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III
ESTADOS UNIDOS

Expulsiones de indios del North Country

El 23 de agosto de 1862 el gobernador de Minesota, Alexander Ramsey, envió un telegrama muy escueto al Departamento de Guerra, en Washington: “Los indios sioux se han alzado y están asesinando a hombres, mujeres y niños”.1 Los cables telegráficos aún no llegaban al resto de Minesota desde la capital del estado, Saint Paul. La información transmitida por Ramsey venía de unos mensajeros que habían logrado cruzar las líneas enemigas. Las palabras del gobernador, aunque escasas, revelaban la angustia y el miedo que cundían en los puestos de avanzada estadounidenses que había en el North Country. Ese mismo día, Ramsey escribió al secretario de Guerra, Edwin Stanton, una carta más larga en la que le comunicaba que había ordenado a un grupo de soldados comandados por el coronel Henry Hastings Sibley que se dirigieran lo antes posible a las zonas donde se estaban produciendo las matanzas “con el fin de proteger a los colonos y atajar los crueles actos de barbarie de los salvajes. […] Los chippewa también están causando problemas”.2 Ramsey pidió que el Ejército de Estados Unidos enviara refuerzos para socorrer a la población de Minesota, asediada por los indios.

En medio de la guerra civil, cuando el destino de la Unión estaba en juego (y en el verano y otoño de 1862, el Norte, que había sufrido una larga serie de derrotas, estaba en su momento más crítico), el Gobierno creía igual de importante asegurar la colonización blanca de la zona del North Country que bordeaba el nacimiento del río Misisipi. La magnitud de los combates que se estaban librando en la frontera de Minesota no era equiparable ni mucho menos con la del conflicto entre el Norte y el Sur; pero su significación política era evidente para todos los actores. El destino de la Unión como país colonizador de un continente entero estaba en juego en Antietam, Bull Run y Gettysburg, pero también en New Ulm, Fort Ridgely y Saint Paul (véase mapa de la p. 101).

El Departamento de Guerra ordenó el envío de un regimiento de infantería, los Third Minnesota Volunteers y, tras las oportunas deliberaciones, creó un departamento específico para el noroeste, señal de la honda preocupación de los funcionarios federales. Stanton nombró al general John Pope (que había fracasado como comandante del Ejército de la Unión en la segunda batalla de Bull Run) jefe del Departamento, otorgándole amplios poderes para reprimir la sublevación. El secretario de Guerra recalcó la trascendencia del cometido de Pope: “Es imposible exagerar la importancia de la tarea que se le ha encomendado”.3

En plena guerra de Secesión, un conflicto limitado a la zona fronteriza de Minesota no tardó en cobrar envergadura nacional. La insurrección de los sioux ponía en peligro la unión política estadounidense y el papel tan importante que Minesota en particular y Estados Unidos en general empezaban a desempeñar en la economía mundial. Hacia 1840 la zona que se convertiría en el Territorio de Minesota tenía unos 700 habitantes, entre blancos y mestizos. En 1849, sin embargo, 4.000 colonos blancos se asentaron en la región. En 1855 la población total había alcanzado los 40.000 habitantes, y en 1857 era de 150.000.4 Desde las primeras exploraciones europeas en la década de 1600, se habían transportado pieles de animales de la región que más tarde se convertiría en Territorio Noroeste, que incluía Minesota, al este del continente, y desde allí a Europa. El trigo de invierno (del que se obtenía esa harina rica en gluten tan preciada), el maíz, las semillas de soja, la madera y el mineral de hierro permitirían la rápida integración de Minesota en la economía estadounidense y en la mundial. El hierro de la región atravesaba la zona de los Grandes Lagos hasta llegar a Chicago, y luego iba a las acerías que abundaban en el Medio Oeste. La harina se transportaba a Europa y a otras zonas dispersas por todo el mundo. En el corto periodo comprendido entre 1870 y 1920, la enorme demanda de trigo, madera y papel llevaría a la destrucción de los espléndidos bosques de Minesota.

