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Kernberg al borde del vacío

Otto Kernberg, médico psiquiatra y psicoanalista (miembro de la Asociación Psicoanalítica de los Estados Unidos), es conocido por su contribución al desarrollo y categorización de los “estados fronterizos” o “borderline”. Desde el modelo de la psicología del yo y de las relaciones de objeto, fue quien delineó con mayor esmero los aspectos psicológicos vinculados con la falta de profundidad emocional o la incapacidad para empatizar de estos pacientes. A nuestro modo de ver, no hizo más que recoger el guante de aquella investigación que fuera iniciada tempranamente por Wilhelm Reich con su Charakteranalyse (1933). No obstante, nos interesa acentuar dentro de la investigación de Kernberg lo que llama, en muchos de sus casos fronterizos, la “vivencia subjetiva de vacío”:

“Hay pacientes que describen una dolorosa y perturbadora experiencia subjetiva que con frecuencia denominan sensación de vacío. En los casos típicos, es como si ese vacío fuera su modalidad básica de vivencia subjetiva, de la cual tratan de escapar participando en un cúmulo de actividades o en desenfrenadas interacciones sociales, ingiriendo drogas o alcohol o buscando gratificar sus instintos mediante el sexo, la agresión, la comida o quehaceres compulsivos, que aparatan la atención de su vivencia interna. Otros pacientes, en cambio, parecen sucumbir a esta experiencia de vacío y adquieren un estilo de vida mecánico, pasando por las distintas actividades cotidianas con una sensación de irrealidad o un desvanecimiento de toda vivencia subjetiva, de manera tal que dan la impresión de fusionarse con su entorno inmediato, sea humano o inanimado”. (37)

La mecanización de la vida interna o del mundo circundante forma parte de esa vivencia de vacío, lo que los aproxima a la depresión, pero una depresión que podríamos calificar sin culpa. Si lo que predomina es la indiferencia respecto de los otros, la personalidad borderline se compondrá de rasgos esquizoides, mientras que en los narcisistas la experiencia de vacío estará dominada por fuertes sentimientos de hastío o desasociego. (38) El uso de los tóxicos como el alcohol o las drogas pueden servir, sobre todo en las personalidades tipo narcisistas -según Kernberg- para “reabastecer” (término destacado por el autor) el sí-mismo grandioso y asegurar su omnipotencia y protección contra un entorno potencialmente frustrante y hostil que no ofrece gratificaciones ni admiración.

Si recorremos el arco en el que se despliegan los trastornos de la personalidad y los pacientes borderline incluidos en esta categoría, no nos costará demasiado hallar tipos clínicos conocidos como la histeria o la esquizofrenia, pasando por esas formas melancólicas conforme a un arreglo de personalidad –que algunos clínicos alemanes calificarían como psicopatías. (39) Nos quedamos en el polo de la psicosis para evitar dispersarnos de nuestros propósitos, pero no queremos dar por obvio lo que consideramos constituye una diferencia en un orden de discontinuidad estructural, todo dicho bajo la fórmula “vivencia subjetiva de vacío”. Pero sus efectos no son los mismos, a saber: la falta que instaura de manera patética el anhelo de completitud no es la pulsación infernal que existe entre el vacío y lo lleno, entre la evacuación y la plenitud o, si se quiere, entre la desvitalización y el éxtasis. El catalizador de estas formas oscilantes en el psicoanálisis tiene un nombre: el falo. Por lo tanto, es en los bordes del vacío que tenemos que hallar una diferencia…


Φ0
vacío/ llenofalta/completitud
gocedeseo
psicosisneurosis

Green y blanche

André Green sostiene, como tantos otros, la presencia de un “núcleo psicótico” en las neurosis; formas de defensas rígidas que le otorgan a estos pacientes una apariencia de inautenticidad aun cuando se muestran fluidamente. Si se logra atravesar ese núcleo psicótico lo que obtenemos es el acceso a lo que Green llama la “locura privada del paciente”. Se trata de cuadros límites o fronterizos caracterizados principalmente por la falta de estructuración y de organización; hay ausencia de la neurosis infantil, un carácter polimorfo en la neurosis adulta y “vaguedad” en la neurosis de transferencia. (40) Para autores como J. McDougall -seguidos por Green- estos sujetos que forman parte del campo analítico oscilan entre dos extremos: la “normalidad social” (lo que hace que las interpretaciones del analista sean consideradas como la “locura del analista”) y la regresión fusional y dependencia del objeto (variedades que van desde la beatitud al terror y de la omnipotencia a la impotencia absoluta o del relajamiento asociativo y vaguedad del pensamiento hasta las manifestaciones somáticas intempestivas). (41)

No vamos a ahondar en las descripciones del autor sino simplemente compendiar todo ello en las formas de rechazo del cuerpo y del pensamiento que son enunciadas de la siguiente manera:

1 La exclusión somática: modalidad que se encuentra en las antípodas de la conversión, cercano a lo que Freud llamaba la “somatización”.

