Kitabı oku: «Más allá de la pareja», sayfa 9
Miedo a la pérdida
Amamos a nuestras relaciones. En el mejor de los casos, estamos con nuestras relaciones porque nos hacen felices. Y darnos permiso para esa alegría interior nos hace vulnerables, porque la vida es impredecible. La felicidad viene acompañada del miedo a perder lo que nos hace felices. Para la mayoría, el tipo de vulnerabilidad que produce permitirnos sentir felicidad sincera y profunda da un poco de miedo. A alguna gente nos resulta aterradora, y nos protegemos de ese miedo no permitiéndonos nunca abrirnos del todo o insensibilizándonos a costa de imaginarnos las peores situaciones posibles. En otros casos, nos protegemos intentando controlar a las personas que tenemos a nuestro alrededor, para mantener a raya la posibilidad de perderlas.
Nuestra preocupación puede agravarse debido a la idea popular que dice que si no te destroza la idea de perder una de tus relaciones, significa que no la amas realmente. En realidad, el compromiso y el miedo a la pérdida solo tienen una relación indirecta. A menudo el miedo a la pérdida va más estrechamente ligado al miedo a la soledad que al compromiso con una de nuestras relaciones; en las relaciones monógamas, perder una relación significa quedarse a solas. Y paradójicamente, si deseas algo demasiado, el miedo a perderlo puede superar la alegría de tenerlo. Cuando sucede eso, nos aferramos a las cosas no porque nos hacen felices, sino porque la idea de perderlas nos hace sufrir. Tanto tenerlas como no tenerlas se convierten en fuentes de sufrimiento.
Todo esto es un poco irónico, porque la verdad es que lo perderemos todo. Cada una de nuestras relaciones, amistades, miembros de nuestra familia, todo lo que nos hace felices un día desaparecerá de nuestra vida, sea debido a la impredictibilidad y cambio propios de la vida, o por la inevitabilidad de la muerte. Por lo que tenemos dos opciones posibles: acoger y amar lo que tenemos y sentir felicidad todo lo profunda y plenamente que podamos aunque al final lo perdamos todo, o blindarnos, ser infelices… y que al final lo perdamos todo. Vivir en el miedo no evitará que perdamos lo que amamos, solo impedirá que lo disfrutemos.
¿Cuál es el antídoto de ese miedo? La gratitud. Da la bienvenida a las personas que se preocupan por ti y a las experiencias que compartís. Disfruta de ellas, demuestra gratitud por poder estar con ellas. Eve ha encontrado increíblemente útil escribir un diario dando gracias por todo lo que tiene y experimenta. Convertir la gratitud en una práctica activa nos sirve como un recordatorio constante de lo que tienes en tu vida. Sé consciente de que tienes la suerte de tener personas en tu vida con el poder de romperte el corazón porque eso significa que amas y te aman.
La inevitabilidad del cambio
Sabemos que quienes nos leen se aproximan al poliamor desde muchos enfoques diferentes. Hay quienes nunca han tenido una relación monógama. Quienes explorarán el poliamor después de décadas de monogamia. Quienes se aventurarán dentro del poliamor sin tener ninguna relación mientras que otras abrirán su relación, monógama hasta entonces.
La experiencia de Eve es de ese último tipo. Como muchas parejas que se aventuran en el poliamor, al principio Peter y ella intentaron hacer los mínimos cambios posibles, especialmente en su relación. Y como otras muchas parejas, se orientaron hacia reglas y estructuras que conservaran todo como siempre había sido para mantener cierta sensación de seguridad y estabilidad. Acordaron que su matrimonio era la relación principal, y establecieron unas normas: «Nunca pasaremos más tiempo con otras relaciones que el que compartamos tú y yo», y «Nadie tiene permiso para intentar ponerse entre tú y yo». De hecho, el primer perfil online de Eve decía (siente escalofríos cuando lo recuerda): «Intenta meterte entre mi relación principal y yo, y estarás fuera de mi vida más rápidamente de lo que tardas en decir “poliamor”».