Si Grecia es un buen ejemplo de los avances y retrocesos en derechos humanos que acompañaron a la fundación de Estados nación creados en antiguos dominios imperiales en los siglos XIX y XX, la historia de los indios sioux del North Country estadounidense lo es de otro proceso global que se dio en esta era: europeos y estadounidenses extendieron su poder por todo el mundo, lo que llevó al desplazamiento forzado de pueblos indígenas y al choque entre dispares concepciones de los derechos (especialmente los de propiedad de las tierras). En Norteamérica, Sudamérica, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, las poblaciones nativas eran expulsadas de las zonas colonizadas por los blancos. Cada una de estas zonas tiene una historia singular, pero en todos los casos se observa el mismo esquema. Los colonos blancos libraban guerras prolongadas para controlar el territorio y a la población, defendiendo con sus acciones la idea de que el derecho a la propiedad individual es el fundamento de todos los demás. En cambio, los pueblos nativos tenían casi siempre una concepción comunitaria de la propiedad de la tierra. Al final, la superioridad tecnológica occidental fue el factor determinante. Los actos de violencia, las enfermedades transmisibles y la destrucción del entorno diezmaron a los indígenas.5 A veces era el Estado el que ordenaba el uso de la violencia. En otros casos, los colonos actuaban más o menos por su cuenta, reprimiendo con brutalidad a los pueblos nativos. Pero era frecuente que el Estado y los colonos colaboraran estrechamente.6

Minesota y las zonas de población india

En estos masivos desplazamientos de población observamos cómo los colonos europeos y estadounidenses adquirían el derecho a tener los derechos proclamados por las revoluciones de finales del siglo XVIII y principios del XIX, mientras que los pueblos indígenas sufrían la violencia y se veían privados de sus tierras y derechos. Los Estados nación y los derechos humanos se desarrollaron paralelamente.

Las expulsiones y las matanzas no resolvieron la cuestión de cómo vivir con los nativos que, por mucho que se hubiera reducido su número, seguían siendo un “problema”. ¿Qué destino les aguardaba en la nueva sociedad? Si no iban a ser ciudadanos con todos los derechos de los que gozaban los euroamericanos, ¿lo serían de segunda, tercera o cuarta clase? En el caso de que se les reconocieran derechos, ¿los tendrían como individuos o en cuanto que miembros de la nación india? ¿Serían los indios de Minesota (y otras partes de Estados Unidos) ciudadanos con derechos en un país que afirmaba ser una democracia de primer orden? Esta cuestión se reveló extraordinariamente compleja, y las respuestas han ido variando continuamente hasta nuestros días. Minesota había sido poblada principalmente por dos grupos de indios: los ojibwa y los dakotas (o chippewa o sioux, estos últimos también llamados santee sioux). En el siglo XIX, el Gobierno federal había asentado en la región a un pequeño número de winnebagos procedentes del este,7 confiando en que amortiguaran el conflicto entre dakotas y ojibwa; esta política fracasó, pero los winnebagos permanecieron en las reservas a las que habían sido desplazados. Vivían mayormente en el nordeste del estado, una zona boscosa donde practicaban la agricultura, la pesca y la caza, aprovechando así los ingentes recursos que ofrecía la región. Los dakotas, pueblo cuasi nómada, se desplazaban por los bosques, lagos y ríos del North Country y a veces por la vasta llanura que se extiende al oeste del río Misisipi hasta llegar a las Montañas Rocosas; al norte hasta Canadá y al sur hasta el golfo de México. Vivían de la agricultura, la pesca y la caza en la pródiga tierra de Minesota.8

En los primeros años del siglo XVII, unos cuantos cazadores y comerciantes franceses penetraron en la región. El explorador y sacerdote francés Louis Hennepin fue el primero en cartografiarla en la década de 1680. Ciento veinte años más tarde eran muy contados los blancos que se habían asentado en la tierra que se convirtió en Minesota. Los únicos europeos que había eran tramperos y comerciantes, casi todos franceses o canadienses. Al desplazarse al oeste y al sur en busca de pieles y otros recursos se encontraron con los ojibwa y los dakotas.9 Muchos de estos primeros europeos vivían varios meses con los indios y adoptaban sus costumbres. A veces aprendían su lengua. En no pocos casos tuvieron hijos con indias y fueron admitidos en redes de parentesco.10 En estos grupos, de enorme importancia para los dakotas, el deber moral de apoyo y protección se extendía de la familia inmediata al grupo entero. En el siglo XIX el aumento del número de colonos blancos y la demanda de tierras rompió la concordia que se había establecido entre los indios y los euroamericanos.