2 La expulsión por el acto: como la contracara del acting out.

3 La escisión: a diferencia del conocido mecanismo de defensa, aquí el analista “se sitúa en este caso dentro de la realidad psíquica, pero o se siente separado de una parte inasequible de ésta, o se encuentra con que sus intervenciones son hechas pedazos porque se lo vive como a un agente perseguidor e intrusivo”. (42)

4 La desinvestidura: el sujeto procura alcanzar un estado de vacío como consecuencia de una desinvestidura radical.

Lo que Green define particularmente bajo el término de “psicosis blanca” (psychose blanche) es un estado de la clínica en donde no se presenta una psicosis manifiesta ni una depresión franca. Se arriba más bien a una “parálisis del pensamiento que se traduce por una hipocondría negativa del cuerpo”: “impresión de cabeza vacía, de agujero en la actividad mental, imposibilidad de concentrarse, de memorizar…”. (43) Sobre ello se pueden montar síntomas de la serie obsesiva tales como rumiaciones, compulsiones, etc. Sujetos que se encuentran, para Green, no como en la neurosis “detrás del vacío”, sino “después del vacío”. La posición del analista, en un evidente plano contratransferencial, será el responder a este vacío con un “esfuerzo intenso de pensamiento, para tratar de pensar lo que el paciente no puede pensar”. Desde luego que, tratándose de una psicosis, las consecuencias que esto puede acarrear son incalculables.

Las relaciones que, para este autor, muestran estos sujetos no son duales sino triangulares, lo que hace que el Edipo esté representado en las figuras del padre y la madre (ver en H. Deutsch “forma vacía del Edipo”). Sin embargo, lo que diferencia a los objetos padre y madre “no son las distinciones de su sexo ni sus funciones” sino lo bueno y lo malo, por una parte, y la inexistencia (o la pérdida) y la presencia dominadora, por otra. Las consecuencias derivadas de ello serán el sentimiento delirante de influencia y la depresión (44) . En este caso, a diferencia de Deutsch (forma vacía del Edipo), la intencionalidad recubierta por la inquietante extrañeza (Unheimlich) o las formas más o menos disimuladas del estrago se transforman en expresiones puntiformes (aunque no poco elocuentes) del goce del Otro.

Lacan, un viaje por los fenómenos elementales sutiles

Jacques Lacan en su “Breve discurso a los psiquiatras” (1968), realiza un señalamiento que bien podría ser tomado como una interpelación los profesionales de salud mental en el ámbito de las instituciones psiquiátricas de los servicios de psicopatología o salud mental: el practicante se ocupa cada vez menos del loco, el cual debería constituir un punto central de interrogación. El no ocuparse del loco es correlativo a las barreras defensivas que se interponen entre él y el practicante, defensa que surge contra la angustia. Y si el loco angustia es porque le concierne al practicante, tiene que ver con él, se dirige a él. En ese discurso Lacan convierte, a nuestro modo de ver, al loco en el fenómeno elemental del practicante. Lo que sucede es que se intenta encontrar rápidamente un sentido asequible, es decir, se comprende muy rápidamente. Cuando en realidad se trata de todo lo contrario, más bien de localizar los sinsentidos radicales a partir de los cuales se fundan los hechos subjetivos.

La psiquiatría al ingresar en la medicina ha quedado capturada, al decir de Lacan, en el “dinamismo farmacéutico”, pero éste no reposa sobre ningún real. Tiene que ver, lo enuncia con claridad, con el sentido. Verdaderamente es así, puesto que el hecho de interactuar cotidianamente con el psicofármaco, al ser incorporado en la vida diaria (lo que Healy llama el “lifestyle drugs”), las personas interactúan con él adquiriendo un plus de sentido: “estoy muy arriba, bájeme los medicamentos”; “me falta vitalidad, súbame los antidepresivos”, “necesito algo…”, etc. Todas esas metáforas, que desnudan trazados libidinales no dejan de traducir un sentido.