Es fácil entender por qué Eve y Peter querían normas como esas. La seguridad, cierta predictibilidad básica son necesidades humanas básicas. Al mismo tiempo, la autonomía, la independencia y la autosuficiencia también son valores fundamentales para muchas personas, como en nuestro caso. Hemos visto cómo concentrarse únicamente en esos últimos valores puede llevar a no tratar bien a tus relaciones. Es importante construir relaciones de manera que las personas que forman parte de ellas se sientan seguras, puedan tener cierta sensación de pertenencia y puedan tener algunas expectativas básicas con las que poder contar. Pero también es esencial que las personas tengan agencia sobre su relación, que las relaciones se construyan sobre una base de capacidad de elección y libre albedrío. No son objetivos mutuamente excluyentes.
De todos modos, hay una verdad incómoda en todo esto. Si decides hacerlo, si decides abrir tu corazón y tu vida a amar a más de una persona y dejar que tus relaciones amen también a otras, tu vida va a cambiar. Tú vas a cambiar. Si comenzaste este camino teniendo una relación, esa relación va a cambiar. Cada nueva persona a quien permites que entre en tu corazón alterará tu vida; a veces con pequeños cambios, a veces con grandes cambios.
Los cambios radicales son ley de vida. Y eso es bueno. Después de todo, casi todo lo demás que haces en tu vida amenaza con alterar tu relación. Empezar en un nuevo empleo. Perder tu empleo. (En terapia de pareja se dice que es más probable que la inseguridad económica destroce un matrimonio que cualquier otro factor, incluida la infidelidad.) Tener un bebé. Mudarse a otra ciudad. Enfermar o sufrir un accidente. Tener problemas con tu familia de origen. Comenzar un nuevo hobby. Sufrir una muerte en la familia. ¡Maldita sea! ¡Cada vez que sales de tu casa o te subes a un coche, te estás arriesgando a sufrir un accidente grave o morir, y eso alteraría tu relación realmente rápido!
No sentimos miedo a los cambios cuando nos ofrecen un nuevo empleo o decidimos tener un bebé. Aceptamos que esas elecciones van a cambiar nuestras vidas. El poliamor ético es similar: aceptas que los cambios en tu vida romántica afectarán a tu relación, decides actuar con integridad y honestidad para cuidar a tus relaciones lo mejor que puedas y confías en que tus relaciones harán lo mismo por ti.
Muchos de los problemas que nos encontramos en el poliamor, especialmente cuando estamos en una relación que previamente era monógama, se derivan de los intentos de explorar nuevas relaciones sin que nada cambie. A veces esos cambios suponen enfrentarnos a nuestros miedos más profundos: abandono, miedo a la pérdida, miedo a que nos reemplacen, miedo a dejar de ser especial. Los cambios en las relaciones dan miedo. A veces surgen como algo incómodo.
LA HISTORIA DE MELISSA
A Melissa, una amiga de Franklin, le encanta el sushi. Intentó durante meses que su marido, Niko, probara el sushi, sin ningún éxito. Él dijo muy claramente que no estaba interesado en un pescado crudo sujeto al arroz con algo que parecía cinta adhesiva.
Mucho tiempo después de que ella hubiese abandonado la idea de llevarlo a un restaurante de sushi, él comenzó una relación con una nueva chica, Naveen, a quien también le encantaba el sushi. Un día Naveen sugirió que salieran a cenar sushi y en esta ocasión él dijo «¡Vale!». Como era de prever, a él también le encantó.
En lugar de pensar, «¡Eh, esto es fantástico, al fin podré compartir con él mi amor por el sushi!», a Melissa no le hizo ninguna gracia. Le dolió, según nos contó, pedirle algo a su pareja, recibir una negativa y verlo después hacer eso con otra persona.