En 1803, y a raíz de la compra de Luisiana, Minesota se volvió estadounidense en vez de francesa. A partir de entonces, Estados Unidos se esforzó por cartografiar y dominar la región, pero tenía que hacer frente a los dakotas y ojibwa, que vagaban por la región y cultivaban la tierra. El 23 de septiembre de 1805 el joven país selló su primer acuerdo formal con aquel pueblo cerca de la confluencia de los ríos Misisipi y Minesota, en un lugar donde los dakotas sitúan el relato mítico de su creación y que aún hoy conserva un carácter sagrado para ellos pese a formar parte de la zona metropolitana de Mineápolis-Saint Paul. En virtud del acuerdo, los dakotas cedieron a Estados Unidos pequeñas extensiones cercanas a esos ríos y también a Saint Croix, y en las que establecerían enclaves militares. Se les pagó la suma de dos mil dólares y otorgó el derecho a atravesar las tierras y cazar en ellas.11 La progresiva consolidación de la autoridad estadounidense sobre el territorio condujo a otros tratados, suscritos en 1837, 1851 y 1858. Los indios solían ceder tierras a los estadounidenses, que a cambio les suministraban víveres y pagaban una renta anual. En virtud del Tratado de Traverse des Sioux, firmado en 1851, las tribus dakota les cedieron todas las tierras al este del Misisipi y también las que había al oeste, en el Territorio de Minesota, que incluía el fértil valle de Minesota. El Gobierno federal desplazó a los dakota sioux a unas reservas que había más al norte, a orillas del río Minesota.12

La firma de los tratados fue fruto de decisiones estratégicas por parte de los jefes dakota. En 1850 ya eran, sin duda, plenamente conscientes del poder militar estadounidense, pero no podían imaginar que, en el vasto territorio de Norteamérica, sus tierras se acabarían reduciendo a las reservas en las que se les había de confinar.13 Al mismo tiempo consiguieron armas, municiones, sábanas, comestibles y otros bienes que les ayudarían a sobrevivir los largos e inclementes inviernos del North Country. Conocían a los europeos desde hacía casi doscientos años, pero no sospechaban que la región se llenaría de emigrantes blancos a partir de la década de 1850. Tampoco previeron los fraudes que acompañarían a los tratados. Los comerciantes solían encargarse del pago de las rentas anuales a los indios en nombre del Gobierno, y era frecuente que, a pesar de la disposición federal que lo impedía, dedujeran el montante de las deudas de las tribus antes de desembolsar la suma acordada.14

El Gobierno federal envió agentes indios, como se los llamaba, y destacamentos a Minesota. Les siguieron misioneros presbiterianos, que a partir de 1829 tendrían representantes permanentes para tratar con los dakotas y los ojibwa; un pequeño ejemplo del importante papel que desempeñaron los misioneros protestantes en todo el mundo (veremos otros casos en los capítulos VI y VII, dedicados respectivamente a Namibia y Corea).15 Los misioneros, que lograron algunas cosas, como dar forma escrita a las lenguas indígenas, sufrían frecuentes ataques por parte de los indios, lo mismo que los colonos nacidos en Europa o de ascendencia europea que fueron poblando poco a poco la región, sobre todo después de que se convirtiera en el Territorio de Minesota en 1849 y en un estado en 1858. El tratado de 1851 favoreció la llegada de un buen número de colonos blancos, que en muchos casos reivindicaron tierras que no habían cedido los indios.16 La mayoría eran ingleses, escoceses, alemanes, escandinavos e irlandeses. Según escribiría uno de los primeros historiadores de Minesota, el territorio “se plagó” de pioneros “sin escrúpulos” que se apoderaban de las tierras.17 Los madereros enviaban a cuadrillas a los bosques con la misión de talar pinos: la madera de la región parecía un recurso inagotable.

El gobernador Ramsey convenció al Congreso de que otorgara con carácter retroactivo títulos de propiedad a quienes se habían adueñado arbitrariamente de tierras que según la ley pertenecían a los indios o al Gobierno federal. “Estos recios pioneros –escribió– forman el grueso de un gran ejército que ha traído la paz y el progreso y dado lustre a nuestro nombre. […] Llevan a esta tierra salvaje […] principios de libertad civil […] que tienen inscritos en el corazón […] como preceptos vivos y normas de conducta”. Además, prosiguió, no le cuestan ningún dinero al Estado y “forjan el país y su historia y le aportan gloria”.18 En 1854 estos primeros colonos vieron convalidados los títulos de propiedad de las tierras, que suponían, sin embargo, una flagrante violación de los tratados suscritos con los dakotas.

