Kitabı oku: «Más allá de la pareja», sayfa 11

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Falta de honestidad

La honestidad es uno de los factores determinantes que diferencia las relaciones poliamorosas del engaño. También es, como era de esperar, uno de los elementos definitorios de la buena comunicación. De todos modos, puede ser más complicado de lo que parece. Aunque probablemente todo el mundo estemos de acuerdo en que la honestidad es importante en una relación, es sorprendente cuán a menudo seguimos eligiendo la falta de honestidad. Personas con buenas intenciones que generalmente actúan de buena fe pueden terminar tomando esa decisión por muchas razones.

La razón más común es la vulnerabilidad emocional: miedo al rechazo, miedo al ridículo, miedo a equivocarse, a que les digan que no, a que les encuentren menos deseables que otros miembros de la relación. Y aunque aseguremos que queremos honestidad, puede que, de forma sutil, disuadamos a nuestras relaciones de que sean honestas porque sentimos que no seríamos capaces de escuchar verdades que nos podrían resultar dolorosas.

Las personas que optan por la falta de honestidad con sus relaciones, especialmente cuando no lo hacen mintiendo sino ocultando cosas o no diciendo lo que piensan, a menudo buscan controlar la información como una manera de controlar la conducta de sus relaciones. Otra razón por la que la gente es deshonesta es porque temen «molestar» u «ofender» a las personas con quienes tienen una relación. Especialmente en relación al sexo. Si no disfrutas con lo que hace una de tus relaciones puede que no se lo digas para que no se sienta mal. Esto tiende a ser contraproducente en las relaciones a largo plazo, porque alguien que no sabe que la persona con quien tiene una relación está insatisfecha no podrá mejorar nunca, y una relación insatisfactoria siempre estará en tensión.

El problema es que una de las reglas más básicas de la vida es que no puedes conseguir lo que quieres si no lo pides.

Franklin gestiona una web con recursos educativos sobre BDSM (actividades relacionadas con dominación, sumisión o sadomasoquismo). Hace muchos años, una persona visitó su web y le escribió para contarle que siempre había querido a explorar el BDSM pero que nunca lo había hecho. Había estado casado durante diez años pero nunca se lo había contado a su esposa porque tenía miedo de su reacción. Le preguntó a Franklin: «¿Qué crees que debería hacer yo?».

Naturalmente, Franklin le dijo: «Habla con ella. Dile “Esto es algo que me interesa. ¿Qué piensas al respecto?”». Una semana después Franklin recibió la respuesta. Ese hombre finalmente reunió el valor necesario para hablar con su mujer sobre explorar el BDSM. Él descubrió que años antes de conocerse, ella había estado involucrada en el BDSM y que lo había disfrutado mucho pero que nunca se lo había contado a él... ¡porque tenía miedo de la reacción que él pudiera tener!

Esta falta de comunicación sucede cuando nos guían nuestros miedos en lugar de nuestras esperanzas. Si pasamos demasiado tiempo pensando sobre lo que puede ir mal, nos olvidamos de lo que puede ir bien. La vida es mejor cuando te guían tus esperanzas, no tus miedos.

Quizá la justificación más común para la falta de honestidad en una relación es la idea de que la verdad hará más daño que una mentira. La persona que miente a una de sus relaciones puede pensar: «Si digo la verdad, le va a hacer daño, pero si no se lo digo, no tendrá que experimentar ese dolor». Este razonamiento dice más de la persona que razona así que sobre la persona a quien está «protegiendo», porque el consentimiento no es válido si no es informado. Ocultando la verdad, le negamos a nuestras relaciones la oportunidad de dar su consentimiento para continuar en nuestra relación. Controlar la información para mantener a una de nuestras relaciones (o para conseguir que haga lo que queremos) es una de las maneras de tratar a las personas como cosas.

