Kitabı oku: «Un mundo dividido», sayfa 3

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Brasil, como Estados Unidos, era una sociedad esclavista. La esclavitud estaba, en efecto, presente en todos los ámbitos de la vida: en la economía, la política, la sociedad y la cultura (lo veremos con detalle en el capítulo IV). Había esclavos en todas partes: en los mercados, los muelles, los hogares, los talleres, las granjas y las plantaciones. Iban a buscar agua, lavaban la ropa, cosían encaje, cocinaban, compraban frutas y verduras para sus amas, cargaban y descargaban barcos y trabajaban en las plantaciones de azúcar y café. Las mujeres servían de concubinas a sus amos.

Las infracciones, incluso las más leves, se castigaban obligando al esclavo a llevar una máscara de hojalata o un grillete en el cuello o atándolo a un tronco con cadenas.35 Se le azotaba continuamente. El trabajo mismo podía costarle la vida. Las estadísticas bastan para demostrarlo: la población esclava de Brasil no se reproducía al ritmo necesario para satisfacer la demanda de esclavos, de ahí que, a pesar de la prohibición oficial, se los siguiera importando de África. Las tareas que desempeñaban eran, si no mortíferas, sí extraordinariamente onerosas. “Los esclavos son bestias de carga –escribió un viajero en 1856–. Los pesos que arrastran […] bastarían para matar una mula o un caballo”.36 Pensemos, por ejemplo, en una cuadrilla de seis esclavos obligados a empujar un carro que pesa una tonelada; hombres que van y vienen al almacén o al muelle llevando en la cabeza o a hombros sacos de café de setenta kilos. Los esclavos a veces iban atados al carro que empujaban. El viajero también menciona a una muchacha de menos de dieciséis años con un grillete en el cuello, y a una anciana que lleva en la cabeza una cuba gigantesca con comida para los cerdos, y que está sujeta con una cadena y un candado al grillete que tiene en el cuello.37 Según el viajero, los portadores de café soportaban la tarea durante una media de diez años: “El trabajo les hernia y acaba matando al cabo de ese tiempo”. Un gran número de esclavos tenían “las piernas horriblemente deformes. Andaban penosamente delante de mí; daba mucha pena verlos. Había un hombre con los muslos y las piernas tan torcidos que el tronco lo tenía a menos de medio metro del suelo. […] A otro se le cruzaban las rodillas al caminar”.38

La esclavitud, ya fuera relativamente benigna o, como en la mayoría de los casos, absolutamente brutal, entrañaba la total falta de derechos; era, pues, lo contrario de la ciudadanía. Los esclavos eran no libres por definición; se les había privado de reconocimiento y condenado así a una muerte social, por utilizar la frase de Orlando Patterson.39

ENCUENTROS

A partir de 1500 más de 140 millones de personas emigraron a tierras remotas desde sus lugares de origen.40 La mayor oleada migratoria se produjo a partir de 1815. Los grandes desplazamientos de población se debieron a causas económicas y políticas. Campesinos irlandeses y sicilianos, arrendatarios agrícolas chinos, campesinos africanos, judíos de Europa del Este, jornaleros hindúes… algunos emigraron voluntariamente porque buscaban una vida mejor; otros lo hicieron a la fuerza, víctimas de las élites y su firme propósito de evitar el trabajo físico, imponiendo a otros la tarea de bajar a las lóbregas minas o arar los campos bajo un sol abrasador. Sin embargo, en el caso de los emigrantes libres, no puede decirse que su decisión de desarraigarse a sí mismos y a sus familias fuera totalmente voluntaria: la pobreza y la persecución política llevaron a muchos a buscar una vida mejor en otra parte.41

Las cifras son asombrosas. En 1820, la población mundial apenas superaba los 1.000 millones de personas; en 1920 era de 1,8 millones.42 En el periodo 1815-1914, unos 82 millones de personas emigraron voluntariamente a zonas remotas desde sus lugares de origen.43 Entre 1820 y 1914 cruzaron el Atlántico voluntariamente un total aproximado de 55 millones, el 60% con destino a Estados Unidos.44 Entre 1501 y 1867, el comercio trasatlántico de esclavos provocó el desplazamiento forzoso de unos 12,5 millones de africanos: casi 1,9 millones en el periodo de 1801 a 1825. Así se enlazó la historia de América con la de África. Entre 1501 y 1867, casi 5 millones de personas procedentes del sur del Sahara, del Cuerno de África y de la costa swahili fueron capturadas y trasladadas como esclavos al mundo islámico: África del Norte, Arabia, Persia y la India.45