El barco de vapor y el ferrocarril hicieron más accesible el Territorio de Minesota. A partir de 1855 se produjo una “riada de inmigrantes” que no cesaría en varios decenios. La mayoría venían de los estados del Atlántico Medio, de Nueva Inglaterra y del Medio Oeste, y muy pocos del Sur. No empezaron a llegar colonos directamente desde Europa hasta mucho después, en la década de 1870. En 1865 el estado tenía 250.000 habitantes, el 45% más que en 1860. Apenas cinco años después, en 1870, tenía 439.706, casi el doble: 279.009 eran estadounidenses nativos y, de los 160.697 nacidos en el extranjero, el grupo más numeroso lo formaban los escandinavos, seguidos por los alemanes, británicos e irlandeses. De los nativos, menos de la mitad eran de Minesota.19

Ya en la década de 1850 se habían librado en la región escaramuzas entre indios y blancos. Los colonos vivían en aldeas aisladas o dispersos en cabañas. Esos enfrentamientos eran las típicas refriegas fronterizas que se producían en muchos lugares del mundo. Pequeños grupos de indios dakota, sesenta como máximo, pero normalmente muchos menos, atacaban a los colonos con enorme brutalidad. Solían matar a todos los hombres y a veces hacían prisioneras a unas cuantas mujeres. Las batallas eran pequeñas pero muy encarnizadas, y sembraban el terror entre los colonos. Los “actos bárbaros” (como entonces se llamaba a la arrancadura de cabelleras, las decapitaciones y amputaciones) eran frecuentes en los dos bandos, aunque los linchamientos eran una especialidad de los euroamericanos. Cundía el miedo en los dos lados.

“Los blancos siempre estaban intentando forzar a los indios a renunciar a su forma de vida y vivir como blancos: cultivar la tierra, trabajar duro y hacer lo mismo que ellos. […] Los indios querían vivir como [indios] […] ir adonde les apeteciera y cuando les apeteciera, cazar donde pudieran y vender pieles a los comerciantes”, recordaría Gran Águila, un jefe dakota, muchos años después.20

Los indios, sin embargo, ya no podían “ir adonde les apeteciera”. El origen del conflicto estaba en la tierra: el incansable afán de los blancos por apoderarse de tierras que se pudieran cultivar y cercar. Como la mayoría de los indios, los dakotas eran ajenos a la idea de propiedad individual, pero creían en un derecho colectivo sobre las zonas donde podían vagar, atrapar animales, pescar, recolectar frutos y cultivar la tierra. Por eso se disputaron el control de ciertos territorios con los ojibwa y batallaron con los colonos blancos y el Gobierno de Estados Unidos. Estas concepciones opuestas de los derechos de propiedad chocaron en la frontera de Minesota (y algo similar ocurrió, como veremos, en Namibia).21

No era este el único conflicto. “Los indios no llevaban libros de cuentas –dijo Gran Águila–, así que no podían negar las deudas y tenían que pagarlas. […] Los indios no podían acudir a la justicia para impugnar las deudas, pero siempre había disputas al respecto”.22 Y, lo que era quizá más importante, indios y blancos tenían normas culturales muy diferentes en cuanto a la relación entre deudor y acreedor. Los indios creían que el deudor debía pagar cuando tuviese los recursos suficientes, y no en una fecha establecida.23 La tradicional economía moral india, basada en la estrecha relación (familiar y tribal) entre acreedor y deudor, chocaba con el floreciente capitalismo estadounidense, que garantizaba ante todo los derechos del primero.