Y recuerda, la honestidad comienza por ti. Una persona que es deshonesta consigo misma no puede ser honesta con nadie más. La gente es deshonesta consigo misma por muchas razones, incluyendo ideas sobre cómo «deberían» ser. Si piensan que desear tener varias relaciones es algo inmoral, pueden convencerse a sí mismas de que no lo desean, incluso cuando lo están deseando. Del mismo modo, si alguien quiere tener solo una relación, puede convencerse a sí misma porque cree que el poliamor es más «avanzado». La gente también puede mentirse a sí misma por razones más sutiles. Una mujer cuyo marido se siente amenazado por la idea de que ella tenga otro amante masculino puede decirse a sí misma «Bueno, no importa, en realidad no quiero estar con otro hombre», incluso si, en algún rincón de su mente, sí querría.

Comunicación pasiva

La comunicación pasiva se refiere a la comunicación mediante subtexto, evitando las frases directas y buscando significados ocultos. Las personas que son comunicadoras pasivas pueden usar técnicas como decir frases vagas e indirectas en lugar de decir sus necesidades, preferencias o límites. Pedir directamente lo que quieres te hace vulnerable y la comunicación pasiva a menudo se origina en ese deseo de evitar la vulnerabilidad. La comunicación pasiva también ofrece la posibilidad de negar de forma creíble; si comunicamos indirectamente nuestro deseo de algo, y luego no lo conseguimos, es fácil decir que en realidad no lo queríamos. Exponer nuestras necesidades significa defenderlas y arriesgarse a que otras personas puedan no querer cubrirlas.

Una manera en que sucede esto es cuando codificamos los deseos como preguntas: «¿Te gustaría salir a cenar comida tailandesa?». (O peor, «¿No crees que hace mucho tiempo que no salimos a cenar?».) Para alguien que utiliza la comunicación pasiva, una frase así puede ser la manera codificada de decir: «Esta noche me gustaría salir a cenar comida tailandesa». El problema es que quien utiliza la comunicación directa puede atender solo a lo que ha escuchado y dar una respuesta directa: «No, la verdad es que no me apetece salir esta noche». Esto puede hacer que quien usa la comunicación pasiva sienta que le ignoran; puede terminar pensando «¡Nunca presta atención a mis necesidades!», cuando, para quien usa la directa, no se especificó ninguna petición; se le preguntó sobre cómo se sentía. Quien usa la comunicación directa puede terminar pensando «Nunca dice lo que quiere. ¡Espera que yo adivine lo que piensa! Si quería salir a cenar, me lo podía haber dicho».

Cuando hablamos de una cena, la comunicación indirecta puede no ser tan importante. Cuando hablamos de cosas más complicadas, como los límites emocionales o las expectativas en las relaciones, la comunicación indirecta puede llevar a tener crisis a causa de los malentendidos.

LA HISTORIA DE EVE

Mi relación con Kira solo duró unos meses, pero el daño que causó fue duradero. Cuando se terminó, me sentí profundamente ignorada, no escuchada y como una desconocida para alguien con quien había imaginado, hasta hacía poco, que tenía una profunda intimidad. No me sentía como una persona, sino como una actriz que había sido elegida para un papel. Aunque todo –el flirteo, la relación, la ruptura– estaba previsto previamente en las expectativas y creencias de Kira. Y sentí que tenía poca influencia sobre esa trayectoria porque Kira y yo no nos podíamos comunicar.

Kira había crecido en una familia que se comunicaba pasivamente, y se pasó su adolescencia en una cultura en la que la comunicación pasiva era la norma. Lo irónico era que ella valoraba, y a menudo hablaba, de comunicación asertiva. Pero esos hábitos estaban demasiado arraigados en ella para reconocerlos, no digamos para desaprenderlos. Aprendí pronto sobre las consecuencias desconcertantes, frustrantes y a menudo exasperantes de haberse enamorado de alguien para quien cada frase tenía un doble sentido.

Para Kira, lo importante no era lo que yo había dicho, sino lo que ella había imaginado que yo había dicho, y eso parecía tener su origen en ideas profundamente enraizadas en su mente. Kira se imaginaba que yo quería cosas que nunca había pedido, me las daba como si se le hubiesen ocurrido a ella y luego me culpaba cuando se sentía mal al dármelas. Sus ideas sobre lo que yo quería tenían su origen en lecturas crípticas de cosas que yo había dicho o hecho, y no me valía de nada negar que las hubiese querido o pedido. Para ella, yo las había pedido. Pasivamente. No tenía permiso para negar los significados ocultos que Kira se había imaginado pero que yo nunca había deseado.