En el periodo de 1831 a 1920, casi 2 millones de indentured laborers,* procedentes en su mayoría del sur y este de Asia y que habían ido sustituyendo a los esclavos a medida que se iba extendiendo la abolición, llegaron a plantaciones, minas, campos auríferos y tendidos ferroviarios repartidos por todo el mundo, estableciéndose en zonas como el Caribe, el Sudeste Asiático, las islas del Pacífico, el este de África, Estados Unidos, Perú y Sudáfrica.46 Más de 3 millones de indios libres y casi un 1,5 millones de indentured emigraron al sur de Asia en el periodo de 1834 a 1924; he aquí un aspecto de la “revolución de la movilidad” que se produjo en Asia a partir de 1850.47 Las guerras, la pobreza y la destrucción medioambiental impulsaban a la gente a emigrar, y los nuevos medios de transporte (a saber, el ferrocarril y el barco de vapor) facilitaban su desplazamiento.48 Las cifras totales de emigrantes asiáticos, incluidos indentured laborers, son las siguientes: 30 millones se desplazaron de la India a Sri Lanka, Birmania y Malasia; 19 millones de China al Sudeste Asiático, y más de 30 millones de chinos del norte del país a la región noroccidental de Manchuria.

A estas cifras hay que añadir los 4 millones aproximados de musulmanes que se fueron expulsando de Crimea, del Cáucaso y de los Balcanes a partir de la década de 1780, a medida que el Imperio ruso se iba extendiendo hacia el sur y se iban estableciendo Estados nación de mayoría cristiana en el sudeste de Europa. La mayor parte de los desterrados se establecieron en Anatolia; otros, entre ellos un buen número de circasianos, se asentaron aún más lejos, en Oriente Medio. De los 2 millones aproximados de musulmanes, en su mayoría circasianos, que el Imperio ruso expulsó del Cáucaso entre 1859 y 1879, seguramente la cuarta parte fueron víctimas de las guerras y las enfermedades y perecieron en el camino. A partir de 1877, 1,5 millones de personas abandonaron los Balcanes para establecerse en tierras otomanas.49

Comunidades típicamente dedicadas al comercio, como los indios, libaneses, judíos, griegos y armenios, emigraron a diversos lugares del mundo, lo mismo que los chinos en la década de 1840, cuando la dinastía Qing relajó las restricciones migratorias a raíz de la primera guerra del Opio: más de medio millón partieron del puerto de Hong Kong en el periodo de 1854 a 1880, la mitad con destino a Estados Unidos.50

Estas cifras no incluyen las migraciones internas, es decir, los desplazamientos del campo a la ciudad, ni tampoco los casos en que un Estado o la población colonizaba nuevas regiones. Pensemos en el desplazamiento al oeste de los euroamericanos o en el caso de los chinos a los que la dinastía Qing animó a emigrar a las zonas montañosas, a Mongolia y los confines orientales del país en busca de tierras más fértiles.51 Los imperios ruso y chino enviaron a prisioneros a Siberia y Asia Central y los utilizaron como mano de obra para desarrollar la economía de esas regiones tan inhóspitas. Las cifras mencionadas tampoco incluyen los grandes desplazamientos de población ocasionados por las guerras y las rebeliones; en no pocas provincias chinas, por ejemplo, un cuarto de la población tuvo que abandonar su tierra a raíz de la Rebelión Taiping, que desgarró el país en la década de 1850 y parte de la siguiente. También cabe citar aquí el caso de los indios americanos desplazados por las continuas guerras que se libraron en la frontera.52

Esta realidad histórica encierra una gran paradoja. Justamente en el momento en que las poblaciones de casi todas las regiones del mundo se iban haciendo más diversas, surgieron los movimientos nacionalistas, es decir, partidarios del establecimiento de Estados nación, cada uno de los cuales había de representar a un pueblo homogéneo. ¿Quiénes pertenecen a la nación? Los extraordinarios desplazamientos de población que hemos descrito hacían aún más urgente responder a esta pregunta. ¿Se consideraría ciudadanos con plenos derechos a los indios en Estados Unidos, a los antiguos esclavos en Brasil, a los coreanos en Japón y a los japoneses en Corea? En los capítulos siguientes veremos cómo se desarrolló esta historia.