El psicoanálisis tiene la ventaja de poner en suspenso el sentido y es por ello que tiene la posibilidad de esclarecer su relación con el loco, dándole el privilegio a la angustia, al objeto de la angustia para no dejarse engañar. Sin embargo, no conviene quedarse en ese pre-sentimiento, (45) sino más bien servirse de él para abordar los fenómenos del lenguaje. Un “hilito”, así llama Lacan el servirse, en la formación, del lenguaje, servirnos de él. Servirnos del significante (envoltura formal), del signo (la voz, la angustia), de lo que “hace sujeto”, de esa fábrica del deseo.

La investigación analítica parte de aquello mismo que la constituye, es lo que hace a lo “precario de su experiencia”. ¿Qué suele suceder en el campo de la salud mental? En lugar de formular una pregunta se utiliza el lugar de autoridad para borrar al sujeto. Y esto no significa solamente utilizar el psicofármaco como herramienta represiva ni la internación involuntaria como coerción, sino también la imposición de saber sobre el loco (lo cual pone en ejercicio la sordera profesional). Forma medianamente eficaz de defensa contra la angustia, estrategia débil que elude el consentimiento explicitado. Para el psicoanálisis esa angustia es un emplazamiento para responder ante la existencia del loco con un deseo de saber.

Lo precario del mecanismo

Para J. C. Maleval, (46) la noción de forclusión, de los años cincuenta, es suplantada por la idea de una défaillance, (47) o carence, (48) del anudamiento borromeo en la psicosis. El nudo de trébol en la paranoia, donde imaginario, simbólico y real son una misma consistencia, es un ejemplo de cómo la forclusión es traducida por una carencia (carence) del anudamiento borromeo. En las psicosis, podemos hallar diferencias en el modo (no borromeo recordemos) en que se anudan los registros. La continuidad de lo real, simbólico e imaginario en el trébol de la paranoia, la interpenetración de lo real y de lo simbólico en la esquizofrenia, de lo simbólico e imaginario en la parafrenia y, de lo imaginario y lo real en la psicosis maníaco depresiva (49) . Si bien estos diferentes tipos clínicos, situados en el nivel de lo particular, no nos dirán nada del nudo singular, vale decir del nudo ubicado en un determinado caso. Fabián Schejtman es quien ha desarrollado exhaustivamente cómo el desencadenamiento de los años 50’ puede ser entendido en términos de desanudamiento, teorización que deberá ser confrontada clínicamente en el caso por caso. El psicótico se ve conminado en el momento del desanudamiento a un cese de la solución sinthomática o al surgimiento de nuevos lapsus en el nudo, lo que configura un nuevo problema, frente al cual las soluciones anteriores no dan respuesta. El sinthome es el cuarto término que permite que los registros se anuden. Así, para Jacques Lacan, el sinthome queda restringido al caso en que la reparación se produce en el mismo lugar donde se produjo el lapsus del nudo. Se marca así una diferencia en sus consecuencias clínicas con aquellas reparaciones que no se producen en el mismo lugar en que se produce el lapsus. En consecuencia, los diferentes modos de respuesta a esa défaillance del anudamiento borromeo darán cuenta, por un lado, de lo singular de un caso, es decir, cómo se las arregla un sujeto para saber hacer con su síntoma, y por otro de cómo la invención tiende a producir un sujeto.

Una redefinición de los fenómenos elementales

Hemos destacado en el comienzo lo discreto y sutil de los fenómenos elementales en contraste con lo indiscreto de las respuestas subjetivas. Pero esto exige una redefinición de algunos signos que bien podemos rescatar en la lectura de los primeros textos de Jacques Lacan.

Los llamados “fenómenos de franja”, son enunciados por primera vez en su Seminario sobre Las psicosis como la “espuma” que provoca el significante en lo real, no percibido como tal pero que organiza dicho fenómeno. Se refiere también, en dicho Seminario, a los “últimos meteoros del delirio” como el rastro dejado por el significante que ya se ha callado en el sujeto pero que hace brotar “un fulgor de significación en la superficie de lo real”. (50) Es el sujeto quien se deja arrastrar por esa espuma y es el Otro, que hasta entonces estaba enmascarado, quien “se presenta de golpe iluminado” (51) .