Kira me reenviaba mensajes que había recibido de otras personas, o me pedía que viese en internet conversaciones en las que ella estaba participando, esperando que yo me sintiera profundamente ofendida o escandalizada con lo que leía. Cuando yo no era capaz de encontrar las frases ofensivas, ella me explicaba con lujo de detalles el significado oculto de la conversación, qué estaba sucediendo «realmente» detrás de las palabras que estaban utilizando. Ella era capaz de crear una historia muy detallada a partir de unas pocas palabras.

Nuestra relación se terminó con ella contándome una historia así. Escuché angustiada, sin podérmelo creer, cómo me contaba lo que yo había querido, lo que yo esperaba. Todo ello leído en mis palabras o acciones, y nada de todo ello era cierto. Lo más duro fue no poder contraargumentar nada: la comunicación pasiva era algo tan natural para Kira que no le resultaba factible creer que mis palabras querían decir exactamente lo que dije que significaban, que no todo tiene un significado oculto. Para Kira, lo que ella imaginaba que estaba tras mis palabras era más importante que mis palabras. Y eso terminó con las posibilidades de comunicación entre nosotras.

La comunicación pasiva es la norma en muchas familias, y sin duda en muchas culturas. De vez en cuando aparece en los medios un artículo de psicologismo de pacotilla que compara la comunicación pasiva con la directa y que dice que ninguna de las dos es inherentemente «mejor» y que todo lo que necesitas hacer es saber qué estilo está utilizando alguien y adaptarte a él.

En las relaciones poliamorosas, de todos modos, la comunicación pasiva te puede amargar mucho la vida, y la de tus relaciones, y la de las relaciones de tus relaciones. Es cierto que en algunas culturas (en Medio Oriente, donde Kira fue criada, por ejemplo) se usa una comunicación pasiva muy sutil, con muchos matices y no hay problema con ello en su propio contexto cultural. De todos modos, en las culturas donde la comunicación pasiva es la norma, el paratexto (las pistas verbales y no verbales que te dicen el significado oculto) es compartido y comprendido. Escribimos este libro pensando en un contexto occidental, donde es muy probable que a ti, a tus relaciones y a sus propias relaciones se les habrá criado en ambientes familiares y culturales diferentes, y por lo tanto con creencias diferentes sobre los significados implícitos contenidos en determinadas pistas sutiles. Buscar significados ocultos en esa situación lleva con alta probabilidad a que te equivoques mucho.

Cuando la comunicación pasiva incluye amenazas o demandas implícitas, puede convertirse en manipulación. Eso puede suceder de muchas maneras: ocultando nuestros motivos reales, codificándolos como mensajes que suenan bien pero con indirectas, por ejemplo «No queremos que ahora suceda nada desagradable, ¿verdad?». O esperando a que la persona con quien tenemos una relación malinterprete nuestro lenguaje codificado y entonces reaccionar con algo como: «¡Nunca me escuchas!».

LA HISTORIA DE EVE

No recuerdo las circunstancias exactas en las que compartí mi calendario de Google con Kira, ni por qué lo hice. Recuerdo haberle pedido a ella el suyo, pero ella lo recuerda de otra manera. Recuerdo que me dijo que ella nunca había compartido un calendario antes, y yo quería explicarle cómo funcionaba. Para mí compartir calendarios no es algo tan importante. En ese momento, muchas de mis amistades y personas con las que trabajaba tenían acceso tanto a mi calendario personal como al de trabajo. Si quería mantener alguna información privada, creaba un «evento privado».

No habíamos hablado de límites respecto al calendario o expectativas concretas sobre qué significaba compartirlo. Como se puso de manifiesto, ella tenía expectativas muy diferentes de las mías. Pero no lo supe hasta que fue demasiado tarde.

