Kitabı oku: «Cómo vencer los temores y fortalecer la salud emocional», sayfa 3
Las fobias
Esta es una faceta insólita del temor. Se trata del miedo desmedido, irracional y persistente (no siempre con la misma intensidad) hacia determinados lugares, objetos y circunstancias, que la persona rehúye y no puede tolerar, aunque reconozca que tal miedo es absurdo y desproporcionado. Por ejemplo, alguien que alguna vez haya sido mordido por un perro, puede con el tiempo generar una fobia hacia todos los perros, no importando el tamaño que tengan ni la raza a que pertenezcan.
El mayor inconveniente de la persona fóbica consiste en encubrir su fobia. Le da cierta vergüenza que los demás se enteren de su problema. Pero con tal encubrimiento, más crece su debilidad, y menos ayuda puede recibir de los demás. Un hombre de mi conocimiento tenía terror ante la idea de viajar en avión. Nunca había hablado sobre el tema. Pero cuando le tocó la hora de volar, confesó su fobia. Como resultado, recibió el apoyo y el ánimo necesario para hacer su primer viaje en avión. Y le fue tan bien, que a partir de entonces disfruta de sus nuevos viajes aéreos. El haber confesado su problema fue gran parte de la solución.
Diversas y diferentes
Los especialistas han podido catalogar centenares de fobias diferentes, cada una de ellas con su nombre específico. Recordemos algunas de las más conocidas y frecuentes:
Claustrofobia, el temor a los lugares cerrados. Podrá tratarse de un ascensor, un avión, un subterráneo, una habitación cerrada, o cualquier otro sitio donde la persona se sienta agónicamente encerrada. ¿Podemos imaginar cuántas limitaciones sufre quien padece esta fobia?
Agorafobia, el temor a los lugares abiertos, de donde sea difícil escapar o esconderse. Impide concurrir a diversos espacios abiertos, tales como parques, reuniones al aire libre, o el contacto directo con la naturaleza.
Acrofobia, el temor a los lugares altos, edificios elevados, cumbres de montañas u otras alturas de diferente índole.
Cinofobia, el temor a los perros, aun a los más inofensivos y pequeños. Esta fobia está ligada a la zoofobia, el temor a los animales en general.
Y así podríamos seguir con la pirofobia (el temor al fuego); la nictalofobia (temor a la noche); la traumatofobia (el temor a los accidentes); la tanatofobia (el temor a la muerte), y muchísimas otras fobias, que interfieren en la tranquilidad y el bienestar emocional de millones de personas.
Todos estos temores pueden ceder ante el apoyo psicológico correspondiente. Y de modo particular pueden disminuir y desaparecer mediante la intervención divina. ¿Alguna fobia o temor exagerado altera tu tranquilidad o restringe tu felicidad? ¡Hay remedio a tu alcance! Y ese remedio está en Dios, “que te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas. Yo te ayudo” (Isaías 41:13). Por lo tanto, solicita en oración el poder sanador de Dios. Haz tuyas estas palabras: “Ayúdame, Señor, Dios mío, sálvame conforme a tu constante amor” (Salmo 109:26). Y él te responderá por amor a ti. ¡Pruébalo, y obtendrás la victoria sobre tus temores!
Los ataques de pánico
Por último, citemos esta extraña y compleja cara del temor. Se trata de un miedo agudo, de un espanto repentino en el cual la víctima se siente morir. Aunque afecta más a menudo a la mujer, el hombre no está libre de padecerlo.
Este mal, cada vez más frecuente, puede afligir a personas del mundo artístico, empresarial y deportivo, o de otra extracción laboral. Puede aparecer en el hogar, en el lugar de trabajo, o en el sitio y el momento menos pensados. Quizá la persona se encuentra en medio de su rutina diaria, y de repente comienza a sentir una sensación de miedo agudo, con falta de aire y dolor en el pecho. Tal vez se desvanezca y caiga al suelo. Nunca antes le había ocurrido algo semejante. Por lo tanto se asusta de veras, y comienza a pensar que puede tratarse de un ataque cardíaco, de un derrame cerebral, o de algún otro problema serio de salud.