Hemos hallado en la “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite” lo que probablemente sería un antecedente del llamado “fenómeno de franja”. Lacan al referirse a la alucinación del dedo cortado del Hombre de los Lobos advierte que [estos fenómenos son como] “el eco imaginario [imaginario puesto que el sujeto puede decir que ya contó, que ya vio] que surge en respuesta a un punto de la realidad que pertenece al límite donde ha sido cercenado de lo simbólico”. (52) Un límite, diremos acompañando el mismo escrito, “presignificante”, (53) una estela de significación, un déjà vu, que muchas veces puede constituir una guía en la intervención para acompañar a ese recubrimiento. En este sentido, para pensar estos fenómenos es fundamental tener presente lo que en los años 50’ constituye para Lacan el “discurso interior” (con toda la ambigüedad que esto tiene). Eso que extrae de las investigaciones de Séglas sobre la endofasia y las alucinaciones verbomotrices es utilizado a su vez para entender lo que sucede en las neurosis, sólo que en la psicosis se muestra a cielo abierto. Es notable, dirá, que mientras menos articulamos un discurso más nos habla. (54) Hay toda una serie de ocurrencias en el sujeto humano (el Einfall freudiano) que se presentan como formulaciones sinsentido que provienen de otro lado, de Otra escena y aparecen sin motivación alguna. Lacan lo ejemplifica con la frase “la paz del atardecer” en una noche en donde se avecina una tormenta.

“Ninguna construcción experimentalista puede justificar su existencia, hay allí un dato, una manera de tomar ese momento del atardecer como significante, y podemos estar abiertos o cerrados a él”.

Se trata de un límite en donde el discurso -advierte- desemboca en algo más allá de la significación, lo que Lacan llamará el significante en lo real. Este significante hace eco, se presenta insensato en la conciencia, se impone de alguna manera. La impresión que tenemos es que esta forma de enunciar el significante en lo real, en lo que se desarrollará a lo largo de su enseñanza, no volverá a reproducirla.

“Ven que cuanto más sorprende ese significante, más se presenta como una franja, más o menos atenuada, de fenómeno de discurso”.

Todo ello estará puesto de relieve con la formulación posteriror en el escrito “De una cuestión preliminar…” acerca de la significación enigmática. Pero desde luego, lo que es menester ubicar en primer plano en nuestra investigación clínica y en la conversación con nuestros pacientes, es ese borde del discurso en donde a diferencia del neurótico (cuya demanda está vehiculizada por una pregunta), en el sujeto psicótico la respuesta llega antes. Solo que esa respuesta no logra articularse en un saber delirante.

Un daño en el sentimiento de vida

“Se trata aquí de un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”. (55)

Jacques-Alain Miller en el artículo denominado “Efecto retorno sobre las psicosis ordinarias”, ha propuesto investigar la perturbación del “sentimiento de la vida” en aquellos sujetos que no han protagonizado ningún desencadenamiento. Al respecto aventura una serie de “externalidades” (en lo social, lo subjetivo, en el cuerpo) que dan cuenta de modos de existencia extremadamente particulares. No nos vamos a remitir a estas descripciones puesto que se hallan estrictamente pormenorizadas en el texto citado, sin embargo, realizaremos algunas lecturas al respecto.

El sentimiento de la vida se halla mencionado, como es sabido, en “De una cuestión preliminar…”. Se trata de un “desorden provocado”, dice Lacan, en la “juntura íntima”. Hubieron clínicos de la talla de Paul Guiraud –ligados indiscutiblemente a la formación psicopatológica de Lacan– que caracterizaron, para algunas psicosis, el debilitamiento de la élan vital, pérdida del impulso o fuerza vital. (56) No obstante, es muy probable que Lacan haya extraído la idea del desorden (trouble) del sentimiento de vida de su amigo Eugène Minkowski, (57) quien algunas décadas atrás del escrito, había propuesto como desorden esencial de la esquizofrenia la “pérdida del contacto vital”. (58) Buscando la intimidad del “proceso mórbido”, su estructura subyacente, Minkowski creyó haber dado consistencia a todo aquello que muchos autores planteaban de manera desagregada: “discordancia” (Chaslin), “ataxia intrapsíquica” (Stransky), desarmonía intrapsíquica (Urstein), “pérdida de la unidad interior” (Kraepelin) o “Spaltung” (Bleuler). (59) Este trastorno no es buscado entre los fenómenos más comunes de las psicosis tales como delirios, alucinaciones o manifestaciones catatónicas, sino como trastorno generador, constituyendo la base común a partir de la cual estos síntomas se expresan -por ello debe ser buscado más allá. La pérdida del contacto vital con la realidad parece relacionarse, según Minkowski, con los “factores irracionales de la vida”, de allí que apunta a la “esencia de la personalidad viviente en las relaciones con el ambiente”. (60) Las excitaciones, los reflejos, las sensaciones, la motricidad no se hallan afectadas, pasan como al lado, no son tocadas.