Para colmo de males, muchos comerciantes engañaban a los indios, y el Gobierno estadounidense deducía los costes de la “civilización” (la construcción de escuelas, talleres e iglesias, la delimitación de las parcelas) de las rentas que les debían, retrasándose a menudo en el pago de la cantidad restante. En 1860 y 1861 hubo largas demoras que, añadidas al endeudamiento y a las malas cosechas, agravaron aún más la situación de los dakotas. El invierno de 1862 fue muy duro. Sin las rentas, los indios no podían comprar harina ni otros productos de primera necesidad. En la primavera de 1862 muchos vivían en condiciones desesperadas. Sus familias estaban al borde de la muerte por inanición.24

Para los dakotas eran especialmente lacerantes los agravios infligidos por el tratado de 1858, que suponía un ataque frontal contra su forma de vida. El acuerdo prometía mayores recompensas para los indios que aceptaran las parcelas individuales adjudicadas por los estadounidenses y otras manifestaciones de la “civilización”, a saber, la indumentaria occidental, el pelo corto y el cristianismo. De las 7.000 familias que formaban el pueblo dakota, unas 125 habían rechazado la “sábana”, frase que se aplicaba a los indios que se aferraban a su forma de vida y sus costumbres. Quienes optaban por la civilización a menudo vivían aislados y eran objeto del escarnio de sus compatriotas, que también les robaban y agredían.25

La incomprensión estaba ligada al engaño. Por lo demás, los indios tenían dos motivos importantes para sentirse ofendidos. Según Gran Águila, los hombres blancos se creían superiores a los indios y a veces abusaban de las mujeres: “Los dakotas no creían que hubiese en el mundo nadie mejor que ellos. […] Todas estas cosas hacían que muchos indios tuviesen antipatía a los blancos”.26

En general, los tratados apenas beneficiaron a los indios y, por lo demás, los miembros de las tribus no entendían en muchos casos las disposiciones que habían aceptado sus jefes. En el pueblo dakota surgieron toda clase de conflictos: entre jóvenes y mayores, entre lo tradicional y lo civilizado y entre grupos familiares. A un buen número de hombres jóvenes les repugnaban las concesiones territoriales aprobadas por los jefes: su autoridad y la de los ancianos empezaron a debilitarse. En la situación crítica creada por las usurpaciones de los blancos, los indios tomaron decisiones diversas en aras de su supervivencia física y la de su cultura. Quienes optaron por cultivar parcelas individuales sabían que la otra alternativa era desplazarse hacia el oeste, a las Grandes Llanuras, donde pasarían frío y hambre y sufrirían la hostilidad de otras tribus.27

A pesar de los conflictos internos que existían en el pueblo dakota, casi todos sus miembros coincidían en quejarse de que los blancos habían conculcado los tratados en los que se les había prometido a los indios, por lo menos de palabra, todas las cosas que querían, entre ellas sábanas, municiones, café, té, tabaco, cerdo, harina y azúcar “en abundancia”. Los dakotas tenían muy presentes esas promesas, fueran reales o no, y las repetían una y otra vez. “No era extraño –escribió un notable ciudadano de Minesota y uno de los primeros historiadores del estado– que los sioux sospecharan que el taimado hombre blanco podía revocar en cualquier momento su título de propiedad [de la tierra, derivado de los tratados]”, en vista de la continua usurpación de tierras, incluso de las que se les habían concedido en virtud de esos acuerdos.28

“Si les atacáis os atacarán y os devorarán a vosotros y a vuestras mujeres y a vuestros hijos. […] Estáis locos. […] Moriréis como los conejos cuando les persiguen los lobos hambrientos en las noches de Luna Dura”.29 Así se dirigió el jefe dakota Pequeño Cuervo a un reducido grupo de seguidores suyos que habían asaltado establecimientos de comercio y almacenes (véanse ilustraciones de las pp. 110 y 111). Los indios, desesperados, habían robado harina, carne y otros artículos de primera necesidad. También habían matado a cuatro blancos y sembrado así el pánico en los dos lados. Pequeño Cuervo sabía que las autoridades harían a la tribu entera responsable de las acciones de unos pocos. A los dakotas se les privaría de las rentas anuales y forzaría a hacer otras concesiones; ante todo tendrían que entregarles a los verdaderos responsables, que serían encarcelados, juzgados y ahorcados, de esto último no cabía duda. El jefe indio también sabía que los blancos estaban preocupados por la guerra de Secesión, que estaba yendo mal para el Norte, y que muchos ciudadanos de Minesota, incluidos mestizos, habían sido reclutados por el Ejército de la Unión o se habían alistado. Para aquellos dakotas dispuestos a luchar en la guerra, aquel verano, el de 1862, era un momento propicio.30

Los temerarios seguidores de Pequeño Cuervo le acusaron de cobardía: el jefe se puso furioso, pero al final se sumó a los más belicosos e hizo de la escaramuza una guerra en toda regla.