La historia de Melissa ilustra una de las creencias ocultas que a menudo tenemos sobre las relaciones: podemos sentir que tenemos el derecho a ser la única persona con quien una de nuestras parejas prueba cosas nuevas por primera vez, y que tenemos derecho a que nos duela si elige probarlas con otra persona. Cuando alguien que no tiene ninguna relación comienza una con alguien que tiene pareja, esta expectativa oculta puede llenarlo todo de minas antipersona. Algo tan inocuo como una invitación a salir a cenar sushi puede desencadenar una explosión inesperada.
Adoptar el poliamor supone no solo revisar la expectativa de que nuestra relación no cambiará nunca, sino también examinar nuestras expectativas sobre cómo y cuándo cambian. La gente no siempre cambia de maneras o en el momento en que queremos que cambien. Las nuevas relaciones aportan nuevas experiencias y esas experiencias cambiarán nuestras relaciones. Las buenas relaciones siempre nos cambian. ¡Es una de las mejores cosas que tienen!
Algo recurrente en la monogamia es la creencia de que podemos prevenir la infidelidad limitando el acceso de la persona con quien tenemos una relación a miembros del sexo opuesto. Las tentaciones provocan las infidelidades, o eso se dice, y por lo tanto, limitamos las tentaciones. En las relaciones poliamorosas, esa creencia se puede manifestar de maneras más sutiles, como intentar limitar la profundidad de la conexión o el tiempo que una de nuestras relaciones pasa con sus otras relaciones. Como comentamos en el capítulo 11, es común que las personas que están en una relación busquen usar el poder que tienen para reducir, limitar o regular las otras relaciones de una de nuestras parejas, con la esperanza de que eso convierta en menos disruptivas o amenazantes esas otras relaciones. La gente utiliza todo tipo de estructuras para conseguirlo: jerarquías forzosas, limitaciones de la intimidad emocional o sexual que se le permite experimentar con alguien más a las personas con quien se tiene una relación, reglas por las que una persona con quien tienes una relación solo tendrá sexo con una tercera persona si ambos miembros quieren (a menudo con la creencia de que eso prevendrá los celos) y similares.
Por supuesto, no todo el mundo se siente así. Si te parece extraña la idea de controlar las otras relaciones románticas de tus parejas para proteger tu relación, probablemente no te encontrarás los problemas que describimos en este capítulo. Una habilidad importante para crear relaciones poliamorosas felices es aprender a ver las otras relaciones, en concreto las relaciones de nuestras relaciones, como personas que mejoran nuestra vida más que un peligro que hay que controlar.
Si este enfoque no te surge de manera natural, de todos modos, puedes aprender a tenerlo. Eso requiere invertir en comunicación, superar miedos y rechazar algunas de las cosas enfermizas que nos han enseñado sobre el amor. Significa aceptar que tus relaciones y tú creceréis y cambiaréis, y el secreto para mantener las relaciones frente al cambio es ser resiliente y flexible. También significa cultivar un fuerte sentimiento de seguridad, aceptando que todo el mundo cometemos errores, construyendo relaciones lo suficientemente fuertes para superar esos errores y reconciliándose con la idea del cambio.
Estar a solas
Los seres humanos somos animales sociales. Funcionamos mejor cuando nos rodean personas a las que les importamos. El miedo de estar a solas es algo humano. Pero si nos domina ese miedo, si tenemos tanto miedo a la soledad que creemos que perder una de nuestras relaciones nos destrozaría, es casi imposible tener una relación sana. No pasa nada si no nos gusta estar a solas, pero cuando creemos que no seríamos capaces de estar a solas, las cosas pierden el rumbo.
Cuando ese miedo nos domina, no podemos marcar fácilmente nuestros límites o tomar decisiones meditadas. Y si no tenemos la sensación de que hemos dado nuestro consentimiento plenamente en una relación sino que estamos en ella para evitar la soledad, es fácil que sintamos que la relación es algo que nos hacen en lugar de algo que enriquece nuestra vida. Y partiendo de ahí, es muy fácil sentir resentimiento hacia nuestras relaciones, especialmente cuando hacen cualquier cosa que nos recuerde nuestro miedo a la soledad.