Las comunidades de emigrantes casi nunca rompían todos sus lazos con sus países o regiones de origen. Los desplazados irlandeses, japoneses, chinos e indios y los colonos europeos volvían en muchos casos a sus países cada cierto tiempo: la emigración no siempre era un billete de ida.53 Existía una comunicación muy intensa entre poblaciones dispersas por todo el mundo. La imprenta y el telégrafo facilitaban la difusión de las ideas, entre ellas el modelo político basado en el Estado nación y los derechos humanos.

¿Dónde se establecían los emigrantes? En ciudades, regiones fronterizas y plantaciones. Estas formas de asentamiento, que habían existido durante milenios, cobraron especial importancia a finales del siglo XVIII y en el XIX e influyeron decisivamente en la formación de los Estados nación y el establecimiento de los derechos humanos…, y también en la violación de los derechos.

Las fronteras eran zonas de interacción entre los imperios y las poblaciones indígenas y colonizadoras.54 Los grandes conflictos casi siempre se daban entre nativos y colonos. En muchas regiones fronterizas no se notaba apenas la autoridad del Estado, principalmente porque estaban muy lejos del aparato del poder estatal. En la década de 1850, las órdenes del Gobierno británico tardaban meses en llegar a Tasmania desde Londres, y los funcionarios siberianos tenían que esperar semanas para recibir instrucciones de San Petersburgo. Más tarde se hicieron más fáciles las comunicaciones, pero ni aún entonces solía disponer el Estado de los recursos necesarios para gobernar esas zonas con eficacia.

Este hándicap administrativo no hizo, sin embargo, la vida más cómoda para los pueblos indígenas, sino todo lo contrario: los colonos europeos solían ser más brutales y opresivos que los ejércitos regulares, y el Estado a veces tenía que poner coto a los excesos de sus ciudadanos. La intrusión de los colonos europeos en zonas atravesadas por pueblos pastoriles causó, como era inevitable, violentas disputas territoriales; lo veremos en el capítulo III, que trata de los indios americanos, y en el VI, dedicado a los pueblos herero y nama de Namibia. Casi ninguna de las tribus indígenas (de la estepa euroasiática; del desierto del Kalahari, en Sudáfrica; de los bosques, los ríos y las llanuras de Norteamérica; del Outback australiano) conocía el concepto de propiedad individual de la tierra. La inviolabilidad de la propiedad privada era, sin embargo, un principio fundamental de las sociedades occidentales y el derecho originario del que derivaban el derecho a la vida y muchos otros; esta idea había sido formulada con claridad por John Locke e incorporada a la Declaración de Independencia de Estados Unidos, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y las múltiples constituciones latinoamericanas de principios del siglo XIX. En su expansión por todo el mundo, las poblaciones europeas llevaron consigo el concepto de propiedad privada, que les ofreció un fundamento legal para sus acciones, pero tuvo consecuencias terribles para los pueblos indígenas.55 Las formas de vida de los nativos se vieron amenazadas por las migraciones euroamericanas.56

La destrucción de las comunidades indígenas casi nunca era total y, por lo demás, no resolvía la cuestión de la ciudadanía y los derechos, que ha estado presente hasta hoy en la historia de Estados Unidos y la de Sudáfrica, como veremos más adelante. Si los indios pertenecían a naciones soberanas, ¿acaso no eran por ello portadores de derechos? Y si, como establecería más tarde la política estadounidense, se integraban en la nueva nación, ¿no adquirían de ese modo la condición de ciudadanos con derechos?