Una vez atendida, la persona comprende qué le pasó realmente, y poco a poco se va tranquilizando, aunque se pregunte por qué le vino esa angustiosa crisis de pánico, y si no le volverá en lo futuro.
¿A qué se deben estos ataques?
Suelen deberse a factores externos, tales como un colapso social y económico del país, el fallecimiento de un ser querido, una exagerada sobrecarga laboral, una convivencia traumática en el trabajo, una amenaza peligrosa de parte de un enemigo… Son numerosas las causas externas que pueden provocar en un alma agobiada esta temible crisis de pánico.
Y estos factores pueden incidir tan profundamente sobre la persona predispuesta, que terminen por producirle diversos sentimientos de temor, inseguridad, desaliento y una vaga sensación de debilidad interior. A partir de entonces, el ataque de pánico puede aparecer inesperadamente.
El tratamiento adecuado y el apoyo afectivo constituyen una buena terapia para este mal, típico de estos tiempos posmodernos, cuando el estrés y la ansiedad habitan en tantos corazones. Pero, considerando que toda forma de temor es un problema básicamente emocional –cuando no también espiritual–, se impone el remedio de la fe y la confianza en Dios.
El creyente sincero, que convive con Dios y se apoya constantemente en él, reduce sus temores, ordena su vida y acrecienta su fortaleza emocional. Los factores arriba mencionados pierden su fuerza negativa, y en su lugar aparece el poder divino como la mejor terapia del alma. Así dijo el antiguo profeta: “El Señor es bueno, es fortaleza en el día de la angustia, y conoce a los que confían en él” (Nahum 1:7).
La mejor ayuda
Cierto hombre, apresado injustamente, fue obligado a pasar 24 horas en una prisión oscura y subterránea. Los pasos del guardián se perdieron a la distancia, y todo el lugar quedó sumido en un profundo silencio. El pobre preso comenzó a desesperarse. Pensó que jamás saldría a la luz de la superficie.
Pero al momento oyó los pasos de alguien que se acercaba. Era el capellán de la prisión, quien le dijo: “Vengo a ofrecerle compañía. Me quedaré aquí arriba hasta que lo saquen de la celda”. Entonces, con profundo agradecimiento, el preso contestó: “Mientras usted esté allí arriba, no temeré estar aquí abajo”.
El miedo del hombre desapareció porque alguien, aunque invisible, estaba allí arriba. Y, amigo, amiga, Dios también está arriba, a nuestro lado, para ofrecernos su ayuda y ahuyentar nuestros temores. ¿Sueles pensar en esta verdad cuando tienes alguna necesidad? ¿Quién mejor que nuestro Señor para alejar nuestros temores y asegurar nuestro bienestar interior?
En este capítulo nos hemos referido a la ansiedad, el estrés, la angustia, los sustos, las fobias y los ataques de pánico, como las diferentes “caras” o formas más comunes del temor. Y aunque brevemente, en todos los casos hemos visto de qué manera el temor desplaza la paz del alma e instala la aflicción.
Pero también hemos recordado el papel fundamental de la fe como terapia y preventivo de los temores, y como el máximo factor de la paz y la alegría del corazón. Así que, parafraseando al preso del relato, mientras Dios permanezca “arriba”, velando por nuestro bien, no tendremos razón para temer “aquí abajo”, en medio de nuestros quehaceres cotidianos.

Capítulo 3

Temor y preocupación
Los temores desmedidos son parásitos el alma, que se prenden de ella y la debilitan.
En estrecha relación con la ansiedad, comentada en el capítulo anterior, el tema de la preocupación merece un comentario más detenido. Por tratarse de un mal tan generalizado y tan ligado al temor, dediquemos este capítulo para hablar sobre la preocupación, sus efectos y su terapia.