Como Kira estaba acostumbrada a la comunicación pasiva, entendió que el que yo compartiera mi calendario con ella suponía la expectativa implícita de que ella compartiera el suyo, aunque yo no había pensado en eso. Y me sorprendió mucho cuando lo hizo. Tras compartir su calendario conmigo, ella se sentía inaceptablemente expuesta, aunque yo ya sabía dónde estaba ella en todo momento. De hecho, solo consulté su calendario una vez durante nuestra relación.

En el fondo, el calendario era, para Kira, el símbolo de la «escalera mecánica de las relaciones». Sus miedos respecto a verse obligada por las expectativas o el compromiso se vincularon a él. La parte mala fue que nunca hablamos sobre ese tema. Solo me lo contó al final de nuestra relación, cuando toda posibilidad de una comunicación auténtica ya se había terminado.

Un problema muy común con la comunicación pasiva es que las personas acostumbradas a ella tienden a creer que toda comunicación es pasiva. No son capaces de alternar entre comunicación pasiva y directa. No importa lo directa que sea tu comunicación, quien usa la comunicación pasiva no tiene duda de que bajo tus palabras hay un mensaje oculto, una petición no declarada o una crítica velada. A menudo quien suele utilizar la comunicación pasiva planteará interpretaciones que parecen directamente estrambóticas, incluso paranoicas. Pero eso tiene su origen en sus expectativas culturales respecto a qué proporción del significado es ocultado por otras personas.

La manera más efectiva que hemos encontrado para construir buena comunicación con alguien que se comunica de manera pasiva es con paciencia, empatía y comunicación directa. Responde solo a las palabras, sin intentar adivinar o descifrar el significado oculto. Si la persona que emplea comunicación pasiva se frustra por tu incapacidad para ver el significado real –y se frustrará–, insiste en que la comunicación directa es la única manera que conoces de asegurarte de que el mensaje sea entendido.

Emplea una comunicación clara y directa. Si la persona con quien tienes una relación malinterpreta algo que has dicho, o extrae un significado que tú no le querías dar, ten paciencia y recurre a la sinceridad. Comunica el significado que buscabas de forma clara. Di claramente que, de verdad, quieres entender lo que dice. Asegúrale que tus palabras no tienen una intención oculta. Responde a las frases vagas con preguntas claras y directas. Pide explicaciones cuando diga algo ambiguo. Y, sobre todo, no desfallezcas ni esperes cambios repentinos. Se tarda mucho tiempo en aprender a comunicarse de manera pasiva y se tarda lo mismo en desaprenderlo.

Las historias que nos contamos

Los seres humanos son animales que cuentan historias. Nos contamos mentalmente historias, decenas de veces al día, sin ni siquiera darnos cuenta. Usamos esas historias para darle sentido al mundo y entender las acciones de las personas a nuestro alrededor. Muchas de esas historias hablan de los motivos de otras personas. Sabemos que las acciones del prójimo no son aleatorias. Construimos modelos en nuestra mente que nos ayudan a entender a otras personas. Y debido a que no venimos de la fábrica con rubíes en nuestra frente para leernos la mente, esos modelos tienen errores. Se construyen observando, suponiendo, proyectando y empatizando.

Por desgracia, es natural que reaccionemos como si nuestros modelos fueran perfectos. No nos decimos normalmente «Tengo una certeza en torno al 65% de que él está intentando reemplazarme en la relación con mi amante, pero hay una probabilidad de error considerable». En su lugar, decimos «¡Ese cabrón está intentando quitarme de en medio!». Los motivos que atribuimos a otras personas están influenciados por nuestros propios miedos e inseguridades; si nos preocupa que nos suplanten, tenderemos a encontrar señales en todas partes.