Las fronteras y la agricultura estaban íntimamente ligadas: el avance de los colonos hacia la frontera y la expansión territorial llevaron a la creación de latifundios y fincas familiares. En las regiones fronterizas, el choque con los colonos supuso el casi total exterminio de numerosas comunidades indígenas; en otros casos, sus miembros fueron explotados brutalmente como mano de obra en las plantaciones que se multiplicaron en el este de África, el Sudeste Asiático, Norteamérica y Sudamérica. Los indentured laborers indios emigraron a Fiyi, Sri Lanka y varias islas caribeñas, y los esclavos africanos fueron transportados al Nuevo Mundo. Todos estos trabajadores producían algodón, caucho, té, café y azúcar, los bienes de consumo y las materias primas fundamentales para el desarrollo del capitalismo moderno. La mano de obra estaba formada por esclavos e indentured laborers, estos últimos eran libres en teoría, pero muy pobres, y a menudo trabajaban en condiciones tan atroces como aquellos. Los métodos de producción más avanzados requerían las formas de explotación laboral más antiguas y brutales.57

Y luego estaban las ciudades: núcleos del poder estatal, y también comercial, productivo y cultural. Si los euroamericanos colonizaron las regiones fronterizas en todo el mundo y la mayoría de los esclavos y los indentured laborers fueron obligados a trabajar en las plantaciones, numerosos emigrantes voluntarios se establecieron en las ciudades. El desarrollo industrial no fue la única causa de la urbanización tan rápida que se produjo en el siglo XIX.58 Algunas ciudades florecieron como centros administrativos, comerciales y financieros. Tomemos como ejemplo Hôi An. Ya en 1800 Pekín tenía más de un millón de habitantes, población ligeramente superior a la de Londres. Estambul tenía 570.000, y París, 550.000. Entre las diez ciudades más pobladas del mundo apenas había tres europeas (Londres, París y Nápoles). De las veinticinco más pobladas, seis estaban en Europa. Hacia 1800, los mayores núcleos urbanos se encontraban en China, Japón y la India. En 1830, Chicago tenía menos de cien habitantes; en 1890, un millón cien mil. En el caso de Melbourne, el número de residentes fijos paso de cero en 1835 a 473.000 en 1891.59

Las poblaciones urbanas se caracterizaban por su diversidad. Las ciudades portuarias eran especialmente famosas en este aspecto; en Londres y Hamburgo había marineros negros; en Shanghái, marinos y comerciantes malayos, holandeses y japoneses; en Alejandría y Trieste, mercaderes judíos, griegos y armenios; y en todo el mundo, estibadores y comerciantes políglotas. Los nacionalistas solían abominar de las ciudades justamente por esta mezcla, que según ellos las convertía en nidos de inmoralidad y depravación; de ahí que tiñeran de romanticismo el paisaje rural e idealizaran a los campesinos, presentándolos como el “verdadero” pueblo que constituía la nación.

Las ciudades eran al mismo tiempo focos de agitación nacionalista, porque su densidad demográfica favorecía la movilización y comunicación políticas. Las noticias se difundían con rapidez, y de las imprentas salían sin cesar periódicos, panfletos y libros. La esfera pública (un espacio de comunicación social intermedio entre el Estado y la sociedad) seguramente estaba más desarrollada en Europa y América que en ninguna otra parte; pero en los salones de té, las universidades y las madrasas de Oriente Medio y Asia existía un espacio similar, que fue cobrando una importancia creciente en el transcurso del siglo XIX.60 En el siglo siguiente se reunió en París y Londres la primera generación de militantes anticoloniales; esas ciudades se convirtieron en focos de comunicación intelectual entre Europa y el tercer mundo. H Chí Minh declaró la independencia de Vietnam en Hanói, y Mao Zedong anunció la fundación de la República Popular China en Pekín: los líderes de las rebeliones nacionalistas no podían proclamar la victoria hasta que los ejércitos rebeldes hubiesen tomado la capital. Las ciudades eran los objetivos militares más importantes, porque sin ellas no había Estado nación ni derechos humanos.

Los desplazamientos de población característicos de la época moderna desempeñaron, por tanto, un papel decisivo en la historia del Estado nación y de los derechos humanos. La creciente diversidad demográfica y los encuentros entre pueblos diferentes a veces conducían a brutales medidas represivas, lo que hoy llamamos violaciones de derechos humanos. Nos referimos en particular a las operaciones de limpieza étnica y los genocidios perpetrados por los colonos blancos en las zonas fronterizas. Limitar el Estado nación a una raza suponía que los euroamericanos gozaban de todos los derechos que existían entonces, y a los pueblos indígenas, en cambio, se les confinaba en los márgenes. El reconocimiento de derechos para ciertas personas estaba íntimamente ligado a la exclusión de otras.