Los rebeldes dakota batallaron con los colonos y el ejército y visitaron a otras tribus para convencerlas de que se les unieran. Algunas aceptaron; otras se mostraron tan cautas como lo había sido Pequeño Cuervo al principio. Los rebeldes nunca obtuvieron el apoyo de todos los dakotas, ni mucho menos el de otros indios del North Country: muchos temían perder aún más tierras en el caso de enfrentarse con el Gobierno de Estados Unidos en una guerra total. El principal motivo de discordia entre los indios estaba en los centenares de blancos y mestizos tomados como rehenes y forzados a desplazarse con los rebeldes. Los dakotas sabían lo útiles que les serían estos prisioneros en una negociación, pero al mismo tiempo, y dado el valor que su cultura atribuía a los lazos de parentesco, se sentían en el deber de proteger a aquellos blancos y mestizos con los que estaban emparentados, aunque fuese lejanamente.

Los dakotas partidarios de la guerra y los defensores de la paz (los “hostiles” y los “amistosos”, como se los llama en los documentos del siglo XIX), que sumaban unos mil hombres, así como los centenares de cautivos blancos y mestizos, se reunieron en la aldea de Pequeño Cuervo. Existía una tensión enorme: los rehenes temían que los mataran, y las dos facciones indias estaban dispuestas a combatir.31 Paul Mazakutemani, un converso al cristianismo, arriesgó su vida interponiéndose entre ellas, y suplicó a Pequeño Cuervo que se rindiera. “Los estadounidenses son un gran pueblo –dijo–. Tienen plomo, dinamita, armas y provisiones en abundancia. Dejad de luchar, reunid a todos los prisioneros y dádmelos. Quienes luchan contra los blancos nunca se hacen ricos ni permanecen en un sitio más de dos días; siempre están huyendo y pasando hambre”.32 En otra reunión, Mazakutemani volvió a reconvenir a Pequeño Cuervo y sus seguidores, preguntándose si estaban “dormidos o locos. Luchar contra los blancos es como luchar contra el trueno y el relámpago. Os matarán a todos. Es como tirarse al Misisipi”.33


Pequeño Cuervo (1810-1863) fue un jefe de los dakota sioux de Mdwakanton. Aquí aparece reprentado en la firma del Tratado de Traverse des Sioux


Pequeño Cuervo vivía entre dos mundos. En contraste con la ilustración de la página anterior, aquí lleva principalmente ropa occidental

Durante casi dos siglos había habido choques en la frontera y habían aumentado con rapidez el número de colonos euroamericanos y usurpaciones de tierras indias, de ahí que Mazakutemani se diera cuenta del poder de los blancos. Sabía que los colonos tenían de su parte al Ejército de Estados Unidos y a las milicias de Minesota; y por lo menos intuía que, pese a estar combatiendo al mismo tiempo la insurrección del Sur, que ponía en peligro la supervivencia del país, el Gobierno estadounidense no permitiría en ningún caso que los indios triunfaran por la fuerza. Pequeño Cuervo probablemente sabía que la suya era una causa perdida, pero aun así no se dejó convencer: “Tenemos que luchar y morir juntos. Es de locos y cobardes pensar lo contrario, y abandonar a la nación en un trance así. No caigáis en la deshonra de rendiros, porque os colgarán como a perros: morid, si es necesario, con el arma en la mano, como valerosos guerreros del pueblo dakota”.34

En todo el fértil valle de Minesota, los guerreros dakota atacaron a los colonos y los puestos de avanzada de la Indian Agency. Estas ofensivas, como tantas anteriores, llevaron a brutales matanzas de hombres y a veces de mujeres y niños, por más que Pequeño Cuervo hubiese ordenado que se les perdonara la vida. Era más frecuente, sin embargo, que los indios tomaran a las mujeres y los niños como prisioneros. A veces buscaban asesinar a una persona concreta, a cierto comerciante al que odiaban por haber dicho –o eso se rumoreaba– que si los indios pasaban tanta hambre podían comer hierba, le mataron a palos y le llenaron la boca de hierba.35 En otros casos, las matanzas eran indiscriminadas. Los indios también perdonaban la vida a muchos blancos, particularmente a los que tenían lazos de parentesco con ellos.36 A los colonos, por su parte, nada les indignaba más que ver cómo se sublevaban indios a los que creían conocer bien.


