean el resultado de su predominio. Las mujeres llevan for­zosamente una vida de penurias, dolores y sufrimientos por causa de las pasiones incontrolables de hombres que llevan el nombre de esposos, pero que más apropiadamente debería llamárseles bestias. Las madres llevan una existencia misera­ble, casi todo el tiempo con hijos en los brazos, esforzándose por todos los medios para darles el pan y vestirlos. Esta mi­seria se ha multiplicado y llena el mundo.

La pasión no es amor

Hay muy poco amor real, genuino, leal y puro. Este pre­cioso artículo escasea. A la pasión se la llama amor. Más de una mujer se ha sentido ultrajada en su delicada y tierna sus­ceptibilidad porque la relación matrimonial le permitía al que llamaba su esposo tratarla de modo cruel. En estos casos, al darse cuenta de que el amor de su esposo era tan vil, llegaba a sentir repulsión por él.

Un gran número de familias vive en un estado deplorable porque el esposo y padre permite que dominen sus instintos animales por sobre sus capacidades intelectuales y morales. Como resultado, frecuentemente se sienten débiles y deprimi­dos, pero rara vez se dan cuenta de que es el resultado de su conducta equivocada. Tenemos ante Dios la solemne obliga­ción de mantener el espíritu puro y el cuerpo sano, de modo que podamos beneficiar a la humanidad y ofrecer a Dios un servicio perfecto. El apóstol nos advierte: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Rom. 6:12). Nos insta a seguir adelante cuando dice que “todo aquel que lucha, de todo se abstiene” (1 Cor. 9:25). Exhorta a todos los que se consideran cristianos a presentar su cuerpo “en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Rom. 12:1). Dice: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:27).

El cuidado de la esposa

Es un error generalizado pensar que no es necesario para una mujer embarazada cambiar su modo de vida. En este pe­ríodo importante debiera aliviarse a la madre en sus trabajos. Se están llevando a cabo grandes cambios en su organismo. Este requiere una mayor cantidad de sangre y, por tanto, un aumento en la cantidad de alimentos altamente nutritivos que han de convertirse en sangre. A menos que tenga una abundante provisión de alimentos nutritivos, no puede man­tenerse físicamente fuerte, y les resta vitalidad a sus hijos. También debe prestar atención a su vestimenta. Debiera cui­dar su cuerpo del frío. No debiera malgastar su vitalidad en la zona superficial de su cuerpo por falta de suficiente abrigo. Si se priva a la madre de abundantes alimentos saludables y nutritivos, sufrirá de una deficiencia en la cantidad y calidad de la sangre. Su circulación será pobre y su hijo sufrirá la misma carencia. El hijo será incapaz de retener el alimento necesario en la producción de buena sangre para nutrir el organismo. El bienestar de la madre y el niño depende en mucho de una vestimenta buena y abrigada y provisión de alimentos nutritivos. Debe considerarse la carga extra que debe soportar la vitalidad de la madre y brindarse una com­pensación adecuada.

El contr ol del apetito es importante

Pero, por otro lado, la idea de que las mujeres, por causa de su estado especial, pueden permitirse fomentar un apetito descontrolado, es un error basado en la costumbre en vez de la razón. El apetito de la mujer en este estado puede ser va­riable, irregular y difícil de satisfacer; y por costumbre se le permite ingerir todo lo que le gusta, sin consultar a la razón en cuanto a si cierto alimento puede nutrir su cuerpo y ayudar al crecimiento de su hijo. Los alimentos debieran ser nutritivos, pero no estimulantes. Por costumbre se le permite comer, si lo desea, carne, encurtidos, comida altamente sazonada o paste­les de carne picada; se siguen solamente las inclinaciones del apetito. Este es un gran error y causa mucho daño. El daño es inestimable. Si en algún momento se necesita un régimen alimentario sencillo y un cuidado especial por la calidad de los alimentos ingeridos, es precisamente en este importante período.

Las mujeres que obran por principio, y que han sido ins­truidas correctamente, no se apartarán de un régimen senci­llo, muy especialmente en este tiempo. Tendrán en cuenta que otra vida depende de ellas, y serán cuidadosas en cuanto a sus hábitos, especialmente en cuanto al régimen alimentario. No debieran ingerir lo que no es nutritivo o es estimulante sólo porque tiene buen gusto. Hay muchos consejeros dispuestos a persuadirlas a hacer aquello que la razón les indicaría no hacer.

Nacen niños enfermos por causa de que los padres com­placen su apetito. El organismo no demandaba la variedad de alimento que les atraía. Creer que una vez que imaginamos que deseamos un alimento, éste debe pasar al estómago, es un gran error que las mujeres cristianas no debieran cometer. No debiera permitirse que la imaginación controle las nece­sidades del organismo. Los que permiten que el gusto los gobierne, sufrirán el castigo de transgredir las leyes de su organismo. Y no se termina aquí el asunto; su inocente hijo también sufrirá...