La miseria que padecían los esclavos y los indentured laborers en las plantaciones, los trabajadores de los talleres tradicionales y las fábricas modernas y los peones de los muelles y almacenes hacía posible (aunque no inevitable) que se vieran atraídos por las ideas de nación y libertad. Los motines de esclavos, las sublevaciones indias, las rebeliones campesinas, las huelgas de obreros y la fundación de sindicatos y partidos socialistas y comunistas se produjeron como respuesta a esas condiciones de vida y contribuirían decisivamente a la aparición de los derechos humanos.

Gran parte de las migraciones eran a las ciudades. Estos lugares densamente poblados y culturalmente desarrollados eran, entre otras muchas cosas, centros de riqueza y educación, viveros de ideas y movimientos políticos y nudos de comunicación creados por los desplazamientos de población y avances técnicos como el telégrafo, el ferrocarril y el barco de vapor. En todo el mundo se amplió la esfera pública. Si el modelo político basado en el Estado nación y los derechos humanos triunfó en todo el planeta fue gracias a esta expansión y aceleración de las comunicaciones.

¿Qué impresiones causaba a las personas el encuentro con otras etnias y culturas diferentes en un mundo en el que las poblaciones se iban haciendo más diversas y se iban estrechando los vínculos entre las regiones como consecuencia de los movimientos migratorios y la introducción del barco de vapor y del ferrocaril, que facilitaban los viajes? Aparte de los grandes desplazamientos de población estaban los individuos –científicos, hombres de negocios, misioneros, diplomáticos y aventureros– que viajaban por todo el planeta y llevaban diarios y escribían artículos de prensa, memorias y libros, algunos de enorme difusión, dando así a conocer los lugares remotos que visitaban al público culto de sus países de origen y favoreciendo la difusión mundial de las ideas de Estado nación y derechos humanos, así como de nacionalismo y racismo.

Todos los viajeros, ya fueran occidentales u orientales, del norte o del sur, eran muy sensibles a la diversidad humana, es decir, a las diferencias entre las gentes de sus países de origen y las de sus regiones de destino, y también las que se daban en estas tierras. Este fenómeno no era nuevo ni mucho menos, en las obras de Tucídides y Heródoto abundan las descripciones, a veces dudosas, de pueblos diversos, y lo mismo puede decirse de los chinos y árabes cultos que dieron cuenta de sus viajes en la época medieval.

En los encuentros que se produjeron en los siglos XVIII y XIX había, sin embargo, dos elementos novedosos. Los europeos y norteamericanos que viajaban a menudo a lugares remotos solían buscar datos que les permitiesen dividir la especie humana con criterios raciales. La clasificación del mundo natural había sido una tarea característica de la revolución científica y la Ilustración. Muchos de los viajeros de la primera mitad del siglo XIX eran naturalistas, como Von Humboldt y Darwin,61 que se dedicaban a observar detenidamente las formaciones minerales, la vegetación, los peces y otras especies animales y, en la mayoría de los casos, además, no podían evitar examinar la sociedad y la política, relacionando sus análisis de los mundos natural y humano.62 Valga como ejemplo el gran científico sueco del siglo XVIII Carlos Linneo, que destacó como taxónomo. A partir de mediados del siglo XIX se fue haciendo cada vez más común la interpretación racial de la diversidad humana. Multitud de autores se apoyaron en las ideas darwinistas para defender el racismo “científico”, aunque los fundamentos supuestamente científicos de esta teoría en realidad eran puros prejuicios en su mayor parte. En Occidente existía una especie de “internacional racial”, una concepción de la diversidad humana que trascendía las fronteras nacionales. Según esta idea, el Estado nación representaba (o debía representar) una nación definida con criterios raciales; este método de clasificación de poblaciones era el más excluyente que cabía imaginar, además de potencialmente mortífero. Más adelante veremos cómo se manifestó en Estados Unidos, Brasil, Namibia, Ruanda y Burundi.