Peor aún, tenemos predisposición a ver todas las motivaciones ajenas con menos benevolencia que las nuestras. Los estudios han mostrado que tendemos a explicar nuestra propia conducta en función de la situación en la que estamos, mientras que creemos que la conducta ajena depende directamente de su personalidad. Si lo aplicamos al tráfico, cuando nos preguntan por qué no dejamos pasar a alguien, es probable que digamos «estaba mirando para el otro lado y no le vi», pero cuando preguntamos por qué alguien no nos dejó pasar, es más probable que digamos «se comporta de manera temeraria porque no le importa nadie más en la carretera». (La sociología se refiere comúnmente a esto como el «error fundamental de atribución».)

En las relaciones poliamorosas, como puedes imaginar, esta conducta puede volverse realmente dañina. Cuando nos contamos interiormente historias sobre otras personas, tendemos a darle credibilidad a esas historias, en lugar de a lo que otras personas digan sobre el tema. «Por supuesto, me dice que no está intentando separarme de mi pareja; ¡eso es precisamente lo que quiere que yo me crea!».

Proponemos una estrategia radical para lo que dicen otras personas: Si no existen evidencias concretas de lo contrario, créelas.

Comunicación triangular

Si tuviéramos que proponer unos axiomas de la buena comunicación (como intentamos hacer en el capítulo siguiente), uno de ellos sería que, idealmente, la comunicación sobre cualquier tema debería incluir a las personas involucradas a quienes afecta directamente. Eso parece sencillo, pero es sorprendentemente complicado de poner en práctica. Comienza a edades tempranas. La mayoría de las personas que hemos crecido con hermanas y hermanos podemos recordar al menos una ocasión en la que dijimos: «¡Mamá, Dani me está empujando!» o «Mira, papá, no se quiere quedar en su lado de sofá!». Y así se ha plantado la semilla para uno de los problemas más resistentes a los que nos enfrentaremos jamás.

La comunicación triangular se da cuando una persona tiene un problema, conflicto o cuestión con otra persona, pero en lugar de tratarlo directamente con esa persona, se dirige a una tercera persona. Sucede cuando una criatura tiene un problema con la conducta de su hermano y le pide a su padre o madre que lo resuelva. Sucede en internet cuando una persona tiene un problema con alguien y busca reconocimiento por parte de las masas anónimas en las redes sociales. Sucede cuando alguien tiene un problema con la manera en que su colega de trabajo desempeña su labor pero, en lugar de decirle nada, se dirige al resto de colegas para hablar del tema. Y es algo que sucede todo el tiempo en las relaciones poliamorosas.

La comunicación triangular también puede darse cuando una persona quiere controlar el flujo de información entre las personas con quienes se relaciona. A la mayoría no nos gustan los conflictos y controlar el flujo de información puede parecer una manera de evitar o reducir los conflictos. A veces puede ser un medio para minimizar tensiones o desacuerdos; si las personas con quienes tienes una relación no se llevan bien, te puede resultar tentador interpretar las palabras de una persona para transmitírselas a la otra, de manera que el mensaje sea lo más favorable posible. También puede suceder cuando desconfías de lo que tus relaciones puedan decirse mutuamente.

En la práctica, la comunicación triangular lleva a difuminar la responsabilidad. Es fácil decirle a una de las personas con quien tienes una relación «No puedo hacer eso que me pides porque a Suzie podría no gustarle», en lugar de «Voy a decidir no hacer lo que me has pedido, porque creo que a Suzie podría no gustarle». (Se podría decir que el veto es un ejemplo extremo de esa difusión de la responsabilidad. Para leer más sobre esto, ver capítulo 12.)

LA HISTORIA DE EVE

Ray y su esposa Danielle tenían una relación jerárquica. Desde el principio, su esposa insistió en que yo debía recordar que ella era la principal. Esa fue mi primera relación poliamorosa, yo estaba enamoradísima de Ray, y Peter y yo asumimos que usaríamos también la jerarquía, ya que en eso momento parecía lo más razonable. Fui ingenuamente inconsciente de lo que eso supondría, especialmente años más tarde.

Danielle practicaba lo que una de mis amistades llama «veto caso por caso». Ray y yo teníamos una relación a distancia, pero si yo iba a visitarle, se esperaba que alternáramos noches entre ella y yo, a veces con una proporción de dos noches ella y una noche yo (en el caso de un fin de semana largo, por ejemplo). Si él y yo teníamos un plan en pareja y ella le necesitaba para algo, incluso si era porque ella tenía un mal día, él tenía que cancelar nuestros planes para poder ir y estar con ella, incluso cuando no fuéramos a vernos de nuevo en dos semanas.