Cierto pintor fue a una taberna para tomar unas copas. Y mientras esperaba que lo atendieran, alcanzó a ver sobre un tonel de vino un diario, cuyo principal titular decía: “Vienen tiempos difíciles”. Impresionado por esta frase, el pintor suspendió su pedido, y le dijo al tabernero: “Vienen tiempos difíciles”.
Como resultado, esa misma noche el tabernero le dijo a su esposa: “Mujer, tendrás que suspender el nuevo vestido que le habías encargado a la modista, porque ‘vienen tiempos difíciles’”. Por su parte, la modista, que iba a hacer una ampliación en su vivienda, llamó al constructor, y le dijo: “Por ahora vamos a postergar el trabajo, porque ‘vienen tiempos difíciles’”.
Y cuando el constructor terminó la conversación, le dijo a su esposa con mucho pesar: “Querida, acabo de enterarme que ‘vienen tiempos difíciles’. Por lo tanto, tendrás que suspender ese costoso retrato que te ibas a hacer”. Y la señora no tuvo más remedio que hablarle al pintor para comunicarle su decisión. Y añadió: “Lo que pasa es que ‘vienen tiempos difíciles’”.
Ante esta desagradable noticia, el pintor –que era el mismo que había ido antes a la taberna– volvió al negocio para tomar unos tragos y olvidar sus penas. Y allí encontró nuevamente aquel diario. Esta vez lo tomó en sus manos, y de nuevo leyó: “Vienen tiempos difíciles”. Pero para su gran sorpresa descubrió que la fecha del diario era ¡de diez años atrás! Entonces el pobre pintor cayó en la cuenta de que sus temores habían sido totalmente infundados, y que se había perjudicado a sí mismo por haber aceptado sin criterio aquella mala noticia.
El temor del citado pintor, y de los otros protagonistas del relato, ilustra admirablemente los efectos nocivos del miedo y la incertidumbre que suelen alojarse en el alma. Quitan la paz del corazón y distorsionan la realidad de la vida. Exageran o disminuyen caprichosamente los hechos que nos rodean, y son un obstáculo para el equilibrio y la salud emocional. Uno de los temores más corrientes, que produce estos efectos, es la preocupación, esa actitud rayana en la ansiedad que desgasta inútilmente la energía del espíritu.
Inquietud enfermiza
La preocupación es hija del temor, y hereda muchos de los síntomas y los efectos del temor. Por el modo de actuar y por la influencia que ejerce sobre la mente, la preocupación es el temor al futuro, sea este inmediato o distante. Es una inquietud enfermiza y anticipada, que perturba hoy ante un hecho de mañana, el cual se ve como difícil y complejo, aunque finalmente no suela tener tal proporción. Es pre- ocuparse en exceso, sin real necesidad.
Eduardo Evans era un hombre que con gran esfuerzo inició su propio negocio. Desde el comienzo no le fue muy bien. Uno tras otro, se le fueron acumulando reveses financieros, hasta terminar con una fuerte deuda. Y endeudado como estaba, sin poder mantener a su numerosa familia, tenía sus nervios destrozados.
En tal condición, Evans llegó al extremo de no poder caminar, y tener que guardar cama. Su cuerpo se llenó de forúnculos. Cada día estaba más débil. Todo, como resultado de su intensa preocupación. Los médicos le pronosticaron pocos días de vida. “Y a partir de entonces –según el relato del propio Evans–, tendido en la cama esperé mi fin. No había ya motivo para luchar o preocuparse. Hacía semanas que no podía dormir; pero ahora, con mis problemas tocando a su fin, logré dormir unas horas. Lentamente fue desapareciendo mi agotamiento. Volvió mi apetito, y recuperé parte de mi peso”.
Por fin, Evans recobró su salud y logró reflotar su actividad comercial. Pero, igualmente importante, fue que a partir de entonces aprendió a desechar toda preocupación que quisiera atormentar su mente. Con calma interior, aprendió a gozar de buena salud física y emocional.