Ese miedo y resentimiento puede convertirse en un círculo vicioso. Cuando tenemos miedo a la soledad, nos enfadamos y sentimos resentimiento mucho más fácilmente. ¿Cómo rompemos ese círculo? Construyendo relaciones que se orientan hacia algo en lugar de tratar de evitar algo. Las relaciones nos hacen más felices cuando tendemos a la intimidad con las personas que sacan a relucir nuestra mejor parte, no cuando las buscamos para evitar la soledad.
En el poliamor resulta especialmente vital reconciliarse con el miedo a la soledad. Primero, porque es probable que estés a solas de vez en cuando, y segundo, porque hay más de una relación en juego. Uno de los ingredientes fundamentales de una relación poliamorosa exitosa es la habilidad para tratar a todas las personas involucradas (no solo nuestras relaciones sino también sus propias relaciones) con comprensión y empatía. Es casi imposible empatizar cuando todo lo que sentimos es miedo a la pérdida.
Escasez vs. abundancia
Cuando se trata de relaciones románticas, la gente suele caer en dos patrones: o sigue el modelo de la escasez o el modelo de la abundancia.
En el modelo de la escasez, las oportunidades para el amor parecen escasas. Hay pocas relaciones potenciales y es difícil encontrarlas. Como la mayoría de la gente que conoces espera tener una relación monógama, encontrar relaciones poliamorosas es especialmente difícil. Cada requisito adicional que pones reduce las posibilidades todavía más. Como la posibilidad de tener una relación es tan escasa, es mejor que aproveches cada oportunidad que se presente y te aferres a ella con todas tus fuerzas. Al fin y al cabo, ¿quién sabe cuándo tendrás otra oportunidad?
El modelo de la abundancia propone que las oportunidades para tener relaciones están a todo nuestro alrededor. Sin duda, solo un pequeño porcentaje de la población cumple nuestros requisitos, pero en un mundo de siete mil millones de personas, las oportunidades son abundantes. Incluso si excluimos a todas las personas no interesadas en el poliamor, y todas las personas con el sexo y orientación «que no queremos», y todas las personas que no tienen cualquier otra característica que estemos buscando, eso todavía nos deja decenas de miles de relaciones potenciales, lo que sin duda es suficiente para mantener ocupada a la persona más ambiciosa.
Lo curioso de ambos modelos es que los dos tienen razón: el modelo que elijamos tiende a ser una profecía autocumplida. Si tenemos un modelo de escasez para las relaciones, puede que nos aferremos a las veces en que nos han rechazado, lo que puede bajar nuestra autoestima, lo que reduce nuestra autoconfianza… y eso hace más complicado que encontremos con quien tener una relación, porque la autoconfianza es atractiva. Puede que empecemos a buscar desesperadamente tener una relación, lo que reduce nuestro atractivo aún más. Y así terminamos teniendo menos éxito, lo que refuerza la idea de que las relaciones son escasas.
Cuando aplicamos un modelo de la abundancia a las relaciones, es más fácil que simplemente hagamos cosas que nos hacen felices, sin preocuparnos de buscar a alguien con quien tener una relación. Eso tiende a darnos más atractivo, porque las personas felices, seguras de sí mismas, son más deseables. Si nos dedicamos a hacer lo que nos hace felices, conocemos a otras personas que están haciendo lo mismo. ¡Genial! La facilidad con la que encontramos relaciones potenciales, incluso cuando no estamos buscándolas, refuerza la idea de que abundan las oportunidades para el amor, lo que nos facilita dedicarnos a lo que nos hace felices, sin preocuparnos demasiado por encontrar relaciones… y el ciclo se repite. Creemos que nuestras percepciones cambian con la realidad, pero la verdad es que la realidad que nos encontramos a menudo se deriva de nuestra propia percepción[4].
Esas ideas también van a influir en nuestra disposición a permanecer en relaciones que no nos funcionan, tanto directa como indirectamente. Si creemos que las relaciones son escasas y difíciles de encontrar, puede que no abandonemos una relación incluso cuando nos está haciendo daño. Del mismo modo, si creemos que las relaciones son difíciles de encontrar, eso puede aumentar nuestro miedo a la soledad, lo que puede provocar que permanezcamos en relaciones que no nos están haciendo bien.