Henry Hastings Sibley en 1860. Sibley (1811-1891) llegó al Territorio del Noroeste como trampero. Vivió con los indios durante largos periodos y tuvo un hijo con una india. En 1858, cuando Minesota fue reconocida como estado, se convirtió en su primer gobernador. En 1862 se le puso al mando de la Milicia del Estado de Minesota, encargada de reprimir la rebelión de los sioux, y también en las campañas de 1863 y 1864. La prudencia de su estrategia militar y la relativa moderación de su postura política (se oponía al ajusticiamiento de aquellos indios que no habían matado a ningún blanco) suscitaron gran hostilidad entre los euroamericanos. Sigue siendo una figura venerada por muchos ciudadanos de Minesota

A pesar de la protección de que gozaba, la población blanca fue presa del pánico, un terror “universal e irreprimible”.37 Miles de colonos “despavoridos” se refugiaron en asentamientos mayores, como Mineápolis y Saint Paul, y fuertes del Ejército de Estados Unidos; y algunos no volvieron nunca a sus casas y granjas. En el valle de Minesota se podían recorrer unos trescientos kilómetros sin ver más que una región “destruida y despoblada”.38 Unos meses después, en una carta al presidente Abraham Lincoln, su secretario, John G. Nicolay, sostuvo que “no ha habido nunca un conflicto tan repentino ni tan feroz ni tan cruento como el que colmó de tristeza y amargura el estado de Minesota”.39

“La guerra, como una tormenta arrasadora, estalló de repente y se extendió con rapidez –escribiría una mujer dakota muchos años después–. Era difícil saber quiénes eran amigos y quiénes enemigos”.40 También describió el pánico que cundió entre los sioux.41 Las discordias internas ya mencionadas se agravaron en medio del conflicto armado. Algunos dakotas, enardecidos por los abusos de los blancos y una cultura que ensalzaba a los guerreros, clamaban venganza. Otros compartían los temores de Pequeño Cuervo; sabían que la guerra sería un desastre para su pueblo, pero acabaron aceptándola por solidaridad con los hombres de sus clanes y para demostrar su valía como combatientes.42

De los 7.000 dakotas, un total de 1.500 tomaron las armas.43 Se rumoreaba que la nación sioux entera, unas 25.000 personas que poblaban un territorio que se extendía hasta el río Misuri, iba a unirse a la lucha y ya estaban en marcha, y lo mismo se decía de los ojibwa y los winnebago, que vivían al norte.44 El rumor, pese a no ser cierto, exacerbó el pánico de los colonos blancos y las autoridades federales y de Minesota.

La simple división entre blancos e indios no nos da, sin embargo, una idea cabal de la compleja realidad de la frontera. Esta región era el escenario de un conflicto a veces violento, pero también una zona de interacción.45 Entre los indios y los blancos vivían cientos o acaso miles de francodakotas y anglodakotas: estos mestizos eran fruto de las relaciones sexuales que durante doscientos años habían tenido indios y europeos en la frontera. A veces era una persona “de sangre mixta” quien salvaba a su familia, según contó Samuel J. Brown, hijo de un famoso pionero y agente indio. Cuando se enteró de los ataques indios, la familia de Brown huyó de su casa, pero pronto se encontró con un grupo de indios manchados de sangre por una matanza que se había producido poco antes. La madre de Brown se puso a gritarles en la lengua de los dakotas, les dijo que era de origen sisseton (una de las tribus dakota) y pidió que la protegieran a ella, a su familia y a los otros blancos que huían con ellos. Uno de los indios se acordó entonces de que un invierno en el que se estaba muriendo de frío aquella mujer le había ofrecido albergue, permitiéndole calentarse delante del fuego y dándole de comer. Así que pidió a los otros indios que dejaran en paz al grupo de blancos y mestizos; pero sus compatriotas respondieron que habían jurado matar a todos los blancos y pensaban cumplir su palabra. El indio “amistoso” insistió en su ruego. Los indios, veinticinco en total, se reunieron dos veces para deliberar y al final permitieron al grupo desplazarse al asentamiento de Pequeño Cuervo, donde se les ofrecería protección. En el camino, sin embargo, temieron a menudo por su vida.46

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