Una atmósfera agradable es esencial

Debiera tenerse mucho cuidado en rodear a la madre de una atmósfera agradable y feliz. El esposo y padre tiene la respon­sabilidad especial de hacer todo lo que esté a su alcance para aligerar las cargas de la esposa y madre. Debiera colaborar, tanto como le sea posible, con las cargas características de su estado. Debiera ser afable, cortés, amable y tierno, y especial­mente complacer sus deseos. Algunas mujeres que están es­perando familia reciben la mitad del cuidado que se da a los animales en el establo.

Consejos con respecto a la maternidad 17

Toda mujer que va a ser madre, a pesar del medio que la rodee, debe alentar constantemente una disposición alegre, sabiendo que sus esfuerzos le producirán una cosecha diez veces mayor en el aspecto físico y en el carácter moral de su vástago. Pero esto no es todo. Ella podrá, por fuerza del hábito, acostumbrarse a pensar alegre y positivamente, y fo­mentar así una mentalidad placentera y proyectar su propia disposición alentadora sobre su familia y las demás personas que la rodean.

De este modo también su salud física mejorará considera­blemente. Los principios vitales serán fortalecidos; la sangre no fluirá pesadamente, como cuando se deja invadir por la tristeza y el abatimiento. Su salud mental y moral se vigo­rizan con la animación de su propio espíritu. El poder de la voluntad será capaz de resistir las impresiones de la mente y llegará a ser un calmante efectivo para sus nervios. Debe te­nerse un cuidado muy especial con los niños a quienes se ha privado de esta vitalidad que deberían haber heredado de sus padres. La atención cuidadosa a las leyes de su ser les permi­tirá el desarrollo de condiciones mucho más saludables.

La alimentación de los niños

El período de lactancia es crítico para el niño. Muchas ma­dres, mientras crían a sus hijos, trabajan demasiado, y mien­tras cocinan su sangre se calienta con el calor de la estufa, y el niño se ve afectado seriamente, no sólo por la alimenta­ción afiebrada que recibe del pecho de su madre, sino porque la sangre se halla envenenada por una dieta malsana, que ha contaminado todo su sistema incluyendo la leche del bebé. La condición mental de la madre afecta también al niño. Si se siente desdichada, perturbada, irritable o encolerizada, el ali­mento que el niño recibe de su madre estará contaminado, y podrá ocasionarle cólicos, espasmos y, ocasionalmente, hasta convulsiones.

También el carácter del niño se afecta en mayor o menor grado por la naturaleza de la comida que recibe de su madre. Cuán importante es, entonces, que la madre mantenga una actitud mental alegre y ejerza un perfecto control sobre su espíritu mientras le da el pecho a su bebé. Si la madre actúa de esa manera no se dañará el alimento del niño, y la conduc­ta tranquila y amable que conserve mientras cuida del niño será de singular importancia para el desarrollo mental de la criatura. Si el niño es nervioso y se inquieta con facilidad, la actitud serena y cuidadosa de la madre ejercerá una influencia tranquilizadora y correctiva sobre la criatura y su salud mejorará notablemente.

Muchos niños han sido víctimas de fuertes abusos a causa del cuidado impropio que han recibido. Si estaban inquietos se les daba de comer para mantenerlos callados, cuando en la mayoría de los casos el alimento excesivo y dañado a causa de los hábitos perniciosos de la madre era la verdadera causa de su inquietud. Mientras más alimento se les daba, peor se comportaban, porque el estómago ya estaba sobrecargado...

A menudo la madre hace planes de realizar cierta cantidad de trabajo durante el día; y cuando los niños la molestan, en lugar de dedicar algunos instantes para atender sus pequeñas necesidades y entretenerlos, con frecuencia les da algo de co­mer para aquietarlos. Esta medida surte efecto por poco tiem­po, pero más tarde la situación se complica. El estómago de los niños se sobrecarga de alimentos cuando no tienen la más mínima necesidad de comida. Todo lo que se requería era un poquito de tiempo y atención por parte de la madre.

Rehusar la contaminación del tabaco 18

El tabaco, no importa cómo se use, es nocivo para el or­ganismo. Es un veneno lento. Afecta el cerebro y entorpece el discernimiento, de modo que la mente no pueda percibir las cosas espirituales, especialmente las verdades que pudie­ran ejercer un efecto correctivo sobre este vicio inmundo. Los que usan tabaco en cualquier forma no están libres ante los ojos de Dios. A los que practican este hábito sucio les resulta imposible glorificar a Dios en su cuerpo y espíritu, los cuales son de Dios. El Señor no los puede aprobar mientras usan esos venenos lentos, pero certeros, que arruinan la salud y menos­caban las facultades de la mente. Dios es misericordioso con los que practican este pernicioso hábito ignorantes del mal que les causa, pero cuando el asunto se les presenta en su luz ver­dadera, si continúan practicando su degradante vicio, entonces son considerados culpables delante del Señor.

Dios exigía que los hijos de Israel practicaran hábitos de estricta limpieza. En caso de la menor impureza debían quedar fuera del campamento hasta la tarde, y sólo podían regresar después de lavarse. En ese vasto ejército no había nadie que usara tabaco. Si hubiera habido, habría sido obligado a escoger entre renunciar a la maldita hierba o abandonar el campamen­to. Y después de lavarse bien la boca, hasta librarse del último vestigio de tabaco, se le habría permitido de nuevo mezclarse con el pueblo de Israel.

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