Es imposible generalizar las ideas que se tenían en Occidente de los árabes, los africanos, los naturales de Oriente Medio y otros pueblos indígenas. A pesar de oponerse a la esclavitud y otras formas de opresión, los viajeros occidentales a menudo se permitían comentarios muy peyorativos sobre los pueblos y las comunidades que iban conociendo: los armenios eran “sucios”, lo mismo que los judíos; los griegos, “charlatanes”; los “franciscanos, dominicos y otros monjes… con sus caras sucias y santurronas”;63 los cristianos orientales eran “fanáticos”;64 los egipcios coptos tenían la cabeza “grande pero hueca”, una “expresión mezquina […] y [un talante] sombrío y melancólico […] ningún gusto por el arte ni la menor curiosidad […] [son] gandules y descuidados, estrafalarios e ignorantes, insensibles y supersticiosos”;65 a los eurasiáticos les encantan “las expresiones forzadas […] se asemejan a nuestros negros”;66 los chinos son “el pueblo más depravado del mundo”, capaces de caer en la “corrupción más escandalosa y atroz […]. El contacto con ellos es envilecedor”.67

Los encuentros con lo foráneo solían llevar al visitante a encerrarse en su identidad y rechazar la del otro. Sin embargo, los relatos de los viajeros occidentales también nos deparan sorpresas. A menudo tachaban de bárbaros a los africanos, pero de vez en cuando hacían observaciones favorables, aunque es más fácil encontrarlas en las crónicas escritas hacia 1800 que en las publicadas un siglo después. A finales del siglo XVIII, examinando el conocimiento que los europeos tenían de África, los autores británicos Leyden y Murray reconocieron que los africanos habían construido reinos cuyo acervo artístico y grado de civilización eran comparables a los de Europa.68

Además de a las poblaciones, los viajeros observaban de cerca los sistemas económicos y la tecnología de las regiones y los países que visitaban. Para no pocos occidentales, los métodos de trabajo y la economía reflejaban la idiosincrasia de la población y señalaban la diferencia entre civilización y barbarie. Si a los persas y japoneses siempre les impresionaba la tecnología que veían en Occidente, los occidentales que viajaban a Oriente tenían la reacción opuesta: dedicaban mucho espacio en sus escritos a describir el primitivismo de los métodos de trabajo y el descuido predominante. El director de una fábrica de papel caracterizada por lo rudimentario de sus métodos y la tosquedad de los materiales estaba sentado delante del edificio, “a la sombra de un árbol, fumando en pipa con aire ufano, era sin duda indigno de aquel prohombre atender a los detalles del negocio”. James De Kay llega a la conclusión de que el director de la fábrica es de los que “comen del pan de la pereza y consumen gran parte de los beneficios de la empresa”.69 A los occidentales, sin embargo, a veces les impresionaba lo bien cultivados que estaban algunos campos en Oriente Medio o la excelente calidad de ciertas herramientas japonesas.70

A mediados del siglo XIX, dos viajeros estadounidenses expresaron puntos de vista contrarios sobre la diversidad humana. En 1865, Louis Agassiz, un suizo que ya había alcanzado fama como científico, dirigió una expedición a Brasil. Le acompañaba el joven William James, que tenía apenas veintitrés años y llegaría a ser un filósofo y psicólogo célebre. Agassiz se había propuesto recoger e identificar diversos especímenes de peces entonces desconocidos en Norteamérica y Europa. Como representante oficioso de Estados Unidos, pretendía también promover la libre navegación del río Amazonas; sus esfuerzos dieron fruto cuando el emperador Pedro II promulgó un decreto permitiéndola.71

Agassiz fue uno de los precursores del racismo científico. La gran heterogeneidad de la población y la larga historia que tenía de mestizaje convertían Brasil en el lugar idóneo para su investigación antropológica. Se trataba de buscar datos que confirmaran sus teorías antidarwinistas y su concepción racista de la sociedad humana. Agassiz dividía nuestra especie según un esquema jerárquico en el que los europeos blancos eran superiores por naturaleza a los pueblos de piel más oscura: de ahí que propugnara sin reservas la segregación racial en Estados Unidos y le horrorizara el cruce de razas. Según él, el mestizaje hacía que se impusieran las características inferiores y llevaba a la degeneración del grupo dominante, una idea defendida a principios del siglo XX por el antropólogo alemán Eugen Fischer, que llevaría a cabo una investigación antropológica similar a la de Agassiz en los territorios alemanes del sudoeste de África. Además de escribir sobre el tema, Agassiz fundó el Museo de Antropología de Manaos, en Brasil, dedicado a reunir documentos fotográficos sobre los pueblos indígenas y mestizos: este archivo había de demostrar su inferioridad intrínseca y la degeneración causada por el mestizaje.72