Lo que experimentó Evans abona la declaración del Dr. Carlos Mayo, quien escribió: “Las preocupaciones afectan la circulación, el corazón, las glándulas y todo el sistema nervioso. Jamás he sabido de nadie que haya muerto por exceso de trabajo; pero sí de muchos que han muerto de preocupación”. Si pudiéramos recordar estas autorizadas palabras, y viviéramos a la altura de lo que ellas implican, ¡cuánto más control ejerceríamos sobre nuestros pensamientos y sentimientos! Tendríamos menos temores y ansiedades, menos intranquilidad y desvelos. Y consecuentemente, mejor salud y mayor alegría de vivir.
Pregúntate cómo eres en esta materia. ¿Tienes dominio sobre tus preocupaciones, o ellas suelen oprimir tu corazón? ¿Confías en que Dios puede ayudarte en tus trabajos, o dependes sin fe tan solo de tu propio criterio? ¡Quién mejor que el Señor para tranquilizarte hoy, y para guiarte mañana en las tareas que te esperan!
El árbol salvador
Un próspero comerciante solía llevar cada noche a su casa todas las dificultades y las preocupaciones de su trabajo. Parecía un ausente en su hogar, o bien se irritaba fácilmente con los miembros de su familia.
Pero el hombre comprendió que no podía seguir viviendo de esa manera. Así que un día, mientras regresaba a su casa, tomó una valiente decisión. Frente a un gigantesco árbol que distaba unos cien metros de su casa, se dijo para sí mismo: “En las ramas de este árbol colgaré cada día mis preocupaciones, para llegar tranquilo a mi casa”. Así lo hizo, y ese árbol llegó a ser su apreciado “árbol salvador”.
De allí en adelante, una cuadra antes de llegar a su casa, el hombre colgaba simbólicamente en ese árbol todas sus cargas, y no volvía a ocuparse de ellas hasta el día siguiente. ¡Un simple y curioso recurso que le dio excelente resultado!
¿Con qué ánimo regresas tú cada día de tu trabajo? ¿Te vas cargando de preocupación durante el día, y luego llegas abrumado a tu casa? El citado comerciante inventó un método personal que le ayudó a combatir sus preocupaciones. Desarrolla tu propio método, simple y legítimo, que te sirva para controlar cualquier preocupación de tu mente.
Con la finalidad de conservar la tranquilidad de nuestro espíritu, Jesús exhortó: “No os preocupéis por vuestra vida, qué habéis de comer o beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?... ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, podrá añadir un codo a su estatura?... Así, no os preocupéis, diciendo: ‘¿Qué comeremos, qué beberemos, o qué vestiremos?’… No os preocupéis por el día de mañana, que el día de mañana traerá su propia preocupación” (S. Mateo 6:25,27,31,34).
El divino Maestro nos enseña aquí a dar prioridad a los valores fundamentales de la vida, sin que las cosas secundarias nos desgasten y roben nuestro vigor espiritual. ¡Cuán a menudo las frivolidades y las vanidades del alma se convierten en el lastre que nos hunde y nos llena de innecesaria preocupación!
Sí, debemos cubrir con sensatez todas nuestras necesidades básicas para asegurar nuestro bienestar. Pero cuando ese esfuerzo se vuelve descontrolado, y en lugar de paz cosechamos ansiedad y pesadumbre, es porque algo anda mal en el corazón. Si pensamos que para ser felices tenemos que abrumarnos con diversidad de afanes y preocupaciones, el resultado será negativo y contraproducente. De ahí el sabio consejo del Maestro: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (S. Mateo 6:33). Sí, cuando Dios ocupa el primer lugar en nuestra vida, lo demás viene por añadidura.
Tanto en los días de Jesús como en los nuestros, la preocupación nunca ha sido parte del programa de Dios para nuestro bien. Por eso, debería ser resistida, para poder disfrutar de una vida madura, tranquila y feliz. ¡Por el bien tuyo y el de tu familia, esfuérzate para lograr este noble objetivo!