Evidentemente no es de nuestro interés hacer una traslación directa de un concepto a otro, pero sus correspondencias clínicas nos imponen algunas reflexiones. Hay un cuerpo que en su dimensión imaginaria se haya conmovido por la pulsión. El falo, recordemos, es lo que permite dar sostén a la realidad; (61) el sentimiento de la vida forma parte de esa significación. La ausencia de una significación a ese nivel produce, en consecuencia, una falta de fundamento en la existencia. Sin tener que llegar al modo de regresión tópica de la fragmentación imaginaria ni a los efectos devastadores de la muerte subjetiva o el dolor de existir en estado puro, traslucen modos vivientes inauténticos, inerciales, desapasionados o rutinizados al extremo.

Por otra parte, esto nos lleva a la historia de la clínica al relevar autores tales como Guislain (1852) o Griesinger (1847), quienes proponían como origen mismo de la psicosis un dolor moral (“frenalgia inicial” en Guislain), una forma esencialmente psíquica de existencia dolorosa en la que anidaba la piedra de la locura y sobre lo cual nos extenderemos más adelante.

La idea de Lacan de un desorden provocado ya habla del modo arrojado a la ex-sistencia. En la juntura más íntima, dice. ¿En el sujeto?, ¡pues no!, es en el sentimiento de la vida en el sujeto, es decir, en la mentira del sentido de la vida, (62) y, por qué no, en su senti-mentalidad. (63) La juntura no puede estar nunca en el sujeto, pero sí en el apego a la vida que provee la significación fálica.

El efecto de negativización del lenguaje condiciona la existencia o la vida del deseo y por consiguiente, determina en cada sujeto el sentimiento de la vida. Esto bien puede ser cotejado en las Memorias del presidente Schreber, cuando él reconoce haber sido víctima de un daño, (64) el cual las voces calificaron como “asesinato del alma” (Seelenmord). Un grado menor del daño en las psicosis actuales resulta ser la perturbación del sentimiento de la vida en ausencia de otros fenómenos elementales.

No son pocas las consultas de sujetos, muchos de ellos atravesando lo que convencionalmente se llama adolescencia, vemos un desinterés generalizado por las cosas; muchos dicen estar desganados, deprimidos, apáticos o desenganchados. Una vez que nos adentramos en el discurso, en las líneas de fuerza de su decir, escuchamos la impresión repetida de una “pérdida de sentido de las cosas”. No podríamos decir, a ciencia cierta, que estemos en presencia de una depresión clínica o de inhibiciones. Refieren ser asaltados bruscamente por una profunda desazón, un “vacío”, un “blanco” en la cabeza o una desvitalización corporal. Las drogas, el alcohol o los diferentes consumos más o menos abusivos, intentarán suturar esa abertura que no ha de cerrarse más que en el infinito. Formas tóxicas de ubicar cenestésicamente el tener un cuerpo, de localizar un goce, hacer posible un Dasein.

Recuerdo el caso de un adolescente que para evitar el vacío o el “blanco en las cosas” había bebido alcohol durante toda una noche hasta dormirse. Lograr un estado que describía como “neutro”, esto es, sin afectividad, sin angustia ni temor. La ausencia total del sentido de vivir, denotaba una ausencia de fundamento. Al preguntársele en qué le ayudaba el alcohol, comenta que era una manera de “sentir el cuerpo cansado”. Al poco tiempo, empezaron de manera sutil fenómenos de significación personal: sentía bruscamente temor a salir a la calle bajo la impresión de que alguien podía mirarlo mal o hablar mal de él. Cabe aclarar que todo en términos muy sutiles y acotados. Finalmente ese estado encontró un alivio bajo una forma sobreactuada que, según nos expresa, fue descubierta en su “terapia”: “me di cuenta de que tenía que agrandarme, si me agrando todo eso no me jode”. Este forzamiento de la imagen del cuerpo (cuestión que acompaña con gestos elocuentes), le provee, aún hoy, de una prótesis provisoria pero eficaz.

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