William James, discípulo de Agassiz, tenía sin embargo otra concepción de la diversidad humana: el joven filósofo superó los prejuicios tan comunes en su época ofreciendo en sus escritos una visión favorable de los pueblos indígenas y mestizos.73 El futuro autor de Las variedades de la experiencia religiosa apreciaba las múltiples formas de vida humana, y así empezó a distanciarse de su mentor, muy admirado por la élite de Boston y Nueva Inglaterra. James se vio influido por las ideas abolicionistas que predominaban en su familia, pero fue más allá.

En su viaje al interior del país se sintió a gusto con el mestizo que le servía de guía y los indios que conducían la canoa. Y, sin embargo, hay cierto paternalismo en su descripción de los africanos y los indios, “gente encantadora, con un tono de piel marrón muy bonito y un pelo moreno envidiable. La piel está seca y parece limpia. No sudan apenas, por lo que tienen mejor aspecto que otros negros y los blancos, que en este clima siempre están sudorosos, con la piel como grasienta. […] Todos los indios que he conocido son muy cristianos y civilizados”.74 Eran gente “de trato muy agradable”, pero “sin la menor perspicacia”.75 Después de encontrarse con un grupo de mujeres indias escribió lo siguiente en su diario: “Me admiró, como de costumbre, el tono suave y educado en el que conversaban mis amigos y la vieja dama. No sé si es su raza o su entorno lo que hace a este pueblo tan refinado y cortés. No hay en Europa ningún caballero con mejores modales, y sin embargo estamos hablando de campesinos”.76

James describe con elocuencia los peces que encontró, los ríos y montañas, y hasta las nubes de mosquitos; y por lo demás celebra que “tanto amos como sirvientes” carezcan de la “brutalidad y vulgaridad que nos caracteriza a los anglosajones”.77 Pero apenas habla de la esclavitud, a pesar de que Río de Janeiro era el punto de desembarco de esclavos más importante de toda América, y los trabajos forzados aún tardarían veintitrés años en ser abolidos en Brasil.78 James da muestras, es verdad, de humanitarismo en sus escritos, pero es improbable que hubiese aceptado reconocer a los indios y a los negros la condición de ciudadanos con derechos de la nación brasileña. Muchos de los abolicionistas brasileños más destacados tenían las mismas limitaciones que el autor estadounidense, como veremos en el capítulo IV.

Los orientales que viajaron a Occidente en el siglo XIX observaron igualmente la diversidad humana. En 1815 llegaron cinco jóvenes persas a Gran Bretaña, donde se reunieron con un sexto que había llegado dos años antes,79 y se quedaron en el país hasta 1819. Bajo el reinado de Fath Alí Sah (emperador de Persia desde 1797 hasta 1834), Rusia se había apoderado de territorios persas. Al sur y al este del país, en la India, Gran Bretaña estaba extendiendo su hegemonía por medio de la Compañía Británica de las Indias Orientales. Fath Alí Sah temía nuevas incursiones por parte de las dos potencias, pero confiaba en poder aliarse con los británicos, igualmente preocupados por el expansionismo ruso.

En 1815 no existía la imprenta en Persia, ni por tanto los periódicos. Los instrumentos científicos eran escasos y obsoletos.80 Fath Alí Sah y su hijo, Abbas Mirza, eran plenamente conscientes de la amplia superioridad científica y tecnológica de los británicos, particularmente en el campo militar. Abbas Mirza emprendió una campaña modernizadora destinada a instituir el “nuevo orden” persa. Aprendió inglés y francés, introdujo reformas en el Ejército y la burocracia y se dejó orientar por un pequeño grupo de asesores militares británicos llegados de la India.

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