Intenté negociar directamente con Danielle, lo que dio todavía peores resultados. Por ejemplo, yo iba a estar en la ciudad el fin de semana y ella propuso que comiera con él y ella en el único momento en que podría ver a Ray. Con los meses, mi frustración fue creciendo. Yo culpaba a Danielle por ser egoísta, desconsiderada, exigente, dependiente. En aquella época estaba asistiendo a consulta con una terapeuta especialista en poliamor y estaba trabajando con ella algunas de estas frustraciones. Me preguntó por qué yo estaba culpando a Danielle de las decisiones de Ray. No supe qué responder.

Me di cuenta de que, independientemente de las razones, era Ray quien cancelaba nuestras citas. Ray no me estaba dando el tiempo o la atención que yo quería. Era Ray con quién necesitaba hablar sobre lo que yo necesitaba en la relación y era Ray quien podría contestar si lo podía dar o no. Para mí, eso fue una epifanía, una que dio un giro a mi relación con Ray. Simplemente, hasta ese momento no se me había ocurrido ver a Ray como el copiloto de nuestra relación.

El descubrimiento de Eve fue doloroso. Es mucho más fácil culpar a una tercera persona, apareciendo tu amante y tú como víctimas indefensas, en lugar de enfrentarse al hecho de que una de las personas con quien tienes una relación está eligiendo no invertir en vuestra relación. Puede ser duro dirigir tu enfado y frustración a la persona que te está haciendo daño realmente cuando esa persona es con quien te has vinculado íntimamente. ¿Y para la persona que tiene esas dos relaciones simultáneas? Es mucho más complicado hacer el difícil trabajo de negociar soluciones entre necesidades enfrentadas y decidir cómo compartir tu tiempo y recursos que dar un paso atrás y pretender que esas soluciones son algo en lo que deben trabajar entre ellas las personas que tienen una relación contigo.

Los metamores no son bebés, y tú no eres un pastel de cumpleaños que se pueda dividir. Negociar el reparto de recursos en las relaciones no es como decidir quién se queda con la parte más grande del pastel y quien con la más pequeña. La comunicación a tres es útil para generar confianza y tener una compresión clara de necesidades y capacidades, pero al final es la persona en el medio quien tiene la última palabra sobre sus propias elecciones y recursos. Si alguien no está recibiendo de esa persona lo que necesita, es algo deberá acordar con ella, con quien tiene una relación. Y es la persona en medio quien deberá asumir esa responsabilidad.

La solución para la comunicación triangular es sencilla en teoría (simplemente, no lo hagas) pero difícil en la práctica, porque es más fácil hablar sobre las cosas que nos preocupan con cualquier otra persona que con la persona cuya conducta nos preocupa. Y porque cuando sentimos que algo nos perjudica, es natural buscar con quien aliarnos. En términos prácticos, no puedes hacer que otras personas se comuniquen de manera directa entre sí. Todo lo que puedes hacer es limitar tu propia participación en la comunicación triangular. Simplemente, da un paso atrás y diles que necesitan hablar entre sí. Y tú debes tratar cualquier tema que te preocupe con la persona involucrada.

Intenta no dejarte arrastrar en el papel de la persona salvadora cuando alguien se dirija a ti para quejarse de algo terrible que tal persona le ha hecho. Evita juzgar a las otras personas que son parte de tu red de relaciones, y anima a ambas partes a hablar entre sí en lugar de a través de ti, evitando que te conviertan en alguien con un papel de mediación.

Si descubres que no eres capaz de dejar de comunicarte de manera triangular, puede ser útil que leas el libro de Harriet Lerner, Dance of Intimacy, incluido en la lista de recursos. Para ver lo espectacularmente mal que puede ir la comunicación triangular, te recomendamos leer Otelo, de Shakespeare.

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