De todos modos, hay una pega. A veces, las cosas que buscamos, o la manera en que las buscamos, crean una escasez artificial. Esto podría deberse a que hacemos algo que desanima a otras personas, o porque estamos buscando algo poco realista. Si estás buscando a modelos canadienses que hayan ganado el premio Nobel y tengan un patrimonio de 20 millones de dólares, puede que encuentres relaciones potenciales muy de vez en cuando. Del mismo modo, si a la gente le das la impresión de que has creado un espacio en el que deben encajar y en el que no podrán crecer, puede que tampoco abunden las oportunidades para iniciar nuevas relaciones.
Frente al malestar
La flexibilidad fomenta la resiliencia. Ayuda a crear relaciones que son capaces de adaptarse a los vientos del cambio sin romperse. De todos modos eso tiene un coste. Ser flexible significa tener la disposición a adaptarse al malestar, porque el cambio a menudo es molesto. Aceptar el cambio, abrazar la idea de que puede haber muchas maneras diferentes de cubrir nuestras necesidades, desprenderse del deseo de escondernos de nuestros miedos controlando las estructuras de nuestras relaciones… en algún momento, con casi total seguridad, eso nos hará tener que enfrentarnos a emociones incómodas.
En algunos ambientes hay un dicho, a menudo aplicado a las relaciones: «No hagas nada con lo que no te sientas a gusto». Cuando se refiere al acceso a tu cuerpo, a tu espacio o tu mente, es un buen consejo. Siempre podemos elegir qué permitimos y qué no. De todos modos, a menudo significa en realidad «No permitas que la persona con quien tienes una relación haga algo con lo que no estás a gusto» o «No explores situaciones desconocidas si sientes que no estás a gusto». En esos casos, creemos que «No hagas nada con lo que no te sientas a gusto» es un consejo pésimo. La vida es algo más que evitar cualquier malestar. A veces el malestar es una parte inevitable del aprendizaje y el crecimiento personal. ¿Recuerdas la primera vez que intentaste ir en bicicleta, o nadar, o tocar un instrumento musical? ¿Recuerdas lo embarazoso e incómodo que era? Tener una vida increíble supone salir de tu zona de confort. Y a veces ese malestar nos muestra maneras en las que podemos mejorar.
Nos gustaría proponer la idea radical de que el malestar no supone, por sí mismo, una razón para no hacer algo, ni para prohibir a alguien hacer algo. La vida es algo más que ir desde la cuna a la tumba por el camino del menor malestar posible. Es más, si no se tiene cuidado, negarse a enfrentarse a la incomodidad puede llevarnos a una conducta poco ética. Cuando evitar la incomodidad supone controlar a otras personas, las desempoderamos.
El statu quo de casi todas las relaciones normalmente da menos miedo que el cambio, no importa lo beneficioso que pueda ser ese cambio. Cuando aparecen nuevas personas en nuestras vidas, traen consigo nuevos retos y nuevos placeres. Cuando nuestras relaciones crecen, cambian. Nos puede resultar tentador intentar mantener el statu quo todo lo posible limitando lo que puede hacer la gente que nos rodea: «Puedes entrar en mi vida, pero solo hasta aquí. Puedes crecer, pero solo hasta este punto».
En nuestra experiencia, construir muros alrededor de la libertad de cada cual es más dañino a largo plazo que confiar en el deseo de la persona con quien tenemos una relación de hacer lo que más nos conviene y confiar en que seremos capaces de adaptarnos, de ser felices y de sentir que nos quieren incluso cuando las cosas cambian. La incomodidad y el cambio nos van a atrapar, antes o después, da igual cuánto intentemos escondernos. Enfrentarse a esas cosas en nuestra propia situación, con la creencia de que podemos ser felices incluso al enfrentarnos al cambio: todo ello contribuye a construir una seguridad y estabilidad que perduren.