Variadas categorías
Como formas de temor, las preocupaciones no siempre son iguales ni se manifiestan de la misma manera. Veamos por lo menos seis clases diferentes de ellas:
1 Leves o pequeñas. Estas preocupaciones no afectan mayormente el ánimo, ni hacen perder el sueño. Sus causas principales pueden ser detalles de orden social o laboral, que no alcanzan a interferir en la tranquilidad del espíritu. Son las preocupaciones propias de toda persona normal, que a veces se convierten en inquietudes sanas o en emprendimientos exitosos.
2 Profundas. Estas son las preocupaciones obsesivas, que abruman la mente y la llenan de temor. Roban la paz del alma, y afectan la salud física y emocional. Bloquean la iniciativa personal, y dañan la convivencia familiar. La persona afectada se vuelve abstraída, pesimista y negativa. Esta preocupación intensa es la más problemática, y requiere una adecuada atención y comprensión.
3 Visibles. Estas preocupaciones se manifiestan en la relación con el prójimo. No se las sabe disimular ni dejar de lado. Desagradan e incomodan al interlocutor, porque expresan inseguridad y temor sin motivo. Son un peso emocional que, inconscientemente, se pretende descargar sobre los allegados.
4 Encubiertas. Son las preocupaciones que, por pudor o discreción, se conservan en la intimidad. No se las comenta con los compañeros ni con los familiares. Y mientras quedan silenciosamente encerradas en la mente, van minando la paz interior y enfermando la alegría del corazón. Así es como encubren los introvertidos sus propias preocupaciones.
5 Pasajeras. Hoy están, y nos afligen; mañana desaparecen, y nos dejan en paz. Así de transitorias son las preocupaciones “pasajeras”, que se van tan pronto como vienen. Quizá una mala noticia, un extraño dolor en el cuerpo, un trabajo diferente, la preparación para un viaje, la participación en una reunión importante, o algún motivo parecido, pueden ser los causantes de estas preocupaciones de poca duración. ¡Quién no las tiene con frecuencia!
6 Permanentes. Estas perjudican inevitablemente la salud. Crean incertidumbre y temor. Son las sombras que impiden ver la parte luminosa de la vida. Son los temores difusos que se instalan en el alma, y que permanecen en ella despertando siempre presentimientos negativos. Así de enfermantes son las preocupaciones crónicas de la mente.
De acuerdo con estas categorías, fácilmente advertimos que las preocupaciones menos relevantes son las leves, cuando van unidas a las pasajeras. Y a la vez, las más problemáticas son las profundas, especialmente si al mismo tiempo son permanentes. En este caso, es menester una decidida contención emocional y espiritual.
¿Vives con ciertos temores y preocupaciones? ¡Alguien te puede dar una poderosa mano de ayuda! Ya sabes quién es. Es tu Padre celestial, a quien puedes recurrir mediante una plegaria, para que él te libere de tales sentimientos que empañan tu progreso y tu felicidad. Acompáñame en este ruego, y hazlo tuyo con la fe que tengas en tu corazón:
La plegaria del preocupado
Señor, me cuesta dormir y concentrarme,
siempre tengo un motivo para preocuparme.
La incertidumbre y el temor me confunden.
Necesito paz mental y fuerza espiritual.
Cualquier dificultad me preocupa,
cualquier contrariedad me agobia,
cualquier afán me desvela.
Necesito con urgencia tu ayuda…
Quita de mí toda enfermiza preocupación,
inunda mi alma de paz,
y aumenta mi confianza en ti.
Mora en mi corazón, y aleja de él todo temor.
Renueva mis pensamientos con tu presencia,
enséñame a depender más de ti,
transforma la corriente de mi vida,
y hazme feliz contigo para siempre.
Las palabras de esta plegaria muestran la impotencia humana para tranquilizar la mente y fortalecer el corazón. Pero a la vez, expresan la certeza de que Dios sí puede realizar esta obra en nuestro favor. ¡Cuánta eficacia puede tener una sola oración elevada con fe al Altísimo! ¡Él es la Fuente suprema para resolver todos los problemas humanos! Incluyendo, esa molesta preocupación que se agita en tu ser…
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